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Solo vecinos

Barbara Boswell

Solo vecinos (1998)


Pertenece a la Temática Hombre del mes
Título Original: That marriageable man (1998)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Deseo 803
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Rafe Paradise y Holly Casale

Argumento:
El atractivo Rafe Paradise vivía solo y satisfecho… hasta que «heredó» a
cuatro niños traviesos y problemáticos.
Rafe estaba decidido a ser un padre soltero ejemplar, pero la presencia de
Holly Casale, la vecina de al lado, le impedía concentrarse en sus deberes
paternales.
Para ser amante de Holly debía hacerla su esposa. Y el matrimonio no
entraba en los planes de Rafe… ¿o sí?
Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

Capítulo 1
—¿Seguro que quieres ir? —Brenna Worth miró detenidamente a su amiga
Holly Casale sin molestarse en disimular su preocupación. O su incredulidad.
—¿Tú también? —Holly meneó la cabeza y logró esbozar una sonrisa leve—.
Llevo semanas intentando defender mi decisión ante la familia, y esperaba no tener
que hacerlo contigo, Brenna. ¿No puedes alegrarte por mí? Esto representa una gran
oportunidad en mi carrera de psiquiatra. Cuento con las referencias de los Widmark,
lo que supondrá una enorme ventaja. Ya me han pedido que colabore como
voluntaria en el Gabinete para adolescentes con problemas.
—¿Aparte de tu trabajo diario?
—Será la forma ideal de relacionarme con la comunidad y trabajar con niños.
Sabes que es el campo que más me interesa, Brenna.
—Los adolescentes problemáticos no son niños. Son peligrosos y conviene
evitarlos —afirmó Brenna—. Me apena que no quieras establecerte aquí, Holly. Tu
madre me comentó que habías recibido varias ofertas. ¡Sería estupendo que
volviéramos a vivir otra vez en la misma zona! Con toda franqueza, ¿cómo me voy a
alegrar si tu nuevo trabajo está en Dakota del sur?
—Cuidado, Brenna. Empiezas a hablar como mi madre. Cuando le comenté que
me trasladaba a Sioux Falls, sus primeras palabras fueron: «Ya que deseas irte a un
sitio remoto y con mal clima, ¿por qué no te mudas a Alaska? Allí, al menos, hay
muchos hombres disponibles, según dicen».
—Y entonces, claro, una de tus tías intervino —dijo Brenna. Conocía a la familia
de Holly muy bien.
—Sí. Tía Hedy dijo que con la escasez de mujeres en edad casadera que hay en
Alaska, encontraría marido en un santiamén —Holly esbozó una risita sardónica.
Brenna suspiró.
—No se dan por vencidas, ¿eh?
—No. Seguirán erre que erre hasta que me vean casada o muerta. Ya he
recibido cinco ejemplares de Las reglas. En edición de tapa dura —Holly abrió el
armario y sacó varias copias del libro, que ofrecía consejo a las mujeres acerca de
cómo encontrar el hombre perfecto—. Mi madre me lo compró en cuanto apareció en
las librerías. Luego tía Hedy y tía Honoria me regalaron un ejemplar cada una. Los
ejemplares de mis primas Hillary y Heather me llegaron por correo el mismo día. Mi
hermana no deja de preguntarme sobre el contenido para ver si lo he leído ya. En fin,
toda la familia opina que necesito ayuda para cuando surja un hombre en mi vida.
—La sutileza nunca ha sido el fuerte de tu familia, Holly.
—Y menos en lo concerniente a los hombres y el matrimonio. Puedes quedarte
un ejemplar si quieres, Brenna —Holly dejó escapar una risita—. Al fin y al cabo, tú
también sigues soltera. Quizá encuentres consejos interesantes para…

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

—¡No lo digas ni en broma! Estoy demasiado ocupada con mi carrera como


para ponerme a cazar un marido.
—Mi familia diría que eso es una blasfemia. O una locura —la sonrisa de Holly
se desvaneció—. ¿Comprendes ahora por qué no deseo quedarme aquí, Brenna?
Quiero mucho a mi familia, pero no soportaría vivir con ellos de forma definitiva.
Brenna lo comprendía perfectamente.
—Intentarían emparejarte con todos los solteros de la zona.
—Ya tengan veinte o sesenta años —Holly emitió un gruñido de exasperación.
«El corazón no conoce edad», le había dicho alegremente tía Hedy. Había
intentado emparejarla con un agente inmobiliario viudo y con cinco hijos.
«Un hombre joven necesita la guía de una mujer mayor y cariñosa», le había
dicho tía Honoria. Le había buscado un pretendiente de veintidós años, loco por los
videojuegos y con mentalidad de crío.
«Tus tías te quieren. Se preocupan por ti. Saben que una mujer no es feliz sin el
cariño de un marido.» Helena Casale, la madre de Holly, no censuraba las
intenciones casamenteras de sus hermanas.
Ella misma había apañado varias citas a ciegas para su hija, todas ellas con
infaustos resultados.
Hope, la hermana mayor de Holly, y sus primas Hillary, Heather y Hayley,
también habían hecho su contribución a la causa, presentando a Holly un
contingente de hombres a lo largo de los años. Pero de aquellas citas siempre había
surgido amistad, en lugar de romance, pues tanto Holly como los candidatos a
maridos acababan reconociendo que su relación estaba destinada a ser platónica, y
no romántica.
A los miembros femeninos del clan les desesperaba el hecho de que Holly, que
tenía tantas amistades masculinas, no acabara de conseguir el premio definitivo… un
anillo de compromiso. Tanto Hillary como Heather estaban ya casadas y tenían una
hija cada una. Hope y Hayley, por su parte, se afanaban concienzudamente en
concebir descendencia.
—Supongo que el hecho de que la pequeña Heidi esté comprometida y planee
casarse no te lo pone más fácil —se compadeció Brenna.
La pequeña Heidi era la prima más joven de Holly. Acababa de cumplir veinte
años y ya lucía un brillante solitario en el dedo. Se trataba de una imitación barata
comprada con los modestos medios del futuro esposo, un estudiante de veintiún
años, pero no dejaba de ser un anillo de compromiso auténtico.
—Pobre mamá. Lo sentí tanto por ella cuando Heidi anunció su compromiso en
el almuerzo mensual de la familia —Holly hizo una mueca al recordarlo—. Dijo que
se sentía emocionada, pero se marchó a los pocos minutos con la excusa de que le
había hecho daño la comida. Todos sabíamos que, en realidad, estaba desolada.
—No importa que su hija se haya graduado con honores en la Universidad de
Michigan —dijo Brenna con los ojos azules inflamados—. Eso no cuenta, porque es

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Honoria la que se reunirá con los asesores matrimoniales e irá con Heidi a comprar el
vestido de novia.
—Exacto. Lo único que le importa a mi madre es que tengo veintinueve años y
ninguna perspectiva de futuro con un marido.
—¡Dios mío, Holly, me estoy poniendo furiosa!
—Pues cálmate. Como psiquiatra recién licenciada, te aconsejo que canalices tu
rabia y la emplees en algo positivo. Por ejemplo, en hacer planes para visitarme
cuando me haya instalado en Sioux Falls.
—Te prometo que te visitaré —Brenna hizo un ademán afirmativo—. Y tendrá
que ser pronto, porque allí llega el invierno enseguida, ¿no? A primeros de
septiembre o así…
—Dakota del sur no está en el Ártico, Brenna. Y teniendo en cuenta los
inviernos que pasamos en Michigan, no somos quiénes para criticar el clima de otros
sitios.
—Ya te pones a la defensiva cuando critican tu nuevo hogar. Bueno, supongo
que Sioux Falls tiene suerte al recibirte como vecina, Holly. Espero que… —Brenna
hizo una pausa y sus ojos emitieron un brillo pícaro—. Espero que allí encuentres al
hombre de tus sueños. ¡Imagina cómo reaccionaría tu familia!
Llamaron a la puerta, y a continuación Helena Casale entró en el dormitorio de
Holly.
—¿Cómo va ese equipaje? —preguntó mirando de soslayo las maletas medio
llenas de ropa.
—Todo va perfectamente, mamá.
—No olvides llevarte esto, Holly. A lo mejor puedes necesitarlo para obtener
alguna referencia —Helena Casale introdujo un ejemplar de Las reglas en la maleta, y
luego le pasó otro a Brenna—. Llévate uno tú también, querida. Los autores
garantizan buenos resultados si se siguen sus consejos. Se rumorea que la novia de
J.F.K. Jr. leyó el libro.
Holly miró a Brenna y leyó el mensaje silencioso que su amiga le dirigía con los
ojos. Aceptar la oferta de ejercer en Sioux Falls, Dakota del sur, lejos de su familia,
había sido sin duda la decisión correcta.

El avión aterrizó en el aeropuerto de Sioux Falls con casi dos horas de retraso,
debido a ciertos problemas técnicos detectados en Minneapolis poco antes de
despegar.
Rafe Paradise echó una nueva ojeada a su reloj.
—Mirando el reloj no logrará que el tiempo pase más deprisa —dijo la mujer
que estaba sentada a su lado. Era una rubia bajita que hablaba en tono divertido—.

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No hace ni diez minutos que consultó la hora. Tiene prisa por volver a su casa,
¿verdad?
—Pues la verdad es que no —Rafe consiguió devolverle la sonrisa. Había una
diferencia entre desear volver a casa y tener que regresar cuanto antes, aunque no le
apetecía hablar de los motivos con la atractiva rubia.
Había estado flirteando con él durante todo el vuelo, y ya había logrado sacarle
que no estaba casado, que era abogado y vivía en Sioux Falls, y que, aparte de eso, no
había nada más digno de mención en su vida. Rafe había contestado a sus preguntas
sin hacer ninguna, pero la rubia había proseguido con la conversación, sin dejarse
desanimar por sus asépticas respuestas.
Ya sabía que se llamaba Lorna Larson, que vivía en Twin Cities y que estaba
haciendo uno de sus habituales viajes de negocios a Sioux Falls. Rafe intentó hablar
lo menos posible. ¿Para qué molestarse en seguirle el juego? En cuanto le comentara
cuál era su situación, el chispeante brillo de los ojos de Lorna se apagaría.
A él no le importaba. Su interés en el sexo era prácticamente nulo, reconoció
Rafe sombríamente, y la falta de compañía femenina ya apenas le afectaba. Desde
que había «heredado» a sus dos hermanas menores el año anterior, había otros
términos para describir la forma en que habían aterrizado en su vida, pero
«heredado» era el más caritativo, su vida social se hallaba tan extinta como los
neandertales que habitaron la Tierra en el pasado.
Quizá estaba a punto de desentrañar el misterio de su extinción, pensó Rafe con
pesimismo. La especie había desaparecido a causa del desinterés y la poca energía
sexual. Rafe podía identificarse con ellos perfectamente. Ni siquiera se acordaba de
cuándo hizo el amor por última vez. Desde luego, fue antes de que Camryn y Kaylin
se mudaran a su casa. Antes de que sus hermanitos menores, Trent y Tony, pasaran
gradualmente de visitarlo a quedarse a vivir con él. Sus últimas citas habían
terminado en desastre a causa de las crisis que tenía con sus hermanos.
Lorna Larson le puso en la mano su tarjeta mientras sacaban el equipaje de los
compartimentos superiores.
—He anotado el nombre del hotel donde me hospedaré. Llámeme y
quedaremos para tomar una copa.
Su sonrisa prometía mucho más. Obviamente, le apetecía vivir unas cuantas
emociones fuertes durante su estancia en Sioux Falls.
Rafe murmuró una respuesta educada y se introdujo la tarjeta en el bolsillo de
la americana, sabiendo que no la llamaría. No le quedarían ánimos para salir de
copas después de pechar con sus hermanos. Sobre todo, después de haber pasado
quince días fuera. Solo Dios sabía en que se habrían metido mientras estaban solos.
Al menos, había tenido el acierto de pedirle a Joe Stone, su amigo policía, que echara
un vistazo a la casa de vez en cuando. Así se evitaría que toda la población
adolescente de Sioux Falls se metiera en ella para dar fiestas.
Se acordó de aquella fatídica primera vez, que se ausentó en un viaje de
negocios, poco después de la llegada de los chicos. Había pensado, ingenuamente,

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que se comportarían como si él estuviera en casa. Sin embargo, la casa fue testigo de
una fiesta salvaje que habría enorgullecido a los antiguos romanos. Aparte de eso,
Trent y Tony se habían dedicado a practicar el béisbol, el fútbol y el hockey en las
habitaciones, sin consideración alguna hacia las lámparas y los cristales de las
ventanas.
De nuevo, los chicos ocupaban su mente y le impedían pensar en nada más. La
obsequiosa Lorna Larson ya había quedado relegada al reino de los olvidados.
Rafe fue a los aparcamientos a recoger el coche y, mientras circulaba por la
Interestatal 90, hacia su casa, sintió el impulso repentino de no detenerse, de dirigirse
a la costa oeste sin mirar atrás. Era una idea francamente tentadora.
Pero su sentido del deber y de la responsabilidad eran más poderosos que su
anhelo de libertad. Rafe Paradise se dirigió a casa.

—Vamos a tener vecinos nuevos y fabuloso será. A lo mejor tienen un hijo de


nuestra edad y a nuestro colegio irá. Podremos jugar al golf y… —Trent, de diez años
de edad, se interrumpió en mitad de la canción rap que estaba componiendo—. ¿Qué
palabra rima con golf? —siguió marcando el ritmo, tamborileando en la mesa con
dos reglas de madera.
—Nada rima con golf —contestó Kaylin, de dieciséis años—. ¿Por qué no
pruebas con otra palabra? Pelota, por ejemplo. Hay un montón de cosas que riman
con pelota. Bota, marmota, cabezota…
—¡Basta! Me siento como si estuviera atrapada en un libro del doctor Seuss —
Camryn, de diecisiete años, se hallaba tumbada en el sofá, con una bolsa de hielo en
la frente—. ¿Quieres dejar de dar golpes en la mesa, Trent? La cabeza me va a
estallar.
—¿Te emborrachaste anoche, Camryn? —preguntó Trent.
—¡Eso no es asunto tuyo! Además, seguro que irías corriendo a contárselo a
Rafe, miserable traidor —Camryn dejó escapar un gemido—. Kaylin, tráeme un par
de aspirinas. Y una cola. Y un helado.
—Voy —Kaylin se escabulló hacia la cocina para cumplir la petición de su
hermana.
—No es tu esclava, ¿sabes? —declaró Trent—. La esclavitud va contra la ley.
—Y el asesinato. Pero como no dejes de hacer ruido, te mataré sin pensármelo
dos veces —advirtió Camryn.
Trent empezó de nuevo a marcar el ritmo con las reglas al tiempo que
componía otra letra, y Camryn le lanzó la bolsa de hielo, pero él la esquivó
hábilmente, entre risas. Por desgracia, la bolsa alcanzó al enorme perro cruzado que
dormitaba en medio del salón. El animal se despertó y empezó a ladrar.

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—Oh, pobre Hotdog —Trent trató de consolarlo dándole palmaditas en la


cabeza. El perro le lanzó un mordisco—. ¿Por qué me odia tanto Hotdog? —dijo Trent
retirando rápidamente la mano.
—No te odia. Suele estar de malas pulgas cuando se despierta —explicó
Camryn—. Vamos, Hotdog. Ven aquí, precioso. Lo siento, ha sido sin querer.
—Sí. Quería darme a mí, chico, no a ti —Trent intentó acariciar otra vez a
Hotdog, pero el perro mostró los dientes y gruñó—. Creo que sigue de malas pulgas.
—No le gusta vivir aquí —explicó Camryn—. Prefería Las Vegas, igual que yo.
Claro que, ¿quién no preferiría Las Vegas a Sioux Falls?
—¡Yo! —exclamó Trent—. A mí me gusta Sioux Falls.
—Eso es porque tú y tu hermanito lleváis toda la vida aquí. No conocéis otros
sitios —Camryn exhaló un doliente suspiro—. Por cierto, ¿dónde está ese crío?
—Anoche se quedó a dormir en casa de los Steen. Hoy iban a visitar el zoo.
Dijeron que podíamos acompañarlos si queríamos. ¿Sabes qué te digo, Camryn?
Cuando sea un jugador de golf profesional, viajaré a un montón de sitios —prometió
Trent—. E iré a Las Vegas.
—Probablemente te gastarás todo el dinero de los premios en las máquinas
tragaperras —repuso Camryn con una risita.
—Creo que Trent será un estupendo jugador de golf —terció Kaylin, que
acababa de volver de la cocina—. Será tan bueno como Tiger Woods. O mejor
incluso.
Trent sonrió de oreja a oreja.
—Compraré una gran mansión en Las Vegas y viviremos en ella todos juntos.
Tú, yo, Tony, Camryn, Rafe y Hotdog. Y mi madre también, si quiere.
—¿Qué me dices de Flint? ¿Y de Eva? —Camryn se incorporó para tomarse las
aspirinas con un sorbo de cola—. ¿También vivirán en la mansión con nosotros?
—No —Trent sacudió la cabeza con decisión—. Flint querrá quedarse aquí
trabajando, y Eva…
—No viviría con nosotros aunque le pagaran por ello —concluyó Camryn por
él—. Nos odia demasiado.
—Me pregunto por qué motivo —Trent pareció abatido—. Ojalá no nos odiara.
Minutos más tarde, Rafe Paradise entró en el salón y encontró a Camryn
desayunando cola con helado y a Kaylin sentada en su gran mecedora azul. Tenía a
Hotdog abrazado, y el perro babeaba con entusiasmo sobre el tapizado de la
mecedora.
El pequeño Trent estaba tumbado en el suelo, boca abajo, mirando la televisión.
Veía un programa de dibujos animados en el que los personajes se agredían los unos
a los otros con armas nucleares.
Rafe no sabía por dónde empezar. Dado que Trent se puso de pie y corrió
alegremente a darle la bienvenida, decidió que podía dejar el asunto de los dibujos

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animados violentos para más tarde. Trent se detuvo a escasos centímetros de Rafe,
con los brazos en los costados, y le sonrió. Rafe lo saludó devolviéndole la sonrisa.
—Hola, Rafe. ¿Has tenido buen viaje? —preguntó Kaylin.
—Sí, no ha estado mal —contestó Rafe. Estaba especializado en contratos
legales, y sabía que los detalles de su trabajo aburrían a los chicos, por eso evitaba
hablarles del tema.
Se fijó en Camryn, que se mostraba absolutamente ajena a su presencia. Estaba
vertiendo cola en el vaso de helado y removiendo la mezcla con una cuchara antes de
engullirla. ¡Y eran las diez de la mañana!
Rafe hizo una mueca de desagrado.
—¿Qué clase de desayuno es ése?
—El único que me apetece —repuso Camryn.
—Pero no es bueno. Fui al supermercado antes de salir para Minneapolis. Sabes
que tenemos zumo de naranja y huevos…
—¡Basta ya, Rafe! —exclamó Camryn—. Estás tratando de revolverme el
estómago aposta.
—Yo tomaré zumo y huevos, Rafe —dijo Trent—. Me gusta el huevo frito
encima de la tostada, como lo prepara mi madre algunas veces.
Rafe lo miró perplejo. No tenía ni idea de cómo preparaba su madre los huevos
fritos.
—Yo sé a qué se refiere. Le prepararé uno —Kaylin se levantó y se dirigió hacia
la puerta—. ¿Alguien más quiere comer algo?
—No, gracias —Rafe estaba agradecido por el talante de Kaylin. Era una chica
muy alegre y siempre se mostraba dispuesta a ayudar en casa, al contrario que
Camryn, que a veces exhibía una conducta casi demoniaca. Lamentablemente, Kaylin
estaba tan empeñada como su hermana en juntarse con quien no debía. Rafe notó
que le palpitaban las sienes.
—¿Salieron anoche las chicas, Trent?
—No lo sé —respondió el niño—. Estuve jugando con mi Gameboy. Es el mejor
regalo que me han hecho nunca, Rafe. Gracias otra vez.
Rafe comprendió la situación al instante. Trent no pensaba delatar a Camryn y
Kaylin porque seguramente lo habían amenazado. Quizá si recurría al viejo truco de
reformular la pregunta…
—¿A qué hora volvieron las chicas anoche, Trent?
—No sé nada. Estuve jugando con mi Gameboy —Trent siguió aferrado a su
excusa.
—Por cierto, Tony está con los Steen —dijo Camryn con el tono ácido que solía
utilizar para lanzar reproches—. ¿Te has olvidado de él? Porque no lo has nombrado
desde que llegaste.

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—Iba a preguntaros dónde estaba —Rafe se sintió un poco culpable.


Al pasear la mirada desde el chico a las chicas, y luego al perro, notó que lo
invadía una marcada sensación de irrealidad. Ya había pasado un año, pero aún le
costaba trabajo creer que estuvieran viviendo allí, con él. Que la despreocupada vida
de soltero que había llevado hasta entonces hubiese cambiado de forma tan radical.
—Hoy llegan los nuevos vecinos —dijo Trent volviéndose a tumbar en el
suelo—. ¿Has visto el camión de mudanzas al llegar, Rafe?
—No, no he visto ningún camión —Rafe se compadeció de los nuevos vecinos
que habían tenido la mala fortuna de alquilar o comprar la otra mitad de la casa.
Sabía que el ruido y las travesuras de los chicos habían obligado a los Lambert, la
pareja de yuppies que la habían ocupado anteriormente, a mudarse a otra parte del
pueblo.
—A lo mejor han llegado ya. Iré a echar un vistazo —Trent se levantó de un
salto, salió de la casa y cerró dando un estruendoso portazo.
Camryn se llevó las manos a la cabeza.
—Me ha sentado como un cañonazo al cerebro —se quejó.
—¿Adonde fuiste anoche y a qué hora te recogiste? —preguntó Rafe de mala
gana, pues odiaba su papel de guardián protector. Se trataba de un papel impuesto y
sabía que no lo desempeñaba bien.
—Fui a jugar un partido de golf con mis amigos, y luego nos detuvimos en el
Dairy Queen a tomar unos helados. Y sí, regresé antes del toque de queda —Camryn
esbozó una sonrisa decididamente angelical.
Rafe se había dejado engañar por la chica al principio, pero enseguida se dio
cuenta de qué pie cojeaba. Era un lobo con piel de cordero.
—Sí, claro —respondió en tono incrédulo—. Y Kaylin pronunciará el discurso
de despedida de su clase, y tú serás la reina del baile de fin de curso.
Ambas circunstancias eran tan inciertas como la explicación de Camryn sobre
cómo había pasado la noche.
Kaylin entró en la habitación con un plato de huevos fritos y tostadas y un vaso
de zumo.
—¿Dónde está Trent?
—Atormentando a los nuevos vecinos, seguro —Camryn echó una ojeada a la
comida y se incorporó dando un respingo—. ¡Me muero de hambre! ¿Puedo?
—Es para Trent —protestó Rafe.
—Le prepararé otro plato. Total, cuando vuelva se habrá enfriado —Kaylin le
pasó la comida a su hermana, se sentó en la mecedora azul, y acarició a Hotdog. El
perro abrió un ojo y luego volvió a cerrarlo, aceptando su presencia sin protestar—.
Me siento un poco mal. Tengo ganas de vomitar. No debí comer tantas cortezas con
queso.
—¿Para desayunar? —Rafe reprimió un gruñido.

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—Las tomé con leche —se defendió Kaylin—. La leche es muy sana.
—¡Pero no vomites aquí dentro o vomitaré yo también! —Camryn se estremeció
al tiempo que empezaba a engullir la comida.
Rafe decidió no seguir participando en la conversación.
—Me voy arriba a deshacer el equipaje y cambiarme de ropa —dijo, y salió
presuroso de la habitación.

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Capítulo 2
En cuanto Holly aparcó el Chevy delante del número 101 de Deer Trail Lane, un
chico joven se acercó corriendo para darle la bienvenida.
—Soy Trent —anunció mientras Holly se apeaba del coche—. Vivo en la puerta
de al lado —señaló con el dedo—. Verás, nuestras casas están juntas. Si mi hermano y
yo aporreamos la pared, lo oirás perfectamente.
Parecía muy satisfecho con la idea. Holly se preguntó, con cierta aprensión, si el
chiquillo y su hermano aporrearían las paredes con mucha frecuencia.
—Tony y yo sabemos el código Morse —siguió diciendo Trent con un brillo de
entusiasmo en los ojos—. No solo el SOS, sino todas las letras.
—Habréis tenido que practicar mucho —dijo Holly educadamente.
—Sí. Te enseñaremos, y podremos enviarnos mensajes. ¿Cómo te llamas?
—Holly.
—¿Puedo llamarte así? ¿O eres la señora de alguien?
—Llámame Holly. No estoy casada —qué irónico que alguien le preguntara
sobre su estado civil nada más poner el pie en el nuevo vecindario. ¿Sería aquel crío
un agente de su madre?
Holly sonrió e intentó aparentar un entusiasmo mayor del que sentía realmente.
El largo viaje en coche la había extenuado, y la perspectiva de aprender Morse y
enviar mensajes a través de las paredes no le resultaba muy apetecible. Estaba
muerta de hambre, tenía el cuerpo entumecido y se sentía algo frustrada por no
poder mudarse a la casa aquel mismo día, como había planeado.
Trent siguió charlando, asestando mandobles con un palo de golf como si de
una espada se tratara. Holly trató de escucharlo y de responder a sus numerosas
preguntas, pero tenía la cabeza demasiado ocupada con el asunto de la mudanza.
Acababa de enterarse de que el camión que transportaba los muebles no llegaría
hasta el día siguiente.
—¡Fíjate en esto! —exclamó Trent colocando una pelota de golf en el césped.
Holly observó cómo golpeaba la pelota con asombrosa fuerza. Al cabo de un
par de segundos, la pelota se estrelló contra una de las ventanas de su casa e hizo
añicos el cristal.
—¡Odio cuando ocurre eso! —se quejó Trent—. ¿Por qué los cristales se
romperán con tanta facilidad?
Holly miró con resignación la ventana rota.
—Eres un lanzador muy hábil, Trent —dijo—. Pero deberías practicar en un
campo de golf, no aquí.
—Ya. Eso mismo dice Rafe —Trent suspiró.

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En ese momento se oyó una profunda voz masculina.


—Trent, he oído ruido de cristales.
Holly se giró y vio que un hombre alto, moreno, vestido con téjanos y camiseta,
se acercaba a ellos.
—Oh, oh. Ahí viene Rafe —el chico bajó la voz y dijo en tono urgente—: ¿Te
importaría decirle que tú has roto la ventana? —le puso a Holly el palo de golf en la
mano—. Yo iré a buscar la pelota mientras se lo explicas.
Pero Rafe llegó antes de que Trent pudiera escabullirse. Miró la ventana rota,
luego al chico, y finalmente a Holly, que seguía con el palo de golf en la mano.
—Bienvenida al barrio. Soy Rafe Paradise.
—Gracias. Me llamo Holly Casale y soy de, eh, Michigan.
—¡Y le encanta el golf! —exclamó Trent.
—No te esfuerces, Trent. Sé que la ventana la has roto tú —Rafe tomó el palo de
golf de la mano de Holly—. Tendremos que ponernos de acuerdo sobre cómo
pagarás el desperfecto.
—¡Estás enfadado conmigo! —gimió Trent—.—¡Me odias! ¡Me vas a echar de la
casa, lo sé! —llorando a pleno pulmón, echó a correr calle abajo.
Holly estaba estupefacta.
—¿No debería ir tras él?
—No. No tiene a donde ir y lo sabe. Su madre lo enviaría de vuelta si se le
ocurriera ir a su casa. Seguro que se llegará a casa de los Steen —ambos observaron
cómo el pequeño corría hacia la puerta de una casa situada en el otro extremo de la
calle. Una mujer lo recibió y lo invitó a entrar con una sonrisa—. Son unos buenos
vecinos. Que Dios los bendiga —se cambió de mano el palo de golf—. Quiero que
Trent asuma la responsabilidad del destrozo. ¿Qué le parece si le corta el césped
durante el resto del verano? Por supuesto, me haré cargo de los gastos de la
reparación.
—Hay algo que no entiendo —Holly alzó la vista para mirarlo. Era un hombre
altísimo.
—Siéntase libre de preguntar lo que quiera —respondió Rafe. Le brillaron los
ojos.
—¿Trent es su…?
—Es mi hermano adoptivo —respondió él rápidamente—. Eso explica cómo un
niño rubio de ojos azules puede ser hermano de un indio mestizo, ¿no cree?
—Oh.
—Creo que será mejor que nos tuteemos. Al fin y al cabo, vamos a vivir puerta
con puerta, como quien dice. Y mi hermanito ya ha empezado a romperte cosas.
—Ese tipo de accidentes son muy habituales —dijo Holly—. No tienes por qué
preocuparte.

