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BARAN
1
Primera edición en inglés, 1957
Primera edición en español, 1959
Primera reimpresión, 1961
Segunda reimpresión, 1964
Tercera reimpresión, 1967
Cuarta reimpresión, 1969
Quinta reimpresión, 2012
Traducción de
NATHAN WARMAN
Impreso en México
2
A
MI HIJO
NICKY
3
4
PREFACIO
P.A.B.
Los Altos, California. Diciembre de 1956.
9
10
PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL
P.A.B.
Palo Alto, California. Julio de 1959.
14
La ciencia social necesita menos uso de técnicas
elaboradas y un mayor valor para enfrentarse a los
problemas centrales en vez de esquivarlos. Pero exi-
gir esto, es desconocer las razones sociales que han
hecho de esta ciencia lo que es.
15
16
Capítulo I
PANORAMA GENERAL
20
ciertamente, no es ése el lema que caracterice al
desarrollo económico.
El desarrollo económico implica precisamente lo
opuesto a lo que Marshall colocaba en la primera
página de sus Principios. Implica el hecho, crudo
pero crucial, que se ha descuidado muchas veces si
no es que siempre, de que el desarrollo económico,
históricamente, siempre ha significado una trans-
formación de vasto alcance en la estructura
económica, social y política de la sociedad, en la
organización dominante de la producción, de la
distribución y del consumo. El desarrollo económico
siempre ha sido impulsado por clases y grupos in-
teresados en un nuevo orden económico y social,
encontrando siempre oposición y obstáculos por
parte de aquellos que pretenden la preservación del
statu quo, que están enclavados en los
convencionalismos sociales existentes y que derivan
beneficios innumerables y hábitos de pensamiento
de las costumbres prevalecientes y de las
instituciones. Siempre ha estado marcado por
conflictos más o menos violentos, ha procedido
convulsivamente, ha sufrido retrocesos y ganado
nuevo terreno. El desarrollo económico nunca ha
sido un proceso suave y armonioso que se
desenvuelva plácidamente en el tiempo y en el
espacio.
Sin embargo, esta generalización histórica
(probablemente una de las mejor establecidas que
tenemos) fue rápidamente perdida de vista en la
economía burguesa. De hecho, habiendo principiado
como la abogada del capitalismo, habiendo crecido
hasta convertirse en su racionalización más refinada
y quizá más influyente, tenía que compartir el
destino de todas las otras ramas del pensamiento
burgués. Mientras la razón y las lecciones obtenidas
de la historia estaban manifiestamente de lado de la
burguesía en su lucha contra las ideologías oscu-
rantistas y las instituciones del feudalismo, tanto la
razón como la historia fueron invocadas
21
confiadamente como los árbitros supremos de este
inevitable conflicto. No hay testigos más ilustrativos
de esta gran alianza de la burguesía ascendente con
la razón y el pensamiento histórico, que los grandes
enciclopedistas del siglo XVIII y los grandes
escritores realistas de la naciente literatura
burguesa.
Pero, cuando la razón y el estudio de la historia
principiaron a revelar la irracionalidad, las
limitaciones y la naturaleza meramente transitoria
del orden capitalista, la ideología burguesa como un
todo, y con ella la economía burguesa, comenzaron
a abandonar tanto la razón como la historia. Ya sea
que este abandono asumiese la forma de un
racionalismo encaminado a su autodestrucción y
desembocase en el agnosticismo de los positivistas
modernos, o bien que apareciese francamente en
forma de alguna filosofía existencialista que
rechazara desdeñosamente toda búsqueda y todo
apoyo en una comprensión racional de la historia, el
resultado fue que el pensamiento burgués (y la
economía como parte de él) se transformó cada vez
más en un bien arreglado estuche, conteniendo los
variados utensilios ideológicos requeridos para el
funcionamiento y la preservación del orden social
existente.
En sus comienzos la ciencia económica fue un
esfuerzo intelectual revolucionario para encontrar y
establecer los principios rectores de un sistema
económico capaz en grado máximo de hacer
avanzar la causa de la humanidad. Últimamente se
ha vuelto contra su propio pasado, transformándose
en un mero intento para explicar y justificar el statu
quo (condenando y suprimiendo, al mismo tiempo,
todo esfuerzo de juzgar al orden económico
existente conforme a patrones racionales, o de
entender los orígenes de las condiciones
prevalecientes y las potencialidades de desarrollo
que éstas contienen). Como Marx hacía notar: "Los
economistas nos explican el proceso de producción
22
en condiciones dadas; lo que no explican, sin
embargo, es tomo esas mismas condiciones son
producidas, es decir, el movimiento histórico que las
genera."3
Así, se dejó a la escuela "herética", de la ciencia
económica y social, toda preocupación sobre los
cambios económicos y sociales. Marx y Engels
aceptaron, en lo esencial, la insistencia de los
economistas clásicos sobre la gigantesca
contribución del capitalismo al desarrollo
económico. Pero, no estando ligados a la clase
capitalista ahora dominante, no viéndose obligados
"consciente ni inconscientemente", a considerar al
capitalismo como la forma "natural" de la sociedad,
ni como la realización última de las aspiraciones
humanas, fueron capaces de percibir los límites y
las barreras inherentes al progreso dentro del
sistema capitalista. De hecho, su forma de abordar
el problema fue radicalmente distinta a la de la
economía burguesa. En tanto esta última estaba (y
está) interesada en el desarrollo económico sólo en
la medida en que ha logrado el establecimiento del
orden capitalista y conduce a su estabilidad, Marx y
Engels consideraron a dicho orden como susceptible
de sobrevivir, únicamente en tanto no se convirtiese
en una traba para un posterior progreso económico
y social. Superando las limitaciones del pensamiento
burgués, fueron capaces de concebir a la era del
capitalismo, simplemente como la creadora de las
condiciones que permitirían un desarrollo de la
humanidad que la llevaría más allá de los límites del
orden capitalista. Repitiendo, los esfuerzos críticos
de Marx y de sus discípulos produjeron resultados
positivos muy importantes. Destruyeron el velo de
armonía con el cual la economía burguesa había
nublado la imagen del sistema capitalista y dejaron
3Marx, The Poverty of Philosophy (Stuttgart-Berlin, 1921), p.
86.
23
al descubierto la naturaleza irracional, cargada de
conflictos, de dicho orden. Mucho, si no es que todo,
lo que conocemos acerca del complejo mecanismo
que ocasiona el desarrollo y el estancamiento de las
fuerzas productivas y el ascenso y decadencia de
las organizaciones sociales, es el resultado del
trabajo analítico emprendido por Marx y por
aquellos a quienes inspiró.
Pudo haberse mantenido así la situación, con el
desarrollo económico relegado al "bajo mundo" del
pensamiento económico y social, de no ser por los
procesos históricos que, en el curso de unas cuantas
décadas, cambiaron drásticamente todo nuestro
panorama social, político e intelectual. De hecho,
mientras los economistas neoclásicos se ocupaban
en afinar el análisis del equilibrio estático y en
elaborar los argumentos adicionales que probaban
lo viable del sistema capitalista y su armonía
intrínseca, el propio sistema pasaba por transforma-
ciones de gran trascendencia.
Hacia el final del siglo XIX, la primera fase de la
industrialización del mundo occidental estaba
próxima a completarse. Las consecuencias
económicas de la explotación plena de la técnica
entonces disponible (basada esencialmente en el
carbón y en el vapor) fueron no sólo una tremenda
expansión de la industria pesada, un vasto
incremento de la producción y una revolución en los
medios de transporte y comunicaciones, sino
también un cambio monumental de la estructura de
las economías capitalistas. La concentración y la
centralización del capital hizo avances gigantescos,
y las grandes empresas se adueñaron de la vida
económica, desplazando y absorbiendo a las
pequeñas. Al destrozar el mecanismo competitivo
que regulaba, para bien o para mal, el
funcionamiento del sistema económico, las grandes
empresas se convirtieron en la base del monopolio y
del oligopolio, que son los rasgos característicos del
capitalismo moderno. El mundo de la economía
24
neoclásica se desintegraba rápidamente. En
condiciones de indivisibilidades y discontinuidades
ubicuas, rendimientos crecientes de la producción
en gran escala y disminución de las oportunidades
de inversión, no se podía esperar el crecimiento
lento (pero continuo) ni los sucesivos ajustes
marginales, relativamente inofensivos. El
movimiento armonioso del capital de los países
avanzados hacia los menos desarrollados, que se
esperaba fuera impulsado por el afán de lucro,
asumió en realidad la forma de luchas enconadas
por las oportunidades de inversión, por los
mercados y fuentes de materias primas. La
penetración occidental en las regiones atrasadas y
coloniales, que se había supuesto extendería los
beneficios de la civilización occidental a todos los
rincones del globo, se tradujo de hecho, en la opre-
sión y explotación brutal de las naciones
subyugadas.
Las fuertes tendencias al estancamiento, a las
conflagraciones imperialistas y a las severas crisis
políticas, atisbadas por Marx desde la mitad del
siglo XIX y posteriormente observadas y analizadas
por Hobson, Lenin, Hilferding, Rosa Luxemburgo y
otros, se expresaron en forma tan manifiesta que
alarmaron a todos, aun a los más complacientes.
Una frenética carrera de armamentos entre las
grandes potencias comenzó a absorber partes cada
vez mayores de sus producciones nacionales y se
convirtió en el factor más importante para de-
terminar su nivel de actividad económica. En rápida
sucesión, la guerra chino-japonesa, la guerra
hispano-americana, la guerra anglo-boer, la
sangrienta represión de la rebelión de los bóxers, la
guerra ruso-japonesa, la Revolución rusa de 1905, la
Revolución china en 1911-1912 y finalmente la
primera Guerra Mundial, escoltaron a la época
presente del desarrollo del capitalismo (la época del
imperialismo, de las guerras y de las revoluciones
25
sociales y nacionales).4
El reto teórico marxista se ha vuelto
eminentemente práctico. La tregua ilusoria de
estabilidad, prosperidad y confianza en el
capitalismo, que siguió a la primera Guerra Mundial,
duró menos de una década. El sueño de un
"capitalismo organizado", de una solución "Ford-
versus-Marx" para todos los males sociales y
económicos y de una "democracia económica" que
asegurase la justicia y el bienestar para todos, se
convirtió en la utopía de menor duración en toda la
historia. La Gran Depresión, con sus variadas y
prolongadas repercusiones, hizo cada vez más difícil
que continuara manteniéndose la "conspiración del
optimismo" acerca del progreso social y el creci-
miento económico en el capitalismo. El
descubrimiento "científico y objetivo" hecho por la
economía de que el socialismo era imposible,
descubrimiento por tanto tiempo tenido por
verídico, fue dramáticamente refutado por el éxito
de los esfuerzos de industrialización realizados en la
U.R.S.S.
En forma tardía y a regañadientes, la ciencia
económica comenzó a tener conocimiento de la
nueva situación. Aunque inspirada por el problema
26
inmediato de contrarrestar la depresión y el
desempleo y, por consiguiente, dirigiendo su aten-
ción principalmente a los problemas a corto plazo, la
"Nueva Economía" de John Maynard Keynes traía
aparejadas implicaciones que trascendieron en
mucho a su ámbito original. Intentando aclarar los
determinantes de los cambios a corto plazo en los
niveles de producción, empleo e ingreso, la econo-
mía keynesiana se encontró frente a frente con toda
la irracionalidad, con la notoria discrepancia entre
las potencialidades productivas y la producción, que
caracterizan al orden capitalista.
A riesgo de exagerar burdamente la estatura
intelectual de Keynes, puede decirse que lo que
Hegel hizo en relación con la filosofía clásica
alemana, Keynes lo logró respecto a la economía
neoclásica. Operando con los instrumentos habitua-
les de la teoría convencional, permaneciendo muy
adentro de los linderos de la "economía pura",
refrenándose fielmente de considerar el proceso
socioeconómico como un todo, el análisis
keynesiano llegó hasta los límites mismos de la
teorización económica burguesa e hizo explotar
toda su estructura. En verdad, ello equivalió a una
admisión "oficial" por parte de la "Santa Sede" de la
economía convencional, de que son inherentes al
sistema capitalista la inestabilidad, una fuerte
tendencia hacia el estancamiento y la subutilización
crónica de los recursos humanos y materiales. Esa
admisión repudió, implícitamente, la "pureza"
celosamente guardada de la economía académica,
al revelar la suprema importancia que tienen, para
la comprensión de los procesos económicos de la
estructura de la sociedad, las relaciones de clase, la
distribución del ingreso, el papel del Estado y otros
factores "exógenos".
Mas esta resurrección, no intencionalmente
emprendida, de la búsqueda de la "naturaleza y
causas de la riqueza de las naciones", no tiene nada
en común con el juvenil entusiasmo revolucionario
27
de la cruzada primitiva a favor del laissez faire. A
pesar de contribuir grandemente al entendimiento
de la mecánica de la economía capitalista, la "Nueva
Economía" fue incapaz de elevarse hasta una
comprensión teórica plena de la crisis general del
capitalismo, y no pasó de ser el esfuerzo supremo,
por parte del pensamiento económico burgués, para
descubrir una manera de salvar al sistema
capitalista pese a sus síntomas manifiestos de
decadencia y desintegración. De ahí que la
"revolución keynesiana" nunca haya llegado a aso-
ciarse a un movimiento vigoroso tendiente a la
abolición de un orden social caduco y destructivo, y
a favor del desarrollo económico y del progreso
social. Nuevamente, a semejanza de la filosofía de
Hegel en su interpretación "izquierdista", suministró
las armas intelectuales a un movimiento de reforma
que esperaba, una vez más, resolver las
contradicciones del capitalismo por medio de
cambios en la distribución prevaleciente del ingreso
y teniendo un estado benévolo que hiciese posible,
en el futuro, la expansión económica estable y el
incremento de los niveles de vida. Pero la lógica del
capitalismo monopolista probó ser mucho más
fuerte que lo que Keynes y sus seguidores radicales
habían pensado. Transformó y utilizó sus
realizaciones teóricas para propósitos bastante
ajenos a sus intenciones. El "Estado Benefactor",
guiado por los cánones de la economía keynesiana y
los preceptos de las "finanzas funcionales", ha
quedado esencialmente en el papel. La Alemania
fascista fue la que, hasta ahora, ha hecho el uso
más amplio de la perspicacia keynesiana, al
construir la máquina económica que le permitió
desencadenar la segunda Guerra Mundial.
La guerra y la prosperidad de los años de
postguerra suspendieron toda la preocupación
keynesiana con respecto al exceso de acumulación
de capital y a la escasez de la demanda electiva. Lo
requerido en algunos países para la reconstrucción
28
por daños de guerra, la satisfacción en otros de
demanda diferida por parte de empresas y
consumidores y la urgencia de aprovechar con fines
productivos las innovaciones técnicas desarrolladas
durante la guerra —frecuentemente en conexión
con ésta—, se combinaron para crear un enorme
mercado para la producción de las empresas
capitalistas.
Los economistas que sólo de mala gana y bajo la
presión irresistible de hechos incontrovertibles se
habían "tragado" las implicaciones anticapitalistas
de la doctrina keynesiana, volvieron, con notoria
algarabía, a los panegíricos habituales de la armonía
capitalista. Ellos, permaneciendo "pegados a los
hechos observables", jovialmente comenzaron a
discutir la inflación como la mayor amenaza para el
equilibrio continuo de las economías capitalistas y
declararon, una vez más, que el exceso de ahorro, la
sobrecapacidad y las depresiones, eran reliquias de
un pasado remoto y primitivo. La economía, al
exaltar las virtudes del mecanismo del mercado, al
glorificar el monopolio y las "grandes empresas",
prácticamente canceló cualquier avance logrado
como resultado de la revolución keynesiana y volvió
a la complacencia de la "alegre década de los
veintes".
Claro está que esta regresión probablemente
durará poco tiempo; de hecho, ni siquiera ha
afectado a toda la profesión. No sólo tras algunos
escritos recientes acerca de los problemas del
crecimiento económico, sino aun tras las
discusiones más prácticas sobre las condiciones de
la actividad económica en curso y las perspectivas
económicas a corto plazo, otea una incertidumbre
corrosiva acerca del futuro del capitalismo y una
dolorosa percepción de que los impedimentos al
progreso económico, que son inherentes al sistema
capitalista, tendrán que reaparecer con fuerza
renovada y mayor obstinación, tan pronto como la
extraordinaria situación de invernadero del período
29
de postguerra haya dejado de existir.
II
III
38
organizaciones privadas, los economistas,
antropólogos, psicólogos sociales y otros estudiosos
de las ciencias sociales en el Occidente, vienen
prestando una atención cada vez mayor al
crecimiento de los países subdesarrollados.
En el campo de la investigación económica, se
están dedicando ahora muchas energías al intento
de demostrar que los propios países capitalistas
avanzados han llegado a su actual nivel de
desarrollo por un proceso de crecimiento lento y es-
pontáneo, dentro de la estructura del orden
capitalista y sin grandes choques ni levantamientos
revolucionarios. Se arguye que fue la ausencia
relativa de disturbios políticos y la continuidad y
estabilidad de las instituciones sociales, lo que pro-
porcionó, en realidad, "el clima" esencial para que
surgiera y prosperara el empresario capitalista, a
quien, en cambio, se le da el crédito de haber
desempeñado un papel decisivo en la promoción del
progreso económico. En consonancia con esto,
grandes recursos están siendo dedicados a una
campaña extensiva para reescribir la historia del
capitalismo. Su propósito es la rehabilitación del
caballero de industria y su glorificación como héroe
y primer impulsor del progreso económico y social,
teniendo también como tarea correlativa, la
reducción al mínimo de los sufrimientos y
privaciones que estuvieron asociados con el
principio y crecimiento de la empresa capitalista.
En consecuencia, los miembros de la profesión
económica con mentalidad de historiadores, tratan
de probar que el desarrollo económico se logró en el
pasado sin sacrificios excesivos, apoyándose en las
fuerzas del mercado libre y de la iniciativa privada
(con la obvia moraleja de que este método todavía
representa el camino más recomendable para el
progreso económico). Estos historiadores hacen
poca mención, si es que hacen alguna, del papel
desempeñado en la evolución del capitalismo
occidental por la explotación de los hoy países
39
subdesarrollados; escasa o ninguna atención se
presta al hecho de que los países coloniales y
dependientes no pueden, en la actualidad, recurrir a
las fuentes de acumulación primaria de capital que
tuvieron a su disposición los países capitalistas hoy
avanzados; no se menciona el hecho de que el
desarrollo económico en la era del imperialismo y
del capitalismo monopolista, se enfrenta con
obstáculos que tienen muy poco en común con los
encontrados hace dos o trescientos años y que, lo
que fue posible en un cierto marco histórico, es
irrealizable en otro.
Los economistas con una inclinación más teórica
siguen un camino distinto. Tratando los aspectos
técnicos del desarrollo económico, descubren una
multitud de dificultades insuperables que impiden la
formulación de una teoría coherente del cambio
económico y social. Enlistan, con obvio deleite, los
diversos problemas más o menos hermanados con
el tema del desarrollo económico y sobre los cuales
"no sabemos bastante" ; subrayan la falta de
criterios precisos para la asignación racional de los
recursos en condiciones dinámicas; describen
minuciosamente los obstáculos a la industrialización
que surgen de la naturaleza que en los países
subdesarrollados tiene la fuerza de trabajo, de la
escasez de talento dirigente nativo, de los probables
desequilibrios en la balanza de pagos, con el
resultado de que todo esfuerzo para un rápido
desarrollo, tiene la apariencia de una aventura en
aguas inexploradas o de violaciones burdas a todo
el razonamiento económico aceptado.
Estos esfuerzos por desacreditar, implícita o
explícitamente, el movimiento en favor de un
desarrollo rápido de los países atrasados y para
presentarlo como una manifestación de impaciencia
deplorable y de irracionalidad por parte de las
masas ignorantes, diabólicamente manejadas por
políticos siniestros y hambrientos de poder, están
apoyadas por los neomalthusianos, que explican el
40
atraso de los países atrasados como resultado
inevitable del crecimiento "excesivo" de su
población, y por lo tanto, consideran utópica toda
tentativa de desarrollo económico en estas
regiones, mientras el crecimiento de la población no
haya sido detenido. No obstante, puesto que una
reducción del crecimiento "de la población
(suponiendo, sin conceder, que tal reducción sea
necesaria) únicamente puede ser lograda como
resultado de un desarrollo integral de las sociedades
atrasadas, la posición neomalthusiana convierte el
desarrollo económico en una tarea inútil, imposible
por causa de la naturaleza misma de la especie
humana.
La mayor parte de los escritos antropológicos y
cuasi filosóficos relacionados con el problema del
desarrollo económico de los países atrasados,
produce un efecto similar en la opinión pública. Se
ha puesto de moda en ellos dudar de la "con-
veniencia absoluta" del desarrollo económico,
burlarse de su identificación con el progreso por
considerarla anticientífica, acusar a sus
protagonistas en Occidente de "etnocentrismo", de
desfigurar su propia cultura y de falta de respeto a
las tradiciones y valores de los pueblos más
primitivos. Al mantenerse dentro del relativismo y
agnosticismo típicos del pensamiento burgués
contemporáneo, esta variante de la ciencia social
niega la posibilidad de un juicio racional acerca de la
utilidad, para no hablar de la urgencia, del cambio
económico y social de las regiones coloniales y
dependientes, y aconseja el máximo cuidado para
no interrumpir la continuidad de las sociedades
atrasadas. Aunque no suscriben expresamente el
concepto de que el dominio imperialista sea una
"carga para el hombre blanco", su enfoque se
acerca mucho a él, al señalar la "heterogeneidad
cultural" de las naciones atrasadas, al destacar la
incomparabilidad de los sistemas de valores y al su-
gerir que los pueblos coloniales y dependientes
41
pueden, en realidad, "preferir" su estado actual al
desarrollo económico y a la liberación social y
nacional. No es sorprendente que, para el
entendimiento de los movimientos populares sin
precedente que en la actualidad están
revolucionando y rejuveneciendo a la mayor parte
del género humano, tal doctrina sólo pueda dar un
fundamento raquítico; no es sorprendente que ella
no suministre ayuda y bienestar a los pueblos de los
países coloniales y dependientes que luchan por la
libertad, sino a sus amos que tratan de conservar el
statu quo.
Este trasfondo político e ideológico del
planteamiento actual del desarrollo económico,
explica la naturaleza altamente insatisfactoria de lo
que se ha logrado hasta ahora. La pregunta
formulada en plan de reto por Robert Lynd,
"Conocimiento, ¿para qué?", no sólo implica el
aprovechamiento de un esfuerzo intelectual en
términos de los fines a que debe servir, sino que
también se refiere necesariamente a la conducta y
al contenido del esfuerzo en sí. De ahí que la
investigación y los escritos sobre desarrollo
económico —a causa de la desenfrenada
preocupación que implican las exigencias de la
cruzada contrarrevolucionaria—, amordazados por
el temor de chocar con los intereses dominantes
que están determinados a obstaculizar a toda costa
el progreso económico y social de los países
coloniales y dependientes, esquiven, en todo lo
posible, el referirse al meollo del problema. Omiten
las irracionalidades del capitalismo monopolista y
del imperialismo que bloquean el desarrollo
económico en los países capitalistas avanzados, y
no prestan atención alguna al sistema de dominio
interior y exterior que impide o distorsiona el
crecimiento económico del mundo subdesarrollado.
Correlativamente, se pone poco énfasis en el
estudio de la experiencia única de desarrollo rápido,
obtenida en la U.R.S.S. y en otros países del sector
42
socialista del mundo, como si esa experiencia fuese
de interés únicamente para el Servicio de Espionaje
Militar. Y, sin embargo, no puede haber duda alguna
de que la comprensión plena del proceso de
crecimiento económico efectuado en la Unión
Soviética y en otros países socialistas, haría que
todo esfuerzo a favor del desarrollo económico
obtuviese beneficios inconmensurables.
IV
44
conocido problema de los números índices,
perturbador aun en casos de crecimiento lento y
gradual, se vuelve particularmente enfadoso cuando
lo que se considera es un crecimiento económico
más o menos rápido, cuya característica principal es
un cambio profundo, no sólo de magnitud, sino
también de composición de la producción. En
realidad, las comparaciones entre diversos períodos
amenazan hacerse francamente engañosas, cuando
los lapsos que se van a comparar están separados
por cambios en la organización económica y social,
por grandes adelantos en la urbanización, por
disminuciones o aumentos de la parte de la
producción destinada al mercado y por otros fac-
tores semejantes. Especialmente perturbador es el
sector de servicios, cuya expansión causaría un
incremento en el producto nacional bruto (como
convencionalmente se entiende), sugiriendo así un
"crecimiento económico", aunque en la mayoría de
los países se le tomaría por un paso hacia atrás,
más que por uno tendiente al progreso económico.7
Viene aquí a la mente el famoso caballero de Pigou,
que, al casarse con su cocinera, disminuye el
ingreso nacional. Con igual facilidad se puede
imaginar una tremenda expansión del ingreso
nacional, causada por la implantación de pago
45
obligatorio a las esposas, por los servicios que
prestan.
Pero supongamos que los incrementos de la
producción total en un período dado pudieran ser
medidos en alguna forma y preguntémonos cómo
surgirían tales incrementos. Pueden ser resultado de
cada uno de los siguientes procesos (o de una
combinación de ellos): 1) La utilización del total de
recursos puede expandirse sin cambios de la
organización y de la técnica o de cualquiera de
ambas); es decir, que recursos no utilizados
previamente (fuerza de trabajo, tierra) pueden
introducirse en el proceso productivo. 2) La
productividad por unidad de recursos utilizados
puede elevarse como resultado de medidas de
organización; es decir, por un traslado de
trabajadores de ocupaciones menos productivas o
improductivas a ocupaciones más productivas, por
un alargamiento de la jornada de trabajo, por una
mejora en la nutrición y un fortalecimiento de los
incentivos asequibles a los trabajadores, por la
racionalización de los métodos de producción y una
utilización más económica del combustible, las
materias primas, etc. 3) "El brazo técnico" de la
sociedad puede hacerse más fuerte; es decir: a)
Pueden reemplazarse plantas y equipos obsoletos o
desgastados por otros más eficaces, y/o b) Pueden
agregarse nuevas instalaciones productivas
(técnicamente mejoradas o iguales) a las
previamente disponibles.
Los tres primeros caminos para la expansión del
producto —1), 2) y 3) a)— no se asocian típicamente
a la inversión neta.
Aunque es probablemente imposible imputar una
parte apropiada del aumento de la producción que
realmente se haya efectuado a cada uno de los
cuatro procesos, poca duda cabe acerca de que la
aplicación económica del conocimiento técnico
creciente y la inversión neta en instalaciones
productivas adicionales, han sido las fuentes más
46
importantes del crecimiento económico.
Seguramente que, en rigor, puede necesitarse
alguna inversión neta para todos los caminos
indicados: Los recursos previamente ociosos pueden
no ser aprovechables sin algunos gastos en equipo,
mejoras de sueldos o similares; los cambios de
organización pueden depender de la instalación de
bandas transportadoras y artificios parecidos; el
progreso técnico que traiga consigo la maquinaria
mejorada que sustituya o se agregue al equipo
desgastado, puede llegar a implantarse únicamente
en condiciones de una inversión neta cuantiosa. "Si
la técnica depende en gran medida del estado de la
ciencia, la ciencia depende aun más del estado y de
las exigencias de la técnica. Si la sociedad tiene una
necesidad técnica, ésta ayuda a la ciencia más que
diez universidades. La hidrostática (Torricelli, etc.)
surgió de la necesidad de regular las corrientes
montañosas de Italia en los siglos XVI y XVII. Sólo
hemos llegado a saber algo razonable de la
electricidad desde que su aplicabilidad técnica fue
descubierta." 8
Por otra parte, la reinversión de reservas de
amortización (sin inversión neta alguna) en un nivel
técnico más elevado, puede, de por sí, dar base a
una expansión considerable de la producción. Por
consiguiente, allí donde la intensidad de capital del
proceso productivo ya es grande (en otras palabras,
donde las reservas para depreciación constituyen
una parte importante del costo de la producción), se
dispone en forma continua de una fuente de capital
47
para financiar mejoras técnicas sin necesidad
alguna de inversión neta. Aunque esto agrava la
inestabilidad en las economías capitalistas avanza-
das, al aumentar la cantidad del excedente
generado en el proceso corriente de producción que
debe absorber la inversión, también da a los países
avanzados una importante ventaja sobre los países
subdesarrollados, donde la reserva de amortización
anual es necesariamente muy pequeña.9
En todo caso, la inversión neta puede efectuarse
únicamente si la producción total de la sociedad
excede a lo que usa en su consumo corriente y en
reparar el uso y el desgaste causados en las
instalaciones productivas empleadas durante el
período en cuestión. Por consiguiente, el volumen y
la naturaleza de la inversión neta que se efectúa en
una sociedad en un tiempo dado, depende del
tamaño y del modo de utilización del excedente
económico generado en el proceso productivo.
