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Barbara Boswell - Hermanos Paradise 01 - Solo Vecinos PDF
Barbara Boswell - Hermanos Paradise 01 - Solo Vecinos PDF
Barbara Boswell
Argumento:
El atractivo Rafe Paradise vivía solo y satisfecho… hasta que «heredó» a
cuatro niños traviesos y problemáticos.
Rafe estaba decidido a ser un padre soltero ejemplar, pero la presencia de
Holly Casale, la vecina de al lado, le impedía concentrarse en sus deberes
paternales.
Para ser amante de Holly debía hacerla su esposa. Y el matrimonio no
entraba en los planes de Rafe… ¿o sí?
Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas
Capítulo 1
—¿Seguro que quieres ir? —Brenna Worth miró detenidamente a su amiga
Holly Casale sin molestarse en disimular su preocupación. O su incredulidad.
—¿Tú también? —Holly meneó la cabeza y logró esbozar una sonrisa leve—.
Llevo semanas intentando defender mi decisión ante la familia, y esperaba no tener
que hacerlo contigo, Brenna. ¿No puedes alegrarte por mí? Esto representa una gran
oportunidad en mi carrera de psiquiatra. Cuento con las referencias de los Widmark,
lo que supondrá una enorme ventaja. Ya me han pedido que colabore como
voluntaria en el Gabinete para adolescentes con problemas.
—¿Aparte de tu trabajo diario?
—Será la forma ideal de relacionarme con la comunidad y trabajar con niños.
Sabes que es el campo que más me interesa, Brenna.
—Los adolescentes problemáticos no son niños. Son peligrosos y conviene
evitarlos —afirmó Brenna—. Me apena que no quieras establecerte aquí, Holly. Tu
madre me comentó que habías recibido varias ofertas. ¡Sería estupendo que
volviéramos a vivir otra vez en la misma zona! Con toda franqueza, ¿cómo me voy a
alegrar si tu nuevo trabajo está en Dakota del sur?
—Cuidado, Brenna. Empiezas a hablar como mi madre. Cuando le comenté que
me trasladaba a Sioux Falls, sus primeras palabras fueron: «Ya que deseas irte a un
sitio remoto y con mal clima, ¿por qué no te mudas a Alaska? Allí, al menos, hay
muchos hombres disponibles, según dicen».
—Y entonces, claro, una de tus tías intervino —dijo Brenna. Conocía a la familia
de Holly muy bien.
—Sí. Tía Hedy dijo que con la escasez de mujeres en edad casadera que hay en
Alaska, encontraría marido en un santiamén —Holly esbozó una risita sardónica.
Brenna suspiró.
—No se dan por vencidas, ¿eh?
—No. Seguirán erre que erre hasta que me vean casada o muerta. Ya he
recibido cinco ejemplares de Las reglas. En edición de tapa dura —Holly abrió el
armario y sacó varias copias del libro, que ofrecía consejo a las mujeres acerca de
cómo encontrar el hombre perfecto—. Mi madre me lo compró en cuanto apareció en
las librerías. Luego tía Hedy y tía Honoria me regalaron un ejemplar cada una. Los
ejemplares de mis primas Hillary y Heather me llegaron por correo el mismo día. Mi
hermana no deja de preguntarme sobre el contenido para ver si lo he leído ya. En fin,
toda la familia opina que necesito ayuda para cuando surja un hombre en mi vida.
—La sutileza nunca ha sido el fuerte de tu familia, Holly.
—Y menos en lo concerniente a los hombres y el matrimonio. Puedes quedarte
un ejemplar si quieres, Brenna —Holly dejó escapar una risita—. Al fin y al cabo, tú
también sigues soltera. Quizá encuentres consejos interesantes para…
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Honoria la que se reunirá con los asesores matrimoniales e irá con Heidi a comprar el
vestido de novia.
—Exacto. Lo único que le importa a mi madre es que tengo veintinueve años y
ninguna perspectiva de futuro con un marido.
—¡Dios mío, Holly, me estoy poniendo furiosa!
—Pues cálmate. Como psiquiatra recién licenciada, te aconsejo que canalices tu
rabia y la emplees en algo positivo. Por ejemplo, en hacer planes para visitarme
cuando me haya instalado en Sioux Falls.
—Te prometo que te visitaré —Brenna hizo un ademán afirmativo—. Y tendrá
que ser pronto, porque allí llega el invierno enseguida, ¿no? A primeros de
septiembre o así…
—Dakota del sur no está en el Ártico, Brenna. Y teniendo en cuenta los
inviernos que pasamos en Michigan, no somos quiénes para criticar el clima de otros
sitios.
—Ya te pones a la defensiva cuando critican tu nuevo hogar. Bueno, supongo
que Sioux Falls tiene suerte al recibirte como vecina, Holly. Espero que… —Brenna
hizo una pausa y sus ojos emitieron un brillo pícaro—. Espero que allí encuentres al
hombre de tus sueños. ¡Imagina cómo reaccionaría tu familia!
Llamaron a la puerta, y a continuación Helena Casale entró en el dormitorio de
Holly.
—¿Cómo va ese equipaje? —preguntó mirando de soslayo las maletas medio
llenas de ropa.
—Todo va perfectamente, mamá.
—No olvides llevarte esto, Holly. A lo mejor puedes necesitarlo para obtener
alguna referencia —Helena Casale introdujo un ejemplar de Las reglas en la maleta, y
luego le pasó otro a Brenna—. Llévate uno tú también, querida. Los autores
garantizan buenos resultados si se siguen sus consejos. Se rumorea que la novia de
J.F.K. Jr. leyó el libro.
Holly miró a Brenna y leyó el mensaje silencioso que su amiga le dirigía con los
ojos. Aceptar la oferta de ejercer en Sioux Falls, Dakota del sur, lejos de su familia,
había sido sin duda la decisión correcta.
El avión aterrizó en el aeropuerto de Sioux Falls con casi dos horas de retraso,
debido a ciertos problemas técnicos detectados en Minneapolis poco antes de
despegar.
Rafe Paradise echó una nueva ojeada a su reloj.
—Mirando el reloj no logrará que el tiempo pase más deprisa —dijo la mujer
que estaba sentada a su lado. Era una rubia bajita que hablaba en tono divertido—.
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No hace ni diez minutos que consultó la hora. Tiene prisa por volver a su casa,
¿verdad?
—Pues la verdad es que no —Rafe consiguió devolverle la sonrisa. Había una
diferencia entre desear volver a casa y tener que regresar cuanto antes, aunque no le
apetecía hablar de los motivos con la atractiva rubia.
Había estado flirteando con él durante todo el vuelo, y ya había logrado sacarle
que no estaba casado, que era abogado y vivía en Sioux Falls, y que, aparte de eso, no
había nada más digno de mención en su vida. Rafe había contestado a sus preguntas
sin hacer ninguna, pero la rubia había proseguido con la conversación, sin dejarse
desanimar por sus asépticas respuestas.
Ya sabía que se llamaba Lorna Larson, que vivía en Twin Cities y que estaba
haciendo uno de sus habituales viajes de negocios a Sioux Falls. Rafe intentó hablar
lo menos posible. ¿Para qué molestarse en seguirle el juego? En cuanto le comentara
cuál era su situación, el chispeante brillo de los ojos de Lorna se apagaría.
A él no le importaba. Su interés en el sexo era prácticamente nulo, reconoció
Rafe sombríamente, y la falta de compañía femenina ya apenas le afectaba. Desde
que había «heredado» a sus dos hermanas menores el año anterior, había otros
términos para describir la forma en que habían aterrizado en su vida, pero
«heredado» era el más caritativo, su vida social se hallaba tan extinta como los
neandertales que habitaron la Tierra en el pasado.
Quizá estaba a punto de desentrañar el misterio de su extinción, pensó Rafe con
pesimismo. La especie había desaparecido a causa del desinterés y la poca energía
sexual. Rafe podía identificarse con ellos perfectamente. Ni siquiera se acordaba de
cuándo hizo el amor por última vez. Desde luego, fue antes de que Camryn y Kaylin
se mudaran a su casa. Antes de que sus hermanitos menores, Trent y Tony, pasaran
gradualmente de visitarlo a quedarse a vivir con él. Sus últimas citas habían
terminado en desastre a causa de las crisis que tenía con sus hermanos.
Lorna Larson le puso en la mano su tarjeta mientras sacaban el equipaje de los
compartimentos superiores.
—He anotado el nombre del hotel donde me hospedaré. Llámeme y
quedaremos para tomar una copa.
Su sonrisa prometía mucho más. Obviamente, le apetecía vivir unas cuantas
emociones fuertes durante su estancia en Sioux Falls.
Rafe murmuró una respuesta educada y se introdujo la tarjeta en el bolsillo de
la americana, sabiendo que no la llamaría. No le quedarían ánimos para salir de
copas después de pechar con sus hermanos. Sobre todo, después de haber pasado
quince días fuera. Solo Dios sabía en que se habrían metido mientras estaban solos.
Al menos, había tenido el acierto de pedirle a Joe Stone, su amigo policía, que echara
un vistazo a la casa de vez en cuando. Así se evitaría que toda la población
adolescente de Sioux Falls se metiera en ella para dar fiestas.
Se acordó de aquella fatídica primera vez, que se ausentó en un viaje de
negocios, poco después de la llegada de los chicos. Había pensado, ingenuamente,
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que se comportarían como si él estuviera en casa. Sin embargo, la casa fue testigo de
una fiesta salvaje que habría enorgullecido a los antiguos romanos. Aparte de eso,
Trent y Tony se habían dedicado a practicar el béisbol, el fútbol y el hockey en las
habitaciones, sin consideración alguna hacia las lámparas y los cristales de las
ventanas.
De nuevo, los chicos ocupaban su mente y le impedían pensar en nada más. La
obsequiosa Lorna Larson ya había quedado relegada al reino de los olvidados.
Rafe fue a los aparcamientos a recoger el coche y, mientras circulaba por la
Interestatal 90, hacia su casa, sintió el impulso repentino de no detenerse, de dirigirse
a la costa oeste sin mirar atrás. Era una idea francamente tentadora.
Pero su sentido del deber y de la responsabilidad eran más poderosos que su
anhelo de libertad. Rafe Paradise se dirigió a casa.
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animados violentos para más tarde. Trent se detuvo a escasos centímetros de Rafe,
con los brazos en los costados, y le sonrió. Rafe lo saludó devolviéndole la sonrisa.
—Hola, Rafe. ¿Has tenido buen viaje? —preguntó Kaylin.
—Sí, no ha estado mal —contestó Rafe. Estaba especializado en contratos
legales, y sabía que los detalles de su trabajo aburrían a los chicos, por eso evitaba
hablarles del tema.
Se fijó en Camryn, que se mostraba absolutamente ajena a su presencia. Estaba
vertiendo cola en el vaso de helado y removiendo la mezcla con una cuchara antes de
engullirla. ¡Y eran las diez de la mañana!
Rafe hizo una mueca de desagrado.
—¿Qué clase de desayuno es ése?
—El único que me apetece —repuso Camryn.
—Pero no es bueno. Fui al supermercado antes de salir para Minneapolis. Sabes
que tenemos zumo de naranja y huevos…
—¡Basta ya, Rafe! —exclamó Camryn—. Estás tratando de revolverme el
estómago aposta.
—Yo tomaré zumo y huevos, Rafe —dijo Trent—. Me gusta el huevo frito
encima de la tostada, como lo prepara mi madre algunas veces.
Rafe lo miró perplejo. No tenía ni idea de cómo preparaba su madre los huevos
fritos.
—Yo sé a qué se refiere. Le prepararé uno —Kaylin se levantó y se dirigió hacia
la puerta—. ¿Alguien más quiere comer algo?
—No, gracias —Rafe estaba agradecido por el talante de Kaylin. Era una chica
muy alegre y siempre se mostraba dispuesta a ayudar en casa, al contrario que
Camryn, que a veces exhibía una conducta casi demoniaca. Lamentablemente, Kaylin
estaba tan empeñada como su hermana en juntarse con quien no debía. Rafe notó
que le palpitaban las sienes.
—¿Salieron anoche las chicas, Trent?
—No lo sé —respondió el niño—. Estuve jugando con mi Gameboy. Es el mejor
regalo que me han hecho nunca, Rafe. Gracias otra vez.
Rafe comprendió la situación al instante. Trent no pensaba delatar a Camryn y
Kaylin porque seguramente lo habían amenazado. Quizá si recurría al viejo truco de
reformular la pregunta…
—¿A qué hora volvieron las chicas anoche, Trent?
—No sé nada. Estuve jugando con mi Gameboy —Trent siguió aferrado a su
excusa.
—Por cierto, Tony está con los Steen —dijo Camryn con el tono ácido que solía
utilizar para lanzar reproches—. ¿Te has olvidado de él? Porque no lo has nombrado
desde que llegaste.
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—Las tomé con leche —se defendió Kaylin—. La leche es muy sana.
—¡Pero no vomites aquí dentro o vomitaré yo también! —Camryn se estremeció
al tiempo que empezaba a engullir la comida.
Rafe decidió no seguir participando en la conversación.
—Me voy arriba a deshacer el equipaje y cambiarme de ropa —dijo, y salió
presuroso de la habitación.
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Capítulo 2
En cuanto Holly aparcó el Chevy delante del número 101 de Deer Trail Lane, un
chico joven se acercó corriendo para darle la bienvenida.
—Soy Trent —anunció mientras Holly se apeaba del coche—. Vivo en la puerta
de al lado —señaló con el dedo—. Verás, nuestras casas están juntas. Si mi hermano y
yo aporreamos la pared, lo oirás perfectamente.
Parecía muy satisfecho con la idea. Holly se preguntó, con cierta aprensión, si el
chiquillo y su hermano aporrearían las paredes con mucha frecuencia.
—Tony y yo sabemos el código Morse —siguió diciendo Trent con un brillo de
entusiasmo en los ojos—. No solo el SOS, sino todas las letras.
—Habréis tenido que practicar mucho —dijo Holly educadamente.
—Sí. Te enseñaremos, y podremos enviarnos mensajes. ¿Cómo te llamas?
—Holly.
—¿Puedo llamarte así? ¿O eres la señora de alguien?
—Llámame Holly. No estoy casada —qué irónico que alguien le preguntara
sobre su estado civil nada más poner el pie en el nuevo vecindario. ¿Sería aquel crío
un agente de su madre?
Holly sonrió e intentó aparentar un entusiasmo mayor del que sentía realmente.
El largo viaje en coche la había extenuado, y la perspectiva de aprender Morse y
enviar mensajes a través de las paredes no le resultaba muy apetecible. Estaba
muerta de hambre, tenía el cuerpo entumecido y se sentía algo frustrada por no
poder mudarse a la casa aquel mismo día, como había planeado.
Trent siguió charlando, asestando mandobles con un palo de golf como si de
una espada se tratara. Holly trató de escucharlo y de responder a sus numerosas
preguntas, pero tenía la cabeza demasiado ocupada con el asunto de la mudanza.
Acababa de enterarse de que el camión que transportaba los muebles no llegaría
hasta el día siguiente.
—¡Fíjate en esto! —exclamó Trent colocando una pelota de golf en el césped.
Holly observó cómo golpeaba la pelota con asombrosa fuerza. Al cabo de un
par de segundos, la pelota se estrelló contra una de las ventanas de su casa e hizo
añicos el cristal.
—¡Odio cuando ocurre eso! —se quejó Trent—. ¿Por qué los cristales se
romperán con tanta facilidad?
Holly miró con resignación la ventana rota.
—Eres un lanzador muy hábil, Trent —dijo—. Pero deberías practicar en un
campo de golf, no aquí.
