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Revista MACRO Marzo 15 de 1997 AÑO 4 NUM 44

El grito de alarma del "gurú" de Wall Street


George Soros dice: ¡El enemigo es el capitalismo salvaje (neoliberalismo)!

George Soros
Figura entre nuestros cincuenta "amos del mundo", Es el arquetipo del especulador internacional, el
financiero que echó a pique a la libra esterlina en 1992 y que, jugando en la Bolsa, acumuló una
fortuna de 12 mil millones de dólares. Hoy sin embargo, en un texto del que publicamos amplios
extractos, considera que los altibajos del capitalismo salvaje son tan peligrosos para las sociedades
democráticas como en su tiempo lo fueron las ideologías fascistas y comunistas. Toque de alarma
de un hombre que sabe de qué habla. (Servicios especiales para Macroeconomía).

Hegel identificó un modelo histórico inquietante: el de la erosión y la caída de las civilizaciones a causa
de una degeneración de sus principios originales. Yo hice fortuna en los mercados financieros mundiales
y, sin embargo, ahora temo que la intensificación desenfrenada del capitalismo liberal y la extensión de
los valores comerciales a todos los terrenos de la vida pongan en peligro el futuro de nuestra sociedad
abierta y democrática . El principal enemigo de esta sociedad ya no es la amenaza del comunismo, sino
claramente la del capitalismo. En su obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945), el filósofo austriaco
Karl Popper demostró que las ideologías totalitarias como el comunismo y el nazismo tienen un elemento
en común: se erigen en detentoras de la verdad suprema. Y como la verdad suprema está fuera del
alcance de la humanidad esas ideologías necesariamente tienen que recurrir a la opresión para imponer su
visión de la sociedad. Frente a ellas, Popper definió otra visión de la sociedad, una visión según la cual
nadie posee el monopolio de la verdad. Seres diferentes tienen puntos de vista e intereses distintos y
para vivir juntos y en paz necesitan las instituciones. Dichas instituciones protegen los derechos de los
ciudadanos y aseguran la libertad de elección y de expresión. A esta nueva forma de organización social,
Popper la llamó "la sociedad abierta". Las sociedades abiertas occidentales no han puesto ningún empeño
en promover sociedades abiertas en los países del antiguo imperio soviético. Al contrario, la idea
dominante ha sido que ellos mismos se ocupen de sus asuntos. El fin de la guerra fría provocó una
reacción muy diferente a la que siguió a la Segunda Guerra Mundial. No se trataba tan sólo de evocar la
idea de un nuevo plan Marshall. Cuando expuse una idea semejante en una conferencia en Potsdam
(Todavía Alemania del Este), en la primavera de 1989, se rieron de mí, en mis propias narices.
La caída del comunismo pudo permitir que se estableciera una sociedad abierta universal, pero las
democracias occidentales no aprovecharon esa oportunidad. En cuanto a los ciudadanos de los ex-países
comunistas, sin duda aspiraban a una sociedad abierta cuando sufrían opresión, pero ahora que el sistema
soviético se vino abajo, ante todo están preocupados por problemas de sobreviviencia. La quiebra del
comunismo engendró una desilusión general en cuanto a los conceptos universales y la sociedad abierta es
uno de ellos.
Si existe alguna creencia dominante actualmente en nuestra sociedad se trata sobre todo de la fe en la
magia del mercado. La doctrina del capitalismo liberal afirma que nada sirve mejor al bien común que la
persecución desenfrenada del interés personal. Sin embargo, si nuestra visión no se modera a través del
reconocimiento de un interés común que prevalezca sobre los intereses individuales, nuestro sistema
actual que aunque imperfecto puede definirse como una sociedad abierta corre el riesgo de desplomarse.
Popper señaló que el fascismo y el comunismo tienen mucho en común, porque ambos descansan sobre el
poder que tiene el Estado para reprimir la libertad individual. Quiero ampliar su análisis: afirmo que, por
el contrario, una sociedad abierta puede verse amenazada por el exceso del individualismo, por un exceso
de competencia y una falta de cooperación. No pongo el laissezfaire capitalista en la misma categoría que
el nazismo o el comunismo. Las ideas totalitarias buscan deliberadamente destruir a la sociedad abierta;
las políticas del laissezfaire la ponen en peligro, pero sin querer. Friedrich Hayek, uno de los apóstoles
del Laissezfaire, también era un defensor apasionado de la sociedad abierta. Sin embargo, en la medida
en que el comunismo así como el socialismo se han visto completamente desacreditados, considero más
real la amenaza del laissezfaire en nuestros días, que la de las ideologías totalitarias.
Para no caer en abstracciones, me apoyaré en la descripción de casos específicos, demostrando que el
laissez-faire y las ideas del darwinismo social que en él subyacen siempre pueden constituir una amenaza
para la sociedad abierta. Me limitaré a tres temas: la estabilidad económica, la justicia social y las
relaciones internacionales.
Estabilidad económica

