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Artículo
de reflexión derivado de investigación
Recibido: agosto 10 de 2012 - Aprobado: octubre 19 de 2012
Resumen:
El presente ensayo tiene como objetivo analizar de qué manera es posible construir una utopía
liberal con base en el giro narrativo que propone Rorty, indicando la importancia de la novela en la
construcción de una sociedad liberal basada en el respeto a la diversidad de estilos de vida y así como
mostrar algunas objeciones que tal propuesta suscita. La primera tiene que ver con la ausencia de
una clara conexión entre ética y estética en la propuesta de Rorty, esto es, con la casi nula aclaración
por parte de Rorty del nexo entre educación sentimental y literatura, dado que no es obvio que
la narrativa asegure una sociedad más solidaria. Incluso suponiendo que sí lo hace, es importante
reflexionar sobre la eficacia causal de la novela en los sentimientos morales de los agentes morales
que asegure un incremento de su solidaridad, como claramente lo require la utopía liberal rortiana.
La segunda objeción a la propuesta de Rorty intenta mostrar que lo que llamo la utopía detrás de
la utopía de Rorty, a saber, la urgente necesidad de asegurar que la imaginación literaria es infinita
1 El presente ensayo es el resultado (parcial) del proyecto de investigación (en marcha) “Rorty y el giro narrativo: la prioridad de la
literatura sobre la filosofía”, avalado por Colciencias (convocatoria 16) e inscrito dentro del grupo Grafía de la Facultad de Ciencias
Humanas de la Universidad Autónoma de Colombia. El proyecto forma parte de la línea de investigación sobre Hermenéutica,
estudios sobre el lenguaje y Literatura y cultura. Igualmente el ensayo corresponde a la segunda etapa de la investigación en la
que se busca evaluar y analizar la tesis de Rorty de que la novela es la que hace posible la utopía de una sociedad liberal tolerante
e incluyente, así como presentar algunas dificultades a las que se ve enfrentada tal tesis.
2 Candidato a doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, docente-investigador de tiempo completo de la Carrera
de Filosofía en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Autónoma de Colombia.
jorgemil65@hotmail.com
(pues, sin este elemento la utopía política de Rorty no es viable) puede verse seriamente amenazada
por la creciente banalidad de la literatura actual, señalada por Kundera.
Palabras clave: Utopía liberal, solidaridad, tolerancia, inclusión, giro narrativo, sentimientos morales,
cultura literaria, banalidad, imaginación literaria, verdad, democracia.
Literature as salvation
Abstract:
This essay aims at analyzing in what way it is possible to construct a liberal utopia based on the
narrative turn proposed by Rorty showing the importance of the novel in the construction of a liberal
society that respects diversity in life styles, as well as at signaling some objection that such a proposal
arises. The first objection regards the lack of a clear connection between ethics and aesthetics in
Rorty’s proposal, that is, the almost null explanation of the link emotional education-literature, as it
is not obvious that literature ensures more solidarity in society. Even if thought it did, it is important
to reflect about the causal efficacy of the novel on moral feelings of social agents that makes sure an
increase of their solidarity, as clearly the liberal Rortian utopia requires. The second objection tries
to show that what I call Rorty’s utopia behind utopia, that is, the urgent need to state that literary
imagination is infinite-as without it, Rorty’s political utopia is unfeasible- can be seriously threatened
by today’s growing emptiness of literature highlighted by Kundera.
Keywords: liberal utopia; solidarity; tolerance; inclusion; narrative turn: moral feelings; literary culture;
emptiness; literary imagination; truth; democracy.