—Ya. Eso mismo dice Rafe —Trent suspiró.
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Rafe se quedó mirándola. De repente, notó que en su cabeza estallaba una salva
de fuegos artificiales. La sonrisa de Holly le afectaba visceralmente. Tuvo que hacer
un esfuerzo para respirar mientras una oleada de deseo sexual lo recorría por dentro.
¿Por qué? Rafe no daba crédito a aquella reacción tan poderosa y espontánea.
No creía en los amores a primera vista. De hecho, jamás había experimentado nada
parecido a un flechazo. Atracción, tal vez sí. Pero, ¿excitarse simplemente mirando a
una desconocida? No, jamás le había ocurrido. Ni siquiera cuando, de más joven,
ojeaba ciertas revistas.
Se removió, incómodo por la súbita tirantez de los téjanos, y rogó al cielo que
ella no se diera cuenta. Pero Holly parecía muy concentrada en el coche cargado de
bultos que la esperaba en el camino de entrada.
—Bueno, será mejor que empiece a desempacar —dijo dirigiéndose hacia el
vehículo—. Encantada de conocerte, Rafe.
—¿Quieres que te ayude a descargar el coche? —Rafe la siguió como Hotdog
solía seguir a cualquiera que llevase un donut en la mano. Su ofrecimiento, además
de basarse en un deseo sincero de ayudar, constituía una suerte de antídoto. ¡No
había nada como el esfuerzo físico para mitigar la pasión!
—Claro, si eres tan amable —Holly volvió a sonreírle.
Rafe se detuvo en seco, de nuevo con los ojos clavados en ella. En su esbelta
figura, acentuada por los pantaloncitos cortos y el jersey azul que llevaba. Tenía la
piel suave y tersa como el marfil. El cabello, espeso y de tonalidad oscura, le caía
suelto sobre los hombros. Observó sus rasgos exquisitos, deteniéndose especialmente
en sus enormes ojos marrones y sus labios carnosos y bien formados.
Mientras la observaba, Holly abrió la portezuela del coche para sacar los bultos.
Rafe meneó la cabeza. La deseaba, pero ella apenas parecía consciente de su
presencia. ¡Qué situación tan estúpida!
«¡Domina tu ego!», se ordenó Rafe. Holly Casale estaría, sin duda, felizmente
casada, y solo tenía ojos para su marido. Lo cual hacía que su inesperada excitación
resultara aún más indecorosa.
La falta de compañía femenina le estaba pasando por fin factura, pensó Rafe
sombríamente. Intentó recordar dónde había puesto la tarjeta de Lorna Larson.
—Trent dice que vive aquí —dijo Holly en tono ocioso mientras él sacaba del
coche un saco de dormir.
—Exacto. Y su hermanito Tony también —Rafe observó cómo la tela de los
pantaloncitos se le ceñía al trasero al inclinarse en el interior del coche. Se notó la
boca seca.
—¿Tu hermano pequeño y su «hermanito» viven contigo? —Holly sentía
curiosidad—. ¿Y eso?
Incluso su voz era sexy, se dijo Rafe, incapaz de apartar los ojos de ella. Su tono
profundo y gutural resultaba a la vez tranquilizador y estimulante. Se fijó en sus
manos mientras agarraba las bolsas, en sus dedos largos y elegantes, en sus uñas
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cuidadas y pintadas de rosa pálido. No llevaba anillo de casada. Sin darse cuenta,
Rafe empezó a fantasear sobre aquellas preciosas manos sin anillos…
—Es una historia muy larga —respondió al fin. Holly sacó su maletín de
trabajo, del tipo que solían utilizar tradicionalmente los médicos, y Rafe se quedó
mirándolo boquiabierto—. ¿Eres médico? —inquirió en tono incrédulo.
—Sí. ¿Te extraña?
—Pareces demasiado joven para ser médico. Y demasiado guapa.
—Hoy en día, la gente acepta con naturalidad que haya médicas además de
médicos —bromeó ella.
Caminaron juntos hacia la puerta principal de la casa.
—Yo acepto que existan médicas —se defendió Rafe—. Solo he dicho que
pareces demasiado joven y guapa para serlo.
Holly puso los ojos en blanco.
—No sé cómo responder a ese cumplido.
—No era un cumplido, sino una simple observación. No tengo nada en contra
de las médicas. De hecho, mi hermanita estudia tercer año de medicina, y le va muy
bien.
—¿Es joven? ¿Y guapa?
—Touché, doctora —Rafe soltó una risita, dándose por vencido—. Eva es joven,
guapa y muy capaz.
Holly introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Rafe la siguió al frío
interior de la casa y echó un vistazo a su alrededor.
—Es idéntica a la mía —observó, y pensó en la pandilla que habitaba en su
mitad del dúplex—. Pero mucho más silenciosa y tranquila.
Holly depositó las bolsas en el suelo del salón en forma de L y miró una de las
paredes.
—Esa debe de ser la pared colindante. Trent me comentó que él y su hermano
suelen enviar mensajes en Morse a través de las paredes.
—Ahora comprenderás por qué la inmobiliaria te ha dejado la casa a tan buen
precio.
—La he alquilado con opción a compra —explicó ella.
—Sabia decisión. Aún estás a tiempo de echarte atrás —Rafe la miró a través del
montón de ropa que acarreaba—. ¿Dónde la dejo? —de nuevo, se fijó en sus grandes
ojos, en su piel tersa, en sus largas piernas. Comprendió, consternado, que seguía en
un estado de marcada excitación. Pero, obviamente, no había suscitado en Holly el
menor interés sexual.
Emitió un quejido de disgusto.
Ella reaccionó de inmediato.
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Rafe observó de nuevo su mano sin anillo. No todas las mujeres casadas
llevaban anillos…
—¿Y cuándo vendrá tu marido? —preguntó, pensando que merecía la pena ir
directo al grano.
—No estoy casada —respondió Holly.
—Tu novio, entonces. ¿Va a vivir aquí contigo?
—No tengo novio —Holly meneó la cabeza—. Empiezas a hablar como mi
madre cuando intenta sacarme información sobre mi vida sentimental.
—Puedes interrogarme tú a mí, si quieres —la invitó él.
—Será mejor que no. Te pusiste tan nervioso cuando te dije que soy psiquiatra,
que pensarías que intento hacerte un diagnóstico si empezara a hacerte preguntas.
—No estoy nervioso. Ni casado. Ni comprometido —le informó Rafe de todos
modos—. ¿Estás…?
—Como me preguntes si estoy buscando al hombre perfecto, no respondo de
mis actos —advirtió Holly.
—¿Sobre eso te interroga tu madre? —Rafe se echó reír.
—No solo mi madre. Mis hermanas, mis primas y mis tías también insisten en
el tema —confesó Holly—. Les encanta hacer de casamenteras y, hasta ahora, yo he
sido su único fracaso.
—Representas el desafío definitivo, ¿eh?
Holly alzó la vista y miró a Rafe como si lo viera por primera vez. Sabía que
existía una serie de motivos subconscientes por los cuales había sido inmune a su
irresistible masculinidad hasta ese momento. Estaba fatigada por el viaje,
preocupada por la mudanza y, en el fondo, había temido sentirse atraída por un
hombre que podía pertenecer a otra mujer. Ahora que conocía la situación de Rafe,
su radar femenino se había activado.
Holly lo estudió detenidamente.
Tenía el cabello espeso, liso y negro como el carbón. La nariz recta y la boca
bien formada y sensual. Sus mandíbulas, pulcramente afeitadas, tenían la tonalidad
del bronce bruñido, y eran firmes y poderosas. Y sus ojos…
Holly notó que se hundía en el interior de aquella mirada oscura. Tenía unos
ojos fascinantes. Negros y almendrados, centelleaban con el brillo de la inteligencia.
Y de algo más. Algo atrayente. Irresistible.
Intentó dejar de mirarlo, pero no pudo. Siguió contemplando sus anchos
hombros y sus brazos musculosos. Aunque no se explicaba por qué, siempre le
habían atraído los hombres altos. Y Rafe Paradise cumplía ese requisito
sobradamente.
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Una enervante mezcla de alarma y excitación la recorrió por dentro. Holly trató
de rechazarla, pero un tenue calor ardía en su bajo vientre y se extendía
inexorablemente a otras zonas de su cuerpo. El corazón empezó a latirle deprisa.
Aquella reacción tan primitiva no era propia de ella. No era de esa clase de
mujeres que se derretían al ver a un hombre atractivo. Era una mujer inteligente,
racional. Hasta extremos excesivos, en opinión de su familia.
Pero, en aquellos momentos, Holly sentía la necesidad irracional de alejarse
corriendo de Rafe Paradise y del caos interior que había despertado en ella.
—Será… será mejor que descarguemos lo que queda en el coche —su voz,
sofocada y más aguda de lo normal, sonó extraña incluso a sus propios oídos.
Rafe ladeó la cabeza y la miró. Vio que tenía las mejillas congestionadas y que
respiraba con dificultad. Vio cómo el contorno de sus senos subía y bajaba bajo la tela
azul de la camiseta.
Holly se sintió como si la estuviera desnudando con la mirada. Como si
distinguiera la confusión que reinaba en su interior y fuera consciente del efecto
arrebatador que ejercía sobre ella.
Para colmo, le había confesado que estaba soltera y sin compromiso.
Holly hizo una mueca de disgusto.
Salió corriendo del dormitorio y bajó las escaleras a trompicones. Cuando Rafe
la alcanzó, en el exterior de la casa, Holly sintió una punzada de resentimiento.
Había logrado sin esfuerzo lo que ningún otro hombre había conseguido jamás. Rafe
Paradise había logrado que Holly Casale, una profesional, madura y segura de sí
misma, se sintiera como una temblorosa adolescente.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
Su voz, grave y profunda, le llegó con la intensidad de una caricia física. Holly
se estremeció.
—S-sí —trató de pensar en algo que decir. En alguna excusa que justificara su
atropellada salida de la casa. Pero no pudo. Se sentía como una verdadera idiota.
Rafe y ella se miraron durante largos momentos.
El silencio fue roto por una voz joven y desdeñosa procedente de las cercanías
del coche de Holly.
—¿Sabes lo que te digo? La música que escuchas es un asco. Un asco total.
Sobresaltados, Rafe y Holly se giraron para ver a la adolescente que se hallaba
sentada ante el volante del coche, registrando el estuche de discos compactos con los
que Holly se había entretenido durante el viaje desde Michigan.
—¡Camryn! —exclamó Rafe entre dientes. Se dirigió hacia el coche a paso
ligero, seguido por Holly.
Camryn siguió hurgando en el estuche.
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—Puaj. ¿Qué es esta bazofia? Guys and Dolls, Finnegan ’s Rainbow, Annie Get
Your Gun… Incluso tú escuchas cosas mejores, Rafe.
—¡Sal de ahí ahora mismo, Camryn! —Rafe agarró a la chica del brazo y la sacó
del coche—. No tienes ningún derecho a…
—Siento haberlo hecho, créeme —dijo Camryn con sarcasmo—. Tendré
pesadillas después de lo que acabo de ver —miró a Holly con expresión incrédula—.
¿De veras te gusta esa porquería de música?
Holly se encogió de hombros.
—Pues sí. Me encantan los musicales de Broadway. Solía cantar en el musical
de primavera que se celebraba cada año en mi instituto, y luego en la universidad.
—Dios mío, ¿eras una de esas niñitas cursis que cantan en los musicales del
colegio y venden barritas de caramelo para costearse el viaje de fin de curso? —
espetó Camryn. Miró a Holly con la horrorizada repulsión con que podría mirarse a
un psicópata asesino.
Holly observó a la joven. Tenía el pelo corto, peinado con grasienta gomina y
sujeto descuidadamente con dos pasadores. Iba maquillada con al menos tres capas
de pintura, sombra de ojos y carmín en tono pálido.
Llevaba el tipo de ropa decadente que solían lucir ciertos sectores de la
juventud en las grandes ciudades. Mallas ajustadas, camiseta negra y un aro en el
ombligo.
Holly sintió picada su curiosidad profesional. ¿Por qué una adolescente prefería
lucir una imagen tan poco atractiva? Podía existir una infinidad de razones, desde la
típica rebeldía propia de la adolescencia, a patologías de toda índole.
—A todo esto, ¿quién eres? —le preguntó Camryn, mirándola con hostilidad.
—Acabo de mudarme…
Camryn la interrumpió con una asqueada exclamación de contrariedad.
Rafe exhaló un suspiro exasperado.
—Holly, te presento a mi hermana, Camryn. También vive conmigo. Y me
disculpo por su descortesía, porque ella jamás lo hará.
Holly se dio cuenta de que Rafe miraba a la joven como si fuera una alienígena
de alguna galaxia incomprensible.
—Pues prepárate para disculparte de nuevo, Rafe, porque ahí viene tu otra
medio hermana —dijo Camryn en tono provocador al ver que Kaylin salía de la casa.
Las dos chicas y Rafe eran hermanos de padre, pero no de madre. El tiempo que
había pasado alejado de ellas había contribuido a enfriar los vínculos fraternos, y sus
diferencias de carácter dificultaban aún más la convivencia. A veces, Rafe deseaba
que Camryn y Kaylin se parecieran a Eva, su otra hermana.
—¡Hola! —saludó Kaylin con entusiasmo. Cuando Holly se hubo presentado, la
chica hizo lo propio—: Soy Kaylin. Y ésta es Cam, mi hermana mayor —rodeó a
Camryn cariñosamente con el brazo.
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Holly se fijó en las diferencias físicas que existían entre ambas hermanas. Kaylin
tenía el cabello largo y liso, no llevaba maquillaje e iba vestida con unos pantalones
flojos y una larga camiseta que ocultaba sus formas.
—Aún te queda conocer a la santa Evita —dijo socarronamente Camryn—.
Entonces sabrás por qué Rafe y…
—Basta ya, Camryn —la interrumpió Rafe con impaciencia—. Ya que estáis
aquí, ¿por qué no le echáis una mano a Holly?
Holly estaba desconcertada.
—¿Evita?
—La malvada hermana de Rafe y Flint —explicó Camryn—. Hermana de padre
y de madre.
—¿Es la que estudia medicina? —Holly recordó que Rafe le había hablado de
ella.
Kaylin asintió.
—Evita, la Malvada Hechicera. Y Flint es el gemelo malvado de Rafe.
—¿De veras tienes un hermano gemelo? —Holly miró a Rafe realmente
sorprendida.
—Sí —musitó él—. Pero ni Flint ni Eva son «malvados» —añadió en defensa de
sus hermanos. Luego se introdujo en el coche para sacar las maletas de Holly,
mientras Kaylin acarreaba una caja llena de zapatos hacia la casa.
Camryn no se movió de donde estaba.
—Como ves, no le caemos bien a Rafe —comentó, percibiendo el interés de
Holly. Le dirigió una sonrisa angelical y agregó—: Pero, a pesar de todo, él es el
bueno de la película. Cuando mi madre lo llamó y le dijo que estaba enferma, Rafe le
prometió que podíamos quedarnos a vivir con él cuando ella muriese. Y cumplió su
promesa. Flint y Eva, en cambio, jamás hubieran…
—Déjate de cotilleos y ponte a trabajar —exclamó Rafe, cada vez más furioso.
No le gustaba hablar de los asuntos de la familia con desconocidos. ¡Y Holly,
para colmo, era psiquiatra!
Pero Camryn hizo caso omiso y siguió hablando.
—Nuestro padre también ha muerto. Kaylin y yo apenas llegamos a conocerlo.
Se divorció de mi madre cuando teníamos uno y dos años y jamás volvimos a verlo.
