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En el verano de 1913, una joven terminó sus estudios en la escuela secundaria en Viena,
capital del imperio austrohúngaro. Esto era algo inusual y un gran logro para aquella
época Para celebrar el acontecimiento, sus padres decidieron ofrecerle un viaje por el
extranjero y, dado que era impensable que una joven respetable de 18 años pudiera
encontrarse sola, expuesta a posibles peligros y tentaciones, buscaron un pariente
adecuado que pudiera acompañarla. Afortunadamente, entre las diferentes familias
emparentadas que durante las generaciones anteriores habían marchado a Occidente
para conseguir prosperidad y educación desde diferentes pequeñas poblaciones de
Polonia y Hungría, había una que había conseguido éxitos brillantes. El tío Alberto había
conseguido hacerse con una cadena de tiendas en el levante mediterráneo:
Constantinopla, Esmima. Alepo y Alejandría. En los albores del siglo xx existía la posibilidad
de hacer múltiples negocios en el imperio otomano y en el Próximo Oriente y desde hacía
mucho tiempo Austria era ante el mundo oriental, el escaparate de los negocios de la
Europa oriental. Egipto era, a un tiempo, un museo viviente adecuado para la formación
cultural y una comunidad sofisticada de la cosmopolita clase media europea, con la que la
comunicación era fácil por medio del francés, que la joven y sus hermanas habían
perfeccionado en un colegio de las proximidades de Bruselas.
Joycc. Esa joven era la futura madre del autor de este libro. Unos años antes, un
muchacho se había dirigido también a Egipto, en este caso desde Londres. Su entorno
familiar era mucho más modesto. Su padre, que había emigrado a Inglaterra desde la
Polonia rusa en el decenio de 1870, era un ebanista que se ganaba difícilmente la vida en
Londres y Manchester, para sustentar a una hija de su primer matrimonio y a ocho niños
del segundo, la mayor parte de los cuales habían nacido en Inglaterra que en ese
momento era una parte no formal del imperio británico. No obstante, todos ellos
mostraban un inusitado interés por la lengua y la cultura inglesas y se asimilaron a
Inglaterra con entusiasmo. Inglaterra había ocupado recientemente Egipto y. en
consecuencia, uno de los hermanos se vio representando a una pequeña parte del imperio
británico, es decir, al servicio de correos y telégrafos egipcio en el delta del Nilo.
Sugirió que Egipto podía resultar conveniente para otro de sus hermanos, cuya
preparación principal para la vida le habría podido servir de forma excelente si no hubiera
tenido que ganarse el sustento. Ese joven era el futuro padre del autor de esta obra, que
conoció así a su futura esposa en el lugar en el que les hizo coincidir la economía y la
política de la era del imperio.
En todos nosotros existe una zona de sombra entre la historia y la memoria; entre
el pasado como registro generalizado y el pasado como una parte recordada o como
trasfondo de la propia vida del individuo. Para cada ser humano, esa zona se extiende
desde el momento en que comienzan los recuerdos o tradiciones familiares vivos. La
longitud de esa zona puede ser variable, así como la oscuridad y vaguedad que la
caracterizan. Para el autor de este libro, que nació a finales de la primera guerra mundial y
cuyos padres tenían 33 y 19 años respectivamente en 1914, la era del imperio queda en
esa zona de sombras. El mundo en el que vivimos es todavía, en gran medida, un mundo
hecho por hombres y mujeres que nacieron en este período por ejemplo una serie de
nombres de políticos que han de ser incluidos entre quienes han dado forma al siglo xx:
Ilyich Ulyanov tenía 44 años; José Vissarionovich Dzhugashvili, 35; Franklin Delano
Roosevelt, 30; J. Maynard Keynes, 32; Adolf Hitler, 25; Konrad Adcnaucr. 38. Winston
Churchill tenía 40; Mahatma Gandhi, 45; Jawaharlal Broz, etc...
Pero la historia de esa zona de sombras a la que antes hacíamos referencia es diferente.
Es, en sí misma, una historia del pasado incoherente, percibido de forma incompleta, a
veces más vaga, otras veces aparentemente precisa, siempre transmitida por una mezcla
de conocimiento y de recuerdo de segunda mano forjado por la tradición pública y
privada. Fue considerado como el final de una época por los contemporáneos y esa
conclusión está vigente todavía. Es perfectamente posible rechazar esa idea e insistir en
las continuidades que se manifiestan en los años de la primera guerra mundial. Después
de todo, la historia no es como una línea de autobuses en la que el vehículo cambia a
todos los pasajeros y al conductor cuando llega a la última parada. Muchos pensaron que
señalaba el final de un mundo hecho por y para la burguesía.
Indica el final del siglo xix largo con que los historiadores han aprendido a operar y que ha
sido el tema de estudio de tres volúmenes, de los cuales este es el último. Por razones
obvias, el tema que se conoce con más profundidad es el de los orígenes de la primera
guerra mundial, al que se han dedicado ya varios millares de libros y que continúa siendo
objeto de numerosos estudios. Es un tema que sigue estando vivo, porque
lamentablemente el de los orígenes de las guerras mundiales no ha dejado de estar
vigente desde 1914. De hecho, en ningún caso es más evidente que en la historia de la
época del imperio el vínculo entre las preocupaciones del pasado y del presente. Cada una
de esas categorías tiende a concentrarse en uno de los dos rasgos más obvios del período.
Por una pane, este período parece extraordinariamente remoto y sin posible retorno
cuando se considera desde el otro lado del cañón infranqueable de agosto de 1914. Al
mismo tiempo, paradójicamente, muchos de los aspectos característicos de las
postrimerías del siglo xx tienen su origen en los últimos treinta años anteriores a la
primera guerra mundial. Tower, de Barbara Tuchman, exitoso «relato del mundo antes de
la guerra. En cuanto a la tecnología, los automóviles de gasolina y los ingenios voladores
que aparecieron por primera vez en la historia en el período que estudiamos, dominan
todavía nuestros paisajes y ciudades. Es posible que los últimos decenios del siglo x x no
encajen ya en el marco establecido antes de 1914, marco que, sin embargo, es válido
todavía a efectos de orientación. Pero no es suficiente presentar la historia del pasado en
estos términos. Después de todo, la relación del pasado y el presente es esencial en las
preocupaciones tanto de quienes escriben como de los que leen la historia.