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Nueva España como sucesora del imperio de Moctezuma

Tras la caída de Tenochtitlan, se inició el proceso de colonización, es decir, la


dominación, poblamiento y administración del territorio conquistado en sus
aspectos económicos, políticos y culturales.

La nueva organización implicó el dominio de los españoles sobre cada uno de


los señoríos que anteriormente habían estado sometidos al poder central de los
mexicas.

En los primeros años de la Colonia, los españoles aprovecharon los límites


geográficos de la organización de los pueblos prehispánicos. Los reinos de
México, Michoacán y Tlaxcala se llamaron ahora provincias. Las nuevas
expediciones de conquista fueron agregando al territorio dominado nuevas
provincias. Nueva España, nombre que sugirió el propio Cortés al emperador
Carlos V, se convirtió en una más de las colonias del Imperio Español.

Los españoles transformaron la diversidad de ciudades-Estado, lenguas y


costumbres en un Estado centralizado. Intentaron imponer una sola lengua y
una sola religión. Nueva España fue formada a imagen y semejanza del
absolutismo monárquico de Europa.

A pesar de la gran ruptura que significó la Conquista, el Estado español decidió


conservar algunas de las características del Imperio Azteca. Estableció la
capital de la nueva colonia sobre la antigua ciudad de Tenochtitlan y conservó
el eficiente sistema tributario que los mexicas habían impuesto a los pueblos
sometidos.

Los proyectos iniciales


Las encomiendas y el tributo
Con la Conquista, la tierra cambió legalmente de dueño y pasó a manos
españolas. Desde entonces correspondió exclusivamente al rey de España
conceder la propiedad de la tierra a los particulares. A estas concesiones se les
llamó “mercedes reales”. Los soldados de Cortés fueron los
primeros beneficiados del reparto de tierra, como pago por los servicios
prestados a la Corona. Para la explotación de la tierra se establecieron las
encomiendas. El nombre se deriva del hecho de que el rey encomendaba
(encargaba) a algún español uno o más pueblos de indios. Los indígenas
encomendados debían entregar al conquistador parte del fruto de su trabajo,
además de prestarle servicios personales a cambio de recibir protección,
adoctrinamiento religioso y la posibilidad de aprender las técnicas de cultivo
europeas o algún oficio. Al conquistador Cortés se le entregaron 27 mil indios
vasallos; a Pedro de Alvarado, 20 mil.

El encomendero se colocaba así en el escaño más alto de la pirámide social.


Era el señor de los antiguos señores indígenas y de sus súbditos. Pero esta
visión no la compartieron ni los misioneros que llegaron a evangelizar a los
indígenas ni la Corona española, que temía que el enriquecimiento
de los encomenderos despertara en ellos el deseo de desafiar al gobierno
español en América y, por ello, en el siglo XVII, propició la extinción de este
sistema para dar paso a la aparición de la hacienda. Sólo en Yucatán no se
abolió el sistema de encomienda y la sociedad se mantuvo dividida en señores
encomenderos y trabajadores indígenas hasta la Independencia.

Apareció entonces el repartimiento, sistema en el que el trabajo de los indios


era organizado
por el Estado en función de las necesidades de agricultores, ganaderos y
mineros españoles, y era pagado con dinero. La organización de este sistema
quedó en manos de los corregidores, alcaldes y jueces españoles y de los
caciques indios o mandones de los pueblos de indios.

Las doctrinas y la evangelización


España, defensora de la fe católica frente a la considerada herejía protestante,
encontró en la evangelización, es decir, la imposición de la religión de los
españoles a los indígenas, la justificación política de la Conquista; España tenía
derecho a dominar las nuevas tierras a cambio de convertir a los indígenas
infieles a lo que para ellos era la verdadera religión. La Conquista se revistió de
empresa religiosa.