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Rafe se quedó mirándola. De repente, notó que en su cabeza estallaba una salva
de fuegos artificiales. La sonrisa de Holly le afectaba visceralmente. Tuvo que hacer
un esfuerzo para respirar mientras una oleada de deseo sexual lo recorría por dentro.
¿Por qué? Rafe no daba crédito a aquella reacción tan poderosa y espontánea.
No creía en los amores a primera vista. De hecho, jamás había experimentado nada
parecido a un flechazo. Atracción, tal vez sí. Pero, ¿excitarse simplemente mirando a
una desconocida? No, jamás le había ocurrido. Ni siquiera cuando, de más joven,
ojeaba ciertas revistas.
Se removió, incómodo por la súbita tirantez de los téjanos, y rogó al cielo que
ella no se diera cuenta. Pero Holly parecía muy concentrada en el coche cargado de
bultos que la esperaba en el camino de entrada.
—Bueno, será mejor que empiece a desempacar —dijo dirigiéndose hacia el
vehículo—. Encantada de conocerte, Rafe.
—¿Quieres que te ayude a descargar el coche? —Rafe la siguió como Hotdog
solía seguir a cualquiera que llevase un donut en la mano. Su ofrecimiento, además
de basarse en un deseo sincero de ayudar, constituía una suerte de antídoto. ¡No
había nada como el esfuerzo físico para mitigar la pasión!
—Claro, si eres tan amable —Holly volvió a sonreírle.
Rafe se detuvo en seco, de nuevo con los ojos clavados en ella. En su esbelta
figura, acentuada por los pantaloncitos cortos y el jersey azul que llevaba. Tenía la
piel suave y tersa como el marfil. El cabello, espeso y de tonalidad oscura, le caía
suelto sobre los hombros. Observó sus rasgos exquisitos, deteniéndose especialmente
en sus enormes ojos marrones y sus labios carnosos y bien formados.
Mientras la observaba, Holly abrió la portezuela del coche para sacar los bultos.
Rafe meneó la cabeza. La deseaba, pero ella apenas parecía consciente de su
presencia. ¡Qué situación tan estúpida!
«¡Domina tu ego!», se ordenó Rafe. Holly Casale estaría, sin duda, felizmente
casada, y solo tenía ojos para su marido. Lo cual hacía que su inesperada excitación
resultara aún más indecorosa.
La falta de compañía femenina le estaba pasando por fin factura, pensó Rafe
sombríamente. Intentó recordar dónde había puesto la tarjeta de Lorna Larson.
—Trent dice que vive aquí —dijo Holly en tono ocioso mientras él sacaba del
coche un saco de dormir.
—Exacto. Y su hermanito Tony también —Rafe observó cómo la tela de los
pantaloncitos se le ceñía al trasero al inclinarse en el interior del coche. Se notó la
boca seca.
—¿Tu hermano pequeño y su «hermanito» viven contigo? —Holly sentía
curiosidad—. ¿Y eso?
Incluso su voz era sexy, se dijo Rafe, incapaz de apartar los ojos de ella. Su tono
profundo y gutural resultaba a la vez tranquilizador y estimulante. Se fijó en sus
manos mientras agarraba las bolsas, en sus dedos largos y elegantes, en sus uñas

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cuidadas y pintadas de rosa pálido. No llevaba anillo de casada. Sin darse cuenta,
Rafe empezó a fantasear sobre aquellas preciosas manos sin anillos…
—Es una historia muy larga —respondió al fin. Holly sacó su maletín de
trabajo, del tipo que solían utilizar tradicionalmente los médicos, y Rafe se quedó
mirándolo boquiabierto—. ¿Eres médico? —inquirió en tono incrédulo.
—Sí. ¿Te extraña?
—Pareces demasiado joven para ser médico. Y demasiado guapa.
—Hoy en día, la gente acepta con naturalidad que haya médicas además de
médicos —bromeó ella.
Caminaron juntos hacia la puerta principal de la casa.
—Yo acepto que existan médicas —se defendió Rafe—. Solo he dicho que
pareces demasiado joven y guapa para serlo.
Holly puso los ojos en blanco.
—No sé cómo responder a ese cumplido.
—No era un cumplido, sino una simple observación. No tengo nada en contra
de las médicas. De hecho, mi hermanita estudia tercer año de medicina, y le va muy
bien.
—¿Es joven? ¿Y guapa?
—Touché, doctora —Rafe soltó una risita, dándose por vencido—. Eva es joven,
guapa y muy capaz.
Holly introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Rafe la siguió al frío
interior de la casa y echó un vistazo a su alrededor.
—Es idéntica a la mía —observó, y pensó en la pandilla que habitaba en su
mitad del dúplex—. Pero mucho más silenciosa y tranquila.
Holly depositó las bolsas en el suelo del salón en forma de L y miró una de las
paredes.
—Esa debe de ser la pared colindante. Trent me comentó que él y su hermano
suelen enviar mensajes en Morse a través de las paredes.
—Ahora comprenderás por qué la inmobiliaria te ha dejado la casa a tan buen
precio.
—La he alquilado con opción a compra —explicó ella.
—Sabia decisión. Aún estás a tiempo de echarte atrás —Rafe la miró a través del
montón de ropa que acarreaba—. ¿Dónde la dejo? —de nuevo, se fijó en sus grandes
ojos, en su piel tersa, en sus largas piernas. Comprendió, consternado, que seguía en
un estado de marcada excitación. Pero, obviamente, no había suscitado en Holly el
menor interés sexual.
Emitió un quejido de disgusto.
Ella reaccionó de inmediato.

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—Oh, lo siento. Yo pensando en las musarañas, y tú cargado con un montón de


ropa.
Había malinterpretado la razón del quejido. Rafe no sabía si quejarse de nuevo
o echarse a reír.
—Supongo que la ropa debe de ir arriba, a mi dormitorio —Holly lo condujo
rápidamente por las angostas escaleras hasta el más espacioso de los tres dormitorios
que había en la casa. Al otro lado de la pared se hallaba el dormitorio de Rafe. Trató
de no pensar en lo cerca que estaría de Holly cuando ambos ocuparan sus respectivas
camas. Sin esperar más instrucciones, dejó las perchas de ropa en el armario.
—Muchas gracias —exclamó Holly—. Sé cuánto pesan esas…
—No tienes que agradecerme nada. Aún queda mucho que descargar. ¿Cuándo
llega el resto de tus cosas?
—Con suerte, mañana, según me han comentado en la empresa de mudanzas.
Rafe se frotó la mandíbula.
—Siempre que oigo eso de «con suerte», me temo lo peor. Es posible que el
camión se presente el mes que viene.
—Sí, yo también lo he pensado. Por suerte, he traído lo más necesario. Toallas,
ropa, algunos objetos de cocina… No lo pasaré tan mal.
—Tienes una forma de pensar muy optimista —cosa que le gustaba, se dijo
Rafe. Contrastaba con su propio punto de vista, tan sombrío que a veces rayaba en el
pesimismo más absoluto—. Aunque no dispongas de cama o platos donde comer,
aquí estás, lista para curar a los enfermos. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Vas a trabajar
en alguna consulta, o por tu cuenta?
—Ejerceré en la consulta Widmark. Empiezo el lunes, así que dispondré de
unos cuantos días para instalarme. Si el camión llega puntual, claro. Soy psiquiatra
—añadió.
—¿Psiquiatra? —la revelación pilló a Rafe por sorpresa.
—Tranquilo. No analizo cada palabra de la gente con la que me relaciono. Te
prometo que no te impondré ninguna sesión de psicoterapia.
Rafe percibió la abierta cordialidad de su expresión, la brillante calidez de sus
ojos. Estaba rabiando de deseo por una psiquiatra que probablemente podría
explicarle los motivos de aquella intensa atracción. Y lo peor era que no compartía ni
un ápice de la tensión sexual que a él lo sacudía con la fuerza de una descarga
eléctrica.
Se pasó la mano por el cabello, alisándose unos cuantos mechones rebeldes.
Aunque su profesión consistía en interpretar los sueños y las fantasías, la amable
doctora Casale probablemente se desmayaría del shock si supiera de las imágenes
eróticas que en esos momentos lo obsesionaban. Porque ella era la protagonista
principal.

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Rafe observó de nuevo su mano sin anillo. No todas las mujeres casadas
llevaban anillos…
—¿Y cuándo vendrá tu marido? —preguntó, pensando que merecía la pena ir
directo al grano.
—No estoy casada —respondió Holly.
—Tu novio, entonces. ¿Va a vivir aquí contigo?
—No tengo novio —Holly meneó la cabeza—. Empiezas a hablar como mi
madre cuando intenta sacarme información sobre mi vida sentimental.
—Puedes interrogarme tú a mí, si quieres —la invitó él.
—Será mejor que no. Te pusiste tan nervioso cuando te dije que soy psiquiatra,
que pensarías que intento hacerte un diagnóstico si empezara a hacerte preguntas.
—No estoy nervioso. Ni casado. Ni comprometido —le informó Rafe de todos
modos—. ¿Estás…?
—Como me preguntes si estoy buscando al hombre perfecto, no respondo de
mis actos —advirtió Holly.
—¿Sobre eso te interroga tu madre? —Rafe se echó reír.
—No solo mi madre. Mis hermanas, mis primas y mis tías también insisten en
el tema —confesó Holly—. Les encanta hacer de casamenteras y, hasta ahora, yo he
sido su único fracaso.
—Representas el desafío definitivo, ¿eh?
Holly alzó la vista y miró a Rafe como si lo viera por primera vez. Sabía que
existía una serie de motivos subconscientes por los cuales había sido inmune a su
irresistible masculinidad hasta ese momento. Estaba fatigada por el viaje,
preocupada por la mudanza y, en el fondo, había temido sentirse atraída por un
hombre que podía pertenecer a otra mujer. Ahora que conocía la situación de Rafe,
su radar femenino se había activado.
Holly lo estudió detenidamente.
Tenía el cabello espeso, liso y negro como el carbón. La nariz recta y la boca
bien formada y sensual. Sus mandíbulas, pulcramente afeitadas, tenían la tonalidad
del bronce bruñido, y eran firmes y poderosas. Y sus ojos…
Holly notó que se hundía en el interior de aquella mirada oscura. Tenía unos
ojos fascinantes. Negros y almendrados, centelleaban con el brillo de la inteligencia.
Y de algo más. Algo atrayente. Irresistible.
Intentó dejar de mirarlo, pero no pudo. Siguió contemplando sus anchos
hombros y sus brazos musculosos. Aunque no se explicaba por qué, siempre le
habían atraído los hombres altos. Y Rafe Paradise cumplía ese requisito
sobradamente.

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Una enervante mezcla de alarma y excitación la recorrió por dentro. Holly trató
de rechazarla, pero un tenue calor ardía en su bajo vientre y se extendía
inexorablemente a otras zonas de su cuerpo. El corazón empezó a latirle deprisa.
Aquella reacción tan primitiva no era propia de ella. No era de esa clase de
mujeres que se derretían al ver a un hombre atractivo. Era una mujer inteligente,
racional. Hasta extremos excesivos, en opinión de su familia.
Pero, en aquellos momentos, Holly sentía la necesidad irracional de alejarse
corriendo de Rafe Paradise y del caos interior que había despertado en ella.
—Será… será mejor que descarguemos lo que queda en el coche —su voz,
sofocada y más aguda de lo normal, sonó extraña incluso a sus propios oídos.
Rafe ladeó la cabeza y la miró. Vio que tenía las mejillas congestionadas y que
respiraba con dificultad. Vio cómo el contorno de sus senos subía y bajaba bajo la tela
azul de la camiseta.
Holly se sintió como si la estuviera desnudando con la mirada. Como si
distinguiera la confusión que reinaba en su interior y fuera consciente del efecto
arrebatador que ejercía sobre ella.
Para colmo, le había confesado que estaba soltera y sin compromiso.
Holly hizo una mueca de disgusto.
Salió corriendo del dormitorio y bajó las escaleras a trompicones. Cuando Rafe
la alcanzó, en el exterior de la casa, Holly sintió una punzada de resentimiento.
Había logrado sin esfuerzo lo que ningún otro hombre había conseguido jamás. Rafe
Paradise había logrado que Holly Casale, una profesional, madura y segura de sí
misma, se sintiera como una temblorosa adolescente.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
Su voz, grave y profunda, le llegó con la intensidad de una caricia física. Holly
se estremeció.
—S-sí —trató de pensar en algo que decir. En alguna excusa que justificara su
atropellada salida de la casa. Pero no pudo. Se sentía como una verdadera idiota.
Rafe y ella se miraron durante largos momentos.
El silencio fue roto por una voz joven y desdeñosa procedente de las cercanías
del coche de Holly.
—¿Sabes lo que te digo? La música que escuchas es un asco. Un asco total.
Sobresaltados, Rafe y Holly se giraron para ver a la adolescente que se hallaba
sentada ante el volante del coche, registrando el estuche de discos compactos con los
que Holly se había entretenido durante el viaje desde Michigan.
—¡Camryn! —exclamó Rafe entre dientes. Se dirigió hacia el coche a paso
ligero, seguido por Holly.
Camryn siguió hurgando en el estuche.

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—Puaj. ¿Qué es esta bazofia? Guys and Dolls, Finnegan ’s Rainbow, Annie Get
Your Gun… Incluso tú escuchas cosas mejores, Rafe.
—¡Sal de ahí ahora mismo, Camryn! —Rafe agarró a la chica del brazo y la sacó
del coche—. No tienes ningún derecho a…
—Siento haberlo hecho, créeme —dijo Camryn con sarcasmo—. Tendré
pesadillas después de lo que acabo de ver —miró a Holly con expresión incrédula—.
¿De veras te gusta esa porquería de música?
Holly se encogió de hombros.
—Pues sí. Me encantan los musicales de Broadway. Solía cantar en el musical
de primavera que se celebraba cada año en mi instituto, y luego en la universidad.
—Dios mío, ¿eras una de esas niñitas cursis que cantan en los musicales del
colegio y venden barritas de caramelo para costearse el viaje de fin de curso? —
espetó Camryn. Miró a Holly con la horrorizada repulsión con que podría mirarse a
un psicópata asesino.
Holly observó a la joven. Tenía el pelo corto, peinado con grasienta gomina y
sujeto descuidadamente con dos pasadores. Iba maquillada con al menos tres capas
de pintura, sombra de ojos y carmín en tono pálido.
Llevaba el tipo de ropa decadente que solían lucir ciertos sectores de la
juventud en las grandes ciudades. Mallas ajustadas, camiseta negra y un aro en el
ombligo.
Holly sintió picada su curiosidad profesional. ¿Por qué una adolescente prefería
lucir una imagen tan poco atractiva? Podía existir una infinidad de razones, desde la
típica rebeldía propia de la adolescencia, a patologías de toda índole.
—A todo esto, ¿quién eres? —le preguntó Camryn, mirándola con hostilidad.
—Acabo de mudarme…
Camryn la interrumpió con una asqueada exclamación de contrariedad.
Rafe exhaló un suspiro exasperado.
—Holly, te presento a mi hermana, Camryn. También vive conmigo. Y me
disculpo por su descortesía, porque ella jamás lo hará.
Holly se dio cuenta de que Rafe miraba a la joven como si fuera una alienígena
de alguna galaxia incomprensible.
—Pues prepárate para disculparte de nuevo, Rafe, porque ahí viene tu otra
medio hermana —dijo Camryn en tono provocador al ver que Kaylin salía de la casa.
Las dos chicas y Rafe eran hermanos de padre, pero no de madre. El tiempo que
había pasado alejado de ellas había contribuido a enfriar los vínculos fraternos, y sus
diferencias de carácter dificultaban aún más la convivencia. A veces, Rafe deseaba
que Camryn y Kaylin se parecieran a Eva, su otra hermana.
—¡Hola! —saludó Kaylin con entusiasmo. Cuando Holly se hubo presentado, la
chica hizo lo propio—: Soy Kaylin. Y ésta es Cam, mi hermana mayor —rodeó a
Camryn cariñosamente con el brazo.

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Holly se fijó en las diferencias físicas que existían entre ambas hermanas. Kaylin
tenía el cabello largo y liso, no llevaba maquillaje e iba vestida con unos pantalones
flojos y una larga camiseta que ocultaba sus formas.
—Aún te queda conocer a la santa Evita —dijo socarronamente Camryn—.
Entonces sabrás por qué Rafe y…
—Basta ya, Camryn —la interrumpió Rafe con impaciencia—. Ya que estáis
aquí, ¿por qué no le echáis una mano a Holly?
Holly estaba desconcertada.
—¿Evita?
—La malvada hermana de Rafe y Flint —explicó Camryn—. Hermana de padre
y de madre.
—¿Es la que estudia medicina? —Holly recordó que Rafe le había hablado de
ella.
Kaylin asintió.
—Evita, la Malvada Hechicera. Y Flint es el gemelo malvado de Rafe.
—¿De veras tienes un hermano gemelo? —Holly miró a Rafe realmente
sorprendida.
—Sí —musitó él—. Pero ni Flint ni Eva son «malvados» —añadió en defensa de
sus hermanos. Luego se introdujo en el coche para sacar las maletas de Holly,
mientras Kaylin acarreaba una caja llena de zapatos hacia la casa.
Camryn no se movió de donde estaba.
—Como ves, no le caemos bien a Rafe —comentó, percibiendo el interés de
Holly. Le dirigió una sonrisa angelical y agregó—: Pero, a pesar de todo, él es el
bueno de la película. Cuando mi madre lo llamó y le dijo que estaba enferma, Rafe le
prometió que podíamos quedarnos a vivir con él cuando ella muriese. Y cumplió su
promesa. Flint y Eva, en cambio, jamás hubieran…
—Déjate de cotilleos y ponte a trabajar —exclamó Rafe, cada vez más furioso.
No le gustaba hablar de los asuntos de la familia con desconocidos. ¡Y Holly,
para colmo, era psiquiatra!
Pero Camryn hizo caso omiso y siguió hablando.
—Nuestro padre también ha muerto. Kaylin y yo apenas llegamos a conocerlo.
Se divorció de mi madre cuando teníamos uno y dos años y jamás volvimos a verlo.
A Rafe y los demás tampoco los habíamos vuelto a ver hasta el año pasado, cuando
murió mi madre.
A Holly toda aquella información le pareció trágica y desconcertante, pero,
como psiquiatra profesional, estaba capacitada para no demostrarlo.
—No sé si sabrás que la doctora Casale es psiquiatra —terció Rafe.
Camryn hizo un gesto de absoluta indignación.

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—¡Me niego a hablar con una psiquiatra! ¡No estoy loca!


—No te dejes engañar por ella, doctora —dijo Rafe—. Camryn Paradise no es
Annie, la pobre huerfanita. El nombre de Vampirella le va mejor.
—¿No le da miedo vivir cerca de mí, doctora? —preguntó burlonamente
Camryn.
—No —respondió Holly sin alterarse lo más mínimo—. Aunque encuentro
curioso que tanto tú como tu hermano os mostréis tan reacios a pasar por una…
—¿Por una terapia familiar? —concluyó Camryn por ella. Lo dijo como si
acabase de engullir un trago de matarratas.
—De modo que estás familiarizada con el concepto —dijo Holly—. Ojalá lo
vieras como algo positivo, y no negativo.
—Ningún miembro de la familia Paradise ha ido nunca a un psiquiatra —
explicó Rafe.78y65
—Ándate con ojo, Rafe —repuso Camryn con una sonrisa—. A lo mejor la
doctora se propone rectificar la situación.
Holly se preguntó si los hermanos serían conscientes de que estaban en el
mismo bando.
—Creo que dejaré pasar la oportunidad —respondió con una mueca sonriente.
Rafe se quedó mirándola de nuevo. Cuando Holly esbozaba aquella sonrisa, el
rostro parecía iluminársele con un brillo atrayente e irresistible.
—Bueno, no pienso ayudarte a descargar el coche, doctora —anunció
Camryn—. Tengo otros planes.
Rafe pensó en ordenarle que se quedara, pero su deseo de quedarse a solas con
Holly se impuso finalmente.
Ambos observaron cómo Camryn regresaba a la casa.
—No digas nada —advirtió Rafe.
—¿Quién, yo? Ni se me ocurriría. Te prometí que no intentaría ficharte como
paciente.
—Aunque seguramente pensarás que soy carne de psiquiatra.
—No, en absoluto. Simplemente…
—¡Caramba, cómo pesa esto! —gritó Kaylin desde el coche. Había sacado el
televisor de Holly y apenas podía sostenerlo.
—¡Suelta eso, Kaylin! —le ordenó Rafe—. Pesa demasiado para ti. Yo lo llevaré.
—De acuerdo —resolló Kaylin. Pero se tambaleó hacia atrás, perdió el
equilibrio y rápidamente se inclinó hacia delante para no caerse.
Holly y Rafe observaron cómo el televisor se estrellaba contra el suelo de
cemento del patio.

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Capítulo 3
Kaylin rompió a llorar.
—¡Lo siento! ¡No lo he hecho aposta! ¡Se me ha caído!
Rafe recogió el aparato destrozado. La pantalla se había hecho añicos y las
piezas del interior aparecían desparramadas por el suelo.
—Parece una trucha destripada —observó sombríamente.
—¡Cacharro estúpido! —chilló Kaylin. Cuando Rafe puso derecho el televisor,
ella le propinó un puntapié—. ¡Una caída tan pequeña, y se ha hecho mil pedazos! —
le dio otra patada—. ¡Trasto asqueroso!
—Estoy de acuerdo contigo —Holly observó resignadamente el desastre—. Ya
no se hacen aparatos tan buenos y resistentes como los de antes.
Kaylin dejó de llorar y contuvo la respiración.
—Sí —convino con voz trémula—. Si fuera resistente, no se habría roto tanto.
—No se habría roto si no lo hubieras dejado caer —dijo Rafe—. Por el amor de
Dios, Kaylin, has…
—¡Estás enfadado conmigo! ¡Me odias! —vociferó Kaylin—. ¡Me vas a echar de
casa! —echó a correr hacia la puerta y desapareció.
Rafe y Holly permanecieron en silencio unos instantes.
—Parece que tanto a Trent como a Kaylin les gustan las salidas dramáticas —
comentó Holly en tono de broma.
—Sí, a todos ellos. La verdad, Holly, no sé qué decir —Rafe se metió las manos
en los bolsillos y miró apesadumbrado el televisor hecho trizas—. Sé que una
disculpa no basta, pero siento tremendamente lo que…
—No tienes por qué disculparte, Rafe. No pasa nada. El televisor era viejo, de
todos modos. Tengo otro más moderno que llegará en el camión. No te preocupes, de
verdad.
—Sí, me preocupo —repuso Rafe—. No trates de quitar importancia a lo
sucedido, Holly. Todo ha sido un desastre desde que llegaste. Gracias a tus nuevos
vecinitos —meneó la cabeza—. Te estarán entrando ganas de…
—¿De marcharme? ¿De ponerme a gritar? En absoluto —aseguró Holly. Rafe
parecía desolado, y sintió una oleada de compasión por él—. Pero me gustaría
descansar un rato y tomar algo fresco —le dirigió una arrebatadora sonrisa,
animándolo a que la invitase.
—Te invitaría a mi casa, pero seguramente te dará un miedo horrible entrar —
Rafe parecía algo enojado—. Además, no creo que te agrade la compañía de un ogro
como yo, que hace que los niños huyan despavoridos.

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—No creo en absoluto que seas un ogro. Solo he visto a unos chicos que
expresan sus inseguridades. Pero el hecho de que sean capaces de exteriorizar sus
miedos demuestra que tienen la suficiente confianza contigo como para…
—En cristiano, por favor —interrumpió Rafe—. No estoy muy ducho en la jerga
psiquiátrica.
Holly sabía que no se había expresado con términos tan complicados.
—Quiero decir que existen muchas clases de familias. Y que los chicos y tú os
estáis esforzando por afianzar la vuestra. Admiro eso.
—¡Pues no me explico por qué! Después de ver qué clase de vecinos tendrás,
deberías estar camino de la inmobiliaria para exigir que te busquen otra casa.
—Mmm, esa afición por el drama debe de ser contagiosa.
Rafe se quedó mirándola con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué quieres quedarte, a pesar de todo?
Holly lo miró y notó que un intenso calor la recorría de arriba abajo. Los senos
se le endurecieron. De nuevo, se sintió perpleja ante la excitación sexual que le
provocaba aquel hombre. Estuvo a punto de alargar el brazo para acariciarlo.
Ansiaba hacerlo.
Pero no se atrevió. Se cruzó los brazos sobre el pecho, en un gesto defensivo
para impedir que las manos se le fueran solas.
—Si fuera de esa clase de personas que huyen ante el menor atisbo de
dificultad, no me hubiera licenciado en psiquiatría.
—¿Quieres decir que has visto casos peores que el nuestro?
—Quiero decir que pienso quedarme a vivir aquí, pase lo que pase. Y que estoy
dispuesta a correr el riesgo de entrar en tu casa a tomar algo.
Rafe se encogió de hombros.
—Como quieras. Pero luego no digas que no te lo advertí.
Estuvo a punto de tomarla de la mano. Parecía lo más natural. Pero se contuvo
a tiempo. Le sorprendió aquel extraño impulso. No era de esos hombres que
gustaban de llevar a su pareja de la mano. De hecho, de lo que más solían quejarse
las chicas con las que había salido era de su talante excesivamente reservado. Jamás
se permitía muestras de afecto tales como agarrar a su pareja de la mano. Pero casi le
había dado la mano a Holly para acompañarla a su casa.
Una vez dentro del salón refrigerado, Holly se sentó en el sofá y se tomó una
gaseosa mientras Rafe bebía una cerveza, instalado en la enorme mecedora azul.
—Desde que los chicos se mudaron aquí —explico—, no transcurrió ni un solo
día sin que recibiera una queja de Craig y Donna Lambert, la pareja que ocupaba tu
mitad del dúplex. Al final, decidieron marcharse para… escapar de nosotros.
—¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez los Lambert eran demasiado
quisquillosos? —Holly se inclinó hacia delante. Sus ojos marrones despedían un

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brillo de absoluta convicción—. En lugar de afrontar el problema, decidieron tomar


la salida fácil…
—Los Lambert se quejaban a diario porque tenían motivos —la interrumpió
Rafe—. Trent y Tony practicaban el código Morse en las paredes. Y jugaban a todo
tipo de deportes dentro de la casa.
—Desde luego, entiendo que los deportes hay que practicarlos en lugares
apropiados. Pero, como suele decirse, los niños son niños. Seguro que los Lambert
también fueron adolescentes en su día, y deberían comprender que…
—De adolescente, Donna Lambert no se parecía en nada a Camryn y Kaylin. Es
imposible que comprenda su actitud. Donna me mostró una habitación llena de
trofeos y premios que recibió en su época de estudiante.
—¿Debo entender que Donna dedicaba una especie de santuario a sus días de
universitaria? —Holly frunció el ceño pensativamente.
—Bueno, no me pareció que fuese un «santuario», aunque tenía todos sus
premios cuidadosamente expuestos. Pero antes de que la califiques de ególatra
insufrible…
—¡Ah! De modo que era una ególatra.
—¡No! No, simplemente…
—Lo has dicho de forma indirecta. Has utilizado unos términos muy
elocuentes.
—¿No me prometiste que no analizarías todo lo que yo dijese? Pues eso es lo
que estás haciendo, Holly.
—Te pido disculpas. Pero cuanto más sé acerca de los Lambert, más inclinada
me siento a ponerme de parte de los chicos. Creo que han sido tratados injustamente.
—Será interesante conocer tu opinión dentro de una semana, cuando hayas
ocupado de verdad el lugar de los Lambert. Ah, casi se me olvida hablarte de Hotdog,
nuestro perro. Las chicas lo trajeron de Nevada, y se pone a ladrar y a aullar siempre
que le apetece. Casi siempre, en plena madrugada —Rafe se levantó y comenzó a
pasarse inquieto por la habitación—. Trato de mantener la casa en orden cuando
estoy aquí, pero trabajo fuera y a menudo tengo que salir de viaje de negocios.
Holly tomó un largo sorbo de gaseosa. Los comentarios de Rafe acerca del
hogar de los Paradise resultaban casi sobrecogedores, pero ella no pensaba permitir
que la situación la enervara. Se prometió a sí misma que no protestaría por cada
ruido, como habían hecho los Lambert. Los niños solían armar escándalo, y eso era
una realidad inevitable. Además, siempre le habían encantado los perros.
Sus ojos se clavaron en el par de fotografías colocadas encima del enorme
televisor. Eran de dos niños pequeños. Holly reconoció a Trent.
Pensó en cómo Rafe se había hecho cargo de todos sus hermanos. Sí, parecía
algo abrumado por la responsabilidad, pero no los había dejado en la estacada. Era
un buen hombre, en el sentido más tradicional y estricto del término.