A Rafe y los demás tampoco los habíamos vuelto a ver hasta el año pasado, cuando
murió mi madre.
A Holly toda aquella información le pareció trágica y desconcertante, pero,
como psiquiatra profesional, estaba capacitada para no demostrarlo.
—No sé si sabrás que la doctora Casale es psiquiatra —terció Rafe.
Camryn hizo un gesto de absoluta indignación.
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Capítulo 3
Kaylin rompió a llorar.
—¡Lo siento! ¡No lo he hecho aposta! ¡Se me ha caído!
Rafe recogió el aparato destrozado. La pantalla se había hecho añicos y las
piezas del interior aparecían desparramadas por el suelo.
—Parece una trucha destripada —observó sombríamente.
—¡Cacharro estúpido! —chilló Kaylin. Cuando Rafe puso derecho el televisor,
ella le propinó un puntapié—. ¡Una caída tan pequeña, y se ha hecho mil pedazos! —
le dio otra patada—. ¡Trasto asqueroso!
—Estoy de acuerdo contigo —Holly observó resignadamente el desastre—. Ya
no se hacen aparatos tan buenos y resistentes como los de antes.
Kaylin dejó de llorar y contuvo la respiración.
—Sí —convino con voz trémula—. Si fuera resistente, no se habría roto tanto.
—No se habría roto si no lo hubieras dejado caer —dijo Rafe—. Por el amor de
Dios, Kaylin, has…
—¡Estás enfadado conmigo! ¡Me odias! —vociferó Kaylin—. ¡Me vas a echar de
casa! —echó a correr hacia la puerta y desapareció.
Rafe y Holly permanecieron en silencio unos instantes.
—Parece que tanto a Trent como a Kaylin les gustan las salidas dramáticas —
comentó Holly en tono de broma.
—Sí, a todos ellos. La verdad, Holly, no sé qué decir —Rafe se metió las manos
en los bolsillos y miró apesadumbrado el televisor hecho trizas—. Sé que una
disculpa no basta, pero siento tremendamente lo que…
—No tienes por qué disculparte, Rafe. No pasa nada. El televisor era viejo, de
todos modos. Tengo otro más moderno que llegará en el camión. No te preocupes, de
verdad.
—Sí, me preocupo —repuso Rafe—. No trates de quitar importancia a lo
sucedido, Holly. Todo ha sido un desastre desde que llegaste. Gracias a tus nuevos
vecinitos —meneó la cabeza—. Te estarán entrando ganas de…
—¿De marcharme? ¿De ponerme a gritar? En absoluto —aseguró Holly. Rafe
parecía desolado, y sintió una oleada de compasión por él—. Pero me gustaría
descansar un rato y tomar algo fresco —le dirigió una arrebatadora sonrisa,
animándolo a que la invitase.
—Te invitaría a mi casa, pero seguramente te dará un miedo horrible entrar —
Rafe parecía algo enojado—. Además, no creo que te agrade la compañía de un ogro
como yo, que hace que los niños huyan despavoridos.
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—No creo en absoluto que seas un ogro. Solo he visto a unos chicos que
expresan sus inseguridades. Pero el hecho de que sean capaces de exteriorizar sus
miedos demuestra que tienen la suficiente confianza contigo como para…
—En cristiano, por favor —interrumpió Rafe—. No estoy muy ducho en la jerga
psiquiátrica.
Holly sabía que no se había expresado con términos tan complicados.
—Quiero decir que existen muchas clases de familias. Y que los chicos y tú os
estáis esforzando por afianzar la vuestra. Admiro eso.
—¡Pues no me explico por qué! Después de ver qué clase de vecinos tendrás,
deberías estar camino de la inmobiliaria para exigir que te busquen otra casa.
—Mmm, esa afición por el drama debe de ser contagiosa.
Rafe se quedó mirándola con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué quieres quedarte, a pesar de todo?
Holly lo miró y notó que un intenso calor la recorría de arriba abajo. Los senos
se le endurecieron. De nuevo, se sintió perpleja ante la excitación sexual que le
provocaba aquel hombre. Estuvo a punto de alargar el brazo para acariciarlo.
Ansiaba hacerlo.
Pero no se atrevió. Se cruzó los brazos sobre el pecho, en un gesto defensivo
para impedir que las manos se le fueran solas.
—Si fuera de esa clase de personas que huyen ante el menor atisbo de
dificultad, no me hubiera licenciado en psiquiatría.
—¿Quieres decir que has visto casos peores que el nuestro?
—Quiero decir que pienso quedarme a vivir aquí, pase lo que pase. Y que estoy
dispuesta a correr el riesgo de entrar en tu casa a tomar algo.
Rafe se encogió de hombros.
—Como quieras. Pero luego no digas que no te lo advertí.
Estuvo a punto de tomarla de la mano. Parecía lo más natural. Pero se contuvo
a tiempo. Le sorprendió aquel extraño impulso. No era de esos hombres que
gustaban de llevar a su pareja de la mano. De hecho, de lo que más solían quejarse
las chicas con las que había salido era de su talante excesivamente reservado. Jamás
se permitía muestras de afecto tales como agarrar a su pareja de la mano. Pero casi le
había dado la mano a Holly para acompañarla a su casa.
Una vez dentro del salón refrigerado, Holly se sentó en el sofá y se tomó una
gaseosa mientras Rafe bebía una cerveza, instalado en la enorme mecedora azul.
—Desde que los chicos se mudaron aquí —explico—, no transcurrió ni un solo
día sin que recibiera una queja de Craig y Donna Lambert, la pareja que ocupaba tu
mitad del dúplex. Al final, decidieron marcharse para… escapar de nosotros.
—¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez los Lambert eran demasiado
quisquillosos? —Holly se inclinó hacia delante. Sus ojos marrones despedían un
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—Los Steen se han ido al zoológico, pero nosotros hemos preferido regresar a
casa para hacerte compañía —explicó Trent.
—Quería verte, Rafe. Te he echado de menos —exclamó Tony—. ¿Nos llevarás
al zoo?
—Hoy no —respondió Rafe en tono reflexivo.
Sus ojos se encontraron con los de Holly, y pudo leer en ellos que estaba
pensando lo mismo que él. Que habían tenido suerte de que hubieran sido los chicos
quienes habían estado a punto de sorprenderlos en el sofá, pues eran aún demasiado
jóvenes e ingenuos para percibir la tensión sexual existente entre ambos adultos.
Camryn y Kaylin se hubieran dado cuenta inmediatamente.
—Hola, Holly —saludó Trent—. Ésta es Holly —informó a su hermano—. Va a
vivir en la casa de al lado.
Tony la miró con interés.
—¿Tienes hijos?
—No —Holly meneó la cabeza. El pequeño pareció tan decepcionado, que se
sintió obligada a disculparse—. Lo siento.
¡Ojalá Rafe dejara de mirarla! Poseía la extraña capacidad de ponerla nerviosa,
algo a lo que ella no estaba habituada. «Y no solo te pone nerviosa», hubo de admitir.
—¿Odias a los niños? —insistió Tony—. Los Lamben sí. Y nosotros también los
odiábamos a ellos. ¡Eran horribles!
—No odio a los niños —le aseguró Holly. Se removió en el sofá. El cuerpo aún
le rabiaba de deseo y tenía la mente embotada. No podía apartar los ojos de Rafe. Vio
que él también la miraba. Notó cómo sus ojos se clavaban en sus labios, que se
abrieron como si él los hubiera tocado físicamente.
Incapaces de remediarlo, siguieron mirándose mientras los chicos jugueteaban
por la habitación. Finalmente, Trent y Tony encendieron el televisor y sacaron unas
cuantas cintas de vídeo del armarito contiguo.
—¿Qué te apetece hacer? —preguntó Trent al tiempo que sacaba un balón de
baloncesto de debajo de un sillón. Lo lanzó contra la pared, donde rebotó con un
golpe sordo—. ¡Canasta! —exclamó el pequeño.
—Bah, darle a una pared no tiene ningún mérito —dijo Tony—. Cualquiera
puede hacerlo.
Holly no pudo evitar sonreírse.
—¿Te parece divertido? —Rafe se levantó y se dirigió hacia ella. Parecía alto,
fuerte y muy masculino—. Ya verás cuando oigas los golpes en tu casa. Entonces no
te reirás —se detuvo frente a ella y le tendió la mano. Holly notó que el pulso se le
aceleraba al ver aquella enorme mano y los músculos del antebrazo. Tardó un
segundo en darse cuenta de que deseaba ayudarla a levantarse. Tímidamente, le dio
la mano.
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Rafe la puso en pie con un tirón firme y fuerte. No le soltó la mano. Holly notó
la fuerza de sus dedos largos y recios, y un calor dulce la bañó por dentro.
—Basta ya, chicos —dijo Rafe a los hermanos sin apartar los ojos de Holly—.
No está permitido jugar con el balón dentro de casa, ¿recordáis? Id a jugar a la calle.
—¿Vendrás a jugar con nosotros, Rafe? —suplicó Trent.
—Voy a descargar el coche de Holly. Podéis ayudarnos si queréis.
—¡Yo quiero ayudar! —exclamó Trent.
—Y recuperar tu pelota de golf —añadió Tony.
Los ojos azules de Trent fueron de Tony a Holly, y luego a Rafe. Pareció abatido
al recordar el incidente con la pelota. Holly, que estaba familiarizada con la conducta
infantil, reaccionó enseguida.
—Sé que lo de la ventana fue un accidente, Trent —dijo en tono amable—. De
hecho, Kaylin también tuvo un accidente hace un rato. Y lo comprendo.
—¿Qué ha roto Kaylin? —preguntó al instante Tony, muy intrigado.
—El televisor de Holly —explicó Rafe—. Se le cayó al suelo.
—¡Caramba! Eso es mucho peor que romper una ventana —Trent pasó de estar
abatido a manifestar un deleitado entusiasmo—. ¿Dónde está?
—Ahí fuera, en el patio —dijo Rafe—. Hecho trozos.
Sin pronunciar una sola palabra más, los dos chicos salieron corriendo a ver los
restos.
Holly y Rafe se miraron. Por un momento, ella pensó que iba a besarla de
nuevo. La intención se adivinaba en sus ojos y en su cuerpo conforme se acercaba a
ella. Y Holly lo deseaba. Desesperadamente. Aunque hubiera un par de adolescentes
en el piso de arriba y los chicos estuvieran en el patio. En aquel exquisito momento,
no existía nadie en el mundo salvo ellos dos.
—¿Seguro que estás preparada para esto? —Rafe le soltó bruscamente la mano
y se apartó de ella. Su retirada era incuestionable conforme se dirigía hacia la puerta.
Holly no supo cómo interpretar la pregunta. Sintió su mano vacía sin la de Rafe.
Sintió los labios vacíos sin sus besos.
Lo siguió hasta la calle, ligeramente turbada. ¿Por qué experimentaba aquella
repentina sensación de tristeza, de vacío?
Los chicos seguían contemplando los restos del televisor con abierta
admiración. Querían pedirle a Kaylin que lo alzara de nuevo para dejarlo caer otra
vez. Así presenciarían la escena en directo. Rafe vetó el plan con firmeza.
—Abre el coche y pondremos manos a la obra —dijo a Holly con el mismo tono
autoritario.
—Sí, señor. Como usted diga, señor —había pretendido parecer graciosa, pero
su voz denotó cierto deje sarcástico. Se encaminó hacia el coche y lo abrió.
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Capítulo 4
Holly enredó los dedos en el espeso cabello de Rafe mientras se besaban cada
vez más intensa y profundamente. Su fuerza y su masculinidad la hacían sentirse
débil y vulnerable y, al mismo tiempo, más femenina que nunca en su vida.
Los senos se le hincharon conforme un río de fuego líquido se abría paso hasta
su vientre y otras zonas íntimas. Holly se aferró a Rafe como si fuera la única ancla
en aquel arremolinado mar de sensualidad.
El susurró algo fuerte y sexy contra su boca mientras le tomaba el seno con la
mano, en un gesto de pura masculinidad. Sus palabras, tan provocativas como sus
caricias, incitaron a Holly a apretarse aún más contra su palma. Rafe le acarició el
pezón enhiesto con el pulgar. Luego le introdujo una pierna entre los muslos. El roce
de la tela áspera sobre su piel constituía un delicioso estimulante añadido. Holly
respiró honda y entrecortadamente al tiempo que ceñía las piernas en torno a Rafe.
Él aumentó la presión mientras le recorría las piernas con las manos. Al
tropezar con el obstáculo de los pantaloncitos, emitió un gruñido. Había llegado el
momento de deshacerse de la molesta tela. Recorrió con el dedo índice la cinturilla de
los pantalones hasta que localizó la cremallera.
Se disponía a abrirla cuando sonó el primer golpe.
Al principio, ambos se hallaban demasiado absortos en el remolino de la pasión
como para prestar atención. Pero los golpes persistieron, hasta hacerse demasiado
fuertes y continuados.
Rafe bajó los brazos y profirió una maldición.
Conforme emergía lentamente de la neblina sensual que la envolvía, Holly se
dio cuenta de que sus brazos aún rodeaban a Rafe. Seguía abrazándolo mientras él
permanecía tenso e inmóvil como un poste de teléfonos.
—¿Qué es ese ruido? —su voz, pastosa, parecía provenir de muy lejos. Quiso
mirarlo a los ojos, pero él agachó la cabeza.
—Código Morse —gruñó Rafe entre dientes. Se quitó suavemente del cuello las
manos de Holly—. Un SOS.
Holly regresó inmediatamente a la realidad. Los golpes siguieron oyéndose en
la pared, aunque para ella no tenían ningún sentido.
—Esto es lo que oirás a cualquier hora del día o de la noche si yo no lo impido.
¿Comprendes ahora por qué se fueron los Lambert? —Rafe se acercó a la pared y
comenzó a devolver los golpes.
Holly se levantó y lo observó. Oír cómo se comunicaba con los niños
aporreando la pared no le parecía tan extraño como podía habérselo parecido unas
horas antes.
—¿Les ocurre algo? —preguntó—. ¿Están pidiendo ayuda?
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—Tal vez. Pero prefiero oírselo decir a él —Holly esperaba una rabieta, pero los
chicos acataron su decisión y entraron corriendo en la casa. Ella los siguió.
Rafe estaba en la cocina, hablando por teléfono, y los pequeños se dirigieron a
la nevera en busca de un par de polos.
—No contestan —bramó Rafe—. Bueno, puedo esperar. Seguiré insistiendo
hasta que no aguanten el pitido y contesten.
—Está llamando al teléfono del coche —explicó Tony a Holly mientras
mordisqueaba un polo de cereza. Se sentó en el borde de la encimera y se puso a
columpiar distraídamente los pies.
—Nunca contestan cuando Rafe llama al teléfono del coche —terció Trent,
sentado frente a su hermano—. Ponen la música a todo volumen para no oír el
pitido.
—No pienso rendirme —aseguró Rafe sin dejar de insistir. El largo cordón del
teléfono le permitía pasearse por la cocina.
—A lo mejor han ido al río —dijo Tony—. ¡Por mucho calor que haga, el agua
está siempre helada!
—Más les vale no acercarse siquiera al río —el enojo de Rafe dio paso a una
sincera preocupación—. Ninguna de las dos sabe nadar bien… Chicos, sed sinceros.
Esto es muy importante. ¿Dijeron las chicas que se iban al río a nadar?
—No soy ningún chivato —proclamó Trent.
—Eso es lo de menos cuando hay peligro de por medio —intervino Holly. Se
colocó frente a Trent y lo miró a los ojos—. Si Camryn y Kaylin planean ir al río, sus
vidas corren peligro. Pueden ahogarse —añadió.
