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GUÍA N° 1

LENGUAJE Y LITERATURA
TEMA: Epopeya

Docente: Gloria Yánez/ Yessenia González


Curso: 8° Básico

NOMBRE: FECHA:

Lee el siguiente texto y responde

Ulises y las sirenas

Probablemente el relato más conocido de las sirenas sea el de La Odisea de Homero.


Después de pasar una larga temporada en el palacio de Circe, Ulises emprende
definitivamente el camino a Ítaca.
La diosa, antes de dejarle partir, le adelanta algunas de las aventuras que va a vivir en los
días siguientes. La primera de ellas será el encuentro con las sirenas.
Las sirenas han sido famosas seductoras, porque según la mitología eran capaces de
encantar con su voz a los marinos con la intención de raptarlos.
Al cantar, parecían ser hermosas doncellas, pero los que sucumbían ante sus encantos,
pronto averiguaban su verdadera naturaleza. El canto de las sirenas anunciaba de forma
engañosa los placeres del mundo subterráneo.
Las sirenas vivían en la isla de Artemisa, en donde yacían los huesos de los marineros
que habían sido atraídos por sus deliciosos cantos.
Odiseo (Ulises), hombre de gran imaginación, cuando se iban acercando a la isla temida,
por consejo de Circe, ordenó a sus hombres que se taparan los oídos con cera, y él, que
no podía con la curiosidad de escucharlas, se hizo amarrar al mástil, con orden de que
pasara lo que pasara, no lo desataran.
Al escuchar los cantos de las sirenas quiso soltarse pero sus compañeros no se lo
permitieron. Cuenta la leyenda que las sirenas, devastadas por su fracaso, se lanzaron al
mar y murieron ahogadas.
http://www.profesorenlinea.cl/castellano/Mitos_Leyendas_Grecia.html

1. ¿Quién cuenta la historia participa de los acontecimientos? Fundamenta.

2. ¿Quién es el personaje central de la historia? Fundamenta

3. ¿Dónde transcurren los acontecimientos?

4. ¿Cuál es el problema que se presenta en el relato?


Lea el siguiente fragmento del Canto I de la Ilíada, “La Cólera de Aquiles”

* Después de una corta invocación a la divinidad para que cante "la perniciosa ira de Aquiles",
nos refiere el poeta que Crises, sacerdote de Apolo, va al campamento aqueo para rescatar a su
hija, que había sido hecha cautiva y adjudicada como esclava a Agamenón; éste desprecia al
sacerdote, se niega a darle la hija y lo despide con amenazadoras palabras; Apolo, indignado,
suscita una terrible peste en el campamento; Aquiles reúne a los guerreros en el ágora por
inspiración de la diosa Hera, y, habiendo dicho al adivino Calcante que hablara sin miedo,
aunque tuviera que referirse a Agamenón, se sabe por fin que el comportamiento de Agamenón
con el sacerdote Crises ha sido la causa del enojo del dios. Esta declaración irrita al rey, que
pide que, si ha de devolver la esclava, se le prepare otra recompensa; y Aquiles le responde que
ya se la darán cuando tomen Troya. Así, de un modo tan natural, se origina la discordia entre el
caudillo supremo del ejército y el héroe más valiente. La riña llega a tal punto que Aquiles
desenvaina la espada y habría matado a Agamenón si no se lo hubiese impedido la diosa
Atenea; entonces Aquiles insulta a Agamenón, éste se irrita y amenaza a Aquiles con quitarle la
esclava Briseida, a pesar de la prudente amonestación que le dirige Néstor; se disuelve el ágora
y Agamenón envía a dos heraldos a la tienda de Aquiles que se llevan a Briseide; Ulises y otros
griegos se embarcan con Criseida y la devuelven a su padre; y, mientras tanto, Aquiles pide a su
madre Tetis que suba al Olimpo a impetre de Zeus que conceda la victoria a los troyanos para
que Agamenón comprenda la falta que ha cometido; Tetis cumple el deseo de su hijo, Zeus
accede, y este hecho produce una violenta disputa entre Zeus y Hera, a quienes apacigua su
hijo Hefesto; la concordia vuelve a reinar en el Olimpo y los dioses celebran un festín espléndido
hasta la puesta del sol, en que se recogen en sus palacios.
1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los
aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros
y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida,
rey de hombres, y el divino Aquiles.
8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de
Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres pe-recían por el
ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había
presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que
hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a
los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
17 -¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios,
os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi
hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.
22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el
espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal
modo y con altaneras voces:

26 -No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu
partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A
aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria,
trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más
sano y salvo.
33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del
estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió
Leto, la de hermosa cabellera:
37 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas en
Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o
quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los
dánaos mis lágrimas con tus flechas!
43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del
Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del
enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves,
tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra
los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y
continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó
al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se
interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el
de los pies ligeros, se levantó y dijo:
59 -¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si escapamos de la
muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos. Mas, ea, consultemos
a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños -pues también el sueño procede de Zeus-, para
que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o
hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de corderos y de cabras escogidas, querrá
libramos de la peste.
68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el mejor de los
augures -conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilio
por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo-, y benévolo los arengó diciendo:
74 -¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que hiere de lejos.
Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de palabra y de
obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido
por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y, si bien en el
mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél.
Dime, pues, si me salvarás.
84 Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
85 -Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a Zeus; a
quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondrá
en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la
tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser en mucho el más
poderoso de todos los aqueos.
92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:
93 -No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que
Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el
que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la
odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la joven de ojos vivos, y
llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra
esperanza.
101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida,
afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y,
encarando a Calcante la torva vista, exclamó:
106-¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar
desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante los dánaos,
afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise admitir el espléndido
rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, a
Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el
talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en
devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme
pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no
parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido.
121 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:
122 -¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa los
magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las
del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que
nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagaremos el triple o el
cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien murada ciudad de Troya.
130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no podrás
burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me quede sin la
mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos aqueos me dan otra
conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaré
de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará en cólera aquél a quien me
llegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una negra nave al mar
divino, reunamos los convenientes remeros, embarquemos víctimas para una hecatombe y a la
misma Criseide, la de hermosas mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante,
Idomeneo, el divino Ulises o tú, Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos
aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.
148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149 -¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un
aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres?
No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me hicieron
culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la
fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan-
, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos
a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás en esto la atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y
aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los
aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa
ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis
manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves,
teniéndola pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a
Ftía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin
honra para procurarte ganancia y riqueza.
172 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
173 -Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay a mi
lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que ningún otro de
los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si es
grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y
reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado, ni por ello me preocupo, pero te
haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseide, la mandaré en mi nave con mis
amigos; y encaminándome yo mismo a tu tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas,
tu recompensa, para que sepas bien cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual
y compararse conmigo
Según lo leído en el Canto de la Cólera de Aquiles. Complete la siguiente tabla. Si es necesario
vuelva a leer el texto.

Nombre del Características Características


personaje Físicas Psicológicas

Responda las siguientes preguntas:


a) Indique cuál es la función de cada uno de los personajes en el relato.
b) Ordene los personajes según su importancia en el desarrollo de la historia.

1.
2.
3.
4.
5.
6.

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