Como lo veremos posteriormente, ambos están
determinados esencialmente por el grado en que se
han desarrollado los recursos productivos de la
sociedad, y por la estructura social dentro de la cual
se desenvuelve el proceso productivo. La com-
prensión correcta de los factores a que se debe
atribuir el tamaño y el modo de utilización del
excedente económico, es una de las principales
tareas de una teoría del desarrollo económico. La
economía "pura" ni siquiera ha llegado a asomarse a
este problema. Hemos de buscar su solución en la
economía política del crecimiento.
48
Capítulo II
49
idéntico al ahorro corriente o acumulación, y toma
cuerpo en los activos de diversas clases que se
agregan a la riqueza de la sociedad durante el
período correspondiente: instalaciones productivas y
equipo, existencias, saldos en el exterior y
atesoramientos de oro. Parecería ser sólo un
problema de definición el determinar si los bienes
de consumo duraderos (residencias, automóviles,
etc.) constituyen ahorros o consumo y es, sin lugar a
duda, bastante arbitrario considerar a las casas
como inversión en tanto se trata a los pianos de
cola, por ejemplo, como consumo. Si la duración de
la vida útil fuese el criterio, ¿dónde deberíamos
poner el límite? De hecho, para la comprensión del
proceso económico, es esencial distinguir los activos
en cuestión, no con base en sus propiedades físicas,
sino a la luz de su función económica, es decir,
dependiendo de si entran al consumo como "bienes
finales" o sirven como medios de producción, contri-
buyendo, por lo tanto, al incremento de la
producción del período siguiente. De ahí que un
automóvil comprado para pasear, sea un objeto de
consumo, mientras que un coche idéntico agregado
a una flotilla de autos de alquiler, sea un bien de
inversión.11
El excedente económico real ha sido generado en
todas las formaciones socioeconómicas y, aunque
su tamaño y estructura han diferido notoriamente
de una fase de desarrollo a otra, su existencia ha
caracterizado a casi toda la historia. La magnitud
11Aunque no necesitamos detenernos en este punto,
conviene tener en consideración que desde el punto de
vista del desarrollo económico, es de primordial importancia
que el excedente económico real asuma la forma de bienes
de capital que incrementan la productividad, o bien
aparezca como adiciones a las existencias o a los
atesoramientos de oro, los cuales están ligados muy
tenuemente, si es que lo están, al fortalecimiento del
"brazo técnico de la sociedad".
50
del excedente económico real —ahorro o formación
de capital— es, cuando menos conceptualmente,
fácil de establecer y en la actualidad se estima con
regularidad por las oficinas estadísticas de casi
todos los países. Las dificultades que se han
encontrado para medirlo son de carácter técnico y
se deben a la carencia de información estadística o
a lo inadecuado de la misma.
El excedente económico potencial es la diferencia
entre la producción que podría obtenerse en un
ambiente técnico y natural dado con la ayuda de los
recursos productivos utilizables, y lo que pudiera
considerarse como consumo esencial.12 Su
realización presupone una reorganización más o
menos drástica de la producción y distribución del
producto social, e implica cambios de gran alcance
en la estructura de la sociedad. Este excedente
aparece bajo cuatro aspectos distintos. El primero
es el consumo excesivo de la sociedad (predomi-
nantemente de los grupos de alto ingreso, pero en
algunos países —como, por ejemplo, los Estados
Unidos— también de las llamadas clases medias); el
segundo es el producto que pierde la sociedad por
la existencia de trabajadores improductivos ; el
tercero es el producto perdido a causa de la
organización dispendiosa e irracional del aparato
productivo existente; y el cuarto es el producto no
materializado a causa de la existencia del
desempleo, el cual se debe fundamentalmente a la
12También esto se refiere a una cantidad del producto
distinta de la representada por el concepto de plusvalía de
Marx. Por una parte, excluye de la plusvalía elementos tales
como lo que hemos llamado más arriba el consumo
esencial de los capitalistas, los gastos en la administración
gubernamental que pueden ser considerados como
esenciales, etc.; por otra parte, comprende lo que no
abarca el concepto de plusvalía, es decir, la producción
perdida a causa del desempleo o el mal uso de los recursos
productivos.
51
anarquía de la producción capitalista y a la insufi-
ciencia de la demanda efectiva.
La identificación y la medición de estas cuatro
formas del excedente económico potencial,
tropiezan con algunos obstáculos. Éstos pueden, en
esencia, reducirse al hecho de que el concepto
mismo de excedente económico potencial,
trasciende el horizonte del orden social existente, al
relacionarse no sólo con la actuación fácilmente
observable de una organización socioeconómica
dada, sino también con la imagen, menos fácil de
concebir, de una sociedad ordenada en forma más
racional.
II
52
funcionarios e instituciones más apreciados.13
Pero en cuanto la crítica de la sociedad
precapitalista perdió su urgencia y las
deliberaciones de la ciencia económica fueron
dominadas por la tarea de racionalizar y justificar el
orden capitalista victorioso, fue desechada hasta la
simple pregunta sobre la productividad o
esencialidad de cualquier tipo de actividad que se
realizara en la sociedad capitalista. Al elevar el fallo
del mercado al papel de único criterio de eficacia y
racionalidad, la economía niega toda
"respetabilidad" a la distinción entre consumo
esencial y no esencial, entre trabajo productivo e
improductivo, entre excedente real y potencial. Se
justifica al consumo no esencial arguyendo que
proporciona incentivos indispensables, se glorifica al
trabajo improductivo alegando que contribuye
indirectamente a la producción, se defienden las
depresiones y el desempleo considerándolas como
53
el costo del progreso y se disculpa el despilfarro
presentándolo como un requisito previo de la
libertad. Como dice Marx, "cuando el dominio del
capital se extendió, y de hecho, aun aquellas
esferas de la producción no relacionadas
directamente con la producción de riqueza material
se hicieron más y más dependientes de él, y en
especial las ciencias positivas (ciencias naturales) le
fueron subordinadas como medios para la
producción material, los sicofantes de segunda fila
de la economía política pensaron que era su deber
glorificar y justificar cada esfera de la actividad,
demostrando que estaba 'eslabonada' a la
producción de la riqueza material y que era un
medio para lograrla; enaltecieron a todo mundo
haciéndolo un 'trabajador productivo' en el sentido
'más estrecho de la palabra', es decir, estableciendo
que un trabajador que labora al servicio del capital,
es útil, en una forma u otra, a su incremento".14
Sin embargo, "el capitalismo crea un estado de
ánimo crítico tal que, después de haber destruido la
autoridad moral de tantas otras instituciones,
finalmente se vuelve contra las propias; el burgués
encuentra, para su sorpresa, que la actitud racio-
nalista no se detiene ante los títulos de reyes y de
papas, sino que continúa con el ataque a la
propiedad privada y a todo el sistema de valores
burgueses".15 De ahí que, desde una posición
neutral y externa al marco de la sociedad
capitalista, desde la posición de una sociedad
socialista, mucho de lo que aparenta ser esencial,
productivo y racional para el pensamiento
económico y social burgués, resulte ser no esencial,
14 Marx, Theories of Surplus Value (Londres, 1951), p. 177.
54
improductivo y dispendioso. En general, puede
decirse que sólo la posición que, intelectualmente,
está fuera del orden social prevaleciente, que está
al margen de sus "valores", su "inteligencia
práctica" y sus "verdades axiomáticas", permite una
introspección crítica de sus contradicciones y
posibilidades ocultas. El ejercicio de la autocrítica es
tan molesto para una clase dirigente como lo es
para un simple individuo.
Como puede verse fácilmente, la decisión respecto
a lo que constituye el excedente económico
potencial, respecto a la naturaleza del consumo no
esencial, del despilfarro y del trabajo improductivo,
está ligada a los cimientos mismos de la economía
burguesa y en particular, a lo que se ha llamado la
economía del bienestar. De hecho, el objetivo de
esta rama de la teorización económica —quizá la
más apologética e ideológica—, es organizar nuestro
conocimiento de las condiciones que determinan el
bienestar económico de la gente. Resulta ocioso
decir que la condición primera y más importante
para que tal esfuerzo tenga sentido, es la existencia
de una noción clara de lo que se entiende por
bienestar económico y del criterio por el cual
pueden distinguirse los estados de bienestar
económico. Los economistas del bienestar abordan
el problema (o más bien, creen que lo abordan),
refiriéndose a la utilidad o satisfacción que
experimentan los individuos. El individuo mismo,
con sus hábitos, gustos y preferencias, se toma
como dado. Sin embargo, debería ser obvio que tal
visión del individuo es totalmente metafísica y que,
de hecho, pasa por alto el aspecto más esencial de
la historia humana. Como Marx hacía notar en un
pasaje dedicado a Bentham: "si queremos saber qué
es útil para un perro, tenemos que estudiar la
naturaleza del perro. Pero a ella no llegaremos
jamás partiendo del 'principio de utilidad'. Aplicado
al hombre, si queremos enjuiciar con arreglo al
principio de utilidad todos los hechos humanos, sus
55
movimientos, relaciones, etc., tendremos que
conocer, ante todo, la naturaleza humana en
general y luego, la naturaleza humana
históricamente modificada por cada época.
Bentham no se anda con cumplidos. Con la más
candorosa ingenuidad, toma al filisteo moderno,
especialmente al filisteo inglés, como al hombre
normal. Todo lo que sea útil para este lamentable
hombre normal y su mundo, es también útil en
forma absoluta. Por este rasero mide después el
pasado, el presente y el porvenir".16
De hecho, en el curso de la historia, el individuo,
con sus exigencias físicas y síquicas, con sus valores
y sus aspiraciones, ha estado cambiando con la
sociedad de la cual forma parte. Las modificaciones
de la estructura de la sociedad lo han cambiado y
los cambios en su naturaleza han cambiado a la
sociedad. ¿Cómo podemos, pues, emplear la utilidad
o la satisfacción que corresponde a un individuo en
cualquier tiempo dado como criterio para juzgar la
tendencia al bienestar de las instituciones
económicas y sus relaciones? Si nos referimos a la
conducta observable de un individuo, obviamente
estamos en un círculo vicioso. Su conducta está
determinada por el orden social en que vive, en el
que se crió y el cual ha modelado y determinado la
estructura de su carácter, sus categorías de
pensamiento, sus esperanzas y sus temores. De he-
cho, la capacidad de producir el mecanismo que
plasma tal personalidad, de proporcionar la
estructura material y síquica para un tipo específico
de existencia humana, es lo que hace de una
constelación social un orden social.
No obstante, los economistas tratan de valorar
este orden social, su llamada eficacia, su
contribución al bienestar humano, con criterios que
56
éste mismo ha desarrollado.17 ¿Qué pensaríamos, a
juzgar por el código de conducta establecido en una
sociedad caníbal, de la contribución que el
homicidio hace al bienestar? Lo más que puede
lograrse de este modo es un juicio acerca de la
congruencia de la conducta de los caníbales con sus
propios cánones y reglamentos. Esta clase de
pesquisa puede ser útil a un esfuerzo para idear los
arreglos necesarios a la preservación y el mejor
funcionamiento de la sociedad caníbal; pero ¿qué
puede derivarse de una tal investigación en
términos de bienestar humano? Si se supone que la
vida de los caníbales se ajusta completamente a los
preceptos de su sociedad, que su jefe obtiene
exactamente tantos cueros cabelludos al año como
lo requieren sus riquezas, su status y sus relaciones,
y que los otros caníbales consumen exactamente el
número de extranjeros que corresponde a su
productividad marginal y nunca de otra forma que a
través de una compra libre en un mercado libre:
¿Tenemos en este caso un estado óptimo, podemos
decir que el bienestar de los caníbales está bien
logrado? Debería ser obvio que nada de esto se
desprende de lo anterior. Todo lo que hemos
establecido es que la práctica de la sociedad caníbal
corresponde más o menos integralmente, a los
principios desarrollados por esa sociedad. No hemos
dicho nada acerca de la validez o racionalidad de
esos principios en sí, ni de su relación con el bien-
estar humano.
De ahí que la economía del bienestar se dedique a
algo que se acerca mucho a una introspección
57
compulsiva: determinar en qué medida la
organización económica existente satisface las
reglas de juego establecidas por la organización
económica existente; en qué grado el aparato
productivo de la sociedad capitalista está
"eficazmente" organizado para obtener una
producción cuyo tamaño y composición están
determinados por la estructura de ese aparato
productivo. Más aún, investiga laboriosamente el
grado en que la organización socioeconómica
existente asigna los recursos para que se ajusten a
la demanda de los consumidores, la cual, a su vez,
está determinada por la distribución de la riqueza y
del ingreso, por los gustos y valores de la gente, que
a su vez está moldeada por la organización
socioeconómica existente. Todo esto no tiene
absolutamente nada que ver con la exploración de
las condiciones que tienden al bienestar ni con el
estudio de la medida en que las instituciones
económicas y sociales y las relaciones de la
sociedad capitalista, promueven o impiden el
bienestar de la gente.
Pero un exponente convencional de la economía
del bienestar nos detendrá aquí y preguntará si
tenemos algún otro criterio del bienestar. 18 Si la
actuación real y observable del individuo en el
mercado, no se acepta como la prueba última de lo
que constituye su bienestar, ¿qué otra prueba
usaremos?
18Por ejemplo, el profesor Scitovsky —uno de los escritores
más autorizados sobre el tema— observa: "... Si
comenzamos a dudar de la capacidad del consumidor para
decidir lo que le conviene, nos lanzamos a un camino en el
cual es difícil detenerse y terminaremos por desechar todo
el concepto de soberanía del consumidor". Op. cit., p. 184.
De hecho, lo que está a discusión no es el "concepto de
soberanía del consumidor", sino simplemente la versión no
histórica y apologética de este concepto en que se apoya la
economía burguesa.
58
El simple hecho de que esta pregunta se haga,
indica qué lejos hemos llegado en el camino hacia la
irracionalidad y el oscurantismo desde los días de la
filosofía clásica y la economía clásica. En verdad, la
respuesta a esta pregunta es más simple de lo que
uno pudiese pensar —a la vez, más simple y más
complicada. La respuesta es que, el único criterio
por el cual es posible juzgar la naturaleza de una
organización socioeconómica, su capacidad para
contribuir al desenvolvimiento general y al
crecimiento de las potencialidades humanas, es la
razón objetiva. Fue la razón objetiva la que cimentó
la crítica de la sociedad existente, realizada por
hombres como Maquiavelo y Hobbes; fue la razón
objetiva la que inspiró a Smith y a Ricardo a calificar
de parásitos a los señores feudales, a los cortesanos
y al clero establecido de su tiempo, puesto que no
sólo no contribuían al adelanto de sus sociedades,
sino que les impedían todas sus posibilidades de
crecimiento.
No es que la substancia de la razón objetiva esté
fijada en forma inmutable en el tiempo y en el
espacio. Por lo contrario, la razón objetiva misma
está enclavada en el flujo incansable de la historia,
estando sus linderos y contenidos tan sometidos a
la dinámica del proceso histórico, como la natura-
leza y la sociedad en general. "No se puede entrar
dos veces en el mismo río", y lo que es la razón
objetiva en una etapa histórica, es la sinrazón, la
reacción, en otra. Esta dialéctica de la razón
objetiva no tiene nada en común con el cinismo
relativista del pragmatismo, ni con la
indeterminación oportunista de las diversas
filosofías del élan vital; está firmemente anclada en
el conocimiento científico —cada vez más amplio y
más profundo— que el hombre tiene tanto de la
naturaleza como de la sociedad, está en la
exploración concreta y la explotación práctica de las
condiciones naturales y sociales del progreso.
La actitud, históricamente cambiante y
59
ambivalente, hacia el progreso y la razón objetiva —
que ha sido característica del pensamiento burgués
desde que la burguesía principió a desgarrarse
continuamente entre la oposición al feudalismo y el
miedo al socialismo naciente—, explica el hecho de
que la crítica socialista a las instituciones
económicas y sociales prevalecientes haya tenido
ocasionalmente —cuando estaba dirigida en contra
de los residuos del orden feudal— una acogida
favorable de parte de la economía burguesa. El
despilfarro de la riqueza por parte de los
terratenientes en los países atrasados, era un
blanco tan admisible como su prodigalidad en los
países más adelantados durante el ancien régime.
Siempre ha habido mucho menos tolerancia,
cuando se llega a la crítica de las instituciones
capitalistas sensu stricto. Y en la actual etapa
imperialista del desarrollo del capitalismo, el
señalar, por ejemplo, la estructura sociopolítica de
los países atrasados como el principal obstáculo a
su progreso, se considera casi tan sospechoso como
el insistir sobre el obstáculo que representa el
imperialismo —en los países capitalistas avanzados
— al retrasar su propio desarrollo interno y al perpe-
tuar el estancamiento de las regiones
subdesarrolladas.
En forma similar, los economistas que están social
y mentalmente anclados en la fase —y en el estrato
— pequeño burgués y competitivo de la sociedad
capitalista, han desarrollado un cierto grado de
clarividencia respecto a la irracionalidad, al derroche
y a las consecuencias culturales del capitalismo mo-
nopolista. Olvidándose del hecho de que el
capitalismo liberal y competitivo, es el que forzosa e
ineluctablemente gesta al monopolio, aceptan
algunos de los costos que ha tenido la fase
monopolista del capitalismo; en lo económico, en lo
social y en lo humano, disciernen algunas de las
manifestaciones más obvias del consumo excesivo,
de las actividades improductivas y la brutalidad e
60
irracionalidad del "realismo económico". Al mismo
tiempo, son los escritores que se han liberado de las
trabas de una etapa anterior o que han crecido
precisamente en la "nueva era", los que, en
ocasiones, son extraordinariamente perspicaces
para desprestigiar al orden competitivo del pasado
—a las virtudes sacrosantas de la adolescencia
competitiva del capitalismo.
Aunque esta tensión dentro del pensamiento
burgués permite ciertos atisbos (e informaciones)
que facilitan, cuando menos, una valuación
aproximada de la naturaleza —y magnitud— del
excedente económico potencial, el conflicto siempre
latente y esporádicamente activo, entre los
intereses de la clase capitalista como un todo y los
de sus miembros individuales, ofrece otra
oportunidad para la comprensión de los problemas
involucrados. De ahí que, en tiempos de guerra,
cuando la victoria se transforma en el interés
principal de la clase dominante, se permita obrar a
lo que en esas circunstancias constituye la razón
objetiva, sin tomar en consideración los intereses
particulares ni las utilidades subjetivas. Bien sea
que se trate del servicio militar obligatorio, de
controles económicos para la guerra, o de la
requisición y confiscación de los abastecimientos
necesarios, las necesidades objetivas son
reconocidas como totalmente identificables y se les
asigna una importancia muy superior a la de las
preferencias individuales dadas a conocer por la
conducta del mercado. Sin embargo, en cuanto pasa
la emergencia y una admisión más prolongada de la
existencia y cognoscibilidad de la razón objetiva
amenaza convertirse en fuente de crítica social
peligrosa, el pensamiento burgués se retira
precipitadamente de cualesquiera posiciones
avanzadas que temporalmente haya logrado y cae
nuevamente en su estado habitual de agnosticismo
e "inteligencia práctica".
Lo que constituye el "consumo excesivo" en una
61
sociedad podría ser fácilmente establecido, si este
problema recibiera aunque no fuese sino una parte
de la atención que se dedica a problemas tan
urgentes y tan importantes como, digamos, la
posibilidad de medición de la utilidad marginal. Lo
que representa el "consumo esencial" —no sólo en
los países subdesarrollados sino también en los
avanzados— está lejos de constituir un misterio. Allí
donde los niveles de vida son por lo general bajos y
los bienes obtenibles por la gente poco diver-
sificados, el consumo esencial puede determinarse
en términos de calorías, de otros alimentos, de
cantidades de ropa, de combustible, de espacio
habitable, etc. Aun donde el nivel de consumo es
relativamente elevado e involucra una gran
variedad de bienes de consumo y de servicios,
puede hacerse un juicio acerca de la cantidad y
composición del ingreso real necesario para lograr lo
que socialmente se considera una "vida decente".19
Como se ha mencionado anteriormente, es esto
precisamente lo que se ha hecho en todos los países
en situaciones de emergencia, tales como la guerra,
el reajuste de la postguerra, etc. Lo que los
19 El Bureau of Labor Statistics del Departamento de Trabajo
de los Estados Unidos utiliza ciertas nociones de "consumo
esencial" para compilar sus índices del costo de la vida. El
Heller Committee for Research in Social Economics de la
Universidad de California, emplea conceptos similares. Los
alimentos, la habitación y las necesidades médicas en
varios países han sido estudiados por las Naciones Unidas,
por la Organización para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) y otras instituciones, representando un campo muy
importante para mayores investigaciones. Cf. Food and
Agriculture Organizaron, FAO Nutritional Studies Nª 5.
Caloric Requirements (Washington, junio de 1950); National
Research Council, Reprint and Circular Series,
Recommended Dietary Allowances (Washington, 1948);
United Mations, Housing and Town and Country Planning
(1949-1950), así como los materiales a que se refieren
dichas fuentes.
62
agnósticos apologistas del statu quo y los
adoradores de la "soberanía del consumidor" tratan
como obstáculo insuperable o como manifestación
de una arbitrariedad censurable, es enteramente
accesible a la investigación científica y al juicio
racional.
III
64
salario diario. De ahí que su clasificación como
"trabajadores improductivos" no implique ni oprobio
moral ni cualquier otra afrenta. Como sucede muy
frecuentemente, gente bien intencionada puede no
sólo no lograr lo que quería, sino obtener el
resultado opuesto, si está obligada a vivir y a
trabajar en un sistema cuyo timón está fuera de su
control.
Como puede verse fácilmente, la delimitación y
medición de esta porción improductiva del esfuerzo
económico total de la nación, no puede intentarse
por la aplicación de una fórmula simple. Hablando
en términos generales, está constituido por todo el
trabajo que da por resultado la producción de
bienes y servicios cuya demanda puede atribuirse a
condiciones y relaciones específicas del sistema
capitalista y la que no existiría en una sociedad
ordenada racionalmente. Por consiguiente, buena
parte de esos trabajadores improductivos están ocu-
pados en fabricar armamentos, artículos de lujo de
todas clases, objetos de ostentación conspicua y de
distinción social. Otros son funcionarios
gubernamentales, miembros del cuerpo militar,
clérigos, abogados, especialistas en evasión fiscal,
expertos en relaciones públicas, etc. Otros grupos
más de trabajadores improductivos son los agentes
de publicidad, los corredores de bolsa,
comerciantes, especuladores y similares. Un
ejemplo particularmente bueno es el dado por
Schumpeter, uno de los pocos economistas
contemporáneos que no se contentó con especular
al nivel de la "inteligencia práctica", sino que intentó
elevarse a cierto entendimiento del proceso
histórico:
66
del capitalismo al socialismo. Porque lo que antes se
ha definido como trabajo improductivo, está
condenado a desaparecer gradualmente cuando una
sociedad socialista avanza hacia el comunismo. De
hecho, algunas clases de trabajadores
improductivos se eliminan inmediatamente con la
introducción de una economía planificada, en tanto
que otras permanecen por períodos considerables
en los sistemas que están en transición del
capitalismo al comunismo, como es el caso,
digamos, de la U.R.S.S. Puede decirse que el grado
en que ha sido abolido el trabajo improductivo —
según nuestra definición—, la medida en que se
prescinde de instituciones tales como el ejército, la
Iglesia, etc., y la intensidad en que los recursos así
liberados se han dirigido hacia el adelanto del
bienestar humano, representan el índice particular
más importante del progreso de una sociedad
socialista hacia el comunismo.
Por otra parte, el grupo de trabajadores que está
mantenido por el excedente económico y no está
abarcado por nuestra definición de trabajo
improductivo, se amplía grandemente con el
desarrollo de una sociedad socialista. Como predijo
Marx, la parte del producto total "...que se destine a
satisfacer necesidades colectivas tales como
escuelas, instituciones sanitarias, etc... desde el
primer momento... aumentará considerablemente
en comparación con la sociedad actual y seguirá
aumentando proporcionalmente en la medida en
que la nueva sociedad se desarrolle... [en tanto que]
los costos generales de administración que no
pertenezcan a la producción... serán, desde el
primer momento, considerablemente reducidos en
comparación con los de la sociedad actual e irán
reduciéndose en proporción, a medida en que la
22Marx, Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie
(Rohentwurf), Berlín, 1953, p. 432.
67
nueva sociedad se desarrolle".23 De ahí que los
recursos usados para el mantenimiento de aquellos
individuos que gravitan sobre el excedente
económico de la sociedad, pero que no están
incluidos en el trabajo improductivo, tal como yo lo
definí, no puedan considerarse como representando
una reserva potencial disponible para objetivos de
desarrollo económico.
Repitiendo; si se hace caso omiso de las
dificultades que puedan encontrarse al intentar
medir con precisión el volumen de trabajo
improductivo que se efectúa en una economía capi-
talista, la naturaleza de esta tarea, en tiempos de
emergencia, no es menos clara que la necesidad de
restringir, y aun de eliminar, el consumo no
esencial. Los trabajadores improductivos son
enrolados en el ejército, en tanto que se aplaza el
de los trabajadores productivos. Las bolsas de
trabajo tratan de desplazar gente de las
ocupaciones improductivas hacia las productivas.
Las juntas de racionamiento expiden distintas
cartillas a individuos con ocupaciones diferentes,
recibiendo los trabajadores productivos un
tratamiento privilegiado.
La tercera forma en la cual el excedente
económico potencial está oculto en la economía
capitalista, no es más compleja conceptualmente,
aunque es quizá más difícil de medir. El desperdicio
y la irracionalidad de la organización productiva, que
corresponden a esta categoría, pueden observarse
en numerosos ejemplos, teniendo como resultado
una producción notoriamente inferior de la que
podría obtenerse con el mismo insumo de recursos
humanos y materiales. Está en primer término, la
existencia (y reproducción continua) de un exceso
23Marx, Critique of the Gotha Program, en los Selected
Works de Marx y Engels (Moscú, 1949-1950), vol. II, pp. 20
ss.
68
de capacidad que absorbe, improductivamente, una
porción importante de la inversión corriente. No nos
referimos aquí a la planta, equipo y la mano de obra
que están reducidos a la ociosidad en los períodos
de depresión. Esto lo trataremos posteriormente. Lo
que estamos considerando ahora, es la capacidad
física que permanece sin utilizar, aun en años de
prosperidad, no sólo en las industrias en decadencia
sino también en las que están en expansión.24
La Brookings Institution realizó una investigación
sobre el exceso de capacidad en los Estados Unidos
en el período 1925-1929.25 En ella se define la
"capacidad" de una industria como la producción
que podría obtenerse a lo largo de una jornada de
trabajo con el número de turnos que se utilizan
ordinariamente en ella, y con las normas adecuadas
de mantenimiento de la planta —es decir, tomando
en consideración las suspensiones de trabajo
necesarias para reparaciones, etc.—. Las plantas
que están cerradas han sido excluidas, de modo que
ellas no se consideran en el exceso de capacidad. La
capacidad así definida (en forma conservadora) es,
por lo tanto, menor que la "capacidad estimada"
que habitualmente dan las estadísticas y que se
basa en cálculos técnicos. La Brookings Institution
24Dicho sea de paso, en una economía racionalmente
planificada, no es necesario que exista un exceso de
capacidad prolongado, aun en las industrias en decadencia,
esto es, en aquellas industrias que se enfrentan a una
reducción de la demanda para sus productos. La conversión
oportuna de esas capacidades hacia la producción de otros
bienes, puede reducir tal exceso de capacidad al mínimo.