Introducción
¿De qué manera debe pensarse la relación entre literatura y filosofía? y ¿Cómo es posible la construcción
de una sociedad liberal más tolerante e incluyente?, son cuestiones actuales que, para Rorty, deben
ir unidas bajo una nueva manera de entender el sentido actual de la reflexión filosófica y su relación
con el discurso literario. Hablar de la utopía liberal rortiana es hablar de la necesidad de que haya un
especial reconocimiento dentro de la comunidad filosófica y, dentro de la cultura en general, de lo que
Rorty llama “giro narrativo”, cuyo “… reconocimiento sería parte de un giro global en contra de la
teoría y hacia la narrativa.”3
Ahora bien, que una utopía política basada en el arte, y más específicamente en la literatura, pueda
salvarnos mediante una especie de redención terrena anclada en la propia finitud humana, puede
resultar ser tan decepcionante o tan ideológica como cualquier otra forma de utopía política. Para
constatar esto, sólo basta mirar la historia de nuestros orígenes intelectuales y políticos. El mito fun-
dacional de la filosofía occidental coincidió con el mito fundacional de la filosofía política: la expulsión
de los poetas del Estado ideal era un requisito previo para que Platón configurara la primera utopía
política de la historia con base en el ideal de que la virtud era conocimiento. La política debería ser
una ciencia si lo que se quiere es una sociedad justa. Se entiende, entonces, por qué Platón quemó
su propia tragedia, con la que esperaba participar en un certamen literario, al conocer a Sócrates y
entrar en las promisorias tierras de la filosofía, como nos lo cuenta Diógenes Laercio.4
Pero habrían de transcurrir más de dos milenios hasta que Shelley reivindicara a los poetas y
declarara que ellos eran los legisladores no reconocidos de la humanidad.5 Para Platón, la condición
para que el filósofo fuera rey era que los poetas no sólo no fueran los legisladores no reconocidos
de la humanidad, sino que no fueran legisladores en absoluto. La verdad era filosófica, no poética, lo
mismo que el bien moral. Por ello, los poetas no podían ser los artífices de la paideia griega ni educar
a los ciudadanos en la virtud. Pues la mímesis poética era engañosa de manera triple: era una imitación
de una imitación de una imitación. El lenguaje poético buscaba imitar la realidad, pero no al modo del
pintor o del carpintero, más próximos a una mímesis correcta. Su mímesis era más pobre y más falaz.6
Además, el poeta era el artífice del lenguaje literario que complicaba excesivamente la trama de
la existencia humana. A la condición humana trágica de utilizar signos en vez de cosas, una forma
ineludible ya de engaño, el poeta añadía otra. Al embellecer el lenguaje, se comportaba como un
sofista, recurriendo a tropos para hacerlo más cautivante y persuasivo, y producir así el fenómeno
de lo verosímil: el de dar la apariencia de verdad a lo que no lo tiene. Todos los escritores eran de la
estirpe de Gorgias y debían ser condenados al silencio.7 La primera utopía política de la historia tuvo
3 RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998, pág. 18.
4 LAERCIO, Diógenes, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, Buenos Aires, Aguilar, 1959, pág.167.
5 SHELLEY, P., “Defensa de la poesía”, en: El valor de la poesía, Madrid, Hiperión, pág. 93.
6 PLATÓN, República, Madrid, Alianza, 2005, Libro X.
7 Para una mayor ampliación de la tesis de que los poetas, para Platón, son sofistas y deben ser expulsados de su Estado político
que ser excluyente para ser posible como utopía. La política exigía una lógica racional impecable, no
una poética retórica engañosa. El bien moral debía parecerse más a un objeto matemático que a las
aladas ensoñaciones de un poeta.
Pero la condena platónica de la literatura puede esconder algo más que un simple destierro
político. Y es que, según Derrida, se adivina en Platón una pérdida del arte, no porque lo considere
como un “devenir desprovisto de verdad, sino porque desconoce el poder subversivo que el arte
precisamente logra con ello.”8 Si la literatura es una forma de cantarle al devenir, a la contingencia, a
la individualidad y al antiesencialismo, y su supresión de la esfera de lo político esconde su peligroso
poder subversivo, entonces es posible soñar otra utopía, una utopía política antiplatónica que utilice
el arte como fuerza emancipadora frente al despotismo totalitario, cuya supresión, precisamente,
hizo posible este despotismo ilustrado en la forma de un Estado ideal, negándose así la posibilidad
de una polis democrática. Esta nueva utopía es la utopía de una democracia liberal que Rorty pro-
pone con base en la inversión perfecta de la utopía platónica: democracia en vez de totalitarismo,
literatura en vez de filosofía, y sentimientos morales en vez de racionalidad teórica.9 Pero no sólo
la utopía estética busca condenar al totalitarismo, sino también a la herencia platónica que yace
oculta en algunas propuestas liberales contemporáneas, como la de Habermas, que fundamentan
la democracia en la verdad. Tales propuestas son autoritarias de algún modo porque interpretan
la abominación moral hacia el sufrimiento ajeno como una intuición producida por una parte de
nosotros que está en conexión con algo no humano: Dios o la Verdad.
El objetivo del presente ensayo es analizar de qué manera es posible construir una utopía liberal
con base en el giro narrativo que propone Rorty, indicando la importancia de la novela en la cons-
trucción de una sociedad liberal basada en el respeto a la diversidad de estilos de vida y así como
mostrar algunas objeciones que tal propuesta suscita.10 La primera tiene que ver con la ausencia de
una clara conexión entre ética y estética en la propuesta de Rorty, esto es, con la casi nula aclaración,
por parte de Rorty, del nexo entre educación sentimental y literatura, dado que no es obvio que
la narrativa asegure una sociedad más solidaria.11 Incluso suponiendo que sí lo hace, es importante
reflexionar sobre la eficacia causal de la novela en los sentimientos morales de los agentes morales
que asegure un incremento de su solidaridad, como claramente lo requiere la utopía liberal rortiana.
La segunda objeción a la propuesta de Rorty intenta mostrar que lo que llamo la utopía detrás de
la utopía de Rorty, a saber, la urgente necesidad de asegurar que la imaginación literaria es infinita
ideal, ver Gadamer, H-G., “Platón y los poetas”, en Estudios filosóficos, 3, 1992. Destrée, P., and Hermann, F., Plato and the Poets,
Leiden, Brill, 2011.
