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El vecino país tiene las más grandes reservas probadas de crudo del mundo,
seguido de Arabia Saudita y Canadá: 300 mil millones de barriles,
aproximadamente; Colombia tiene menos de dos mil. No obstante, esta nación
produjo aproximadamente 1’150.000 barriles diarios a enero del 2019 y Colombia,
865.000. Es decir, con unas reservas 150 veces mayores que las nuestras, su
producción es baja, y ligeramente superior a la nuestra, aún cuando podrían
producir entre cinco y diez millones de barriles diarios, y ser el mayor productor del
mundo.
Pero Pdvsa se vino abajo. Su deterioro inició cuando Hugo Chávez despidió a
20.000 de sus mejores técnicos, profesionales y directivos, puso al frente de la
empresa a un general del ejército sin conocimiento del sector, dejó de invertir lo
requerido en mantenimiento y tecnología, y convirtió a la empresa en un
instrumento político. La compañía que producía 3,7 millones de barriles diarios en
1970 llegó a 1,15 millones en 2018 y perdió una tercera parte de su capacidad de
refinación, obligando al país a importar combustibles.
Siendo así, cabe preguntarse qué sucederá con la industria petrolera en Colombia
el día que ya no esté Maduro. Independiente de si ocurrirá pronto o tomará tiempo,
lo que sí es claro es que el día que caiga el régimen, organismos como el Fondo
Monetario Internacional, la banca multilateral en pleno, varios gobiernos y cientos
de grandes inversionistas, incluidas empresas del sector petrolero, le apostarán a
Venezuela, y con razón. Es un país muy rico en recursos, mal administrado; y con
un capital humano extraordinario, muchos en el exilio.
El día que eso ocurra, muchos venezolanos expertos en petróleo y gas regresarán
a su país, las casas matrices de las grandes empresas privadas que están en
Colombia se verán en la disyuntiva de invertir o no en el vecino país y de
desinvertir o no en el nuestro. Colombia fue hasta hace unos años un país muy
atractivo en la región para la industria petrolera. Eso ha cambiado en los últimos
años. No significa que las empresas extranjeras carezcan de interés en nuestro
país, pero van a volver a barajar sus inversiones en la región. Y seamos sinceros:
la materialidad (potencial hidrocarburífero) de Venezuela es extremadamente
atractiva.
Otro
Cuando hace mes y medio Nicolás Maduro viajó a Moscú lo hizo con un propósito
claro: cimentar los lazos económicos que unen a Venezuela, cada vez más aislada
por la presión internacional, con Rusia. La visita dio sus frutos. Inmediatamente, el
Kremlin anunció acuerdos agrícolas y de defensa. Una semana más tarde,
llegaban al país latinoamericano, asolado por una profundísima crisis, dos
bombarderos rusos con capacidad nuclear. Los cazas son solo una migaja. En los
últimos años, Rusia ha apoyado al líder chavista con miles de millones de dólares
en forma de líneas de financiación y acuerdos comerciales. Un gran esfuerzo
económico, pero sobre todo un movimiento estratégico para Moscú, que ha visto
en Maduro una baza para influir en Latinoamérica frente a Estados Unidos. Si el
chavista cae, Putin tiene mucho que perder.
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Pero en Moscú se elude hablar de pérdidas. El diputado de Solo Rusia (socio del
partido de Gobierno) Mijaíl Emeliyanov recalca furibundo que en este asunto no se
trata de dinero. “No fueron acuerdos comerciales, sino un cálculo geopolítico. Por
eso no tiene sentido cifrar las pérdidas”, insiste. Ígor Pshenníchnikov, del Instituto
Ruso de Estudios Estratégicos, comparte esa visión y afirma que por encima de
todo están los intereses estratégicos de Rusia. “Aquí lo principal es que Estados
Unidos está suprimiendo el orden jurídico nacional, por eso hemos alzado la voz.
Hemos visto lo mismo en Siria, en Irán, en Libia… Y ahora podemos verlo
repetirse en América Latina”, dice. “Y si se produce una guerra civil en Venezuela,
eso va a afectar a toda la región”, añade.
Las sanciones occidentales por anexionarse Crimea en 2014 y por los escándalos
de espionaje, han impulsado a Moscú a buscar nuevos aliados en África, Asia y
América Latina. Y aunque con Venezuela –sumida en sus propias sanciones--
tiene una relación fructífera desde los tiempos de Hugo Chávez, la crisis con EE
UU y la UE ha llevado al Kremlin a estrecharlas más. Algo que no deja de ser una
bofetada para Washington, que siempre ha considerado Latinoamérica como su
tradicional área de influencia. Y otro intento más de posicionarse como un actor
global, como la Gran Rusia.
En sus casi 20 años en el poder, Putin ha estado en Venezuela una sola vez, en
2010, cuando ocupaba el puesto de primer ministro. Sin embargo, sus aliados
venezolanos han sido los líderes extranjeros –-sin contar los de las repúblicas
postsoviéticas— que más veces han visitado Moscú. Desde 2006 y hasta su
muerte en 2013, Hugo Chávez visitó Rusia cada año, por ejemplo. Maduro ya ha
estado en Moscú cinco veces.
Así, los negocios han fluido entre Caracas y Moscú. Y los acuerdos han
asegurado estos años el acceso preferente de Rusia a las jugosas reservas de
petróleo venezolanas y han dado algo de aire a Maduro ante la precaria situación
económica de Venezuela. Ahora, con las sanciones de Washington a la
desarbolada petrolera estatal venezolana PDVSA y a Citgo, la empresa filial
refinera que tiene en Estados Unidos, la situación se complica para Rusia. Rosneft
ve Citgo, al menos hasta el momento, como una "garantía valiosa" de recuperar lo
que PDVSA le debe, apunta Ellen R. Wald, investigadora del Centro de Energía
Global del Atlantic Council. Además, añade esta experta, tomar el control de Citgo
podría llevar a Rusia a aumentar su influencia en un sector sensible en EE UU. Y
eso es algo que la Administración estadounidense no desea.
No es la primera vez que Venezuela tiene problemas para pagar. En 2017, Moscú
decidió reprogramar la deuda hasta 2027. Y en octubre pasado, envió una
delegación de alto nivel para poner en marcha un plan de contingencia económica
y frenar el colapso de su aliado. En diciembre, tras la visita de Maduro, Putin
anunció nuevas inversiones por más de 5.000 millones de dólares en la industria
petrolera, 1.000 en otras industrias y acuerdos para suministrar más de 600.000
toneladas de trigo al país sudamericano.