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Capitalismo de Estado es una expresión con múltiples significados utilizada por diversas
corrientes de pensamiento para referirse a determinados modelos económicos de mercado en
los cuales el Estado o las empresas estatales desempeñan un papel muy importante en la
economía, dentro de un marco social y económico capitalista.
Hay varias teorías y críticas del capitalismo de Estado, algunas de las cuales han existido desde
incluso antes de la Revolución de Octubre.[cita requerida] Los temas comunes entre ellas son
identificar que los obreros no controlan significativamente los medios de producción y que las
relaciones mercantiles y de producción para la ganancia se siguen produciendo en el
capitalismo de Estado.[cita requerida] Lenin describió la economía de Rusia como capitalismo
de Estado.[cita requerida]
Índice
5 Referencias
6 Véase también
7 Enlaces externos
Por el trotskismo
El capitalismo de Estado es una forma de definir el sistema político y económico que se dio en
la Unión Soviética después de lo que los trotskistas llaman «Termidor», suceso en el que se
forma de manera violenta una burocracia que anula e impide la actuación social y política de
los obreros, y que aconteció durante el ascenso al poder por parte de Iósif Stalin. Este sistema
prevaleció hasta su desaparición en 1991, considerada como una respuesta a los ciudadanos
para lograr mantener a flote un sistema de economía cerrado, en el cual el único que puede
tener injerencia sobre el manejo de los medios de producción es el propio Estado. El
socialismo debía ser sólo una fase necesaria pero temporal en la evolución hacia el
comunismo, cuando la transferencia de la propiedad de los medios de producción pasara de la
dictadura del Estado obrero (dirigido por comunas o soviets, gobiernos pluralistas compuestos
por obreros quienes dirigen al Estado en la represión de la burguesía) por entero a las manos
de la clase obrera o proletariado sin necesidad de coerción política contra los enemigos de
clase, acabando así con la función del Estado según la concepción trotskista.
A su vez el trotskismo consideró al capitalismo de Estado como una degeneración creada por el
estalinismo de la dictadura del proletariado.
A partir de esta concepción del capitalismo de Estado se logró mantener a flote la economía
socialista, aunque el problema que causó este sistema económico fue su poca ductilidad y la
excesiva burocracia, lo cual a su vez produjo un desabastecimiento de los productos básicos
para el bienestar del pueblo.
Este sistema cae hacia el año de 1990 cuando la Unión Soviética se colapsa en toda su
estructura; militar, política, económica y social dejando de lado este tipo de organización de la
economía.
El antirrevisionismo parte de que la dictadura del proletariado exige continuar con la lucha de
clases en el seno del socialismo, porque de lo contrario no se sentarán las bases para avanzar
hacia la sociedad comunista sino para restaurar el capitalismo. Esta restauración se daría
primero en su forma burocrática, mediante la que pese a que los medios de producción siguen
siendo propiedad estatal, el poder pasa del proletariado a una burocracia que a cambio de no
ostentar la titularidad de los medios de producción utiliza el poder político con criterios
antisocialistas para configurarse como clase dominante; y posteriormente con la privatización
de los medios de producción.
Según esta perspectiva, tras la muerte de Stalin y el ascenso de Jruschov el poder en la Unión
Soviética pasa del proletariado a una burguesía burocrática que fue reprimida durante el
periodo anterior, y cuya intención era restaurar el capitalismo en su forma burocrática y
socialimperialista (desde el punto de vista de las relaciones internacionales), culminando el
proceso con la restauración de la economía de mercado de la mano de la Perestroika. Este
proceso, dirían los antirrevisionistas, sucederá también en China a la muerte Mao Zedong y el
ascenso de Deng Xiaoping, de forma mucho más acelerada, y con la diferencia de que con la
restauración de la economía de mercado el poder político siguió en manos de la burguesía
burocrática, que no obstante cada vez está más vinculada y entrelazada con el capital privado.
Se suele incluir también dentro de esta categoría a Estados que o bien nacionalizaron los
medios de producción siguiendo el modelo revisionista soviético, o a aquellos impregnados de
ideología antimaterialista, interclasista, nacionalista, religiosa o idealista, como la Cuba del
castrismo o Corea del Norte.
Estas tesis fueron defendidas, además de por partidos comunistas antirrevisionistas de todo el
mundo, por los presidentes Enver Hoxha y Mao Zedong.
Estas corrientes coinciden en señalar que, en la Rusia soviética (y en China), no existía una
burguesía privada que estuviera apropiándose de la plusvalía, como en Occidente. En cambio,
fue la misma burocracia del Partido Comunista la que asumió objetivamente el rol de clase
explotadora. Estas corrientes critican la idea de que la propiedad estatal de los medios de
producción sea sinónimo de socialismo, ya que el control real de la producción por los
trabajadores, objetivo central de la dictadura del proletariado, puede seguir siendo impedido,
total o relativamente, por un Estado que los centralice con el propósito de explotar a los
trabajadores, aunque diga representarlos.