69
descubrió que "en general... en los años de 1925 a
1929, las instalaciones disponibles fueron utilizadas
entre un 80 y 83% de su capacidad".26 El estudio
previene que "probablemente no toda la
productividad adicional que se indica como posible
en las cifras antes citadas hubiese podido ser
obtenida, pues existían grandes diferencias en la
capacidad potencial de las distintas ramas de la
industria y, si cada industria hubiese trabajado a su
capacidad total, sin lugar a duda se habrían apilado
rápidamente enormes excedentes de algunos
bienes".27
Sin embargo, como se dan cuenta los autores del
estudio, "si los nuevos esfuerzos productivos se
dirigiesen hacia la coordinación de las diversas
industrias", esta desproporcionalidad, aunque no se
eliminaría totalmente, podría reducirse en una gran
medida. No estiman el monto del producto que
hubiese podido obtenerse de existir tal
coordinación. Pero, aun en ausencia de ésta, hubiera
sido posible lograr "un producto 19 % mayor del que
se obtuvo. Expresado en términos de dinero, este
aumento en la productividad se hubiese aproximado
a 15 mil millones de dólares", es decir, casi un 20 %
del ingreso nacional de 1929.
Durante el período de la postguerra no se han
realizado estudios de alcance similar sobre este
problema. Sin embargo, y a juzgar por los datos
dispersos de que se dispone, parece ser que el
exceso de capacidad en la industria americana
asumió proporciones gigantescas, aun en los años
de prosperidad sin precedente que siguieron a la
segunda Guerra Mundial. Las estimaciones de un
26America's Capacity to Produce and America's Capacity to
Consume (Washington, 1934), p. 31.
27 Ibid.
70
investigador, sugieren que sólo un 55 % de la
capacidad (conservadoramente estimada) se estaba
utilizando en el auge del año 1952.28 Esto no incluye
las prodigiosas cantidades de víveres cuya
producción se impide por diversos programas de
control o que se dejan echar a perder, se destruyen
o sirven para alimentar animales.
Todas las estimaciones de la capacidad (y del
exceso de capacidad) son muy dudosas. Además de
adolecer de lo inadecuado de la información
estadística básica, dependen de la definición que se
adopta de capacidad, del grado de utilización
"normal" que se supone y de la medida en la que se
toman en cuenta las consideraciones de mercado,
demanda y ganancias para decidir acerca de la
magnitud del excedente. Sin embargo, no debe
permitirse que las dificultades encontradas en la
medición de un fenómeno oscurezcan la existencia
del fenómeno mismo; de cualquier forma, estas
dificultades no importan en el contexto presente, en
el cual nuestro propósito no es valorar la magnitud
del excedente económico potencial en un país en
particular y en un tiempo dado, sino simplemente
esbozar las formas en que existe.
El desperdicio de recursos que causan diversos
aspectos de monopolio y de competencia
monopólica es perceptible con igual claridad. Nunca
ha sido analizado totalmente el excedente
económico potencial de este rubro, aunque sus
componentes se han mencionado a menudo en la
literatura económica. En primer lugar y quizá en el
más importante, está la producción que no ha
llegado a materializarse por la subutilización de las
economías en gran escala que causa la
diferenciación irracional de los bienes. Nadie, que yo
sepa, ha intentado calcular el ahorro total que se
28Lewis H. Robb, "Industrial Capacity and Its Utilization",
Science & Socieíy (Otoño de 1953), pp. 318-325.
71
obtendría si se uniformara la presentación de un
gran número de artículos que sólo son distintos de
nombre y si su producción se concentrase en las
plantas que fuesen técnica y económicamente las
más eficientes. Bien sea que observemos los
automóviles y otros bienes de consumo durable,
como refrigeradores, estufas, artículos eléctricos,
etc., o bien que pensemos en productos como
jabones, pastas de dientes, artículos textiles,
zapatos o alimentos para el desayuno, poca duda
puede haber acerca de que la uniformación y la
producción en masa pueden disminuir
considerablemente los costos unitarios de
producción. Claro está que podremos encontrar
ejemplos en donde una sola empresa, en condicio-
nes de monopolio, opere con plantas cuyo tamaño
es técnicamente el óptimo, es decir, donde ya no
puedan realizarse mayores economías en gran
escala con el estado actual de la técnica. Sin
embargo, existen razones suficientes para creer que
tales casos son relativamente raros y que son las
limitaciones del mercado para las marcas
individuales, y las del capital disponible para las
empresas individuales, las que explican el hecho de
que haya plantas cuyo tamaño es menor (y con
frecuencia mucho menor), de lo que sería racional.
La continua existencia y proliferación de empresas
pequeñas, ineficaces y redundantes —no sólo en la
industria sino en particular en la agricultura, en la
distribución y en la venta de servicios—, se traduce
en un desperdicio de recursos humanos y materiales
cuya magnitud difícilmente puede determinarse en
72
su totalidad.29
La multiplicación de las instalaciones y el derroche
de recursos provocado por la pequeñez irracional de
las empresas, tiene su contrapartida en el
desperdicio que hacen los gigantes monopolistas,
los cuales, protegidos por sus posiciones de mono-
polio, no necesitan molestarse por reducir al mínimo
sus costos ni en aumentar al máximo su eficacia. A
este respecto, tenemos que considerar lo elevado
de los llamados costos generales fijos de las
grandes empresas, con sus meteóricas cuentas de
gastos, con los exorbitantes salarios que se pagan a
funcionarios que no contribuyen a la producción de
la empresa, pero que obtienen sus ingresos gracias
a la fuerza de sus conexiones financieras, a su
influencia personal o a sus rasgos característicos
que los adaptan particularmente a la política de las
corporaciones.
Tampoco debe dejar de considerarse el activo
potencial imponderable, pero quizá el más valioso,
que está siendo sistemáticamente desperdiciado por
las empresas monopolistas, a saber, la pulverización
del material humano en el molino degradante,
corruptor y desmoralizador del vasto imperio de las
corporaciones; el hombre y la mujer comunes cuya
educación y desenvolvimiento están siendo torcidos
y mutilados por estar expuestos al efecto continuo
de la producción, la propaganda y los esfuerzos de
29Aunque en condiciones de emergencia, sólo una parte
relativamente pequeña de este tipo de excedente
económico potencial se aprovecha realmente, lo hecho en
algunas ocasiones basta, cuando menos, para indicar las
dimensiones del problema involucrado. Los incrementos en
la producción obtenidos durante la guerra, simplemente por
la concentración de la producción en plantas enormes y por
la eliminación de los casos más flagrantes de duplicación,
transportación irracional e ineficacia, fueron muy
impresionantes tanto en los Estados Unidos como en la
Gran Bretaña y Alemania.
73
venta de las grandes empresas.30
Todavía más esquivo es el beneficio que podría
obtener la sociedad de la investigación científica, si
su dirección y explotación no estuviesen sometidas
al control de empresas en busca de ganancias o de
gobiernos orientados hacia la producción de
armamentos.31
Aunque en condiciones de emergencia, sólo una
75
oculta en la compleja telaraña de la economía
capitalista, nunca ha sido sometida a una
investigación sistemática y menos aún a una
valuación estadística. Los economistas en el pasado
no dejaron de apuntar el desperdicio y la
irracionalidad que afectan al orden capitalista. Sin
embargo, los trataron como fricciones e
imperfecciones del sistema que podían superarse
por reformas adecuadas, o bien los consideraron
como residuos anacrónicos del pasado que podían
desaparecer en el curso del desarrollo capitalista.
Posteriormente, cuando se hizo cada vez más obvio
que el desperdicio y la irracionalidad, lejos de ser
taras fortuitas del capitalismo, están ligados a su
esencia misma, se ha puesto de moda menospreciar
la importancia de todo el problema, considerándolo
como un "asunto secundario" que no tiene ninguna
trascendencia para nuestra era de abundancia.32
En nuestro catálogo de las formas en que se
oculta el excedente económico potencial en la
economía capitalista, el último, pero no el menos
importante, es el cuarto rubro. Éste es el producto
que se pierde para la sociedad por el desempleo de
recursos humanos y materiales, causado, en parte,
por la falta de coordinación de las instalaciones
productivas, pero principalmente por la insuficiencia
de la demanda efectiva. Aunque es muy difícil, si no
es que imposible, desenredar estas dos causas de
desempleo, atribuyendo a cada una la parte de que
es responsable, es de gran utilidad, para propósitos
de análisis, mantenerlas claramente separadas. La
76
falta de coordinación de las instalaciones
productivas, comúnmente llamada en la ciencia
económica desempleo "friccionar', fue tratada sucin-
tamente con anterioridad. Se presenta como un
desplazamiento de obreros ocasionado por cambios
en la composición de la demanda del mercado o por
la introducción de diversas invenciones que ahorran
trabajo, y que van acompañadas de la reducción de
la planta y del equipo productivos. Aunque la mano
de obra y las instalaciones involucradas son
susceptibles de aprovecharse y, por consiguiente,
reintegrarlas al proceso productivo, tal conversión,
si es que tiene lugar, se realiza en la economía
capitalista con gran retardo y despilfarro, aun en las
circunstancias más favorables. En condiciones de
planificación racional, es posible que no pueda
evitarse totalmente este tipo de pérdidas; sin
embargo, podrían reducirse en gran medida.
Aún más importante es el desempleo ocasionado
por la insuficiencia de la demanda efectiva y que es,
después de los gastos militares, la causa particular
de mayor peso para la existencia continua de una
amplia brecha entre el excedente real y el potencial.
Afecta tanto a la mano de obra susceptible de
ocuparse, cuanto a las instalaciones productivas que
pueden utilizarse y, aunque cambia de intensidad
de período a período, inmoviliza una gran
proporción de los recursos humanos y materiales de
que se dispone. El impacto de este desempleo
continuo de la potencialidad productiva no se
aprecia en forma adecuada por la valuación y
totalización de las diferencias existentes entre la
producción en tiempos de prosperidad y la
correspondiente a épocas de depresión. En primer
lugar, este procedimiento omite la existencia de un
desempleo considerable de fuerza de trabajo y de
capacidad productiva, aun en aquellos períodos de
llamada ocupación plena y, en segundo lugar, pasa
por alto que, aun en tiempos de prosperidad, la
producción es más baja de lo que podría ser si las
77
empresas no estuviesen obligadas a tener en cuenta
los años malos y los años buenos y a efectuar
ajustes de acuerdo con sus planes de producción y
de inversión. De ahí que las estimaciones que se
basan únicamente en la comparación de los
productos en las distintas fases del ciclo económico,
subestimen necesariamente el volumen de
producción que se pierde por las fluctuaciones en el
nivel de empleo.
Sin embargo, aun tales estimaciones —
conservadoras como son— dan una imagen
bastante ilustrativa del volumen del excedente
económico potencial imputable al desempleo
masivo. Por ejemplo, Isador Lubin, miembro en
aquel entonces de la Comisión de Estadísticas del
Trabajo del Departamento del Trabajo de los Estados
Unidos, expresó, en su declaración en las audiencias
del Temporary National Economic Committee (1º de
diciembre de 1938), lo siguiente: "Suponiendo una
población laborante de la magnitud de la que existía
en 1929, ustedes observarán que, si se suma al
empleo perdido en los años de 1930 a 1938 el
número total de años-hombre desperdiciados
durante ese período, la cifra total asciende a
43.435,000. Para expresarlo en otra forma, si los
que trabajaron en 1929 hubieran continuado en su
empleo durante los últimos nueve años, todos los
que ahora estamos trabajando podríamos tomar
unas vacaciones de un año y dos meses y la pérdida
en el ingreso nacional no sería mayor de lo que en
realidad ha sido." 33 En términos del ingreso nacional
computado a precios de 1929, la pérdida total fue
de 133 mil millones de dólares (comparada con un
ingreso nacional de $ 81 mil millones en 1929).34
Este desempleo de la mano de obra estuvo
acompañado de un excedente de la capacidad de
TNEC Investigation of Concentrationi of Economic Power,
33
Hearings, Part 1 (Washington, 1939), p. 12.
78
las instalaciones productivas, que ascendió, en total,
a un 20 % "en su máximo" (es decir, en 1929) y a
"más de un tercio" en la época de las audiencias,
esto es, en 1938.35 Debe recordarse que las
estimaciones de Lubin están basadas en el supuesto
de que la población laborante permaneció constante
de 1929 a 1938 y que la productividad también se
mantuvo inalterable durante todo el período. De
hecho, como él mismo se dio cuenta, la población
trabajadora se incrementó en seis millones y, por
otra parte, la producción per cápita pudo haber
crecido a las tasas usuales, suponiendo condiciones
económicas más o menos prósperas. Tomando en
cuenta este incremento de la mano de obra
susceptible de ocuparse y considerando que las
tasas de crecimiento que se observaron en los años
de la década de los veintes, podría suponerse que
prevalecerían durante la década de los treintas, "el
Dr. L. H. Bean, del Departamento de Agricultura, ha
estimado que la pérdida en el ingreso nacional des-
de 1929 ha sido de 293 mil millones de dólares".36
Estas estimaciones se hicieron hasta 1938, porque
en ese año se efectuaron las audiencias. Las
condiciones de desempleo que allí se describen
continuaron hasta el estallido de la segunda Guerra
Mundial. La movilización para la guerra demostró,
en forma todavía más convincente que todos los
cómputos estadísticos, la magnitud de la
potencialidad productiva de la economía nor-
teamericana que había estado inactiva. Como es
bien sabido, durante los años de guerra, los Estados
34 Ibid., p. 16.
35 Ibid., p. 77.
79
Unidos no sólo fueron capaces de reclutar un cuerpo
militar que comprendía más de doce millones de
hombres, de producir una cantidad fabulosa de
armamentos y de abastecer ampliamente a sus
aliados con alimentos y otros bienes, sino también
de incrementar, al mismo tiempo, el consumo de su
población civil. En otras palabras, toda la guerra —la
mayor y más costosa de la historia— fue sostenida
por los Estados Unidos con la movilización de una
parte de su excedente económico potencial.
Es evidente que el desperdicio que provoca el
desempleo no es un fenómeno exclusivo de los
Estados Unidos ni tiene únicamente un interés
histórico. Puede ser observado fácilmente en los
tiempos actuales y ha sido característico de toda la
historia del capitalismo. Aunque su magnitud ha
sido distinta en diversos países y en diferentes
épocas, siempre ha mantenido a la producción total
muy por abajo de lo que podría haberse alcanzado
en una sociedad organizada de manera racional. El
impacto del desempleo tampoco se expresa
correctamente por ninguna medición de la
producción no materializada. Nadie puede estimar
los beneficios que hubiese obtenido la sociedad si la
energía, la capacidad de trabajo y el genio creador
de los millones de desocupados, hubiesen sido
empleados para fines productivos.
IV
81
ahorrar e invertir en un tiempo dado.37
Más aún, la asignación "óptima" de los recursos en
una economía socialista no requiere de manera
alguna la reducción del consumo a lo esencial.
Puede y debe estar asociada a un nivel de consumo
mucho más alto que lo que el criterio de
esencialidad pueda sugerir. Repitiendo, lo decisivo
es que el nivel de consumo y, por lo tanto, también
el volumen del excedente real que se genera, no
estará determinado por el mecanismo de la
elevación al máximo de las ganancias sino por un
plan racional que reflejará las preferencias de la
sociedad respecto al consumo corriente frente al
consumo futuro. Por lo tanto, el excedente
económico en el socialismo puede ser mayor o me-
37 El hecho de que una economía planificada pueda eliminar
fácilmente la irracionalidad más notoria del sistema
capitalista —el desempleo causado por una demanda
insuficiente— es mostrado en forma muy sucinta por M.
Kalecki: Es útil considerar cuál sería el efecto de una
reducción de la inversión en un sistema socialista. Los
trabajadores liberados de la producción de bienes de
inversión serian empleados en industrias productoras de
bienes de consumo. La oferta incrementada de estos bienes
sería absorbida por una reducción de sus precios. Puesto
que las ganancias de las industrias socialistas serían iguales
a la inversión, los precios tendrían que reducirse hasta el
punto en que el descenso de las ganancias fuese igual a la
baja en el valor de la inversión. En otras palabras, la
ocupación plena se mantendría a través de la reducción de
los precios con relación a los costos. En cambio, en el
sistema capitalista la relación precio-costo... se mantiene y
las ganancias descienden en la misma cantidad que la
inversión más el consumo de los capitalistas, a través de la
contracción de la producción y del empleo. Es, en verdad,
paradójico, que en tanto los apologistas del capitalismo
consideran habitualmente al 'mecanismo de los precios'
como la mayor ventaja del sistema capitalista, la
flexibilidad de los precios pruebe ser un rasgo característico
de la economía socialista." Theory of Economic Dynamics
(Londres, 1954), pp. 62 ss.
82
nor que el excedente económico real en el
capitalismo o aun llegar a cero si la sociedad opta
por abstenerse de toda inversión neta. Dependerá
de la etapa que se haya alcanzado en el proceso
histórico, del grado de desarrollo de los recursos
productivos y de la estructura y crecimiento de las
necesidades humanas.
Esto es todo por lo que respecta a nuestros
primitivos instrumentos. Tratemos ahora de usarlos
en algún material histórico.
83
84
CAPÍTULO III
38 El
Capital, vol. III, p. 919 (ed. Kerr). El autor ha cambiado
algunas palabras donde le pareció inapropiada la
traducción.)
85
Sería una tarea fascinante seguir la evolución de
la magnitud del excedente económico y de la forma
como se ha utilizado en el curso del desarrollo
precapitalista. El material necesario podría
integrarse con los escritos disponibles de an-
tropología y de historia, y su examen sistemático
significaría un adelanto para proporcionar el tan
urgentemente necesitado principio de organización
para un análisis significativo de la historia
económica y social. Es obvio que tal tarea no puede
ni siquiera intentarse dentro de los límites del
presente ensayo. Bástenos subrayar que la
transición del feudalismo al capitalismo representó
un cambio radical en el método de obtención y en el
modo de utilización del excedente económico y, por
lo tanto, en su magnitud.39 Los economistas clásicos
se dieron perfectamente cuenta de esta implicación
crucial del orden capitalista ascendente; de hecho,
vieron su principal raison d'étre en la capacidad
para promover un rápido progreso económico, no
sólo por la elevación al máximo del excedente
económico, con un nivel dado de producción y
productividad —a pesar de todo, este problema se
resolvía también en el feudalismo—, sino
principalmente por su utilización racional y
productiva.
En el orden económico que surgió de la
decadencia del feudalismo, captado en sus rasgos
más esenciales por los grandes economistas
clásicos, aparecieron enormes posibilidades para la
inversión en gran escala en las instalaciones
productivas. El empeño de los empresarios
individuales —ahora operando en un ambiente
socioeconómico distinto, libres de las antiguas
86
restricciones y capacitados para dar rienda suelta a
su incansable afán de ganancias— para "avanzar",
para acumular y ampliar sus empresas,
forzosamente serviría de motor a la expansión de la
producción total. La competencia forzaría cons-
tantemente a los hombres de empresa tanto a
mejorar sus métodos de producción, a promover el
progreso técnico y a darle aplicación completa a sus
resultados, como a incrementar y diversificar su
producción. Como todos los recursos productivos
tenderían a estar empleados útilmente —y la reduc-
ción de los costos se convertiría en la preocupación
más importante de los capitalistas en busca de la
elevación al máximo de sus ganancias—, el
despilfarro y la irracionalidad serían eliminados del
proceso productivo. El funcionamiento de la Ley de
Say cuidaría que el producto total encontrase
normalmente una demanda adecuada; los
"desajustes fricciónales" que pudieran surgir a
causa de un cambio técnico o de una modificación
en los gustos, serían simplemente "males de
crecimiento" de amplitud casi nula y no muy
peligrosos en sus repercusiones. De hecho, los
ajustes del aparato productivo a las exigencias
cambiantes de la sociedad y la eliminación de
tiempo en tiempo de las unidades atrasadas e
ineficaces, no serían sino crisis cortas que tendrían
un efecto benéfico, ya que promoverían un progreso
general y facilitarían la supervivencia de los más
aptos.
De esta máxima producción, la mayor parte
debería constituir el excedente económico. La
competencia entre los obreros impediría que
aumentasen los salarios por encima del mínimo de
subsistencia y que consumieran las ganancias —la
forma característica en la cual aparecería el
excedente económico de una sociedad capitalista
87
—.40 No habría, por lo tanto, ningún peligro de que la
demanda de trabajo —acumulación de capital— se
excediera a la oferta del mismo. Podría confiarse en
que el incremento de la población presionaría al
mercado de trabajo e impediría cualquier expansión
de la parte del producto que absorbe el "fondo de
salarios".
En un orden capitalista competitivo tampoco
deberían caber los trabajadores "improductivos" que
no contribuyesen a la acumulación del capital. No
debería permitirse a los grandes séquitos de las
cortes feudales, con su modo de vida extravagante,
ni a los patricios medievales, con sus comodidades y
sus lujos, el continuar usurpando el excedente
económico.41 El culto de Dios debería hacerse
menos costoso: los ritos modestos y sencillos de un
88
clero humilde, frugalmente mantenido por sus
congregaciones, deberían substituir a la pompa y
circunstancia organizadas por la jerarquía refinada y
rica de la Iglesia Católica Romana o de la Iglesia
Oficial.
En forma similar, los grandes costos de venta, los
gastos enormes en propaganda, los excesos de
capacidad, los departamentos legales o de
relaciones públicas, no entraban en el modelo de
una economía que se pensaba iba a estar compues-
ta de empresas relativamente pequeñas que
producían bienes más o menos intercambiables y
homogéneos. Habría necesidad, es verdad, de
algunos trabajadores improductivos (banqueros,
corredores de bolsa, comerciantes), pero, una vez
integrados en el sistema capitalista, jugarían un
papel totalmente distinto comparados a los de la
sociedad feudal. No sólo ayudarían a generar el
excedente económico, sino que la porción de éste
que les correspondería como recompensa por los
servicios prestados, sería acumulada en su mayor
parte en vez de ser consumida. De hecho, al
apropiarse de una parte del ingreso real de las
masas, haciéndolas absorber algo del costo de sus
operaciones, harían una contribución independiente
a la formación de capital más que a la disminución
de éste.42
Todavía más importante era la restricción prevista,
si no es que la desaparición, de lo que entonces se
consideraba como uno de los succionadores más
voraces del excedente económico, a saber, la red
gubernamental corrupta, dispendiosa e ineficaz que
databa de la era feudal. Probablemente, en nada
89
fueron los economistas clásicos tan francos e
insistentes como en este punto. "La mayor
importancia y presunción... de los reyes y los
ministros, es pretender vigilar la economía de los
particulares y restringir su gasto... todos ellos son
siempre, y sin ninguna excepción, los dilapiladores
más grandes que existen en la sociedad. Que vigilen
bien su propio gasto y podrán confiar
tranquilamente en que los particulares harán lo
mismo."43 En una sociedad dedicada a la elevación
al máximo del excedente económico, a su utilización
racional, todo lo que el Estado debería hacer era
abstenerse de interferir en la formación de capital,
no cobrando impuestos excesivos, dejando de
entrometerse en los asuntos sociales de subsidiar a
los pobres y reduciendo notoriamente el número de
trabajadores improductivos mantenidos por recursos
que, de otra manera, formarían parte del excedente
económico real.44 Sería de la incumbencia del
Estado el salvaguardar la ley y el orden y,
posiblemente, pudiese ser invocado para proteger
los mercados, las fuentes de abastecimiento y las
oportunidades de inversión en el exterior. Pero no se
90
esperaba que estas actividades gubernamentales
asumiesen mayores proporciones ni que estuviesen
asociadas con gastos muy grandes.
Sin embargo, debería cumplirse con una condición
más, si se quería que el máximo excedente
económico disponible proporcionase las mayores
tasas de crecimiento. Esta condición es la
frugalidad y el deseo de invertir por parte del nuevo
receptor del excedente económico, es decir, del
empresario capitalista.
Había buenas razones para esperar que esta
condición se cumpliese. En primer lugar, el
mecanismo competitivo obligaría al empresario a
acumular, ya que sólo con una reinversión continua
de sus ganancias en innovaciones que redujesen el
costo, podían esperar mantenerse en la lucha
competitiva. Podía considerarse como seguro que no
habría escasez de descubrimientos técnicos. No sólo
eran casi infinitas las perspectivas potenciales del
adelanto científico, sino que también podía
confiarse en que el interés de las empresas en
obtener costos más bajos, en fabricar nuevos
productos y en la posibilidad de utilizar nuevos
materiales, pondría de manifiesto el ingenio
científico y la inventiva técnica.
En segundo lugar, el ascenso de los miembros de
la clase empresaria desde sus humildes orígenes
hasta la riqueza y el poder, era explicado por su
propensión al trabajo asiduo y al ahorro. Se
consideraba probable —con fundamento en la so-
ciología y la caracterología— que conservaran el
modo de vida que los había llevado a triunfos
espectaculares y les había asegurado un status
social que nunca antes habían disfrutado.
En tercer lugar, el advenimiento de lo que Weber y
Sombart llamaron "el espíritu capitalista" —y al cual
de hecho le atribuyen el génesis del capitalismo
91
moderno—,45 junto con la aceptación de la ética
puritana, estableció un sistema de valores sociales
en el cual la frugalidad y el deseo de acumular
fueron elevados a la posición de mérito supremo y
virtud principal.46 La relación íntima entre el
nacimiento del protestantismo y del puritanismo por
una parte y el génesis y desarrollo del capitalismo
por la otra —una relación que se expresa no sólo en
los cambios profundos de la ideología dominante,
sino también en la reducción drástica de la parte del
excedente económico absorbida por la Iglesia—,
relación cuyo descubrimiento se atribuye
habitualmente a Weber, fue claramente apuntada
por Marx. "El culto del dinero implica su propio
acetismo, su propio sacrificio, su propia
renunciación; exige la parsimonia y la frugalidad, el
desprecio de las satisfacciones temporales, mun-
danas y transitorias; implica el esfuerzo por lograr
un tesoro eterno. De ahí la Conexión que existe
entre el lucro y el puritanismo inglés y el
protestantismo holandés."47
La única nube negra que flotaba sobre el claro
panorama del progreso económico era el miedo a
"los rendimientos decrecientes" de la agricultura, los
que, al elevar los costos de los alimentos,
provocarían la elevación del costo de aquellos
bienes que constituían el mínimo de subsistencia
para los trabajadores. El resultado sería un
incremento continuo de los ingresos de la clase
45Dicho sea de paso, el desarrollo del cálculo racional y de
la contabilidad, en el que tanto énfasis pusieron Weber y
Sombart, ya en 1847 había sido apuntado por Marx como
un factor importante del crecimiento de la cultura burguesa.
"La burguesía es demasiado instruida, demasiado
calculadora para compartir los prejuicios del señor feudal y
hacer alarde de la brillantez de su séquito. Las condiciones
de existencia de la burguesía, la obligan a calcular." "Wage
Labor and Capital", en las Selected Works de Marx y Engels
(Moscú, 1949-1950), vol. I. p. 91.
92
terrateniente y, por lo tanto, una presión continua
sobre las ganancias, fuente principal de la
acumulación de capital. "El interés del señor feudal
está opuesto siempre al del consumidor y al del
industrial", advirtió Ricardo.48 Y la lucha en contra
del señor feudal —el que, como dueño parásito de la
tierra y sin contribuir en nada al proceso de
producción, se apoderaría de una parte creciente
del excedente económico y lo dilapidaría para fines
no productivos— se convirtió en el interés principal
46 "¿Es una mera coincidencia o es una consecuencia, el que
la orgullosa profesión de espiritualidad hecha por los
cuáqueros haya ido de la mano con la astucia y el tacto en
la transacción de los asuntos mundanos? La piedad
verdadera favorece el éxito de un mercader al asegurar su
integridad y fortalecer los hábitos de prudencia y previsión,
que son condiciones importantes para obtener la posición y
el crédito que en el mundo comercial, son requisito para la
acumulación constante de la riqueza." G. A. Rowntree,
Quakerism, Past and Present (Londres, 1859), p. 85. O bien:
"En pocas palabras, el camino a la riqueza, si se la desea,
es tan llano como el camino a la plaza. Depende
principalmente de dos palabras: frugalidad y laboriosidad;
es decir, no desperdicies el tiempo ni el dinero; haz el mejor
uso de ambos. Sin industriosidad y frugalidad nada se hará
y con ellas se hará todo. Aquel que obtiene honestamente
todo lo que puede y ahorra todo lo que obtiene
(exceptuando los gastos necesarios), seguramente se hará
rico si el Ser que gobierna al mundo, a quien todos deben
pedir su bendición en los manejos honestos, no dispone con
su sabia providencia de otra forma." Benjamín Franklin,
Works (ed. Jared Sparks, Boston, 1840), vol. II, pp. 87 ss.
93
de la clase capitalista, de la cual Ricardo fue uno de
sus portavoces más destacados.
No fue sino hasta una generación después de la
publicación de los Principios de Ricardo, cuando el
progreso técnico de la agricultura y la apertura de
los enormes recursos agrícolas de ultramar disipó
los temores sobre la lentitud e insuficiencia del
crecimiento de la productividad en la agricultura.