8 MENKE, C., Estética y negatividad, México, FCE, 2011, pág. 40.
9 RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998.
10 Este el objetivo principal de mi proyecto de investigación.
11 Es bueno recordar aquí el revelador texto de Weber: “Sabemos ahora que algo no solo puede ser bello pese a no ser bueno,
sino precisamente porque no es bueno; lo sabemos desde la obra de Nietzsche, pero ya había sido formulado antes en las
Fleurs du mal de Baudelaire; y admitimos –es casi una banalidad—que una cosa puede ser verdad sin por ello ser hermosa ni
buena ni sagrada.” Weber, M., El trabajo intelectual como profesión, Barcelona, Bruguera, 1983, pág. 45.
(pues, sin este elemento la utopía política de Rorty no es viable) puede verse seriamente amenazada
por la creciente banalidad de la literatura actual, señalada por Kundera.
El ensayo tendrá el siguiente orden. Comenzaré por caracterizar la utopía política de Platón,
para luego, mostrar de qué modo surge la utopía liberal de Rorty a través de la inversión que hacer
Rorty de dicha utopía. Después consideraré de qué forma Hume puede arrojar alguna luz sobre la
conexión entre ética y estética, algo que Rorty deja en suspenso. Finalmente indicaré de qué modo
la banalidad en literatura, señalada por Kundera, puede poner en serio riesgo la posibilidad de la
utopía estética de Rorty.
14 Sigo aquí, con leves modificaciones, la versión del argumento tal como la presenta Talisse, R., Democracy after Liberalism, London,
Routledge, 2005, pág. 78.
15 TALISSE, R., Democracy after Liberalism, London, Routledge, 2005, pág. 80.
que deba existir una proporcionalidad entre sabiduría política y reparto del poder que sólo favorece al
filósofo y excluye al poeta: la participación política no depende de la sabiduría política de los individuos
entendida a la manera de Platón. Si cada persona tiene unos derechos reconocidos, y si estos derechos
incluyen el derecho de cada persona a la igualdad de trato y a la participación política, el ideal platónico
de la sabiduría política absoluta del filósofo-rey no justifica, bajo ninguna óptica, la monarquía filosófica.
Pero las cosas son también arduas para el liberal. Si uno de los compromisos básicos del liberalismo
es la idea de que el Estado debe ser neutral e imparcial con respecto a la pluralidad de concepciones
filosóficas sobre la naturaleza humana y la vida buena, entonces ¿no es aporético tratar de asegurar
un liberalismo ciego a la diferencia, pero, a la vez, respetuoso de la diferencia misma? El liberal debe
dar cuenta tanto de la igualdad de trato como del reconocimiento de la autenticidad de los indivi-
duos. Una opción sería construir un pluralismo razonable ontológicamente diverso. Pero, si las vías
racionales nunca pueden conducir a una doctrina moral única, entonces nadie puede saber cuáles
opciones morales son verdaderas. Si nadie puede saber cuáles opiniones morales son verdaderas,
entonces nadie posee sabiduría política en el sentido exigido por el argumento platónico. El liberal ha
evidenciado la imposibilidad ontológica del rey-filósofo: nadie puede tener el tipo de conocimiento
político que Platón supuso. La diversidad es ley.16
Pero para un liberal antifundacionalista como Rorty hay que ir más lejos y sostener que las afir-
maciones morales y políticas no son cognitivas. Hay que reemplazar la pregunta “¿Hay alguna prueba
para p?” por la pregunta, ¿Hay alguna manera de conseguir un consenso sobre lo que contaría a favor
de p?”Ya que las afirmaciones políticas normativas no tienen valor de verdad, no hay conocimiento
político de tipo platónico, y por lo tanto, no puede existir algo así como sabiduría política. El mito
del filósofo-rey se desdibuja porque su identidad está definida por un tipo de conocimiento que
sencillamente no existe. Es posible, entonces, pensar en el retorno de los poetas a la polis donde el
demos no sea ya el gran sofista. Pero Para Rorty, hay todavía resquicios de platonismo en algunas
propuestas liberales actuales que es preciso combatir, para que se reconozca a los legisladores no
reconocidos de la humanidad: los poetas.
Según Rorty, el platonismo se halla aún vivo entre quienes defienden una noción sustantiva
de racionalidad como condición para una política democrática. Dicha racionalidad consta de tres
supuestos reductibles a uno. Dichos supuestos son: 1. la idea de que hay unos deseos comunes, el
primero de los cuales es el deseo de hallar la verdad; 2. la idea de que la verdad es correspondencia
con una realidad objetiva. Y 3 la tesis ontológica de que la realidad tiene una naturaleza intrínseca. Si
uno acepta estas tres premisas, las consecuencias son obvias: la Verdad es una y sólo el interés hu-
mano universal por la verdad proporciona suficientes motivos para crear una comunidad incluyente.
Porque semejante comunidad sería la que mejor satisfaría nuestro deseo de descubrir la Verdad una.17
16 Esta es la interpretación que Rorty hace de la versión del liberalismo político que desarrolla Rawls. Ver Rorty, R., “La prioridad
de la democracia sobre la filosofía” en: Objetividad, relativismo y verdad, Barcelona, Paidós, 1998.