Trent se encogió de hombros.
—No se ahogarán. Sam, Grable y Becker van con ellas. ¡Son unos tipos enormes!
—Eso no importa. Nadar en un río no es lo mismo que nadar en una piscina —
le explicó Holly—. Si las chicas no saben nadar bien, el río puede ser un lugar muy
traicionero —se giró hacia Tony, que escuchaba la conversación atentamente—. Y,
por supuesto, no podremos ir a la piscina del hotel hasta que encontremos a las
chicas y nos aseguremos de que se encuentran bien.
—Dijeron que se iban a nadar al río —se apresuró a decir Tony.
—¡Chivato! —le espetó Trent.
—Tony se preocupa por Camryn y Kaylin y quiere ayudarlas —replicó Holly—.
Yo lo veo como un héroe.
Tony sonrió de oreja a oreja.
—¿Dijeron a qué parte del río? —preguntó Rafe sin dejar de pasearse con el
auricular pegado a la oreja. Sus ojos se encontraron con los de Holly—. El río Big
Sioux discurre a lo largo de varios kilómetros. Si no sabemos el lugar exacto al que
han ido, podemos llevarnos horas buscándolas.
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—Habrán ido a ese sitio que les gusta tanto —dijo Tony—. Pero no recuerdo
dónde está. Cuando Camryn nos llevó era casi de noche.
—¿Camryn os llevó al río de noche? —Rafe estaba atónito.
—Sí, un par de veces —confirmó Trent—. Fue hace dos semanas. Tú habías
salido de viaje y ella nos cuidaba.
—Ella y sus amigos dieron una fiesta junto al río y fue muy divertido —Tony
sonrió—. Eh, Trent, ¿recuerdas el concurso de lanzamiento de piedras?
—¡Fue genial! —exclamó Trent con alegría—. Pero el río no me gustó. Metí el
pie y los dedos casi se me congelaron.
—¡Dios santo! ¡Mira que llevar a los niños a una fiesta junto al río! ¡Y de noche!
—Rafe miró a Holly—. ¡Pudo haber sucedido alguna desgracia!
En ese momento se oyó la voz aguda de Camryn en el auricular. Parecía muy
molesta.
—¡De acuerdo, de acuerdo! —dijo—. ¡Aquí me tienes!
El volumen de la música en el coche era tan alto que se oía claramente en la
cocina.
—Devuélveme el coche ahora mismo, Camryn —exigió Rafe.
—¿Y qué pasa si no lo hago? —lo desafió la chica.
—Pues… llamaré a la policía y haré que te detengan por robar un automóvil.
No me obligues, Camryn. La cárcel no te gustará.
—¡Yo, en la cárcel! —exclamó Camryn en tono divertido—. En la trena. En el
trullo.
—¡En el talego! —se oyó que decía una voz masculina, y a continuación estalló
una fuerte salva de risas, tanto de chicos como de chicas.
Los labios de Rafe se tensaron.
—Te doy media hora para que traigas el coche, Camryn. O te juro que llamo a la
policía.
Hubo un nuevo sonido de risas.
—Haz lo que quieras, hermanito. Porque no pienso estar ahí dentro de media
hora. Adiós —Camryn colgó y dejó a Rafe con la palabra en la boca, mirando el
auricular con rabia. Volvió a marcar el número.
—¿Por qué no les ha preguntado a dónde van? —preguntó Trent mientras Tony
sacaba otro polo de la nevera.
—No me ha dado tiempo —musitó Rafe.
Holly se apoyó en la pared y dijo en tono casual:
—Proferir amenazas poco realistas no te dará resultado.
Rafe le lanzó una mirada asesina.
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Rafe siguió adelante, hasta que el agua le llegó al nivel de la cintura. Holly sabía
que los ríos eran imprevisibles y, por tanto, traicioneros. La profundidad era a veces
engañosa, y solía haber agujeros profundos donde menos se esperaba. Además,
estaban las corrientes, superficiales y profundas, que podían engullir a una persona y
arrastrarla al fondo.
Holly corrió hacia el coche y llamó al 911, indicando lo mejor que pudo dónde
se hallaban. Luego regresó a la orilla del río junto a Trent y Tony, que acarreaban un
par de mantas. Dos adolescentes altos y musculosos ya se habían vestido y
permanecían mirando sombríamente hacia el río.
—Son Grable y Becker —informó Trent a Holly.
Holly se acercó a ellos rápidamente, deseando haber llevado consigo su
botiquín. Con las prisas, se le había olvidado por completo. Les tomó el pulso y
comprobó que solo estaban algo agitados.
—Fue Camryn quien insistió en venir, no nosotros —Grable parecía estar al
borde de las lágrimas—. Le dijimos que no queríamos bañarnos, pero ella nos obligó.
—¡Camryn no es ni la mitad de grande que vosotros! —exclamó Holly
exasperada—. ¡No pudo obligaros a meteros en el río! ¡Debisteis detenerla!
—Camryn siempre hace lo que quiere —gimió Becker.
Observaron cómo Rafe arrastraba a Kaylin hasta la orilla.
—Quedaos aquí y nos os mováis —ordenó Holly a Trent y a Tony. Luego se
quitó los zapatos y se acercó a la orilla para envolver a Kaylin con una de las mantas.
—No podíamos volver a la orilla —sollozó Kaylin—. Y Camryn no podía
mantenerse a flote. ¡Camryn! —gritó, el nombre de su hermana.
—Rafe la sacará —dijo Holly en tono tranquilizador.
—¿Y si Camryn se ahoga? —vociferó Kaylin—. ¿Qué voy a hacer yo sin mi
hermana?
Se estremecía y temblaba tanto, que Holly tuvo que secarla con la manta y
ayudarla a vestirse, al tiempo que comprobaba sus signos vitales.
—A Camryn no le pasará nada —le prometió, aunque por lo general no fuera
partidaria de hacer promesas inciertas, no basadas en hechos reales.
Al ver que Rafe sacaba a Camryn, se dirigió de nuevo a la orilla con la otra
manta. El último en ser rescatado fue Sam, un chico de complexión fuerte cuya
situación confirmó la teoría de Holly de que la fuerza física y el tamaño no
constituían garantías de seguridad contra los peligros de un río.
Sam y Camryn parecían hallarse en peor estado que los demás. Tosían sin parar
y daban arcadas cuando el equipo de rescate les colocó las mascarillas de oxígeno.
Holly permaneció al margen mientras los paramédicos realizaban su trabajo.
Kaylin se quitó la mascarilla de oxígeno y preguntó:
—¿Se va a morir Camryn?
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Ella lo siguió con los cuatro chicos. Grable y Becker se hallaban mojados,
aturdidos y asustados. Trent y Tony corrían y saltaban con entusiasmo.
La ambulancia y el coche de policía ya se marchaban cuando Rafe colocó a
Kaylin en el asiento delantero del coche. Becker se sentó detrás, envuelto en una
manta.
—El hospital queda a unos veinte minutos —dijo Rafe—. Sígueme.
Lo dijo con un tono absolutamente autoritario, pero esta vez Holly no se
ofendió. Había aprendido mucho acerca de Rafe Paradise en las últimas horas. Y si
Rafe necesitaba aparentar autoridad en las situaciones complicadas, ella podía
aceptarlo.
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Capítulo 5
Rafe se sintió mareado al oír el aluvión de términos inescrutables que
mencionaban los médicos: laringospasmo, hipoxemia, hipercapnia, atelectasis… Por
suerte, Holly estaba allí para mantener una conversación inteligente con ellos, pues
Rafe sabía que él hubiera sido incapaz.
Cuando volvieron a la sala de espera, Holly le explicó que los chicos no corrían
peligro.
—¿Y por qué nos martirizan nombrando un montón de males que no padecen?
—dijo Rafe. Notó que lo embargaba una sensación de cólera, y lo agradeció. Le
confería vitalidad y fortaleza, además de ayudarle a desterrar de su mente el puro
terror de haber visto a Camryn y Kaylin al borde de la muerte.
—Los médicos han aprovechado la oportunidad para aleccionar a los
estudiantes en prácticas. ¿No te has fijado en el grupo de jóvenes con batas blancas?
Son estudiantes de medicina.
—¿Y tienen que torturar también a los familiares de los pacientes?
—No me molestaré en contestar a eso. Te has propuesto que tengamos una
discusión y rebatirás cualquiera de mis explicaciones.
Rafe arrugó la frente. Holly tenía razón.
—¿Además de analizar las mentes, sabes leerlas, doctora?
—Estás empeñado en discutir, ¿eh? —repuso ella arqueando las cejas—. Pues lo
siento, pero no te daré ese gusto —se dirigió al otro extremo de la sala, donde Trent y
Tony sacudían la máquina expendedora de chocolatinas.
Holly les dio unas monedas, que ellos se apresuraron a depositar en la ranura
correspondiente.
—Este sitio es genial —comentó Trent echando un vistazo a su alrededor—. Un
televisor grande, soda y chocolatinas. Si hubiera videojuegos, sería perfecto.
—¡Sí! —secundó Tony con entusiasmo—. Pero no quiero ver el telediario.
Pongamos otra cosa —corrieron hacia el televisor, se encaramaron en un par de sillas
y procedieron a repasar los distintos canales.
Rafe se acercó a Holly, que seguía junto a la máquina de chocolatinas.
—Ya sabía lo de los estudiantes en prácticas —dijo retomando la conversación
de hacía unos minutos como si no se hubiera producido ninguna interrupción. Desde
su llegada al hospital, parecía incapaz de permanecer lejos de Holly. Se dijo que era a
causa de sus conocimientos médicos y de su profesión, pero en realidad… Rafe tragó
saliva, confuso—. Eva está haciendo las prácticas de medicina interna aquí.
—¿De veras? ¿No vas a llamarla para comunicarle lo sucedido?
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—Debería, pero no quiero que se monte una nueva escena —Rafe se encogió de
hombros resignadamente—. Ya sabes lo que Camryn y Kaylin piensan de Eva. Y me
temo que el sentimiento es mutuo.
—¿A Eva no le caen bien las chicas?
Rafe esbozó una sonrisa grave.
—Sería más adecuado decir que las detesta.
—¿Por qué?
—Ya has conocido a Camryn y Kaylin, Holly.
—Sí, las he conocido, pero no las detesto. Es más, a ti te caen bien —Holly abrió
los ojos de par en par—. ¿Es por eso? ¿Eva odia a sus hermanas porque se siente
celosa…?
—¿Sabes? Si te pagara la hora, podría entender tu interés y tus preguntas. Pero
dado que no es el caso… —Rafe dejó la frase a la mitad y miró hacia otro lugar—.
¡Tony, no saltes en las sillas! Y tú deja en paz el televisor, Trent.
—Así que Eva está celosa porque las chicas viven contigo —murmuró Holly—.
Preferiría ser la única hermana y está resentida con Camryn y Kaylin porque han
usurpado su lugar.
Rafe la miró a los ojos. Era una mujer muy perceptiva, debía reconocerlo.
—Las cosas no han sido fáciles para Eva —explicó tranquilamente—. Nuestra
madre murió de meningitis cuando ella tenía seis años y, al cabo de un año, nuestro
padre se casó con una bruja cruel y rencorosa llamada Marcine.
—¿La madre de Camryn y Kaylin?
—Sí. Todo ocurrió muy deprisa. Mamá murió, papá se casó con Marcine,
Camryn y Kaylin nacieron con doce meses de diferencia, y Marcine se marchó con las
pequeñas. No volvimos a verlas ni a saber nada de ellas. Y, la verdad, Eva, Flint y yo
nos alegramos de perder a Marcine de vista…
—Tal vez odiabais a Marcine, pero no a las niñas.
—De pequeñas eran encantadoras —musitó Rafe incómodo. Luego apartó sus
ojos de los de Holly—. Se te da muy bien escuchar, doctora. Debo reconocerlo.
—Gracias. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—A lo mejor.
—¿Por qué no volvisteis a ver a Marcine y las niñas?
—No fue porque mi padre no lo intentara —Rafe se puso automáticamente a la
defensiva—. Las buscó, e incluso contrató los servicios de un detective privado, pero
Marcine cambiaba continuamente de residencia. Cuando mi padre se mató en un
accidente de coche, hace seis años, esperábamos que Marcine se presentara para
reclamar dinero o, al menos, una copia del certificado de defunción para reclamar
una pensión a la seguridad social. Pero no apareció.
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para ti —Helene había reservado la gran noticia para coronar la conversación—. Sabe
de un hombre maravilloso que está deseando conocerte y que asistirá a la boda…
La sola idea le produjo a Holly escalofríos. ¿De veras sería tan grave que no
asistiera a la boda? Pondría alguna excusa verosímil, por supuesto. Quizá la
seguridad de un paciente gravemente enfermo al que no debía abandonar bajo
ningún pretexto.
Una hora más tarde, Holly escuchaba con poco entusiasmo el telediario
mientras trataba de ingeniar alguna historia plausible que la salvara de la boda,
cuando llamaron a la puerta de la habitación.
Se oyeron más golpes, seguidos de una voz. La voz de Rafe.
—Déjame entrar, Holly. Sé que no estás dormida. Oigo el sonido de la
televisión.
Holly se incorporó dando un respingo. No podía dejarlo pasar. No tenía
ninguna bata que ponerse sobre la camisa de noche. Sí, podía decirle que esperara
fuera mientras se vestía, pero Holly desechó dicha táctica porque su madre y sus tías
siempre le habían aconsejado que la pusiera en práctica. Además, aún tenía el cabello
completamente empapado.
Holly echó un vistazo a la enorme camisa que la cubría y se dijo que, en
realidad, no necesitaba una bata. Además, la tela era muy gruesa y no se
transparentaba.
No, no corría el peligro de resultar atractiva con aquella prenda.
—Abre la puerta, Holly —ordenó Rafe desde el exterior del cuarto.
Holly abrió, pero solo un poco. Al fin y al cabo, podía haber ido a buscarla por
alguna emergencia.
—¿Ha pasado algo en el hospital?
—No. Llamé hace media hora, y las chicas están bien —Rafe empujó la puerta y
entró en la habitación—. ¿Estás enfadada conmigo?
Holly se sorprendió de que se hubiera dado cuenta, pero no tenía intención de
admitirlo. Eso equivaldría a reconocer que las cosas entre ellos habían alcanzado una
profundidad para la que aún no se sentía preparada.
—¿Por qué iba estarlo? —se alegró al comprobar que su voz parecía serena.
Rafe cerró la puerta.
—Antes no te hice caso.
—Me pareció perfectamente comprensible. Estabas cansado, Trent y Tony
reclamaban tu atención, y el día ha sido difícil —Holly se encogió de hombros—. No
me lo tomé como algo personal. No esperaba que me…
—No te hice caso y te lo tomaste como algo personal —la interrumpió Rafe—.
Cuando me marchaba, me lanzaste una mirada que habría congelado el infierno —
cuando ella abrió la boca para protestar, él alzó una mano para impedírselo—. Sí, me
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fijé en esa mirada. Esperabas… —hizo una pausa—. Esperabas un trato mejor que el
que te di. Lo siento, Holly.
—Pero no tenías que haber venido desde tan lejos para decirme eso, Rafe —
Holly sintió lástima de él. Parecía triste, cansado y arrepentido.
—¿De veras?
Holly vio que la miraba intensamente con sus preciosos ojos negros.
—Seguro que no sabías que el tío Sam durmió una vez con un gorro de dormir
encima del sombrero —bromeó acerca de uno de los personajes de la camisa,
precisamente el que Rafe estaba mirando.