Para entonces, el aristocrático terrateniente de
antaño estaba despojado de su propiedad por su
incapacidad para "no excederse en sus gastos" y
pagar sus deudas, o bien, él mismo se había conver-
tido en un empresario capitalista que explotaba su
empresa agrícola en la misma forma en que los
capitalistas urbanos manejaban sus empresas
industriales.49 En esta época, el fervor antifeudal de
la burguesía ascendente sólo inspiraba a algunos
cuantos lunáticos —reformadores sociales,
partidarios del impuesto único—, en tanto que la
gran mayoría de la clase dirigente cerraba filas con
los hacendados (que para entonces tenían ya
intereses en gran medida capitalistas) en un frente
común en contra de la creciente amenaza socialista.
Desde aquel momento, después de que la Comuna
de París había sido ahogada en sangre por la "acción
unida" de todas las clases poseedoras de Europa, y
el movimiento obrero internacional había sufrido
uno de sus retrocesos más serios, nada pareció
oponerse a un progreso económico rápido y
sostenido dentro de la estructura del orden
capitalista. El único problema con el que se
49 "Los Comunes en Inglaterra, el Tiers Etat en Francia y en
general la burguesía del Continente... fue una clase
ahorrativa, en tanto que, en sus últimas etapas, la
aristocracia feudal fue una clase dispendiosa... De ahí que,
gradualmente, los primeros substituyesen a los segundos
como dueños de una gran parte de la tierra." John Stuart
Mill, Principies of Political Economy (Nueva York, 1888), p.
38.
94
enfrentaba la sociedad, era la creación y el manteni-
miento de las instituciones sociales y políticas que
permitiesen funcionar armoniosamente al
mecanismo capitalista, sin disturbios exteriores ni
obstáculos. La mano invisible de Dios conduciría
entonces a la sociedad por ¡os senderos de la
producción creciente, del bienestar en aumento y de
la distribución cada vez más equitativa de los bienes
del mundo.
II
95
organización económica del capitalismo actual. 50
Por consiguiente, puede servir como un punto de
partida apropiado para el entendimiento de los
rasgos salientes de la fase avanzada y monopolista
del desarrollo capitalista, que es el tópico de este
capítulo y del siguiente.
De hecho, creo que es importante considerar el
grado en que nuestras "condiciones clásicas" para el
desarrollo económico se cumplen en la fase
corriente, monopolista, del capitalismo. ¿Son los
cambios que han ocurrido lo suficientemente
importantes para hacer obsoleto al modelo
competitivo y para producir un desarrollo
económico, político y social del capitalismo
avanzado que difiera sustancialmente del de la
etapa competitiva del capitalismo? ¿Existen ciertas
regularidades en el funcionamiento económico,
social y político del capitalismo monopolista, que
puedan comprenderse mejor con la ayuda de un
marco distinto?
Comencemos por el principio; se recordará que la
primera y quizás más importante de las cuatro
50Esto no quiere decir que no hubiese monopolio durante la
"edad de oro" de la competencia. Por lo contrario, el
monopolio estuvo presente en todas partes desde los inicios
mismos del orden capitalista. Sin embargo, es una falacia
del "modernismo", que se encuentra frecuentemente en los
escritos de historia (tanto política como social y
económica), igualar indiscriminadamente a las instituciones
primitivas con aquellas que existen actualmente en
condiciones distintas. La base y la naturaleza del monopolio
en los siglos XVII y XVIII, lo hicieron un fenómeno bastante
distinto de lo que es ahora. En aquella época, tenía su
origen en las instituciones restrictivas de los gremios
feudales; era generado por la continua recurrencia de
escasez local y temporal, por la inmovilidad de los recursos,
por los deficientes sistemas de comunicación y transporte,
asumiendo la forma de acaparamiento de un mercado débil
y limitado, más que la forma moderna de grandes empresas
que controlan porciones decisivas de una gran producción.
96
condiciones que formulamos previamente —y a la
cual el resto está íntimamente ligada—, es la
utilización plena de todos los recursos productivos
disponibles. En condiciones de una competencia
absoluta, los costos reales y el desperdicio se
suponen reducidos casi a un mínimo y los factores
asignados en tal forma, que aseguren el máximo de
producción. Aunque nunca hubo razón suficiente
para esperar tal elevación al máximo de la
producción en el capitalismo competitivo, en la
actualidad, ni siquiera los apologistas más celosos
del capitalismo querrán sostener que esta condición
está siendo cumplida por la economía capitalista. Lo
que se dijo antes —en el curso de nuestra
argumentación sobre el excedente económico
potencial—, acerca del desempleo, del exceso de
capacidad, de la reducción de la producción
agrícola, etc., basta para mostrar que, con la posible
excepción de los años de guerra, el sistema
capitalista de nuestros días ha estado generando
una producción menor —y frecuentemente mucho
menor— de lo que hubiese sido posible con el
equipo, los recursos naturales y la mano de obra
disponible, suponiendo la división prevaleciente del
tiempo entre el trabajo y el ocio. La búsqueda de la
ventaja individual, la competencia entre los
empresarios, el funcionamiento del mecanismo del
mercado y todos los otros factores que
habitualmente se consideran por los economistas
burgueses como los motores indispensables para el
progreso, produjeron un gran adelanto económico,
pero no permitieron obtener las tasas de
crecimiento que corresponderían al desarrollo de la
técnica, al crecimiento y a la potencialidad creadora
de la población.
La información disponible no permite calcular la
magnitud de la discrepancia que existe entre la
producción real y la potencial en la historia del
capitalismo en distintos países. Por lo tanto, es
imposible tener una medición precisa del grado en
97
que esta brecha se ha incrementado en el
capitalismo monopolista en relación con el
capitalismo competitivo. Todo lo que podemos
estudiar —y aun esto con enormes dificultades— es
la actuación real, es decir, las tasas de crecimiento
que fueron logradas en algunos países. Poco
podemos avanzar en la determinación de lo que
pudo haberse realizado en condiciones de ocupación
plena y de asignación eficaz de los recursos dispo-
nibles.
De ahí que, aunque parezca que las tasas de
crecimiento de la producción per cápita de los
Estados Unidos eran menores antes de la Guerra
Civil que después de ésta,51 debe considerarse que
en aquella época la potencialidad de crecimiento de-
mográfico, económico y técnico, era más pequeña
que en las décadas subsecuentes. Al generarse una
porción mucho mayor de la producción total en los
sectores no capitalistas de la economía (la
agricultura, el artesanado, etc.), la brecha entre la
producción real y la potencial era, probablemente,
mucho más angosta que lo que fue después, cuando
la parte no capitalista de la economía principió su
rápida contracción. Lo que se aplica a los Estados
Unidos tiene aún mayor vigor en los países de
Europa Occidental, donde los sectores no
capitalistas de la economía fueron mayores en un
comienzo y donde el proceso de contracción fue
mucho más lento.
Por otra parte, aparentemente no hay duda entre
los expertos acerca de que las tasas de crecimiento
disminuyeron notoriamente a partir de la Guerra
Civil, es decir, durante el período que comúnmente
se asocia con el capitalismo monopolista o
98
avanzado. El incremento del ingreso nacional total
de los Estados Unidos descendió de
aproximadamente un 27 % quinquenal en la primera
parte del período, a cerca del 9 % en su última
parte. Claro está que una parte de esta reducción de
la tasa de desarrollo se relaciona con un menor
aumento del crecimiento demográfico. En los
Estados Unidos, la tasa de incremento de la
población varió aproximadamente del 12 % al 6.5 %
quinquenal del principio al fin del período que siguió
a la Guerra Civil; aun así, la tasa de crecimiento del
ingreso per cápita descendió del 13.5 % a menos
del 3 % quinquenal.52 Por ende, como señala
Kuznets, la tasa de variación de la población puede
ser en sí el resultado del cambio en la tasa del
crecimiento económico.53
Un factor al cual debe atribuirse cierta
responsabilidad independiente en la mayor lentitud
del crecimiento del producto, es la reducción
considerable del número de horas trabajadas
semanalmente que se operó durante ese período.
Esta reducción neutralizó en cierta medida el
incremento de la productividad por hombre-hora,
ocasionando que una parte del incremento potencial
de la producción fuese realmente absorbido en
forma de ocio adicional.54
99
Sin embargo, las razones principales de la
disminución registrada en la tasa de crecimiento de
los Estados Unidos y de la lenta expansión que
caracteriza a otros países avanzados durante el
siglo actual, deben buscarse en otra parte. Se en-
cuentran, en primer lugar, en las violentas
fluctuaciones de la actividad económica y de la
ocupación, que distinguen especialmente a la última
parte del período, siendo la baja tasa de formación
de capital a la vez la causa y el efecto de estas fluc-
tuaciones.55
Repitiendo; aunque no hay una base satisfactoria
para comparar la magnitud de la discrepancia entre
la producción real y la potencial en el siglo XIX y en
el siglo XX, parece ser que ésta se ha agrandado
considerablemente. Es posible que, durante el
período competitivo, los altibajos de la actividad
económica hayan sido más frecuentes y su
aparición y desaparición más dramática; sin
embargo, existen muchas pruebas que respaldan el
punto de vista según el cual la pérdida total de pro-
ducción respecto al total posible que pudo haberse
obtenido, provocada por el desempleo, la capacidad
no utilizada, las restricciones a la producción, etc.,
ha sido mucho mayor en el siglo presente que
durante el anterior.56 Si se hiciesen cálculos
55 Cf. S. Kuznets, op. cit., p. 58 y pp. 61 ss.
100
similares a los realizados por el Dr. Luis Bean —
respecto a la década de los treintas en los Estados
Unidos— para todo el período en que ha existido el
capitalismo monopolista, la estimación resultante de
la brecha total entre lo que pudo haber sido
producido y la producción efectuada en realidad,
alcanzaría cifras astronómicas. Por consiguiente,
nuestra primera condición apenas si se ha cumplido
en el curso del desarrollo capitalista. No fue
observada durante su etapa competitiva y ha
estado cada vez más lejos de realizarse en su fase
monopolista avanzada.
III
101
salarios y de consumo masivo", que son los que
permiten la generación del excedente máximo en
una producción máxima. Dentro de la estructura
general de la ciencia económica clásica, difícilmente
surgían estos problemas; se daba por supuesta la
producción a niveles de ocupación plena y se
pensaba que los salarios (y el consumo masivo)
tenderían hacia un "mínimo de subsistencia". El
mínimo de subsistencia representaba, por lo tanto,
un tope por abajo del cual los salarios no podían
descender por un período largo y constituía un
límite efectivo a la magnitud del excedente
económico posible.
Sin embargo, los hechos históricos nos muestran
que, en realidad, el mínimo de subsistencia no es, ni
con mucho, el tope supuesto; es más bien una
escalera mecánica que está en continuo
movimiento, y no puede haber duda de que lo que
se ha considerado como el "mínimo de subsistencia"
de un período dado —cuando menos en los países
capitalistas avanzados— ha sido una cantidad
creciente de bienes y servicios. En tales
circunstancias, la hipótesis de que en el capitalismo
los salarios oscilan alrededor del mínimo de
subsistencia no nos lleva muy lejos. Esto puede
afirmarse respecto a cualquier nivel de salarios y de
consumo, es decir, aun cuando los niveles de vida
estuviesen mejorando notoriamente y aunque el
excedente económico estuviese declinando. En
otras palabras, la validez de esta hipótesis no puede
ser ni probada ni refutada con base en los anales
históricos. Cualquiera que haya sido el nivel de
salarios y de consumo masivo de un período dado,
éste puede hacerse coincidir —por definición— con
el "mínimo de subsistencia" de ese período.57
57Es por esta razón que la teoría del mínimo de
subsistencia en los salarios no puede ser fincada en
comparaciones entre los salarios ganados en realidad y los
diversos "mínimos de subsistencia" o "presupuestos
mínimos", como los que han sido computados por el Heller
102
El que el enfoque del mínimo de subsistencia no
nos proporcione una definición fácil del máximo
excedente económico posible o del nivel más bajo
posible de salarios (y de consumo masivo), no
significa que estemos totalmente perdidos ni que no
exista solución para nuestro problema. De hecho, no
necesitamos preocuparnos de los factores que
determinan el tamaño absoluto del excedente
económico o el volumen absoluto de los salarios (y
del consumo masivo).58 Lo esencial para nuestros
propósitos es saber si existe alguna relación
determinante entre las porciones relativas del
ingreso que corresponden al excedente económico y
al consumo masivo respectivamente. Tal relación
indudablemente existe; aunque con serias
divergencias sobre la explicación del fenómeno, los
economistas están de acuerdo en su mayoría, en
que existen límites para la porción del producto
disponible para salarios (y consumo masivo) al igual
que para la parte que constituye el excedente
Committee ior Research in Social Economics de la
Universidad de California y otras organizaciones. Aunque
tales comparaciones son importantes e ilustrativas cuando
lo que se busca es un cuadro del nivel de vida prevaleciente
y del nivel de bienestar económico logrado por la masa de
la población, no pueden usarse como argumentos para
apoyar el punto de vista de que los salarios están más
altos, más bajos o en el mínimo de subsistencia. Una rápida
ojeada al "presupuesto mínimo" del Heller Committee, por
ejemplo, muestra fácilmente que lo que allí se describe no
era, con seguridad, el mínimo de subsistencia que tenía en
cuenta, digamos, Ricardo, o el que "disfrutaron" los
trabajadores ingleses o norteamericanos hace un siglo o
aun hace cincuenta años.
103
económico. Como quiera que sea, la presencia de
tales límites es todo lo que se requiere para darle un
significado histórico concreto a las nociones de
"mayor excedente económico posible" y de monto
más bajo posible" de salarios (y del consumo
masivo) en cualquier volumen dado del producto
total.
Podemos, por lo tanto, volver a nuestro problema
original: ¿Cómo se ha comportado nuestra segunda
condición de crecimiento en la historia del
capitalismo? Aunque los estudios estadísticos de la
distribución del ingreso por clases que se han
efectuado, difieren un poco en cuanto a las
estimaciones específicas, existen pruebas
abundantes de que dicha distribución ha mostrado
una estabilidad notable durante todo el período para
el que existe información. Los datos reunidos por
Kalecki muestran una sorprendente constancia de la
participación del trabajo en la producción total del
Reino Unido durante el período 1899-1938;
constancia que, según otros estudiosos del
problema, no fue turbada ni aun en los años de
postguerra, bajo un gobierno laborista.59
59Hasta un ferviente partidario de las posibilidades de un
"Estado Benefactor" como John Strachey, declara que "en
los últimos 15 años [la parte de los asalariados dentro del
ingreso nacional] pudo haber aumentado nuevamente pero
quizá tan sólo lo suficiente para regresarla al nivel de
1860". "Marxism Revisited", New Statesman and Nation
(1953), p. 537. Contrariamente a los puntos de vista
sostenidos con frecuencia, una redistribución del ingreso tal
como la que se efectuó en la Gran Bretaña después de la
guerra, a consecuencia de la política económica del
gobierno laborista, no tuvo influencia en la participación del
trabajo dentro del ingreso nacional. "Los gastos sociales
para la salud y la alimentación... han sido neutralizados
ampliamente por los mayores impuestos sobre el tabaco, la
cerveza y otras compras, de tal forma que los asalariados
no han obtenido ningún beneficio neto de estos subsidios."
Clark Kerr, "Trade Unionism and Distributive Shares",
American Economía Review (mayo de 1954), p. 291, en
donde se cita el artículo de Findlay Weaver "Taxation and
104
Para los Estados Unidos, las conclusiones a que
han llegado diversos investigadores son menos
uniformes. Mientras algunos de ellos mantienen que
"se observa una ligera pero definida tendencia al
alza de la participación del trabajo dentro del
producto de los Estados Unidos",60 otros consideran
que, en realidad, no ha habido tal mejoramiento o
aun que la participación del trabajo tiende a
disminuir. De acuerdo con los cálculos de Kuznets, la
participación de los trabajadores dentro de la
producción de 1949 era una quinta parte menor que
en 1939.61 El Economic Report of the President to
Congress (enero de 1953) afirma: "Los incrementos
en el ingreso real disponible por persona, durante el
período de postguerra, han sido relativamente
pequeños... A este respecto, es interesante hacer
notar... que contrariamente a la impresión general,
si se toma el período en su conjunto, las ganancias-
hora promedio de las ramas industriales, ajustadas
a los cambios de los precios al menudeo, no sólo no
han crecido con mayor rapidez que los aumentos
reales de la productividad ocurridos en la economía
sino que, aparentemente, se han rezagado bastante
(p. 111).
Claro está que estas discrepancias en los
105
resultados de las investigaciones pueden deberse a
diferencias en los puntos de partida. En un caso es
la tendencia a largo plazo la que está en estudio; en
el otro se enfoca la atención en las variaciones a
corto plazo, ligadas a los cambios en el nivel de
precios, de ingresos y de ocupación. Además, es
importante considerar que, cualquier pequeña
ganancia que haya podido obtener la participación
de los asalariados en el curso de los últimos 50
años, en su mayor parte, no se debió a un alivio de
la posición relativa de la clase obrera, sino a su
expansión a través de la absorción de pequeños
empresarios, artesanos, etc., que habían sido
independientes anteriormente.62 La parte del ingre-
so que corresponde a las ganancias quedó sin
afectar. Esta situación se describe muy bien en un
estudio reciente: "...durante los últimos veinticinco
años, en varias ramas industriales de características
distintas, se han producido grandes incrementos de
los salarios —tanto en los períodos de depresión
como en los de sobre-ocupación— sin que hayan
llegado a ocasionar una disminución importante en
la participación de las ganancias... La potencialidad
de distribuir las ganancias es muy pequeña en tanto
los productores sigan siendo libres de ajustar sus
precios, sus técnicas y su ocupación, a fin de prote-
ger sus utilidades",63
Pero, el hecho de que en el curso de las cinco o
siete últimas décadas —que es el período que
comúnmente se asocia al capitalismo monopolista—
la participación relativa del ingreso total que
62"Los empresarios autoempleados constituían en 1880 el
36.9 % de los trabajadores ocupados, pero sólo el 18.8 %
en 1939. De una gran importancia para el tema, es la
decadencia del empresario independiente. Los empresarios
no agrícolas descendieron del 8 % en 1880 al 6 % en 1939."
House of Representatives, Committee on Small Business,
United States Vs. Economic Concentration and Monopoly
(Washington, 1949), p. 96.
106
corresponde al trabajo haya permanecido
generalmente estable (o registrando sólo pequeñas
fluctuaciones), deja sin resolver el problema de si
hubo algún cambio con relación al capitalismo
competitivo. Que yo sepa, no existe una respuesta
estadística a esta pregunta; ningún estudio
comparable con los antes mencionados, parece
haber sido viable en la segunda mitad del siglo XVIII
ni en los tres primeros cuartos del siglo XIX. Sin
embargo, en el terreno de la especulación, es
permisible suponer que no ha habido cambios
importantes en la participación relativa de los
salarios (y del consumo masivo) dentro del ingreso
nacional. La evolución de las grandes empresas, del
monopolio y del oligopolio, que principió en el último
cuarto del siglo pasado, ha venido ganando impulso
desde entonces, perturbando un segmento cada vez
mayor del sistema económico. Coma esta
ampliación y profundización de la influencia del
monopolio que se ha operado durante los últimos
cincuenta u ochenta años, no parece haber
deprimido notoriamente la porción correspondiente
al trabajo, puede suponerse que el surgimiento de
las empresas monopolistas tampoco provocó una
declinación de esta especie. Este razonamiento se
encuentra reforzado por consideraciones teóricas.
Éstas fueron claramente formuladas por Marx: "El
precio de monopolio de algunas mercancías no haría
sino transferir a las mercancías (con el precio de
monopolio) una parte de la ganancia de los otros
productores de mercancías. Se produciría indirec-
tamente una perturbación local en la distribución de
la plusvalía entre las distintas ramas de la
producción, pero el límite de la plusvalía quedaría
107
intacto."64 Lo que esto sugiere, es que la expansión
de las grandes empresas y de los monopolios
afectará principalmente la distribución de las ganan-
cias entre las empresas capitalistas más que la
participación relativa de las ganancias totales en el
ingreso nacional. En las palabras de Kalecki, "El
aumento del grado de monopolio, ocasionado por la
expansión de las grandes empresas, da lugar a que
una parte considerable del ingreso total sea
absorbido por las industrias que dominan dichas
corporaciones, en detrimento de las otras industrias;
en esta forma, el ingreso se redistribuye de las
pequeñas a las grandes empresas."65 Sobre esto
existen pruebas abundantes.
Puesto que es legítimo suponer que la
concentración de las ganancias está estrechamente
ligada a la concentración de los activos (al igual que
a la de ventas y a la de ocupación), la tendencia
básica está fuera de discusión. "Es claro... que ha
habido una tendencia al alza, más o menos
constante, en la concentración del control ejercido
por las grandes corporaciones. De ahí que las
doscientas corporaciones no financieras más
grandes, incrementasen su importancia relativa
desde poseer la tercera parte de los activos en
1909, al 48 % en 1929 y al 55 % en los primeros
64Marx, El Capital (ed. Kerr), p. 1003. Como Marx dice en la
misma página, esto no significa que no exista la tendencia
de los monopolios a disminuir el ingreso de los obreros
como consumidores. Sin embargo, si de todas formas la
parte del ingreso correspondiente al trabajo tiene una
estabilidad considerable, esta estabilidad puede deberse en
gran medida a los esfuerzos de los sindicatos para
neutralizar las presiones del monopolio y mantener los
salarios en una cierta relación con los precios y las
ganancias.
108
años de la década de los treintas." 66 Aunque no se
han hecho para el período de postguerra estudios
comparables a los de los años anteriores a ésta, no
puede haber duda de que el movimiento de fusión
en gran escala que se ha estado efectuando desde
el final de la segunda Guerra Mundial ha fortalecido
la posición de un pequeño y poderoso grupo de
corporaciones.67 Observando la poca información
directa que existe sobre la distribución de las
ganancias, se tiene exactamente la misma
impresión. En 1923, las 1,026 corporaciones más
grandes —0.26 % de todas las corporaciones
inscritas en el Bureau of Internal Revenue— recibían
el 47.9 % de todas las ganancias netas de las
corporaciones. En 1951 —último año del cual se
tienen datos publicados—, 1,373 corporaciones
(0.23 % del total) recibieron el 54 % de las
ganancias netas totales de las corporaciones, y de
éstas, 747 (0.12 % de todas las corporaciones)
obtuvieron el 46.5 % del total de ganancias netas.68
De hecho, las tasas de concentración, tanto de los
activos como de las ganancias, subestiman en
mucho la parte del total que está controlada por un
reducido grupo de empresas. Muchas corporaciones
que se declaran independientes, están en realidad
íntimamente ligadas por compañías tenedoras de
109
acciones, accionistas comunes, juntas directivas
entrelazadas, etc.69
Empero, se cree frecuentemente —una creencia
diligentemente nutrida por diversas publicaciones
que emanan de fuentes obvias— que la
concentración de las ganancias en manos de un
pequeño número de empresas tiene poca
importancia, puesto que estas empresas
gigantescas pueden a su vez ser poseídas por un
número muy grande de individuos. Sin embargo,
este cuadro de una democracia de accionistas no es
más que un mito. Como lo han mostrado diversos
estudios, el control de las pocas corporaciones que
tienen la parte del león de los activos y obtienen, en
consecuencia, una porción mayor de las ganancias
totales, corresponde a un pequeño número de
individuos, los cuales reciben el grueso de las
ganancias distribuidas.70 Esto se refleja plenamente
69Para la situación de la preguerra, véase el excelente
estudio de Paul M. Sweezy, Interest Groups in the American
Economy, publicado originalmente como el apéndice 13 de
la primera parte del libro Structure of the American
Economy del National Resources Committee y reciente-
mente reeditado en el libro The Present as History (Nueva
York, 1953), pp. 158 ss., del propio Sweezy.
IV
112
sus receptores—; y en segundo lugar, la
disponibilidad de suficientes oportunidades para su
inversión lucrativa. Basta con una simple ojeada al
desarrollo económico reciente (y a la literatura
económica), para observar que es aquí donde el
capitalismo monopolista se ha alejado más del
período competitivo.
Respecto a la primera de las dos condiciones, las
cosas han tomado un giro algo paradójico. En la
actualidad, el capitalista individual se ha apartado
mucho de la forma de vida de sus antecesores
puritanos; la frugalidad, la sobriedad y la inexorable
renunciación, difícilmente pueden considerarse en la
actualidad como las características sobresalientes
de él y de su esposa. Sin embargo, la resultante
esencial de la sobriedad del capitalista individual,
todavía se sigue obteniendo en el capitalismo
monopolista, aunque en una forma radicalmente
distinta. La impresionante desigualdad de la
distribución de las ganancias, hace que sólo una
porción relativamente pequeña del excedente
económico total se oriente hacia el consumo de los
capitalistas. En condiciones de ocupación plena, de
una gran producción y un vasto excedente
económico, la pequenez de esta parte se hace aún
más pronunciada. Por consiguiente, la proporción
del excedente económico que es retenida por las
corporaciones y está disponible para la inversión, no
es tan sólo grande sino que se incrementa
notoriamente en períodos de prosperidad.73
La situación es mucho más compleja cuando se
aborda el otro aspecto del problema, es decir,
cuando no se considera el volumen del excedente
económico y la necesidad de oportunidades de
inversión, sino la demanda de capital acumulado y
73Esto es un principio importante de la llamada "Teoría del
Sub-consumo". Para un juicio sobre ella, véase la página
108.
113
la disponibilidad de inversiones lucrativas. De
hecho, tendremos que detenernos un poco más en
este aspecto del problema.
Durante mucho tiempo, la ciencia económica
apenas si ligaba el desarrollo de las grandes
empresas, del monopolio y del oligopolio, con el
problema de las oportunidades de inversión y con la
existencia de una demanda de los fondos
disponibles para la inversión que pudiese absorber
el excedente económico generado en condiciones
de ocupación plena. Como se suponía que
prevalecían nuestras condiciones "clásicas", es
decir, se consideraba como válida la Ley de Say, la
utilización del excedente económico difícilmente
aparentaba ser un problema. Se daba por sentado
que el excedente que obtenía el empresario
capitalista —monopolista o de otra forma— se
reinvertía en la empresa, impulsando con esta
inversión el progreso económico. De hecho, en tanto
fuese mayor dicho excedente, más rápido sería el
crecimiento de la productividad y de la producción.
Por eso, aun admitiendo la posibilidad de que un
excedente excesivo redujera indebidamente el
consumo corriente a favor del consumo futuro, no
se consideraba prudente inmiscuirse en el tamaño
de ese excedente. El reducirlo, podía hacer menos
atractiva la inversión para aquellos que estaban en
posición de invertir, provocando así el descenso de
la inversión (y un retardo del progreso económico)
totalmente desproporcionado al beneficio temporal
asegurado por el incremento original del consumo.
De ahí que, la preocupación de algunos escritores
por el volumen de un excedente económico que
consideraban demasiado grande, su insistencia en
frenar una acumulación "excesiva" de capital y sus
quejas respecto al "subconsumo", fuesen tomadas
como una sobrestimación algo miope del presente
con respecto al futuro, que, aunque mostraba una
loable piedad hacia sus prójimos menesterosos,
difícilmente reflejaba una justa apreciación de los
114
cánones de la ciencia económica ortodoxa.
Esto no quiere decir que la proliferación del
monopolio y la magnitud de sus ganancias dejaran
de preocupar a los economistas. Por lo contrario, en
el último cuarto del siglo XIX y en el primero del
siglo XX, los economistas de los países capitalistas
avanzados se preocuparon grandemente por la cre-
ciente importancia de las empresas monopolistas y
oligopolistas. Sin embargo, la economía académica
—reflejando su formación y sus antecedentes de
clase media, expresando la frustración creciente y la
ansiedad de los pequeños empresarios competitivos
que, de buena o mala gana, contemplaban
impotentes el avance gigantesco de su gran rival
monopolista— fue incapaz de asumir una posición
históricamente previsora acerca del crecimiento de
las grandes empresas. Por consiguiente, todos los
ataques que se lanzaron en contra del monopolio, se
inspiraron en la teoría de la competencia perfecta —
la perfecta ideología de las pequeñas empresas—,
criticando fundamentalmente los efectos
desastrosos que las grandes empresas introdujeron
al distorsionar el orden "óptimo" que se esperaba
surgiese del reino del mercado libre. Identificando
los intereses de los pequeños empresarios con los
intereses de la sociedad como un todo,74 su
denuncia del monopolio acusaba a éste de
distorsionar la distribución "óptima" del ingreso,
aunque lo que realmente estaba en juego era el
efecto de los monopolios en la distribución de las
ganancias. Los críticos del monopolio, impulsados
tanto por el miedo como por la envidia, lapidaban la
política de precios y de producción monopolista,
acusándola de abatir el bienestar del consumidor,
aunque lo que estaba casi siempre a discusión era
la superioridad competitiva de la gran empresa.