17 RORTY, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2002, pág. 80.
Pero, frente a la herencia platónica, Rorty afirma que es posible defender la idea de una política
democrática y, al mismo tiempo, negar las tres tesis normalmente asociadas con la tarea de dar un
fundamento firme para la democracia. Según Rorty, el fundacionalista sostiene que si la verdad es
una y hay un deseo humano universal por la verdad, entonces la verdad proporcionará unos funda-
mentos firmes para crear una comunidad política incluyente y tolerante, pues entre más verdades
en común se compartan, más inclusión social habrá.18 Pero si es posible reinterpretar el deseo de
verdad como un deseo de justificación,19 entonces la verdad no cumpliría una función sustantiva a la
hora de fundamentar nuestras prácticas epistémicas y morales. Si lo que los seres humanos desean
hallar son justificaciones cada vez mejores para respaldar sus creencias, entonces, según Rorty, el
veroteleologismo debe ser falso, esto es, la tesis según cual la verdad es el fin o la meta de la inves-
tigación. El argumento contra el veroteleologismo establece como premisa fundamental que “no se
puede tener por objeto, ni trabajar para conseguir algo a menos que pueda ser reconocido una vez
se consigue.”20 Dado que la diferencia que existe entre verdad y justificación es la misma diferencia
que hay entre aquello que no se puede reconocer y aquello que no puede ser reconocido, entonces,
no podremos saber nunca con certeza absoluta si una determinada creencia es verdadera o no.21
El argumento puede ser analizado y presentado del siguiente modo:
18 RORTY, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2002, pág. 80.
19 RORTY, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2002, pág. 81.
20 RORTY, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2002, pág. 81.
21 RORTY, R., El pragmatismo. Una versión, Barcelona, Ariel, 2002, pág. 81.
22 PENELAS, F., “Explicación contextualista y ratificación etnocéntrica de los criterios de justificación” en Hoyos, L., (ed.) Racionalidad
y relativismo, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2006, págs. 370-371.
liberal. Es más, este antifundacionalismo político hará las veces de catalizador de una genuina demo-
cracia liberal. No sólo la democracia carece de fundamento, sino que el antifundacionalismo hace
posible la democracia misma: El liberalismo no necesita basarse en algo que esté más allá de ciertas
prácticas que promuevan una esperanza social impulsada por el pluralismo. Y aquí es donde entra a
escena la literatura. ¿De qué modo?
Rorty establece aquí la tesis clave para su utopía estética: la educación sentimental24 tiene
como propósito generar solidaridad hacia los excluidos del diálogo si se interpreta la justicia como
lealtad ampliada. Si un liberal es alguien que cree que la crueldad hacia los demás es el peor de
los males que hay que combatir, y si la indiferencia hacia el dolor ajeno es ya una forma de cruel-
dad, o incluso la falta de reconocimiento al tratar a los demás como cuasi-humanos, entonces la
educación moral debe poder generar solidaridad entendida como la capacidad de sentir el dolor
ajeno como propio: el dolor ajeno es ajeno, pero el dolor del otro no me puede ser ajeno. Ahora
bien, tal educación sentimental sólo se puede lograr a través de la literatura, más específicamente,
de la novela. Dado que la novela tiene la capacidad de describir en detalle las vidas marginadas de
extraños, entonces apelar a una esencia platónica captada racionalmente para generar solidaridad,
parece algo no muy factible, pues las ideas platónicas carecen de eficacia causal. La novela es vista
por Rorty como el género característico de la democracia, pues está mas estrechamente asociado
con los esfuerzos por reivindicar sociedades más libres e igualitarias. En este sentido, la novela es
el vehículo por antonomasia de la reflexión moral en una cultura liberal democrática. Como ya lo
había prefigurado Shelley, la separación entre filosofía y poesía era algo prematura pues:
(….) un hombre, para ser verdaderamente bueno, debe imaginar de forma intensa
y comprensiva; debe ponerse en el lugar de otro y de muchos otros; y debe sentir
como propias las penas y alegrías de todo el género humano. El gran instrumento
del bien moral es la imaginación, y la poesía (...).25
Este proceso de llegar a concebir a los demás como seres humanos como «uno de
nosotros», y no como «ellos» depende de una descripción detallada de cómo son
las personas que desconocemos y de una redescripción de cómo somos nosotros.
Ello no es tarea de una teoría, sino de géneros tales como la etnografía, el infor-
me periodístico, los libros de historietas, el drama documental y, especialmente la
novela. Ficciones como las de Dickens, Olive Schreiner, Richard Wright nos propor-
cionan detalles acerca de formas de sufrimiento padecidas por personas en las que
anteriormente no habíamos reparado. Ficciones como las de Choderlos de Laclos,
Henry James o Nabokov nos dan detalles acerca de las formas de crueldad de las
que somos capaces, y, con ello, nos permiten redescribirnos a nosotros mismos.
