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ROMANCERO ESPAÑOL.

Anónimo

ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE

Un sueño soñaba anoche   soñito del alma mía,


soñaba con mis amores,   que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,   muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?   ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,   ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante:   la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,   déjame vivir un día!
—Un día no puede ser,   una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba,   más deprisa se vestía;


ya se va para la calle,   en donde su amor vivía.

—¡Ábreme la puerta, blanca,   ábreme la puerta, niña!


—¿Cómo te podré yo abrir   si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,   mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,   ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,   junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana   donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda   para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,   mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe;   la muerte que allí venía:


—Vamos, el enamorado,   que la hora ya está cumplida.

JORQUE MANRIQUE. Coplas

Recuerde el alma dormida...

Avive el seso y despierte

Contemplando

Como se pasa la vida

Como se viene la muerte

Tan callando;

Cuán presto se va el placer,

Como después de acordado

Da dolor

Como, a nuestro parescer,

Cualquiera tiempo pasado

Fue mejor

III

Nuestras vidas son los ríos, etc

XXXIV
Diciendo: “Buen caballero,

Dejad el mundo engañoso

Y su alago,

Vuestro corazón de acero

Muestre su esfuerzo famoso

En este trago;

Y pues de vida y salud

Hicisteis tan poca cuenta

Por la fama,

Esforzad vuestra virtud

Para sufrir esta afrenta

Que os llama

XXXV

No se os haga tan amarga

La batalla temerosa

Que esperáis.

Pues otra vida más larga

De fama tan gloriosa

Acá dejáis.

Aunque esta vida de honor

Tampoco es eternal

Ni verdadera,

Mas con todo es mejor

Que la otra temporal

Perecedera.

FRAY LUIS DE LEÓN. Noche serena

Cuando contemplo el cielo

De innumerables luces adornado,

Y miro hacia el suelo,

De noche rodeado,

En sueño y en olvido sepultado,

El amor y la pena

Despiertan en mi pecho un ansia ardiente;


Despiden larga vena

Los ojos hechos fuente;

La lengua dice al fin con voz doliente:

“Morada de grandeza,

Templo de claridad y de hermosjura:

Mi alma que a tu alteza

Nació, qué desventura

La tiene en esta cárcel baja, oscura (…)

SANTA TERESA DE JESÚS.

Vivo sin vivir en mí,                   1


y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;          5
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.         10

Esta divina prisión


del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión                 15
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!


¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros               20
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga              25


do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,             30
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza


vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.             35
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Verde embeleso de la vida humana,


loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;

alma del mundo, senectud lozana,


decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado,
y de los desdichados el mañana:

sigan tu sombra en busca de tu día


los que, con verdes vidrios por anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;

que yo, más cuerda en la fortuna mía,


tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.

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En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?


¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;


y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que, vencida,


es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,


consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

QUEVEDO. Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera


Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera


Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,


Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;


Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA. Cuartetos escritos en un cementerio

(…)Los que aquí duermen en profundo sueño

Insomnes cual nosotros se agitaron…

Ya de la muerte en el letal beleño

Sus abrasadas sienes refrescaron.

Amemos, pues, nuestra mansión futura,

Única que tenemos duradera…

¡Qué ilusión de la vida es la ventura,

Mas la paz de la muerte es verdadera!

ANTONIO MACHADO. Proverbios y cantares

Morir ¿caer como gota de mar en el mar inmenso?


¿O ser lo que nunca he sido:
Uno, sin sombra y sin sueño,
Un solitario que avanza
Sin camino y sin espejo?

BLAS DE OTERO.

Angel fieramente humano

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, 


al borde del abismo, estoy clamando 
a Dios. Y su silencio, retumbando, 
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte 


despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo 
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando 
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas. 


Abro los ojos: me los sajas vivos. 
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas. 
Ser —y no ser— eternos, fugitivos. 
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

A LA INMENSA MAYORÍA

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre


aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

Así es, así fue. Salió una noche


echando espuma por los ojos, ebrio
de amor, huyendo sin saber adónde:
a donde el aire no apestase a muerto.

Tiendas de paz, brizados pabellones,


eran sus brazos, como llama al viento;
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.