74Cf. Lee Benson, Merchants, Farmers, and Railroads
(Cambridge, Massachusetts, 1955).
115
Ante el ascenso espectacular de los monopolios al
poder y a la influencia social, sus enemigos lo
vituperaban por constituir una amenaza a la libertad
y a la democracia de la entidad política, aunque lo
que se atacaba era la amenaza que representaba
para el ascendiente inicial que había tenido el
pequeño empresario en la sociedad capitalista.
Preocupados por la conservación del statu quo,
tratando de aferrarse al mejor de los mundos po-
sible, no pensando jamás en términos de cambio
histórico y de desarrollo, esta hostilidad pequeño
burguesa hacia la gran empresa y los monopolios,
no permitió el entendimiento racional del impacto
de éstos sobre el proceso de inversión y el
crecimiento económico.75
Aun después de que la llamada revolución
keynesiana repudió la Ley de Say y puso la
determinación del nivel de ingresos y de ocupación
en el centro de la discusión económica, la relación
entre el proceso de inversión (y del desarrollo
económico) y la importancia creciente de la gran
empresa y del monopolio ha recibido una atención
fragmentaria y esporádica. Siguiendo las huellas de
Keynes, al tratar la inversión (o más bien lo central
116
de ella) como un dato "autónomo" determinado
exógenamente, y preocupándose poco de su
composición, la exposición de la teoría del ingreso y
de la ocupación pasó por alto, por así decirlo, el
problema del impacto del monopolio y del oligopolio
en el volumen y en el efecto a largo plazo de la
inversión. Más aún, esta orientación del
pensamiento económico puso en un segundo plano
a la crítica primitiva del monopolio, basada en el
"bienestar", y despejó intelectualmente el campo a
la tendencia actual de aceptación total, y aun de
glorificación, del monopolio.
Ciertamente, la "Nueva Economía" sugería una
actitud antimonopolista al preocuparse de la
sobreacumulación Sin embargo, el énfasis de ese
razonamiento se ha puesto en la necesidad de
aumentar la parte del consumo dentro del ingreso
nacional más que sobre el papel del monopolio en el
proceso de inversión. Desde este punto de vista, el
excedente económico —sea qué se apropiasen de él
los monopolistas o los empresarios competitivos—,
se consideró como demasiado grande, no tanto
porque usurpase, en términos de bienestar, una
proporción inadecuada del consumo corriente, sino
porque no encontró una utilización suficiente a
través de la inversión privada. Como dice el profesor
Alvin H. Hansen, "el problema de nuestra
generación es, sobre todo, el problema de oportu-
nidades inadecuadas de inversión".76
Lo inadecuado de las oportunidades de inversión
ha sido atribuido por casi toda la ciencia económica
contemporánea —como hubiese dicho Schumpeter
— no a causas inherentes al funcionamiento de la
maquinaria económica, sino a la acción de factores
117
externos a ésta. Una expresión típica de este
enfoque es la llamada "teoría del desvanecimiento"
de las oportunidades de inversión", que ha recibido
su formulación más conocida en los escritos del
profesor Hansen. Pero aunque los economistas
ligados a este concepto han registrado correcta-
mente el fenómeno de desajuste creciente entre el
volumen de oportunidades que tiene la inversión
privada y el tamaño del excedente económico
generado en condiciones de ocupación plena,
difícilmente puede decirse que lo hayan explicado
satisfactoriamente. Ni la baja de la tasa de
crecimiento de la población, ni la desaparición de la
llamada frontera, ni los supuestos cambios en el
tiempo y la naturaleza del progreso técnico, que
constituyen la parte central de esta argumentación,
pueden proporcionar tal explicación.
Sin considerar el hecho de que un descenso del
crecimiento de la población como el que ha tenido
lugar en los países capitalistas avanzados, puede
ser en sí un fenómeno que deba explicarse en
términos de insuficiencia de inversión, empleo e
ingreso, no existe razón alguna para esperar que los
cambios de la población en sí ejerzan una influencia
fundamental en el volumen de la inversión. Por lo
que respecta a la relación que existe entre los
cambios de la población y los de la demanda
efectiva, Kalecki señala que: "...lo que interesa... no
es el incremento de la población sino el incremento
del poder de compra. Un aumento del número de
gente pobre no ensancha el mercado. Por ejemplo,
una población más grande no significa
necesariamente una mayor demanda de casas, ya
que sin la elevación del poder de compra, el
resultado puede ser más bien el hacinamiento de un
mayor número de gente en las viviendas
disponibles".77
77 Theory of Economic Dynamics (Londres, 1954), p. 161.
118
Esto no quiere decir que el aumento de la
población no pueda tener algún efecto en la
demanda total. Una población creciente puede
generar una estructura de consumo distinta a la que
puede caracterizar a una población estancada.
Puede comprar más leche y menos whisky, más
pañales y menos corbatas, más casas y menos
automóviles. Estas diferencias en la composición del
gasto de los consumidores, pueden tener cierta
importancia en el volumen y la rentabilidad de la
inversión.78 Sin embargo, el que una población
ascendente ahorre más o menos es, a fin de
cuentas, un problema debatible y no de mucha
importancia. Puede argumentarse que un mayor
gasto para el mantenimiento de familias numerosas
reducirá el ahorro personal, pero, con igual fuerza
puede sostenerse que la responsabilidad que
implica la educación de familias numerosas exigirá
mayores reservas y una reducción en el gasto co-
rriente. Puesto que la enorme mayoría de la gente,
aun en los países más ricos del mundo, casi no
ahorra, la diferencia no será mucha, cualquiera que
sea la hipótesis que se sostenga.
Algo más apropiado puede parecer el argumento
de que los hombres de empresa, al hacer las
decisiones de inversión, están fuertemente influidos
por las estadísticas de la población. Si esto fuese
verdad, y si todos los capitalistas invirtiesen excesi-
vamente cuando el crecimiento de la población es
rápido (reduciendo la inversión cuando éste sea
lento o no exista), sus perspectivas de ganancia
podrían ser confirmadas temporalmente por la
119
experiencia, pero no por los incrementos previsibles
de la población sino por el volumen de la inversión
total y el volumen resultante de ingreso y demanda
totales. Sin embargo, en la realidad sólo unas
cuantas empresas —fundamentalmente aquellas
que operan en el campo de los servicios públicos y
de las comunicaciones— probablemente se dejen
guiar en sus planes de inversión por las estadísticas
de población; y aun así, las estadísticas importantes
no son aquellas que reflejan cambios totales en la
población, sino más bien las que describen la
migración interna y el surgimiento y decadencia de
regiones o localidades individuales.
Una cierta importancia puede darse también a las
asignaciones presupuestales de todo tipo que hacen
las autoridades del gobierno para ayudar a los
pobres, para escuelas, hospitales, jardines, etc.
Estas asignaciones presupuestales pueden estar
determinadas, en lo esencial, por la estructura
social y la magnitud de la población (así como por
sus cambios). Sin embargo, es de gran importancia
hacer notar que tales gastos constituirán un
aumento neto al gasto total y ejercerán un efecto
estimulante sobre la economía en su conjunto, sólo
si no son neutralizados por una contracción del
gasto en otra parte. Pero si son emprendidos por las
municipalidades —como frecuentemente sucede—,
estos gastos pueden hacerse bien por el ahorro en
algunos otros renglones del presupuesto o por
impuestos locales adicionales.79 Cuando éste sea el
caso, el efecto de estos gastos "ligados a la
población" será insignificante.
Sin embargo, se considera que los cambios de la
población afectan frecuentemente a la inversión, no
tanto por el aumento que tengan en la demanda
efectiva como por su impacto en la oferta de
trabajo. Se arguye a este respecto, que el rápido
79 Cf. Joan Robinson, op. cit., p. 107.
120
incremento de la población ejerce una presión sobre
el nivel de salarios y conduce a mayores ganancias,
promoviendo, por lo tanto, la acumulación del
capital y haciendo al mismo tiempo la inversión más
atractiva para el empresario capitalista. Sin
embargo, las implicaciones de este razonamiento no
dejan de tener una cierta ambigüedad.80 En primer
lugar, debe considerarse que lo que importa en
relación con esto, no son los cambios en el total de
la población a través del tiempo, sino los cambios
en el número de personas que se incorporan al
mercado de trabajo.81 Empero, esto depende en
mayor o menor grado del desarrollo de la población
en su conjunto, así como de la medida en que la
migración interna de los sectores no capitalistas de
la economía (agricultura de subsistencia, artesanía,
etc.) se agregue a la reserva de fuerza de trabajo
disponible para la empresa capitalista.82
Más aún, a no ser que se suponga que la
elasticidad de la demanda de trabajo de los
capitalistas es cuando menos igual a uno —y
ciertamente no hay ninguna razón obvia para hacer
tal suposición—, el descenso de los salarios que
produce una intensa competencia entre los obreros
por la obtención de los puestos, reducirá el ingreso
de los asalariados y causará una caída de la
demanda total de los consumidores, sin que ésta
sea neutralizada por un incremento correspondiente
de la inversión. De hecho, la inversión se
desalentará por la reducción de las compras de los
consumidores y además, la disponibilidad de trabajo
barato tenderá a debilitar los incentivos para la
80 Cf. Kalecki, op. cit., p. 160.
121
introducción de maquinaria que ahorre trabajo —
cuyo desarrollo y producción representan en sí una
oportunidad de inversión bastante importante—. De
ahí que el incremento de la oferta de trabajo y el
abaratamiento del mismo puedan conducir no a un
crecimiento de la inversión y de la producción, sino
más bien al crecimiento del desempleo, abierto o
disfrazado.83 Que este resultado es bastante
123
norteamericana.
Claro está que una población creciente es una
condición indispensable para la inversión y la
expansión económica, cuando no existe progreso
técnico —en la industria y en la agricultura—,
cuando no se ponen en explotación nuevos recursos
naturales y cuando el desplazamiento de la mano
de obra de la agricultura, por medio de presiones
extraeconómicas, no llega a materializarse. Pero en
tales circunstancias, el problema difícilmente
surgiría, pues la imposibilidad de la inversión iría
acompañada de la carencia de todo incentivo para
invertir. Es obvio que una constelación de este tipo
no guarda ninguna semejanza con la realidad. Hasta
para aplicarla a una sociedad feudal resulta
demasiado estática. Allí donde existe cuando menos
cierto progreso técnico, cierto aprovechamiento de
nuevos recursos naturales, cierta migración interna
fuera de la agricultura, la inversión puede
efectuarse y la productividad puede avanzar sin
considerar si la población está creciendo o está
estancada o aun en descenso. Puede afirmarse que
los proyectos de inversión, a la vez que fuerzan su
propio financia-miento, dan origen a la oferta de
trabajo que se necesita para su realización. Esto se
aplica no sólo a los viejos países en donde la
agricultura, la artesanía, el comercio al menudeo,
etc., proporcionan reservas permanentes de mano
de obra; se aplica también a los países nuevos y
poco poblados, donde la inmigración abastece la
fuerza de trabajo necesaria cuando la acumulación
capitalista crea una demanda de ésta lo bastante
fuerte.
La conclusión que se desprende es que, lejos de
determinar el volumen de la inversión, la misma
situación demográfica tiene una naturaleza distinta
en las diversas etapas del desarrollo económico, que
depende del grado de acumulación de capital, de la
naturaleza de los cambios técnicos, de la velocidad
e intensidad de las modificaciones de la estructura
124
ocupacional de la sociedad, etc.
En forma similar, tampoco es obvia la importancia,
si es que tiene alguna, que debe darse al llamado
paso de la frontera. En primer lugar, las fronteras de
la expansión económica y del desarrollo no
coinciden con las fronteras geográficas: hay un
amplio campo para el crecimiento económico dentro
de casi todos los límites geográficos. Nadie negará,
por ejemplo, que ha habido un desarrollo mucho
mayor en Bélgica que en España. En segundo lugar,
existen grandes regiones sub-desarrolladas dentro
de los países capitalistas más avanzados; hay gran
cantidad de oportunidades de inversión en el sur de
los Estados Unidos, en las llamadas regiones
deprimidas de la Gran Bretaña, en varias partes de
Francia, Italia o Escandinavia. Más aún, los
territorios menos desarrollados fuera de las
fronteras nacionales de los países avanzados,
pueden proporcionar oportunidades de inversión tan
buenas o mejores que las que tienen en su propio
país. Por consiguiente, podría pensarse que cuando
las condiciones son propicias para la inversión, se
encuentran las oportunidades para invertir, y que,
cuando la inversión baja, quedan sin utilizar lo que
se hubiese considerado en otros tiempos como
magníficas oportunidades de inversión.
La situación no parece ser muy distinta por lo que
respecta a las innovaciones técnicas. Es muy
dudoso que la intensidad o la naturaleza de los
descubrimientos técnicos en las últimas décadas,
hayan sido de tal tipo que requieran para llevarse a
cabo una inversión de capital menor que las
exigidas, por ejemplo, hace un siglo. Kalecki puede
estar en lo cierto al llamar la atención sobre la
importancia decreciente que tiene el
aprovechamiento de nuevas fuentes de materias
primas y la creciente importancia de la
"organización científica" del proceso de montaje, la
125
cual no implica cuantiosas inversiones. 84 Quizá
Sweezy haya acertado al destacar la extraordinaria
importancia que tuvieron los ferrocarriles,
proporcionando una oportunidad para la inversión
durante la segunda mitad del siglo XIX. 85 Quizá
también pueda darse cierto alcance al argumento
de que el abaratamiento relativo de los bienes de
capital que se ha efectuado en el curso de los 100
últimos años, ha reducido las exigencias de capital
respecto a la producción física que se desea,
aunque no es la producción física lo que le importa
al capitalista que invierte.
Por otra parte, podría sostenerse —y a mi juicio
con un gran vigor— que las anteriores
consideraciones tienen poca importancia para el
problema y que en realidad anteponen la carreta al
caballo. Tanto en el mundo antiguo como durante la
Edad Media, existieron muchos inventos técnicos
ingeniosos que no se utilizaron debido a que
faltaban las condiciones socioeconómicas para su
realización. Podríamos listar un gran número de
descubrimientos técnicos que han evolucionado
más o menos recientemente y cuya utilización
requerirá grandes gastos de capital —tan
cuantiosos, de hecho, como cualquiera realizado
anteriormente en la historia—. Sea en el campo de
la energía atómica o de la "automación", de los
transportes o de las mejoras en las tierras, de los
bienes de consumo o del equipo agrícola, de la
habitación o en los alimentos, existen proyectos que
son técnicamente tan factibles y económicamente
tan racionales corno cualquiera realizado en el pasa-
do. La diferencia consiste "tan sólo" en que las
84 Theory of Economic Dynamics (Londres, 1954), p. 159. 48
126
primitivas innovaciones técnicas atrajeron
inversiones suficientes para convertirlas en una
realidad, mientras que las posibilidades técnicas
recientes se escogen menos fácilmente (y en forma
más selectiva) por las empresas capitalistas. Por
consiguiente, es más probable que las innovaciones
técnicas, al igual que las regiones subdesarrolladas
o poco desarrolladas dentro y fuera de los países
capitalistas avanzados, ofrezcan una reserva de
oportunidades de inversión constantemente
disponible, determinándose, por otros factores, la
cantidad que deba usarse de él en un tiempo dado.
Como dice J. Steindl, "las innovaciones técnicas
acompañan al proceso de inversión como su
sombra, pero no actúan sobre él como una fuerza
motriz".86
Lo anterior no pretende, claro está, apoyar la
respuesta que tan frecuentemente se da a los
"profetas del fatalismo y de la desesperanza",
respuesta que señala el gran número de proyectos
útiles que "pudieron" haberse emprendido y cuya
realización hubiese contribuido al bienestar
humano. De hecho, esta respuesta comparte
plenamente la falacia fundamental que sustenta al
mismo argumento que tratan de refutar. Aunque un
libro de texto elemental de economía,
habitualmente principia su exposición subrayando
que lo que importa en una economía capitalista no
son las necesidades humanas en su totalidad, sino
únicamente aquellas que están respaldadas por un
poder de compra suficiente ("demanda efectiva"),
tan pronto como la exposición se lleva a un nivel
más "avanzado", hasta los economistas más
refinados tienden a olvidarse de este principio
básico.
Sea que los economistas culpen al insuficiente o
86Maturity and Stagnation in American Capitalism (Oxford,
1952), p. 133 y p. 235 n. (subrayado en el original).
127
mal dirigido progreso técnico de lo inadecuado de
las oportunidades de inversión, o bien que
consideren a estas oportunidades de inversión como
prácticamente ilimitadas, dada la multitud de nece-
sidades de los consumidores que todavía no están
satisfechas,87 el error del razonamiento es el mismo.
Ambas partes parecen evadir al problema central en
su argumentación. En realidad, hay una deficiencia
continua y creciente de la inversión privada
respecto al volumen del excedente económico
generado en condiciones de ocupación plena. Más
aún, existe —y es visible para todos— una gran
cantidad de proyectos técnicamente posibles y
socialmente urgentes, que fácilmente podrían
absorber todo ese excedente económico y aun uno
mucho mayor. Por lo tanto, el problema a resolver,
es averiguar por qué la estructura del capitalismo
avanzado y los cambios en el proceso de inversión
que se han efectuado en el curso de las últimas
cinco u ocho décadas, han hecho que el empleo del
excedente económico para la realización de estos
proyectos sea difícil, si no es que totalmente
imposible.
No es que sólo deban considerarse los llamados
factores, endógenos en los intentos para responder
a esta pregunta. La distinción entre elementos
endógenos y exógenos en lo que constituye el todo
socioeconómico, es de cualquier forma muy tenue y
arbitraria. Como Lenin hacía notar, "el problema de
si estos cambios (de la estructura del sistema
capitalista)... son 'puramente' económicos o no
económicos (por ejemplo, los militares), es
128
secundario, y en última instancia no afecta el
panorama fundamental de la última etapa del
capitalismo".88
Pero lo que sí es de primordial importancia, es
saber si los cambios trascendentales que han
ocurrido durante la primera mitad de nuestro siglo
en el funcionamiento del sistema capitalista, se han
debido a una configuración más o menos accidental
y fortuita de los acontecimientos, o bien si estas
transformaciones constituyen el resultado natural
del desarrollo' capitalista y en realidad son
exigencias de la lógica intrínseca de este desarrollo.
Atribuírselos a los factores que abarca la teoría del
desvanecimiento de las oportunidades de inversión
o explicarlos por la filosofía que achaca a incidentes
desafortunados todos los contratiempos que ha
tenido el capitalismo durante los últimos cincuenta
años, no sólo es, como se indicaba antes,
analíticamente inconcluyente, sino que también sig-
nifica una aceptación implícita del enfoque
agnóstico y apologético que imputa todas las
contradicciones e irracionalidades del sistema
capitalista, a "disturbios" accidentales de carácter
económico, político y otros —y sin los cuales el
capitalismo podría operar de manera armoniosa—, y
no a sus leyes inherentes de movimiento.
129
adversidades del destino. Esto puede dilucidarse
satisfactoriamente, por el proceso hondamente
arraigado en la estructura básica del capitalismo y
que ha sido impulsado por todo su desarrollo, a
saber, el crecimiento de las grandes empresas, del
monopolio y del oligopolio, así como la siempre
creciente influencia de éstos en todos los sectores y
ramas del sistema capitalista.89
Se ha mencionado anteriormente uno de los
resultados más notorios de este desarrollo, la
concentración de las ganancias en manos de un
pequeño número de capitalistas. Debemos regresar
a este punto después del largo rodeo que hemos
hecho. En el mundo competitivo, reflejado en forma
aproximada por nuestro modelo "clásico", no había
lugar para una tal distribución de las ganancias. A
causa de la gran cantidad de empresas de
diferentes tamaños —correspondiéndole a cada una
sólo una pequeña fracción de sus mercados
respectivos—, las ganancias totales deberían
repartirse necesariamente en un gran número de
pequeñas porciones, aunque desiguales entre sí.
Más aún, no sólo las diferencias entre las ganancias
absolutas, obtenidas por las empresas individuales,
deberían ser comparativamente pequeñas, sino que
las tasas de utilidades en relación al capital
invertido deberían tender a ser aproximadamente
iguales en todas las ramas de los negocios. A esta
igualación de las tasas de beneficio se le atribuía en
realidad una enorme importancia. Era la
responsable de la asignación de los recursos y del
mantenimiento del equilibrio del sistema
competitivo. El mecanismo del que dependía puede
130
esbozarse brevemente. Supongamos un estado de
equilibrio en que las tasas de beneficio de las
empresas individuales están igualadas. En esta
situación, permitamos a alguna de ellas introducir
una mejora técnica que reduzca sus costos de
producción. La pequeña baja del precio, que la
reducción de los costos ha hecho factible, permitirá
a esta empresa vender una cantidad mayor de su
producción y obtener ganancias adicionales. Esta
tasa de beneficio, superior a la habitual, no sólo
estimulará un mayor incremento de la producción
de la empresa precursora, sino que atraerá al
capital de aquellas otras ramas de la economía
donde la tasa de ganancia es normal. Empero, las
ganancias adicionales que deriva la empresa
innovadora sólo serán transitorias. Las otras
empresas de la rama industrial, se enfrentan con la
alternativa de ser expulsadas del mercado por el
competidor que tiene costos más reducidos o de
adoptar ellas mismas el nuevo método de
producción. Las más débiles financieramente (o
dicho de otra forma, las inflexibles) no tendrán
alternativa y tenderán a ser eliminadas de la rama
industrial. El resto introducirá los nuevos métodos
de producción, reducirá sus costos y sus precios,
reteniendo, por lo tanto, sus porciones del mercado.
De esta forma, las ganancias adicionales de los
pioneros serán eliminadas y la tasa de ganancia
normal será restaurada nuevamente.
Lo más importante es hacer notar que, en esas
condiciones, la transición hacia el método de
producción nuevo y técnicamente mejorado no
depende de la voluntad de la empresa competitiva.
Sólo a riesgo de perecer puede dejar de considerar
las posibilidades disponibles de reducir sus costos.
Por consiguiente, además de ofrecerle el atractivo
de las ganancias adicionales, el sistema competitivo
amenaza con el garrote de la bancarrota para
promover y reforzar la inversión y el progreso
técnico. El que en esta carrera competitiva "el diablo
131
se apodere de los rezagados" y que las empresas
menos eficaces y menos viables caigan a la cuneta,
tiene en sí un papel muy importante en el
funcionamiento del mecanismo. De esta forma, la
capacidad excesiva de producción que se desarrolla
en las etapas primitivas del nexo esbozado arriba,
tiende a ser eliminada.90 Esto, a su vez, desbroza el
campo para la repetición de toda la secuela de
acontecimientos, cuando nuevas mejoras técnicas
crean nuevamente ganancias adicionales que se
usan y atraen otras inversiones, ya que la presencia
de una capacidad excesiva muy grande retardará y
obstruccionará las nuevas inversiones en la rama
industrial, al hacer difícil la introducción de métodos
nuevos de producción y de reducción de costos.91
Por lo tanto, el proceso nunca termina. El
abaratamiento de la producción de una industria
creará "economías pecuniarias externas" allí donde
dicha producción sirva de insumo."'92 De esta forma
132
se crearán ganancias adicionales en diversas ramas
de la economía y la inversión se verá estimulada ya
sea en una u otra industria, impulsando este
"perenne viento" —para usar la expresión favorita
de Schumpeter— al desarrollo económico. "Vemos,
pues, cómo se transforman, se revolucionan
incesantemente, el modo de producción y los
medios de producción, cómo la división del trabajo
acarrea necesariamente una mayor división del
trabajo, la aplicación de la maquinaria otra
aplicación de maquinaria todavía mayor, la
producción en gran escala una producción en otra
escala mayor aún. Tal es la ley que una y otra vez
saca a la producción burguesa fuera de su cauce y
obliga al capital a intensificar las fuerzas
productivas del trabajo, por haberlas [ya] intensi-
ficado anteriormente; la ley que no da punto de
sosiego al capital y que incesantemente le susurra
al oído: ¡Adelante! ¡Adelante!"93
Sin embargo, para que este "adelante" se lleve a
cabo, debe llenarse cierto número de condiciones a
las cuales aludimos explícita o implícitamente con
anterioridad. La primera y más importante es que el
número de empresas en la economía (y en cada
rama industrial) tiene que ser grande y la produc-
ción de cada empresa individual tiene que ser
pequeña en relación a la producción total de su
rama industrial. Además, los productos de las
empresas comprendidas en una rama industrial
deben ser más o menos sustitutos perfectos los
unos de los otros, de tal manera que una pequeña
diferencia en el precio desvíe la demanda del
mercado de una empresa a otra. Únicamente en
tales condiciones, la empresa individual no podrá
133
influir de manera sustancial por su propia
producción y política de precios sobre los precios
prevalecientes en el mercado; sólo en tales
circunstancias la empresa individual podrá decidir
acerca de las inversiones, la expansión de la produc-
ción, etc., sin tomar en cuenta las posibles
represalias de parte de sus competidores. Puesto
que todas ellas son pequeñas, ninguna estará en
situación de influir en forma decisiva en la situación
del mercado, que fundamenta las decisiones de la
empresa a invertir y a incrementar su producción. Al
mismo tiempo, siendo grande el número de
empresas, la empresa individual tendrá escasas
posibilidades de conocer con precisión lo que el
resto de la rama industrial está a punto de realizar.
Por lo tanto, la empresa, al formular su política de
inversión, estará guiada por sus propias
consideraciones "internas", es decir, por las
posibilidades existentes de reducir sus costos, su
capacidad para aumentar el capital, sus tasas reales
de utilidad y las que prevén en el futuro. No estará
capacitada ni obligada a considerar el efecto
combinado que tendrán en el futuro las decisiones
de inversión de otras empresas de su rama
industrial y de fuera de ella que concurran al
mercado.
Es esta anarquía de los mercados capitalistas —a
la que Marx dio tanto énfasis— la que, junto con la
aparición, la desaparición y la reaparición continua
de ganancias adicionales, produjo una fuerte
tendencia hacia un gran y de hecho excesivo
volumen de inversión durante la fase competitiva
134
del capitalismo.94 El resultado fue una utilización
dispendiosa del excedente económico, la
destrucción prematura de los activos de capital, que
fue acompañada de las pérdidas que, tanto en las
decisiones de inversión como en el capital,
ocasionaron los caprichos del desarrollo técnico y el
surgimiento esporádico y fortuito de ganancias
adicionales. Sin embargo, en el reverso de la
medalla, puede "acreditársele" a la organización
competitiva de la economía capitalista, el haber
dado suficientes oportunidades (o casi suficientes)
para absorber el excedente económico generado en
condiciones de una casi ocupación plena, aunque
mucha de esta inversión constituyó una pérdida
para la sociedad, lo que a su vez deprimió las tasas
de crecimiento muy por abajo de su magnitud
potencial. Esta pérdida se manifestó no sólo por una
producción mucho menor de la obtenible, sino
también por una ocupación mucho menor a la
posible. Esto no contradice lo que se acaba de decir
sobre la suficiencia de la inversión para absorber el
excedente económico generado en condiciones de
ocupación plena. El subempleo en el capitalismo
competitivo tendía a ser de un tipo muy distinto del
que en la actualidad ha sido llamado desempleo
keynesiano. Aquél no se debía tanto a lo inadecuado
de la inversión respecto al excedente económico
potencial, sino más bien a lo inadecuado de la
inversión (tanto en volumen como en composición),
94 Cf. Joan Robinson, "The Impossibility of Competition", en
el libro Monopoly and Competition and Their Regulation (ed.
E. H. Chamberlin, Nueva York, 1955.) Fue esta naturaleza
específica del proceso de inversión en el capitalismo
competitivo, su frecuente falta de moderación e
irracionalidad, lo que le dio el molde tan particular a las
crisis económicas que caracterizaron al siglo XIX. Olas de
insolvencia, pánicos derivados del efecto acumulativo de
las quiebras de las empresas, agudos y efímeros
congestionamientos de los mercados individuales, etc.