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Holly notó que una súbita riada de emociones la embargaban. Deseaba


expresarle lo mucho que lo admiraba. Pero, ¿cómo podía decírselo? De repente, se
sintió extrañamente tímida, y ni siquiera era capaz de encontrar las palabras precisas
para expresar lo que pensaba. Algo poco habitual, pues la comunicación era uno de
sus fuertes. Así pues, decidió seguir haciendo preguntas.
—¿Se llevan bien los chicos?
—Sí. Tienen peleas y discusiones, por supuesto, pero en general se llevan
bastante bien. De hecho, hay ocasiones en que los cuatro se alían en contra de mí.
—¿Y eso te sorprende? —inquirió Holly.
Tal vez fue por el modo en que Holly formuló la pregunta, pero Rafe reaccionó
con una sonrisita sardónica. Volvió la cabeza y la miró perezosamente.
—Sí, doctora, me sorprende. ¿Vas a explicarme por qué los niños son aliados?
¿Y por qué me sorprende? Oigamos tu diagnóstico psiquiátrico sobre nosotros.
—Lo siento —Holly parecía consternada—. Deformación profesional, supongo.
—¿A qué te refieres? ¿Al interrogatorio o al análisis? Quizá debería tumbarme
en el sofá mientras hablamos, ¿no?
Al instante, Rafe se notó inundado de un calor repentino. Había tratado de
mostrarse sarcástico, pero el tiro le había salido por la culata. La idea de estar
tumbado en el sofá, con Holly Casale cerca, no tenía nada de divertida. Al contrario,
la sugerencia evocó en su mente una serie de imágenes eróticas que ensombrecieron
aún más sus ojos negros.
Se tensó al notar que su sexo se volvía a excitar.
Y no podía hacer nada para evitarlo. Cuanto más miraba a Holly, mayor
necesidad sentía de tenderse en el sofá con ella encima. O quizá debajo. Pero no
debía ni podía intentar algo así.
Rafe atravesó bruscamente la habitación para tomar su lata de cerveza y apuró
el contenido de un solo trago, deseando que fuese una bebida más fuerte. Algo que lo
dejara sin sentido, que bloquease el deseo y la necesidad que lo abrumaban. Todo el
cuerpo le palpitaba de ansiedad.
Extrañamente, la casa parecía palpitar también. Rafe tardó un par de segundos
en recuperar la noción de la realidad. No, las paredes no palpitaban, sino que
retumbaban a causa del estruendo procedente del estéreo del cuarto de las chicas.
Rafe salió del salón dando grandes zancadas y se detuvo al pie de las escaleras.
—¡Como no bajéis ahora mismo el volumen de ese aparato, os confiscaré todos
los discos compactos y los donaré a la prisión del estado! —les gritó.
Camryn y Kaylin respondieron con una larga serie de protestas y un fuerte
portazo, pero el ensordecedor ruido cesó.
—¿A la prisión del estado? —Holly se echó a reír—. ¿Qué clase de amenaza es
ésa?

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—Una amenaza injusta, probablemente —contestó Rafe—. Los presos no se


merecen la tortura de escuchar semejante música. De hecho, la Constitución lo
prohíbe.
—¿Crees que escuchar la música de tus hermanas constituye una tortura? —a
Holly le hacía mucha gracia la situación.
—Imagino que me considerarás un tirano, ¿no, doctora? —Rafe miró la
mecedora azul, pero se detuvo donde estaba, al lado del sofá. Se sentía tenso e
impaciente; la tentación y las frustraciones que había ido acumulando a lo largo del
día acabaron destruyendo su sentido del comedimiento. Al diablo con la cautela y los
buenos modales. ¿Cuál fue la última vez que se había dejado llevar por sus
impulsos?
Instintivamente, Rafe se sentó en el sofá, pegado a Holly.
—Los adolescentes se expresan a través de su música, ¿no? Pero la música que
escuchan es un tormento para los oídos de los demás.
—Sí, yo tampoco definiría ese sonido violento como «música» —Holly se obligó
a permanecer sentada donde estaba, a aparentar una serenidad que en realidad no
sentía. Rafe había invadido claramente su espacio personal al sentarse tan cerca de
ella.
En cierta ocasión había escrito un artículo sobre las sutilezas del espacio
personal, sobre cómo variaba según las diferentes civilizaciones y culturas. Pero no
hacía falta investigar sobre el fenómeno para comprender por qué motivo un hombre
decidía sentarse tan cerca de una mujer…
Holly tragó saliva. ¿Qué podía hacer? Entrelazó los dedos, tratando de pensar.
«Piensa siempre antes de actuar.»
Sus propias palabras de prudencia, que había recitado a tantos adolescentes
impulsivos en terapias de grupo, le zumbaron en los oídos. Pero, ¿cómo podía pensar
con claridad cuando unas llamas ardientes parecían lamer aquellos puntos de su
cuerpo que se rozaban con el de Rafe? Y otros lugares más ocultos y secretos.
Su autocontrol libró una batalla interna contra las sensaciones que la turbaban.
Y, al parecer, ganó.
—No creo que tu actitud sea tiránica —comentó al fin, aferrándose
desesperadamente a la conversación que venían manteniendo—. Como adulto
responsable de las chicas, tienes derecho a imponer ciertos límites razonables. Al
final, los niños lo agradecen.
—Sí, claro —Rafe soltó una risita irónica—. Sube y pregúntales a Camryn y
Kaylin cuánto agradecen que les haya obligado a bajar la música —le posó la mano
en la espalda, convirtiendo la invasión de su espacio personal en un descarado
atropello—. Pensándolo mejor, no subas. No te vayas a ningún sitio.
Holly se maravilló de cómo había conseguido dejarla inmóvil con aquella
simple orden susurrada. Podía haberle quitado la mano y haberse levantado si
hubiera querido. Pero no se movió. Al contrario, se apretó contra él conforme su boca

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

se acercaba más y más a la suya… y luego se desviaba para mordisquearle el lóbulo


de la oreja. Al notar que los labios de Rafe le descendían por el cuello, Holly sintió un
estallido de deseo arrebatador. Se estremeció al percibir su cálido aliento en la piel,
seguido por el suave toque de su lengua.
Sus pestañas revolotearon mientras Rafe le tomaba suavemente la barbilla y la
miraba a los ojos.
—¿Vas a decir que pare? —murmuró.
Holly siguió mirándolo fijamente durante largos instantes. No recordaba haber
deseado nunca que la besaran con tanta urgencia como en aquel momento.
—No —respondió con un susurrante suspiro.
Se fijó en los labios de Rafe, en su boca atractiva y sensual, y el deseo la recorrió
por dentro en furiosas y ardientes oleadas. Holly tragó saliva. Aquella impulsividad,
aquella urgencia, no eran propias de ella. No solía besar a los hombres a las pocas
horas de conocerlos. Ni siquiera recordaba cuándo la habían besado por última vez.
—¿No? —repitió él, provocándola. Le rozó los labios con los suyos, tentándola,
y luego los retiró.
El corazón de Holly se disparó.
—Sí —jadeó entrecortadamente, le asió la camisa con ambas manos para que no
se moviera de donde estaba. Rafe se apretó aún más contra ella, empujándola contra
el respaldo del sofá. Sus senos quedaron atrapados contra los cálidos músculos del
pecho de él, y los pezones se le tornaron dos pequeñas perlas endurecidas.
Rafe esbozó una sonrisa sexy y la besó en la boca lenta y prolongadamente.
Los ojos de Holly se cerraron. No era consciente de nada salvo el oscuro
remolino de deseo al que se vio arrastrada. Cuando Rafe volvió a besarla, ella se
aferró a él, con la cabeza dándole vueltas.
Sus bocas se movían con fluidez, perezosamente, abriéndose para satisfacerse
mutuamente, para permitir que las lenguas de ambos entablaran un duelo tentador.
Rafe le pasó los dedos por el cabello, masajeándole la nuca lenta y
sensualmente. Ella, por su parte, recorrió con manos ansiosas la suave tela de su
camisa, percibiendo el calor y los poderosos músculos de su espalda. Se hundieron
aún más en el sofá, con los cuerpos pegados y las piernas enredadas.
—Rafe. ¡Eh, Rafe!
El sonido de las voces penetró en el pequeño mundo de ambos con la potencia
de una bomba de neutrones. Rafe se levantó de un salto y cruzó rápidamente la
habitación, dejándose caer a toda prisa en la mecedora. Holly se incorporó,
agarrándose al brazo del sofá para aparentar firmeza.
Cuando Trent y Tony entraron en el salón, miró de reojo a Rafe. Se había
ruborizado y exhibía una expresión de culpa similar a la un niño al que hubieran
sorprendido robando galletas. Ella debía de tener probablemente el mismo aspecto.
Reprimió un inesperado y extraño acceso de risa nerviosa.

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—Los Steen se han ido al zoológico, pero nosotros hemos preferido regresar a
casa para hacerte compañía —explicó Trent.
—Quería verte, Rafe. Te he echado de menos —exclamó Tony—. ¿Nos llevarás
al zoo?
—Hoy no —respondió Rafe en tono reflexivo.
Sus ojos se encontraron con los de Holly, y pudo leer en ellos que estaba
pensando lo mismo que él. Que habían tenido suerte de que hubieran sido los chicos
quienes habían estado a punto de sorprenderlos en el sofá, pues eran aún demasiado
jóvenes e ingenuos para percibir la tensión sexual existente entre ambos adultos.
Camryn y Kaylin se hubieran dado cuenta inmediatamente.
—Hola, Holly —saludó Trent—. Ésta es Holly —informó a su hermano—. Va a
vivir en la casa de al lado.
Tony la miró con interés.
—¿Tienes hijos?
—No —Holly meneó la cabeza. El pequeño pareció tan decepcionado, que se
sintió obligada a disculparse—. Lo siento.
¡Ojalá Rafe dejara de mirarla! Poseía la extraña capacidad de ponerla nerviosa,
algo a lo que ella no estaba habituada. «Y no solo te pone nerviosa», hubo de admitir.
—¿Odias a los niños? —insistió Tony—. Los Lamben sí. Y nosotros también los
odiábamos a ellos. ¡Eran horribles!
—No odio a los niños —le aseguró Holly. Se removió en el sofá. El cuerpo aún
le rabiaba de deseo y tenía la mente embotada. No podía apartar los ojos de Rafe. Vio
que él también la miraba. Notó cómo sus ojos se clavaban en sus labios, que se
abrieron como si él los hubiera tocado físicamente.
Incapaces de remediarlo, siguieron mirándose mientras los chicos jugueteaban
por la habitación. Finalmente, Trent y Tony encendieron el televisor y sacaron unas
cuantas cintas de vídeo del armarito contiguo.
—¿Qué te apetece hacer? —preguntó Trent al tiempo que sacaba un balón de
baloncesto de debajo de un sillón. Lo lanzó contra la pared, donde rebotó con un
golpe sordo—. ¡Canasta! —exclamó el pequeño.
—Bah, darle a una pared no tiene ningún mérito —dijo Tony—. Cualquiera
puede hacerlo.
Holly no pudo evitar sonreírse.
—¿Te parece divertido? —Rafe se levantó y se dirigió hacia ella. Parecía alto,
fuerte y muy masculino—. Ya verás cuando oigas los golpes en tu casa. Entonces no
te reirás —se detuvo frente a ella y le tendió la mano. Holly notó que el pulso se le
aceleraba al ver aquella enorme mano y los músculos del antebrazo. Tardó un
segundo en darse cuenta de que deseaba ayudarla a levantarse. Tímidamente, le dio
la mano.

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Rafe la puso en pie con un tirón firme y fuerte. No le soltó la mano. Holly notó
la fuerza de sus dedos largos y recios, y un calor dulce la bañó por dentro.
—Basta ya, chicos —dijo Rafe a los hermanos sin apartar los ojos de Holly—.
No está permitido jugar con el balón dentro de casa, ¿recordáis? Id a jugar a la calle.
—¿Vendrás a jugar con nosotros, Rafe? —suplicó Trent.
—Voy a descargar el coche de Holly. Podéis ayudarnos si queréis.
—¡Yo quiero ayudar! —exclamó Trent.
—Y recuperar tu pelota de golf —añadió Tony.
Los ojos azules de Trent fueron de Tony a Holly, y luego a Rafe. Pareció abatido
al recordar el incidente con la pelota. Holly, que estaba familiarizada con la conducta
infantil, reaccionó enseguida.
—Sé que lo de la ventana fue un accidente, Trent —dijo en tono amable—. De
hecho, Kaylin también tuvo un accidente hace un rato. Y lo comprendo.
—¿Qué ha roto Kaylin? —preguntó al instante Tony, muy intrigado.
—El televisor de Holly —explicó Rafe—. Se le cayó al suelo.
—¡Caramba! Eso es mucho peor que romper una ventana —Trent pasó de estar
abatido a manifestar un deleitado entusiasmo—. ¿Dónde está?
—Ahí fuera, en el patio —dijo Rafe—. Hecho trozos.
Sin pronunciar una sola palabra más, los dos chicos salieron corriendo a ver los
restos.
Holly y Rafe se miraron. Por un momento, ella pensó que iba a besarla de
nuevo. La intención se adivinaba en sus ojos y en su cuerpo conforme se acercaba a
ella. Y Holly lo deseaba. Desesperadamente. Aunque hubiera un par de adolescentes
en el piso de arriba y los chicos estuvieran en el patio. En aquel exquisito momento,
no existía nadie en el mundo salvo ellos dos.
—¿Seguro que estás preparada para esto? —Rafe le soltó bruscamente la mano
y se apartó de ella. Su retirada era incuestionable conforme se dirigía hacia la puerta.
Holly no supo cómo interpretar la pregunta. Sintió su mano vacía sin la de Rafe.
Sintió los labios vacíos sin sus besos.
Lo siguió hasta la calle, ligeramente turbada. ¿Por qué experimentaba aquella
repentina sensación de tristeza, de vacío?
Los chicos seguían contemplando los restos del televisor con abierta
admiración. Querían pedirle a Kaylin que lo alzara de nuevo para dejarlo caer otra
vez. Así presenciarían la escena en directo. Rafe vetó el plan con firmeza.
—Abre el coche y pondremos manos a la obra —dijo a Holly con el mismo tono
autoritario.
—Sí, señor. Como usted diga, señor —había pretendido parecer graciosa, pero
su voz denotó cierto deje sarcástico. Se encaminó hacia el coche y lo abrió.

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Durante los numerosos viajes desde el coche a la casa y viceversa, Holly se


concentró en hablar y bromear con los niños. Ignoró por completo a Rafe. Y Rafe,
naturalmente, la ignoró por completo a ella.
Para cuando hubieron vaciado el coche, Holly era la mejor amiga nueva de
Trent y Tony. Le pidieron que los llevase al zoo, al cine y a jugar al fútbol. Y que se
quedara a cenar aquella noche.
—Dadle un respiro, chicos —dijo Rafe al fin—. Está cansada. Seguro que solo
desea registrarse en un motel y dormir a pierna suelta.
—¿Podemos ir contigo al motel? —preguntó Tony con entusiasmo—. A lo
mejor hay piscina.
—Nos gusta mucho ir a la piscina en verano —explico Trent.
—No deis más la lata, chicos —advirtió Rafe.
—Claro que podréis bañaros en la piscina del motel —dijo Holly—. Si el
hermano mayor está de acuerdo, desde luego.
La mirada de desaprobación de Rafe no debería regocijarla tanto, se advirtió a sí
misma. Por alguna razón misteriosa, deseaba irritarlo.
—¿Te parece bien, Rafe? —preguntó Trent.
—Primero quiero hablar a solas con ella —dijo Rafe—. Id a jugar un rato —
agarró a Holly de la mano y la condujo al interior de la casa.
—Para que lo sepas, no me gusta que me arrastren como a una… una… —Holly
se detuvo a pensar en un ejemplo adecuado. Pero antes de que pudiera reaccionar,
Rafe la agarró por las muñecas y la arrinconó contra la pared.
Ella se retorció, pero la presa de Rafe era dura como el acero.
—Estoy esperando, Holly —susurró él—. ¿Me vas a reñir por comportarme
como un prehomínido?
El sentido del humor de Holly pronto reemplazó la cólera que había sentido al
principio. Pero su risa se convirtió en un jadeo sofocado cuando Rafe apretó la parte
inferior de su cuerpo contra ella. Holly notó la presión de su excitación mientras él le
besaba y le mordisqueaba el cuello.
—Rafe —murmuró débilmente—. ¿Qué estás haciendo?
—No lo sé —respondió él con un susurro ronco—. Pero quieres que lo haga,
¿verdad?
Holly no pudo oponer resistencia. Cuando Rafe le soltó las manos, ella le echó
los brazos al cuello, entregándose a él y a la química que existía entre ambos.
Rafe reclamó su boca, abriéndole los labios con la lengua para besarla más
profundamente. Le bajó las manos por el cuerpo lentamente, como si se deleitara con
cada curva.
Holly gimió suavemente. Deseaba todo aquello. Deseaba a Rafe.

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Capítulo 4
Holly enredó los dedos en el espeso cabello de Rafe mientras se besaban cada
vez más intensa y profundamente. Su fuerza y su masculinidad la hacían sentirse
débil y vulnerable y, al mismo tiempo, más femenina que nunca en su vida.
Los senos se le hincharon conforme un río de fuego líquido se abría paso hasta
su vientre y otras zonas íntimas. Holly se aferró a Rafe como si fuera la única ancla
en aquel arremolinado mar de sensualidad.
El susurró algo fuerte y sexy contra su boca mientras le tomaba el seno con la
mano, en un gesto de pura masculinidad. Sus palabras, tan provocativas como sus
caricias, incitaron a Holly a apretarse aún más contra su palma. Rafe le acarició el
pezón enhiesto con el pulgar. Luego le introdujo una pierna entre los muslos. El roce
de la tela áspera sobre su piel constituía un delicioso estimulante añadido. Holly
respiró honda y entrecortadamente al tiempo que ceñía las piernas en torno a Rafe.
Él aumentó la presión mientras le recorría las piernas con las manos. Al
tropezar con el obstáculo de los pantaloncitos, emitió un gruñido. Había llegado el
momento de deshacerse de la molesta tela. Recorrió con el dedo índice la cinturilla de
los pantalones hasta que localizó la cremallera.
Se disponía a abrirla cuando sonó el primer golpe.
Al principio, ambos se hallaban demasiado absortos en el remolino de la pasión
como para prestar atención. Pero los golpes persistieron, hasta hacerse demasiado
fuertes y continuados.
Rafe bajó los brazos y profirió una maldición.
Conforme emergía lentamente de la neblina sensual que la envolvía, Holly se
dio cuenta de que sus brazos aún rodeaban a Rafe. Seguía abrazándolo mientras él
permanecía tenso e inmóvil como un poste de teléfonos.
—¿Qué es ese ruido? —su voz, pastosa, parecía provenir de muy lejos. Quiso
mirarlo a los ojos, pero él agachó la cabeza.
—Código Morse —gruñó Rafe entre dientes. Se quitó suavemente del cuello las
manos de Holly—. Un SOS.
Holly regresó inmediatamente a la realidad. Los golpes siguieron oyéndose en
la pared, aunque para ella no tenían ningún sentido.
—Esto es lo que oirás a cualquier hora del día o de la noche si yo no lo impido.
¿Comprendes ahora por qué se fueron los Lambert? —Rafe se acercó a la pared y
comenzó a devolver los golpes.
Holly se levantó y lo observó. Oír cómo se comunicaba con los niños
aporreando la pared no le parecía tan extraño como podía habérselo parecido unas
horas antes.
—¿Les ocurre algo? —preguntó—. ¿Están pidiendo ayuda?

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—No. Se están divirtiendo, nada más. Tony y Trent se habrán cansado de


esperar. Quieren que les dé permiso para ir contigo a la piscina.
—¿Y lo han dicho en Morse? —Holly estaba impresionada.
—No. Se han limitado a lanzar un SOS. Pero es fácil imaginar el resto.
Rafe dio un último golpe que debió de sacudir el otro lado de la pared. Esta vez,
los chicos no respondieron.
El silencio que siguió estuvo cargado de tensión. Holly casi deseó que los chicos
enviaran otro mensaje. Porque sin la distracción del sonido se veía obligada a pensar
en lo sucedido unos minutos antes.
Había sucumbido al deseo y había besado a Rafe. Se había visto transportada a
un cielo exquisito cuya existencia ni siquiera había imaginado… ¡por un hombre al
que apenas conocía!
—Maldita sea, Holly, ¿a qué juego estás jugando?
—¿Juego? ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que… —Rafe se quedó callado. Se sentía ligeramente aturdido.
El poder de los besos de Holly, sus caricias y su contacto, lo habían cegado,
dejándolo casi sin sentido, y aún no se había recuperado del todo. Cada vez que la
miraba, sentía la poderosa punzada de la lujuria—. Me refiero a tu conducta con los
chicos —se aclaró la garganta—. Al modo en que te has hecho amiga de ellos. A tu
ofrecimiento a llevarlos a nadar. Si lo estás haciendo con la intención de…
—¡No se trata de ningún juego! —lo interrumpió Holly indignada—. Me gustan
los niños, y…
—Trent y Tony han sufrido muchos desengaños con los adultos…
—¿Crees que yo sería capaz de hacerles daño? —Holly sentía una extraña
mezcla de indignación y de dolor.
—No lo sé. No te conozco —Rafe observó fascinado cómo Holly se ruborizaba.
Se preguntó si las demás zonas de su cuerpo presentarían también aquel color
intenso.
—No, no me conoces. Ni yo te conozco a ti. Lo que hemos hecho hace unos
minutos estuvo completamente fuera de lugar —Holly tragó saliva—. Y no ha sido
propio de mí.
—No estamos hablando de eso, sino de los chicos —dijo él fríamente.
—Me has acusado de hacer amistad con ellos por motivos egoístas. Jamás haría
algo semejante, pero no puedo esperar que me creas. Al fin y al cabo, no me conoces
—Holly abrió la puerta y salió.
Una estrategia excelente, se dijo Rafe, porque se vio obligado a ir tras ella. La
siguió como un lobo hambriento que persiguiera a una presa huidiza.
Mientras Holly caminaba hacia el coche, Rafe no pudo sino fijarse en la
perfección de sus piernas esbeltas. Casi pudo sentir la suavidad de su piel, la
excitante fuerza de sus músculos femeninos agitándose con sus caricias.

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Su imaginación pronto lo condujo a derroteros más tórridos. Se imaginó encima


de ella, rodeado de sus preciosas piernas, penetrándola más y más hasta alcanzar un
éxtasis exquisito. Quería vivir esa escena y no solo imaginarla. Oyó en los oídos los
latidos de su corazón desbocado.
Rafe estaba tan distraído con aquellas fantasías eróticas, que no se dio cuenta de
que el lugar donde había estado aparcado su coche, un Jeep Grand Cherokee verde
oscuro, se hallaba vacío.
Pero Holly sí se dio cuenta.
—¿Dónde está tu coche?
Rafe se quedó mirando el aparcamiento vacío. Lentamente, comprendió lo que
había ocurrido.
—No es posible —dijo como pensando en voz alta—. ¡Esos pequeños
monstruos se han llevado mi coche!
Trent y Tony salieron corriendo de la casa con sendas bolsas de deporte en la
mano.
—¡Ya estamos listos para ir a nadar! —dijo Tony animadamente.
—¿Sabéis que Camryn y Kaylin se han llevado mi coche? —preguntó Rafe.
—Claro —respondió Trent—. Tratamos de avisarte. Recibiste nuestro SOS, ¿no?
—Y nos respondiste que nos calláramos —agregó Tony—. Así que pensamos
que no te importaba que se lo llevaran.
—¿Para eso era el SOS? ¿Para avisarme de que las chicas se llevaban el coche?
—Rafe frunció el ceño—. Creía que os habíais cansado de esperar, simplemente.
—Sí —admitió Tony—. Pero eso no era motivo para lanzar un SOS.
—¿Les respondiste ordenándoles que se callaran? —Holly miró a Rafe con las
cejas enarcadas—. Qué encantador.
—Solo les dije que dejaran de dar golpes —explicó él.
—Camryn dijo que se aburría. Y que como tú podías utilizar el coche de Holly,
ella podía llevarse el tuyo. Así que ella y Kaylin agarraron las llaves y se fueron.
Sin decir una sola palabra más, Rafe se dirigió presuroso a su mitad del dúplex
dejando a Holly y a los chicos en el patio.
—Rafe odia que se lleven su coche —explicó Trent.
—¡Bueno, vámonos a nadar! —Tony introdujo la bolsa de deporte en el coche
de Holly y se instaló en el asiento de atrás.
Holly exhaló un suspiro. La situación se estaba complicando. No podía
marcharse así como así con los niños sin el consentimiento de Rafe.
—Antes, será mejor que entremos y le preguntemos a Rafe si os deja ir.
—Rafe nos deja, de veras —aseguró Trent.

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—Tal vez. Pero prefiero oírselo decir a él —Holly esperaba una rabieta, pero los
chicos acataron su decisión y entraron corriendo en la casa. Ella los siguió.
Rafe estaba en la cocina, hablando por teléfono, y los pequeños se dirigieron a
la nevera en busca de un par de polos.
—No contestan —bramó Rafe—. Bueno, puedo esperar. Seguiré insistiendo
hasta que no aguanten el pitido y contesten.
—Está llamando al teléfono del coche —explicó Tony a Holly mientras
mordisqueaba un polo de cereza. Se sentó en el borde de la encimera y se puso a
columpiar distraídamente los pies.
—Nunca contestan cuando Rafe llama al teléfono del coche —terció Trent,
sentado frente a su hermano—. Ponen la música a todo volumen para no oír el
pitido.
—No pienso rendirme —aseguró Rafe sin dejar de insistir. El largo cordón del
teléfono le permitía pasearse por la cocina.
—A lo mejor han ido al río —dijo Tony—. ¡Por mucho calor que haga, el agua
está siempre helada!
—Más les vale no acercarse siquiera al río —el enojo de Rafe dio paso a una
sincera preocupación—. Ninguna de las dos sabe nadar bien… Chicos, sed sinceros.
Esto es muy importante. ¿Dijeron las chicas que se iban al río a nadar?
—No soy ningún chivato —proclamó Trent.
—Eso es lo de menos cuando hay peligro de por medio —intervino Holly. Se
colocó frente a Trent y lo miró a los ojos—. Si Camryn y Kaylin planean ir al río, sus
vidas corren peligro. Pueden ahogarse —añadió.
Trent se encogió de hombros.
—No se ahogarán. Sam, Grable y Becker van con ellas. ¡Son unos tipos enormes!
—Eso no importa. Nadar en un río no es lo mismo que nadar en una piscina —
le explicó Holly—. Si las chicas no saben nadar bien, el río puede ser un lugar muy
traicionero —se giró hacia Tony, que escuchaba la conversación atentamente—. Y,
por supuesto, no podremos ir a la piscina del hotel hasta que encontremos a las
chicas y nos aseguremos de que se encuentran bien.
—Dijeron que se iban a nadar al río —se apresuró a decir Tony.
—¡Chivato! —le espetó Trent.
—Tony se preocupa por Camryn y Kaylin y quiere ayudarlas —replicó Holly—.
Yo lo veo como un héroe.
Tony sonrió de oreja a oreja.
—¿Dijeron a qué parte del río? —preguntó Rafe sin dejar de pasearse con el
auricular pegado a la oreja. Sus ojos se encontraron con los de Holly—. El río Big
Sioux discurre a lo largo de varios kilómetros. Si no sabemos el lugar exacto al que
han ido, podemos llevarnos horas buscándolas.

