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LA VOZ DE LA VIOLENCIA

EVELIO ROSERO, LOS EJÉRCITOS


LAURA KATERIN DAZA
C.C. 1012463330

La novela de Evelio Rosero, Los ejércitos, retrata de manera muy vívida un paisaje
desgarrador de la violencia ejercida por un grupo armado, o tal vez un conjunto de ellos, en
el pueblo ficticio de “San José”, en Colombia. Su prosa está llena de figuras hermosas e
igual de dolorosas que me parece especialmente valioso recordar para este escrito, figuras
que dan forma, que nos presentan una configuración de la psique de su protagonista,
Ismael, y de cómo esta también es quebrantada por la dureza de la guerra, de cómo su voz
y su humanidad son arrebatas de su ser hasta que no le queda otro destino que la muerte.
Mientras este ejército sin nombre arrasa con San José, espantando y llevándose toda
la vida conocida por el protagonista (como lo es su esposa, quien desaparece), él comienza
a referirse a los sonidos que quedan, a ese canto que escucha en medio de su desesperación
y soledad, como lo es el maullido de los gatos a través de las paredes, como la voz de los
Sobrevivientes. Y esta voz, en contraposición con los gritos cuarteados de terror que se
oyeron en medio de la masacre de los pobladores de San José, al mismo tiempo tan
similares, ambos sonidos de angustia, internos ruidos animales que se mueven en la
indiferencia del exterior y provocan un silencio brutal y despiadado que Ismael se ve
forzado a escuchar.
La imagen, la misma existencia de Ismael poco a poco se ve en peligro cuanto más
se hunde en la soledad, porque un Otro que le de saber a su ser, que le permita la
existencia, le ha sido arrebatado a través de la muerte impuesta por un actor de guerra, por
la guerra misma, no hay allí un alguien que le otorgue un nombre y entonces lo haga vivir,
mantenerse unido a la humanidad. Un pensamiento le cruza a Ismael por la cabeza cuando
ya ha sido arrastrado por completo por el silencio mordaz y forzado del desgarrador grito
de la violencia, por el silencio que ha dejado el grito mortífero de la guerra, cuando ya
nadie puede llamarlo: “¿qué les voy a decir?, ¿mi nombre?, ¿otro nombre?, les diré que
me llamo Jesucristo, les diré que me llamo Simón Bolívar, les diré que me llamo Nadie, les
diré que no tengo nombre y reiré otra vez”.
La escena final de Ismael transcurre cuando ve a su vecina, Geraldina, objeto de su
voyerismo, objeto de su deseo, más objeto con el que nunca interactuó realmente, ajena
ella a esto, simbolismo de la vida durante toda la novela; la ve, la ve siendo víctima del
vejamen de la guerra, convertida en el objeto de deseo de los actores de guerra, muerta,
violada… Y es que su voz, silenciada para siempre, no saldría nunca más de su garganta y
ese grito destazado no sería escuchado.

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