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¿Dónde Estás?

Y, de pronto, allı́ estaba yo, en aquella vivienda que tanto recordaba a la


de mis padres, sentado a la mesa del patio junto a unos amigos catalanes que
residen fuera de Cataluña. ¿O era junto a unos amigos de fuera de Cataluña
residentes en esta nacionalidad histórica? No lo sé, todo era confuso, pues las
múltiples realidades se entremezclaban. Recuerdo alzar la vista e identificar esa
unión entre la terminación de una buhardilla con ventanucos de madera y una
terraza ajena. En ese patio, mis indefinidos anfitriones estaban en compañı́a de
una amiga: una preciosa chica rubia de ojos claros (ella). Yo la miraba a los ojos y
notaba algo verdaderamente extraño. El color de sus iris cambiaba siguiendo un
gradiente suave constante y uniformemente en el tiempo. Pareciera que quisiera
hipnotizarme, y, en cierto modo, lo logró, pues yo percibı́ un agradable cosquilleo
en el estómago.
El tiempo fue pasando en ese ambiente tan familiar. De un modo tácito,
la complicidad entre ella y yo fue creciendo rápidamente. Seguı́amos, como no
podı́a ser de otra forma, en compañı́a de nuestros anfitriones, y, en el momento
oportuno, ella bromeó con la posibilidad de que tuviésemos un hijo juntos.
El torrente de comunicación no explı́cita resultaba desbordante. Qué hermosa
conexión. Yo advertı́ un halo de verdad en sus palabras y, por vez primera, decidı́
lanzarme a besar sus labios que recibieron los mı́os con ternura.
Quizás, y sólo quizás, mucho más tiempo transcurrió entonces. Nuestra rela-
ción fue creciendo sólidamente. Ella era un bello ser que me ayudaba a mejorar
en todos los aspectos a la par que me aceptaba tal y como era. Un determina-
do dı́a, nos encontrábamos juntos en una habitación que parecı́a ser idéntica a
aquel pequeño rinconcito que me ha visto crecer, a aquella mi guarida durante
los primeros veintisiete años de mi vida. Estábamos desnudos de la forma más
pura posible. Cerré la puerta de la habitación y, en el centro de la misma, bajo
la luz de la lámpara de tulipa cónica plástica nos fundimos en un abrazo. La
luz artificial resaltaba las grotescas imperfecciones de su espalda que yo aca-
riciaba con mis manos. Sentı́a que tales imperfecciones no me importaban en
absoluto. En ese mágico instante sólo me inundaban la paz y la felicidad: estaba
profundamente enamorado de ella.
Respiración agitada, desasosiego. . . desperté. ¿Qué significa todo aquello?
¿Cómo debo interpretar todos esos elementos que vienen siendo recurrentes?
Quizás deba volver para culminar una nueva y necesaria sı́ntesis. Quizás deba
volver porque estás allı́, cerca de mis raı́ces, de lo que me hizo ser lo que soy y que
bien añoro. La perenne contradicción, la dialéctica, a fin de cuentas, como motor
también de la vida personal. Signifique lo que signifique, me resulta inevitable
evocar, una vez más, a Adaś Miauczyński, protagonista de Dzień świra. ¿Dónde
estás?

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