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—Habrán ido a ese sitio que les gusta tanto —dijo Tony—. Pero no recuerdo
dónde está. Cuando Camryn nos llevó era casi de noche.
—¿Camryn os llevó al río de noche? —Rafe estaba atónito.
—Sí, un par de veces —confirmó Trent—. Fue hace dos semanas. Tú habías
salido de viaje y ella nos cuidaba.
—Ella y sus amigos dieron una fiesta junto al río y fue muy divertido —Tony
sonrió—. Eh, Trent, ¿recuerdas el concurso de lanzamiento de piedras?
—¡Fue genial! —exclamó Trent con alegría—. Pero el río no me gustó. Metí el
pie y los dedos casi se me congelaron.
—¡Dios santo! ¡Mira que llevar a los niños a una fiesta junto al río! ¡Y de noche!
—Rafe miró a Holly—. ¡Pudo haber sucedido alguna desgracia!
En ese momento se oyó la voz aguda de Camryn en el auricular. Parecía muy
molesta.
—¡De acuerdo, de acuerdo! —dijo—. ¡Aquí me tienes!
El volumen de la música en el coche era tan alto que se oía claramente en la
cocina.
—Devuélveme el coche ahora mismo, Camryn —exigió Rafe.
—¿Y qué pasa si no lo hago? —lo desafió la chica.
—Pues… llamaré a la policía y haré que te detengan por robar un automóvil.
No me obligues, Camryn. La cárcel no te gustará.
—¡Yo, en la cárcel! —exclamó Camryn en tono divertido—. En la trena. En el
trullo.
—¡En el talego! —se oyó que decía una voz masculina, y a continuación estalló
una fuerte salva de risas, tanto de chicos como de chicas.
Los labios de Rafe se tensaron.
—Te doy media hora para que traigas el coche, Camryn. O te juro que llamo a la
policía.
Hubo un nuevo sonido de risas.
—Haz lo que quieras, hermanito. Porque no pienso estar ahí dentro de media
hora. Adiós —Camryn colgó y dejó a Rafe con la palabra en la boca, mirando el
auricular con rabia. Volvió a marcar el número.
—¿Por qué no les ha preguntado a dónde van? —preguntó Trent mientras Tony
sacaba otro polo de la nevera.
—No me ha dado tiempo —musitó Rafe.
Holly se apoyó en la pared y dijo en tono casual:
—Proferir amenazas poco realistas no te dará resultado.
Rafe le lanzó una mirada asesina.

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—¿Qué quieres decir con eso?


—Que no vas a llamar a la policía para dar parte del robo del coche, así que…
—¿Que no? ¡Ahora verás! —Rafe empezó a marcar un número distinto.
—Que un adolescente se lleve el coche de la familia resulta irritante, desde
luego, pero no equivale a un robo —dijo Holly—. La policía lo sabe, y Camryn y sus
amigos también.
Rafe depositó el auricular en su sitio con un cuidado tan excesivo, que Holly
comprendió que estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no estrellarlo.
—¿Eres abogada además de psiquiatra? —preguntó con sarcasmo.
—Rafe es abogado —intervino Trent, que observaba a los adultos con enorme
interés.
—Razón de más para que la amenaza resulte poco creíble —dijo Holly.
—¿Me estás llamando incompetente? —encolerizado, Rafe cruzó la habitación y
se detuvo a dos palmos de ella. Pero Holly no retrocedió. Sabía de forma instintiva
que Rafe jamás le haría daño físicamente. En lugar de sentirse intimidada,
experimentó un fuerte impulso de rodearlo con sus brazos para ofrecerle apoyo y
consuelo.
—No he dicho que seas incompetente —dijo con voz tranquila—. Eres
inteligente y capaz. Pero la amenaza de avisar a la policía no es muy efectiva, que
digamos. ¿Quieres que vayamos a buscarlas en mi coche?
Rafe asintió.
—Vamos.
Cuando los cuatro estuvieron en el coche, Rafe miró de reojo a Holly. Estaba
sentada junto a él, en el asiento delantero, explicándoles a los niños cómo funcionaba
su teléfono móvil.
—Llamad a las chicas —les indicó Holly—. Si contestan, que os digan en qué
lugar exacto se encuentran y hacia dónde se dirigen.
—Si yo hubiera hecho eso en lugar de proferir amenazas estúpidas y poco
efectivas, ya sabríamos dónde están esos demonios —murmuró Rafe entre dientes.
—Estabas estresado —le dijo Holly.
—Eh, Rafe, ¿sabes qué? —dijo Trent desde el asiento trasero—. La primera vez
que Camryn nos llevó al río tomamos pizza antes de ir.
—Una pista excelente, Trent. ¿Recuerdas dónde comprasteis la pizza?
—En la pizzería había una mesa de billar —terció Tony—. Y una máquina del
millón. Eché una partida.
—Creo que están hablando de DeLallo’s —dijo Rafe a Holly—. Es
principalmente un bar, pero las familias suelen ir por las tardes porque sirven las
pizzas más grandes de todo el estado.

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—¿Queda cerca del río? —preguntó Holly esperanzada.


Rafe asintió.
—A unas tres manzanas.
A orillas del río se extendía una amplia zona arbolada, y condujeron lentamente
por la carretera hasta que divisaron el Jeep verde oscuro de Rafe, aparcado en un
recodo.
—¡Ahí están! —exclamó Holly.
Se apearon del coche, y Rafe echó a andar a paso ligero hacia el río.
—Yo iré delante —dijo—. Vosotros seguidme en fila india, e id con cuidado si
os aviso de alguna zarza o alguna hiedra venenosa.
Holly iba la última. Al oír lo de la hiedra venenosa empezó a sentir picores por
todo el cuerpo, aunque no se toparon con ninguna hierba peligrosa. Tardaron menos
de dos minutos en hallarse junto a las rápidas aguas del río, en una franja de tierra
oscura plagada de rocas… y de ropa desperdigada.
—¡Se están bañando desnudos! —exclamó Rafe escandalizado.
—Sin nada encima —añadió Tony—. Mira, ésa es la camiseta de Grable. ¡Es
enorme!
—¡Ahí están las ropas de Camryn y Kaylin! —Tony se apresuró hacia una roca
plana donde estaban amontonadas las prendas de las chicas.
—¡Yo las mato! —gruñó Rafe.
—¿Dónde estarán? —preguntó Holly oteando las aguas del río—. Si están
bañándose, deberían hallarse a la vista.
Como en respuesta, una serie de gritos frenéticos se oyó en el agua, lejos de la
orilla.
—¡Hola! —gritaron Trent y Tony, saltando y haciendo señales con los brazos—.
¡Hola! ¡Estamos aquí!
—Están en apuros —dijo Rafe al tiempo que se quitaba los mocasines.
Por un momento, Holly creyó que se refería al castigo que pensaba imponerles.
Pero enseguida se dio cuenta de que ocurría algo. Algo espantoso.
Los jóvenes chapoteaban en el agua, pidiendo socorro.
—Holly, vuelve al coche y llama al servicio de urgencias. Diles exactamente
dónde estamos —ordenó Rafe—. Trent, ve con Tony al Jeep y traed las mantas que
hay en el maletero —se despojó de la camisa y de los téjanos mientras hablaba.
Luego, llevando solo sus calzoncillos grises, se introdujo en el agua.
—¡No vayas, Rafe! —gritó Holly—. ¡No podrás rescatarlos a todos!
—Llama a urgencias ahora mismo, Holly —le gritó él por encima del hombro—.
¡Y ni se te ocurra meter ni un pie en el agua!

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Rafe siguió adelante, hasta que el agua le llegó al nivel de la cintura. Holly sabía
que los ríos eran imprevisibles y, por tanto, traicioneros. La profundidad era a veces
engañosa, y solía haber agujeros profundos donde menos se esperaba. Además,
estaban las corrientes, superficiales y profundas, que podían engullir a una persona y
arrastrarla al fondo.
Holly corrió hacia el coche y llamó al 911, indicando lo mejor que pudo dónde
se hallaban. Luego regresó a la orilla del río junto a Trent y Tony, que acarreaban un
par de mantas. Dos adolescentes altos y musculosos ya se habían vestido y
permanecían mirando sombríamente hacia el río.
—Son Grable y Becker —informó Trent a Holly.
Holly se acercó a ellos rápidamente, deseando haber llevado consigo su
botiquín. Con las prisas, se le había olvidado por completo. Les tomó el pulso y
comprobó que solo estaban algo agitados.
—Fue Camryn quien insistió en venir, no nosotros —Grable parecía estar al
borde de las lágrimas—. Le dijimos que no queríamos bañarnos, pero ella nos obligó.
—¡Camryn no es ni la mitad de grande que vosotros! —exclamó Holly
exasperada—. ¡No pudo obligaros a meteros en el río! ¡Debisteis detenerla!
—Camryn siempre hace lo que quiere —gimió Becker.
Observaron cómo Rafe arrastraba a Kaylin hasta la orilla.
—Quedaos aquí y nos os mováis —ordenó Holly a Trent y a Tony. Luego se
quitó los zapatos y se acercó a la orilla para envolver a Kaylin con una de las mantas.
—No podíamos volver a la orilla —sollozó Kaylin—. Y Camryn no podía
mantenerse a flote. ¡Camryn! —gritó, el nombre de su hermana.
—Rafe la sacará —dijo Holly en tono tranquilizador.
—¿Y si Camryn se ahoga? —vociferó Kaylin—. ¿Qué voy a hacer yo sin mi
hermana?
Se estremecía y temblaba tanto, que Holly tuvo que secarla con la manta y
ayudarla a vestirse, al tiempo que comprobaba sus signos vitales.
—A Camryn no le pasará nada —le prometió, aunque por lo general no fuera
partidaria de hacer promesas inciertas, no basadas en hechos reales.
Al ver que Rafe sacaba a Camryn, se dirigió de nuevo a la orilla con la otra
manta. El último en ser rescatado fue Sam, un chico de complexión fuerte cuya
situación confirmó la teoría de Holly de que la fuerza física y el tamaño no
constituían garantías de seguridad contra los peligros de un río.
Sam y Camryn parecían hallarse en peor estado que los demás. Tosían sin parar
y daban arcadas cuando el equipo de rescate les colocó las mascarillas de oxígeno.
Holly permaneció al margen mientras los paramédicos realizaban su trabajo.
Kaylin se quitó la mascarilla de oxígeno y preguntó:
—¿Se va a morir Camryn?

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

Holly rodeó a la chica con sus brazos.


—No, pero tendréis que ir al hospital, Kaylin.
—¿Por qué? ¡Quiero irme a casa! —protestó Kaylin—. ¡Estamos bien! ¡No
pueden obligarnos a ir a un estúpido hospital!
—La hospitalización es necesaria en estos casos —dijo con firmeza uno de los
paramédicos—. Y vuelve a ponerte la mascarilla.
—Si Rafe no hubiera venido… —musitó Kaylin—. Nos habríamos ahogado,
¿verdad?
—Probablemente —Holly no trató de restar importancia a lo ocurrido. Había
ocasiones en que era necesario decir la verdad por horrible que ésta resultara—. Tu
hermano estaba terriblemente preocupado por vosotras, Kaylin. Os quiere mucho a ti
y a Camryn.
—¿Incluso después de lo sucedido? —susurró Kaylin—. Su rostro era un retrato
de miedo y desesperación—. Flint y Eva le dirán que nos eche de casa.
Holly la abrazó.
—Rafe no os va a echar, Kaylin —sabía que no debía prometer algo que solo
dependía del propio Rafe. Pero sus instintos le decían que era cierto.
Holly miró a Rafe, que hablaba con uno de los policías que habían acudido al
lugar del suceso. Vio que había vuelto a ponerse la camisa y los pantalones téjanos.
¿Sobre los calzoncillos empapados? Evocó de nuevo su cuerpo desnudo. Su
amplio pecho bronceado, sus piernas largas y musculosas. Y la tela húmeda de los
calzoncillos, ceñida a la zona más viril de su cuerpo.
De repente, le costó trabajo respirar.
Holly hizo un esfuerzo por concentrarse en Kaylin, que seguía abrazada a ella.
Cuando Rafe se acercó, consiguió aparentar el porte sereno de la profesional que era.
—Una ambulancia llevará a Camryn y a Sam al hospital —dijo Rafe—. Yo iré en
el coche con Trent, Tony y Grable… ese grandullón al que me encantaría despedazar.
¿Quieres llevar tú al otro?
—¿Al otro imbécil al que te gustaría despedazar? —Holly sonrió—. Si te sirve
de consuelo, yo también tuve el mismo impulso al principio. Se te pasará.
—Si tú lo dices, doctora. ¿Quieres llevar también a Kaylin? Parece sentirse más
tranquila contigo —con una expresión casi ausente, Rafe tomó la mano de Holly y se
la llevó a la boca, acariciándole los nudillos con los labios antes de darse cuenta de lo
que estaba haciendo. La soltó rápidamente.
—Por supuesto, la llevaré —Holly creyó que el corazón se le saldría del pecho—
. ¿Te sientes con fuerzas para caminar hasta el coche, Kaylin?
—Creo que voy a devolver —farfulló Kaylin. Se retiró unos cuantos pasos y se
puso a vomitar. Holly le sostuvo la frente. En cuanto hubo pasado la crisis, Rafe tomó
a su hermana en brazos y la llevó al coche de Holly.

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Ella lo siguió con los cuatro chicos. Grable y Becker se hallaban mojados,
aturdidos y asustados. Trent y Tony corrían y saltaban con entusiasmo.
La ambulancia y el coche de policía ya se marchaban cuando Rafe colocó a
Kaylin en el asiento delantero del coche. Becker se sentó detrás, envuelto en una
manta.
—El hospital queda a unos veinte minutos —dijo Rafe—. Sígueme.
Lo dijo con un tono absolutamente autoritario, pero esta vez Holly no se
ofendió. Había aprendido mucho acerca de Rafe Paradise en las últimas horas. Y si
Rafe necesitaba aparentar autoridad en las situaciones complicadas, ella podía
aceptarlo.

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Capítulo 5
Rafe se sintió mareado al oír el aluvión de términos inescrutables que
mencionaban los médicos: laringospasmo, hipoxemia, hipercapnia, atelectasis… Por
suerte, Holly estaba allí para mantener una conversación inteligente con ellos, pues
Rafe sabía que él hubiera sido incapaz.
Cuando volvieron a la sala de espera, Holly le explicó que los chicos no corrían
peligro.
—¿Y por qué nos martirizan nombrando un montón de males que no padecen?
—dijo Rafe. Notó que lo embargaba una sensación de cólera, y lo agradeció. Le
confería vitalidad y fortaleza, además de ayudarle a desterrar de su mente el puro
terror de haber visto a Camryn y Kaylin al borde de la muerte.
—Los médicos han aprovechado la oportunidad para aleccionar a los
estudiantes en prácticas. ¿No te has fijado en el grupo de jóvenes con batas blancas?
Son estudiantes de medicina.
—¿Y tienen que torturar también a los familiares de los pacientes?
—No me molestaré en contestar a eso. Te has propuesto que tengamos una
discusión y rebatirás cualquiera de mis explicaciones.
Rafe arrugó la frente. Holly tenía razón.
—¿Además de analizar las mentes, sabes leerlas, doctora?
—Estás empeñado en discutir, ¿eh? —repuso ella arqueando las cejas—. Pues lo
siento, pero no te daré ese gusto —se dirigió al otro extremo de la sala, donde Trent y
Tony sacudían la máquina expendedora de chocolatinas.
Holly les dio unas monedas, que ellos se apresuraron a depositar en la ranura
correspondiente.
—Este sitio es genial —comentó Trent echando un vistazo a su alrededor—. Un
televisor grande, soda y chocolatinas. Si hubiera videojuegos, sería perfecto.
—¡Sí! —secundó Tony con entusiasmo—. Pero no quiero ver el telediario.
Pongamos otra cosa —corrieron hacia el televisor, se encaramaron en un par de sillas
y procedieron a repasar los distintos canales.
Rafe se acercó a Holly, que seguía junto a la máquina de chocolatinas.
—Ya sabía lo de los estudiantes en prácticas —dijo retomando la conversación
de hacía unos minutos como si no se hubiera producido ninguna interrupción. Desde
su llegada al hospital, parecía incapaz de permanecer lejos de Holly. Se dijo que era a
causa de sus conocimientos médicos y de su profesión, pero en realidad… Rafe tragó
saliva, confuso—. Eva está haciendo las prácticas de medicina interna aquí.
—¿De veras? ¿No vas a llamarla para comunicarle lo sucedido?

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—Debería, pero no quiero que se monte una nueva escena —Rafe se encogió de
hombros resignadamente—. Ya sabes lo que Camryn y Kaylin piensan de Eva. Y me
temo que el sentimiento es mutuo.
—¿A Eva no le caen bien las chicas?
Rafe esbozó una sonrisa grave.
—Sería más adecuado decir que las detesta.
—¿Por qué?
—Ya has conocido a Camryn y Kaylin, Holly.
—Sí, las he conocido, pero no las detesto. Es más, a ti te caen bien —Holly abrió
los ojos de par en par—. ¿Es por eso? ¿Eva odia a sus hermanas porque se siente
celosa…?
—¿Sabes? Si te pagara la hora, podría entender tu interés y tus preguntas. Pero
dado que no es el caso… —Rafe dejó la frase a la mitad y miró hacia otro lugar—.
¡Tony, no saltes en las sillas! Y tú deja en paz el televisor, Trent.
—Así que Eva está celosa porque las chicas viven contigo —murmuró Holly—.
Preferiría ser la única hermana y está resentida con Camryn y Kaylin porque han
usurpado su lugar.
Rafe la miró a los ojos. Era una mujer muy perceptiva, debía reconocerlo.
—Las cosas no han sido fáciles para Eva —explicó tranquilamente—. Nuestra
madre murió de meningitis cuando ella tenía seis años y, al cabo de un año, nuestro
padre se casó con una bruja cruel y rencorosa llamada Marcine.
—¿La madre de Camryn y Kaylin?
—Sí. Todo ocurrió muy deprisa. Mamá murió, papá se casó con Marcine,
Camryn y Kaylin nacieron con doce meses de diferencia, y Marcine se marchó con las
pequeñas. No volvimos a verlas ni a saber nada de ellas. Y, la verdad, Eva, Flint y yo
nos alegramos de perder a Marcine de vista…
—Tal vez odiabais a Marcine, pero no a las niñas.
—De pequeñas eran encantadoras —musitó Rafe incómodo. Luego apartó sus
ojos de los de Holly—. Se te da muy bien escuchar, doctora. Debo reconocerlo.
—Gracias. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—A lo mejor.
—¿Por qué no volvisteis a ver a Marcine y las niñas?
—No fue porque mi padre no lo intentara —Rafe se puso automáticamente a la
defensiva—. Las buscó, e incluso contrató los servicios de un detective privado, pero
Marcine cambiaba continuamente de residencia. Cuando mi padre se mató en un
accidente de coche, hace seis años, esperábamos que Marcine se presentara para
reclamar dinero o, al menos, una copia del certificado de defunción para reclamar
una pensión a la seguridad social. Pero no apareció.

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—Quería mantener a las niñas alejadas de vosotros, pasara lo que pasara —


concluyó Holly.
—Eso parece. Y de pronto, inesperadamente, recibimos una llamada suya
después de catorce años sin saber nada de ella. Dijo que se estaba muriendo, que
había contraído una hepatitis vírica y le quedaba poco de vida. Estaba esperando un
trasplante, pero había decidido dejar solventada la situación de sus hijas por si las
cosas no salían bien.
—Oír eso después de tanto tiempo debió de resultaros… —Holly hizo una
pausa, intentando buscar un término adecuado—. Extraño —fue lo único que acertó
a decir.
—Te quedas corta —Rafe exhaló un profundo suspiro—. Marcine se mostró tan
hostil como siempre. Dejó bien claro que constituíamos su último recurso, y
reconoció incluso que odiaba tener que pedirnos algo a los Paradise.
—¿Le hicieron el trasplante? —Holly sentía curiosidad.
Rafe no pareció oírla.
—Acepté hacerme cargo de las niñas por mi padre, no por Marcine. Sabía lo
mucho que había deseado encontrarlas. Me pareció injusto que cuando regresaron a
Sioux Falls, él ya no estuviera allí para verlas.
—Sí, muy injusto —dijo Holly suavemente.
—El reencuentro no habría sido fácil aunque mi padre hubiera vivido. Marcine
había envenenado a las chicas con su rencor durante todos esos años. Insistían en que
nuestro padre no las había querido nunca, que había sido cruel con su madre… Todo
era mentira, claro, pero ellas se negaban a escuchar cualquier otra versión.
Holly se aclaró la garganta.
—¿Quieres que busque a Eva y le diga que las chicas están aquí? Se lo plantearé
de un modo estrictamente profesional, de médico a médico.
—Sé que tus intenciones son buenas, Holly, pero no hace falta que me protejas
de mi propia hermana. Yo se lo diré.
Holly alzó la vista y se quedó mirándolo. Cielo santo, qué atractivo era. Cada
vez que lo miraba le parecía más sexy, más guapo.
Tragó saliva. Rafe había penetrado sin esfuerzo en su fachada de fría
profesional. Sintió un suave calor al recordar cómo se había derretido entre sus
brazos. Al evocar el tacto de su piel, el sabor de sus labios.
Holly miró hacia otro lado rápidamente. El cuerpo le ardía, y su mente
zozobraba en un marasmo de confusión. Los pensamientos y las sensaciones que la
asaltaban continuamente no eran propios de ella.
—¡Rafe! Jensen Montel me ha dicho que estabais aquí! —una joven de aspecto
cansado entró presurosa en la sala de espera. Poseía los mismos rasgos de Rafe y
tenía un lustroso cabello negro. La bata blanca que llevaba le quedaba demasiado
grande.

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—Espero que estés preparado —le susurró Holly a Rafe—. Porque, si no me


equivoco, ésa es Eva. Y ya se ha enterado de lo de las chicas.
En efecto, Eva estaba al corriente de todo.
—¡Esta vez la han hecho buena, Rafe! ¡Podías haber muerto por culpa de esas
estúpidas malcriadas! —se abalanzó sobre su hermano y lo abrazó con fuerza—. ¿Te
encuentras bien, Rafe? ¿Te han examinado ya? Tienes que…
—Estoy bien, Eva. No necesito atención médica —Rafe le dio unas palmaditas
en la espalda—. Pero Camryn y Kaylin…
—Ya las han atendido. Pero eres tú quien me preocupa. Arriesgaste la vida para
salvar a esos pequeños monstruos. Oh, Rafe, si te llega a pasar algo…
—Eva, cariño, te aseguro que estoy perfectamente. Mi vida no corrió peligro en
ningún momento. Y si no me crees, pregúntale a… —miró por encima del hombro de
Eva y sus ojos se encontraron con los de Holly.
Captando la indicación, ella se acercó.
—Soy la doctora Holly Casale. Acabo de incorporarme al equipo de la consulta
Widmark —dijo con su tono sereno y medido de profesional.
El efecto que sus palabras ejercieron sobre Eva fue instantáneo. La joven se
retiró de su hermano inmediatamente y tendió a Holly una mano temblorosa.
—Encantada de conocerla, doctora Casale. Soy Eva Paradise… Estoy de
prácticas con el doctor Gordon.
Holly asintió brevemente, como si supiera con exactitud quién era el doctor
Gordon y qué lugar ocupaba en la jerarquía del hospital. Le aseguró a Eva que su
hermano no había corrido peligro.
En ese momento, una enfermera se acercó a Tony y a Trent para pedirles que
dejaran de juguetear con el televisor.
—¡Oh, no! —exclamó Eva—. ¿Ellos también han venido? —lanzó una mirada
ácida a los niños.
—¿Podemos ir a nadar ya? —preguntó Tony—. ¡Nos los prometiste, Rafe!
—¡A nadar! Rafe ha podido ahogarse rescatando a esas dos idiotas, ¿y ahora
queréis que vaya a nadar con vosotros? —Eva parecía indignada—. ¿Dónde? ¿En el
río? Claro, ¿por qué no? Camryn y Kaylin están fuera de combate, pero aún quedáis
vosotros para tomar el relevo.
—Eh, Evita, pienso decirle a Camryn y Kaylin que las has llamado idiotas —
contraatacó Trent—. Además, vimos cómo Rafe se metía en el río y no estuvo a punto
de ahogarse. ¡Nadaba como un pez!
—Doctora Paradise, le sugiero que estudie el cuadro clínico de los tres pacientes
que pasarán la noche en observación por posibles síntomas de hipoxia —Holly
utilizó el tono frío que solía reservar para los estudiantes de medicina con los que
había tratado en Michigan—. Incluidas sus dos hermanas, naturalmente.

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Eva pareció intimidada. Le dio a Rafe un breve abrazo, se despidió cortésmente


de Holly y se marchó.
—¡Uauh! ¡Te has deshecho de ella en un santiamén! —Trent estaba
impresionado.
—¿Podemos irnos ya a nadar? —suplicó Tony—. A la piscina del motel —
añadió rápidamente—, no al río.
—Me parece una buena idea —dijo Holly—. Buscaré un motel que tenga
piscina —se giró hacia Rafe—. ¿Te parece bien que me lleve a los chicos mientras tú
te quedas aquí con tus hermanas? Te llamaré para decirte dónde estamos, y podrás
recogerlos esta noche, cuando acabe el horario de visitas del hospital.
Rafe sintió una mezcla de alivio, gratitud y reluctancia. Sabía que Trent y Tony
no aguantarían mucho más en la sala de espera sin armar algún destrozo.
Pero no deseaba que Holly se marchara. Con ella se sentía más seguro, más
tranquilo.
Pero también más vulnerable. Ninguna mujer le había afectado nunca hasta ese
punto. Y eso lo inquietaba.
El sentido común le decía que lo más aconsejable era alejarse de ella, evitarla. Y
eso haría, decidió Rafe mientras observaba cómo Holly salía con los niños de la sala
de espera.

Holly encontró un motel pequeño y agradable llamado «Grandes llanuras»,


junto al cruce de la carretera interestatal. Tenía piscina, cafetería y una tienda de
regalos con un espectacular surtido de souvenirs de todo tipo. Trent y Tony se
mostraron encantados.
Se pasaron horas jugando en la piscina. Simularon varias situaciones de ahogo
y salvamento, algo que Holly halló fascinante desde el punto de vista psicológico.
Los niños se servían del juego para superar sus miedos. A pesar de su actitud
entusiasta en el momento del suceso, Trent y Tony se habían sentido muy tensos al
ver la lucha desesperada de sus hermanos en el río.
Desde el punto de vista personal, Holly disfrutaba con el entusiasmo contagioso
de los chicos. Resultaba divertido tenerlos cerca. Después de nadar, habían cenado en
la cafetería del motel y Holly les había comprado un par de detalles en la tienda de
regalos.
Cuando Rafe llegó para recoger a los chicos, parecía brusco y distraído. Solo le
interesaba meter a los niños en el Jeep y marcharse. Peor aún, había querido pagarle
a Holly la cena y los regalos.
Holly rechazó su dinero y, cuando se hubieron ido, se preguntó por qué se
había sentido tan insultada con la actitud de Rafe. No tenía derecho a sentirse herida
o molesta por la fría distancia que él había mantenido a propósito. Estaba cansado,
preocupado por sus hermanas, abstraído…

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¡Pero le había hecho un desaire!