Esta es la razón por la cual, la novela, el cine y la televisión poco a poco, pero inin-
terrumpidamente, han ido reemplazando al sermón y al tratado como principales
vehículos del cambio y el progreso moral.26
La tesis de que los sentimientos morales importan en la construcción de una comunidad moral
más incluyente, supone que la concepción racional tradicional de la moral tiene serías limitaciones. Si
no se acepta que los seres humanos tienen la capacidad de sentir simpatía por los demás, el problema
que plantea el amoralismo acerca de por qué debemos ser morales sería insoluble si todos lo seres
humanos fueran parásitos morales. En este orden de ideas, el progreso moral no tendría nada que ver
con un supuesto aumento de la racionalidad práctica de las agentes morales. Por el contrario, progre-
sar significa, según Rorty, entender que una cultura es mejor que otra porque respeta los derechos
humanos. Ahora bien, tal respeto sólo se entiende si tiene en cuenta que tales seres humanos han
logrado una sensibilidad cada vez mayor hacia los excluidos y humillados, es decir, son más solidarios:
sienten el dolor ajeno como algo propio. Tal sensibilidad al dolor ajeno es lo que permite luchar por
el reconocimiento de los derechos humanos de aquellos que tradicionalmente no son considerados
iguales en derechos: los homosexuales, las minorías étnicas, etc. Sin una educación sentimental, sin
sentimientos morales desarrollados, el sueño de una sociedad incluyente no deja de ser una quimera.27
Supongamos que un liberal quiere convencer, digamos al Procurador, de que acepte tratar a los
homosexuales como iguales y defienda el matrimonio entre parejas del mismo sexo. La reacción del
procurador, como es obvio, será de indignación al sentirse moralmente insultado ante la sugerencia
de que debe tratar a alguien que no tiene sus mismas preferencias sexuales como si fuera una persona
normal (un heterosexual). “No se puede tratar a un individuo así (homosexual) como si fuera un
ser humano plenamente normal”, sería su replica. ¿Serviría de algo recordarle a nuestro honorable
Procurador que el sujeto que tiene en frente es un agente moral kantiano autónomo que comparte
26 RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998, pág. 18. El énfasis es mío.
27 SIERRA, J., “Razón, sentimientos y derechos humanos” en: Criterio juricoi garantistatradicional de la moral tiene seriídico garantista,
4, enero-junio, 2011, pág.26.
su universal humanidad con él? “Toda persona decente sabe que los homosexuales no se pueden
casar”, es lo que le diría a los filósofos. Según Rorty el procurador no está siendo irracional al afirmar
lo que afirma porque es lo que de verdad siente. La identidad del procurador es inseparable de su
sentido de lo que él no es. Claramente el no es uno de esos. Lo que el procurador necesita, entre
muchísimas más cosas, es educación sentimental: necesitará ver el Secreto de la montaña (ver vaque-
ros gays, algo así como ver un cura ateo) o leer El libro blanco de Cocteau o el Banquete de Platón.
Ahora bien, no es posible que la utopía liberal rortiana se dé sin que haya un especial reconoci-
miento dentro de la comunidad filosófica y, dentro de la cultura en general, de lo que Rorty llama
“el giro narrativo”, cuyo “… reconocimiento sería parte de un giro global en contra de la teoría y
hacia la narrativa.”28 Rorty advierte en tal giro un signo claro de que nuestra cultura ha madurado
lo suficiente como para no buscar ya más un prodigioso metarrelato acerca de todos los relatos
sobre el que se defina una matriz moral única. No es posible estipular un estilo de vida como el
único correcto y que deba ser adoptado por todos los seres humanos en sus prácticas morales. Si
nunca hay un último relato que sintetice todos los relatos posibles acerca de los destinos humanos
entonces, la filosofía debería dejar de lado su papel redentor y permitir que otros discursos, como el
literario, desempeñen un papel central a la hora de enfrentar diversas cuestiones morales y políticas.
El reconocimiento del giro narrativo implica la aceptación de la contingencia del lenguaje y, con ello,
se deja en claro la banalidad de la filosofía en su pertinaz búsqueda de una única visión, la correcta,
de nosotros mismos.
De la contingencia del lenguaje se sigue que la filosofía es una narrativa más, no una teoría,
cuyo sentido es crear nuevos léxicos o redescripciones de nosotros mismos que nos permitan
contar la historia de ciertos conceptos y metáforas, en virtud de los cuales concebimos y le da-
mos sentido a nuestras vidas, y que nos indican de qué manera debemos asumir nuestro destino
de elaborar utopías políticas “como un proceso sin término, como realización incesante de la
libertad y no como, convergencia hacia una Verdad ya existente.” 29
Pero ¿de qué manera edificar una utopía estética nos permite hallar la redención salvífica? En un
fascinante texto, cuyo nombre es suficientemente elocuente, “El ocaso de la verdad redentora y el
ascenso de la cultura literaria”, Rorty nos da los detalles de dicha salvación por las obras, pero en
este caso, por las obras literarias. Rorty entiende por verdad redentora “un conjunto de creencias
que terminarían, de una vez y para siempre, con el proceso de reflexión acerca de qué a hacer con
nuestro ser.”30 Los proyectos históricos de la filosofía y la religión han tratado de suplir la necesidad
de una verdad redentora postulando un contexto único en donde todo encaje (personas, cosas,
eventos y poemas), con base en el cual es posible darle forma a nuestras vidas, dado que es el único
escenario donde nuestras vidas aparecen como de verdad son. Una especie de versión de nosotros
28 RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998, pág. 18.
29 RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1998, págs. 18-19.
30 RORTY, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria” en Revista Hitos, Nº 1, septiembre, 2005,
pág. 59.
