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Mi amigo el machete
A la edad de 10 años mientras mi mamá vendía pilas de frutas en una cuadra de la Galería
de Manizales, en la esquina de la misma plaza, donde se acostumbran a tumultuarse
diferentes trabajadores para vender racimos de plátanos, yo veía a uno de los vendedores,
un hombre de estatura mediana, escaso pelo, con un poncho enrollado en su cuello con el
que se limpia el sudor de su cara, la camisa semiabotonada debido a su excesiva barriga y
con un machete en la mano, correr de tras de un indigente al cual le propició diversos
impactos generándole grandes hematomas lineales en su cuerpo, al parecer por haberle
robado plátanos de uno de sus racimos. Fue ahí donde entendí el concepto de “planazo”.
Éste, a diferencia del “machetazo” el cual es capaz de mutilar cuerpos y quebrar cráneos,
crea heridas en la piel que, aunque superficiales, son muy dolorosas. Mientras que el
planazo se realiza con la parte plana de la hoja del machete, el machetazo se efectúa con
todo el filo, pero ambos se hacen con la misma herramienta: el machete.
En Ruanda, para el año de 1994 se lleva a cabo uno de los genocidios más grandes y
recientes de la historia. Debido al asesinato de un líder de la cultura Hutu por parte de un
integrante de la cultura tutsi se desata un sangriento asesinato en masa de la cultura tutsi
por parte de los hutu, exterminando al 75% de la población tutsi. La mayoría de estos
asesinatos se realizaron a punta de machete. Era tanta la deshumanización hacia esta
cultura tutsi que no valía la pena gastar recursos en armas de fuego teniendo toda una
importación de machetes. Del 25% de sobrevivientes la mayoría quedaron mutilados, pues
los hutus que apenas estaban aprendiendo a usar el machete no eran muy certeros al
momento de matar a sus víctimas y sólo conseguían mutilarlos. Otros más expertos y
osados clavaban el machetazo sin piedad en la cabeza de sus adversarios causándoles
una muerte instantánea. A punta de machete y garrote logró llenarse todo un país de
cadáveres. ¿Quién pensaría que aquella herramienta de agricultura se convertiría en un
arma capaz de matar a 800.000 personas en menos de 100 días? El periodista Jean
Hatzfeld en su libro “Una temporada de machetes” recuerda que en Alemania la meta del
genocidio fue “purificar el ser y el pensamiento” mientras que en Ruanda fue “purificar la
tierra”. La misma herramienta que necesitaba de la motricidad del hombre para poder
actuar, ahora parece necesitar el odio o la sinrazón para convertirse en un arma masiva y
económica de asesinato.
No necesitamos ir muy lejos para ver el canon que ha alcanzado el machete como arma. El
cine también nos da muestras de las maravillas que tiene esta arma. La película
hollywoodense protagonizada por Danny Trejo y que tiene el título de “Machete”, trata sobre
la historia de un hombre el cual es traicionado por alguien que lo contrató para matar a un
senador, en venganza decide cometer una serie de asesinatos (muchos, como en toda
película de acción), todos a punta de machete.
Hasta para la leyenda del “El Putas de Aguadas” ha sido indispensable esta herramienta,
pues a su figura siempre lo acompaña un machete entre una cubierta la cual va al lado
izquierdo de la cintura para una mayor comodidad y agilidad cuando toque desenfundarlo
con la mano derecha. El machete es y ha sido el amigo que siempre nos ha acompañado,
nos ha servido como herramienta, pero también como arma cuando así se requiere. Lo
Invito a usted señor lector para que lo verifique usted mismo. Busque en los rincones de su
casa o de bajo de la cama, donde usualmente lo guarda y verá que él siempre está ahí para
cuando lo necesite. Como todo amigo, hay que cuidarlo, envolverlo en papel periódico para
que no vaya a ocasionar un daño, limarlo y cuidarlo del óxido porque quisiéramos que
siempre nos acompañara.