Holly reconoció la verdad. ¿Acaso no animaba siempre a sus pacientes a que
afrontaran la verdad en lugar de evitarla? Pues más le valía predicar con el ejemplo.
Tomó una larga ducha y se lavó el cabello.
Luego se puso una camisa de dormir que le había regalado su amiga Brenna.
Era floja, y estaba adornada con los personajes de la Warner Brothers.
Holly se echó un vistazo. Tendría que haberle dicho a Brenna que aquella
camisa era más bien de la talla de King Kong.
El teléfono empezó a sonar, sobresaltándola. Se dispuso a contestar, con el
corazón latiéndole en los oídos.
Una voz familiar se oyó al otro lado de la línea, y el pulso se le aceleró aún más.
—Hola, mamá.
Había dejado un mensaje a sus padres en el con testador hacía unas cuantas
horas. En él les decía, básicamente, que había llegado bien a Sioux Falls, y les dejaba
las señas y el teléfono del motel.
—Sé que debes de sentirte muy sola ahí, metida en la habitación de un motel.
Para colmo, tus muebles siguen en el camión de mudanzas. Seguro que van camino
de Wyoming y tardarás semanas en volver a recuperarlos —se lamentó su madre—.
Por eso te llamo. Para darte ánimos.
—Estoy bien, mamá. Pero me alegra oírte.
Su madre la puso al corriente de los detalles de la inminente boda. La pequeña
Heidi había brillado como una diosa en la fiesta que tía Honoria había celebrado en
su honor—. Todos te echamos mucho de menos, Holly. Ojalá hubieras estado aquí.
—Lo sé.
—Estaba tan segura de que te casarías con Devlin Brennan, Holly.
—Mamá, Dev y yo solo éramos buenos amigos —respondió Holly—. Llevo
años diciéndotelo. No sé por qué nunca quisiste creerme.
—¡Buenos amigos! —exclamó su madre—. Eso es lo que dicen los famosos
cuando tienen un lío con alguien. Todo el mundo lo sabe.
—Mamá, Dev y yo no somos famosos, ni tuvimos ningún lío.
—Desde luego. Se ha casado con otra mujer y ya tiene un hijo. Aún no puedo
creerlo, Holly. Malgastaste años de tu vida con Devlin Brennan —se quejó Helene—.
Y ahora estás en un pueblo remoto donde no habrá ni un solo hombre soltero…
—En Sioux Falls hay muchos hombres solteros, mamá —la imagen de Rafe
Paradise apareció en la mente de Holly antes de que ella pudiera rechazarla. ¡No, no
pensaba avanzar en esa dirección!
—Pero, ¿los conocerás? Tienes que salir más a menudo, Holly. Por cierto, Heidi
enviará las invitaciones esta misma semana. Vendrás a la boda, ¿verdad? Siempre
has sido la prima favorita de Heidi y tía Honoria tiene preparado algo muy especial

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para ti —Helene había reservado la gran noticia para coronar la conversación—. Sabe
de un hombre maravilloso que está deseando conocerte y que asistirá a la boda…
La sola idea le produjo a Holly escalofríos. ¿De veras sería tan grave que no
asistiera a la boda? Pondría alguna excusa verosímil, por supuesto. Quizá la
seguridad de un paciente gravemente enfermo al que no debía abandonar bajo
ningún pretexto.
Una hora más tarde, Holly escuchaba con poco entusiasmo el telediario
mientras trataba de ingeniar alguna historia plausible que la salvara de la boda,
cuando llamaron a la puerta de la habitación.
Se oyeron más golpes, seguidos de una voz. La voz de Rafe.
—Déjame entrar, Holly. Sé que no estás dormida. Oigo el sonido de la
televisión.
Holly se incorporó dando un respingo. No podía dejarlo pasar. No tenía
ninguna bata que ponerse sobre la camisa de noche. Sí, podía decirle que esperara
fuera mientras se vestía, pero Holly desechó dicha táctica porque su madre y sus tías
siempre le habían aconsejado que la pusiera en práctica. Además, aún tenía el cabello
completamente empapado.
Holly echó un vistazo a la enorme camisa que la cubría y se dijo que, en
realidad, no necesitaba una bata. Además, la tela era muy gruesa y no se
transparentaba.
No, no corría el peligro de resultar atractiva con aquella prenda.
—Abre la puerta, Holly —ordenó Rafe desde el exterior del cuarto.
Holly abrió, pero solo un poco. Al fin y al cabo, podía haber ido a buscarla por
alguna emergencia.
—¿Ha pasado algo en el hospital?
—No. Llamé hace media hora, y las chicas están bien —Rafe empujó la puerta y
entró en la habitación—. ¿Estás enfadada conmigo?
Holly se sorprendió de que se hubiera dado cuenta, pero no tenía intención de
admitirlo. Eso equivaldría a reconocer que las cosas entre ellos habían alcanzado una
profundidad para la que aún no se sentía preparada.
—¿Por qué iba estarlo? —se alegró al comprobar que su voz parecía serena.
Rafe cerró la puerta.
—Antes no te hice caso.
—Me pareció perfectamente comprensible. Estabas cansado, Trent y Tony
reclamaban tu atención, y el día ha sido difícil —Holly se encogió de hombros—. No
me lo tomé como algo personal. No esperaba que me…
—No te hice caso y te lo tomaste como algo personal —la interrumpió Rafe—.
Cuando me marchaba, me lanzaste una mirada que habría congelado el infierno —
cuando ella abrió la boca para protestar, él alzó una mano para impedírselo—. Sí, me

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fijé en esa mirada. Esperabas… —hizo una pausa—. Esperabas un trato mejor que el
que te di. Lo siento, Holly.
—Pero no tenías que haber venido desde tan lejos para decirme eso, Rafe —
Holly sintió lástima de él. Parecía triste, cansado y arrepentido.
—¿De veras?
Holly vio que la miraba intensamente con sus preciosos ojos negros.
—Seguro que no sabías que el tío Sam durmió una vez con un gorro de dormir
encima del sombrero —bromeó acerca de uno de los personajes de la camisa,
precisamente el que Rafe estaba mirando.
Cuando agachó la vista, comprobó que el tío Sam le quedaba justamente encima
del seno izquierdo… y que el pezón erecto se distinguía a través del tejido. Holly
retrocedió un paso—. ¿Dónde están los chicos? —preguntó con voz trémula y
entrecortada.
—Los hijos de los Steen los estaban esperando cuando llegamos a casa. Querían
acampar en el jardín esta noche. Curt y Maggie, los padres, habían montado ya la
tienda de campaña. ¿Cómo iba a decirles que no?
—Claro —Holly notó que el corazón se le aceleraba aún más al ver aquella
sonrisa—. Los Steen parecen buena gente.
—Sí. Mañana los conocerás. Quieren darte la bienvenida —Rafe se frotó el
cuello con la mano, y luego flexionó los hombros para aliviar la tensión de los
músculos.
Holly lo observó.
—¿Empiezas a sentir los efectos del rescate?
—Me siento como si me hubiera dado de puñetazos con diez tipos a la vez —
Rafe esbozó una tenue sonrisa. Se llevó la mano a la parte baja de la espalda e hizo
una mueca—. Tengo doloridos todos los músculos del cuerpo.
—Claro. Los utilizaste para luchar contra la corriente y arrastrar a las chicas
hasta la orilla. El río Big Sioux tiene más fuerza que diez hombres juntos. ¿Te
encuentras bien? —preguntó Holly suavemente.
—Sí. Estoy bien.
—Si no lo estuvieras, ¿lo admitirías?
Él negó con la cabeza.
—Por supuesto que no.
—Lo sospechaba. Los hombres son unos pacientes terribles. O se muestran
estoicos por razones de orgullo, o se quejan amargamente por la dolencia más
insignificante.
La sonrisa de Rafe se ensanchó.
—Te pareces hablando a Eva. Ya ha tenido que vérselas con más de un quejica y
algún que otro hombre orgulloso.

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—Pues dile que no ha hecho más que empezar —Holly lo miró—. Tengo
ibuprofén y relajantes en el bolso. Te los daré para que te los lleves a casa.
—Olvídate de relajantes —dijo Rafe como si le hubiera ofrecido heroína—. Pero
aceptaré el ibuprofén. Y un masaje —se sentó en la cama—. En la facultad de
medicina os enseñan a darlos, ¿no, doctora?
Holly le dio las pastillas y un vaso de agua, tratando de no prestar atención al
calor que empezaba a sentir por dentro. Solo estaba bromeando, ¿verdad?
Después de tomarse el ibuprofén, Rafe se quitó la camisa azul, dejando al
descubierto su pecho recio y bien formado. Holly contuvo el aliento. Al parecer, no
bromeaba.
—¿Me tumbo?
Sin esperar una respuesta, se echó boca abajo en la cama, maniobrando para
acomodar sus largas piernas. Tenía la espalda tan suave, musculosa y cobriza como
el pecho. Holly reprimió un jadeo de admiración. Tenía un cuerpo precioso. Al
menos, las partes que podía ver lo eran.
Los ojos se le fueron hacia los téjanos desgastados. Le sentaban a la perfección.
Sus nalgas y sus largas piernas eran una obra de arte de la naturaleza. Holly recordó
vívidamente el aspecto que tenía al salir del río. Cómo los calzoncillos empapados se
ceñían a sus formas masculinas…
Rafe se alzó ligeramente sobre los codos y volvió la cabeza para mirarla.
—¿Se te ha olvidado cómo se hace?
—Desde luego que no.
—Tal vez te convenga repasar las lecciones de anatomía, doctora. Estudiar de
nuevo los músculos del cuerpo humano…
—Saqué sobresaliente en la asignatura de anatomía, y no se me ha olvidado ni
un solo músculo, nervio o hueso —repuso Holly, reprochándose a sí misma su
conducta.
Se estaba comportando como una colegiala y no como una profesional de la
medicina que había visto más cuerpos desnudos de los que recordaba… Claro que
aquellos cuerpos pertenecían a pacientes y no le atraían…
Holly intentó serenarse. Un masaje. Eso era lo único que Rafe le había pedido.
Solo tenía que dárselo. Nada más.
Era médico, y debía dejarse llevar por el cerebro y no por las hormonas. Su
autocontrol había sido legendario durante los años que pasó en Michigan. Jamás
había permitido que sus impulsos la dominasen.
Un masaje. Podría hacerlo. Sin problemas.

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Capítulo 6
Holly se subió en la cama y se arrodilló junto a Rafe. Empezando por el cuello,
comenzó a masajear con los dedos los músculos rígidos y tensos. Él emitió un leve
quejido. ¿Debido a la tensión de los músculos doloridos? Holly se mordió el labio
inferior y continuó con el masaje, bajando poco a poco hasta los hombros.
Enseguida se dio cuenta de que no podría abarcar ambos hombros arrodillada
de aquella manera. Nerviosa, se ahorcajó encima de Rafe, tratando de ignorar la
sensación que le producía la tela de los téjanos en la cara interna de los muslos.
Holly le masajeó un lado de la espalda y luego el otro, incrementando
paulatinamente la presión de los dedos para deshacer la rigidez de los músculos.
Luego se concentró en la espina dorsal, trazando suaves círculos en torno a cada
vértebra.
Sus movimientos hicieron que sus caderas se frotaran con las de Rafe. Un
intenso calor llenó cada zona erógena de su cuerpo, incluida su cabeza.
De pronto, le pareció necesario decir algo, romper el denso silencio que parecía
haber desplazado el aire de la habitación.
—Debería… ponerte un poco de loción. Los masajistas profesionales suelen
hacerlo. Pero solo tengo la crema facial que uso por las noches. Supongo que puede
servir, pero… —se dio cuenta de que empezaba a tartamudear, y enrojeció de
vergüenza.
«Calla y concéntrate en los diagramas de anatomía que tuviste que memorizar
en la universidad» se ordenó. «Recita el nombre y la función de cada músculo
mientras trabajas.»
Por desgracia, aquella distracción no le dio resultado. El contacto de la recia
espalda de Rafe estaba afectándola de forma inevitable. Las sensaciones que le
producía estar sentada encima de él, con las piernas separadas, amenazaban con
hacerle perder el control.
Le pasó las palmas de las manos por toda la extensión de la espalda,
oprimiéndolo con su peso contra el colchón.
—Tengo que parar ya —dijo con voz espesa—. Se me cansan los brazos.
Lo cual era cierto. Además, se sentía más excitada que nunca en su vida y sabía
que si no se levantaba, si no se apartaba de él…
Holly se quitó de encima de Rafe y se arrodilló a su lado. Parecía incapaz de
retirarse más.
—¿Y mis pectorales? —dijo él con voz amortiguada—. Los tengo muy doloridos
por el esfuerzo de haber nadado contra corriente y arrastrado a las chicas a la orilla.
Rafe mantuvo los ojos cerrados, pero la tensión que padecía su cuerpo no tenía
nada que ver con los esfuerzos realizados en el río. Sentir las manos de Holly en su
espalda lo había transportado a una zona de puro embeleso sensual. Y sentirla

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encima, notar cómo sus nalgas subían y bajaban conforme lo masajeaba con aquellas
manos expertas, fue como entrar en un nirvana deliciosamente erótico.
—Creo… que… —a Holly se le ahogó la voz en la garganta cuando Rafe se
puso boca arriba inesperadamente, revelando su estado de excitación.
Se sintió aliviada al comprobar que seguía con los ojos cerrados, porque no
pudo sino mirar con la boca abierta que estaba claramente excitado.
Rafe abrió los ojos y la sorprendió mirándolo.
—Ven aquí —le dijo con voz ronca.
Holly percibió la ansiedad de sus ojos, una ansiedad que sabía que también se
reflejaba en los suyos. Debía retroceder, poner fin a la situación antes de que fuera
demasiado tarde.
Rafe alargó la mano y le acarició el antebrazo. Luego la agarró fuertemente por
la muñeca y tiró de ella.
—Acabemos lo que hemos empezado, Holly.
Naturalmente, debía de referirse al masaje. Holly podía fingir que era eso lo
único que Rafe tenía en mente. Pero no se molestó en reflexionar sobre ello mientras
permitiría que la atrajera hacia sí.
Sus miradas se encontraron; Holly volvió a colocarse lentamente encima de él.
Notó cómo su sexo excitado se apretaba contra su cuerpo, y exhaló un jadeo
sofocado.
Le colocó las manos sobre el pecho y deslizó las palmas hasta los hombros. Los
masajeó en silencio, observando fascinada cómo sus dedos recorrían cada músculo.
Rafe permanecía inmóvil, casi conteniendo la respiración. Holly no sabía si
tenía los ojos abiertos o cerrados, pues no lo miró. Estaba hipnotizada por el
movimiento rítmico de sus manos sobre la tersa piel.
Sus dedos iniciaron una osada trayectoria hacia el canal del estómago y
recorrieron la forma profunda y concéntrica del abdomen. Rafe respiró hondo y ella
sonrió. Se sintió animada a seguir adelante, acariciándolo de un modo que nada tenía
que ver con un masaje terapéutico. Le acarició los pezones con la yema de los dedos,
excitándolos mientras los suyos le ardían y le cosquilleaban de deseo.
Rafe la observó con los ojos entreabiertos. Aquellas caricias le producían un
placer tan maravilloso que no deseaba interrumpirla, pero no pudo seguir
desempeñando un papel meramente pasivo. Sentía la necesidad de tocarla, de verla.
Tenía que tomar la iniciativa.
Deslizó las manos por debajo de la camisa de dormir y le acarició las piernas,
pasando las palmas por la cara exterior de los muslos unas cuantas veces antes de
trasladarlas a la suave piel del interior.
Holly permaneció clavada donde estaba, incapaz de moverse o de hablar,
mientras las enormes manos de Rafe exploraban la parte interna de sus muslos.

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Siguiendo la señal del biquini, le agarró con fuerza las nalgas, y Holly notó que
el corazón se le detenía para luego iniciar un fuerte galope al sentir que Rafe juntaba
los pulgares debajo de sus muslos. Presionó y acarició la zona sensitiva, y ella emitió
un jadeo. Rafe lo sabía. Sabía lo excitada que estaba, lo mucho que lo deseaba.
Cuando él retiró las manos, ella gimió en protesta.
—Calma, nena, solo quiero que te quites esto —dijo Rafe con voz
tranquilizadora. La despojó de la camisa de dormir y ella alzó los brazos para
facilitar la tarea.
Por un momento, ambos se quedaron quietos. Rafe tumbado boca arriba, Holly
sentada encima de él solo con las braguitas puestas. Notó que le devoraba con los
ojos el pecho, el vientre, las piernas.
—Qué hermosa eres —susurró Rafe. Alzó las manos para tomarle los senos,
apretándolos suavemente antes de recorrerle los rosados pezones con la yema de los
dedos.
Holly lo observó. La escena le parecía tan erótica que no conseguía apartar los
ojos ni un solo momento. Rafe siguió jugueteando con sus senos y ella gimió sin
poder evitarlo, atrapada en un trance sensual provocado por aquellos placeres
exquisitos y desconocidos.
Nunca había permitido que ningún hombre accediera así a su cuerpo.
—Te noto tensa. No estés nerviosa, Holly.
—No quiero estarlo —Holly tragó saliva—. Pero… no suelo hacer esto muy a
menudo —se avergonzó al comprobar que la voz le salía trémula y temblorosa como
la de un niño.
—¿Quieres que paremos? —inquirió Rafe tranquilamente.
El cuerpo de Holly, excitado y ardiente, casi se rebeló ante la sugerencia. Miró a
Rafe a los ojos.
Tenía las negras pupilas completamente dilatadas a causa del deseo. La
deseaba. Holly podía percibirlo en su mirada, en el sexo excitado, que palpitaba
debajo de ella. Pero Rafe se atendría a su decisión. Si ella prefería que pararan,
pararían.
Paralizada por la indecisión, Holly no ofreció respuesta alguna. No confiaba en
su propio criterio cuando se trataba de sexo. Al fin y al cabo, solo había tenido una
única y desastrosa experiencia sexual a los dieciséis años.
—Pareces una niñita asustada —Rafe se incorporó y la acunó en su regazo—.
No tienes por qué tener miedo de mí, Holly. Por favor, no tengas miedo.
La relajante resonancia de su voz ejerció sobre ella un efecto casi hipnotizador.
Holly se recostó en Rafe y cerró los ojos. Él empezó a besarle la suave piel del cuello
mientras le recorría la espalda con las manos. Ella se arqueó, exhalando un gemido,
cuando Rafe halló un punto particularmente sensible debajo de la oreja. La atrajo con
fuerza hacia sí.

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Los senos de Holly se aplastaron contra los duros músculos del pecho de Rafe.
Los pezones le palpitaban estimulados por un placer rayando en el dolor. Podía
notar a Rafe entre sus piernas, excitado e insistente, frotándose con ella, haciéndola
rabiar de deseo. Lo deseaba hasta tal punto que pensó que moriría si no le…
La sensación salvaje que la recorrió por dentro restableció, paradójicamente, su
control. Holly se puso rígida. Era una mujer, pero se estaba comportando como la
adolescente alocada de dieciséis años que descubrió el sexo con un chico al que
apenas conocía. Un chico que no le dirigió ni una sola palabra amorosa.
—Rafe, no puedo hacerlo —dijo sin aliento—. Por favor… Lo siento —trató de
levantarse, pero él la sujetó con firmeza.
Con el pulso acelerado, Holly reconoció que muchos dirían que se merecía lo
que pasase por haber permitido que las cosas llegaran tan lejos.
Pero Rafe la soltó. Se la quitó de encima cuidadosamente y la sentó en la cama,
a su lado. Luego agarró la camisa y se la puso.
—Tenías razón. Venir aquí ha sido una mala idea.
Holly buscó a tientas la camisa de dormir. Se la colocó del revés, con las
costuras hacia fuera, y se puso de rodillas en la cama.
—No quería decir eso, Rafe.
Cuando él se dirigió hacia la puerta, Holly se sintió perdida, como si anticipara
la larga noche en vela que le esperaba. En ese mismo instante empezó a echarlo de
menos.
—Dios mío —exclamó sacudiendo la cabeza—. Debo de parecer una de esas
estúpidas mojigatas de las que suelo compadecerme.
Rafe se detuvo y se giró.
—¿Una estúpida mojigata? —repitió con los labios curvados en una sonrisa.
—Sí. Esas mujeres que a menudo desconciertan a los hombres con una conducta
de la que luego se arrepienten —Holly miró tristemente la fea alfombra gris del
suelo—. Hasta ahora he comprendido que no lo hacen aposta.
—Eres cualquier cosa menos una estúpida mojigata, Holly.
—Gracias —ella alzó la cabeza y lo miró a los ojos—. Y tú eres un auténtico
caballero, Rafe.
—No, no lo soy —Rafe se metió las manos en los bolsillos y sacó cuatro
preservativos—. Tenía la intención de acostarme contigo esta noche. Venía
preparado.
Holly abrió los ojos de par en par y se puso de pie.
—¿Cuatro preservativos? ¿Puedes hacerlo cuatro veces en una noche?
—Bueno, la esperanza nunca se pierde. Y suelo cumplir el viejo lema de los
indios. «Ve siempre preparado».
—Creía que ése era el lema de los Boy Scouts.

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Rafe se encogió de hombros.


—Da igual —se acercó a ella y le puso los cuatro envoltorios en la mano
derecha—. Te los dejaré para que duermas tranquila.
Ella cerró los dedos en torno al inesperado obsequio. Pensó que nunca había
tenido consigo un solo preservativo. Con la vida casi monacal que llevaba, no le eran
necesarios.
—Rafe, creo que puedo explicar lo… lo que ha sucedido entre nosotros esta
noche.
—¿Qué hay que explicar, Holly?
—Me refiero a que puedo explicarlo psicológicamente —Holly tragó saliva—.
Existen estudios bien documentados sobre la influencia que el peligro y las
emociones fuertes tienen en la libido de las personas. El hecho de que las chicas
hayan estado a punto de ahogarse tenía, sin duda, un innegable componente de
peligro.
Rafe se cruzó de brazos y la observó con las cejas enarcadas.
—Tienes tendencia a analizarlo todo, ¿verdad?
—La excitación física se manifiesta mediante síntomas como la respiración
alterada, los temblores nerviosos y el acaloramiento corporal —Holly citó de
memoria un artículo que había leído—. Cuando una persona experimenta esos
síntomas suele identificarlos con la pasión. Y si un hombre y una mujer están juntos
cuando se dan esas condiciones…
—Olvídate de esas jerigonzas psicológicas —la interrumpió Rafe—. Nos
atraíamos desde antes de que nos acercáramos siquiera al río —dio dos grandes
zancadas y se situó frente a ella—. Tu teoría no se aplica a nosotros, doctora.
Holly alargó la mano para tocarlo. No pudo reprimirse. Extendió la palma
sobre su pecho y ladeó la cabeza para contemplar sus ojos negros como el azabache.
Rafe le colocó las manos en las caderas.
—¿Quieres que me quede, Holly? —agachó la cabeza y le frotó la nariz con la
suya. Luego le posó los labios en la boca suavemente, y un fuego abrasador estalló en
las entrañas de Holly. Cerró los ojos, estremeciéndose de placer.
—Sí —susurró. Le recorrió los labios con la punta de la lengua, y Rafe jadeó y la
atrajo hacia sí. Aquel jadeo de necesidad traspasó el propio centro de su ser,
haciendo añicos los últimos vestigios de su resistencia e incrementando su propia
ansia.
Lo rodeó con los brazos, apretándose aún más contra él. Anhelaba algo que aún
no conocía. Pero deseaba descubrirlo y experimentarlo con Rafe. Solo con Rafe.
Él cerró la mano en torno a su seno, pellizcando el pezón, y Holly notó que una
descarga de electricidad sensual le recorría el vientre. Exhaló un gemido alto y
agudo, tentada y, al mismo tiempo, alarmada por las sensaciones que aquellas
caricias le producían.

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Rafe alzó la mirada.


—Me vas a matar, Holly —dijo con voz profunda, casi gutural. Con la mano
libre exploró sus nalgas—. Dime si debo quedarme o irme a casa.
Holly deseaba que se quedase hasta tal punto, que una súbita ráfaga de
emociones le humedeció los ojos. Se pasó la punta de la lengua por los labios
hinchados.
De repente, Rafe la soltó y retrocedió un par de pasos.
—Me parece que vas a echarte a llorar —dijo. Dicha posibilidad lo ponía
visiblemente nervioso.
—Rafe, creo que es justo que te explique que… Bueno, que aún no tengo
resueltas algunas nociones concernientes al sexo —Holly vio cómo Rafe retrocedía
aún más.
Si verla llorar lo había perturbado, oír aquella explicación casi técnica sobre su
inexperiencia hizo que se dirigiera directamente hacia la puerta.
—No estás preparada para esto, Holly —abrió la puerta—. Y probablemente
tengas razón. Estamos yendo demasiado rápido. Necesitas tiempo. Ambos lo
necesitamos. Al fin y al cabo, vivimos puerta con puerta. Ya será bastante difícil sin
que haya sexo de por medio —antes de salir, se detuvo y la miró por encima del
hombro—. Buenas noches. Y gracias por la ayuda que me has prestado hoy.
Holly se hundió en la cama y se cubrió el rostro con las manos. Rafe era un
hombre adulto con experiencia y se comportaba como tal. Ella, en cambio, se había
mostrado confusa e insegura.
Antes de conocer a Rafe Paradise, había sido una especie de «Bella Durmiente»
en lo que al sexo respectaba. El beso del príncipe guapo y encantador la había
despertado de su letargo. Se extendió en la cama, evocando el tacto de los labios y las
manos de Rafe. Lo deseaba desesperadamente. Pero estaba claro que lo había
expulsado de su vida para siempre.
Holly recogió los cuatro envoltorios de plástico, que se le habían caído al suelo
mientras Rafe la besaba. Había llegado a su puerta con la esperanza de hacer el amor,
y ella lo había recompensado con un episodio de angustia e inseguridad sexual.
Apagó la lamparita de noche y el televisor y volvió a la cama. Le resultaría incómodo
volver a encontrarse con Rafe, aunque sabía que sería inevitable. Trató de ignorar el
calor pegajoso que sentía entre las piernas y las palpitaciones del vientre, síntomas
inequívocos del deseo que sentía hacia Rafe.
¿Cómo podría mirarlo a la cara al día siguiente?
Aunque la perspectiva la ponía nerviosa, lo cierto era que estaba deseando
volver a verlo.

∗∗∗

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Rafe aparcó el Jeep en el camino de entrada de la casa, y Camryn y Kaylin se


apearon raudas y entraron como una exhalación en la casa. Les habían dado el alta en
el hospital esa misma mañana y Rafe había ido a recogerlas. En el camino les informó
que tenían terminantemente prohibido volver a llevarse el coche sin su permiso.
Las chicas encajaron bien la noticia. Rafe esperaba que el trágico episodio del
río las hubiera asustado, pero ambas se mostraban tan desafiantes y contestonas
como siempre.
Rafe apagó el motor y permaneció unos instantes sentado ante el volante,
haciendo acopio de sus fuerzas para entrar en la casa y reanudar las hostilidades. El
enfrentamiento con Camryn y Kaylin no había sido el primero del día. Antes, Eva lo
había reprendido en el pasillo del hospital por su conducta hacia Camryn y Kaylin.
—¿Cuándo vas a dejar de hacer de mártir y enviar a esas mocosas a Nevada,
que es donde deben estar? —Eva había lanzado su ofensiva sin preámbulos—.
Enviártelas fue la venganza definitiva de Marcine. Deberían estar con la familia de su
madre, no con nosotros.
—Ya te he dicho que conocí a la tía abuela de Marcine. La pobre mujer acaba de
cumplir noventa años, Eva. No puede hacerse cargo de las chicas.
—¿Y la alternativa es permitir que te destrocen la vida? —preguntó Eva
amargamente.
—Mi vida no está destrozada, Eva —Rafe trató de mostrarse paciente.
—Conmigo no hace falta que finjas, Rafe. Te quiero y me preocupo por ti. Sé
que llevas una vida inaguantable. Te pasas el día trabajando, y luego llegas a casa y
te encuentras el caos que organizan continuamente esos chicos. Y hablo también de
Trent y Tony. Se están aprovechando de ti, y tienes que poner fin a esta situación,
¿me oyes?
Rafe no intentó discutir ni ofrecerle ninguna explicación. ¿De qué hubiera
servido? Eva lo consideraba un mártir y no cambiaría de opinión. Peor aún, Flint
pensaba del mismo modo. La noche anterior lo encontró en la casa, esperándolo, y
habían cruzado algunas palabras. Pocas, pues Rafe no estaba para charlas después de
su frustrante experiencia con Holly Casale.
—Eva me llamó —le había explicado Flint—. Me ha contado la última travesura
de ese par de demonios. Con lo que ha llovido este año, el río Sioux Falls lleva mucha
fuerza, Rafe. Podías haberte ahogado tratando de rescatar a esas mocosas. Es un
milagro que hayas… —Flint hizo una pausa—. No, nada de milagro. Dicen que el
diablo protege a los suyos. Por eso Camryn y Kaylin no se ahogaron antes de que tú
llegaras. Rafe, esas chicas…
—Son hermanas nuestras, Flint. Las hijas de nuestro padre.
—Las hijas de Marcine, Rafe. Ella se las arrebató a papá y borró cualquier
influencia que él hubiera podido ejercer sobre ellas.
—Papá no las olvidó en ningún momento. Les dejó algunas acciones de la
compañía, y…

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—¡Por amor de Dios, no me digas que poseen una parte de Paradise Outdoors!
—exclamó Flint—. Son capaces de hundir la empresa.
—Yo soy su albacea, y no tengo intención de decirles que poseen una cuarta
parte de la empresa familiar —aseguró Rafe a su gemelo—. Sé que son demasiado
jóvenes para hacerse cargo de la herencia. Ese dinero será para sus estudios
universitarios, y…
—¿Estudios universitarios? ¿Esos cerebros de mosquito? —bromeó Flint—.
Sueñas si crees que las aceptará alguna universidad, hermano.
—No sigas —suspiró Rafe—. Sé que las notas de Kaylin no son muy buenas,
pero está capacitada para rendir más en los estudios. Y Camryn es inteligente, Flint.
Muy inteligente. Su profesor de inglés me ha dicho que Camryn es la alumna que
mejor escribe de cuantas ha conocido en sus quince años de carrera. He visto algunos
de sus ensayos, y estaban calificados con sobresaliente alto.
—Bueno, si Camryn es tan inteligente y creativa, ¿cómo es que suspendió inglés
y tuvo que asistir a los cursos de verano para aprobar en septiembre?
—No suspendió por incapacidad. Camryn tiene la mala costumbre de asistir a
clase y hacer los deberes solo cuando le apetece. El profesor sintió mucho tener que
suspenderla, aunque ambos estuvimos de acuerdo en que era lo más conveniente.
Curiosamente, sacó sobresaliente en los cursos de verano porque hizo todos los
trabajos que le mandaron. El profesor y yo hemos planeado…
—¿Ves? Eso es lo que me molesta, Rafe —interrumpió Flint, mirando a su
hermano con preocupación—. ¿Por qué tienes que estar yendo continuamente a la
escuela para aplacar a los indignados profesores? Mereces divertirte, y no estar
atrapado en esa vida familiar tan agobiante. Esos chicos te han estropeado la vida.
—Mi vida no está estropeada, Flint —se defendió Rafe.
—Tenías una vida social muy activa antes de que esos mocosos invadieran la
casa, Rafe. ¿Cuándo ha sido la última vez que has salido con una chica? ¿La última
vez que has tenido alguna experiencia sexual?
—Podría preguntarte lo mismo, hermanito.
—Cierto, pero lo mío es distinto. Soy adicto al trabajo, y me dedico
exclusivamente a dirigir Paradise Outdoors —Flint se echó a reír—. Yo soy el gemelo
más tranquilo y reservado, ¿recuerdas? Tú eres el simpático que cae bien a todo el
mundo —miró su reloj de pulsera—. Bueno, se está haciendo tarde. Será mejor que
me vaya.
En ese momento se oyó un persistente aullido casi sobrenatural.
—Hotdog —murmuró Rafe—. Si los Lambert aún vivieran en la casa de al lado,
el teléfono ya habría empezado a sonar.
—Olvidé mencionarte que ese hombre lobo disfrazado de perro me atacó el otro
día —dijo Flint—. Por suerte, llevaba encima mi silbato repelente de perros.
Tras despedir a su hermano, Rafe subió a la planta de arriba y halló al perro
sentado en la cama de Kaylin. Hotdog se incorporó con ansiedad al oír sus pasos, pero

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cuando se dio cuenta de que era Rafe, y no las chicas, volvió a tenderse con un
rugido canino de decepción.
—Créeme, amigo, yo me siento tan mal como tú —musitó Rafe. Era la primera
vez que tenía algo en común con el perro desde que éste vivía en la casa—. Ha sido
un día horrible, ¿verdad? —añadió, tratando de expresar su solidaridad.
Hotdog se limitó a gruñir.