mismos antes de que nosotros mismos existamos, donde la esencia preceda a la existencia. Las uto-
pías tradicionales explotan esa esperanza de hallar la tierra prometida o el paraíso terrenal en el que,
como dice San Pablo, no habrá ni griegos ni judíos, ni hembra, ni varón, ni esclavos, ni personas libres.
Ahora bien, leer un gran número de libros es importante porque permite que las personas sean
conscientes de fines alternativos a los propios y, a partir de ello, logren una mayor autonomía y una
mayor autenticidad para sus vidas. Para Rorty, un intelectual es alguien que anhela dicha autonomía
y tiene la suerte de contar con recursos y tiempo libre para intentar alcanzarla a través del disfrute
de ciertos bienes culturales (teatro, cine, museos, iglesias), pero sobre todo, a través de la lectura
de gran cantidad de libros. Claramente, la mayoría de los seres humanos que tiene tiempo y dinero
no son intelectuales, en el sentido definido, porque no leen buscando redención, sino que leen por
mero placer y distracción. Los intelectuales leen para hallar fines que los definan, mientras que la
gente corriente, no.
Rorty establece, a partir de las definiciones dadas de verdad redentora y de intelectual, que “…los
intelectuales de Occidente han progresado a través de tres etapas desde el Renacimiento: han tenido
la esperanza de obtener la redención primero en Dios, luego en la filosofía y ahora en la literatura.”31
Ahora bien, según Rorty, dentro de una cultura literaria, es decir, dentro de una cultura en la que se
ha producido el giro narrativo, “la religión y filosofía aparecen como géneros literarios.”32 La implica-
ción de está asimilación de la religión y la filosofía a la categoría de literatura, es que la lectura de sus
correspondientes discursos o libros es meramente opcional. Hay intelectuales que preferirán leer más
novelas que libros sobre religión y filosofía, y viceversa. La lectura de todos esos libros puede hacerse
de formas diferentes: la lectura de una persona que habita dentro de la cultura literaria considerará
a los libros como intentos humanos para hallar ciertas necesidades humanas, pero no como el reco-
nocimiento del poder especial de un ser que está por fuera de esas necesidades, llámese Dios para
el caso de la religión, o verdad para el caso de la filosofía. En este sentido, la cultura literaria es una
cultura que ha sustituido la religión y la filosofía por la literatura, lo cual tiene como implicación que
la redención no depende de estar, o bien en una relación no cognitiva con una persona no humana
(la relación de amor entre un creyente y Dios), o bien en una relación cognitiva con proposiciones
(la relación entre verdad y creencia). En la utopía estética lo decisivo es estar en una relación no
cognitiva con otros seres humanos, relación que se da a través del arte en toda su diversidad. De
hecho, la literatura comenzó a rivalizar con la filosofía en el momento en que Cervantes y Shakespeare
“comenzaron a sospechar que los seres humanos eran, y deberían ser, tan diversos que no se podía
pretender que todos ellos albergaran una sola verdad profunda en sus pechos.”33
31 RORTY, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria” en Revista Hitos, Nº 1, septiembre, 2005,
pág. 60.
32 RORTY, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria” en Revista Hitos, Nº 1, septiembre, 2005,
pág. 60.
33 RORTY, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria” en Revista Hitos, Nº 1, septiembre, 2005,
pág. 63.
A partir de lo dicho, es patente que Rorty invierte la enseñanza socrática: no se trata ya de que
una vida sin examen no sea digna de ser vivida, sino más bien de que “una vida que no es vivida cerca
de los límites presentes de la imaginación humana no es digna de ser vivida.”34 Hay que reemplazar la
objetividad por solidaridad, enriqueciendo nuestro yo mediante el conocimiento de nuevas formas de
existencia humana, cuya familiaridad es lograda a través de una profusa lectura de libros. El mensaje a
los intelectuales jóvenes debe ser claro: “(…) la única fuente de redención es la imaginación humana,
y este hecho debe ocasionar más orgullo que desesperación.”35
Las consecuencias utópicas del giro narrativo suponen una clara separación entre el ámbito público
y el privado. La redención es un asunto que sólo compete al individuo de manera privada y no debe
intervenir en los asuntos públicos de cooperación social, donde la deliberación política debe estar separa-
da de los proyectos personales de redención. La autenticidad y la autonomía dentro de una democracia
no pueden formar parte de la toma colectiva de decisiones. Pues si se trata de garantizar el máximo de
respeto y de tolerancia es preciso comenzar por asumir que los desacuerdos entre un creyente y una
ateo no deben estar resueltos antes de que los dos puedan trabajar juntos en proyectos comunes:
hay que aprender a poner de lado las diferencias en las búsquedas de redención individuales, si es que
se quiere que la utopía liberal llegue a ser posible. Del mismo modo que en el arte, la búsqueda de
redención en la religión o en la filosofía o en la literatura, será un asunto de gusto estético.
