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Es evidente que la actual pandemia del COVID-19 esta empujado al mundo a pensar y vivir
de otra forma a la habitual (después de esto nada será igual), el impacto afecta diversos factores
como la economía, el sector salud, la movilidad, la industria, la banca, la cultura, el sector
productivo y el obrero e incluso la formas de relacionarnos y, no menos importante la educación;
máxime en una nación de tercer mundo como Colombia. Tal situación develo sin escrúpulo alguno
las diversas falencias que como país tenemos, evidenció contundentemente la brecha intimidante
entre la denominada clase alta, clase media y clase baja, siendo esta última mayoritaria en un
porcentaje que se acerca al 60%. Sin denotar tinte político alguno, también se hace necesario
mencionar, que el sistema político actual y de siempre, resulta inoficioso y limitado en cuanto a
una respuesta oportuna para enfrentar y afrontar una situación de tal envergadura, como lo es una
pandemia. Frente a esto, “Tenemos que ir más allá de nuestra propia existencia. No
podemos pensar como individuos, sino como especie.” (Caine, 1998), para evolucionar en paralelo
a las demandas y exigencias actuales.
Concluyendo, se asume que "el analfabeto del futuro no será la persona que no pueda leer,
sino la persona que no sepa cómo aprender" (Toffler), entendiendo como aprender la posibilidad
de leer todas las situaciones analizarlas y actuar asertivamente frente a estas, hallarse siempre
aprendiendo, no refiriéndose a una actividad específica de la academia. Se hace referencia
entonces, a que la educación debe posibilitar el crecimiento de un individuo para que se
desenvuelva en los diversos campos de la vida, desde sus particularidades. Se está entonces, frente
a un gran reto, el posibilitar una nueva generación de ciudadanos críticos, analíticos y propositivos
que favorezcan el bien común sobre el particular, con gran sentido de valoración sobre el cuidado
del medio ambiente y de las practicas sostenibles, sobre la producción desaforada. Solo si se
avanza hacia estos cambios, el mundo y la humanidad como tal serán sostenibles, de lo contrario
el declive tarde que temprano será inevitable; no se trata de ideologías políticas, religiosas,
culturales o de cualquier otra índole, es simplemente sentido común desde la necesidad de
supervivencia. Frente a lo anterior, solo resta que el sistema educativo y los docentes quienes son
quienes lo ejecutan, rompan paradigmas y esquemas tradicionales y sean los agentes de
transformación de una nueva sociedad humanizada que difiere al simple hecho de ser humano, la
educación impacta todo cuanto hay a su alrededor, moviliza, mueve y transforma, como afirma
Dewey (1912) “La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en sí misma”