135
en relación al número de gente disponible para
trabajar. Con la cantidad mínima de capital que se
requería para equipar un trabajador, fijada de
manera más o menos rígida por el nivel
prevaleciente de la técnica (que a su vez estaba
determinado por la competencia), y con mucho
desperdicio de capital en el proceso competitivo, el
número de individuos que podían encontrar un
empleo remunerado fue necesariamente menor de
lo que habría sido posible de haberse utilizado el
capital de un modo racional.
VI
137
mercado de capitales.96 El empresario enérgico y
osado de Schumpeter es en nuestros días una figura
legendaria de un pasado remoto —si no es que de la
mitología del capitalismo— o debe buscarse sólo en
el demi-monde de los negocios, fundando nuevas
confiterías o "clubes de compras de congelado-ras
en abonos".97
La extraordinaria dificultad, si no es que la
139
antigua inversión".98
Claro está que un monopolista, como cualquier
otro capitalista, siempre estará interesado en
reducir sus costos de producción. En la medida en
que la reducción de costos esté basada en la
introducción de maquinaria y equipos nuevos y
mejorados, representa una oportunidad importante
para la nueva inversión. Pero el impulso para reducir
los costos puede estar (y frecuentemente está)
neutralizado por otras consideraciones. En primer
lugar, el deseo de conservar el valor de la inversión
existente y de posponer la nueva inversión hasta
que haya sido amortizado el equipo disponible. 99
Esto parecería ir en contra de la bien conocida regla
de que debe introducirse una nueva máquina para
reemplazar a una vieja, cuando los costos totales
medios de una unidad de producción lograda con la
nueva máquina, prometan ser menores que los
costos primos unitarios promedio de la producción
obtenida con la vieja máquina. Sin embargo, esta
contradicción es sólo aparente; en realidad, la regla
es mucho más precisa de lo que podría parecer
inicialmente. En primer término, para que la
substitución de la vieja maquinaria por la nueva sea
racional según los términos de esta regla, el ahorro
que se asegura con la ayuda de la nueva máquina
tiene que ser de tal magnitud que no sólo pague los
intereses sobre las pérdidas de capital que han
140
tenido lugar en el proceso de substitución, sino que
también liquide esta pérdida de capital en un
período relativamente corto.100 Esto significa que
sólo las mejoras técnicas más importantes tendrán
oportunidad de "abrirse paso", en tanto que las
otras deberán esperar hasta que el equipo existente
se desgaste. Por otra parte, la aplicabilidad de la re-
gla que acabamos de mencionar, depende
claramente de la capacidad del inversionista o del
director, para prever con exactitud la vida útil de la
nueva máquina. Es la vida útil la que determinará la
magnitud del costo unitario promedio total de la
producción que se obtendrá con su ayuda.101 Es
obvio que lo que importa a este respecto, no es
prever la duración física de la máquina, sino el
tiempo durante el cual se estima no será superada
por un adelanto técnico mejor y más eficaz. Es por
eso que, en tiempos de rápidos cambios técnicos, la
situación se torna particularmente compleja. La
máquina A será reemplazada por una máquina B
nueva y mejorada, cuando tal substitución prometa
un ahorro importante. Sin embargo, si hay razones
para creer que la máquina C, que a su vez puede
significar un adelanto considerable en relación a la
máquina B, está ya por salir, sería tonto
desmantelar el equipo A sólo para adquirir el equipo
B, el cual, lo más probable, es que sea necesario
desmantelar mucho antes de que haya sido
utilizado totalmente.102 Por lo tanto, al mismo
100Esta exigencia se impone no sólo por las limitaciones del
capital de que dispone la empresa, sino también por las
consideraciones de riesgo, que toman proporciones más
grandes cuanto mayor es el período involucrado.
143
considerable-mente.104
Hay otro punto que está íntimamente ligado con lo
anterior. Un gran número —si no es que el grueso—
de las mejoras técnicas y las innovaciones que
reducen el costo se basan en la expansión de la
escala de operaciones. En realidad, las "economías
internas" o los "rendimientos crecientes de la
producción en gran escala" son los principales
responsables del crecimiento de las grandes
empresas y del desarrollo de la producción masiva.
Empero, el fenómeno de los rendimientos crecientes
de la producción en gran escala aparece en el
campo económico en dos ocasiones muy distintas.
En una primera fase, elimina al taller artesanal, da
un poderoso impulso al desarrollo de las fuerzas
productivas y, de este modo, trastorna la
competencia al concentrar la producción en un
número relativamente pequeño de grandes
empresas técnicamente avanzadas, de carácter
monopolista (y oligopolista). Todo esto, sólo para
presentarse posteriormente como un freno para un
mayor progreso técnico al vincular los adelantos
técnicos con lo que se ha convertido en una
144
expansión indeseable de la producción.105 Una
invención que redujese los costos unitarios, diga-
mos, aumentando al doble el número de unidades
producidas, podría no tener ningún interés para el
monopolista (u oligopolista) cuyas ganancias, en vez
de incrementarse, se reducirían a consecuencia de
esa inundación del mercado. "Por lo tanto... el
oligopolio ejerce una acción discriminatoria en
104
105
106
108
109
VII
113
156
ganancias.114 Peor aún, la mera prolongación de la
"situación dada" no representa una alternativa
disponible por mucho tiempo para la clase
capitalista. El estancamiento de la producción
implica necesariamente un volumen creciente de
desempleo. El simple reemplazo del equipo
desgastado por maquinaria nueva y más eficaz,
haya o no inversión neta, incrementa la
productividad de la fuerza de trabajo y, de manera
más o menos constante, desplaza parte de los
trabajadores ocupados, a la vez que el crecimiento
normal de la población aumenta año tras año la
fuerza de trabajo disponible. Se ha estimado que,
aun en ausencia de inversión neta, la simple sus-
titución del equipo desgastado por maquinaria
moderna ocasionaría en los Estados Unidos un
incremento anual de la productividad de
aproximadamente 1.5%. Acompañado de una
expansión anual de la fuerza de trabajo superior al
1%, esto implicaría que la simple reproducción de
cualquier cantidad producida, necesariamente
114
115
160
para su crédito y su posición en la comunidad.116
Esta contradicción entre lo que es racional para el
capitalista individual y lo que requiere la sociedad
capitalista en su conjunto no puede ser resuelta
individualmente. Puede superarse únicamente por
cambios en la estructura socioeconómica, cambios
que a su vez son producto de modificaciones en las
costumbres y valores que determinan las voliciones
y la conducta de los individuos. Hacia una tal
transformación de la sociedad debe dedicarse la
mayor parte del incremento de los gastos
improductivos en el capitalismo monopolista. La
causa de esta contradicción no radica en los
cambios de los hábitos de distribución del ingreso
del capitalista individual, ni en su mayor o menor
"propensión a consumir"; hay fuertes indicaciones
de que esta propensión ha sido notoriamente
116
162
empresas.117 El grado a que ha crecido (y sigue
creciendo) en el capitalismo monopolista el
contingente de trabajadores improductivos —directa
o indirectamente mantenidos por el excedente
económico de la sociedad— difícilmente se concibe
en todo su alcance. "Por ejemplo, mientras en 1929
había en los Estados Unidos 74 personas empleadas
en otras actividades por cada 100 ocupadas en la
producción de mercancías, en 1939 la relación fue
de 84 a 100 y para 1949, de 106 a 100." 118
Sin embargo, siendo considerable el gasto de las
117
118
II
167
supremos.120
El desmoronamiento de esta estructura se hizo
visible con el advenimiento de las grandes
empresas. Los participantes en el bellum omnium
contra omnes no sólo se hicieron cada vez más
desiguales en poder político y económico, sino que,
en su ascenso, las grandes empresas minaron
progresivamente al resto de la clase capitalista toda
capacidad y deseo de resistir a su dominio. Al
apoderarse de uno tras otro de los segmentos del
sistema económico, transformaron en empleados y
comisionistas de las grandes corporaciones a un
número creciente de empresarios previamente
independientes, de artesanos y granjeros. Aunque
les dejaban frecuentemente la ilusión de que
continuaban siendo independientes, las empresas
monopolistas hicieron depender su sustento y su
status social —en un grado cada vez mayor— de la
buena voluntad de la dirección de las
corporaciones. 121
De miembro con todos los
120
121
122
123
125
126
127
Ibíd., p. 100
128
III
129
180
un mercado de trabajo de vendedores se hace cada
vez más difícil limitar las aspiraciones de los
sindicatos y mantener, dentro de límites
"razonables", sus demandas por salarios más altos,
por mejores condiciones de trabajo y por otras
ventajas adicionales. La existencia continua de un
ejército industrial de reserva es indispensable para
mantener a los trabajadores en su lugar, para
asegurar la disciplina de trabajo de la empresa
capitalista, para preservar la posición de mando del
empresario, salvaguardando su fuente fundamental
de ganancias y de poder, a saber, la capacidad de
contratar y despedir.130
De ahí que un gobierno controlado por el capital
monopolista no conduzca su política de ocupación
plena en forma tal que realmente la logre.131 De
130
131
133
134
135
185
obrero al que no podía resistírsele por más
tiempo.136 No puede haber duda de que, en la
actualidad, una reducción mayor de la semana de
trabajo establecida por la ley, sería combatida por
los intereses capitalistas con igual vigor que antaño.
Más aún, si una tal reducción en el número de horas
de trabajo no fuese compensada por un incremento
cuando menos correspondiente de la productividad
y, por ende, se tradujese en una reducción absoluta
de la producción total (único caso importante para
esta argumentación), es casi seguro que una gran
parte de esta baja, si no es que la totalidad de ella,
sería deducida de los salarios totales, es decir,
tendría que ser absorbida por la clase obrera. En
tales circunstancias, una nueva disminución en la
semana de trabajo no resolvería el problema del
excedente económico excesivo ni tampoco sería
aceptable para los obreros. Por consiguiente,
además de que todavía debe recorrerse un largo
camino para que la productividad llegue a un punto
en el cual, en una sociedad racionalmente
ordenada, no existan ya deseos insatisfechos que
sean más urgentes que el deseo de ocio —esto es,
en una sociedad en la que disminuir la producción
sería el procedimiento adecuado—, es imposible que
pueda resolverse, ni siquiera en forma parcial, el
problema constante de una sobreproducción
136
138
IV
Cuando anteriormente se trató sobre las
posibilidades de igualar la demanda global a la
oferta total, se estaba considerando lo que en la
141
142
144
146
201
En forma similar, los impedimentos a la inversión
extranjera que surgen de las incertidumbres
políticas, del peligro de levantamientos sociales o de
la alharaca de los gobiernos de los países
dependientes, frecuentemente pueden ser
superados con la ayuda de los gobiernos de las
potencias imperialistas. Una gigantesca corporación
a menudo se enfrenta a una nación pequeña y débil
no sólo como el único comprador de sus expor-
taciones o como una fuente importante de sus
importaciones (y de sus créditos), sino que está en
capacidad por sí sola, o haciendo uso de las
facilidades apropiadas de su propio gobierno, de
intervenir activamente en la política materna de ese
país, de comprar, de instalar o de derribar su
147
148
149
150
151
209
VI
Sin embargo, esta brillante fachada de la
prosperidad económica y de la cohesión política y
social es muy engañosa. Puede fácilmente dar la
impresión de que el problema básico del capitalismo
monopolista —el problema de la sobreproducción y
del desempleo— ha sido dominado y que la
estabilidad y el funcionamiento del sistema están,
"en principio", asegurados. Esta visión del
capitalismo, que está siempre presente de una u
otra forma en la ciencia económica burguesa, recibe
en la actualidad su formulación más refinada de
manos de los teóricos keynesianos de la ocupación
plena. Enfrentados con la sobre acumulación
persistente y las insuficientes oportunidades de
inversión para el excedente económico, y habiendo
captado la teoría de la determinación del ingreso a
corto plazo, los keynesianos proclaman como la
sabiduría final de la ciencia económica el que
cualquier gasto promueve la prosperidad, que
cualquier utilización del excedente adelanta el
bienestar general, quedando muy contentos con
este profundo análisis.152 Cuando les molesta la
irracionalidad manifiesta de una posición que exalta
como un bien absoluto, lo que cuando más podría
considerarse como un mal menor —aunque en el
caso de los gastos para la preparación de guerra
152
154
157
VII
215
Debe recordarse que una política gubernamental
que persiga un nivel predeterminado de ocupación,
tendrá que depender, en lo fundamental, de un
gasto lo suficientemente grande para llenar la
brecha entre el excedente económico real producido
a ese nivel de ingreso y el volumen de inversión
privada que se piensa realizar en esas condiciones.
Es claro que en tanto mayor sea la brecha y más
alto el nivel de ocupación que se haya decidido,
más grande será el gasto requerido. El proce-
dimiento más sencillo para financiar dicho gasto
parecería ser un franco déficit presupuestal, en el
cual se incurriría, sea por la emisión de moneda o
bien por préstamos de empresas, instituciones
financieras e individuos. Aunque aparenta ser el
más factible y el que menos problemas plantea,
este método es, no obstante, difícil de practicar por
un período largo. Si dichos gastos del gobierno se
orientan hacia la inversión productiva, la
contrapartida a las cantidades cada vez más
grandes de efectivo o cuasi efectivo en las manos
del público, sería un volumen continuo y
rápidamente ascendente de la producción. Pero
como el grueso del gasto gubernamental no va a las
construcciones de instalaciones productivas, sino
que se traduce en abastecimientos militares y
"activos" de este tipo, el financiamiento deficitario
de los gastos gubernamentales conduce a
incrementar en forma continua la discrepancia entre
el efectivo y cuasi efectivo en manos del público y
la producción corriente destinada a la venta. A su
vez, ésta crea una amenaza inflacionaria cada vez
mayor. Bajo el impacto de circunstancias
imprevistas (particularmente las amenazas de
guerra y la escasez concomitante), las cantidades
acumuladas de efectivo y cuasi efectivo pueden
repentinamente buscar su propia transformación en
bienes tangibles —reduciéndose la oferta por la
especulación— y provocar un giro inflacionario en la
216
economía. Aunque en condiciones de inflación las
ganancias se incrementan y la distribución del
ingreso se modifica a favor de la clase capitalista,
esta clase no desea afrontar las consecuencias de
una declinación más grande del poder de compra.
Al socavar así la posibilidad de un cálculo racional,
al devaluar los activos líquidos de empresas e
individuos capitalistas, la inflación —y ésta es
quizás una de sus características más dañinas por lo
que respecta a los negocios— pone en peligro toda
la complicada estructura crediticia del capitalismo
moderno y se convierte en una gran amenaza para
los bancos y las instituciones financieras.158 Más
aún, al propiciar la creación de un rompimiento
entre los intereses de los acreedores y de los
deudores, al desposeer a la nueva clase media y a
los rentistas y al deprimir el ingreso real de los
trabajadores, la inflación debilita seriamente la
autoridad del gobierno y resquebraja la cohesión
política y social del orden capitalista. Es obvio que el
peligro de la inflación y de sus consecuencias se
hará progresivamente más grande cuanto más
frecuentemente se aplique la medicina del déficit.
La espada de Damocles de los ingresos potenciad
mente gastables se hace aún más fuerte y el riesgo
de su caída sobre la economía cada vez más
ominoso. De ahí que esta medida tenga que ser
usada con mucha cautela y su adopción se reserve
sólo para situaciones excepcionalmente críticas,
como son la guerra o una depresión particularmente
intensa.
Es precisamente el objetivo de los gastos
gubernamentales —armamentos— lo que, al hacer
del déficit presupuestal un método inadecuado de
financiamiento, aumenta el peligro de guerra
158
159
161
163
VIII
De lo anterior se desprende que la estabilidad del
capitalismo monopolista es muy precaria. Incapaz
de realizar una política de verdadera ocupación
plena y de progreso económico genuino, y
absteniéndose de realizar inversiones productivas y
una expansión sistemática del consumo, tiene que
depender fundamentalmente de los gastos militares
para poder mantener la prosperidad y el alto grado
165
225
principios, la honradez, el humanismo y el valor. 166
El descaro del empirismo vulgar destruye la fibra
moral, el respeto por la razón y la capacidad de
distinguir entre el bien y el mal en grandes estratos
de la población. El énfasis en un pragmatismo bru-
tal, en la "ciencia" del control y de la manipulación,
mata toda preocupación sobre los propósitos y
objetivos de la actividad humana y eleva a la
eficacia como fin en sí, sin importar qué es lo que
debe realizarse "eficazmente". El no conformismo y
la no obediencia a la "cultura" del capitalismo
monopolista, conduce a la pérdida del empleo, al
ostracismo social y a un acoso sin fin por parte de
las autoridades.
En caso de que la propaganda, el adoctrinamiento
y las presiones sociales y administrativas no logren
mantener al pueblo en consonancia con las
exigencias del imperialismo, se provocan incidentes
para dar base a los temores cultivados, para dar
fundamento a una histeria sistemáticamente mante-
nida. Tales incidentes se producen fácilmente.
Rodeados por naciones coloniales y dependientes,
subdesarrolladas, hambrientas y en continua
ebullición, las potencias imperialistas se enfrentan
ininterrumpidamente con desafíos a su autoridad y
a su hegemonía. La oferta de incidentes potenciales
es, por lo tanto, muy grande y las oportunidades
para acciones de policía, grandes o chicas, se
166
168
170
171
I
Hasta aquí nos hemos ocupado de sociedades
capitalistas altamente desarrolladas, con un
excedente económico desbordante e incapaces de
darle una utilización racional. Sin embargo, ellas
representan tan sólo un aspecto del panorama
general del capitalismo contemporáneo. Otro
componente no menos importante, es el gran
segmento del "mundo libre" que usual-mente se
considera como subdesarrollado. Así como el sector
avanzado incluye una multitud de regiones tan
distintas en sus características económicas,
sociales, políticas y culturales como son los Estados
Unidos y el Japón, Alemania y Francia, la Gran
Bretaña y Suiza, el sector subdesarrollado está com-
puesto por una amplia variedad de países con
enormes diferencias entre sí. Nigeria y Grecia, Brasil
y Tailandia, Egipto y España, pertenecen por igual al
grupo de las regiones atrasadas.
Sin embargo, para intentar llegar a la comprensión
de las leyes del movimiento, tanto de las zonas
avanzadas como de las regiones atrasadas del
mundo capitalista, es menester y de hecho es
obligatorio, prescindir de las peculiaridades de los
casos particulares y concentrarse en las
características esenciales que les son comunes. En
realidad, ningún trabajo científico es concebible sin
este método. Trátese del "capitalismo puro" de
Marx, de la "empresa representativa" de Marshall o
del "tipo ideal" de Weber, el hacer abstracción de
los atributos secundarios de un fenómeno y el
concentrarse en su andamiaje básico, siempre ha
sido la herramienta fundamental de todo esfuerzo
233
analítico.172 Importa poco y no constituye un
reproche válido para el método en sí o para sus
resultados, el que el "modelo" que se obtenga en
cualquier tipo de estudio no se ajuste
completamente a cualquier caso particular o que no
se acomode perfectamente a todas sus
peculiaridades y especificaciones. Si el modelo logra
su objetivo, si tiene éxito en captar los rasgos
dominantes del proceso real, contribuirá más a su
entendimiento que cualquier cantidad de
información detallada y de datos particulares. Aún
más, sólo con la ayuda de un modelo tal,
únicamente teniendo claros los contornos del "tipo
ideal", es como puede dársele un significado a toda
la información y datos que se recopilan
continuamente por la investigación organizada y
que muy frecuentemente se utilizan como sustituto
para la comprensión de un fenómeno más que como
una ayuda para entenderlo.
La importancia de esto para el estudio de las
condiciones que prevalecen en los países
subdesarrollados y para la comprensión de los
problemas que confrontan, fue reconocida en un
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235
Ingreso Población
mundial mundial Ingreso
(porciento) (porciento) Per
cápita
Países de alto ingreso 67 18 Dls. 915
Países de mediano ingreso. 18 15 „ 310
Países de bajo ingreso 15 67 „ 54
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176
238
desposeídas".177 Pero es a la tercera —la
acumulación primaria del capital— a la que
indudablemente, como sugiere el término
capitalismo, debe darse importancia estratégica.
Claro está que la mera acumulación del capital
mercantil no lleva per se al desarrollo del
capitalismo.178 Sin embargo, son dos
consideraciones las que exigen que se les preste
una atención singular. En primer lugar, otras
condiciones que determinaban la transición del
feudalismo al capitalismo estaban madurando casi
en todas partes —si bien en tiempos distintos y con
velocidades diferentes— bajo el impacto de la
tensión y tirantez interna del orden feudal. En
segundo lugar, estaba la velocidad y la amplitud de
la acumulación del capital mercantil y del ascenso-
de la clase comerciante, que jugó por sí misma un
papel importante en el debilitamiento de la
estructura de la sociedad feudal al crear las
condiciones para su muerte. Citando nuevamente a
Marx: "está determinada por la naturaleza misma
del capital... por su génesis, que la hace surgir del
dinero y, por consiguiente, de la riqueza que existe
en la forma de dinero. Por la misma razón, aparece
como surgiendo de la circulación, como un producto
de ésta. Por lo tanto, la formación de capital no
proviene de la propiedad de la tierra (cuando más,
del tenant, en la medida en la que éste es un
comerciante de productos agrícolas); ni tampoco de
177
178
179
Loc. cit
180
Cf. Dobb, op. cit., pp. 207 ss. Sobre el papel jugado por la
esclavitud y el tráfico de esclavos en la acumulación
primaria de capital, Cf. Eric Williams, Capitalism and
Slavery (Chapel Hill, Carolina del Norte, 1944).
240
Esta riqueza tuvo la tendencia usual a
acrecentarse. Las exigencias de la navegación
dieron un fuerte estímulo a los descubrimientos
científicos y al progreso técnico. La construcción de
barcos, el pertrechamiento de expediciones a ultra-
mar, la manufactura de armas y de otros productos
requeridos para su protección y para la conducción
de las "negociaciones" con sus socios comerciales
de ultramar, dieron un poderoso impulso al
desarrollo de la empresa capitalista. El principio de
que "una cosa produce otra" tuvo una completa
aplicación; se dispuso de economías externas de
diversas clases en forma creciente, permitiendo que
el desarrollo posterior tuviese una tasa acelerada.
No necesitamos seguir la pista detalladamente a las
diversas formas como el capital acumulado se
trasladó gradualmente a fines industriales. Los
mercaderes ricos entraron a las manufacturas para
asegurarse un abastecimiento barato y continuo.
Los artesanos enriquecidos, o en sociedad con
comerciantes adinerados, expandieron la escala de
sus operaciones. Con bastante frecuencia, hasta los
ricos terratenientes entraron a la industria
(particularmente minera) sentando, por
consiguiente, los cimientos de las grandes empresas
capitalistas. Pero lo más importante de todo fue que
el Estado, bajo el control creciente de los intereses
capitalistas, se hizo cada vez más activo en la
ayuda y promoción a los incipientes empresarios.
"Todos ellos emplearon el poder del Estado —la
fuerza concentrada y organizada de la sociedad—
para precipitar de manera violenta la
transformación del modo feudal de producción al
modo capitalista, y acortar así el período de
transición."181
181
182
245
bizantinos del Levante en los primeros siglos." 183 De
esta forma, "los tesoros capturados fuera de Europa
por el saqueo descarado, la esclavitud y el crimen,
fluyeron hacia el país de origen, transformándose
así en capital".184
La importancia de estas "transferencias
unilaterales" de la riqueza de los países no europeos
hacia los de Europa Occidental, generalmente se
oscurece al enfocar únicamente la atención sobre su
magnitud, en términos de la producción total de los
países a los cuales se agregó o de los que se extra-
jo. Y no es que no fuese grande, aun medida de esa
forma. Sin embargo, lo que les da una importancia
decisiva para el desarrollo de Europa Occidental y
de los hoy países subdesarrollados es la naturaleza,
o, por decirlo así, el locus económico de los recursos
implicados. En realidad, cualquiera que haya sido el
incremento del ingreso nacional que Europa
Occidental obtuvo de sus operaciones de ultramar,
éstas multiplicaron el excedente económico de que
disponía. Lo que es más, el incremento del
excedente económico apareció inmediatamente en
una forma concentrada, apropiándoselo, en gran
medida, los capitalistas, que pudieron usarlo para
fines de inversión. La intensidad del impulso que
dieron al desarrollo de Europa Occidental estas
contribuciones "exógenas" a su acumulación de
capital, difícilmente puede exagerarse.185
183
184
185
186
249
descendientes de esos mismos bárbaros".187 Este
"fracaso" no fue algo accidental ni se debió a
ninguna ineptitud peculiar de la "raza" hindú. 188 Fue
causada por la explotación brutal, consciente y
sistemática de la India por el capital británico desde
el comienzo mismo del dominio inglés. Tan
extraordinario fue el grado del saqueo, tan increí-
blemente fantástica la suma de lo que se extrajo de
la India que, en 1875, el Marqués de Salisbury —en
aquel entonces Ministro de la India— advirtió que "si
187
188
250
la India debe sangrarse, esta sangría debe hacerse
juiciosamente".189 El volumen de riqueza que la
Gran Bretaña obtuvo de la India y que se agregó a
la acumulación de capital de Inglaterra, nunca ha
sido, que yo sepa, enteramente valuada. Digby
hace notar que, según los cálculos hechos, el tesoro
extraído por los británicos de la India, entre Plassey
y Waterloo —un período de vital importancia para el
desarrollo del capitalismo británico—, asciende a un
valor que oscila entre 500.000,000 y 1,000.000,000
de libras esterlinas. Lo gigantesco de esta cantidad
puede verse con claridad si se considera que, al
iniciarse el siglo XIX, el capital total de todas las
sociedades anónimas que operaban en la India se
elevaba a 36 millones de libras esterlinas. Los
autorizados estadígrafos hindúes K. T. Shah y K. J.
Khambata, calcularon que en las primeras décadas
del presente siglo la Gran Bretaña se apropiaba
anualmente, bajo uno u otro título, más del 10% del
producto nacional bruto de la India. 190 Puede su-
ponerse, sin riesgo alguno, que este drene fue más
pequeño en el siglo XX que en los siglos XVIII y XIX.
Más aún, puede considerarse como cierto que este
coeficiente subestima el grado del usurpamiento
británico de los recursos de la India, ya que se
refiere únicamente a las transferencias directas y no
incluye las pérdidas de la India que fueron causadas
por la desfavorable relación de intercambio que le
impusieron los ingleses. Considerando el problema
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215
271
gobierno vendió sus fábricas modelo."217
De ahí que en la historia primitiva del desarrollo de
Japón, como en la de otros países, no se encuentre
mucho a ese empresario audaz e innovador que
nuestros modernos reescritores de la historia, por
razones demasiado transparentes, consideran como
creador y promotor original de todo progreso
económico.218 En realidad, lo que resulta obvio es la
exorbitante cantidad de protecciones y de sobornos
que fueron necesarios por parte del Estado para
arrancar al capital de sus actividades favoritas de
especulación y usura, y orientarlo hacia la inversión
en empresas productivas.
Esto nos trae de nuevo a la pregunta que originó
la presente exposición y que abarca su tema
central: ¿Qué fue lo que capacitó al Japón para
tomar un curso tan radicalmente distinto al de todos
los otros países que forman en la actualidad el
mundo subdesarrollado? Planteándola de otra
forma, ¿cuál fue la constelación histórica que
217
218
220
274
más sutil y compleja del imperialismo moderno.221
Pero lo que influyó decisivamente en la posición
del Japón fue otra de las características del
imperialismo moderno, a saber, la rivalidad
creciente entre los gigantes imperialistas ya
establecidos y la llegada a la escena mundial de una
nueva potencia imperialista: los Estados Unidos. Fue
esta rivalidad, con los ajustes y oscilaciones que
produjo en la política internacional de las potencias,
la que de manera casi decisiva impidió que la Gran
Bretaña impusiese a China todo el castigo que había
sufrido la India; fueron también estos mismos celos
internacionales los que hicieron imposible a
cualquier otra potencia imperialista intentar la
conquista del Japón.222 Aunque en el caso del Japón
fueron los Estados Unidos los que llevaron a cabo su
penetración inicial y los que le impusieron el primer
221
222
IV
Resulta obviamente imposible conjeturar sobre la
225
226
280
CAPÍTULO VI
I
Volviendo la vista a la situación corriente que
prevalece en los países subdesarrollados, debemos
tratar de reunir nuevamente, aun a costa de ciertas
repeticiones inevitables, los distintos cabos del
desarrollo histórico que se han esbozado
anteriormente, para dar mayor relieve a aquello que
constituye una consecuencia directa y natural de
éste. De hecho, las fuerzas que han forjado el
destino del mundo subdesarrollado todavía afectan
poderosamente las condiciones en que se
desenvuelve en la actualidad. Sus formas han
cambiado y su intensidad es distinta, pero tanto en
su origen como en su dirección, han permanecido
inalterables. Controlan hoy, tal como controlaron en
el pasado, los destinos de los países capitalistas
subdesarrollados y todo su futuro desarrollo
económico y social depende de la rapidez y de los
procesos mediante los cuales se superen estas
condiciones.