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Capítulo 7
Rafe se apeó del Jeep y se encaminó hacia la casa. Camryn y Kaylin habrían
pasado probablemente los quince minutos que llevaban fuera del hospital planeando
su próxima escapada.
Antes de que llegara a la puerta, el Saturn color champán de Flint apareció
doblando la esquina. Rafe se quedó mirando, atónito, mientras Flint y dos rubias se
apeaban del coche y se dirigían hacia él.
Reconoció a una de las mujeres. Era Lorna Larson, a quien había conocido en el
avión el día anterior. La otra mujer era más alta, y tenía el cabello aún más largo que
Lorna.
Flint exhibía una expresión decididamente triunfante, y Rafe comprendió que la
conversación que habían mantenido la noche pasada acerca de la vida social de
ambos le había llegado muy hondo.
—¡Así que existes de verdad! —exclamó Lorna Larson sonriendo con vivacidad.
Flint le devolvió la sonrisa. Rafe parecía desconcertado. Casi confuso.
—¿Eh? —fue cuanto alcanzó a decir.
—Esta mañana estaba desayunando en el Café Radisson cuando vi entrar a
Flint —Lorna comprendió que debía explicarse—. Naturalmente, lo confundí
contigo, Rafe. Cuando me dijo que era tu gemelo no supe si creerle, la verdad.
—Creyó que intentaba engañarla con ese truco tan manido —agregó Flint
alegremente.
—Comprendo —respondió Rafe con aire inexpresivo.
—Empezamos a charlar —prosiguió Lorna—, y comprendí que ambos erais
adictos consumados al trabajo. Pero pensé que no os iría mal tomaros un respiro en
una tarde de sábado tan preciosa como ésta.
Rafe recordó que Lorna le había entregado su tarjeta el día anterior. Al parecer,
seguía en sus trece.
—Lorna no acababa de convencerse de que era tu gemelo, a pesar de que
incluso le mostré mi carné de conducir —siguió explicando Flint.
—Bueno, ahora ya está todo claro. Él es Flint y yo soy Rafe.
—Y yo soy Nicholette Kline —anunció la otra rubia—. Y me alegra mucho
conocerte, Rafe. Aunque me da la impresión de estar viendo doble —soltó una
risita—. Doble placer, doble diversión.
Ambos hermanos hicieron una mueca al oír aquella frase, famosa por un
antiguo anuncio de una marca de chicle.
—Nicholette trabaja en la sucursal que la compañía de Lorna tiene en Sioux
Falls —explicó Flint, decidido a no perder la sonrisa—. He pensado que podríamos
salir los cuatro juntos esta noche.

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Rafe tuvo que reprimir un gruñido. La perspectiva de salir con su hermano no


carecía de atractivo. No habían salido juntos desde los tiempos del instituto, y de eso
hacía bastante tiempo. Pero Flint le estaba proponiendo poco menos que una cita a
ciegas, algo que él detestaba sobremanera.
Su enfervorecida mente trataba de idear una excusa para zafarse de la doble
cita, cuando tres excusas de carne y hueso aparecieron junto a la casa.
Trent y Tony se adentraron en el jardín dando saltos, seguidos de cerca por
Holly. Solo entonces Rafe reparó en que su coche se hallaba aparcado en el lado
opuesto de la calle.
Sus ojos se clavaron en ella como a fuego. Llevaba un sencillo vestido de verano
verde lima y tenía el cabello recogido en una preciosa coleta. Comparadas con ella,
las dos rubias con sus trajes caros parecían ir excesivamente elegantes, excesivamente
maquilladas y emperifolladas.
Rafe notó que el corazón le latía con el estruendo de una manada de búfalos
desbocados:
—¡Nos encontramos con Holly cuando salimos a jugar y la hemos llevado a que
conozca a los Steen! —exclamó Tony—. La señora Steen va a hacerle una tarta, y nos
ha dicho que nos dejará tomar un trozo. Es de chocolate. Mi favorita.
—¿Qué haces tú aquí, Flint? —preguntó Trent con cara de pocos amigos. Luego
miró a las mujeres y arrugó la frente—. ¿Quiénes son?
—Amigas de Flint —explicó Rafe. Holly llegó y se mantuvo ligeramente
apartada del grupo. Él se colocó a su lado—. Han venido a preguntarme si quería
salir con ellos hoy, pero iba a decirles que no puedo, porque… —respiró hondo y
miró a Holly a los ojos, deseando que le siguiera la corriente—. Porque Holly y yo ya
tenemos planes —se aclaró la garganta—. ¿Verdad, cariño?
—Sí, vamos a llevar a los niños al zoo —para alivio de Rafe, Holly ni se
inmutó—. Cariño —añadió en tono bromista.
—¡Genial! —Trent recuperó la sonrisa.
—¡Llevamos esperando ir al zoo desde ayer! —Tony estaba encantado.
Las expresiones de las caras de Flint, Lorna y Nicholette fueron del asombro al
apuro, y por último a la incomodidad.
—¿Por qué no entráis y les decís a las chicas que se preparen? Nos iremos al zoo
enseguida —indicó Holly a los niños.
—¿Camryn y Kaylin vendrán también? —preguntó Trent incrédulo.
—Naturalmente —respondió Holly.
Los chicos entraron en la casa a toda velocidad para comunicar la noticia. Al
instante, se oyó una serie de gritos indignados procedentes del interior.
—¿Al zoológico? —Camryn salió disparada a la puerta—. ¿En serio esperáis
que yo vaya al…? —se detuvo en seco y adoptó una pose exagerada—. ¡Puaj! Si es el
Gemelo Malvado en persona. Y con dos rubias de bote.

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—¡Camryn! —exclamaron Rafe y Flint al unísono con la misma exasperación


reprobatoria.
—Querían que Rafe saliera con ellos, pero no puede porque va a llevarnos al
zoo —terció Tony mirando con hostilidad a Flint y a las dos rubias.
En ese momento salieron Kaylin y Trent.
—Vaaaya, es verdad —anunció Kaylin dirigiendo a Flint, Lorna y Nicholette
una mirada desafiante. Le susurró algo a Trent al oído y los dos prorrumpieron en
carcajadas maliciosas, casi impúdicas.
Rafe y Holly intercambiaron miradas.
—Quizá sea el momento de hacer unas cuantas presentaciones —sugirió Holly
animadamente.
—No os molestéis —dijo Camryn en tono despreciativo—. ¿Para qué vamos a
presentarnos? No quiero conocerlas. Y, desde luego, no quiero que nos conozcan.
—¡Vergüenza debería darte, Flint Paradise! Mira que traerle fulanas a tu
hermano gemelo. Y, para colmo, a una casa donde viven niños pequeños —dijo
Kaylin rodeando protectoramente a Trent con el brazo. Era la viva estampa de la
indignación moral.
—¿Fulanas? —Flint palideció al oír la palabra.
—¿Creías que no nos daríamos cuenta? —Camryn dejó escapar una sonora
risotada—. Pero si se nota a la legua. El pelo, la ropa… ¿A cuánto asciende
últimamente la tarifa, chicas?
Lorna y Nicholette parecían indignadas y miraban a los gemelos esperando que
alguno de ellos impusiera disciplina a las chicas.
Rafe se metió las manos en los bolsillos del pantalón caqui y guardó silencio. El
enfurecido Flint consiguió, finalmente, articular palabra.
—Rafe, esas pequeñas víboras se están comportando de forma insultante e
irrespetuosa. Haz algo. ¡Diles algo!
Rafe emitió un suspiro.
—Trabajan en el campo de las comunicaciones, chicas.
—Ah, ¿así lo llaman hoy en día? —se burló Kaylin.
Rafe miró a Holly y meneó la cabeza.
—Creo que será mejor que nos lleves de nuevo al hotel inmediatamente, Flint
—dijo Lorna en tono gélido.
—¿Al hotel? ¿Pensáis hacer un trío? —Camryn soltó una risita—. ¿Cuánto te
costará, Flint?
—¡Ya está bien, bestezuela miserable! —con el rostro congestionado de ira, Flint
se precipitó hacia ella.
Camryn se refugió detrás de Rafe y Holly.

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—¡Auxilio! ¡No dejéis que se me acerque! ¡Acabo de salir del hospital!


Holly sintió el perverso deseo de reírse, pero se contuvo.
—Entremos mientras ellos se despiden —agarró a Camryn del brazo y se
dirigió hacia la casa. Kaylin y los niños las siguieron en fila india.
—De ésta te vas a acordar, Camryn —gritó Flint—. Eres una…
—Flint, no caigas en el juego infantil de los insultos —lo interrumpió Rafe—.
Eres adulto, y ella no es más que una cría.
—A mí no me parece una cría en absoluto —dijo Lorna.
—Y no pensamos perder nuestro valioso tiempo haciendo de niñeras de un
puñado de mocosos insoportables —proclamó Nicholette—. Flint, queremos
marcharnos de aquí ahora mismo —Lorna y ella emprendieron una presurosa
retirada hacia el coche.
Los hermanos se miraron.
—Ya has visto por qué no tengo demasiadas citas últimamente —dijo Rafe en
tono irónico—. Los chicos se sienten amenazados. Creen que si entablo relaciones con
alguna mujer, ella me convencerá para que los eche.
—Pues parece que han aceptado muy bien a tu «cariñito» —Flint lo observó con
ojos entornados—. ¿Quién es, Rafe? No me habías dicho que tuvieras una chica.
—Porque no la tengo —Rafe se encogió de hombros—. Pero, respondiendo a tu
pregunta, se llama Holly Casale, y somos… amigos.
—¿Amigos? —Flint no se tragó en absoluto la explicación—. ¡Ja! Os habéis
llamado «cariño». Jamás te oí llamar así a ninguna mujer. Y he visto cómo os
mirabais. ¡Os estabais devorando con los ojos!
—¿De veras?
El sonido impaciente del claxon del coche interrumpió la conversación.
—Creo que te espera un día espantoso, Flint —observó Rafe sintiéndose
compadecido de su hermano—. ¿No prefieres venirte con nosotros al zoológico?
—Antes me dejaría comer vivo por una manada de osos. En cuanto deje a esas
dos en el hotel; me iré directo a la oficina —musitó Flint.
Rafe entró en el dúplex y halló a Holly arrodillada en la cocina, acariciando a
Hotdog. El perro la miraba encantado. Cuando Rafe se acercó, se puso de pie y emitió
un gruñido amenazante.
—Calma, Hotdog. Es Rafe, no el Gemelo Malvado —lo tranquilizó Trent.
Hotdog gruñó también al niño.
Al ver cómo Holly le daba al animal una galleta, Rafe pensó en lo que había
dicho su hermano. Los chicos aceptaban a Holly, y eso debía de significar que no la
percibían como una amenaza. ¿Cambiarían de opinión si supieran cómo le hervía la
sangre cada vez que la miraba?

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

Desde aquel ángulo, de pie junto a ella, alcanzaba a ver una pequeña abertura
en su vestido de verano. Recordó el contacto suave de sus senos, cómo había gemido
de placer cuando él se los había acariciado.
El ansia sexual lo sacudió cotí una fuerza casi física. Sentía la piel tensa y
acalorada, y maldijo en silencio la poderosa reacción de su cuerpo ante la cercanía de
Holly. Menos mal que llevaba unos pantalones flojos y que los niños no lo miraban.
Todos estaban concentrados en el perro.
Trató de salir del hechizo con que la bella doctora lo había atrapado sin
proponérselo.
—Gracias por apoyarme con la historia del zoo, Holly. Te debo una.
—Pues me cobraré la deuda ahora mismo —Holly acercó otra galleta a Hotdog,
y el animal la engulló ávidamente—. Esta mañana llamé a la compañía de mudanzas.
El camión tampoco llegará hoy, así que me gustaría ir de veras al zoológico. No me
apetece pasar el día sentada en el cuarto del motel viendo la televisión.
Curiosamente, le resultó fácil hacer la propuesta. Había temido que su relación
con Rafe fuera tensa después de lo sucedido la noche anterior, pero no fue así. Se
había establecido entre ambos un sentimiento de cómoda camaradería, como si el
incómodo episodio del motel no hubiera ocurrido jamás.
Le dio a Hotdog una palmadita y se levantó. Rafe enseguida se acercó para
ayudarla a ponerse en pie. El contacto de sus manos activó los sensuales recuerdos
que había luchado por suprimir.
Negarlo era inútil. Holly recordaba cada momento de su encuentro íntimo.
Había sido apasionado, excitante y placentero más allá de sus sueños más atrevidos.
Holly alzó la cabeza para mirarlo. Sus ojos de ébano ejercían un extraño efecto
sobre ella. Una oleada de calor estalló en su interior, bañándole el bajo vientre y los
muslos.
—Pero… los seis estaremos muy apretados en un solo coche —dijo con voz
vacilante, y Rafe sonrió al oírla. Holly se mordió el labio inferior. Él sabía el efecto
que producía en ella. ¿Cómo no iba a saberlo? Respiró hondo e hizo un nuevo
intento—. ¿Por qué no nos llevamos los dos coches? Camryn, Kaylin y yo iremos en
el mío, y tú puedes llevar a los chicos en el tuyo.
—¿Me dejas que conduzca yo, Holly? —pidió Kaylin—. Tengo carnet.
Holly asintió sin titubear.
—¿Estás segura? —terció Rafe—. No tienes por qué dejarle conducir. Ya te ha
roto el televisor, y…
—Si el estado de Dakota del sur le ha concedido el carnet de conducir, está
capacitada legalmente para hacerlo. Y si no practica, ¿cómo va a soltarse? —dijo
Holly razonablemente.
—Eso es verdad —convino Camryn—. Pero ir con Kaylin al volante me pone de
los nervios —se estremeció—. Prefiero ir con Rafe y los chicos. Aunque odio el zoo,
me gustaría llegar a allí viva.

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Se dirigieron hacia los coches. Rafe caminó junto a Holly, diciéndose que sería
tan fácil, tan natural, tomarla de la mano. Estaba a punto de hacerlo cuando ella se
cruzó los brazos sobre el pecho. Otra oportunidad perdida, pensó Rafe, y exhaló un
fuerte suspiro de desilusión.
Holly lo malinterpretó.
—No me importa llevar sola a los niños si tienes otras cosas que hacer —le
aseguró.
—¿Como qué? ¿Ir tras Flint por haber planeado una doble cita con ese par de
devoradoras de hombres?
—No sabían dónde se metían —bromeó Holly—. La familia Paradise es de
armas tomar. Pobres… —hizo una pausa—. No recuerdo sus nombres.
—Como dijo Kaylin, mejor no conocerlas ni que nos conozcan.
—¿Tú también piensas lo mismo? —Holly sabía que un sentimiento ruin, pero
no pudo evitar sentirse complacida por el desdén de Rafe hacia las dos rubias.
—Completamente. Lorna y Nicholette, que así se llaman, son unas chicas
demasiado… ansiosas.
Holly cuadró los hombros, satisfecha.
—Son mujeres hechas y derechas, no chicas.
Rafe esbozó una sonrisa sardónica.
—De acuerdo. Pero debes reconocer que a ti tampoco te han caído bien.
—No las conozco. ¿Cómo voy a saber si me caen bien o no?
Se detuvieron junto al Jeep, envueltos en un denso silencio. Kaylin lo rompió
haciendo sonar el claxon del coche de Holly. El grupo del Jeep siguió su ejemplo.
—Ten cuidado con Kaylin —musitó Rafe—. Tiende a dar muchos frenazos.
—Los conductores primerizos no me asustan. Fui la única de la familia con el
valor suficiente para acompañar a mi prima Heidi durante sus primeros meses con
carnet —Holly alzó la mano para acariciarse la coleta rizada. Era un gesto puramente
nervioso. La mirada intensa de Rafe la alteraba.
El claxon volvió a sonar.
—Dile a Kaylin que me siga hasta el zoo —dijo Rafe dirigiéndose presuroso
hacia la portezuela del Jeep.
Holly fue hacia su coche.

—¿Qué has hecho este fin de semana, querida? —preguntó Helene Casale con
voz esperanzada.
—Ayer llevé a los chicos de la casa de al lado a comprar material escolar, mamá
—contestó Holly animadamente—. Empiezan el nuevo curso pasado mañana. Luego

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fuimos a cenar a un restaurante chino que acaban de abrir en el pueblo. Hoy hemos
ido al cine y después hemos asado salchichas en el jardín. He llegado a casa hace
apenas una hora.
—¿Has pasado todo el fin de semana con esos críos? —su madre no parecía
muy complacida.
—Prácticamente, mamá.
—¿Otra vez? —la voz de Helene contenía una nota inconfundible de
impaciencia y exasperación—. Holly, pasas con ellos cada fin de semana desde que
llegaste a Sioux Falls, hace ya casi un mes. Y por lo que me cuentas, también sueles
verlos entre semana. La verdad, cariño, me parece bien que te portes como una
buena vecina, pero, ¿no crees que deberías dedicarte más tiempo a ti misma?
—Mañana voy a la barbacoa del Día del Trabajo, mamá. La han organizado los
Steen. Pienso llevar una bandeja de tu ensalada de patata. Ya sabes que a todo el
mundo le fascina tu receta. Precisamente ahora estoy cortando las patatas.
El cumplido no consoló en absoluto a Helene.
—Pasas demasiado tiempo con los vecinos, Holly. Cariño, tienes que salir y
conocer a algún hombre soltero.
Holly casi se rebanó un dedo con el cuchillo. No le había comentado a su madre
que en la casa de al lado vivía un hombre soltero. Ni tenía intención de comentárselo.
Al fin y al cabo, no parecía que fuese a entablar ningún tipo de relación sentimental
con Rafe Paradise. Él ni siquiera había intentado besarla desde aquella primera noche
en el motel «Grandes llanuras». Rafe y ella eran amigos, pero no deseaba tener que
explicárselo a su madre. ¿Cómo iba a hacerlo, si ni ella misma lo entendía? Cada vez
que evocaba la imagen de Rafe, sentía un agradable cosquilleo en la espalda. Aunque
se encontraba cómoda a su lado, siempre existía entre ambos una tensión sutil e
intrigante, una especie de excitación que convertía las actividades más mundanas en
hechos memorables. Jamás había experimentado nada parecido con Devlin ni con
ningún otro hombre.
—¡Ay! —esta vez, Holly sí se hizo un corte en el dedo—. ¡Oh, no! Estoy
sangrando encima de las patatas.
—Asegúrate de lavarlas bien antes de ponerlas en la ensalada, querida —le
aconsejó su madre.
—Descuida, mamá. ¿Cómo van los preparativos de la boda de Heidi?
—Bien. Ha surgido algún que otro contratiempo, pero Honoria se las arregla.
¡Ya falta poco! Tengo muchas ganas de verte, Holly. Todos estamos deseando tenerte
aquí con nosotros.
Holly sintió una súbita punzada de culpa. Se había puesto de acuerdo con sus
compañeros de la consulta para librar ese fin de semana y, en teoría, poder asistir a la
boda. Pero aún no se había decidido del todo. Incluso tenía preparada una excusa
más o menos convincente.
De pronto, se oyó una serie de golpes en la pared.

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—Están llamando a la puerta, mamá —prefirió decirle a su madre una mentira


piadosa antes que explicarle que sus vecinos la estaban llamando a través de la
pared—. ¿Quieres que te llame más tarde?
—No hace falta. Ya hablaremos la semana que viene. Y acude a abrir la puerta.
Esos golpes despertarían a los mismísimos muertos.
Holly se dirigió a la casa de al lado y llamó al timbre. Camryn abrió a los pocos
segundos con un bate de béisbol en la mano.
—¡Menos mal que has venido! No sé cómo lanzar la señal de SOS, así que me
puse a dar golpes con el bate sin ton ni son.
—¿Ocurre algo, Camryn? —inquirió Holly preocupada.
Camryn agarró a Holly por la muñeca y la condujo adentro.
—Rafe está hablando por teléfono con Tracey Krider, la madre de Trent y Tony.
He escuchado parte de la conversación por el supletorio de la cocina. Se avecina un
problema gordo, Holly.
—¿Qué clase de problema?
—Tracey ha dicho que se está planteando dejar al psicópata de su novio y
llevarse a los niños con ella. Rafe ha empezado a hablar de la custodia legal y todo
ese rollo, y Tracey se ha echado a llorar. Me da lástima de ella —añadió Camryn
mirando a Holly con gran seriedad—. Los niños quieren mucho a su madre, ¿sabes?
La echan de menos aunque no siempre lo reconozcan.
—Sí, lo sé.
—Tracey no es mala persona. Quiere a sus hijos, pero renunció a ellos por culpa
de su novio.
—¿Quieres que me lleve a los niños un rato para que no se enteren de lo de la
llamada?
—No. Quédate y habla con Rafe. Yo me los llevaré al Dairy Queen. Dile a mi
hermano que colabore con Tracey. Que no se le ocurra ir a juicio. Tú eres la única
persona a la que escuchará, Holly.
Holly asintió.
—¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? —la voz de Rafe retumbó en la planta
de arriba. Parecía impaciente y enojado.
—Será mejor que lleves a los niños a tomar ese helado —dijo Holly a Camryn—.
Mi coche tiene las llaves puestas. Y en mi bolso hay dinero. Está guardado en la
guantera.
Los cuatro chicos se marcharon momentos después, y Holly subió
cautelosamente las escaleras. Se disponía a llamar a la puerta del dormitorio de Rafe,
cuando él abrió de pronto. Al verla, una sonrisa suavizó su rostro. El enojo dio paso a
una expresión de felicidad. Por un momento, Holly pensó que iba a abrazarla.
Pero Rafe permaneció inmóvil, con los brazos en los costados.

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—Creía que ibas a pasar la tarde preparando la ensalada para la barbacoa de los
Steen. ¿Vienes a pedir prestado algún ingrediente?
—No.
Él estudió con sus ojos negros el rostro de Holly.
—¿Ocurre algo malo?
—Camryn me ha pedido el coche para llevar a los chicos a tomar un helado —
empezó a decir ella.
Rafe soltó una carcajada.
—E imagino que se habrá puesto hecha una furia cuando le has dicho que no.
Pobre Holly —le acarició la mejilla—. Lamento que esa niña te incordie tanto con sus
mentiras.
Holly respiró hondo.
—Ha llevado a los niños al Dairy Queen.
—Eso no es más que una historia que se ha inventado. Si te ha pedido el coche
habrá sido para irse por ahí con sus amigotes.
—Rafe, a Camryn le preocupaba que los niños te oyeran discutir por teléfono
con su madre —explico Holly sin ambages—. Me pareció buena idea que se los
llevara mientras tú te tranquilizabas un poco.
—¡Estoy tranquilo! —rugió él. Luego bajó las escaleras, y Holly lo siguió de
cerca—. ¿Dónde están los niños?
—Ya te lo he dicho. Han ido a tomar un helado.
—¿Cómo se enteró Camryn de que estaba hablando con Tracey?
—Hay pocas cosas de las que Camryn no se entere —dijo Holly—. Rafe, te
aseguro que esta vez la chica actuaba de buena fe.
—¿De buena fe? —Rafe parecía realmente enojado. Se acercó a ella y la agarró
por los hombros—. ¿Esperas que me lo crea? No soy estúpido, ¿sabes?
Holly intentó no perder la paciencia.
—¿Qué es lo que tanto te cuesta creer, Rafe? ¿Que Camryn se preocupe por los
chicos?
—Me gustaría saber qué plan te has propuesto, Holly —le apretó con fuerza los
hombros.
—¿Qué plan me he propuesto? —Holly se encolerizó—. Está bien, ha llegado la
hora de revelar mis verdaderas intenciones. Soy una militante feminista radical, y me
he propuesto liberar a Camryn y Kaylin del yugo de tu opresión machista. Así me
haré también con el control de las acciones que les dejó tu padre, y sembraré el caos
en Paradise Oudoors. ¡Estoy deseándolo!
Salió como una exhalación y cruzó el jardín para dirigirse a su casa. Se sentía
enojada y dolida.

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¡Al infierno con Rafe Paradise!


Entró atropelladamente en la cocina, abrió el grifo del todo y se puso a lavar las
patatas.

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Capítulo 8
Rafe permaneció diez minutos apoyado en la jamba de la puerta, observando
cómo mondaba las patatas y las troceaba.
Holly no sabía que él estaba ahí. No se había acordado de cerrar la puerta al
entrar en la casa, y Rafe se había colado detrás de ella, esperando una discusión.
Pero la encontró en la cocina, junto al fregadero, completamente ajena a su
presencia.
Rafe decidió esperar, planear el próximo paso. Antes, Holly lo había pillado con
la guardia baja. Ahora era su turno.
No obstante, mientras permanecía allí, tratando de alimentar su rabia, empezó a
distraerse. Se fijó en la curva del cuello de Holly, en cómo inclinaba la cabeza
mientras trabajaba. Le pareció tan vulnerable, que sintió el impulso de acariciarla con
los dedos, con los labios.
Reprimiendo un quejido, Rafe apartó la mirada. Trató de concentrarse en el
reloj de la pared, pero al cabo de siete segundos estaba mirando de nuevo las piernas
de Holly, desde los finos tobillos hasta la torneada forma de las nalgas.
Holly cortó en dos una patata con ademanes feroces. Él se sobresaltó, y su
reacción bastó para delatar su presencia.
Ella se giró en redondo y jadeó al verlo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Rafe se encogió de hombros.
—La puerta no estaba cerrada. Lo he considerado como una invitación a entrar.
—Pues no has debido hacerlo.
—¿No soy bienvenido?
—¡No! Márchate, por favor.
—Ni hablar —dijo Rafe, tratando de conseguir tiempo. ¿Qué podía hacer ahora?
Debió haber ideado un plan en lugar de permanecer allí plantado como un
pasmarote devorándola con los ojos. Notó que el cuerpo se le inundaba de un súbito
calor.
—Como ves, estoy muy ocupada —insistió ella fríamente. Se giró hacia el
fregadero—. Vete y déjame en paz.
—¿De veras te gustaría, Holly? —Rafe atravesó la cocina y se colocó detrás de
ella—. ¿Te gustaría que me marchara? —su voz semejaba un susurro ronco y
seductor.
Holly aferró con fuerza el cuchillo.
—Sí, me gustaría —repitió.

