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El drama detrás de la esfera.

No podría decir que soy el más grande fanático de todos. Soy uno más del montón, pero como muchos otros mortales
disfruto del halo mágico que se deja ver por encima de aquellos que en la contienda se juegan la vida en cada encuentro
de noventa minutos. Algunos dirán que no hay nada de qué maravillarse en la disputa, que solo son un puñado de
humanos detrás de un balón, nada excepcional, como alguna vez lo sentenciara Borges quien ponía al fútbol en el
campo de la estupidez a causa de su popularidad, decía el escritor argentino que la estupidez también es popular. A
veces, debo confesarlo, no puedo dejar de sentirme estúpido, a veces, cuando la devoción a los jugadores me trae una
decepción instantánea al no ver concretado el resultado esperado, reflexiono y pienso que es tan solo un juego, que ni la
vida ni las cosas trascendentales dependen de eso, que hay otras fuentes de gozo y excitación, y me vuelco al asidero de
la literatura.

Empezar a creerse borgiano en lo respectivo al fútbol es una posición cómoda y fácil; sin embargo, llega a ser acaso
preocupante el nivel de deshumanización al que ello conlleva; pero era Borges el que hablaba, tenía algo que decir,
como aquella tarde del 25 de junio de 1978 en la que mientras Argentina y Holanda disputaban la final de la copa
mundo, él decidió dictar una conferencia sobre la inmortalidad, los dos recintos estaban a reventar, pero, de igual
forma, considero que aunque Borges sentaba su posición totalmente opuesta al evento deportivo los dos hechos no
podían menos que tener una conexión estrecha, el fútbol puede generar inmortalidad entre los mortales.

No es difícil, de todos modos, notar que las disparidades que se pudieran concebir entre el fútbol y la literatura pueden
ser desdibujadas si nos acercamos a ellas de la manera apropiada, podría aseverar que hay tanto en común entre ambas
cosas que la asociación que se genera es a todas luces interesante. Camus, quien fuera arquero de un equipo de fútbol
en su adolescencia, alguna vez dijo que todo aquello que sabía sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo
debía al fútbol; Nabokov, otro guardameta en sus años en Cambridge, ponía al portero en la posición de mártir, lo que
no se puede tomar a la ligera cundo sabemos cuan responsable puede ser el cancerbero de un triunfo o de una derrota.

Sin más preámbulos me referiré a ciertos asuntos que a través de un puñado de cuentos me confirman que tanto en el
deporte como en el noble oficio de las letras se pueden dibujar las más variadas situaciones inherentes a la condición
humana. Mi apuesta inicial es por la práctica de rituales ancestrales. Hay partidos en los que no entendemos el orden de
las cosas, en los que en contra de todo pronóstico nos encontramos con desenlaces sorpresivos, insólitos, y es
precisamente la experiencia del puntero izquierdo chileno Acevedo, quien después de jugar brillantemente en Argentina
es contratado para jugar en un equipo de Barcelona en donde el infortunio de una lesión lo golpea; todo lo que ocurre,
en principio, es coherente con lo que puede atravesarse en la cabeza de un jugador frustrado, hasta que llega Buba, un
refuerzo Africano que le daría un giro inesperado a su historia. En el fútbol la dosis de talento debe ser lo
suficientemente elevada para que la fortuna empiece a sonreír y, al parecer, la aparición de Buba en el camino de
Acevedo hace que su carrera vuelva a tomar rumbo para que su equipo transite la senda del éxito, no sin experimentar
de antemano la conexión entre este y las percusiones africanas, las revelaciones oníricas o el poder de unas gotas de
sangre. Aunque Acevedo sabe de su talento y el triunfo de su club se hace posible, él y uno de sus compañeros de
equipo, el español Herrera, deciden hacer parte de una práctica desconocida para ellos cuando el enigmático Buba les
dice que lo que ellos quieren puede ser posible. No es sino hasta después de un largo tiempo, varios años más tarde,
que una mujer brasileña aclararía parcialmente sus dudas sobre la ceremonia y el precipitado éxito obtenido. Roberto
Bolaño nos adentra en el mundo del fútbol mezclándolo con lo enigmático de candomblé y el vudú.

Asuntos más terrenales ocupan al “Puntero izquierdo” de Mario Benedetti. La débil situación económica de un jugador
de fútbol puede llevarlo a asumir una postura que incluso, para los ojos del lector, podría ir en contra de su propia
dignidad. Cuando a un buen jugador que no pertenece al mejor de los clubes se le otorga la responsabilidad de
mantener un resultado por medio del soborno, las cosas empiezan a convertirse en una vertiginosa combinación de
desconciertos. El partido que habrá de jugar este puntero izquierdo es definitivo para hacer que el equipo contra el que
juega, mantenga su estatus de grande y que su equipo no ascienda a una categoría superior, el trato es sencillo, el
contrario debe ganar y por este favor, al puntero izquierdo le será dado un contrato de trabajo ya que él no vive del
fútbol, necesita un empleo para sostenerse.