La teoría económica creó un mundo artificial en donde las preferencias de los participantes y las ofertas
que se les presentan son independientes unas de otras, y en el que los precios tienden hacia un equilibrio
que se establece entre ambas fuerzas. Pero en los mercados financieros, los precios no se limitan a
reflejar pasivamente la oferta y la demanda ofrecidas de manera independiente, también desempeñan un
papel activo modelando esas preferencias y ofertas. Esta interacción vuelve a los mercados financieros
intrínsecamente inestables. No obstante, la ideología del laissezfaire niega esta inestabilidad y se opone
a cualquier forma de intervención gubernamental que tienda a combatirla.
Ahora bien, la historia ha demostrado que muchas veces los mercados financieros se derrumban
trayendo consigo depresión económica y disturbios sociales. Estos desmoronamientos han hecho
evolucionar los sistemas bancarios centrales y otras formas de regulación. Frente a esto, los ideólogos
del laissez-faire pretenden que las crisis son provocadas por malas regulaciones y no por la inestabilidad
de los mercados. El argumento no es del todo falso porque, como nuestra comprensión es inevitablemente
imperfecta, las regulaciones sólo pueden ser imperfectas. No obstante este argumento no tiene sentido
en la medida en que sencillamente se omita evocar las razones para las cuales las regulaciones aparecen
como necesarias.
La inestabilidad se extiende mucho más allá de los mercados financieros; afecta los valores que sirven a
la gente de guía en su comportamiento. La teoría económica considera los valores como elementos. En la
época en que se origina, los tiempos de Adam Smith, de David Ricardo y de Alfred Marshall, era una
hipótesis razonable, porque aún se tenía creencias morales sólidamente establecidas. Adam Smith, por
ejemplo, ligó su teoría económica a una filosofía moral. Esos principios, profundamente arraigados en la
tradición, la religión y la cultura, no forzosamente tenían la racionalidad de elecciones conscientes
operadas frente a posibilidades alternativas. De hecho, con frecuencia no han logrado mantenerse
cuando las alternativas se han vuelto posibles, y el mercado, al permitirlas, ha contribuido a minar los
valores tradicionales.
Como el mecanismo del mercado ha extendido su dominio, es cada vez más difícil sostener la ficción
según la cual nuestros comportamientos son guiados por un conjunto dado de valores ajenos al mercado.
Publicidad, mercadeo e incluso el tipo de presentación tienen como misión modelar las preferencias y no,
como lo pretende la teoría del lassez-faire, simplemente dar una respuesta a la demanda. Al no saber ya
muy bien a que atenerse, se cuenta cada vez más con el dinero y el éxito como criterios de valor. Lo más
caro que se considera lo mejor. Lo que antes eran profesiones ya no son más que negocios. Aquellos que
defienden los principios políticos que les impiden ser electos son eliminados como aficionados
incompetentes. Lo que era un medio de intercambio ha usurpado el lugar de los valores fundamentales
invirtiendo las relaciones postuladas por la teoría económica. El culto del éxito ha reemplazado la
creencia en los principios. La sociedad ha perdido su anclaje.