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Estaba pegado a ella, rozándose con su cuerpo. Le deslizó las palmas de las
manos por los brazos, y luego descendió hasta la cintura.
—¿Y si te digo lo que a mí me gustaría? —Rafe le acercó la barbilla a la nuca.
Holly luchó contra el impulso de cerrar los ojos y relajarse. Sería tan fácil…
Demasiado, tal vez. El calor del cuerpo de Rafe la envolvía como una brisa
acariciadora, penetrando hasta lo más hondo de su ser. Oía claramente cómo el
corazón le latía en el pecho, percibía el atrayente olor de su loción de afeitado.
—Ya no estás enfadado —dijo al tiempo que soltaba el cuchillo y cerraba el
grifo.
Él meneó la cabeza, rozándole el cabello con los labios.
—Ni siquiera recuerdo por qué me enfadé.
—Pues yo sí —Holly volvió a ponerse rígida—. Creías que yo me había
propuesto algún plan de dudosa…
—Flint es el que piensa eso, no yo —respondió Rafe estrechándola entre sus
brazos. Holly recordó cómo una tarde Camryn le había hablado del mal concepto
que tenían Flint y Eva de ella. Al parecer, pensaban que se había puesto de parte de
los críos para conspirar contra ellos, y que incluso podía estar interesada en controlar
la empresa familiar en el futuro—. Paradise Outdoors es su vida, y a veces tiende a
mostrarse excesivamente protector en lo referente a la compañía.
—Fuiste tú quien me preguntó qué me había propuesto, no Flint —le recordó
Holly. Forcejeó un poco, pero él no la soltó.
—Buscaba pelea. Y sabía que tú me la ofrecerías. ¿No te parece absurdo?
Holly frunció el ceño pensativamente.
—Teniendo en cuenta el contexto, no. Acababas de mantener una conversación
telefónica desagradable. Oí cómo le gritabas a la pobre Tracey.
—Ni siquiera la conoces y ya la llamas «pobre Tracey». Sí, tienes razón. Es una
víctima nata, una persona tan pasiva e indecisa que a veces me saca de quicio.
—¿Tracey no te gritó?
—No. Cuando me enfado con ella, se limita a deshacerse en lágrimas. Y eso
hace que me sienta como un gusano miserable.
Mientras hablaban, Rafe siguió acariciándola. Holly notaba por todas partes el
efecto de su contacto. Se estremeció, sacudida por un fuego sensual que la recorría
intensamente, creando un arrollador sentimiento de necesidad. Como si un
interruptor invisible acabara de ser accionado, su rabia se convirtió de pronto en
pasión.
La plena fuerza de la excitación de Rafe palpitaba contra su cuerpo, y Holly se
sintió embriagada, satisfecha, poderosa.
—Flint se disgustará cuando sepa que Camryn está al corriente de las acciones
que le dejó nuestro padre —los dedos de Rafe juguetearon sugestivamente con los
botones de su blusa—. ¿Desde cuándo lo sabe?

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—No me lo dijo —murmuró Holly. Cerró los ojos y se apretó contra él


exhalando un suave suspiro. Luego, incapaz de seguir manteniendo una actitud
pasiva, se giró lentamente y se rozó con su cuerpo en una serie de caricias íntimas y
sensuales.
Rafe ladeó la cabeza y miró con ansiedad la curva de sus labios. Sus pezones,
duros y enhiestos, casi se le clavaban en los recios músculos del pecho.
—Rafe, te aseguro que no tengo ningún plan oculto.
—Lo sé. Pero yo sí lo tengo, Holly —agachó la cabeza y la besó. Suavemente, al
principio, hasta que ella gimió y abrió la boca. Sus lenguas se tocaron
provocativamente a medida que el beso iba haciéndose más profundo—. Te deseo,
Holly. Quiero hacerte el amor. He estado esperando el momento idóneo. Y ese
momento ha llegado. Ya no puedes decir que no nos conocemos lo suficiente.
Holly le rodeó el cuello con los brazos.
—Supongo que tienes razón —sintió una súbita debilidad en las piernas, y tuvo
que agarrarse a Rafe para sostenerse.
—Déjame poseerte, Holly —murmuró él, colocándole el muslo entre las
piernas—. Ahora mismo. No puedo esperar más.
Ella exhaló un jadeo y lo acarició, recorriendo con la yema de los dedos el fuerte
contorno de su cuerpo. Tenía los músculos en tensión, y la piel le ardía de deseo.
—Sí, Rafe. Yo también ansió sentirte dentro de mí.
Se había enamorado de él. No pudo seguir negándolo. Confiaba en Rafe, lo
respetaba y lo admiraba. Sentía como si hubiera esperado toda la vida para conocerlo
y, paradójicamente, tenía la sensación de que lo conocía desde siempre. Era
realmente el hombre perfecto, la media naranja esperada, y por fin estaban juntos.
Holly parpadeó al notar que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Rafe la alzó y la sostuvo contra su pecho. Luego salió de la cocina y subió las
escaleras con Holly en brazos.
—Nunca me habían llevado así —murmuró Holly, ligeramente mareada—. Es
muy romántico. Pero también un poco enervante.
Rafe entró en el cuarto y la soltó en la cama. Luego se despojó de la camiseta y
los téjanos mientras ella lo contemplaba extasiada.
—Tengo que hacerte una confesión, Holly. Antes, cuando te vi en la puerta de
mi dormitorio, lo último que deseaba hacer era pelearme contigo. En realidad,
deseaba hacer esto.
—Yo también —admitió Holly casi sin aliento, observando su poderoso cuerpo
desnudo.
Rafe se tumbó junto a ella en la cama.
—Te necesito tanto, Holly… —le desabrochó los botones de la blusa, haciendo
realidad sus fantasías secretas—. Llevo esperando este momento desde aquella noche
en el motel —alargó la mano para quitarle el sujetador.

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—En aquel momento te deseaba, pero me puse muy nerviosa —confesó Holly—
. Ni te imaginas cuántas veces he revivido esa noche, Rafe.
—¿Con otro final?
—Sí.
Él reclamó su boca con un beso posesivo que se prolongó durante minutos.
Ambos se hallaban exhaustos y sin aliento cuando, finalmente, sus bocas se
separaron.
—Haré que sea una experiencia agradable para ti, nena. Te lo prometo.
—Lo sé —Holly lo miró seriamente, sintiendo la necesidad de ser sincera. Su
falta de experiencia la atormentaba. Rafe acababa de reconocer que había fantaseado
con ella. ¿Y si no estaba a la altura de esas fantasías? El temor de fallarle se le
antojaba casi insoportable—. Quiero hacerlo bien, Rafe. De veras. Pero si…
—Cálmate. No tienes que demostrar nada —Rafe sonrió—. Al fin y al cabo,
estar dentro de ti ya será lo suficientemente maravilloso.
—Entonces, ¿no tendré que hacer nada? ¿Simplemente permanecer tumbada
y…?
—Desempeñarás un papel muy activo, cariño —respondió él riendo
suavemente. Luego le deslizó la mano entre los muslos para quitarle las braguitas de
seda y acariciarla íntimamente.
Holly notó como si sus dedos estuvieran cargados de electricidad y se
estremeció, presa de un intenso bombardeo de emociones que nublaban su
consciencia.
—Déjate ir, Holly —le dijo Rafe humedeciéndole el cuello con la lengua—. Estás
a punto.
Le lamió el pezón y luego lo chupó lentamente. Holly se retorció abrumada por
las sensaciones que estallaban en su vientre. Era algo increíble, distinto de cuanto
había experimentado hasta entonces. Perdió el control por completo y se apretó
contra la mano de Rafe, sintiendo que se despeñaba hacia un abismo de placer oscuro
y exquisito.
Finalmente, volvió a abrir los ojos. Rafe la tenía abrazada y la observaba con
fijeza. Le sonrió y ella se ruborizó.
—No… no sé qué decir, Rafe —musitó con voz ronca.
—Eres muy hermosa, Holly —dijo él con voz cálida.
—Tú también lo eres —ella le abarcó su sexo con la mano, extasiada por su
suavidad, y lo recorrió con los dedos—. No te he esperado —murmuró.
—No quería que me esperaras —Rafe agachó la cabeza y la besó.
En una súbita ráfaga de atrevimiento, Holly alargó la mano y rebuscó en el
cajón de la mesita de noche. Sacó un preservativo.
—¿Te acuerdas de esto? Me los dejaste la noche que estuvimos en el motel.

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—Sí. ¿Los demás también están en ese cajón?


Holly asintió.
—Sí.
—Estupendo. Porque los vamos a necesitar —Rafe se acomodó entre las piernas
de Holly y la penetró lenta, cuidadosamente. Ella elevó las piernas y arqueó las
caderas para permitirle la entrada hasta el fondo. Jamás había sido tan consciente de
su fuerza y se sintió abrumada, inundada por un sentimiento de pura felicidad. Rafe
era parte de ella y le pertenecía como ningún hombre le había pertenecido jamás.
—Te quiero, Rafe.
Las palabras se le escaparon instintivamente, pero Holly no se arrepintió de
decirlas en voz alta. Deseaba que Rafe supiera lo que sentía por él, aunque fuese un
sentimiento no correspondido.
Cuando Rafe profirió un grito bajo y gutural, y la embistió con más fuerza una
y otra vez, el cuerpo de Holly se estremeció con extáticos espasmos al mismo ritmo
que el de él. Finalmente, Rafe se derrumbó sobre ella, besándole tiernamente la
mejilla, el cuello y el hombro. Luego permanecieron tumbados en una lánguida y
dulce quietud.
El estridente sonido del teléfono, que parecía proceder de otra dimensión,
rompió el hechizo de aquel momento de ensueño.
—No contestes, Holly —sugirió Rafe—. Tienes el fin de semana libre.
—¿Y si es Camryn?
—Deja que responda el contestador. Si es Camryn y se trata de algo urgente,
activa el teléfono.
Holly asintió. Al cabo de seis tonos, el contestador automático se puso en
funcionamiento.
—Hola, Holly —dijo una profunda voz masculina—. Solo quería ver cómo te
va. Te pediría que me llamaras, pero sé que no lo harás, así que ya volveré a
telefonear más tarde. Adiós.
Holly notó que Rafe se ponía tenso. Lo abrazó protectoramente y dijo:
—Era Collin Widmark.
—El chico del doctor Widmark —dijo él entre dientes.
—¿Chico? —repitió Holly sonriendo—. Creo que es más o menos de tu edad,
Rafe. Quizá algo mayor.
—¿Suele llamarte a menudo? No parece que esa llamada sea la primera.
—No, no lo es. Collin es un hombre muy persistente.
—¿Quieres decir que te está persiguiendo?

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—Está acostumbrado a ser el centro de atención de las mujeres que lo rodean, y


no puede creer que haya una que se niegue a salir con él. Y yo me niego, desde luego
—agregó Holly convenientemente.
—¿Así que ese chacal no acepta un no por respuesta?
—Collin piensa que me estoy haciendo la difícil, de modo que insiste. Eso sí, no
me atosiga ni nada parecido —añadió al ver la expresión airada de Rafe.
—Nunca me habías hablado de él.
—¿Para qué? —preguntó Holly con un rictus burlón—. ¿Estás celoso? Creo que
me siento halagada.
—Maldita sea, Holly. Esto no tiene nada de gracioso. No quiero que ningún
sapo te acose.
Ella soltó una risotada.
—¡Debes de ser la primera persona que llama «sapo» a Collin Widmark! Se
considera un príncipe encantador.
—Ese tipo lleva un Porsche de los más caros, Holly.
La sonrisa de Holly se ensanchó.
—Pues me alegro por él. Pero no creerás que yo valoro a un hombre por el
coche que conduce, ¿verdad?
—No, claro que no —concedió Rafe. Al fin y al cabo, Holly se había fijado en un
tipo que se desplazaba en un Jeep lleno de críos. Unos críos que la adoraban, la
aceptaban y confiaban en ella—. ¿Cuándo empezó a llamarte Widmark, Holly? —
preguntó, incómodo por la intrusión de otro hombre. ¡Holly era suya!
—¡En lo referente a ciertos temas eres tan obstinado como mi madre! —suspiró
Holly, recostando la cabeza en su hombro—. Collin se presentó en la consulta hace
unas tres semanas y empezó a llamarme poco después. Siempre le he dicho que no,
Rafe. Nunca me he sentido tentada de decirle que sí. Bueno, ¿ha acabado el
interrogatorio?
—Desde luego. ¿Quién quiere perder tiempo hablando de un tipejo
insoportable como Widmark?
Holly consiguió permanecer seria.
—Eso mismo pienso yo —dijo. Rafe bajó la cabeza para besarla. Ella le
respondió efusivamente, pero cuando el beso se tornó más profundo, ladeó
bruscamente la cabeza y le pasó los labios por la mejilla—. Rafe, con respecto a
Tracey…
—No quiero hablar de ella —él buscó su boca con insistencia.
—Es importante, Rafe.
—No quiero discutir contigo, cariño.
—Bien. Yo tampoco —Holly lo evitó de nuevo—. ¿Es cierto que Tracey quiere
romper con su novio?

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Rafe se incorporó con una expresión de frialdad en sus ojos negros.


—Eso dice. Pero, ¿quién sabe lo que querrá hacer mañana? No ha visto a los
niños desde el Cuatro de Julio, y ahora sale con esto.
—Pero si de veras desea recuperar a sus hijos…
—¿Lo desea hasta el punto de estar dispuesta a romper con su novio? Lo dudo.
Me dijo que estaba planteando echarlo de la casa. Pero aún no lo ha hecho.
—Tal vez necesite algún incentivo. Si los niños regresan con ella, quizá se
decida…
—Cuando Tracey me cedió la custodia de los chicos, dejé bien claro que no
consentiría que sufrieran el trastorno de estar cambiando continuamente de hogar.
Un amigo mío especialista en casos de custodia ratificó el acuerdo. Será válido de
cara a un tribunal.
—Pero Tracey no sería capaz de ir a juicio.
—No te compadezcas de Tracey, Holly. Carece de inteligencia y de sentido
común. Dejó a los críos por un holgazán inútil al que conocía desde hacía apenas un
par de meses. Ese tipo tiene un temperamento explosivo e inestable. Los chicos
corrían peligro viviendo con él. Por eso Tracey los envió conmigo.
—Pero si Tracey desea romper con su pareja, ¿no sería conveniente darle
ánimos? Amenazándola con llevarla a juicio solo conseguirás que su situación actual
se prolongue y jamás rompa la relación destructiva que mantiene con ese hombre.
—Holly…
—El vínculo afectivo de una madre con sus hijos es el más poderoso que hay,
Rafe. Si Tony y Trent quieren estar con su madre, y ella desea estar con ellos…
—Esto no es un caso de estudio psiquiátrico, Holly —rezongó Rafe con
impaciencia—. Ni Tracey Krider es tu paciente.
—Pero podría serlo —los ojos castaños de Holly emitieron un suave brillo—.
Una buena terapia la alentaría a romper con su novio y reunirse con su familia. La
ayudaría a ser una mujer fuerte e independiente, en lugar de una víctima pasiva.
—Tracey no puede costear vuestras tarifas, doctora.
—Podría, si dono parte de mi tiempo. Trabajaría… ¿Cómo decís los abogados?
¿Pro bono?
Rafe se quedó mirándola.
—Serías capaz de hacerlo, ¿verdad?
—Deseo ayudar a Trent y Tony, y para ello convendría ayudar a su madre. Tú
sientes lo mismo, Rafe.
—Tienes un concepto de mí demasiado elevado, Holly —murmuró él—. Tracey
me saca de mis casillas.

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

—Pero te has comprometido a ayudarla, de todos modos. No les vuelves la


espalda a los tuyos, ni tomas la salida fácil. Por eso eres tan buen hombre, Rafe. El
mejor hombre que he conocido jamás.
Holly notó como si el corazón fuera a estallarle de amor. Y en el amor que
sentía por Rafe se combinaban muchos otros sentimientos: admiración, amistad,
metas comunes… Y pasión. Una pasión ávida y ardiente.
El deseo volvió a inundarla. A pesar de que habían hecho el amor hacía unos
cuantos minutos escasos, lo deseó aún más porque ahora sabía lo que Rafe podía
brindarle. La cercanía física y mental, el placer, la satisfacción.
Lo necesitaba. Desesperadamente.
Holly se situó encima de Rafe y sus bocas se fundieron en un cálido y largo
beso. Se aferró a él con fuerza, jadeando suavemente mientras le hundía las uñas en
los duros músculos de los hombros. Notó la excitación de Rafe, estimulada por la
suya propia.
—Rafe, por favor —suplicó. Sentir como las manos de él recorrían todo su
cuerpo la estaba volviendo loca—. Quiero sentirte dentro de mí. No puedo esperar ni
un segundo más.
—No tendrás que esperar —prometió Rafe. Alargó el brazo apresuradamente y
sacó otro preservativo del cajón. Se disponía a colocárselo cuando el claxon de un
coche rompió la plácida quietud del verano en el exterior. Las voces de Camryn,
Kaylin, Trent y Tony se oyeron al cabo de unos segundos.
—Creo que ya han vuelto de tomar el helado —dijo Holly apartándose a
desgana de Rafe—. Saldré a hablar con ellos.
—Yo me daré una ducha fría —murmuró Rafe sentándose en el borde de la
cama—. La necesito. Ah, Holly… —ella se detuvo junto a la puerta del dormitorio y
lo miró—. Esta noche volveré —dijo él con voz dulce y sexy.
En la planta de abajo se oyeron unos golpes sordos. Los niños habían entrado
en la casa con una… ¿pelota? Haciendo un esfuerzo, Holly salió del dormitorio.
Rafe, por su parte, se metió en la ducha y abrió al máximo los grifos.
Más tarde podría seguir haciendo realidad las fantasías de Holly… y las suyas
propias.

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

Capítulo 9
—No estoy seguro de haberte oído bien, Rafe —Flint Paradise se hallaba
sentado tras la mesa de su despacho, y Rafe ocupaba una silla de madera cercana—.
Repítemelo, ¿de acuerdo?
—Como quieras —respondió Rafe pacientemente—. Voy a asistir a una boda,
y…
—Vas con Holly Casale a una boda que se celebra en Michigan —lo
interrumpió Flint, repitiendo lo que su hermano le había dicho ya dos veces—. ¿Y
quieres que me quede en tu casa cuidando de esos críos mientras estás fuera? —su
voz expresaba una marcada incredulidad.
—Será solo durante un fin de semana. Nos marcharíamos el viernes por la tarde
y regresaríamos el domingo.
—Ir a una boda familiar en compañía de una mujer es peligroso, Rafe —advirtió
Flint—. Todo el mundo se hace una idea equivocada. Sobre todo la mujer y su
familia.
—Mira, a mí tampoco me enloquece la idea. Pero he prometido ir. Si no voy,
Holly tendrá que soportar otro de los intentos de su familia de buscarle pareja. Su
prima le ha dicho que el nuevo candidato es un tímido quiropráctico de cuarenta y
siete años que todavía vive con su madre.
—¡Sí, pero si vas a la boda con ella todos pensarán que tú eres el nuevo
candidato!
—Holly y yo ya nos hemos preparado para hacer frente a esa posibilidad.
—Lo siento, pero tenía pensado pasar el fin de semana aquí en Paradise
Outdoors —explicó Flint—. Estamos instalando un nuevo sistema de control de
existencias. Es el último grito en tecnología, Rafe. ¿Quieres echarle un vistazo?
—No. Si a ti te convence, no necesito verlo. Sé que solo quieres lo mejor para la
compañía —Rafe exhaló un suspiro—. En fin, ya veo que tú tampoco aceptas
quedarte con los chicos.
—¿Tampoco? ¿Se lo has pedido a Eva y te ha dicho que no?
—Pensé en hacerlo, pero decidí que era mejor no preguntárselo siquiera. Se
habría negado en redondo.
—Cierto. Y aunque hubiera aceptado, no sé si habría sido buena idea. Meter en
la misma casa a Eva, Camryn y Kaylin puede resultar muy peligroso.
—Lo sé —Rafe se frotó las sienes—. No hubieran aguantado juntas todo el fin
de semana.
—Si tan decidido estás a ir a la boda, puedes dejar a los críos solos —sugirió
Flint—. Ya lo has hecho en otras ocasiones.
—No desde hace tiempo. Y nunca un fin semana entero.

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

—¿Qué hay de la madre de los niños? ¿No decías que ahora los visita con más
regularidad? ¿Por qué no puede quedarse con sus propios hijos?
—Holly está tratando a Tracey. Ha establecido un calendario de visitas que, de
momento, Tracey cumple a rajatabla. Pero aún no ha echado de casa al sinvergüenza
de su novio. No quiero arriesgarme a dejarla al cargo de los niños hasta que haya
roto con él definitivamente.
—De todos modos, Tracey no es rival para Camryn y Kaylin —Flint sonrió
afectadamente—. Sería como enviar a una gallina a cuidar de un par de lobos.
—Exacto. Tú lo has dicho.
—Me enteré de la última trastada de Camryn en el instituto —dijo Flint en tono
casual.
—¿Te refieres al día en que se tumbó encima del coche del subdirector?
—Sí, a eso —Flint prorrumpió en carcajadas.
—No es cosa de risa, Flint —gruñó Rafe—. Camryn se tendió encima del coche
fingiendo estar inconsciente. La pobre señorita Hinsley, la bibliotecaria, creyó que se
había tirado desde el tercer piso y se puso histérica. Camryn no movió ni un solo
músculo en todo el tiempo. Luego, cuando llegaron los paramédicos, la muy canalla
se echó a reír —hizo una mueca al recordar las llamadas indignadas que había
recibido del instituto—. Camryn no se explicaba por qué todo el mundo estaba
enojado con ella. Dijo que en este pueblo nadie tenía sentido del humor.
—¿Y qué dijo tu amiga Holly del asunto?
—Camryn y ella mantuvieron una charla confidencial. Suelen mantenerlas muy
a menudo. Holly habló con los médicos y con el personal del instituto. Consiguió que
no pusieran ninguna denuncia. Lo cierto es que se ocupó de todo con una gran
serenidad. Yo no lo habría hecho mejor —Rafe pensó que se quedaba corto. Gracias a
Dios, Holly le había sacado las castañas del fuego.
—Te estás encariñando demasiado con esa chica, Rafe —dijo Flint en tono
preocupado.
—Mujer —lo corrigió Rafe automáticamente.
—Esa mujer ha tejido en torno a ti una telaraña que enorgullecería a una viuda
negra, Rafe. Eva y yo estuvimos comentándolo el otro día. Holly Casale está aliada
con esa panda de mocosos, e intenta ponerte en contra nuestra.
Rafe gruñó disgustado.
—¡Basta ya de teorías descabelladas, por favor!
Flint guardó silencio. Rafe se quedó mirándolo, y lamentó el profundo abismo
que lo distanciaba de su hermano. Y de Eva, pues también ella se mostraba arisca y
malhumorada con él. Por desgracia, ese abismo, abierto tras la llegada de Camryn y
Kaylin el año anterior, se había ensanchado con la presencia de Holly.
Rafe sabía que sus hermanos se equivocaban con respecto a ella. En lugar de
intentar indisponerlo con ellos, Holly siempre le sugería que hiciera lo posible por

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afianzar su amistad con Flint y Eva. Deseaba que la familia permaneciese unida y
feliz.
—Supongo que Holly Casale y tú no tardaréis en hacer planes para vuestra
propia boda —comentó Flint sombríamente.
—¡Eso es absurdo! —Rafe se echó a reír—. Nunca hemos hablado de casarnos.
Nos va muy bien tal como estamos ahora. ¿Para qué estropearlo casándonos?
—¿Se lo has preguntado alguna vez a ella? —cuando Rafe negó con la cabeza,
Flint esbozó una sonrisa cínica—. Pues deberías hacerlo. Seguro que Holly tiene una
idea muy distinta. Todas las mujeres quieren casarse, Rafe. Están genéticamente
programadas para ello.
—Eso es una generalización exagerada. Eva…
—Eva está concentrada en su carrera, por eso ha pospuesto esa necesidad.
Temporalmente —Flint pronunció la palabra pausadamente, para darle énfasis—.
Holly Casale hizo sin duda lo mismo mientras estudiaba medicina. Pero ya ha
terminado sus estudios. Seguro que considera a los chicos un medio para atraparte y
llevarte al altar.
—Eres un empresario de primera, Flint. Pero tus teorías sobre el
comportamiento humano son, como mínimo, estúpidas.
—Esperémoslo —Flint se encogió de hombros—. Bueno, ¿qué piensas hacer con
los chicos cuando vayáis a la boda?
—Llevarlos con nosotros.
—¿A Michigan? ¡Me tomas el pelo!
—¿Tengo cara de estar bromeando, Flint?
—No. Te veo muy serio. Aunque tal vez llevándolos consigas algo bueno.
Cuando la familia de Holly conozca a Camryn y Kaylin, te descartará como futuro
marido de su muchachita.
Flint aún seguía riéndose cuando Rafe se marchó del despacho. Él ni siquiera
sonrió.
Al pensar en lo que se le avecinaba, su semblante se tornó aún más serio. No le
entusiasmaba la idea de acudir a la boda, pero Holly se lo había pedido en la cama,
cuando ambos estaban satisfechos y exhaustos tras una intensa sesión de amor.
¿Cómo podía negarse en un momento así?
Por otra parte, el ambiente en la casa era inmejorable desde la llegada de Holly.
Los chicos parecían haber cambiado desde el año anterior, que Rafe recordaba como
una auténtica pesadilla. Pensó en ello mientras observaba cómo Holly tomaba un
vaso de té helado.
—Flint opina que tu familia no tardará en organizar nuestra boda, dado su
empeño en que te cases —la miró atentamente—. Le aseguré que tienes tan poco
interés como yo en casarte.
Sus palabras golpearon los oídos de Holly con la fuerza de un martillo pilón.

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

«¿Poco interés en casarte?»


¿De dónde había sacado esa idea? Cierto, nunca había hablado con Rafe del
tema del matrimonio, pero tampoco le había dicho que no estuviera interesada en
casarse.
De hecho, pensaba en ello más que nunca porque Rafe Paradise era el único
hombre al que estaría dispuesta a tomar por esposo.
¡Pero él no tenía interés en casarse con ella! Holly tomó un abundante trago de
té. El comentario de Rafe había sido una auténtica revelación. Empezaron a pasársele
todo tipo de detalles por la cabeza.
Por ejemplo, no se había molestado en hablar de su «poco interés en casarse»
cuando se la llevaba a la cama cada noche. Ni cuando la veía ayudar en la casa. Ni
cuando…
¡De hecho, había llegado a esperar que le propusiera matrimonio el día menos
pensado!
Holly miró con expresión ausente el papel pintado de la pared. Su mente giraba
en un torbellino de confusión.
—¿Holly? —la voz de Rafe le llenó la cabeza.
Ella se giró para mirarlo. Él la observaba con una expresión decididamente
lúgubre.
—Lo siento, estaba soñando despierta —se oyó decir.
—¿En mitad de la conversación? —parecía dolido de veras.
¿Acaso esperaba que estuviese atenta a cada una de sus palabras?, se dijo Holly.
Un pensamiento mortificante la sorprendió. ¿Era eso lo que hacía siempre? ¿Prestar
atención a todo lo que decía como una tonta enamorada? Quizá Rafe había pensado
que los dos se reirían en complicidad al hablar de lo poco interesado que estaba en
casarse. Menudo chiste. ¡Ya costa de él!
Se esforzó por mostrar al menos un mínimo de orgullo.
—Me preocupa un paciente aquejado de una peligrosa manía suicida. Padece
un fuerte complejo de abandono y se tomó la noticia de mi ausencia durante el fin de
semana como un rechazo personal. No sé si podré ir a la boda de Heidi —Rafe
pareció visiblemente relajado, y un sentimiento de fría cólera prendió en Holly—. Por
otra parte —dijo levantándose—, le prometí a mi familia que estaría allí sin falta, de
modo que acabaré yendo.
—¿Y el paciente con complejo de abandono?
¡Como si a él le importara en realidad! Holly esbozó una sonrisa muy forzada.
—Lo convenceré de que no pienso abandonarlo. Y si veo que corre peligro, lo
hospitalizaré antes de irme —echó un vistazo a su reloj de pulsera, algo claramente
innecesario porque tenía justamente delante el enorme reloj de pared de la cocina—.
Vaya, casi se me olvida. Espero una llamada de mi hermana. Será mejor que vuelva a
mi casa.