La forma en que el capitalismo irrumpió en el
desarrollo histórico de los hoy países atrasados,
impidió la materialización de lo que hemos
denominado condiciones "clásicas" del crecimiento.
No es mucho lo que se necesita decir sobre nuestra
primera condición clásica. Como lo sugiere el
término "subdesarrollado", la producción en estos
países ha sido baja y sus recursos humanos y
materiales han estado subutilizados en gran medida
o totalmente inútiles. En vez de servir de motor a la
expansión económica, al progreso técnico y al
cambio social, el orden capitalista ha sido para estos
países el andamiaje del estancamiento económico,
de la técnica arcaica y del atraso social. De ahí que
el excedente económico de los países atrasados, en
la medida en que éste depende del volumen total
281
de producción y de ingreso, haya sido forzosamente
pequeño. Esto no significa que haya representado
una proporción pequeña dentro del ingreso total. Por
lo contrario, en este aspecto se ha satisfecho
plenamente nuestra segunda condición clásica, es
decir, el consumo de la población productiva se ha
reducido al nivel más bajo posible, correspondiendo
en este caso el "nivel más bajo posible" al mínimo
de subsistencia y en muchos países atrasados, a un
nivel muy inferior a éste. Por lo tanto, el excedente
económico de los países subdesarrollados, aunque
es pequeño en términos absolutos si se compara
con el de los países avanzados, ha absorbido una
parte de su producto total que es proporcionalmente
tan grande, o quizá mayor, que la de los países
capitalistas avanzados.
Por consiguiente, no es ahí donde se encuentra el
escollo principal, ni donde debe buscarse la
discrepancia central entre la situación que priva en
los países subdesarrollados y lo que se preveía en el
modelo clásico de crecimiento económico.
La discrepancia se hace mucho más profunda y, de
hecho, decisiva, cuando se llega a nuestra tercera y
cuarta condiciones clásicas, que son las que se
refieren al modo de utilización del excedente
económico. Esto tiene que ser analizado con cierto
detalle.
Un rasgo característico del atraso económico,
aunque no siempre sinónimo de éste, es que la
mayoría de la población dependa de la agricultura y
que ésta represente una porción muy grande de la
producción total de los países subdesarrollados.
Aunque esta relación difiere de país a país, casi
invariablemente una parte muy importante de la
producción agrícola proviene de campesinos que se
encuentran a niveles de subsistencia, los que, a su
vez, constituyen el grueso de la población rural. Sus
propiedades son por regla general pequeñas y su
productividad (por hombre y por hectárea de tierra)
es sumamente baja. De hecho, en la mayoría de los
282
países subdesarrollados la productividad marginal
de los campesinos es tan baja que, aun cuando se
separe del trabajo agrícola una parte importante de
la población rural, esto no provoca una reducción
del producto agrícola total.227 Aun en el caso de que
las parcelas campesinas fuesen propiedad absoluta
de los que las trabajan, la producción que se
obtendría con su ayuda apenas si proporcionaría a
la familia rural un nivel de subsistencia casi
circunscrito al mínimo, y en muchos países ni
siquiera llegaría a él. Pero de hecho, en casi todos
los países subdesarrollados, una gran proporción de
las pequeñas parcelas no son propiedad de los
campesinos, sino que son rentadas por los
terratenientes y ocasionalmente por el Estado. Pero
propias o rentadas, estas parcelas no sólo deben
mantener a las familias de los campesinos, sino que
también deben soportar el pago de la renta o de los
impuestos, o bien de ambos. Además, en un gran
número de casos tienen que proporcionar los
medios necesarios para cubrir los pagos de los
intereses de deudas que han sido contraídas por los
campesinos en la adquisición original de las
parcelas, o con fines de consumo en los años de
sequía o en casos de emergencia. Las obligaciones
de estos campesinos (que están a niveles de
subsistencia) por concepto de pago de renta, de
impuestos y de intereses, son muy elevadas en
todos los países subdesarrollados. Frecuentemente
absorben más de la mitad de su magra producción
neta. Una exacción adicional a su ingreso disponible
la constituye la relación de intercambio altamente
227
228
229
231
290
las condiciones que, indirectamente, lo estimulen. 232
Al mismo tiempo, es únicamente a través de la
contrarrevolución agraria como el ascendente
capitalismo industrial adquiere el hinterland agrícola
que le es indispensable y asegura una oferta
suficiente de mano de obra, de alimentos y de
materias primas industriales.
A renglón seguido debe agregarse que lo anterior
no significa que las reformas agrarias de los países
subdesarrollados sean redundantes o que no
representen un movimiento en la dirección correcta.
Lo que se persigue, simplemente, es prevenir en
contra de la noción "liberal" —tan ampliamente
mantenida en la actualidad—, de que la reforma
agraria es una panacea para todos los males del
atraso económico y social. ¡Nada más lejano de la
realidad! Su papel histórico es muy incierto y
depende en su totalidad de las condiciones en que
se efectúa, y de las fuerzas que la impulsan. Si es
alentada por un gobierno dominado por una
coalición feudal-mercantil, se convierte en el
232
II
Como hacía notar alguna vez un escritor alemán, el
hecho de que haya carne en la cocina nunca se
decide en ésta. En el capitalismo, el destino de la
agricultura tampoco se decide en ella. En sus
orígenes, los procesos económicos, sociales y polí-
ticos que ocurrían fuera de la agricultura
(particularmente la acumulación de capital y la
evolución de la clase capitalista) estuvieron
determinados, en gran medida, por los procesos
292
que" se habían estado desarrollando en ella; sin
embargo, con la instauración del capitalismo, se
convirtieron en los motores esenciales del desarrollo
histórico. En los países capitalistas subdesarrollados
—predominantemente agrícolas—, esto puede verse
con más dificultad que en los avanzados, pero no
por eso deja de ser válido.
Aun en un país capitalista atrasado, una gran parte
del excedente económico total de la nación
corresponde al sector no agrícola, formado por
cuatro clases distintas de receptores,
estrechamente relacionados entre sí. En primer
lugar, están los comerciantes, los prestamistas y los
intermediarios de todas clases, algunos de los
cuales viven en regiones agrícolas, pero que, por la
naturaleza de sus actividades, no pertenecen a la
población rural. El rasgo más sobresaliente de este
estrato socioeconómico es su tamaño. Nadie que
haya visitado alguna vez la antigua China, el Asia
Sudoriental, el Cercano Oriente o la Europa Oriental
de la preguerra, pudo haber dejado de observar la
impresionante multitud de comerciantes, tratantes,
vendedores ambulantes, puesteros y gente con
ocupaciones indefinidas, que abarrotaban las calles,
las plazas y los cafés de sus ciudades. En cierta
medida, sus actividades también se realizan
habitualmente en todos los países capitalistas, aun-
que son más notorias en los países subdesarrollados
que en aquellos lugares en que el mismo tipo de
"trabajo" se realiza por correspondencia o por
teléfono. En su mayor parte, sin embargo, la
naturaleza de sus transacciones es peculiar a las
condiciones que prevalecen en las fases primitivas
del desarrollo capitalista.
Ya hemos mencionado la relación de intercambio
altamente desfavorable que tienen los productores
rurales. Ignorante, provinciano y pobre, teniendo
sólo una pequeña producción disponible para la
venta, el campesino individual o el pequeño
propietario, es un sujeto ideal para la explotación
293
mercantil. Frecuentemente se encuentra con
dificultades financieras, sobre todo en los años de
malas cosechas, de malos precios o en los casos de
emergencia, viéndose forzado a pedir adelantos
sobre sus entregas futuras, a pagar tasas de interés
usurarias por estos préstamos y aceptar el precio
que su comprador quiera pagar por su producción.
Como recibe poco dinero al final de su cosecha, no
puede evitar pedir nuevos adelantos, se ve atrapado
por contratos desfavorables y compra al mismo
comerciante a quien vende sus productos cualquier
artículo manufacturado que puede costearse,
cayendo en una completa dependencia respecto a
su comerciante y a su prestamista. Es obvio que las
ganancias que obtienen estos últimos asumen
proporciones exorbitantes. Pero el comerciar con
productos agrícolas y con sus productores, no es la
única fuente para la obtención de grandes
ganancias mercantiles. Allí donde los mercados
están tan desorganizados y tan aislados, como suce-
de en los países subdesarrollados, estas ganancias
se buscan y se encuentran en una variedad increíble
de formas. Los negocios con bienes raíces, la
explotación de carencias temporales y locales de
diversos artículos, las especulaciones y los
arbitrajes, las cuotas de corretaje por establecer
contactos de compra-venta, todos estos campos de
actividad producen cuantiosas ganancias a los
hábiles especuladores que están ocupados en tales
transacciones. La inflación más o menos crónica que
existe en la mayoría de esos países, da origen a los
mercados negros de divisas extranjeras, de oro y de
otros valores, que ofrecen oportunidades
adicionales al comercio lucrativo. Al mismo tiempo,
la posibilidad siempre presente de conseguir
diversas concesiones del gobierno, atrae
continuamente a los recursos, a la energía y a la
ingeniosidad de los ricos y bien relacionados
hombres de negocios.
Por la naturaleza de sus actividades, la clase de
294
gente que se mueve en la esfera de la circulación
no opone restricciones a los que quieren entrar y,
en consecuencia, hay un flujo continuo de recién
llegados. Son, por lo general, descendientes de
familias de comerciantes y de nobles; miembros de
la clase media declassé; campesinos más aptos y
emprendedores que los demás; artesanos
desalojados por la competencia; gente de todo tipo
que adquirió una educación y no tuvo oportunidad
de usarla, etc. La competencia entre ellos es
despiadada y, por lo tanto, su promedio de ingresos
es bastante bajo. Sin embargo, la ganancia total que
están en posición de obtener asume una magnitud
muy importante.233 Sin casi contribuir al producto
social, este grupo constituye la contrapartida
urbana del desempleo estructural que existe en las
aldeas. Sin embargo, si se considera en relación con
el desarrollo económico, su papel es totalmente
distinto y mucho más importante. El consumo que
hacen los desocupados estructurales en la agricultu-
ra proviene de los medios de subsistencia de las
masas campesinas. Sólo afecta al excedente
económico en la medida en que eleva el mínimo de
subsistencia de los campesinos y, por ende, cuando
se restringe el monto de la renta que puede extraer
de ellos el terrateniente. Es obvio que, en la medida
que este ingreso se derive de la explotación directa
del sector campesino, el mantenimiento de una
población mercantil sobreabundante también se
233
235
III
La expansión industrial en el capitalismo, depende
en gran medida de que genere su propia fuerza
impulsora. "El capital rápidamente se crea un
mercado interno, destruyendo todas las artesanías
rurales a través de la fabricación de hilados, tejidos,
manufactura de vestidos, etc., para todos, es decir,
transformando en mercancías con valor de cambio
lo que hasta entonces se producía como un valor de
uso directo. Éste es un proceso que surge
espontáneamente de la separación del obrero
(aunque fuera siervo) de la tierra y de la propiedad
de sus propios medios de producción."236 Es
evidente que esta disolución de la economía
precapitalista, esto es, la desintegración de su
autosuficiencia natural, no ha ocurrido en la
mayoría de los hoy países subdesarrollados. Por lo
contrario, como se mencionó anteriormente, en
todas las regiones de penetración occidental, la
agricultura comercial desplazó en gran medida a los
cultivos tradicionales de subsistencia y las
mercancías manufacturadas invadieron el mercado
de los productos artesanales indígenas. Pero aunque
es cierto (como dice Allyn Young) que "la división
del trabajo depende en gran parte de la propia
división del trabajo",237 en las regiones atrasadas de
236
237
298
hoy, esta secuela no se desenvolvió "de acuerdo
con el plan". Tomó un curso distinto, es decir, la
división del trabajo, tal como surgió, se parecía más
a la distribución de funciones entre un jinete y su
caballo. Todo mercado para los productos
manufacturados que aparecía en los países colonia-
les y dependientes, no se convertía en el "mercado
interno" de estos países, sino que, a través de la
colonización y de los tratados injustos, se
transformaba en un apéndice del "mercado interior"
del capitalismo occidental.
Aunque esta secuela de acontecimientos estimuló
de manera importante el crecimiento industrial del
Occidente, extinguió, en los hoy países
subdesarrollados, la chispa que pone en marcha la
expansión industrial. En una coyuntura histórica en
que la protección de la industria incipiente hubiese
sido aconsejada aun por los partidarios más
fervientes de la libertad de comercio, los países que
más la necesitaban fueron obligados a entrar en un
régimen que podríamos calificar de infanticidio
industrial. Esto influyó en todo su desarrollo pos-
terior. Estando abastecida su limitada demanda de
bienes manufacturados en forma amplia y barata
por el exterior, no hubo posibilidad de hacer una
inversión lucrativa en una industria nativa que
proveyera al mercado interno disponible. Además,
en ausencia de este tipo de inversión, no hubo
oportunidad para otras inversiones. La inversión
atrae a la inversión; una inversión da lugar a otra y
la segunda hace posible realizar una tercera. De
hecho, este encadenamiento de las inversiones y su
sincronización, es lo que provoca la reacción en ca-
dena que puede considerarse como sinónimo de la
evolución del capitalismo industrial. Pero al igual
que la inversión tiende a convertirse en
autogeneradora, la carencia de ésta tiende a
IV
Esto nos lleva a la tercera rama del sector no
agrícola del sistema económico de los países
subdesarrollados, es decir, a la empresa
extranjera. Las empresas que son propiedad total
240
240
241
243
244
245
246
247
248
249
250
251
254
255
V
Sin embargo, lo más grave es que resulta muy difícil
precisar qué ha perjudicado más al desarrollo
256
257
258
259
260
261
320
expensas de los activos perdurables." 262
Para evitar malos entendimientos, debo aclarar
que lo anterior no debe tomarse como una censura
a la división del trabajo o a la especialización
intranacional e internacional, o a los incrementos en
la productividad que de ellas resultan. Sin embargo,
lo que se demuestra claramente es que la especiali-
zación intranacional e internacional está organizada
en tal forma, que un miembro del equipo se
especializa en morirse de hambre en tanto que el
otro lleva la "carga del hombre blanco", consistente
en recoger las ganancias. Esta división difícilmente
puede considerarse como un arreglo satisfactorio
para la obtención de la mayor felicidad para el
mayor número de gente.
El postulado de que no existe "ningún sacrificio"
tampoco tiene mayor validez cuando la producción
de las empresas extranjeras orientadas a la
exportación no se realiza en los cultivos agrícolas,
sino en productos de industrias extractivas como los
minerales, el petróleo, etc. Aunque en estos
productos el desplazamiento de la población nativa
y la destrucción de sus bases tradicionales de
existencia, quizá tuvo proporciones algo menores
que en el caso de la agricultura de plantación (sin
que esto quiera decir que sean insignificantes), el
efecto a largo plazo de este tipo de explotación de
materias primas no es menos impresionante. De
hecho, no hay razón para considerar a los recursos
de materias primas de los países subdesarrollados
como un producto del que se dispone libremente en
262
263
VI
Esto nos lleva a nuestra tercera pregunta —que es
también el tercero de los argumentos listados
anteriormente— respecto al efecto indirecto que
tienen las empresas extranjeras orientadas a la
exportación sobre el desarrollo económico de los
países atrasados. En numerosas regiones, el
establecimiento y operación de las empresas
extranjeras ha requerido invertir en instalaciones
que no forman parte integral del proceso de produc-
264
265
327
materias primas en los países subdesarrollados", 266
el profesor Mason señale que "tal desarrollo
difícilmente puede realizarse sin la expansión de
instalaciones auxiliares (ferrocarriles, carreteras,
puertos, energía eléctrica, etc.) que deben
contribuir al desarrollo económico general".267 No
muestran recato alguno respecto a quién debe
pagar las inversiones necesarias, ni sobre lo que
gozará de preferencias al juzgar la urgencia de la
inversión en "instalaciones auxiliares", es decir, si
aquellas que promoverán "una producción ampliada
y acelerada de materias primas en los países
subdesarrollados" o las que "pueden hacer una
contribución a su desarrollo económico general". El
famoso Gray Report responde ambas preguntas con
toda claridad. Después de expresar la vieja
concepción de que "la inversión privada
probablemente elegirá sólo unos cuantos países
para invertir en ellos el grueso de los nuevos fondos
que destinará al desarrollo de las explotaciones de
minerales", sus autores explican que "la inversión
privada es el método más deseable de desarrollo" y
que "el campo de la inversión privada debe
ampliarse lo más que sea posible, ajustando en
consonancia la inversión pública".268
266
267
268
329
geográfico y físico".269
Empero, las características físicas de las
instalaciones auxiliares auspiciadas por las
empresas extranjeras, no son la causa fundamental
de su esterilidad para el desarrollo económico de los
países subdesarrollados. Mucho más importante es
la consideración de que, aun cuando su diseño y
localización sean tales que correspondan
plenamente a las exigencias técnicas del desarrollo
económico de los países atrasados, su efecto se-
guirá siendo nulo (o negativo), en tanto sigan siendo
cuerpos extraños a una estructura socioeconómica
en la cual se han injertado artificialmente. Porque no
son los ferrocarriles, las carreteras y las estaciones
eléctricas las que dan origen al capitalismo
industrial, sino que, por el contrario, es el surgi-
miento del capitalismo industrial lo que conduce a la
construcción de ferrocarriles y carreteras y al
establecimiento de estaciones eléctricas. Estas
mismas fuentes de economías externas, de surgir en
un país que atraviesa la fase mercantil del
capitalismo, proporcionarán "economías externas" al
capital mercantil. De ahí que los bancos modernos
establecidos por los ingleses durante la segunda
269
270
VII
Ésta es la "influencia indirecta" verdaderamente
importante que tienen las empresas extranjeras en
la evolución de los países subdesarrollados. Fluye a
través de una multitud de canales, impregna toda
su vida económica, social, política y cultural y
determina de manera decisiva todo su curso. En
primer lugar, propicia el surgimiento de un grupo
de comerciantes que se expande y prospera dentro
de la órbita del capital extranjero. Sea que actúen
como mayoristas (reuniendo, clasificando y
uniformando las mercancías que ellos compran de
los pequeños productores y venden a los
representantes de los consorcios extranjeros), como
abastecedores de productos locales a las empresas
extranjeras, o bien como proveedores dé las
distintas necesidades de las empresas extranjeras y
de su personal, muchos de ellos se las arreglan
para amasar enormes fortunas y para colocarse en
la cima de la clase capitalista de los países
subdesarrollados. Este sector mercantil de la bur-
guesía nativa, que deriva sus ganancias de las
operaciones de las empresas extranjeras, está
vitalmente interesado en su expansión y
prosperidad y utiliza su considerable influencia para
fortificar y perpetuar el statu quo.
En segundo lugar, están los industriales
monopolistas nativos que, en muchos casos, están
332
coludidos y entrelazados con el capital mercantil
interno y con las empresas extranjeras. Este sector
depende totalmente del mantenimiento de la
estructura económica existente y su status
monopolista sería arrasado con el ascenso del
capitalismo industrial. Preocupados en impedir el
surgimiento de competidores en sus mercados, ven
favorablemente la absorción del capital por la esfera
de la circulación y no tienen nada que temer de las
empresas extranjeras que están orientadas hacia la
exportación. Ellos también son acérrimos
defensores del orden establecido.
Los intereses de estos dos grupos corren
totalmente paralelos a los de los terratenientes
feudales, que están firmemente atrincherados en
las sociedades de las regiones atrasadas. De hecho,
éstos no tienen razón alguna para quejarse de las
actividades de las empresas extranjeras en sus
países. Éstas les producen beneficios considerables.
Frecuentemente, le dan salida a la producción de
sus haciendas y en muchos lugares aumentan el
precio de la tierra, ofreciendo, además, oportu-
nidades de empleo muy lucrativas a los miembros
de la clase media rural.
El resultado de todas esas fuerzas es una coalición
política y social de los mercaderes ricos, de los
poderosos monopolistas y de los grandes
terratenientes, que se consagra a la defensa del
orden feudal-mercantil existente. Gobernando sus
dominios, sin importar por qué medios políticos —
como una monarquía, como una dictadura militar
fascista o como una república del tipo Kuomintang
—, esta coalición no tiene nada que esperar del
surgimiento de un capitalismo industrial que los
desalojaría de sus poderosas y privilegiadas
posiciones. Al bloquear todo progreso económico y
social en sus países, este régimen no tiene bases
políticas reales en la ciudad ni en la aldea y vive en
un temor continuo de las hambrientas e inquietas
masas populares, confiando para mantener su esta-
333
bilidad en un cuerpo de guardias pretorianas
formadas por mercenarios relativamente bien
pagados.
En la mayoría de los países subdesarrollados, los
acontecimientos sociales y políticos acaecidos en las
últimas décadas habrían derribado a los regímenes
de esta clase. El que hayan sido capaces de seguir
medrando —y ésta ha sido realmente su única
preocupación— en la mayor parte de la América La-
tina y del Cercano Oriente, en ciertos países "libres"
del sureste de Asia y en otros países igualmente
"libres" de Europa, se debe, de manera fundamental
y quizá exclusiva, a la ayuda y al apoyo que
"libremente" les ha otorgado el capital occidental y
los gobiernos occidentales que lo representan. El
mantenimiento de estos regímenes y la operación
de las empresas extranjeras en los países
subdesarrollados se han hecho mutuamente
interdependientes. La estrangulación económica de
los países coloniales y dependientes por parte de las
potencias imperialistas, es lo que ha ahogado el
desarrollo del capitalismo industrial nativo y, por
ende, ha impedido el derribamiento del orden feudal
mercantil y ha asegurado la supervivencia de los
regímenes mercantiles. La preservación de estos
gobiernos serviles, que impiden el desarrollo
económico y social y suprimen todo movimiento
popular a favor de la liberación social y nacional, es
lo que hace posible, en la actualidad, la explotación
extranjera de los países subdesarrollados y su do-
minación por las potencias imperialistas.
El capital extranjero y los gobiernos por los que
está representado, han cumplido con el papel que
les toca y lo han sabido conservar hasta estos días.
Aunque la opinión oficial en la actualidad admite
que "las potencias coloniales se sumaron al peso de
la prohibición y del desaliento gubernamental a las
fuerzas económicas, impidiendo así la expansión
industrial de las regiones productoras de materias
primas", cree firmemente que "aquellos días... se
334
han ido para siempre".271 Desgraciadamente, no
puede encontrarse una interpretación más falaz de
la historia contemporánea. Sea que observemos la
conducta británica en Kenia, en Malaya o en las
Indias Occidentales, las operaciones francesas en
Indochina y en el África del Norte, las actividades
norteamericanas en Guatemala y las Filipinas, o
bien consideremos las transacciones algo más
"sutiles" de los Estados Unidos en el Cercano
Oriente y en la América Latina y las todavía más
complejas maquinaciones angloamericanas en el
Cercano Oriente, puede decirse que muy poco de la
esencia del imperialismo de "aquellos días" se ha
"ido para siempre".
Es evidente que tanto el imperialismo como su
modus operandi y su ropaje ideológico no son,
actualmente, lo que eran hace cincuenta o cien
años. De la misma forma en que el pillaje descarado
del mundo se transformó en un comercio orga-
nizado con los países subdesarrollados —comercio
que, a través de un mecanismo de relaciones
contractuales "impecables", ha rutinizado y
racionalizado el saqueo—, la racionalidad de un
comercio que funciona sin fricciones se ha
convertido en el sistema moderno de explotación
imperialista, que es todavía más avanzado y mucho
más racional. Al igual que todo fenómeno histórico
en proceso de cambio, la forma contemporánea del
imperialismo contiene y conserva sus modalidades
primitivas, pero las eleva a un nuevo nivel. Su rasgo
característico, en la actualidad, es que ya no
persigue únicamente la obtención rápida de
enormes ganancias de los objetos que domina, ni se
satisface simplemente con asegurar un flujo más o
menos constante de estas ganancias por un período
271
272
337
ganancias que de otro modo obtendrían.273
No es sorprendente que, en estas circunstancias,
las grandes empresas occidentales que se dedican
a la explotación de materias primas muevan todas
las palancas con tal de obstaculizar cualquier
evolución de las condiciones políticas y sociales de
los países atrasados que puedan propiciar su
desarrollo económico. Utilizan su gigantesco poder
para apuntalar las administraciones mercenarias de
los países atrasados, para desbaratar y corromper
los movimientos políticos y sociales que se les
oponen y para derribar cualquier gobierno
progresista que pueda llegar al poder y se niegue a
realizar los mandatos de los señores imperialistas.
Allí donde sus imponentes recursos no bastan para
mantener las cosas bajo su control o cuando el
costo de esas operaciones puede trasladarse a los
gobiernos de sus países de origen, o a las agencias
internacionales del tipo del Banco Internacional de
Reconstrucción y Fomento, las potencias
imperialistas toman rápida y eficazmente todas las
medidas diplomáticas, financieras y, de ser
necesario, aun militares, para ayudar a que la
empresa privada en desgracia cumpla su misión.274
VIII
El engranaje de la política y de la opinión en el
Occidente para apoyar a las grandes empresas en
sus esfuerzos por conservar sus posiciones en los
países atrasados y sabotear el desarrollo económico
de éstos, se refleja tanto en las declaraciones
oficiales como en los escritos económicos. Por
ejemplo, el presidente Eisenhower definió los
objetivos de la política exterior norteamericana
273
275
276
277
278
I
Trataremos ahora de completar nuestro rápido
examen del modo de utilización del excedente
económico de los países sub-desarrollados y, al
mismo tiempo, analizaremos el último de los
argumentos que se citaron anteriormente en favor
de las empresas extranjeras. Para ello, debemos
investigar brevemente qué uso se hace de la parte
del excedente económico que se adjudica al cuarto
de sus demandantes, además de la agricultura, es
decir, al Estado. Las magnitudes que ésta asume,
varían obviamente, de país a país. En algunos de
ellos es muy pequeño, como por ejemplo en la
mayoría de los de América Latina o en las Filipinas;
en otros es muy grande, como en el caso de
Venezuela y de ciertas regiones petroleras del
Cercano Oriente. Las variaciones no son menos
pronunciadas con respecto a lo que hemos llamado
el locus económico de los ingresos del gobierno, así
como a los métodos (estrechamente ligados a éste)
mediante los cuales se recauda. En varios países los
ingresos del gobierno constituyen transferencias
fácilmente identificables del excedente económico
(también son típicas en este aspecto las regiones
productoras de petróleo). En los otros representan
adiciones al excedente económico, a causa de la
restricción que provocan en la parte de la produc-
ción total que está disponible para el consumo
masivo. En el primer caso, surgen sobre todo de los
impuestos, de los aranceles a la exportación y de las
regalías que pagan principalmente las empresas
extranjeras. En el último, sus fuentes son diversas,
sobre todo las cargas impositivas indirectas que se
le imponen a la población a través de impuestos a la
importación y gravámenes sobre los bienes de
consumo masivo, o bien mediante emisiones
342
inflacionarias de moneda.279
Aunque también existen grandes diferencias en la
forma en que los gobiernos en lo individual gastan
sus ingresos, la diversidad a este respecto es mucho
menor. De hecho, estos países pueden agruparse
fácilmente en tres grandes grupos. El primero está
formado por los vastos territorios coloniales que
están administrados directamente por las potencias
imperialistas (casi toda el África, algunas partes de
Asia y unas cuantas regiones, relativamente
pequeñas, de América). El segundo grupo lo
constituye la enorme mayoría de los países
atrasados que están gobernados por regímenes de
un marcado carácter mercenario, y el tercero lo
integran unos cuantos países sub-desarrollados que
tienen gobiernos con una orientación que podría
calificarse de "New Deal"; entre ellos están los de la
India, de Indonesia y de Birmania.280
Por lo que se refiere al primer grupo, desde que
terminó la guerra se ha realizado una gran campaña
publicitaria para mostrar que la actual
administración de las colonias por las potencias
imperialistas es radicalmente distinta en su espíritu,
sus objetivos y sus resultados, de lo que era en un
279
280
281
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290
348
flagrante de las necesidades del desarrollo de las
regiones atrasadas. Esto es evidente tanto a la luz
de toda la experiencia histórica, como a través de
todas las consideraciones teóricas relativas al
desarrollo económico y social de los países
atrasados basado en la explotación extranjera de las
materias primas. Esto se expresa con admirable
precisión en el informe de las Naciones Unidas a que
nos referimos anteriormente: "La inversión en el
sector desarrollado de la economía se concentra en
la producción de bienes primarios destinados a la
exportación... Prácticamente, todo el capital con el
que se ha desarrollado esta producción ha tenido
que ser importado de fuera de África y, con
excepción de la Unión de Sudáfrica y de algunas
regiones del África del Norte, esta inversión ha
tenido un efecto relativamente pequeño en la
generación de ingresos e inversiones secundarias.