El primer clérigo católico que llegó a Mesoamérica fue Bartolomé de Olmedo,


un fraile que acompañó a Cortés durante la Conquista. En 1523, a petición del
propio Cortés, llegaron tres frailes franciscanos, un año después, otros 12 que
iniciaron, con gran entusiasmo, la conversión de los indígenas. A lo largo del
siglo XVI, llegaron a Nueva España numerosos franciscanos que se establecieron
en el centro del país, Michoacán y Jalisco; frailes dominicos que se
establecieron en Oaxaca y Morelos; agustinos, que trabajaron en la Huasteca y
Guerrero, y, finalmente, llegaron los jesuitas, que fundaron misiones en lugares
tan apartados como Sonora y las Californias.

En su afán de convertir a los indígenas y librarlos de sus paganas creencias, los


misioneros resolvieron numerosas dificultades. Su estrategia consistió en:

• Proteger a los indígenas de los abusos de los españoles.


• Compartir el modo de vida de los indígenas.
• Educar en la fe católica a los niños hijos de los caciques.
• Utilizar pintura, escultura y el teatro para predicar.

Los pobladores y sus fundaciones


La fundación de nuevas ciudades se inició en el Golfo de México: Veracruz,
Coatzacoalcos y Pánuco; posteriormente se extendió hacia el centro del país,
zona de confluencia de rutas comerciales, como Puebla de los Ángeles (que fue
planeada como una población española autónoma que no dependía del trabajo
de los indios), Valladolid y Querétaro, y a las costas del Pacífico, donde se
fundaron la Antequera (actual Oaxaca) y Acapulco.

El descubrimiento de yacimientos de plata y de oro impuso la fundación de


nuevas ciudades, como Taxco, Pachuca, Guanajuato y Zacatecas. Finalmente,
los conquistadores se aventuraron a las tierras del norte, enfrentaron a los
aguerridos chichimecas y fundaron algunas ciudades en Sonora, Chihuahua,
Texas y las Californias. Al fi nalizar el siglo XVI, el territorio ocupado por Nueva
España era una extensión de 4.5 millones de kilómetros cuadrados, casi nueve
veces el tamaño de España.

Los conflictos entre los diversos grupos de españoles


La llegada continua de nuevos emigrantes deseosos de participar de las
riquezas de la colonia, planteó un reto a los conquistadores, que temieron
perder privilegios frente a los recién llegados.
Los conquistadores desconfiaron también de las autoridades políticas
impuestas por el rey de España, ya que siempre creyeron que ellos tenían más
derecho a gobernar el territorio que habían conquistado.

Por su parte, los reyes de España se esforzaron por limitar el poder y la riqueza
de los encomenderos para evitar que se rebelaran contra ellos y separaran
Nueva España del Imperio Español. Por eso, las autoridades virreinales
permitían la propiedad comunal de los indígenas, que significó una limitación al
enriquecimiento de los grandes propietarios españoles.

A mediados del siglo XVI, la Iglesia se había convertido en un poder paralelo e


incluso más efectivo que el Estado. El origen de su poder se encontraba en la
enorme extensión de tierras que acaparó, sumada a una inmensa fortuna en
metálico que se formó con el cobro de los diezmos, las limosnas y el pago por
sus servicios, además de los legados o herencias que los fieles dejaban a esta
institución. La Iglesia prestaba a la población numerosos servicios
asistenciales, como escuelas, hospitales, orfanatos, cementerio y esto le
permitía movilizar a la población en defensa de sus intereses. Se promovió el
culto a la Virgen María y a numerosos santos y santas, con lo cual acercó el
cristianismo al politeísmo mesoamericano.

La instauración de las audiencias y el virreinato


En 1535, la Corona española decidió gobernar Nueva España con un
representante directo del rey al que se dio el nombre de virrey. Los virreyes
eran siempre hombres de mucha confianza del monarca. Entre sus funciones
estaban: atender asuntos administrativos, presidir la Real Audiencia, designar
a los obispos y arzobispos y conducir la guerra contra los indios del norte.

Hubo 62 virreyes en Nueva España. Al ser nombrados recibían una relación del
rey que les indicaba lo que tenían que hacer; no podían traer a Nueva España a
sus hijos, nietos, hermanos, yernos o nueras; la duración de su mandato
dependía de la voluntad del rey, pero generalmente era un periodo corto de
tres años.