Cuando agachó la vista, comprobó que el tío Sam le quedaba justamente encima
del seno izquierdo… y que el pezón erecto se distinguía a través del tejido. Holly
retrocedió un paso—. ¿Dónde están los chicos? —preguntó con voz trémula y
entrecortada.
—Los hijos de los Steen los estaban esperando cuando llegamos a casa. Querían
acampar en el jardín esta noche. Curt y Maggie, los padres, habían montado ya la
tienda de campaña. ¿Cómo iba a decirles que no?
—Claro —Holly notó que el corazón se le aceleraba aún más al ver aquella
sonrisa—. Los Steen parecen buena gente.
—Sí. Mañana los conocerás. Quieren darte la bienvenida —Rafe se frotó el
cuello con la mano, y luego flexionó los hombros para aliviar la tensión de los
músculos.
Holly lo observó.
—¿Empiezas a sentir los efectos del rescate?
—Me siento como si me hubiera dado de puñetazos con diez tipos a la vez —
Rafe esbozó una tenue sonrisa. Se llevó la mano a la parte baja de la espalda e hizo
una mueca—. Tengo doloridos todos los músculos del cuerpo.
—Claro. Los utilizaste para luchar contra la corriente y arrastrar a las chicas
hasta la orilla. El río Big Sioux tiene más fuerza que diez hombres juntos. ¿Te
encuentras bien? —preguntó Holly suavemente.
—Sí. Estoy bien.
—Si no lo estuvieras, ¿lo admitirías?
Él negó con la cabeza.
—Por supuesto que no.
—Lo sospechaba. Los hombres son unos pacientes terribles. O se muestran
estoicos por razones de orgullo, o se quejan amargamente por la dolencia más
insignificante.
La sonrisa de Rafe se ensanchó.
—Te pareces hablando a Eva. Ya ha tenido que vérselas con más de un quejica y
algún que otro hombre orgulloso.
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—Pues dile que no ha hecho más que empezar —Holly lo miró—. Tengo
ibuprofén y relajantes en el bolso. Te los daré para que te los lleves a casa.
—Olvídate de relajantes —dijo Rafe como si le hubiera ofrecido heroína—. Pero
aceptaré el ibuprofén. Y un masaje —se sentó en la cama—. En la facultad de
medicina os enseñan a darlos, ¿no, doctora?
Holly le dio las pastillas y un vaso de agua, tratando de no prestar atención al
calor que empezaba a sentir por dentro. Solo estaba bromeando, ¿verdad?
Después de tomarse el ibuprofén, Rafe se quitó la camisa azul, dejando al
descubierto su pecho recio y bien formado. Holly contuvo el aliento. Al parecer, no
bromeaba.
—¿Me tumbo?
Sin esperar una respuesta, se echó boca abajo en la cama, maniobrando para
acomodar sus largas piernas. Tenía la espalda tan suave, musculosa y cobriza como
el pecho. Holly reprimió un jadeo de admiración. Tenía un cuerpo precioso. Al
menos, las partes que podía ver lo eran.
Los ojos se le fueron hacia los téjanos desgastados. Le sentaban a la perfección.
Sus nalgas y sus largas piernas eran una obra de arte de la naturaleza. Holly recordó
vívidamente el aspecto que tenía al salir del río. Cómo los calzoncillos empapados se
ceñían a sus formas masculinas…
Rafe se alzó ligeramente sobre los codos y volvió la cabeza para mirarla.
—¿Se te ha olvidado cómo se hace?
—Desde luego que no.
—Tal vez te convenga repasar las lecciones de anatomía, doctora. Estudiar de
nuevo los músculos del cuerpo humano…
—Saqué sobresaliente en la asignatura de anatomía, y no se me ha olvidado ni
un solo músculo, nervio o hueso —repuso Holly, reprochándose a sí misma su
conducta.
Se estaba comportando como una colegiala y no como una profesional de la
medicina que había visto más cuerpos desnudos de los que recordaba… Claro que
aquellos cuerpos pertenecían a pacientes y no le atraían…
Holly intentó serenarse. Un masaje. Eso era lo único que Rafe le había pedido.
Solo tenía que dárselo. Nada más.
Era médico, y debía dejarse llevar por el cerebro y no por las hormonas. Su
autocontrol había sido legendario durante los años que pasó en Michigan. Jamás
había permitido que sus impulsos la dominasen.
Un masaje. Podría hacerlo. Sin problemas.
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Capítulo 6
Holly se subió en la cama y se arrodilló junto a Rafe. Empezando por el cuello,
comenzó a masajear con los dedos los músculos rígidos y tensos. Él emitió un leve
quejido. ¿Debido a la tensión de los músculos doloridos? Holly se mordió el labio
inferior y continuó con el masaje, bajando poco a poco hasta los hombros.
Enseguida se dio cuenta de que no podría abarcar ambos hombros arrodillada
de aquella manera. Nerviosa, se ahorcajó encima de Rafe, tratando de ignorar la
sensación que le producía la tela de los téjanos en la cara interna de los muslos.
Holly le masajeó un lado de la espalda y luego el otro, incrementando
paulatinamente la presión de los dedos para deshacer la rigidez de los músculos.
Luego se concentró en la espina dorsal, trazando suaves círculos en torno a cada
vértebra.
Sus movimientos hicieron que sus caderas se frotaran con las de Rafe. Un
intenso calor llenó cada zona erógena de su cuerpo, incluida su cabeza.
De pronto, le pareció necesario decir algo, romper el denso silencio que parecía
haber desplazado el aire de la habitación.
—Debería… ponerte un poco de loción. Los masajistas profesionales suelen
hacerlo. Pero solo tengo la crema facial que uso por las noches. Supongo que puede
servir, pero… —se dio cuenta de que empezaba a tartamudear, y enrojeció de
vergüenza.
«Calla y concéntrate en los diagramas de anatomía que tuviste que memorizar
en la universidad» se ordenó. «Recita el nombre y la función de cada músculo
mientras trabajas.»
Por desgracia, aquella distracción no le dio resultado. El contacto de la recia
espalda de Rafe estaba afectándola de forma inevitable. Las sensaciones que le
producía estar sentada encima de él, con las piernas separadas, amenazaban con
hacerle perder el control.
Le pasó las palmas de las manos por toda la extensión de la espalda,
oprimiéndolo con su peso contra el colchón.
—Tengo que parar ya —dijo con voz espesa—. Se me cansan los brazos.
Lo cual era cierto. Además, se sentía más excitada que nunca en su vida y sabía
que si no se levantaba, si no se apartaba de él…
Holly se quitó de encima de Rafe y se arrodilló a su lado. Parecía incapaz de
retirarse más.
—¿Y mis pectorales? —dijo él con voz amortiguada—. Los tengo muy doloridos
por el esfuerzo de haber nadado contra corriente y arrastrado a las chicas a la orilla.
Rafe mantuvo los ojos cerrados, pero la tensión que padecía su cuerpo no tenía
nada que ver con los esfuerzos realizados en el río. Sentir las manos de Holly en su
espalda lo había transportado a una zona de puro embeleso sensual. Y sentirla
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encima, notar cómo sus nalgas subían y bajaban conforme lo masajeaba con aquellas
manos expertas, fue como entrar en un nirvana deliciosamente erótico.
—Creo… que… —a Holly se le ahogó la voz en la garganta cuando Rafe se
puso boca arriba inesperadamente, revelando su estado de excitación.
Se sintió aliviada al comprobar que seguía con los ojos cerrados, porque no
pudo sino mirar con la boca abierta que estaba claramente excitado.
Rafe abrió los ojos y la sorprendió mirándolo.
—Ven aquí —le dijo con voz ronca.
Holly percibió la ansiedad de sus ojos, una ansiedad que sabía que también se
reflejaba en los suyos. Debía retroceder, poner fin a la situación antes de que fuera
demasiado tarde.
Rafe alargó la mano y le acarició el antebrazo. Luego la agarró fuertemente por
la muñeca y tiró de ella.
—Acabemos lo que hemos empezado, Holly.
Naturalmente, debía de referirse al masaje. Holly podía fingir que era eso lo
único que Rafe tenía en mente. Pero no se molestó en reflexionar sobre ello mientras
permitiría que la atrajera hacia sí.
Sus miradas se encontraron; Holly volvió a colocarse lentamente encima de él.
Notó cómo su sexo excitado se apretaba contra su cuerpo, y exhaló un jadeo
sofocado.
Le colocó las manos sobre el pecho y deslizó las palmas hasta los hombros. Los
masajeó en silencio, observando fascinada cómo sus dedos recorrían cada músculo.
Rafe permanecía inmóvil, casi conteniendo la respiración. Holly no sabía si
tenía los ojos abiertos o cerrados, pues no lo miró. Estaba hipnotizada por el
movimiento rítmico de sus manos sobre la tersa piel.
Sus dedos iniciaron una osada trayectoria hacia el canal del estómago y
recorrieron la forma profunda y concéntrica del abdomen. Rafe respiró hondo y ella
sonrió. Se sintió animada a seguir adelante, acariciándolo de un modo que nada tenía
que ver con un masaje terapéutico. Le acarició los pezones con la yema de los dedos,
excitándolos mientras los suyos le ardían y le cosquilleaban de deseo.
Rafe la observó con los ojos entreabiertos. Aquellas caricias le producían un
placer tan maravilloso que no deseaba interrumpirla, pero no pudo seguir
desempeñando un papel meramente pasivo. Sentía la necesidad de tocarla, de verla.
Tenía que tomar la iniciativa.
Deslizó las manos por debajo de la camisa de dormir y le acarició las piernas,
pasando las palmas por la cara exterior de los muslos unas cuantas veces antes de
trasladarlas a la suave piel del interior.
Holly permaneció clavada donde estaba, incapaz de moverse o de hablar,
mientras las enormes manos de Rafe exploraban la parte interna de sus muslos.
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Siguiendo la señal del biquini, le agarró con fuerza las nalgas, y Holly notó que
el corazón se le detenía para luego iniciar un fuerte galope al sentir que Rafe juntaba
los pulgares debajo de sus muslos. Presionó y acarició la zona sensitiva, y ella emitió
un jadeo. Rafe lo sabía. Sabía lo excitada que estaba, lo mucho que lo deseaba.
Cuando él retiró las manos, ella gimió en protesta.
—Calma, nena, solo quiero que te quites esto —dijo Rafe con voz
tranquilizadora. La despojó de la camisa de dormir y ella alzó los brazos para
facilitar la tarea.
Por un momento, ambos se quedaron quietos. Rafe tumbado boca arriba, Holly
sentada encima de él solo con las braguitas puestas. Notó que le devoraba con los
ojos el pecho, el vientre, las piernas.
—Qué hermosa eres —susurró Rafe. Alzó las manos para tomarle los senos,
apretándolos suavemente antes de recorrerle los rosados pezones con la yema de los
dedos.
Holly lo observó. La escena le parecía tan erótica que no conseguía apartar los
ojos ni un solo momento. Rafe siguió jugueteando con sus senos y ella gimió sin
poder evitarlo, atrapada en un trance sensual provocado por aquellos placeres
exquisitos y desconocidos.
Nunca había permitido que ningún hombre accediera así a su cuerpo.
—Te noto tensa. No estés nerviosa, Holly.
—No quiero estarlo —Holly tragó saliva—. Pero… no suelo hacer esto muy a
menudo —se avergonzó al comprobar que la voz le salía trémula y temblorosa como
la de un niño.
—¿Quieres que paremos? —inquirió Rafe tranquilamente.
El cuerpo de Holly, excitado y ardiente, casi se rebeló ante la sugerencia. Miró a
Rafe a los ojos.
Tenía las negras pupilas completamente dilatadas a causa del deseo. La
deseaba. Holly podía percibirlo en su mirada, en el sexo excitado, que palpitaba
debajo de ella. Pero Rafe se atendría a su decisión. Si ella prefería que pararan,
pararían.
Paralizada por la indecisión, Holly no ofreció respuesta alguna. No confiaba en
su propio criterio cuando se trataba de sexo. Al fin y al cabo, solo había tenido una
única y desastrosa experiencia sexual a los dieciséis años.
—Pareces una niñita asustada —Rafe se incorporó y la acunó en su regazo—.
No tienes por qué tener miedo de mí, Holly. Por favor, no tengas miedo.
La relajante resonancia de su voz ejerció sobre ella un efecto casi hipnotizador.
Holly se recostó en Rafe y cerró los ojos. Él empezó a besarle la suave piel del cuello
mientras le recorría la espalda con las manos. Ella se arqueó, exhalando un gemido,
cuando Rafe halló un punto particularmente sensible debajo de la oreja. La atrajo con
fuerza hacia sí.
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Los senos de Holly se aplastaron contra los duros músculos del pecho de Rafe.
Los pezones le palpitaban estimulados por un placer rayando en el dolor. Podía
notar a Rafe entre sus piernas, excitado e insistente, frotándose con ella, haciéndola
rabiar de deseo. Lo deseaba hasta tal punto que pensó que moriría si no le…
La sensación salvaje que la recorrió por dentro restableció, paradójicamente, su
control. Holly se puso rígida. Era una mujer, pero se estaba comportando como la
adolescente alocada de dieciséis años que descubrió el sexo con un chico al que
apenas conocía. Un chico que no le dirigió ni una sola palabra amorosa.
—Rafe, no puedo hacerlo —dijo sin aliento—. Por favor… Lo siento —trató de
levantarse, pero él la sujetó con firmeza.
Con el pulso acelerado, Holly reconoció que muchos dirían que se merecía lo
que pasase por haber permitido que las cosas llegaran tan lejos.
Pero Rafe la soltó. Se la quitó de encima cuidadosamente y la sentó en la cama,
a su lado. Luego agarró la camisa y se la puso.
—Tenías razón. Venir aquí ha sido una mala idea.
Holly buscó a tientas la camisa de dormir. Se la colocó del revés, con las
costuras hacia fuera, y se puso de rodillas en la cama.
—No quería decir eso, Rafe.
Cuando él se dirigió hacia la puerta, Holly se sintió perdida, como si anticipara
la larga noche en vela que le esperaba. En ese mismo instante empezó a echarlo de
menos.
—Dios mío —exclamó sacudiendo la cabeza—. Debo de parecer una de esas
estúpidas mojigatas de las que suelo compadecerme.
Rafe se detuvo y se giró.
—¿Una estúpida mojigata? —repitió con los labios curvados en una sonrisa.
—Sí. Esas mujeres que a menudo desconciertan a los hombres con una conducta
de la que luego se arrepienten —Holly miró tristemente la fea alfombra gris del
suelo—. Hasta ahora he comprendido que no lo hacen aposta.
—Eres cualquier cosa menos una estúpida mojigata, Holly.
—Gracias —ella alzó la cabeza y lo miró a los ojos—. Y tú eres un auténtico
caballero, Rafe.
—No, no lo soy —Rafe se metió las manos en los bolsillos y sacó cuatro
preservativos—. Tenía la intención de acostarme contigo esta noche. Venía
preparado.
Holly abrió los ojos de par en par y se puso de pie.
—¿Cuatro preservativos? ¿Puedes hacerlo cuatro veces en una noche?
—Bueno, la esperanza nunca se pierde. Y suelo cumplir el viejo lema de los
indios. «Ve siempre preparado».
—Creía que ése era el lema de los Boy Scouts.
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—¡Por amor de Dios, no me digas que poseen una parte de Paradise Outdoors!
—exclamó Flint—. Son capaces de hundir la empresa.
—Yo soy su albacea, y no tengo intención de decirles que poseen una cuarta
parte de la empresa familiar —aseguró Rafe a su gemelo—. Sé que son demasiado
jóvenes para hacerse cargo de la herencia. Ese dinero será para sus estudios
universitarios, y…
—¿Estudios universitarios? ¿Esos cerebros de mosquito? —bromeó Flint—.