Si se piensa que en la utopía liberal puede quedar un remanente de autoritarismo, bajo la forma
de una cierta prioridad de la cultura literaria sobre las demás, Rorty deja en claro que la cultura literaria
es un artefacto que se devora a sí mismo porque dentro de la utopía los intelectuales habrán desistido
de hallar un criterio último que sirva para determinar cuál de los productos de la imaginación humana
es el mejor. La evaluación de los productos de la imaginación no supone una meta última a la que
deba dirigirse, pues no hay nada como un bien cultural último al que la creación debe orientarse. No
hay una perfección estética última. Hay objetos bellos, pero no sublimes. El criterio para juzgar si la
imaginación es útil, simplemente consiste en ver si la comunidad juzga que el mundo ha ganado en
libertad y tolerancia. Es conceder que la sentencia de Kundera prefigura un proyecto de sociedad
posible, es decir, entender la necesidad del arte de la novela, “(…) del arte que creó el fascinante
reino de lo imaginario en el que nadie posee la verdad y todos tienen el derecho a ser entendidos.”36
34 RORTY, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria” en Revista Hitos, Nº 1, septiembre, 2005,
pág. 64.
35 RORTY, R., “El ocaso de la verdad redentora y el ascenso de la cultura literaria” en Revista Hitos, Nº 1, septiembre, 2005,
pág. 65.
36 KUNDERA, M., El arte de la novela, Barcelona, Tusquets, 1991, pág. 35.
ya de la idea de bien moral en sí, sino del dolor ajeno. Una especie de comunicación moral mimética,
no cognitiva y sentimental entre agentes morales. Pues, como dijo Camus: “Debemos servir al mismo
tiempo al dolor y a la belleza.”37 Pero ¿de qué modo lo estético nos hace más sensibles al dolor? La
solidaridad depende de que el dolor se “estetice” por medio de la novela. Pero ¿cómo? Dado que
Rorty no aclara este punto, es necesario acudir a Hume, si se quiere aclarar las complejas relaciones
entre ética y estética.38
Todos hemos constatado, con horror, cómo el horror de nuestra guerra nos aburre o nos
anestesia. ¿Por qué pasa este raro fenómeno de que el dolor de la violencia nos impida luchar para
que no se produzca más? La clave es entender el papel del arte para sacarnos de este sopor moral.
Cuando hay demasiado dolor, el dolor ajeno es ajeno y la solidaridad es imposible.
Al reflexionar sobre la tragedia, Hume comienza por observar que:
El placer que los espectadores de una tragedia bien escrita reciben de la pena,
terror ansiedad y otras pasiones que en sí mismas son desagradables y molestas
parece inexplicable. Cuánto más emocionados y afectados se sienten, más encan-
tados parecen estar con el espectáculo…39
No aliviamos el dolor de las victimas recordándoles, literalmente detalle a detalle, sus tragedias.
Por el contrario, lo incrementamos. Tal vez nuestra incapacidad histórica para ser más solidarios con
las víctimas tenga que ver con nuestra inveterada incapacidad de hacer una elaboración simbólica
o poética de nuestro dolor. Si lo que tenemos que lograr para tener una sociedad más sensible al
dolor ajeno es producir grandes narrativas sobre nuestras víctimas, entonces la mimesis operada por
la novela no permitirá aceptar el horror del mundo como es y no tratará de huir de él. Simplemente
37 CAMUS, A., El hombre rebelde, en: Obras, Madrid, Alianza, 1996, vol. 3, pág. 463.
38 Mi intención aquí es mostrar la pertinencia de las reflexiones de Hume acerca del vínculo entre ética y estética para aclarar el
concepto de educación sentimental que Rorty propone. Obviamente esto requiere un tratamiento más detallado que excede
el alcance de este artículo.