La extensión del imperio obligó a los monarcas españoles a delegar poder a los
virreyes, pero siempre temieron que éstos desafiaran la autoridad española y
convirtieran a Nueva España en un reino independiente.

La introducción del ganado, el trigo y otras especies


Desde los primeros años de la Colonia, el gobierno de España se interesó en el
desarrollo de la agricultura novohispana. Se fomentó la migración de
labradores españoles a quienes se les entregaron tierras fértiles. Estos
inmigrantes trajeron semillas y plantas desconocidas en América.
Las autoridades virreinales dieron protección especial a los cultivos de trigo y
de caña de azúcar, que los españoles trajeron de las Antillas y lograron
aclimatar con gran éxito. Asimismo, se favoreció la fundación de ingenios
donde se impuso el trabajo de los negros. Abundaron los trapiches, donde se
producían diversos tipos de melaza de gran demanda para la destilación del
aguardiente, otra novedad que llegó con los españoles.

Trapiche: molino para extraer


el jugo de algunos frutos o
tallos; también es un molino
para triturar metales.

Melaza: líquido de sabor muy


dulce que queda como
residuo de la caña. Se usa en
la fabricación del ron y como
endulzante.

De los tradicionales cultivos indígenas, el virreinato protegió el algodón, la


grana cochinilla, el añil y el cacao, que mezclado con leche se convirtió en la
bebida preferida por la sociedad novohispana y tuvo una fuerte demanda en
Europa: el chocolate.
Con el aprovechamiento de nuevas tierras se incrementó la demanda de
trabajadores. Los indígenas eran prácticamente arrancados de sus
comunidades y obligados a trabajar en lugares lejanos a cambio de pagos
mínimos, generalmente en especie.

La explotación agrícola de espacios cada vez más extensos coincidió con la


escasez de mano de obra indígena. Para compensar esta falta, se recurrió a la
mano de obra esclava originaria de África. Hubo algunos pequeños y medianos
propietarios, pero el poder económico recayó siempre
en los dueños de extensas propiedades.

Conforme avanzó el tiempo, estas propiedades crecieron aún más, ya que sus
dueños anexaron a sus dominios las tierras de los pueblos indígenas por medio
de la compra o el cobro de deudas adquiridas. Aparecieron así los latifundios.

Latifundio: finca agraria de


gran extensión que pertenece
a un solo dueño.

Los españoles introdujeron formas de producción desconocidas para los


indígenas, como el arado con punta de acero, instrumentos como las palas,
azadones y cuchillos de metal, y la apertura de surcos para colocar la semilla.
Utilizaron el abono animal para fertilizar el terreno, en lugar
del excremento humano empleado por los pueblos prehispánicos.

En muchas zonas se sustituyeron los cultivos tradicionales para imponer el


monocultivo, es decir, el dominio de un cultivo en superficies donde antes se
sembraban distintas especies, como sucedió con la caña de azúcar en Morelos.
Pero también se intensificaron los cultivos tradicionales, como el añil y la grana
cochinilla que utilizaban los mesoamericanos para teñir telas, la cual ocupó el
segundo lugar de exportación después de la plata.

La ganadería fue también una actividad importante en la economía colonial. En


el paisaje de Nueva España, los tamemes fueron sustituidos por los arrieros.

El ganado europeo se desarrolló muy rápidamente en México. La presencia de


especies diversas de ganado mayor favoreció el transporte, agilizó el comercio
e incrementó la producción agrícola, pero también modificó la cadena
alimenticia, perjudicó los cultivos tradicionales de los
indígenas y propició la apropiación de tierras de los nativos por parte de los
españoles, quienes necesitaban grandes extensiones para la pastura del
ganado. La presencia de los españoles ocasionó la aparición de nuevas
actividades artesanales: panadería, sastrería, albañilería, dulcería,
curtiduría, cantería, etcétera.