Sueñas si crees que las aceptará alguna universidad, hermano.
—No sigas —suspiró Rafe—. Sé que las notas de Kaylin no son muy buenas,
pero está capacitada para rendir más en los estudios. Y Camryn es inteligente, Flint.
Muy inteligente. Su profesor de inglés me ha dicho que Camryn es la alumna que
mejor escribe de cuantas ha conocido en sus quince años de carrera. He visto algunos
de sus ensayos, y estaban calificados con sobresaliente alto.
—Bueno, si Camryn es tan inteligente y creativa, ¿cómo es que suspendió inglés
y tuvo que asistir a los cursos de verano para aprobar en septiembre?
—No suspendió por incapacidad. Camryn tiene la mala costumbre de asistir a
clase y hacer los deberes solo cuando le apetece. El profesor sintió mucho tener que
suspenderla, aunque ambos estuvimos de acuerdo en que era lo más conveniente.
Curiosamente, sacó sobresaliente en los cursos de verano porque hizo todos los
trabajos que le mandaron. El profesor y yo hemos planeado…
—¿Ves? Eso es lo que me molesta, Rafe —interrumpió Flint, mirando a su
hermano con preocupación—. ¿Por qué tienes que estar yendo continuamente a la
escuela para aplacar a los indignados profesores? Mereces divertirte, y no estar
atrapado en esa vida familiar tan agobiante. Esos chicos te han estropeado la vida.
—Mi vida no está estropeada, Flint —se defendió Rafe.
—Tenías una vida social muy activa antes de que esos mocosos invadieran la
casa, Rafe. ¿Cuándo ha sido la última vez que has salido con una chica? ¿La última
vez que has tenido alguna experiencia sexual?
—Podría preguntarte lo mismo, hermanito.
—Cierto, pero lo mío es distinto. Soy adicto al trabajo, y me dedico
exclusivamente a dirigir Paradise Outdoors —Flint se echó a reír—. Yo soy el gemelo
más tranquilo y reservado, ¿recuerdas? Tú eres el simpático que cae bien a todo el
mundo —miró su reloj de pulsera—. Bueno, se está haciendo tarde. Será mejor que
me vaya.
En ese momento se oyó un persistente aullido casi sobrenatural.
—Hotdog —murmuró Rafe—. Si los Lambert aún vivieran en la casa de al lado,
el teléfono ya habría empezado a sonar.
—Olvidé mencionarte que ese hombre lobo disfrazado de perro me atacó el otro
día —dijo Flint—. Por suerte, llevaba encima mi silbato repelente de perros.
Tras despedir a su hermano, Rafe subió a la planta de arriba y halló al perro
sentado en la cama de Kaylin. Hotdog se incorporó con ansiedad al oír sus pasos, pero
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cuando se dio cuenta de que era Rafe, y no las chicas, volvió a tenderse con un
rugido canino de decepción.
—Créeme, amigo, yo me siento tan mal como tú —musitó Rafe. Era la primera
vez que tenía algo en común con el perro desde que éste vivía en la casa—. Ha sido
un día horrible, ¿verdad? —añadió, tratando de expresar su solidaridad.
Hotdog se limitó a gruñir.
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Capítulo 7
Rafe se apeó del Jeep y se encaminó hacia la casa. Camryn y Kaylin habrían
pasado probablemente los quince minutos que llevaban fuera del hospital planeando
su próxima escapada.
Antes de que llegara a la puerta, el Saturn color champán de Flint apareció
doblando la esquina. Rafe se quedó mirando, atónito, mientras Flint y dos rubias se
apeaban del coche y se dirigían hacia él.
Reconoció a una de las mujeres. Era Lorna Larson, a quien había conocido en el
avión el día anterior. La otra mujer era más alta, y tenía el cabello aún más largo que
Lorna.
Flint exhibía una expresión decididamente triunfante, y Rafe comprendió que la
conversación que habían mantenido la noche pasada acerca de la vida social de
ambos le había llegado muy hondo.
—¡Así que existes de verdad! —exclamó Lorna Larson sonriendo con vivacidad.
Flint le devolvió la sonrisa. Rafe parecía desconcertado. Casi confuso.
—¿Eh? —fue cuanto alcanzó a decir.
—Esta mañana estaba desayunando en el Café Radisson cuando vi entrar a
Flint —Lorna comprendió que debía explicarse—. Naturalmente, lo confundí
contigo, Rafe. Cuando me dijo que era tu gemelo no supe si creerle, la verdad.
—Creyó que intentaba engañarla con ese truco tan manido —agregó Flint
alegremente.
—Comprendo —respondió Rafe con aire inexpresivo.
—Empezamos a charlar —prosiguió Lorna—, y comprendí que ambos erais
adictos consumados al trabajo. Pero pensé que no os iría mal tomaros un respiro en
una tarde de sábado tan preciosa como ésta.
Rafe recordó que Lorna le había entregado su tarjeta el día anterior. Al parecer,
seguía en sus trece.
—Lorna no acababa de convencerse de que era tu gemelo, a pesar de que
incluso le mostré mi carné de conducir —siguió explicando Flint.
—Bueno, ahora ya está todo claro. Él es Flint y yo soy Rafe.
—Y yo soy Nicholette Kline —anunció la otra rubia—. Y me alegra mucho
conocerte, Rafe. Aunque me da la impresión de estar viendo doble —soltó una
risita—. Doble placer, doble diversión.
Ambos hermanos hicieron una mueca al oír aquella frase, famosa por un
antiguo anuncio de una marca de chicle.
—Nicholette trabaja en la sucursal que la compañía de Lorna tiene en Sioux
Falls —explicó Flint, decidido a no perder la sonrisa—. He pensado que podríamos
salir los cuatro juntos esta noche.
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Desde aquel ángulo, de pie junto a ella, alcanzaba a ver una pequeña abertura
en su vestido de verano. Recordó el contacto suave de sus senos, cómo había gemido
de placer cuando él se los había acariciado.
El ansia sexual lo sacudió cotí una fuerza casi física. Sentía la piel tensa y
acalorada, y maldijo en silencio la poderosa reacción de su cuerpo ante la cercanía de
Holly. Menos mal que llevaba unos pantalones flojos y que los niños no lo miraban.
Todos estaban concentrados en el perro.
Trató de salir del hechizo con que la bella doctora lo había atrapado sin
proponérselo.
—Gracias por apoyarme con la historia del zoo, Holly. Te debo una.
—Pues me cobraré la deuda ahora mismo —Holly acercó otra galleta a Hotdog,
y el animal la engulló ávidamente—. Esta mañana llamé a la compañía de mudanzas.
El camión tampoco llegará hoy, así que me gustaría ir de veras al zoológico. No me
apetece pasar el día sentada en el cuarto del motel viendo la televisión.
Curiosamente, le resultó fácil hacer la propuesta. Había temido que su relación
con Rafe fuera tensa después de lo sucedido la noche anterior, pero no fue así. Se
había establecido entre ambos un sentimiento de cómoda camaradería, como si el
incómodo episodio del motel no hubiera ocurrido jamás.
Le dio a Hotdog una palmadita y se levantó. Rafe enseguida se acercó para
ayudarla a ponerse en pie. El contacto de sus manos activó los sensuales recuerdos
que había luchado por suprimir.
Negarlo era inútil. Holly recordaba cada momento de su encuentro íntimo.
Había sido apasionado, excitante y placentero más allá de sus sueños más atrevidos.
Holly alzó la cabeza para mirarlo. Sus ojos de ébano ejercían un extraño efecto
sobre ella. Una oleada de calor estalló en su interior, bañándole el bajo vientre y los
muslos.
—Pero… los seis estaremos muy apretados en un solo coche —dijo con voz
vacilante, y Rafe sonrió al oírla. Holly se mordió el labio inferior. Él sabía el efecto
que producía en ella. ¿Cómo no iba a saberlo? Respiró hondo e hizo un nuevo
intento—. ¿Por qué no nos llevamos los dos coches? Camryn, Kaylin y yo iremos en
el mío, y tú puedes llevar a los chicos en el tuyo.
—¿Me dejas que conduzca yo, Holly? —pidió Kaylin—. Tengo carnet.
Holly asintió sin titubear.
—¿Estás segura? —terció Rafe—. No tienes por qué dejarle conducir. Ya te ha
roto el televisor, y…
—Si el estado de Dakota del sur le ha concedido el carnet de conducir, está
capacitada legalmente para hacerlo. Y si no practica, ¿cómo va a soltarse? —dijo
Holly razonablemente.
—Eso es verdad —convino Camryn—. Pero ir con Kaylin al volante me pone de
los nervios —se estremeció—. Prefiero ir con Rafe y los chicos. Aunque odio el zoo,
me gustaría llegar a allí viva.
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Se dirigieron hacia los coches. Rafe caminó junto a Holly, diciéndose que sería
tan fácil, tan natural, tomarla de la mano. Estaba a punto de hacerlo cuando ella se
cruzó los brazos sobre el pecho. Otra oportunidad perdida, pensó Rafe, y exhaló un
fuerte suspiro de desilusión.
Holly lo malinterpretó.
—No me importa llevar sola a los niños si tienes otras cosas que hacer —le
aseguró.
—¿Como qué? ¿Ir tras Flint por haber planeado una doble cita con ese par de
devoradoras de hombres?
—No sabían dónde se metían —bromeó Holly—. La familia Paradise es de
armas tomar. Pobres… —hizo una pausa—. No recuerdo sus nombres.
—Como dijo Kaylin, mejor no conocerlas ni que nos conozcan.
—¿Tú también piensas lo mismo? —Holly sabía que un sentimiento ruin, pero
no pudo evitar sentirse complacida por el desdén de Rafe hacia las dos rubias.
—Completamente. Lorna y Nicholette, que así se llaman, son unas chicas
demasiado… ansiosas.
Holly cuadró los hombros, satisfecha.
—Son mujeres hechas y derechas, no chicas.
Rafe esbozó una sonrisa sardónica.
—De acuerdo. Pero debes reconocer que a ti tampoco te han caído bien.
—No las conozco. ¿Cómo voy a saber si me caen bien o no?
Se detuvieron junto al Jeep, envueltos en un denso silencio. Kaylin lo rompió
haciendo sonar el claxon del coche de Holly. El grupo del Jeep siguió su ejemplo.
—Ten cuidado con Kaylin —musitó Rafe—. Tiende a dar muchos frenazos.
—Los conductores primerizos no me asustan. Fui la única de la familia con el
valor suficiente para acompañar a mi prima Heidi durante sus primeros meses con
carnet —Holly alzó la mano para acariciarse la coleta rizada. Era un gesto puramente
nervioso. La mirada intensa de Rafe la alteraba.
El claxon volvió a sonar.
—Dile a Kaylin que me siga hasta el zoo —dijo Rafe dirigiéndose presuroso
hacia la portezuela del Jeep.
Holly fue hacia su coche.
—¿Qué has hecho este fin de semana, querida? —preguntó Helene Casale con
voz esperanzada.
—Ayer llevé a los chicos de la casa de al lado a comprar material escolar, mamá
—contestó Holly animadamente—. Empiezan el nuevo curso pasado mañana. Luego
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fuimos a cenar a un restaurante chino que acaban de abrir en el pueblo. Hoy hemos
ido al cine y después hemos asado salchichas en el jardín. He llegado a casa hace
apenas una hora.
—¿Has pasado todo el fin de semana con esos críos? —su madre no parecía
muy complacida.
—Prácticamente, mamá.
—¿Otra vez? —la voz de Helene contenía una nota inconfundible de
impaciencia y exasperación—. Holly, pasas con ellos cada fin de semana desde que
llegaste a Sioux Falls, hace ya casi un mes. Y por lo que me cuentas, también sueles
verlos entre semana. La verdad, cariño, me parece bien que te portes como una
buena vecina, pero, ¿no crees que deberías dedicarte más tiempo a ti misma?
—Mañana voy a la barbacoa del Día del Trabajo, mamá. La han organizado los
Steen. Pienso llevar una bandeja de tu ensalada de patata. Ya sabes que a todo el
mundo le fascina tu receta. Precisamente ahora estoy cortando las patatas.
El cumplido no consoló en absoluto a Helene.
—Pasas demasiado tiempo con los vecinos, Holly. Cariño, tienes que salir y
conocer a algún hombre soltero.
Holly casi se rebanó un dedo con el cuchillo. No le había comentado a su madre
que en la casa de al lado vivía un hombre soltero. Ni tenía intención de comentárselo.
Al fin y al cabo, no parecía que fuese a entablar ningún tipo de relación sentimental
con Rafe Paradise. Él ni siquiera había intentado besarla desde aquella primera noche
en el motel «Grandes llanuras». Rafe y ella eran amigos, pero no deseaba tener que
explicárselo a su madre. ¿Cómo iba a hacerlo, si ni ella misma lo entendía? Cada vez
que evocaba la imagen de Rafe, sentía un agradable cosquilleo en la espalda. Aunque
se encontraba cómoda a su lado, siempre existía entre ambos una tensión sutil e
intrigante, una especie de excitación que convertía las actividades más mundanas en
hechos memorables. Jamás había experimentado nada parecido con Devlin ni con
ningún otro hombre.
—¡Ay! —esta vez, Holly sí se hizo un corte en el dedo—. ¡Oh, no! Estoy
sangrando encima de las patatas.
—Asegúrate de lavarlas bien antes de ponerlas en la ensalada, querida —le
aconsejó su madre.
—Descuida, mamá. ¿Cómo van los preparativos de la boda de Heidi?
—Bien. Ha surgido algún que otro contratiempo, pero Honoria se las arregla.
¡Ya falta poco! Tengo muchas ganas de verte, Holly. Todos estamos deseando tenerte
aquí con nosotros.
Holly sintió una súbita punzada de culpa. Se había puesto de acuerdo con sus
compañeros de la consulta para librar ese fin de semana y, en teoría, poder asistir a la
boda. Pero aún no se había decidido del todo. Incluso tenía preparada una excusa
más o menos convincente.
De pronto, se oyó una serie de golpes en la pared.
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—Creía que ibas a pasar la tarde preparando la ensalada para la barbacoa de los
Steen. ¿Vienes a pedir prestado algún ingrediente?
—No.
Él estudió con sus ojos negros el rostro de Holly.
—¿Ocurre algo malo?
—Camryn me ha pedido el coche para llevar a los chicos a tomar un helado —
empezó a decir ella.
Rafe soltó una carcajada.
—E imagino que se habrá puesto hecha una furia cuando le has dicho que no.
Pobre Holly —le acarició la mejilla—. Lamento que esa niña te incordie tanto con sus
mentiras.
Holly respiró hondo.
—Ha llevado a los niños al Dairy Queen.
—Eso no es más que una historia que se ha inventado. Si te ha pedido el coche
habrá sido para irse por ahí con sus amigotes.
—Rafe, a Camryn le preocupaba que los niños te oyeran discutir por teléfono
con su madre —explico Holly sin ambages—. Me pareció buena idea que se los
llevara mientras tú te tranquilizabas un poco.
—¡Estoy tranquilo! —rugió él. Luego bajó las escaleras, y Holly lo siguió de
cerca—. ¿Dónde están los niños?
—Ya te lo he dicho. Han ido a tomar un helado.
—¿Cómo se enteró Camryn de que estaba hablando con Tracey?
—Hay pocas cosas de las que Camryn no se entere —dijo Holly—. Rafe, te
aseguro que esta vez la chica actuaba de buena fe.