Lo interesante del asunto son dos cosas: la esencia competitiva que alimenta la dignidad humana y la ingenuidad
inherente al hombre. Después de que todo estaba marchando del modo convenido nuestro jugador se siente
presionado por el técnico y sus compañeros de equipo y en un arranque de pundonor y arrojo convierte un tanto, lo que
cambia totalmente el plan acordado. Así finaliza el partido, pero nuestro célebre jugador todavía cree que el acuerdo
está vigente ya que solo fue un gol, aunque en un arranque de honradez para con su equipo haya anotado, él cree que
no es tan grave, que sus adversarios comprenderán…

En un cuento conectado con lo verídico el “negro” Fontanarrosa nos cuenta como un agüero puede cambiar el rumbo de
las cosas. En “19 de diciembre de 1971”, fecha en que Aldo Pedro Poy anota un gol de palomita en el partido entre
Rosario Central y Newell´s Old Boys y lleva a Rosario a la final que le ganaría a San Lorenzo dándole su primer título en el
fútbol profesional argentino, se hacen evidentes las más oscuras intenciones de quienes ponen el triunfo de su equipo
por sobre cualquier ser humano. La narración de Fontanarrosa, en forma totalmente coloquial y sin formalismos, nos
hace meternos en los zapatos del hincha acérrimo que haría lo que estuviera a su alcance para ver triunfar a su equipo.
El hincha enceguecido por los agüeros que nacen de las cábalas de la gente del barrio se convence de que para que
Rosario triunfe el viejo Casale tiene que estar presente en el estadio, lo que no es posible porque el viejo, por instrucción
médica, tiene prohibidas las emociones fuertes. Los hinchas se ingenian la forma en la que podrán ejecutar su plan, el
que traerá los resultados ya conocidos, el paso de la semifinal a la final y la posterior obtención del ansiado título. No
importa qué sacrificios haya que oficiar, de la forma más primitiva, los seres humanos siempre estarán en disposición de
ejecutar actos, incluso inimaginables, para alcanzar sus objetivos y lo que ocurre en este relato no es la excepción.
Como todos sabemos, los deportes no son ajenos a los negocios turbios. Las contrataciones de jugadores por parte de
fuerzas económicas oscuras, llámense ilegales o carteles de drogas, están a la orden del día. Juan Villoro en “El silbido”
nos relata cómo un jugador argentino contratado por los trillizos (tres chinos obesos que se hacen llamar Trillizo A ,
Trillizo B y trillizo C), hace una carrera en México y termina afectado por cosas que no están en sus manos. Las vendettas
entre quienes compiten por el poder son prácticas ajenas a las carreras de los jugadores que contratan para que hagan
parte de los equipos que les pertenecen o patrocinan, y en el caso de nuestro jugador, quien fue fichado por los Tucanes
de Mexicali, la violencia de la competencia entre poderes ilegales fue parte de una aparente tragedia que
paradójicamente se convertiría en un renacer. El jugador vive su propio drama. Está ad portas del final de su carrera,
cuenta con treinta y tres años y una fractura, aparte de los dolores constantes de músculos calcificados por la cantidad
de medicamentos inyectados e infiltraciones que le habían sido aplicadas para mantener su rendimiento, un jugador en
esas condiciones y con ese panorama no puede menos que aceptar cualquier propuesta que le llegue para poder
retirarse de manera digna, o por lo menos cómoda. La narración de Villoro es atractiva y envolvente, el deportista se
precia de haber retornado de la muerte después del infortunio de haber estado en el lugar equivocado en el momento
equivocado, mientras compartía con Patricio uno de sus compañeros de equipo en el bar Nefertiti una explosión hizo
que todo se nublara, lo dieron por muerto y aunque no lo estaba y volvió a las canchas, después de dejar el fútbol
consideraría que su vida empezaba.

Personalmente me agrada la forma en que los escritores se acercan al fútbol para dentro de este contar historias que
hacen parte de las vidas de sus protagonistas. Tal vez, algún escritor colombiano se tome en serio el tema y empiece a
deleitarnos con todas las intrigas que se mueven dentro y fuera del campo. Por ejemplo, y tomando como referencia la
historia de Villoro, sería interesante leer un cuento en el que se narraran los pormenores de las contrataciones de los
equipos colombianos a finales de los ochentas. Me encantaría recordar esa época porque parte de mis más alucinantes
recuerdos en el campo de fútbol los viví en la gramilla del Campín, cuando conocí de cerca a grandes jugadores como
Bataglia, Falcioni, Gareca, El Pájaro Juárez, Sergio Goycochea, Freddy Rincón, Arnoldo Iguarán, René Higuita, Andrés
Escobar, entre todos los demás que jugaban en los equipos colombianos de la época cuando fui alcanza bolas en el
estadio.

Hay un listado largo de nombres reconocidos en la literatura que de una forma u otra hacen alusión a la fiesta del balón,
o como se dijera en los ochentas, el mejor espectáculo del mundo: Sartre y las complejidades existenciales que se
generan al aparecer el equipo contrario, Salman Rushdie y el triunfo de su amado Tottenham que es más importante
que cualquier adaptación cinematográfica de sus libros, Anthony Burgess y el sexto día como día sagrado: si el séptimo
es para Dios el sexto es para el fútbol, Eduardo Galeano quien acertaba al decir que se puede cambiar de mujer, de
partido político o de religión, pero nunca de equipo o Pier Paolo Pasolini quien elevaba al goleador del torneo a la altura
de poeta del año. Incluso Borges en compañía de Adolfo Bioy Casares escribe Esse est percipi, un relato muy corto
sobre el fútbol como un divertimento manipulado por los medios, en donde los narradores crean a su acomodo las
situaciones de los partidos toda vez que los estadios ya no existen; los jugadores son invenciones de los grupos
económicos o de los dueños de los equipos, algo que podría parecer el exterminio del deporte de masas, pero que en
suma es la reiteración de la necesidad de la emoción que genera la contienda del balón, quien lo creyera, Borges
necesitó escribir sobre fútbol para, aunque fuera ficticiamente, aniquilarlo.

https://www.vavel.com/es/futbol-internacional/2016/06/12/658035-hooligans-cargando-de-razones-a-borges.html

https://futbolclubdelectura.com/2016/01/04/4-de-enero-y-albert-camus/

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