Los ingresos brutos que se obtienen de la
exportación se transfieren al exterior en la forma de
intereses y dividendos sobre el capital invertido."291
II
La situación no presenta un mejor aspecto si
observamos al segundo grupo de países
subdesarrollados, es decir, aquellos que ya no son
simples colonias de las potencias capitalistas, pero
que se encuentran dirigidos por ellas a través de
administraciones mercenarias locales. Los más
importantes de ellos son las regiones productoras
de petróleo en el Medio Oriente y en la América
291
293
294
295
296
297
299
300
301
302
Ibid., p. 83.
356
sustituir el nombre de un país por el de otro. En Irak,
poblado por cinco millones de habitantes, el
gobierno recaudó de las compañías petroleras más
de 191 millones de dólares en 1954. Aunque
aparentemente, el ingreso anual per cápita de los
iraqueses es superior al de la mayoría de los otros
árabes (aproximadamente es de 90 dólares),
únicamente se utiliza el 20 % de las tierras
potencialmente cultivables y sólo una porción
insignificante de ellas se encuentra bajo riego. La
salud de la población es abominable; casi el 90 % es
analfabeta, y el desempleo se encuentra muy exten-
dido. Los ingresos que se obtienen del petróleo se
hunden en el barril sin fondo de una administración
corrupta, que se halla bajo el control de
terratenientes absentistas, los cuales "al... manejar
sus propias regalías petroleras a través del pre-
supuesto... han podido reducir los impuestos a la
clase capitalista, al mismo tiempo que amplían su
aparato administrativo. Esto ha favorecido al
gobierno, pero ha empeorado los niveles de vida de
la población".303
Aunque "tanto el Irak como el Irán tienen una gran
variedad de recursos naturales alternos"304 y, por
consiguiente, tienen grandes posibilidades para
desarrollarse económicamente, el segundo de ellos
no está más adelantado que el primero. Si bien los
ingresos que el Irán obtiene del petróleo son mucho
menores que los del Irak, el tiempo durante el cual
los ha recibido es mucho mayor. Sin embargo, el
destino que se les ha dado es el mismo que en
todos los otros países petroleros, es decir, se han
303
Ibid., p. 72.
304
Op.cit., p.231.
306
307
309
310
311
312
314
366
son características de todos estos países.315
Hasta aquí, nos hemos ocupado del uso que hacen
las administraciones controladas por el imperialismo
de los ingresos que obtienen de las empresas
extranjeras. Muy poco necesita agregarse con
respecto al excedente económico que extraen
directamente de las poblaciones que mantienen a
dichos gobiernos. Este excedente constituye una
parte variable de sus ingresos totales que de
ninguna forma es insignificante, ni siquiera en el
caso de los países petroleros. Sus fuentes
principales son los impuestos altamente regresivos
que gravan las ventas y los bienes importados, así
como las contribuciones territoriales y personales
que recaen fundamentalmente sobre los
campesinos. Aunque en diversos países
subdesarrollados se ha instituido nominalmente el
impuesto progresivo sobre la renta, en la mayoría
de ellos sólo existe en el papel. La evasión fiscal es
315
316
317
319
Ibid.
370
ciertas respecto a cada una de sus partes, son
falsas con relación al todo. Un fenómeno histórico es
inseparable de lo que constituye su consecuencia
inevitable. Tal como lo hemos subrayado antes, la
explotación de las materias primas de los países
sub-desarrollados por el capital extranjero y la
existencia de regímenes mercenarios dispendiosos,
corruptos y reaccionarios en esos países, no es una
coincidencia fortuita, sino que ambos son,
simplemente, aspectos distintos y estrechamente
ligados que sólo pueden comprenderse en forma
adecuada como el fenómeno global del
imperialismo.
Tal como lo dice The Economist, "en la actualidad
es obvio que los gobiernos y las compañías se
encuentran estrechamente ligados por un mutuo
abrazo y que, en los próximos años, ninguno de los
dos podrá prescindir del otro".320 Los gobiernos de
los países de origen de las compañías, con el objeto
de perpetuar e intensificar este abrazo, ayudan a
destruir cualquier movimiento progresista que
llegue a alcanzar el poder en las regiones atrasadas,
otorgan su apoyo diplomático, militar y financiero a
las administraciones mercenarias que se
"comportan" adecuadamente y auxilian y favorecen
a las fuerzas política y socialmente reaccionarias
sobre las que descansan dichas administraciones.
Por las mismas razones, las propias compañías
tratan de crear "mediante sus planes de ahorro, sus
facilidades para la obtención de casas propias, sus
sistemas de entrenamiento y otros métodos... una
clase que tenga interés en mantener una vida
tranquila en toda la comunidad.
Este ideal se logra "cuando un conferencista local
se refiere a "nuestra compañía" y no a "la
320
Ibid.
322
323
324
325
326
327
Ibíd.
328
330
331
IV
332
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345
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347
396
cierta medida, el sistema se financia por sí solo". 349
No tiene caso agregar que, si las ganancias
adicionales corresponden a los comerciantes y
exportadores nativos y no a las empresas
extranjeras, lo que ellos hagan con esta bonanza es
decisivo para juzgar el papel que pueda tener una
mejoría de la relación de intercambio en la vida
económica del país beneficiado.350
V
El segundo corolario se relaciona con otra manía
349
350
352
353
354
401
dinero."355 Esto puede decirse con la misma
propiedad respecto a la mayor parte del mundo
subdesarrollado.356
VI
Sin embargo, como dice un proverbio ruso, éstas no
son sino las flores, los frutos aún está por venir. De
hecho, el supremo esfuerzo de las ciencias sociales
burguesas para atribuir el atraso y el estancamiento
de una gran parte del mundo capitalista a factores
que podrían suponerse ajenos al orden económico y
social en el cual viven, se realiza en el campo de las
teorías sobre la población, de las que están repletas
355
356
357
359
360
361
362
363
408
mundial se incremente a una tasa anual de 1 %, en
tanto que puede suponerse que las mejoras de la
técnica agrícola elevarán la producción por hombre-
año a la tasa de 11/2 % anual (y en algunos países al
2 %). De ahí que el profundo pesimismo
malthusiano esté completamente desacreditado,
pues los adelantos científicos, por sí solos, son
capaces de abastecer al incremento de la población
mundial." 367
Todo lo que necesita decirse con respecto a los
cálculos a la Julio Verne de los neomalthusianos está
admirablemente expresado en la lúcida monografía
del profesor M. K. Bennett, Director del Food
Research Institute de la Universidad de Stanford: "A
nadie deben impresionar los cálculos de relaciones
hombre-tierra, que demuestran, con perfección
aritmética, que si la población mundial se
incrementase a su tasa corriente del 1% anual,
podría señalarse un año específico en el futuro en
que sólo una pulgada cuadrada de la superficie de
la Tierra estaría disponible para cada habitante. Esto
sólo es un puro ejercicio aritmético. Es también un
ejercicio estéril. Puede confiarse en que la sociedad
actuará de tal forma que el impecable cálculo
aritmético no se realizará; la sociedad tiene el poder
de actuar. La aritmética no lleva en sí misma ningún
elemento de predicción, ningún factor compulsivo.
Igualmente estériles y carentes de interés son todos
los esfuerzos para calcular cuántas personas, en
366
367
369
370
372
373
374
412
económico, al mejorar las instalaciones médicas y
extender las medidas profilácticas, tiende a reducir
en la tasa de mortalidad, lo que constituye el
adelanto más necesitado y más saludable en todas
partes y en particular en los países atrasados. Una
reducción de la tasa de mortalidad no sólo implica
una mejora en la salud, la vitalidad y la eficacia
productiva de la población, sino que también —y
esto es de gran importancia— trae como
consecuencia un descenso de la mortalidad infantil.
La significación que esto tiene, en términos
puramente económicos, puede apreciarse
plenamente cuando se considera que,
aproximadamente el 22.5 % del ingreso nacional de
la India, lo absorbe el mantenimiento de niños que
mueren antes de llegar a los 15 años de edad y que,
por ende, nunca tienen oportunidad de llevar a cabo
una vida productiva.375
Obviamente, no puede negarse que sea
"concebible el que, una vez que se hayan creado las
condiciones para un adelanto económico rápido y
racional, después de que se haya sentido su
impacto en las tasas de natalidad y de mortalidad, y
cuando ya se hayan agotado todas las posibilidades
de una utilización científica de los recursos de la
tierra, todavía pueda surgir una escasez de
alimentos o de otros productos indispensables para
el mantenimiento de la raza humana. Sin embargo,
esto es, en la etapa actual del desarrollo histórico,
una artimaña tan patente para desviar la atención,
que podemos unirnos al profesor Bennett y
Ibíd. p. 54.
375
376
377
378
379
G/F. Winfield, China: The Land and the People (Nueva York,
1948), p. 344. Es importante hacer notar que el autor es un
médico enviado a China por el Board of Foreign Missions de
la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos.
380
381
382
383
384
385
386
EL ASCENSO A LA CUMBRE
I
Es en el mundo subdesarrollado donde puede
observarse, a simple vista, el hecho más
característico y sobresaliente de nuestra época, es
decir, cómo el sistema capitalista, que fue un
poderoso impulsor del desarrollo económico, se ha
convertido en un obstáculo formidable para el
adelanto humano. Lo que Alexis de Tocqueville hacía
notar con respecto a las instituciones políticas, tiene
actualmente una mayor validez que la que él mismo
pudo imaginarse: "La fisonomía de un gobierno
puede juzgarse con mayor certeza en sus colonias,
pues allí sus rasgos se amplifican y se hacen más
notables. Cuando quiera estudiar los méritos de la
administración de Luis XIV, debo ir al Canadá; allí se
ven sus deformidades como a través de un
microscopio."387 En realidad, la discrepancia entre lo
que podría obtenerse con las fuerzas productivas de
que dispone la sociedad y lo que de hecho se logra
con ellas, es incomparablemente más grande en los
países avanzados que en las regiones atrasadas. 388
Pero, en tanto en los países avanzados esta
discrepancia se oscurece por el nivel absoluto tan
elevado de la productividad y de la producción que
387
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394
Párrafo 38.
425
soviéticos', cautivando con ello en este siglo la
imaginación de los pueblos del mundo, en forma
similar a como lo hicimos nosotros en el siglo XIX
con 'el gran experimento norteamericano' ". 395
Aunque por lo general se reconoce que la necesidad
más urgente y más imperiosa que tienen los países
subdesarrollados es la de acrecentar rápidamente
su ingreso nacional, el profesor Mason afirma que
"en la promoción del desarrollo económico, el
comunismo puede traer enormes ventajas... A largo
plazo, y suponiendo un cierto nivel de capacidad
administrativa en la inversión y el uso de los nuevos
recursos de capital, su ingreso nacional puede ser
elevado a una tasa extremadamente rápida".396
Podía suponerse que, en tales circunstancias, los
países atrasados que por fin han logrado salir de un
secular estado de estancamiento, recibirán el
aliento y las felicitaciones —y quizá algo más
tangible— de aquellos que han mostrado una honda
preocupación por su avance. Sin embargo, tal supo-
sición reflejaría una concepción totalmente ingenua
de la situación existente. Como pregunta Lenin,
"¿dónde, fuera de la imaginación de los reformistas
sentimentales, existe algún trust capaz de
preocuparse de la situación de las masas y no de la
conquista de las colonias?"397 De hecho, el progreso
que se ha realizado en los países subdesarrollados
395
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399
Ibid., p. 229.
427
obstáculo más importante para el progreso de los
países socialistas, y afirma que "en el Asia
Sudoriental, al igual que en todas partes, la religión
es un fuerte baluarte en contra del comunismo".400
No debe sorprender el que "todo lo atrasado,
agonizante y feudal" de los propios países
subdesarrollados, marche codo con codo con sus
amigos y protectores del Occidente. Las clases
directoras en los países subdesarrollados,
vitalmente interesadas en convertir a las
poblaciones subyugadas en una "sociedad espiritual
de individuos que aman a Dios... que trabajan
duramente, tanto por considerarlo un deber como
por propia satisfacción... y para quienes la vida no
es un mero crecimiento y gozo físicos, sino un
desarrollo intelectual y espiritual",401 no ahorran
ningún esfuerzo, recibiendo una fuerte ayuda
norteamericana para fortalecer el dominio de las
supersticiones religiosas en la mente de sus
hambrientos súbditos. ¡Qué les importa, a ellas o a
los imperialistas, el que estas supersticiones
constituyan un enorme impedimento en el camino
del progreso! ¡Qué les importa, a ellas o a sus
cómplices occidentales, que el costo de mantener la
ofuscación religiosa sea una miseria creciente y una
mortandad cada vez mayor! Como observaba el Dr.
Balogh en su viaje a la India, "el renacimiento
religioso, propiciado por las clases más ricas...
impide una política racional de mejoramiento del
ganado. La India tiene 200 millones de cabezas de
ganado, muchas de ellas inútiles, que viven de una
reserva alimenticia bastante limitada. Pero, en
varias regiones, está prohibida por la ley la matanza
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407
Op. cit., p. 6.
431
impacto que tiene esta ideología y las
circunstancias históricas que la fundamentan, en la
evolución social, política y cultural de las propias
naciones imperialistas. Este impacto está
sintetizado en la cortante observación de Marx y
Engels de que "ninguna nación puede ser libre
cuando oprime a otras naciones"; su trágica impor-
tancia se manifiesta, sin ninguna posibilidad de
error, sea que observemos la historia primitiva de
las "naciones opresoras" o su historia más reciente;
sea que pensemos en Europa Occidental o en la
Rusia zarista, en Asia o en América. Todo lo que nos
es posible hacer a este respecto, es apuntar este
problema tan terriblemente importante;
extendernos sobre él nos llevaría muy lejos de
nuestro campo de estudio.408
II
La otra consideración que está directamente
relacionada con nuestro presente problema, se
refiere al efecto directo de las actividades
imperialistas —que han estado reflejadas e inspira-
das por el "neojingoísmo"— en el curso de los
acontecimientos de los países subdesarrollados.
Este efecto es de lo más revelador, y su magnitud
puede estudiarse con la concreción necesaria.
Asume, por lo que respecta a aquellos países
subdesarrollados que todavía forman parte del
"mundo libre", dos formas principales. En primer
lugar, el elemento mercenario, que es el dominante
y siempre está apoyado por las potencias
imperialistas, es ayudado en forma más enérgica,
más sistemática y más abierta. No sólo reciben
subsidios para el fomento de la religión y para la
conducción de sus actividades políticas, sino que
también se les otorga ayuda militar directa para su
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III
El establecimiento de una economía socialista
planificada es una condición esencial, y de hecho
indispensable, para lograr el progreso económico y
social de los países subdesarrollados. Pero, como
Lenin lo plantea, "para la revolución burguesa, que
brota del feudalismo, se van creando gradualmente,
en el seno del viejo régimen, nuevas organizaciones
económicas, que modifican poco a poco todos los
aspectos de la sociedad feudal. La revolución
burguesa tenía una sola misión: barrer, arrojar,
romper todas las ataduras de la sociedad anterior.
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IV
Habiéndose decidido el volumen del excedente que
va a invertirse en un período dado, la tarea central
de los organismos de planificación de una sociedad
socialista es determinar su asignación más
adecuada. Como no es nuestra intención invadir el
terreno vecino de la teoría de la planificación
económica, trataremos meramente de esbozar los
que parecen ser los principales problemas
involucrados.
En primer lugar, está la cuestión —a la que se le
ha prestado gran interés en la literatura económica
occidental— de si debe buscarse el desarrollo
económico a través de la industrialización, o bien si
debe irse al encuentro del progreso mediante la
elevación de la productividad de la agricultura.
Conferencias y Sesiones plenarias del Comité Central)
(Moscú, 1941), Parte 2, p. 236.
457
Planteado como una generalización, el problema es
totalmente inabordable. Pero si se le enfoca en
forma concreta, desaparece el dilema que ello
implica, o bien la respuesta es casi axiomática.
Podemos aclarar esta cuestión si la visualizamos en
relación con los países capitalistas subdesarrollados
y si suponemos que lo que se persigue es la política
más deseable por parte de alguna autoridad
planificadora, pues de otra manera la investigación
pierde todo sentido. El problema puede abordarse
considerando a la agricultura en sus dos formas
más generalizadas, es decir, las empresas de
plantación en gran escala y la agricultura de
subsistencia. En lo que respecta a la primera, nada
necesitamos agregar a lo que se dijo anteriormente.
La mecanización y la mayor productividad de las
plantaciones que producen predominantemente
para la exportación, difícilmente mejorarán las
condiciones de los países del caso. De hecho, el
efecto de ésta puede ser completamente
desventajoso, ya que las máquinas adicionales
desplazarán algunos de los trabajadores nativos de
la plantación, privándolos de los magros medios de
vida que anteriormente podían obtener. Como los
implementos que se usan para mecanizar las
operaciones de la plantación, habitualmente se
importarán, su manufactura no ofrecerá
oportunidades de empleo que compensen la
reducción que ella provoca. El incremento de la
productividad de la mano de obra que permanece
ocupada tampoco se traducirá en una elevación de
las tasas de salarios; es casi seguro que el exceso
de oferta de mano de obra ahogue en el nido tales
procesos. Lo único que se conseguirá será una
expansión de las utilidades que obtienen los
propietarios (nacionales y extranjeros) de las
plantaciones, las cuales se irán al exterior y se uti-
lizarán en la misma forma que las que se obtuvieron
antes. La expansión de las plantaciones que quizá
provoque el aliciente de las mayores utilidades,
458
tampoco tendrá consecuencias favorables. Las
plantaciones adicionales acarrearán más desplaza-
mientos de los campesinos de subsistencia, un
mayor empobrecimiento de la población rural y un
desequilibrio más acentuado en el desarrollo
económico del país atrasado.
El problema se complica en el caso de la
agricultura de subsistencia. No hay duda alguna de
que, en los países subdesarrollados, pueden
tomarse varias medidas para favorecer a los
campesinos de subsistencia. Puede elevarse su
ingreso real si se les proporciona mejores semillas y
ganado o se les da asesoramiento agronómico y
crédito más barato. Sin embargo, la tasa de
mejoramiento que puede obtenerse por estas
medidas es tan pequeña, que probablemente el
crecimiento de la población impedirá cualquier
aumento apreciable en la producción per cápita.
Ciertamente, no puede esperarse que, en esta
forma, se lograrán excedentes. Sin embargo, todas
estas medidas de mejoramiento, cuando no se
traducen en excedentes, se convierten en acciones
casi filantrópicas, asumiendo la forma de un
"reconstituyente" esporádico; dichas medidas no
desarrollan un impulso propio y no pueden constituir
la base de una expansión posterior. De hecho, sólo
puede obtenerse un incremento importante de la
productividad agrícola cuando se utilizan técnicas
modernas de cultivo —tracción mecánica, equipos
complejos, abonos—, las cuales en su mayor parte
sólo son aplicables a la agricultura en gran escala.
El campesino de subsistencia de las regiones
atrasadas (y en este aspecto, también el de
cualquier otra) no tiene los medios para adquirir los
instrumentos necesarios y, lo que es todavía más
importante, tampoco podrá utilizarlos en su
pequeña parcela.
Es evidente que la agricultura en gran escala
puede surgir en el curso del desarrollo capitalista
(de hecho, en algunos países avanzados ha
459
surgido). Pero esto será el resultado de lo que
llamamos anteriormente la "contrarrevolución
agraria", de la penetración masiva del capitalismo
en la agricultura, de una enorme diferenciación de
la población rural y de la consiguiente evolución de
los capitalistas y del proletariado agrícolas. Pero,
además del hecho de que este proceso fue extre-
madamente doloroso, pues estuvo acompañado del
cercamiento de tierras y de la ruina de grandes
masas de campesinos, únicamente pudo realizarse
una vez efectuada la transición de la fase mercantil
del capitalismo a la etapa industrial. Fue esta
transición lo único que propició la invasión
capitalista de la agricultura y la revolución técnica
en los métodos de cultivo, creando al mismo tiempo
un mercado para los productos de las grandes
empresas agrícolas, y una oportunidad de empleo,
aunque en forma parcial, para las masas rurales
desplazadas y desposeídas. Por lo tanto, debe
quedar claro —aun para aquellos que en la
actualidad gustan de recomendar esta forma de
desarrollo a los países atrasados— que sólo
mediante la industrialización de esos países puede
alcanzarse un incremento sustancial de la
productividad de su agricultura. Sin embargo, en los
escritos burgueses sobre este tema abundan las
advertencias en contra de un "énfasis exagerado"
en la industrialización y de un "nacionalismo
fanático que conduzca a una precipitación excesiva
del desarrollo industrial", etc. En realidad, el hacer
énfasis en la prioridad de la agricultura —
admitiendo como concesión la deseabilidad de
algunas industrias de bienes de consumo— se ha
convertido en el signo distintivo de una actitud
"prudente" y "propia de estadistas" de la opinión ofi-
cial occidental respecto al desarrollo económico de
los países atrasados. Aunque esta posición puede
tener cierto mérito en el caso de algunos países
capitalistas subdesarrollados que emprenden la
realización de proyectos industriales más o menos
460
aislados, que no están planeados adecuadamente,
ni se encuentran coordinados con otras políticas
económicas, fundamentalmente refleja una
preocupación por los intereses del capital
monopolista occidental y no por los de los pueblos
que habitan los países subdesarrollados. Esto se ha
declarado de una manera tan franca en un
documento oficial de gran importancia, que merece
citarse con cierta amplitud. "La potencialidad y los
problemas de los países subdesarrollados, así como
la naturaleza de nuestro interés en su desarrollo
económico, nos indica el tipo de programas de
desarrollo que debemos apoyar... Para aquellos
países cuyos recursos puedan desarrollarse y
abastecer provechosamente la demanda mundial,
éste parece ser el modo más eficaz de obtener
bienes adicionales... En la mayoría de los casos, la
exigencia principal será lograr un desarrollo que
mejore la producción agrícola. Este tipo de des-
arrollo debe equilibrarse mediante el otorgamiento
de mayores facilidades a la producción industrial,
que en sus comienzos deberá orientarse
especialmente hacia las industrias ligeras que
producen bienes de consumo... Los Estados Unidos
tendrán una necesidad creciente de materias
primas, particularmente de minerales, en la medida
que sus recursos internos se agoten
progresivamente." 435
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consistirá en iniciar el desarrollo en la industria, en
darle al desenvolvimiento industrial todo el apoyo
que se pueda, mientras que la revolución técnica,
social y cultural de la agricultura, deberá
posponerse hasta que la sociedad haya reunido una
fuerza industrial suficiente para que puedan
sentarse las bases materiales de la reconstrucción
agrícola. La viabilidad de este programa depende de
la disponibilidad de recursos para una expansión
significativa de la industria, es decir, de la
capacidad de la agricultura para proporcionar un
excedente que sea lo bastante grande para
sostener un volumen suficiente de construcción
industrial.
A primera vista, parecería que nos enfrentamos a
un círculo vicioso. No puede haber modernización de
la agricultura sin industrialización, y no puede haber
industrialización sin un incremento de la producción
y del excedente agrícolas. Pero, como es usual en el
universo de las relaciones económicas y sociales, el
entrelazamiento de factores aparenta ser muy
estricto, y la circularidad de la constelación obligada
sólo en la medida en que el problema se considera
meramente en abstracto, o como Marx hubiera
dicho, exclusivamente en lo "especulativo". En una
situación histórica concreta, hay diversos elementos
que se introducen en el proceso y permiten abrirse
paso allí donde en "lo grisáceo de la teoría" parecía
imposible encontrar una salida. En la historia
primitiva del capitalismo, la solución fue dada por
una transfusión masiva del excedente económico
del exterior (mediante el saqueo de las colonias o
por el metódico proceso de importación de capital),
así como por una severa presión sobre los niveles
de vida de las masas urbanas y rurales. Como lo
plantea el profesor Mason, "al ajustarse el equilibrio
entre los llamados 'derechos de propiedad' y los
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V
El segundo problema que surge con respecto a la
tarea de lograr la asignación óptima del excedente
económico, es determinar si el desarrollo económico
debe realizarse a través de la expansión de las
industrias (pesadas) que fabrican bienes de
producción, o bien mediante un incremento de las
industrias (ligeras) que producen bienes de
consumo. Este problema implica, en realidad, la
distribución del ingreso nacional entre el consumo y
el excedente económico, o lo que es esencialmente
lo mismo, el grado del crecimiento que debe
alcanzarse durante el período de planificación que
se considere. Al analizar la reproducción ampliada,
Marx formuló con claridad la condición básica del
crecimiento económico, a saber, que el producto
bruto corriente del Departamento I (industrias
productoras de bienes de producción) debe ser
superior a la demanda corriente que hacen de sus
productos tanto el mismo Departamento I como el
Departamento II (industrias productoras de bienes
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VI
Estrechamente ligado con esta esfera de actividad,
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VII
A lo largo de esta exposición, se ha supuesto
implícitamente que un país socialista, al planear su
desarrollo, se constituye en una economía cerrada
dentro de un medio circundante capitalista hostil.
Esta suposición está bastante alejada de la realidad,
hasta en el caso de Rusia. Aunque las relaciones
económicas de Rusia con el exterior después de la
Revolución no fueron en ningún momento muy
intensas, el intercambio económico con el mundo
capitalista jugó un papel muy importante en el
proceso de industrialización, particularmente en los
años del primer Plan Quinquenal. En ese período, no
sólo le permitieron obtener fuertes cantidades de
préstamos a corto plazo, pues los países capitalistas
estaban severamente afectados por la depresión y
ansiosos de encontrar salida para sus
exportaciones, sino que tuvieron una contribución
aun más importante para su desarrollo económico,
al permitir a la Unión Soviética adquirir una
cantidad importante de equipo industrial que
485
técnicamente era incapaz de producir
internamente. 468
De no haberse podido importar
dicha maquinaria, las dificultades iniciales del
proceso de industrialización habrían sido aun
mayores y los sacrificios ligados a ésta todavía más
graves y más prolongados. No fue sino hasta la
terminación del primer Plan Quinquenal, cuando el
comercio de Rusia con los países extranjeros declinó
notoriamente y cuando el país alcanzó una
autosuficiencia casi completa, tanto técnica como
económica.469
Pero a este respecto la posición de Rusia fue más
bien excepcional; en la actualidad, existen muy
pocos países del mundo a los que pueda
aplicárseles el aforismo de Lenin de que tienen, por
sí mismos, "todo lo que es necesario y suficiente
para la construcción de una sociedad socialista". En
la mayoría de los otros países, particularmente en
los países subdesarrollados, la estructura
económica y la dotación de recursos de que
disponen son tales, que las relaciones económicas
con el exterior constituyen no sólo una atenuación
de dificultades que casi serían insuperables, sino
que de hecho son una condición para su misma
supervivencia. Hasta un país tan grande y tan rico
en recursos naturales como lo es China, habría
tropezado con serias dificultades para sentar las
bases de una economía industrial si no hubiese
contado con la posibilidad de importar el equipo
industrial (y agrícola) más esencial. Lo que es cierto
para China se aplica a fortiori a otros países
atrasados mucho menos autosuficientes.
Poco necesita decirse acerca de los beneficios que
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ÍNDICE ANALÍTICO
520
Yamada, M., 179 n Young, Allyn, 200
Zimmermann, E. W., 183 n
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ÍNDICE GENERAL
Prefacio
Prefacio a la edición en español
Capítulo I
Panorama general
Capítulo II
El concepto de excedente económico
Capítulo III
Estancamiento y desarrollo del capitalismo
monopolista (I)
Capítulo IV
Estancamiento y desarrollo del capitalismo
monopolista (II)
Capítulo V
Las raíces del atraso
Capítulo VI
Hacia una morfología del atraso (I)
Capítulo VII
Hacia una morfología del atraso (II)
Capítulo VIII
El ascenso a la cumbre
ÍNDICE ANALÍTICO
522