—¿De buena fe? —Rafe parecía realmente enojado. Se acercó a ella y la agarró
por los hombros—. ¿Esperas que me lo crea? No soy estúpido, ¿sabes?
Holly intentó no perder la paciencia.
—¿Qué es lo que tanto te cuesta creer, Rafe? ¿Que Camryn se preocupe por los
chicos?
—Me gustaría saber qué plan te has propuesto, Holly —le apretó con fuerza los
hombros.
—¿Qué plan me he propuesto? —Holly se encolerizó—. Está bien, ha llegado la
hora de revelar mis verdaderas intenciones. Soy una militante feminista radical, y me
he propuesto liberar a Camryn y Kaylin del yugo de tu opresión machista. Así me
haré también con el control de las acciones que les dejó tu padre, y sembraré el caos
en Paradise Oudoors. ¡Estoy deseándolo!
Salió como una exhalación y cruzó el jardín para dirigirse a su casa. Se sentía
enojada y dolida.
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Capítulo 8
Rafe permaneció diez minutos apoyado en la jamba de la puerta, observando
cómo mondaba las patatas y las troceaba.
Holly no sabía que él estaba ahí. No se había acordado de cerrar la puerta al
entrar en la casa, y Rafe se había colado detrás de ella, esperando una discusión.
Pero la encontró en la cocina, junto al fregadero, completamente ajena a su
presencia.
Rafe decidió esperar, planear el próximo paso. Antes, Holly lo había pillado con
la guardia baja. Ahora era su turno.
No obstante, mientras permanecía allí, tratando de alimentar su rabia, empezó a
distraerse. Se fijó en la curva del cuello de Holly, en cómo inclinaba la cabeza
mientras trabajaba. Le pareció tan vulnerable, que sintió el impulso de acariciarla con
los dedos, con los labios.
Reprimiendo un quejido, Rafe apartó la mirada. Trató de concentrarse en el
reloj de la pared, pero al cabo de siete segundos estaba mirando de nuevo las piernas
de Holly, desde los finos tobillos hasta la torneada forma de las nalgas.
Holly cortó en dos una patata con ademanes feroces. Él se sobresaltó, y su
reacción bastó para delatar su presencia.
Ella se giró en redondo y jadeó al verlo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Rafe se encogió de hombros.
—La puerta no estaba cerrada. Lo he considerado como una invitación a entrar.
—Pues no has debido hacerlo.
—¿No soy bienvenido?
—¡No! Márchate, por favor.
—Ni hablar —dijo Rafe, tratando de conseguir tiempo. ¿Qué podía hacer ahora?
Debió haber ideado un plan en lugar de permanecer allí plantado como un
pasmarote devorándola con los ojos. Notó que el cuerpo se le inundaba de un súbito
calor.
—Como ves, estoy muy ocupada —insistió ella fríamente. Se giró hacia el
fregadero—. Vete y déjame en paz.
—¿De veras te gustaría, Holly? —Rafe atravesó la cocina y se colocó detrás de
ella—. ¿Te gustaría que me marchara? —su voz semejaba un susurro ronco y
seductor.
Holly aferró con fuerza el cuchillo.
—Sí, me gustaría —repitió.
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Estaba pegado a ella, rozándose con su cuerpo. Le deslizó las palmas de las
manos por los brazos, y luego descendió hasta la cintura.
—¿Y si te digo lo que a mí me gustaría? —Rafe le acercó la barbilla a la nuca.
Holly luchó contra el impulso de cerrar los ojos y relajarse. Sería tan fácil…
Demasiado, tal vez. El calor del cuerpo de Rafe la envolvía como una brisa
acariciadora, penetrando hasta lo más hondo de su ser. Oía claramente cómo el
corazón le latía en el pecho, percibía el atrayente olor de su loción de afeitado.
—Ya no estás enfadado —dijo al tiempo que soltaba el cuchillo y cerraba el
grifo.
Él meneó la cabeza, rozándole el cabello con los labios.
—Ni siquiera recuerdo por qué me enfadé.
—Pues yo sí —Holly volvió a ponerse rígida—. Creías que yo me había
propuesto algún plan de dudosa…
—Flint es el que piensa eso, no yo —respondió Rafe estrechándola entre sus
brazos. Holly recordó cómo una tarde Camryn le había hablado del mal concepto
que tenían Flint y Eva de ella. Al parecer, pensaban que se había puesto de parte de
los críos para conspirar contra ellos, y que incluso podía estar interesada en controlar
la empresa familiar en el futuro—. Paradise Outdoors es su vida, y a veces tiende a
mostrarse excesivamente protector en lo referente a la compañía.
—Fuiste tú quien me preguntó qué me había propuesto, no Flint —le recordó
Holly. Forcejeó un poco, pero él no la soltó.
—Buscaba pelea. Y sabía que tú me la ofrecerías. ¿No te parece absurdo?
Holly frunció el ceño pensativamente.
—Teniendo en cuenta el contexto, no. Acababas de mantener una conversación
telefónica desagradable. Oí cómo le gritabas a la pobre Tracey.
—Ni siquiera la conoces y ya la llamas «pobre Tracey». Sí, tienes razón. Es una
víctima nata, una persona tan pasiva e indecisa que a veces me saca de quicio.
—¿Tracey no te gritó?
—No. Cuando me enfado con ella, se limita a deshacerse en lágrimas. Y eso
hace que me sienta como un gusano miserable.
Mientras hablaban, Rafe siguió acariciándola. Holly notaba por todas partes el
efecto de su contacto. Se estremeció, sacudida por un fuego sensual que la recorría
intensamente, creando un arrollador sentimiento de necesidad. Como si un
interruptor invisible acabara de ser accionado, su rabia se convirtió de pronto en
pasión.
La plena fuerza de la excitación de Rafe palpitaba contra su cuerpo, y Holly se
sintió embriagada, satisfecha, poderosa.
—Flint se disgustará cuando sepa que Camryn está al corriente de las acciones
que le dejó nuestro padre —los dedos de Rafe juguetearon sugestivamente con los
botones de su blusa—. ¿Desde cuándo lo sabe?
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—En aquel momento te deseaba, pero me puse muy nerviosa —confesó Holly—
. Ni te imaginas cuántas veces he revivido esa noche, Rafe.
—¿Con otro final?
—Sí.
Él reclamó su boca con un beso posesivo que se prolongó durante minutos.
Ambos se hallaban exhaustos y sin aliento cuando, finalmente, sus bocas se
separaron.
—Haré que sea una experiencia agradable para ti, nena. Te lo prometo.
—Lo sé —Holly lo miró seriamente, sintiendo la necesidad de ser sincera. Su
falta de experiencia la atormentaba. Rafe acababa de reconocer que había fantaseado
con ella. ¿Y si no estaba a la altura de esas fantasías? El temor de fallarle se le
antojaba casi insoportable—. Quiero hacerlo bien, Rafe. De veras. Pero si…
—Cálmate. No tienes que demostrar nada —Rafe sonrió—. Al fin y al cabo,
estar dentro de ti ya será lo suficientemente maravilloso.
—Entonces, ¿no tendré que hacer nada? ¿Simplemente permanecer tumbada
y…?
—Desempeñarás un papel muy activo, cariño —respondió él riendo
suavemente. Luego le deslizó la mano entre los muslos para quitarle las braguitas de
seda y acariciarla íntimamente.
Holly notó como si sus dedos estuvieran cargados de electricidad y se
estremeció, presa de un intenso bombardeo de emociones que nublaban su
consciencia.
—Déjate ir, Holly —le dijo Rafe humedeciéndole el cuello con la lengua—. Estás
a punto.
Le lamió el pezón y luego lo chupó lentamente. Holly se retorció abrumada por
las sensaciones que estallaban en su vientre. Era algo increíble, distinto de cuanto
había experimentado hasta entonces. Perdió el control por completo y se apretó
contra la mano de Rafe, sintiendo que se despeñaba hacia un abismo de placer oscuro
y exquisito.
Finalmente, volvió a abrir los ojos. Rafe la tenía abrazada y la observaba con
fijeza. Le sonrió y ella se ruborizó.
—No… no sé qué decir, Rafe —musitó con voz ronca.
—Eres muy hermosa, Holly —dijo él con voz cálida.
—Tú también lo eres —ella le abarcó su sexo con la mano, extasiada por su
suavidad, y lo recorrió con los dedos—. No te he esperado —murmuró.
—No quería que me esperaras —Rafe agachó la cabeza y la besó.
En una súbita ráfaga de atrevimiento, Holly alargó la mano y rebuscó en el
cajón de la mesita de noche. Sacó un preservativo.
—¿Te acuerdas de esto? Me los dejaste la noche que estuvimos en el motel.
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Capítulo 9
—No estoy seguro de haberte oído bien, Rafe —Flint Paradise se hallaba
sentado tras la mesa de su despacho, y Rafe ocupaba una silla de madera cercana—.
Repítemelo, ¿de acuerdo?
—Como quieras —respondió Rafe pacientemente—. Voy a asistir a una boda,
y…
—Vas con Holly Casale a una boda que se celebra en Michigan —lo
interrumpió Flint, repitiendo lo que su hermano le había dicho ya dos veces—. ¿Y
quieres que me quede en tu casa cuidando de esos críos mientras estás fuera? —su
voz expresaba una marcada incredulidad.
—Será solo durante un fin de semana. Nos marcharíamos el viernes por la tarde
y regresaríamos el domingo.
—Ir a una boda familiar en compañía de una mujer es peligroso, Rafe —advirtió
Flint—. Todo el mundo se hace una idea equivocada. Sobre todo la mujer y su
familia.
—Mira, a mí tampoco me enloquece la idea. Pero he prometido ir. Si no voy,
Holly tendrá que soportar otro de los intentos de su familia de buscarle pareja. Su
prima le ha dicho que el nuevo candidato es un tímido quiropráctico de cuarenta y
siete años que todavía vive con su madre.
—¡Sí, pero si vas a la boda con ella todos pensarán que tú eres el nuevo
candidato!
—Holly y yo ya nos hemos preparado para hacer frente a esa posibilidad.
—Lo siento, pero tenía pensado pasar el fin de semana aquí en Paradise
Outdoors —explicó Flint—. Estamos instalando un nuevo sistema de control de
existencias. Es el último grito en tecnología, Rafe. ¿Quieres echarle un vistazo?
—No. Si a ti te convence, no necesito verlo. Sé que solo quieres lo mejor para la
compañía —Rafe exhaló un suspiro—. En fin, ya veo que tú tampoco aceptas
quedarte con los chicos.
—¿Tampoco? ¿Se lo has pedido a Eva y te ha dicho que no?
—Pensé en hacerlo, pero decidí que era mejor no preguntárselo siquiera. Se
habría negado en redondo.
—Cierto. Y aunque hubiera aceptado, no sé si habría sido buena idea. Meter en
la misma casa a Eva, Camryn y Kaylin puede resultar muy peligroso.
—Lo sé —Rafe se frotó las sienes—. No hubieran aguantado juntas todo el fin
de semana.
—Si tan decidido estás a ir a la boda, puedes dejar a los críos solos —sugirió
Flint—. Ya lo has hecho en otras ocasiones.
—No desde hace tiempo. Y nunca un fin semana entero.
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—¿Qué hay de la madre de los niños? ¿No decías que ahora los visita con más
regularidad? ¿Por qué no puede quedarse con sus propios hijos?
—Holly está tratando a Tracey. Ha establecido un calendario de visitas que, de
momento, Tracey cumple a rajatabla. Pero aún no ha echado de casa al sinvergüenza
de su novio. No quiero arriesgarme a dejarla al cargo de los niños hasta que haya
roto con él definitivamente.
—De todos modos, Tracey no es rival para Camryn y Kaylin —Flint sonrió
afectadamente—. Sería como enviar a una gallina a cuidar de un par de lobos.
—Exacto. Tú lo has dicho.
—Me enteré de la última trastada de Camryn en el instituto —dijo Flint en tono
casual.
—¿Te refieres al día en que se tumbó encima del coche del subdirector?
—Sí, a eso —Flint prorrumpió en carcajadas.
—No es cosa de risa, Flint —gruñó Rafe—. Camryn se tendió encima del coche
fingiendo estar inconsciente. La pobre señorita Hinsley, la bibliotecaria, creyó que se
había tirado desde el tercer piso y se puso histérica. Camryn no movió ni un solo
músculo en todo el tiempo. Luego, cuando llegaron los paramédicos, la muy canalla
se echó a reír —hizo una mueca al recordar las llamadas indignadas que había
recibido del instituto—. Camryn no se explicaba por qué todo el mundo estaba
enojado con ella. Dijo que en este pueblo nadie tenía sentido del humor.
—¿Y qué dijo tu amiga Holly del asunto?
—Camryn y ella mantuvieron una charla confidencial. Suelen mantenerlas muy
a menudo. Holly habló con los médicos y con el personal del instituto. Consiguió que
no pusieran ninguna denuncia. Lo cierto es que se ocupó de todo con una gran
serenidad. Yo no lo habría hecho mejor —Rafe pensó que se quedaba corto. Gracias a
Dios, Holly le había sacado las castañas del fuego.
—Te estás encariñando demasiado con esa chica, Rafe —dijo Flint en tono
preocupado.
—Mujer —lo corrigió Rafe automáticamente.
—Esa mujer ha tejido en torno a ti una telaraña que enorgullecería a una viuda
negra, Rafe. Eva y yo estuvimos comentándolo el otro día. Holly Casale está aliada
con esa panda de mocosos, e intenta ponerte en contra nuestra.
Rafe gruñó disgustado.
—¡Basta ya de teorías descabelladas, por favor!
Flint guardó silencio. Rafe se quedó mirándolo, y lamentó el profundo abismo
que lo distanciaba de su hermano. Y de Eva, pues también ella se mostraba arisca y
malhumorada con él. Por desgracia, ese abismo, abierto tras la llegada de Camryn y
Kaylin el año anterior, se había ensanchado con la presencia de Holly.
Rafe sabía que sus hermanos se equivocaban con respecto a ella. En lugar de
intentar indisponerlo con ellos, Holly siempre le sugería que hiciera lo posible por
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afianzar su amistad con Flint y Eva. Deseaba que la familia permaneciese unida y
feliz.
—Supongo que Holly Casale y tú no tardaréis en hacer planes para vuestra
propia boda —comentó Flint sombríamente.
—¡Eso es absurdo! —Rafe se echó a reír—. Nunca hemos hablado de casarnos.
Nos va muy bien tal como estamos ahora. ¿Para qué estropearlo casándonos?
—¿Se lo has preguntado alguna vez a ella? —cuando Rafe negó con la cabeza,
Flint esbozó una sonrisa cínica—. Pues deberías hacerlo. Seguro que Holly tiene una
idea muy distinta. Todas las mujeres quieren casarse, Rafe. Están genéticamente
programadas para ello.
—Eso es una generalización exagerada. Eva…
—Eva está concentrada en su carrera, por eso ha pospuesto esa necesidad.
Temporalmente —Flint pronunció la palabra pausadamente, para darle énfasis—.
Holly Casale hizo sin duda lo mismo mientras estudiaba medicina. Pero ya ha
terminado sus estudios. Seguro que considera a los chicos un medio para atraparte y
llevarte al altar.
—Eres un empresario de primera, Flint. Pero tus teorías sobre el
comportamiento humano son, como mínimo, estúpidas.
—Esperémoslo —Flint se encogió de hombros—. Bueno, ¿qué piensas hacer con
los chicos cuando vayáis a la boda?
—Llevarlos con nosotros.
—¿A Michigan? ¡Me tomas el pelo!
—¿Tengo cara de estar bromeando, Flint?