La segunda gran epidemia


Hacia 1545 estalló una nueva epidemia. Esta vez se cree que el padecimiento
que enfermó y mató a millones de personas fue el sarampión. Los indios le
llamaron tepitonzahuatl, término que se usaba para referirse a cualquier
enfermedad masiva. La mortalidad ocasionada por esta
segunda epidemia fue mucho mayor que la primera. Algunas fuentes hablan de
la reducción de la población indígena a la mitad.

La epidemia se presentó sobre todo en las zonas costeras. Muchos pueblos


fueron abandonados y una gran parte de la tierra en las regiones afectadas
dejó de cultivarse lo que ocasionó, además, fuertes pérdidas para la economía
novohispana.
Como consecuencia de las epidemias de viruela y sarampión, la población
indígena se había reducido, a mediados del siglo XVI, a sólo 4.5 millones de
habitantes de los 25 millones que algunos autores afirman que había en 1520.
En medio siglo había muerto 60% de la población nativa.

En 1576 apareció la gran epidemia de lo que los indios llamaron matlazáhuatl,


probablemente tifo, que nuevamente atacó a la población. En cinco años que
duró la epidemia, murieron unos dos millones de personas, por lo que al
concluir el siglo XVI la población indígena se había reducido ya a 2.5 millones de
personas. En menos de un siglo, 90% de la población indígena había
desaparecido.

La transformación del paisaje


Los elementos arquitectónicos del arte renacentista europeo, con sus
columnas, sus bóvedas de cañón y sus cúpulas ocuparon el lugar de las
pirámides truncas, y las cruces que coronaban las iglesias cristianas fueron
signos inequívocos de la transformación del paisaje.

La construcción de molinos de viento fue también un elemento característico


del paisaje de Nueva España. La posibilidad de triturar el maíz hasta convertirlo
en una harina fi na intensifi có la producción de la tortilla como alimento de las
clases populares.
Estos cambios generaron un fuerte impacto ecológico. Se incrementó la
demanda de madera y, por lo tanto, la tala de árboles. La desordenada forma
de reproducción del ganado y la costumbre de dejarlo suelto, aun en zonas de
cultivo, ocasionó una importante erosión del suelo.

La explotación minera y los inicios de la expansión hacia el norte

El oro y la plata significaban la riqueza en Europa; y el deseo de explotar estos


metales fue el impulso principal de la mayoría de los hombres que emigraban
de España a las colonias de América.

Hernán Cortés inició la búsqueda de minas. Le interesaba sobre todo el oro,


pero también el cobre o el estaño para fabricar cañones y diversos utensilios. A
partir de 1523 se descubrieron minas de oro en el centro y sur de la colonia:
Taxco y Zumpango, en Guerrero, y Tlalpujahua, en el Estado de México.
También explotaron el oro que encontraban en los depósitos o arrastrado por
las aguas de los ríos y que se acumulaba en las orillas, pero este recurso se
agotó muy pronto.

Entonces se inició la búsqueda de plata; esta actividad obligaba a una


planeación y organización del trabajo muy compleja, ya que este mineral no se
encuentra en la superficie. Había que empezar por detectar las vetas donde se
encontraba, después construir el tiro y la mina para extraerlo y, finalmente,
separarlo de los otros metales. Alrededor de las minas se construían las
ciudades y, posteriormente, aparecían los caminos que permitían el
abastecimiento de alimentos y materias primas diversas para la población
ocupada en la mina y el transporte de los metales a sus centros de consumo.

La primera sociedad colonial, basada en el tributo y el trabajo forzado de los


indígenas, fue sustituida, hacia mediados del siglo XVI, por una sociedad que
dependía económicamente de las ricas minas de plata, sobre todo del norte del
país. La minería, impulsada y protegida por la Corona
española, ya que de ella dependía su propia riqueza, se convirtió en la base de
la economía novohispana.

El auge minero desarrolló el uso generalizado de la moneda y estimuló las


expediciones españolas en el norte del territorio. La mayor parte de la plata y
el oro de Nueva España era llevada a España
y se convertía en moneda, es decir, en capital, y servía a la Corona para
financiar tanto los gastos suntuosos de la Corte, como las construcciones
monumentales y las guerras de la metrópoli con sus numerosos enemigos
europeos.

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