El marxismo no leninista afirma que los medios de producción en los regímenes burocráticos
fueron puestos por el Estado en funcionamiento como medios de explotación, es decir, como
capital. También utilizan el término para hablar de los casos de Estado de bienestar en
Occidente. La producción capitalista por parte del Estado no sería la inclinación inherente del
capitalismo, sino más bien una particularidad histórica. En ese sentido, Guy Debord sostiene
que la burocracia totalitaria es «la continuación del poder de la economía, el salvamiento de lo
esencial de la sociedad mercantil mediante el mantenimiento del trabajo-mercancía. [...] La
burocracia totalitaria [es] una clase dominante de sustitución para la economía mercantil»,10 y
obstaculizaría relativamente la acumulación, por lo que a largo plazo no sería capaz de
competir contra las economías occidentales; eso explicaría en gran parte el enfriamiento
crónico de la economía del segundo mundo a partir de fines de la década de los 60. En caso de
que se combinara con una propiedad privada del capital, el capitalismo de Estado significaría
probablemente un obstáculo a la ganancia privada, y explicaría la tendencia al rechazo de tal
propiedad por parte de la burguesía propiamente dicha.
Dentro del anarquismo el término «capitalismo de Estado» tiene por lo menos dos
connotaciones (una anticapitalista y otra procapitalista), diferenciadas según su terminología
económica pero ambas relacionadas con una suerte de «dictadura de clase» con origen en el
poder político, fundamentada en el control de privilegios económicos derivados esencialmente
de la violencia, los privilegios legales y políticos, o el corporativismo mercantilista:
Para los anarquistas anticapitalistas, significa que los trabajadores pasen de un régimen en que
se subordinan a un empleador particular que tiene la propiedad y la dirección de la empresa
en que trabajan (ergo, capitalismo tradicional), hacia un régimen en que el patrón único y
absoluto sea el Estado y la propiedad y la dirección única de las empresas esté en manos de
éste, estando los trabajadores en ambos casos subordinados. Aunque también se podría
considerar como capitalismo de Estado a una masiva intervención estatal que centralice
fuertemente el capital privado.11 Los anarquistas anticapitalistas defienden que la propiedad y
dirección de la empresa sea socializada a los trabajadores de ella, siendo prescindible y
considerado un estorbo, el Estado. Los anarquistas anticapitalistas proponen que los medios
de producción estén en manos de los trabajadores mediante la autogestión, a través de
diversos métodos como el emprendimiento, la abolición de privilegios legales sobre el
mercado o la expropiación.
Algunos anarcocapitalistas como Murray Rothbard han utilizado eventualmente el término
para describir la simbiosis entre las restricciones gubernamentales a la libre entrada en el
mercado de usos más competitivos del capital y un statu quo corporativista.1213
Conceptualmente el uso del término no puede considerarse por ende peyorativo: el rasgo
negativo del estatismo no sería que la propiedad de los medios de producción esté fuera del
alcance de la totalidad de la población, sino que esta propiedad sea colectiva, y viceversa el
carácter positivo del capitalismo no sería que la propiedad de los medios de producción esté
en manos de una minoría, sino que esta propiedad sea privada.17
Para muchos liberales las relaciones mercantiles no son relaciones de poder y por ende las
relaciones sociales entre propietarios desiguales no significan relaciones coercitivas sino
cooperativas. Las apropiaciones privadas de capital por intercambio o creación se basarían a su
vez en la defensa del derecho de propiedad privada del creador del capital,18 mientras que la
obtención de ingresos por parte del Estado no es considerado un derivado de su eventual
posesión de capital socialmente útil sino del uso discrecional del monopolio de la violencia
para la expropiación de bienes y trabajo sin consideración por el uso eficiente de los medios de
producción.19 Sin embargo, liberales como Eugen von Böhm-Bawerk admiten que en mayor o
menor grado la intervención del Estado interfiere en los acuerdos haciéndolos parcialmente
coercitivos.20
El cientista político Ian Bremmer utiliza el término para describir los sistemas en los cuales las
clases políticas intervienen sobre el circuito económico de las sociedades anónimas para
establecer proyectos sociales que aseguren su permanencia a largo plazo en el poder.21 Este
fenómeno aparece como el reverso de la situación paralela, también descrita por Bremmer, en
la cual las empresas idealmente logran liberarse —o bien se apoderan— del Estado con un
proyecto colectivo organizado de libre mercado, pero que por lo general deriva en un sistema
«corporativista» y mercantilizado, descrito por el intelectual neoconservador Samuel
Huntington como «pretoriano», en el cual éstas (entre otras organizaciones) en forma
desorganizada, y sin capacidad o interés de lograr imponer un interés público por el
capitalismo, hacen por separado una «política» privada subordinando desde el Estado la
política pública (sea de protección del mercado capitalista o cualquier otra) a una
fragmentación de disputas «corporativistas» de las diferentes facciones privadas,22 que no
pueden así ni coordinarse colectivamente en la protección del sistema de intercambio del que
surgieron, ni tampoco llegar a lograr reestructurar sus intereses en otro proyecto
socioeconómico23 o en otras vías de ingreso,24 como describen el socialista comunitario Karl
Polanyi y el socialdemócrata Hans Kelsen a las reacciones colectivistas exitosas en el seno de
las clases propietarias de capital, que terminaría con la dependencia económica de la
burguesía hacia a la renta del capital reemplazándola por la expropiación extraeconómica
directa, y convirtiendo así el carácter burgués del «capitalismo de Estado» en un «socialismo
de Estado» netamente burocrático y controlado autocráticamente.