—No. Te veo muy serio. Aunque tal vez llevándolos consigas algo bueno.
Cuando la familia de Holly conozca a Camryn y Kaylin, te descartará como futuro
marido de su muchachita.
Flint aún seguía riéndose cuando Rafe se marchó del despacho. Él ni siquiera
sonrió.
Al pensar en lo que se le avecinaba, su semblante se tornó aún más serio. No le
entusiasmaba la idea de acudir a la boda, pero Holly se lo había pedido en la cama,
cuando ambos estaban satisfechos y exhaustos tras una intensa sesión de amor.
¿Cómo podía negarse en un momento así?
Por otra parte, el ambiente en la casa era inmejorable desde la llegada de Holly.
Los chicos parecían haber cambiado desde el año anterior, que Rafe recordaba como
una auténtica pesadilla. Pensó en ello mientras observaba cómo Holly tomaba un
vaso de té helado.
—Flint opina que tu familia no tardará en organizar nuestra boda, dado su
empeño en que te cases —la miró atentamente—. Le aseguré que tienes tan poco
interés como yo en casarte.
Sus palabras golpearon los oídos de Holly con la fuerza de un martillo pilón.
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Capítulo 10
Siguió una semana muy tensa.
De no haber tenido una relación tan estrecha con los chicos de al lado, Holly
habría evitado por completo a Rafe Paradise. Suponía que él sentía lo mismo, pues ni
le dirigía la palabra a no ser que se tratara de algo concerniente a los niños. Y, desde
luego, no había intentado verse a solas con ella.
Se trataban civilizadamente delante de los chicos. Pero nada más. Holly
consideraba preferible haber descubierto a tiempo los verdaderos sentimientos de
Rafe que vivir en un sueño engañoso. No le importaba seguir tratando a sus
hermanos, pues les había tomado verdadero cariño.
Rafe, por su parte, encontraba dolorosa la conducta de Holly. Se mostraba
eficiente y comprensiva con los chicos, pero totalmente fría con él. Sin embargo, no se
atrevía a quejarse ni a mencionar que se sentía dolido. La acusación que ella le había
lanzado aún le molestaba, y trató de convencerse de que no la necesitaba, de que era
un adulto maduro e independiente que no precisaba la compañía de nadie.
No obstante, en los momentos en que yacía en la cama despierto, dando vueltas
sin poder dormir, trataba de reflexionar sobre qué había hecho mal. Una noche, a las
tres de la madrugada, una ráfaga repentina de lucidez hizo que se incorporara con
un respingo y renunciara al afán de conciliar el sueño.
Se puso unos pantalones grises y salió del dormitorio. Los chicos dormían en
sus habitaciones y la casa estaba sumida en un completo silencio.
Rafe abrió la puerta principal y se asomó al exterior. Solo se veía luz en una de
las casas. En la de Holly.
Dejándose llevar por un impulso, atravesó el jardín y llamó a su puerta. Ella
abrió al cabo de unos minutos.
Llevaba una bata rosa ceñida con un cinturón.
—¿Sucede algo? —parecía realmente preocupada—. ¿Están los niños…?
—Se encuentran bien —Rafe la miró fijamente, hasta que Holly empezó a
sentirse incómoda ante la intensidad de su mirada—. ¿No puedes dormir?
—Estaba leyendo —respondió ella a la defensiva.
—¿De veras? —Rafe no pudo esperar a que lo invitara a pasar. Entró,
obligándola a cerrarle el paso o a apartarse. Holly optó por lo segundo. Se hizo a un
lado para evitar que la rozara—. Debe de ser una lectura muy apasionante para que
estés despierta a estas horas, Holly.
Holly retrocedió hasta el sofá, agarró un libro y se lo apretó contra el pecho.
Rafe se acercó a ella.
—¿Qué estás leyendo?
—Una sátira. Es hilarante. Me he reído a carcajadas.
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—¿Cómo se titula?
—Las reglas —contestó Holly muy seria.
Él se encogió de hombros.
—No lo conozco. ¿Me lo dejarás cuando lo termines?
—Claro —Holly esbozó una sonrisa tirante—. ¿A qué has venido, Rafe?
—Me he acordado de algo que dijiste acerca de tu paciente suicida.
—¿A las tres de la mañana?
—Ese paciente no existe, Holly. Inventaste la historia por si decidías no ir a la
boda —declaró Rafe en tono triunfante.
La reacción de Holly no fue la que él esperaba.
—¿Y qué?
—¿Y qué? —repitió él—. De eso fue de lo que hablamos la noche en que
tuvimos la pelea. Y nada ha sido lo mismo desde entonces. Lo sabes muy bien —
enarcó las cejas, como desafiándola a contradecirlo.
Holly agarró el libro con fuerza, notando que la rabia que había sentido durante
toda aquella semana se debilitaba. Rafe no tenía ni idea de por qué las cosas se
habían enfriado entre los dos.
Exhaló un suspiro.
—Rafe, es muy tarde y los dos tenemos que madrugar —echó un vistazo al reloj
de la mesa—. De hecho, tenemos que levantarnos dentro de tres horas.
—Me importa un bledo dormir —cuatro pasos enormes lo colocaron justamente
delante de ella—. No estoy cansado —la estrechó entre sus brazos y la atrajo hacia sí,
besándole el pelo, el cuello, la cara—. No sabes cuánto te he echado de menos, Holly.
Te deseo. Te nece… —se interrumpió. No, no pensaba llegar hasta ese punto—.
Siento lo que haya podido hacerte, Holly. Lo siento de veras, nena.
Ella se retiró ligeramente y lo miró a los ojos.
—¿Qué es lo que sientes exactamente, Rafe?
Él tragó saliva.
—Hice algo que te disgustó.
—¿Y estás tan desesperado por tener relaciones sexuales que aceptas tu
culpabilidad aunque no sepas qué hiciste?
—Estoy desesperado por ti, cariño. Y no me refiero únicamente al sexo. Di que
me perdonas, Holly.
—A mí tampoco me gusta cómo han acabado las cosas entre nosotros, Rafe —
reconoció Holly—. Pero no estoy de humor para reconciliaciones a estas horas.
Mañana tengo mucho trabajo, y…
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Él la besó, ahogando con sus labios el resto de la frase. Ya había oído suficiente.
Holly ya no estaba enfadada. Hablarían del asunto más tarde. Ahora solo quería
saborearla, sentirla, poner fin a la intolerable distancia que los separaba.
Holly ni siquiera intentó protestar. Le producía una sensación maravillosa estar
de nuevo entre sus brazos. Abrió la boca para recibir a Rafe en el mismo momento en
que él empezó a besarla. Al fin y al cabo, se dijo, no había motivos para que no
pudieran tener una relación basada únicamente en la satisfacción mutua y el placer
físico.
Al leer Las reglas, había comprendido algo fundamental. Que, en realidad, no
estaba obsesionada con el tema del matrimonio.
¿Qué tenía de malo que Rafe Paradise no deseara casarse con ella? De todos
modos, tampoco estaba interesada en tener un marido y un anillo de casada, se dijo.
Momentos más tarde, se encontraban en el dormitorio, tumbados en la cama,
besándose y tocándose como habían deseado hacerlo durante todos y cada uno de
los días de aquella solitaria semana. Sus prendas pronto acabaron diseminadas por el
suelo, y ambos suspiraron cuando sus cuerpos se rozaron sin el obstáculo molesto de
la ropa.
Cuando Rafe se dispuso a acariciarla y a tomarse su tiempo, Holly lo apremió
ansiosamente.
—Te deseo ahora —musitó clavándole las uñas en las nalgas con frenesí—.
Quiero que me lo hagas con fuerza. Y deprisa.
No deseaba ternura. No quería que hubiera cariño de por medio. Ansiaba
únicamente sexo. Pasión física. ¿Acaso necesitaban algo más?
Rafe la satisfizo en todos los aspectos.
Pero después, mientras yacían tumbados juntos, con los cuerpos húmedos y
satisfechos, él le acarició el cabello y la miró con una expresión de… ¿dolor?
—Esta noche pareces distinta —murmuró.
Holly cerró los ojos.
—Rafe, estoy cansada de hablar. Necesito dormir.
—¿Ves? A eso me refiero. Jamás te cansabas de hablar.
—Pues ahora sí —repuso ella sin abrir los ojos.
—Yo… —Rafe hizo una pausa, sin saber qué hacer ni qué decir—. ¿Te… te ha
gustado?
—Tu actuación ha sido sobresaliente, Rafe —contestó ella entre el sopor del
sueño.
—Ha sido algo más que una actuación, Holly —confesó él.
Holly abrió los ojos de golpe.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Rafe? No estoy enfadada. Nos hemos ido a la
cama juntos. Y la experiencia sexual ha sido estupenda. ¿Qué más quieres?
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—No me has dicho que me amas —dijo él extrañado. Holly siempre solía
decirle que lo amaba, salvo esta vez. Comprendió lo mucho que echaba de menos
esas palabras dichas entre susurros. Ella arrugó la frente.
—Rafe, hay algunas…
—¿Otra vez vas a acusarme de ser demasiado ansioso? —se apresuró a
preguntar él. No deseaba escuchar lo que Holly se disponía a decir. Sabía,
instintivamente, que no le gustaría—. Aunque tú me lo has dicho muchas, yo nunca
te he dicho que te quiero, Holly.
Jamás le había dicho eso antes a ninguna mujer. La miró atentamente, sin saber
qué reacción esperar.
Curiosamente, Holly no saltó de la cama ni empezó a hacer planes para ir a
comprar los anillos de boda.
Se limitó a bostezar.
—Me parece muy bien. Buenas noches, Rafe —cerró de nuevo los ojos y se dio
media vuelta.
—¿Qué te parece bien? —Rafe estaba atónito. Y furioso. Pero Holly parecía
haberse sumido en un sueño profundo. Aunque se sintió tentado, no se atrevió a
despertarla.
Finalmente, el sueño lo rindió a él también. Se puso de lado y atrajo a Holly
hacia sí. Y se quedó dormido.
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∗∗∗
—Tu familia me odia —Rafe miró el martini que se estaba tomando en el oscuro
bar del vestíbulo del hotel. No solía beber alcohol, pero tras el recibimiento, no
precisamente cálido, que le había dispensado la familia de Holly, le apetecía tomar
algo fuerte.
—No es nada personal —Holly deslizó la mano por debajo de la mesa para
acariciarle la pierna. Se sentía aviesamente satisfecha del rechazo que todo el clan
había manifestado hacia Rafe—. Pero se han portado de forma horrible. Lo siento de
veras, Rafe.
—No hace falta que te disculpes por ellos —le apretó la mano—. Al fin y al
cabo, yo nunca me disculpé por el modo en que te trataron Flint y Eva. Aunque quizá
debí hacerlo.
—No somos responsables de la conducta de nuestros familiares, Rafe. Y me
alegra que hayas venido conmigo.
—Yo también, nena.
—Aunque tengamos que pasarnos el fin de semana enfrentándonos al mundo
—bromeó ella y lo miró con una ternura que dejó a Rafe sin aliento.
—Mientras no nos enfrentemos entre nosotros, me da igual el resto del mundo,
Holly.
—Lo mismo digo —respondió ella, conmovida por aquella declaración. El
martini se le había subido ligeramente a la cabeza, volviéndola atrevida. Se inclinó
hacia Rafe y lo besó en los labios, a pesar de que estaban a la vista de todo el mundo.
Él reaccionó enseguida, colocándole las manos en las mejillas v respondiendo
cálidamente al beso.
—¡Holly!
Ambos miraron sorprendidos hacia dos chicas castañas que se habían parado
junto a la mesa.
—Creía que dijiste que solo erais amigos, Holly.
—Nos conocimos en la recepción de anoche —dijo a Rafe una de ellas—. Soy
Hillary, la prima de Holly, y ésta es Hayley, mi hermana.
—Sí, recuerdo haber conocido a una brigada de mujeres cuyos nombres
empezaban por H —a Rafe le chocó aquella extraña costumbre, y decidió que cuando
Holly y él tuvieran hijos, ninguno de ellos tendría un nombre que empezara por H.
—Me parece a mí que sois algo más que amigos —comentó una de las primas.
—Sí, somos más que amigos —anunció Rafe.
Holly alzó la cabeza rápidamente.
—Sí —convino—. Somos…
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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas
—Somos novios y vamos a casarnos —la interrumpió Rafe antes de que Holly
dijera la palabra «amantes»—. Estoy cansado de fingir otra cosa, Holly —añadió
mirándola a los ojos.
—Oh, Dios mío —exclamó Hillary.
—Felicidades —dijo Hayley.
—Te darás cuenta de que van a buscar un teléfono —dijo Holly mientras sus
primas se alejaban presurosas—. Dentro de diez minutos, toda la familia pensará que
tú y yo vamos a casarnos.
—Bueno —Rafe se levantó, tomó a Holly de la mano y la ayudó a ponerse en
pie—. Los chicos se han apoderado de la suite, así que tendré que pedir otra
habitación donde podamos disfrutar de intimidad esta noche —Holly se tambaleó un
poco, y Rafe la rodeó firmemente con el brazo mientras salían del bar—. ¿Mareada?
—Un poquito —respondió ella parpadeando. Vio a Hillary y Hayley en uno de
los teléfonos del vestíbulo—. Necesito un café. Más vale que me despeje para poder
desmentir el rumor que acabas de desatar.
—No es ningún rumor. Voy a casarme contigo.
—Rafe, ¿cuántas copas te has tomado esta noche?
—Solo me he tomado un martini, Holly. No estoy borracho —se detuvo y le
colocó las manos sobre los hombros—. De hecho, nunca en mi vida había visto las
cosas tan claras como ahora. Cásate conmigo, Holly.
—La semana pasada le dijiste a tu hermano que no estabas interesado en casarte
conmigo —dijo Holly.
—La semana pasada… —Rafe se interrumpió y la miró durante un instante
eterno—. La semana pasada me comporté como un idiota, Holly —añadió
estrechándola entre sus brazos.
—No te lo discutiré —dijo ella suavemente.
—Bien. Porque no me apetece discutir. Solo quiero meterme en una habitación
contigo y hacerte el amor.
Y eso hicieron, con una pasión y una ternura sin límites.
Holly aceptó la proposición de matrimonio, con los ojos inundados de lágrimas
de felicidad. Se acurrucó entre los brazos de Rafe, sintiéndose satisfecha y amada.
—Te quiero tanto, Rafe. No creí que se pudiera amar a alguien como yo te amo
a ti. La pasada semana…
—Olvidémonos de eso, cariño. Ya sufrí bastante —Rafe respiró hondo—. Holly,
mañana tu familia intentará disuadirte de que te cases conmigo. Te dirán que no soy
el hombre idóneo para ti, y tal vez tengan razón.
—No, Rafe. Eres el hombre al que he esperado durante toda mi vida.
Él exhaló un suspiro hondo, embargado por un sentimiento de felicidad
absoluta.
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Barbara Boswell – Solo vecinos – 6º Pasiones desencadenadas
—He oído que hay un estupendo centro comercial a pocos kilómetros de aquí
—dijo Camryn—. ¿Me dejarás el coche para que lleve a Kaylin?
Rafe, vestido para la ceremonia que había de comenzar una hora más tarde,
frunció el ceño con impaciencia.
—Es muy tarde, Camryn. Será mejor que empieces a arreglarte.
—Si no hay prisa.
El teléfono sonó, y Rafe se apresuró a contestar.
—Rafe, Heidi ha desaparecido —explicó Holly con voz trémula—. Ya te puedes
imaginar cómo está mi familia. No sé qué hacer para…
—¿Heidi ha desaparecido? —repitió él.
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Fin
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