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

Rafe se puso de pie. No deseaba que se marchara.


—Puedes llamarla desde aquí.
—Apostaría el alquiler del mes que viene a que alguna de las chicas está
utilizando el teléfono —Holly mantuvo la sonrisa, aunque temió que el rostro se le
resquebrajara por el esfuerzo.
Rafe descolgó el supletorio de la cocina.
—¡Disculpad, pero estoy hablando yo! —la voz irritada e impaciente de
Camryn sonó con fuerza en el auricular.
—Creía que estabas haciendo tus deberes —le dijo Rafe.
—Y los estoy haciendo —Camryn parecía enojada—. Por teléfono. Cuelga de
una vez, Rafe.
Holly se dirigió hacia la puerta. Rafe la siguió.
—Llama desde aquí, Holly. Camryn no tardará mucho…
—Prefiero irme a mi casa, Rafe —Holly caminaba tan deprisa, que ya casi había
salido a la calle.
Él la agarró por la muñeca y la detuvo.
—Holly, no quiero que te vayas.
Se había acostumbrado a pasar la tarde con ella. Solían leer juntos, ver la
televisión o charlar hasta que los chicos se iban a la cama. Luego se iban a casa de
ella, donde podían estar solos…
Holly sabía la velada que Rafe había planeado por la expresión ansiosa de su
rostro, por el brillo de sus ojos. Y se negaba a participar en el plan. Ni por asomo se
acostaría con un hombre que había confesado que la idea de casarse con ella le
parecía repugnante.
—Necesito estar un rato a solas, Rafe —dijo tratando de soltarse.
Pero, en lugar de soltarla, él la atrajo hacia sí.
—Iré contigo, Holly. No tenemos que esperar a que los chicos se acuesten. Yo
también quiero estar a solas contigo, cariño.
Holly no podía creer lo que oía. Su fachada de serenidad, ya frágil, acabó
desmoronándose.
—Cuando he dicho que quiero estar a solas, me refiero a solas conmigo misma.
No he pasado ni una tarde sola desde que llegué a Sioux Falls —añadió, pensando
con sorpresa que era cierto—. Me voy, Rafe.
—De acuerdo, ve y habla con tu hermana —dijo él soltándola—. Yo iré a eso de
las once. ¿O mejor a las diez? —preguntó esperanzado.
—A ninguna hora. Esta noche, no.
—Pero…

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

—¡Rafe, no seas tan… ansioso! —Holly se marchó como una exhalación, y él se


quedó desconcertado por la acusación que acababa de lanzarle.
¿Ansioso? ¿Él? Observó cómo entraba en su mitad del dúplex y oyó la puerta
cerrarse. Poco a poco, la sorpresa dejó paso a la humillación. ¿Él, ansioso? Y la
humillación evolucionó hacia un sentimiento de pura cólera. ¡Él no era ansioso!
Rafe cerró dando un fuerte portazo y se encontró con que Kaylin lo miraba
desde el pie de las escaleras.
—Oh, oh. ¿Problemas? —preguntó la chica con curiosidad.
—¡No es asunto tuyo! Y no quiero hablar de ello.
Kaylin se encogió de hombros y se fue para la cocina.
Rafe la siguió.
—¿Cuánto has oído?
—No mucho. Te pusiste tan pesado acosando a Holly que ella se hartó y se fue.
—¡Eso no es verdad!
—Y tanto que lo es —Kaylin abrió el frigorífico e inspeccionó ociosamente el
interior.
—¿Habéis hecho o dicho Camryn o tú algo que haya disgustado a Holly?
—No hemos sido nosotras, Rafe. Has sido tú —Kaylin dejó escapar un
suspiro—. Los hombres nunca nos dejáis tranquilas a las mujeres. Eso es lo que decía
mi madre.
—Me importa un bledo lo que dijera tu madre, Kaylin. Además, Marcine
Paradise no era ninguna experta en la materia.
—¿Y tú sí? —repuso Kaylin con desdén—. Acabas de meter la pata hasta el
fondo, Rafe. Dado que conseguiste conquistar a Holly, pensé que sabías lo que
hacías. Pero ahora comprendo que eres tan inútil en ese terreno como Flint y Eva —
añadió poniendo los ojos en blanco.
Rafe se acercó y cerró la puerta del frigorífico.
—Deja de perder el tiempo y sube a hacer los deberes.
—Holly representaba nuestra única posibilidad de ser una familia normal, Rafe
—dijo Kaylin en tono conciliador—. ¡Pero tú lo has echado a perder por ser tan…
ansioso!
—¡Vuelve a tu cuarto ahora mismo! —ordenó Rafe.
Pero Kaylin se escabulló por la puerta de la cocina y se dirigió hacia la puerta
trasera de Holly. Rafe se dispuso a seguirla, pero se detuvo. No podía ir tras ella.
Holly pensaría seguramente que utilizaba a Kaylin como una simple excusa para
entrar en su casa. Y dado que Kaylin estaba disgustada con él, probablemente
confirmaría la acusación solo para fastidiarlo.

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Rafe permaneció inmóvil en la oscuridad, viendo cómo Holly le abría la puerta


a Kaylin y la dejaba pasar.
—¡Odio a mi hermano! —anunció dramáticamente Kaylin mientras entraba en
la cocina de Holly. Luego se dirigió hacia el frigorífico y abrió la puerta—. ¿Puedo
tomar un poco de ensalada?
—Sírvete —Holly le pasó un cuenco y una cuchara—. ¿Por qué odias a tu
hermano, Kaylin?
Kaylin se concentró en la ensalada de frutas.
—¡Es tan ansioso! Ya no lo aguanto.
Holly se puso colorada como un tomate.
—Escuchaste nuestra… discusión.
—Sí —Kaylin asintió vigorosamente—. Estoy de tu parte, Holly. Todos los
hombres son unos cerdos. Mi madre solía decirlo.
—Kaylin, a veces las madres dicen cosas que consideran ciertas pero que en
realidad no lo son. Todos los hombres no son unos cerdos. Y tu hermano, desde
luego, no lo es. Se esfuerza en hacer lo que es mejor para vosotros.
—Vaya. Y si es un hombre tan estupendo, ¿por qué no estás con él esta noche?
Sé que estás harta de él. Holly, ¿también estás harta de mí y de Camryn y de los
chicos?
Holly se sentó en una silla al lado de Kaylin.
—Por supuesto que no, cielo. Lo que pasa es que… estoy de mal humor esta
noche y lo pagué con tu hermano.
—A mi madre solía pasarle eso. Llegaba del trabajo con un humor de perros y
nos gritaba a Camryn y a mí. Odio que la gente grite. Tú le gritaste a Rafe —añadió
Kaylin en tono acusador.
—Sí, le grité. Y siento haberte disgustado, Kaylin. Pero es normal que la gente
discuta. Eso no significa que… que… —Holly hizo una pausa y tragó saliva—. Que
Rafe y yo no os queramos a ti y a los chicos. Ambos os queremos mucho.
—¿Sigues queriendo a Rafe? —inquirió Kaylin.
Holly rehuyó la mirada escrutadora de la chica.
—Kaylin, mis sentimientos por ti y por tus hermanos no tienen nada que ver
con lo que pase entre Rafe y yo. Quiero que sepas que siempre seré vuestra amiga,
y…
—Camryn dice que no quieres a Rafe. Que solo lo estás utilizando para
llevártelo a la cama porque te conviene al ser vecino y tenerlo cerca. Y que lo dejarás
cuando encuentres a alguien capaz de darte lo que en realidad deseas.
—¿Y qué es lo que deseo? —Holly no pudo resistirse a preguntarlo.
—Bueno, ya sabes. Una buena vida —Kaylin parecía triste—. Camryn dice que
con Rafe no podrás tener una buena vida. Flint y Eva te odian, y tendrías que estar

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enfrentándote siempre a ellos —se encogió de hombros—. Yo pensaba que querías a


Rafe, pero Camryn dice que no. Que ni hablar.
Holly se habría echado a reír si no estuviera al borde de las lágrimas. Camryn,
la jovencita cínica, había interpretado la situación al revés. Era Rafe quien la estaba
utilizando a ella sexualmente porque le convenía al ser vecina y tenerla cerca. Holly
amaba a Rafe, pero no pensaba decírselo a su joven hermana.
—Creo que mi vida es perfecta, Kaylin —dijo con una sonrisa forzada—.
¿Recuerdas cuando hablamos de que la gente ha de crear su propia felicidad y no
depender de los demás para conseguirla?
—Sí, lo recuerdo —Kaylin se levantó—. ¿Puedo encender el televisor?
—¿Y los deberes?
—Ya los he hecho. ¡Por favor, deja que me quede! No quiero irme todavía.
—Tendrás que llamar a tu hermano y pedirle permiso, Kaylin —Holly salió de
la cocina mientras la chica llamaba por teléfono. Al cabo de un par de minutos,
Kaylin se reunió con ella en el salón.
—Rafe dice que puedo quedarme si tú quieres —dijo alegremente.
—Claro. Me alegra mucho tenerte aquí, Kaylin.
Dado que no deseaba la compañía de Rafe esa noche, no le importaba en
absoluto contar con la de Kaylin.

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Capítulo 10
Siguió una semana muy tensa.
De no haber tenido una relación tan estrecha con los chicos de al lado, Holly
habría evitado por completo a Rafe Paradise. Suponía que él sentía lo mismo, pues ni
le dirigía la palabra a no ser que se tratara de algo concerniente a los niños. Y, desde
luego, no había intentado verse a solas con ella.
Se trataban civilizadamente delante de los chicos. Pero nada más. Holly
consideraba preferible haber descubierto a tiempo los verdaderos sentimientos de
Rafe que vivir en un sueño engañoso. No le importaba seguir tratando a sus
hermanos, pues les había tomado verdadero cariño.
Rafe, por su parte, encontraba dolorosa la conducta de Holly. Se mostraba
eficiente y comprensiva con los chicos, pero totalmente fría con él. Sin embargo, no se
atrevía a quejarse ni a mencionar que se sentía dolido. La acusación que ella le había
lanzado aún le molestaba, y trató de convencerse de que no la necesitaba, de que era
un adulto maduro e independiente que no precisaba la compañía de nadie.
No obstante, en los momentos en que yacía en la cama despierto, dando vueltas
sin poder dormir, trataba de reflexionar sobre qué había hecho mal. Una noche, a las
tres de la madrugada, una ráfaga repentina de lucidez hizo que se incorporara con
un respingo y renunciara al afán de conciliar el sueño.
Se puso unos pantalones grises y salió del dormitorio. Los chicos dormían en
sus habitaciones y la casa estaba sumida en un completo silencio.
Rafe abrió la puerta principal y se asomó al exterior. Solo se veía luz en una de
las casas. En la de Holly.
Dejándose llevar por un impulso, atravesó el jardín y llamó a su puerta. Ella
abrió al cabo de unos minutos.
Llevaba una bata rosa ceñida con un cinturón.
—¿Sucede algo? —parecía realmente preocupada—. ¿Están los niños…?
—Se encuentran bien —Rafe la miró fijamente, hasta que Holly empezó a
sentirse incómoda ante la intensidad de su mirada—. ¿No puedes dormir?
—Estaba leyendo —respondió ella a la defensiva.
—¿De veras? —Rafe no pudo esperar a que lo invitara a pasar. Entró,
obligándola a cerrarle el paso o a apartarse. Holly optó por lo segundo. Se hizo a un
lado para evitar que la rozara—. Debe de ser una lectura muy apasionante para que
estés despierta a estas horas, Holly.
Holly retrocedió hasta el sofá, agarró un libro y se lo apretó contra el pecho.
Rafe se acercó a ella.
—¿Qué estás leyendo?
—Una sátira. Es hilarante. Me he reído a carcajadas.

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—¿Cómo se titula?
—Las reglas —contestó Holly muy seria.
Él se encogió de hombros.
—No lo conozco. ¿Me lo dejarás cuando lo termines?
—Claro —Holly esbozó una sonrisa tirante—. ¿A qué has venido, Rafe?
—Me he acordado de algo que dijiste acerca de tu paciente suicida.
—¿A las tres de la mañana?
—Ese paciente no existe, Holly. Inventaste la historia por si decidías no ir a la
boda —declaró Rafe en tono triunfante.
La reacción de Holly no fue la que él esperaba.
—¿Y qué?
—¿Y qué? —repitió él—. De eso fue de lo que hablamos la noche en que
tuvimos la pelea. Y nada ha sido lo mismo desde entonces. Lo sabes muy bien —
enarcó las cejas, como desafiándola a contradecirlo.
Holly agarró el libro con fuerza, notando que la rabia que había sentido durante
toda aquella semana se debilitaba. Rafe no tenía ni idea de por qué las cosas se
habían enfriado entre los dos.
Exhaló un suspiro.
—Rafe, es muy tarde y los dos tenemos que madrugar —echó un vistazo al reloj
de la mesa—. De hecho, tenemos que levantarnos dentro de tres horas.
—Me importa un bledo dormir —cuatro pasos enormes lo colocaron justamente
delante de ella—. No estoy cansado —la estrechó entre sus brazos y la atrajo hacia sí,
besándole el pelo, el cuello, la cara—. No sabes cuánto te he echado de menos, Holly.
Te deseo. Te nece… —se interrumpió. No, no pensaba llegar hasta ese punto—.
Siento lo que haya podido hacerte, Holly. Lo siento de veras, nena.
Ella se retiró ligeramente y lo miró a los ojos.
—¿Qué es lo que sientes exactamente, Rafe?
Él tragó saliva.
—Hice algo que te disgustó.
—¿Y estás tan desesperado por tener relaciones sexuales que aceptas tu
culpabilidad aunque no sepas qué hiciste?
—Estoy desesperado por ti, cariño. Y no me refiero únicamente al sexo. Di que
me perdonas, Holly.
—A mí tampoco me gusta cómo han acabado las cosas entre nosotros, Rafe —
reconoció Holly—. Pero no estoy de humor para reconciliaciones a estas horas.
Mañana tengo mucho trabajo, y…

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Él la besó, ahogando con sus labios el resto de la frase. Ya había oído suficiente.
Holly ya no estaba enfadada. Hablarían del asunto más tarde. Ahora solo quería
saborearla, sentirla, poner fin a la intolerable distancia que los separaba.
Holly ni siquiera intentó protestar. Le producía una sensación maravillosa estar
de nuevo entre sus brazos. Abrió la boca para recibir a Rafe en el mismo momento en
que él empezó a besarla. Al fin y al cabo, se dijo, no había motivos para que no
pudieran tener una relación basada únicamente en la satisfacción mutua y el placer
físico.
Al leer Las reglas, había comprendido algo fundamental. Que, en realidad, no
estaba obsesionada con el tema del matrimonio.
¿Qué tenía de malo que Rafe Paradise no deseara casarse con ella? De todos
modos, tampoco estaba interesada en tener un marido y un anillo de casada, se dijo.
Momentos más tarde, se encontraban en el dormitorio, tumbados en la cama,
besándose y tocándose como habían deseado hacerlo durante todos y cada uno de
los días de aquella solitaria semana. Sus prendas pronto acabaron diseminadas por el
suelo, y ambos suspiraron cuando sus cuerpos se rozaron sin el obstáculo molesto de
la ropa.
Cuando Rafe se dispuso a acariciarla y a tomarse su tiempo, Holly lo apremió
ansiosamente.
—Te deseo ahora —musitó clavándole las uñas en las nalgas con frenesí—.
Quiero que me lo hagas con fuerza. Y deprisa.
No deseaba ternura. No quería que hubiera cariño de por medio. Ansiaba
únicamente sexo. Pasión física. ¿Acaso necesitaban algo más?
Rafe la satisfizo en todos los aspectos.
Pero después, mientras yacían tumbados juntos, con los cuerpos húmedos y
satisfechos, él le acarició el cabello y la miró con una expresión de… ¿dolor?
—Esta noche pareces distinta —murmuró.
Holly cerró los ojos.
—Rafe, estoy cansada de hablar. Necesito dormir.
—¿Ves? A eso me refiero. Jamás te cansabas de hablar.
—Pues ahora sí —repuso ella sin abrir los ojos.
—Yo… —Rafe hizo una pausa, sin saber qué hacer ni qué decir—. ¿Te… te ha
gustado?
—Tu actuación ha sido sobresaliente, Rafe —contestó ella entre el sopor del
sueño.
—Ha sido algo más que una actuación, Holly —confesó él.
Holly abrió los ojos de golpe.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Rafe? No estoy enfadada. Nos hemos ido a la
cama juntos. Y la experiencia sexual ha sido estupenda. ¿Qué más quieres?

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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas

—No me has dicho que me amas —dijo él extrañado. Holly siempre solía
decirle que lo amaba, salvo esta vez. Comprendió lo mucho que echaba de menos
esas palabras dichas entre susurros. Ella arrugó la frente.
—Rafe, hay algunas…
—¿Otra vez vas a acusarme de ser demasiado ansioso? —se apresuró a
preguntar él. No deseaba escuchar lo que Holly se disponía a decir. Sabía,
instintivamente, que no le gustaría—. Aunque tú me lo has dicho muchas, yo nunca
te he dicho que te quiero, Holly.
Jamás le había dicho eso antes a ninguna mujer. La miró atentamente, sin saber
qué reacción esperar.
Curiosamente, Holly no saltó de la cama ni empezó a hacer planes para ir a
comprar los anillos de boda.
Se limitó a bostezar.
—Me parece muy bien. Buenas noches, Rafe —cerró de nuevo los ojos y se dio
media vuelta.
—¿Qué te parece bien? —Rafe estaba atónito. Y furioso. Pero Holly parecía
haberse sumido en un sueño profundo. Aunque se sintió tentado, no se atrevió a
despertarla.
Finalmente, el sueño lo rindió a él también. Se puso de lado y atrajo a Holly
hacia sí. Y se quedó dormido.

Holly insistió en que no era necesario que Rafe la acompañara a la boda de


Heidi, pero él la convenció con cientos de excusas. Los chicos estaban muy
ilusionados con el viaje a Michigan. Los billetes de avión ya estaban comprados. Y, lo
más importante, su presencia impediría que el quiropráctico de cuarenta y siete años
intentara nada con ella.
Los seis llegaron al hotel donde se celebraba la recepción de invitados al día
siguiente de aterrizar en Michigan. Holly había informado a sus parientes que
acudiría acompañada por su «buen amigo» Rafe Paradise y sus hermanos.
Tras conocer a Rafe y los niños, tía Honoria le dijo a Holly que aún esperaba
poder presentarle al quiropráctico.
—Me parece maravilloso que ayudes a Rafe y te lleves tan bien con los chicos,
pero, desde luego, no es el hombre más indicado para ti, cielo. Menos mal que sois
solo amigos.
Helene, por su parte, parecía haber renunciado a sus intentos de casar a su hija.
Empezaba a vislumbrar las ventajas de la vida de soltera.
—Olvídate de ese hombre, Holly —le advirtió—. Tampoco hace tanta falta que
te cases. A ninguna mujer le gusta pechar con una casa llena de niños que no son
suyos.

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∗∗∗
—Tu familia me odia —Rafe miró el martini que se estaba tomando en el oscuro
bar del vestíbulo del hotel. No solía beber alcohol, pero tras el recibimiento, no
precisamente cálido, que le había dispensado la familia de Holly, le apetecía tomar
algo fuerte.
—No es nada personal —Holly deslizó la mano por debajo de la mesa para
acariciarle la pierna. Se sentía aviesamente satisfecha del rechazo que todo el clan
había manifestado hacia Rafe—. Pero se han portado de forma horrible. Lo siento de
veras, Rafe.
—No hace falta que te disculpes por ellos —le apretó la mano—. Al fin y al
cabo, yo nunca me disculpé por el modo en que te trataron Flint y Eva. Aunque quizá
debí hacerlo.
—No somos responsables de la conducta de nuestros familiares, Rafe. Y me
alegra que hayas venido conmigo.
—Yo también, nena.
—Aunque tengamos que pasarnos el fin de semana enfrentándonos al mundo
—bromeó ella y lo miró con una ternura que dejó a Rafe sin aliento.
—Mientras no nos enfrentemos entre nosotros, me da igual el resto del mundo,
Holly.
—Lo mismo digo —respondió ella, conmovida por aquella declaración. El
martini se le había subido ligeramente a la cabeza, volviéndola atrevida. Se inclinó
hacia Rafe y lo besó en los labios, a pesar de que estaban a la vista de todo el mundo.
Él reaccionó enseguida, colocándole las manos en las mejillas v respondiendo
cálidamente al beso.
—¡Holly!
Ambos miraron sorprendidos hacia dos chicas castañas que se habían parado
junto a la mesa.
—Creía que dijiste que solo erais amigos, Holly.
—Nos conocimos en la recepción de anoche —dijo a Rafe una de ellas—. Soy
Hillary, la prima de Holly, y ésta es Hayley, mi hermana.
—Sí, recuerdo haber conocido a una brigada de mujeres cuyos nombres
empezaban por H —a Rafe le chocó aquella extraña costumbre, y decidió que cuando
Holly y él tuvieran hijos, ninguno de ellos tendría un nombre que empezara por H.
—Me parece a mí que sois algo más que amigos —comentó una de las primas.
—Sí, somos más que amigos —anunció Rafe.
Holly alzó la cabeza rápidamente.
—Sí —convino—. Somos…

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—Somos novios y vamos a casarnos —la interrumpió Rafe antes de que Holly
dijera la palabra «amantes»—. Estoy cansado de fingir otra cosa, Holly —añadió
mirándola a los ojos.
—Oh, Dios mío —exclamó Hillary.
—Felicidades —dijo Hayley.
—Te darás cuenta de que van a buscar un teléfono —dijo Holly mientras sus
primas se alejaban presurosas—. Dentro de diez minutos, toda la familia pensará que
tú y yo vamos a casarnos.
—Bueno —Rafe se levantó, tomó a Holly de la mano y la ayudó a ponerse en
pie—. Los chicos se han apoderado de la suite, así que tendré que pedir otra
habitación donde podamos disfrutar de intimidad esta noche —Holly se tambaleó un
poco, y Rafe la rodeó firmemente con el brazo mientras salían del bar—. ¿Mareada?
—Un poquito —respondió ella parpadeando. Vio a Hillary y Hayley en uno de
los teléfonos del vestíbulo—. Necesito un café. Más vale que me despeje para poder
desmentir el rumor que acabas de desatar.
—No es ningún rumor. Voy a casarme contigo.
—Rafe, ¿cuántas copas te has tomado esta noche?
—Solo me he tomado un martini, Holly. No estoy borracho —se detuvo y le
colocó las manos sobre los hombros—. De hecho, nunca en mi vida había visto las
cosas tan claras como ahora. Cásate conmigo, Holly.
—La semana pasada le dijiste a tu hermano que no estabas interesado en casarte
conmigo —dijo Holly.
—La semana pasada… —Rafe se interrumpió y la miró durante un instante
eterno—. La semana pasada me comporté como un idiota, Holly —añadió
estrechándola entre sus brazos.
—No te lo discutiré —dijo ella suavemente.
—Bien. Porque no me apetece discutir. Solo quiero meterme en una habitación
contigo y hacerte el amor.
Y eso hicieron, con una pasión y una ternura sin límites.
Holly aceptó la proposición de matrimonio, con los ojos inundados de lágrimas
de felicidad. Se acurrucó entre los brazos de Rafe, sintiéndose satisfecha y amada.
—Te quiero tanto, Rafe. No creí que se pudiera amar a alguien como yo te amo
a ti. La pasada semana…
—Olvidémonos de eso, cariño. Ya sufrí bastante —Rafe respiró hondo—. Holly,
mañana tu familia intentará disuadirte de que te cases conmigo. Te dirán que no soy
el hombre idóneo para ti, y tal vez tengan razón.
—No, Rafe. Eres el hombre al que he esperado durante toda mi vida.
Él exhaló un suspiro hondo, embargado por un sentimiento de felicidad
absoluta.

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Después de hacer nuevamente el amor, ambos cayeron en un sueño dulce y


profundo.

El teléfono los despertó a la mañana siguiente. Rafe contestó a tientas, aún


atontado por el sopor del sueño.
—¿Pensáis dormir toda la mañana? —dijo Kaylin al otro lado de la línea.
Rafe miró el despertador y abrió los ojos de par en par. ¡Eran las diez! Jamás se
había despertado tan tarde.
A su lado, Holly se alzó sobre un codo y le sonrió. Rafe dejó de sentirse
preocupado por lo tardío de la hora.
—¿Cómo has sabido que estoy aquí, Kaylin?
—Llamé a recepción y pregunté por ti. Temía que lo tuyo con Holly se hubiera
acabado, Rafe. ¡Pero me he enterado de que os vais a casar! Dile a Holly que Camryn
está entusiasmada con la noticia. Estoy deseando que Eva y Flint lo sepan.
Holly decidió refugiarse en el hotel hasta poco antes de que se celebrara la
boda. Cuando solo faltaba una hora para la ceremonia, fue a casa de sus padres a
arreglarse. La casa de los Casale era un auténtico caos. Los teléfonos sonaban sin
parar, y todo el mundo correteaba frenéticamente de acá para allá. Nadie dijo nada a
Holly sobre su compromiso con Rafe. La noticia acabó siendo eclipsada por la crisis
que se produjo en el último momento.
Heidi había desaparecido y la boda tuvo que suspenderse, para consternación
de la familia. Holly comprendió que a su prima le había sucedido lo contrario que a
ella. La idea de casarse había ocupado obsesivamente sus pensamientos y sus
sueños… y a última hora había visto con horror la perspectiva de pasar la vida entera
al lado de un hombre al que en realidad no amaba.

—He oído que hay un estupendo centro comercial a pocos kilómetros de aquí
—dijo Camryn—. ¿Me dejarás el coche para que lleve a Kaylin?
Rafe, vestido para la ceremonia que había de comenzar una hora más tarde,
frunció el ceño con impaciencia.
—Es muy tarde, Camryn. Será mejor que empieces a arreglarte.
—Si no hay prisa.
El teléfono sonó, y Rafe se apresuró a contestar.
—Rafe, Heidi ha desaparecido —explicó Holly con voz trémula—. Ya te puedes
imaginar cómo está mi familia. No sé qué hacer para…
—¿Heidi ha desaparecido? —repitió él.

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—Sí, y tardará en volver —comentó Camryn.


Rafe notó como si le hubieran dado un puntapié en la cabeza.
—Holly, será mejor que vengas enseguida.
Camryn se negó a decir una sola palabra de lo sucedido con Heidi hasta que
llegó Holly.
—Heidi se ha ido a Las Vegas —explicó—. Le di la dirección de varios
conocidos míos.
—¿A Las Vegas? Pero, ¿por qué se ha ido sin decírselo a nadie, Camryn? —
preguntó Holly.
—Bueno, me lo dijo a mí —respondió Camryn—. Heidi estaba desesperada,
Holly. No quería casarse con ese tipo, pero no sabía cómo salir de la situación. Dijo
que la boda era como un tren que se acercara a toda velocidad para atropellarla. Y yo
le aconsejé que se apartara de la vía si deseaba ser feliz.
—Un consejo muy sensato, Camryn —dijo Holly.
La chica sonrió de oreja a oreja.
—Le sugerí que tomara un autobús y se fuera a Las Vegas. Es un lugar perfecto
para comenzar una nueva vida. Al menos, eso decía mi madre.
—Siento que la pobre Heidi no confiara en nadie —murmuró Holly—. Me
hubiera gustado poder ayudarla.
—Tenías tus propios problemas, Holly —la consoló Camryn—. Así que decidí
ayudarla por ti. Estoy pensando en estudiar para psiquiatra, ¿sabes? Creo que se me
dará bien.
Antes de que Rafe pudiera hablar, Holly le tomó la mano y se la llevó a los
labios.
—Mi familia es muy afortunada al teneros a ti y a Camryn, Rafe. Y eso es lo que
pienso decirles. Cuando haya llamado a tía Honoria para contarle lo de Heidi —
acarició la mejilla de Rafe—. Cuando vayas a casarte, Camryn, asegúrate de buscar a
un hombre tan bueno y valiente como tu hermano. No te conformes con menos,
aunque tengas que esperar mucho tiempo.
Camryn puso los ojos en blanco.
—Creo que os dejaré un rato solos. Me largo a la sala de videojuegos.
Rafe rodeó a Holly con sus brazos y la atrajo hacia sí.
—Podremos hacer frente a lo que sea mientras estemos juntos, ¿verdad, Holly?
—A lo que sea —respondió Holly, y lo besó.
Luego, Rafe le sostuvo la mano mientras descolgaba el teléfono para comunicar
la noticia.

Fin

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