¡Aquí! ¡Llegad! ¡Ay! Ángeles atroces


en vuelo horizontal cruzan el cielo;
horribles peces de metal recorren
las espaldas del mar, de puerto a puerto.

Yo doy todos mis versos por un hombre


en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso,
mi última voluntad.  Bilbao, a once
de abril, cincuenta y uno.

VICENTE ALEIXANDRE´

¡Ah! Eres tú, eres tú, eterno nombre sin fecha,


bravía lucha del mar con la sed,
cantil todo de agua que amenazas hundirte
sobre mi forma lisa, lámina sin recuerdo.

Eres tú, sombra del mar poderoso,


genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire,
abatimiento o pesadumbre que amenazas mi vida
como un amor que con la muerte acaba.

Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso,


gota inmensa que contiene la tierra,
fuego destructor de mi vida sin numen
aquí en la playa donde la luz se arrastra.

Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido,


una mirada buida de un inviolable ojo,
un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío,
un relámpago que buscase mi pecho o su destino...

¡Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar,


frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos,
a ti cuyos celestes peces entre nubes
son como pájaros olvidados del hondo!

Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas,


vengan los brazos verdes desplomándose,
venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa
sumido bajo los labios negros que se derrumban.

Luzca el morado sol sobre la muerte uniforme.


Venga la muerte total en la playa que sostengo,
en esta terrena playa que en mi pecho gravita,
por la que unos pies ligeros parece que se escapan.

Quiero el color rosa o la vida,


quiero el rojo o su amarillo frenético,
quiero ese túnel donde el color se disuelve
en el negro falaz con que la muerte ríe en la boca.

Quiero besar el marfil de la mudez penúltima,


cuando el mar se retira apresurándose,
cuando sobre la arena quedan sólo unas conchas,
unas frías escamas de unos peces amándose.

Muerte como el puñado de arena,


como el agua que en el hoyo queda solitaria,
como la gaviota que en medio de la noche
tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.

JAIME GIL DE BIEDMA Poemas póstumos

No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio


uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería


y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo


y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

ANGEL VALENTE. El adiós

Entró y se inclinó hasta besarla porque de ella recibía la fuerza.

(La mujer lo miraba sin respuesta)

Había un espejo humedecido que imitaba la vida vagamente. Se apretó la corbata,


el corazón, sorbió un café desvanecido y turbio,explicó sus proyectos para hoy,sus
sueños para ayer y sus deseos para nunca jamás

(Ella lo contemplaba silenciosa)


Habló de nuevo. Recordó la lucha de tantos días y el amor pasado. La vida es algo
inesperado, dijo. (Más frágiles que nunca las palabras.)

Al fin calló con el silencio de ella,se acercó hasta sus labios y lloró simplemente
sobre aquellos labios ya para siempre si respuesta.

Entró y se inclinó para besarla

NERUDA. Sólo la muerte

HAY cementerios solos,


tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido sin perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,


ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte


como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado, como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,


pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,


lame el suelo buscando difuntos,
la muerte está en la escoba,
es la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.

CERVANTES. La muerte de Don Quijote

Y, volviéndose a Sancho, le dijo:

—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo,


haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros
andantes en el mundo.

—¡Ay! —respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío,


sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer
un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni
otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino
levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos
concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea
desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse
vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante
le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de
caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido
hoy ser vencedor mañana. (…)
—Señores —dijo don Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de
antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la
Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.

Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo


en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió
después deste donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo. Andaba la
casa alborotadaX, pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba
Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria
de la pena que es razón que deje el muerto35.
En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos
y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de
caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún
libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan
sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y
lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

WOODY ALLEN SOBRE LA MUERTE: “ Estoy en contra”.

Otras posibilidades:

Muerte de Antoñito el Camborio (Lorca) (Voces de muerte sonaron /cerca del Guadalquivir…)

Los heraldos negros (César Vallejo) (Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé…)

Elegía a Ramón Sijé (Miguel Hernández) (Compañero del alma tan temprano...)

Sonetos de la muerte (Gabriela Mistral) (Del nicho helado en que los hombres te pusieron…)

ETC. ETC. ETC. ETC.

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