La Justicia Social

Al considerar las condiciones de la oferta y la demanda convirtiendo la intervención el Estado en un mal


último, la ideología del laissez-faire ha condenado eficazmente la redistribución de los ingresos o de la
riqueza. Quiero admitir que los intentos de redistribución se contraponen con la eficacia de los
mecanismos del mercado, pero, ¿acaso por ello hay que abstenerse de cualquier tentativa en la materia?
El argumento en favor del laissez-faire y contra la distribución de los ingresos reposa sobre la doctrina
de la sobrevivencia del más apto. Pero, pierde su vigor desde el momento en que la riqueza se transmite
por herencia, tanto más cuanto que la segunda generación es raramente tan apta como la primera. De
todos modos, no es lógico hacer de la sobrevivencia del más apto el principio sobre el cual se funde la
conducta de una sociedad civilizada.

Las Relaciones Internacionales

Las insuficiencias del pseudodarwinismo se manifiestan en otra ciencia falaz, la geopolítica. Los Estados
no tienen principios, sólo intereses, afirman los geopolíticos, intereses determinados por la situación
geográfica y otras nociones fundamentales. Esta aproximación determinista se arraiga en una visión que
remonta al siglo XIX y sufre de dos defectos evidentes. El primero es aceptar el Estado como unidad de
análisis indivisible y, en consecuencia, no aportar respuesta a lo que pase en caso de desintegración del
Estado, como en la Unión Soviética y Yugoslavia. El segundo, es no reconocer un interés común más allá
del interés nacional.
Mientras la Unión Soviética representaba una amenaza obvia para las sociedades abiertas de Occidente,
los defectos de la geopolítica no tenían importancia. Con la muerte del comunismo, una sociedad abierta
mundial por imperfecta que sea tomó cuerpo. Pero se trata de una realidad extremadamente frágil,
puesto que ningún nuevo orden mundial llegó a remplazar al antiguo y entramos en un periodo de
desorden.
El "realismo geopolítico" no nos prepara para hacer frente a este desafío. No reconoce la necesidad de
un orden mundial. Se supone que un orden emerge de la simple persecución de su propio interés por parte
de los diferentes Estados. Aunque, guiados por el principio de sobreviviencia del más apto, los Estados se
preocupan cada vez más por su competitividad y no quieren hacer sacrificios por el bien común.
No hay ninguna necesidad de hacer previsiones terribles sobre el posible derrumbe del sistema de
comercio mundial para demostrar que la geopolítica es incompatible con el concepto de sociedad abierta.
Para ello basta con pensar en las consecuencias de la incapacidad del mundo libre de tender la mano a
Rusia y de ofrecerle una ayuda tras el hundimiento del comunismo. El sistema del capitalismo ladrón, que
metió mano en ese país, es tan inicuo que el pueblo bien puede volcarse hacia un líder carismático que
prometa la renovación nacional a costa de las libertades cívicas. y no sería una amenaza exagerada la que
pesaría sobre el mundo si los acontecimientos sufrieran un giro de este tipo.
La lección que debemos sacar de lo que pasa en Rusia es que la caída de un régimen represivo no
desemboca automáticamente en la instauración de una sociedad abierta y segura. una sociedad abierta
no es simplemente la ausencia de intervención gubernamental y de opresión. Es una estructura compleja,
sofisticada y que sólo puede establecerse y mantenerse mediante un esfuerzo deliberado. Dado que la
sociedad abierta es más sofisticada que el sistema que reemplaza y exige instituciones complejas para su
sobrevivencia, para una transición rápida, es preciso contar con una asistencia externa. Sin embargo, la
combinación de las ideas del liberalismo, el darwinismo social y el realismo geopolítico que prevalece en
Estados Unidos y el Reino Unido ha bloqueado cualquier esperanza de tal asistencia. Al grado en que se
encuentran las cosas, no se necesita mucha imaginación para comprender que la sociedad abierta mundial
que predomina en nuestros días seguramente constituirá sólo un fenómeno temporal.