39 HUME, D., Ensayos morales y literarios, Madrid, Tecnos, 2008, pág. 235.
40 HUME, D., Ensayos morales y literarios, Madrid, Tecnos, 2008, pág. 242.
las historias lúgubres y catastróficas no penetrarán en nuestro corazón y no nos educarán sentimen-
talmente. Más bien, nos vuelven desapacibles, pues sin depurar “…a través del ingenio, talento y
elocuencia, comunican un desasosiego puro que no puede asociarse a nada que pueda suavizarlo
para que así se transforme en placer o satisfacción.”41
Conclusión
Toda utopía, probablemente revele, más que cualquier otra cosa, la profunda ingenuidad de los seres
humanos. Alguien muy bien podría decir: “Imagínense que hay alguien por ahí que anda con el cuento
de que es posible lograr una sociedad más incluyente y tolerante que respete los derechos humanos,
simplemente porque se cuenten historias.” El halo de irrealidad de tal propuesta estética desaparece si
entendemos que el relato de Platón sobre la condición humana, escenificada en el mito de la caverna,
acierta en varios aspectos. Puede que padezcamos una cierta ceguera existencial acerca de los que
somos. Pero además, padecemos una ceguera adicional: la ceguera a nuestra propia ceguera. No ve-
mos que no vemos. El papel del arte de la novela es simplemente hacernos ver que no vemos, o si se
quiere, hacernos sentir que no sentimos. Si el mundo fuera claro, el arte no existiría, sentenció Camus.
Kundera también ha expresado la misma intuición:
41 HUME, D., Ensayos morales y literarios, Madrid, Tecnos, 2008, pág. 244.
42 KUNDERA, M., “El velo de la preinterpretación en llamas” en: Claves de razón práctica, 82, 1998, pág. 3.
Bajo igual calamidad nos doblamos todos: que hemos olvidado todos nuestros
nombres, que hemos olvidado quienes somos en realidad. Todo eso que llamamos
sentido común, racionalidad, sentido práctico, y positivismo, sólo quiere decir que,
para ciertos aspectos muertos de la vida olvidamos que hemos olvidado. Y todo
lo que se llama espíritu, arte o éxtasis, sólo significa que, en horas terribles, somos
capaces de recordar que hemos olvidado.43
El mismo Kundera se encarga de poner de relieve el peligro latente en la idea rortiana de una
cultura literaria: si sólo se tiene a mano una literatura pobre y absurdamente minimalista-facilista, abu-
rrida y con paupérrimos recursos poéticos, entonces ¿de qué modo podemos esperar una imaginativa
educación de nuestro sentimientos morales si la gran novela desaparece? “Los grandes novelistas son
novelistas filósofos, es decir, lo contrario a los escritores de tesis”44, como bien dijo Camus. En este
mismo sentido, Kundera afirma:
Como solución a la pobreza narrativa, podríamos acudir a los grandes narradores del pasado,
pero ellos no nos revelaran las cegueras de nuestro tiempo a través de sus grandes novelas Si bien la
creación es la gran imitación, la mímesis poética no es un espejo. Si los novelistas abandonan el gran
poder transgresor del arte y no llevan al límite su imaginación de manera continua, como una tarea
inacababa, una búsqueda sin término, entonces la utopía perpetua se convierte en una falsificación
de lo que podemos llegar a ser. La creación de nuevas metáforas que reemplacen a las viejas me-
táforas, es la condición para que una comunidad liberal expanda también sus límites. Los límites de
mi comunidad son los límites de mi lenguaje literario. Si la existencia y perpetuación de una cultura
literaria es tan contingente como todo lo demás, entonces es posible que el papel redentor del arte
se eclipse por la profusión de mala literatura. Es una posibilidad. Ni siquiera tendríamos las bellas
obras del “arte por el arte”, sino las obras insulsas del arte sin el arte. Dado que no puede haber ni
un órganon ni un canon para la sensibilidad estética futura, entonces ¿el escritor de novelas debe ser
como Pierre Menard y reescribir el mismo Quijote una y otra vez? Como acertadamente lo señala
Kundera, esta no puede ser la solución.
Sería ridículo escribir otra Comedia humana. Al igual que sería ridículo escribir acer-
ca de la Segunda Guerra Mundial una novela al modo de Guerra y paz. Porque, así
como la Historia (la de la humanidad) puede tener el mal gusto de repetirse, la
Historia de un arte no tolera las repeticiones. El arte no está ahí para registrar, cual
gran espejo paciente, las infinitas repeticiones de la Historia. Está ahí para crear su
propia historia. Lo que quede un día de Europa no será su Historia repetitiva, que
en sí misma no representa valor alguno. Lo único que puede quedar de ella es la
Historia de sus artes.46
Muchas veces hemos dicho que la imaginación no tiene límites, pero ciertas manifestaciones
artísticas nos hacen dudar de la esperanza del poder ilimitado del arte. La finitud de la utopía estética
presupone la infinitud de la creación novelesca. Presupone, sobre todo, una esperanza. Esta es la
verdadera utopía detrás de la utopía estética de Rorty.
Tal vez hicimos este largo rodeo sólo para constatar algo que ya sabíamos desde el comienzo:
que siempre ha sido una utopía soñar con que la crueldad sea borrada de la cara de los excluidos, que
las utopías son producto siempre de la imaginación literaria, que la infinitud de la creación poética es
la mayor de las utopías, y finalmente, para entender, por fin, por qué “La literatura, como dijo Kafka,
ha de ser una hacha para romper el mal helado dentro de nosotros.”
Bibliografía
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46 Kundera, M., “El velo de la preinterpretación en llamas” en: Claves de razón práctica, 82, 1998, pág. 4