Aprendamos a ser falibles

Las sociedades sacan su cohesión de los valores que comparten. Dichos valores están arraigados en la
cultura, la religión, la historia, la tradición. En cambio, la sociedad abierta, sobre todo si es mundial, no
es una comunidad en el sentido tradicional sino una idea abstracta, un concepto universal. Existen
muchos intereses comunes a nivel mundial, como la preservación del medio ambiente y la prevención de la
guerra. Sin embargo, estos intereses son relativamente débiles frente a los intereses particulares.
Tienen poco peso en un mundo compuesto por estados soberanos.
Hay otra razón por la cual la sociedad abierta sigue siendo una idea abstracta. Es que ella es un marco
dentro del cual es posible reconciliar diferentes visiones políticas y sociales. Como la democracia, es un
medio de vivir juntos, no un proyecto para resolver problemas específicos. Sólo tiene sentido cuando se
le agregan otras ideas sobre las cuestiones sociales y políticas. No basta con ser demócrata, hay que ser
demócrata liberal, social-demócrata, demócratacristiano o cualquier otra forma de demócrata.
No obstante, esto no quiere decir que el concepto de sociedad abierta sea un concepto vacío. En efecto,
creo que es tiempo de redefinirlo para hacer de él algo más que una simple oposición a una ortodoxia
impuesta oficialmente, en nombre de la libertad. En lugar de una dicotomía entre sociedad abierta y
sociedad cerrada, veo a la sociedad abierta ocupando el centro del terreno, ahí donde se salvaguarden
los derechos del individuo, ciertamente, pero también donde se comparten valores que garanticen la
unidad de la sociedad. Este centro del terreno está amenazado por todos lados. En un extremo, las
doctrinas totalitarias que conducirían a un dominio del Estado, en el otro, el capitalismo liberal que
provocaría una gran inestabilidad y quizás el hundimiento final.
El concepto esencial para comprender en qué consisten las sociedades abiertas es el de nuestra propia
falibilidad, que se extiende no sólo a nuestras instituciones. Los defensores de la sociedad abierta
siguen creyendo en la posibilidad de una mejoría, precisamente porque reconocen el hecho fundamental
de la falibilidad humana. Y como la mejoría para por ensayos y errores, la sociedad abierta pone énfasis
en la libertad de expresión y se inclina a proteger la polémica, aun en relación con temas tales como los
verdaderos criterios de verdad y justicia.
¿De qué manera el hecho de reconocer nuestro carácter de falibles puede servir de base para un orden
mundial? La respuesta tiene que ver con una profunda transformación del papel que le demos a nuestras
creencias. Si reconocemos que no son la expresión de la verdad fundamental sino de nuestras elecciones,
tendremos más oportunidades de tolerar las de los demás y de revisar las nuestras a la luz de las
experiencias propias.
Existe un antecedente histórico del profundo cambio histórico que debemos operar. El advenimiento de
las luces del siglo XVIII, fue una celebración del poder de la razón y fuente de inspiración para la
"Declaración de independencia americana" y la de los "Derechos del hombre y del ciudadano". La fe en la
razón condujo a los excesos de la Revolución Francesa pero marcó el principio de una nueva manera de
vivir. Hace ya doscientos años que vivimos en esta Edad de la Razón y debemos ser lo suficientemente
razonables para reconocer que la razón tiene sus límites. Ha llegado la hora de elaborar un marco
conceptual fundado en nuestra falibilidad. Ahí donde la razón ha fracasado, la falibilidad puede triunfar.

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