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2.

La clase obrera en un momento de transición

Argentina no salió indemne de la crisis económica mundial que azotó al mundo en 1929.
Hasta ese momento, el país había vivido sustentado en una estructura económico-social
relativamente estable. El cambio se dio en todas las esferas y la clase obrera no fue indiferente al
proceso. Según Del Campo, “la adaptación (de los trabajadores) a las nuevas condiciones que
imponían una realidad rápidamente cambiante fue entonces dificultosa e incompleta, y
terminaron siendo superados por ella”.

Los precios de los productos agropecuarios cayeron, se desvalorizó el peso, se elevaron


derechos aduaneros. Como en las guerras mundiales, todo esto favoreció a un proceso de
sustitución de importaciones.

Aumentó también la desocupación como no se conocía desde la I Guerra Mundial. Esta,


junto a la represión uriburista y la actitud defensiva de la nueva CGT, fueron la razón por la que si
bien se redujeron los salarios y el consumo, las luchas reivindicativas alcanzaron por ese entonces
los niveles más bajos en la historia del movimiento obrero.

Ya en 1933 se recuperó la economía y la ocupación, de la mano del crecimiento industrial,


volvía a sus niveles anteriores.

Otro de los cambios fue la migración interna y la argentinización de la masa trabajadora ya


que si en 1914 los extranjeros representaban un 47% de la población ocupada, en 1947 eran sólo
el 22%. La mayoría de los migrantes internos se movían de las zonas cerealeras a los centros
urbanos.

Volviendo al debate con Germani, Del Campo reconoce que “la afluencia de una cantidad
tan grande de población de origen rural o de pueblos chicos y la incorporación de su mayor parte a
la industria implica una profunda transformación de la clase obrera. Sin tradición sindical, la
mayoría quedará al margen de las organizaciones obreras, que en general se mostraron incapaces
de atraerla. Sólo después de 1946 comenzarán a ingresar masivamente en los sindicatos,
transformando a los viejos y dándole un carácter diferente a los recientemente creados”.

Si bien las condiciones generales fueron mejorando con el correr del tiempo, el Programa
Mínimo de la CGT de 1931 que peleaba por el reconocimiento de los sindicatos, por la jornada
laboral de 8 horas, las vacaciones pagas, el derecho de vida y seguro social, la intervención obrera
en diferentes espacios gubernamentales, la protección de la maternidad, etc, seguía vigente.

Con el crecimiento y la caída de la desocupación que habían condenado al movimiento a la


inmovilidad durante años, a partir de 1935 las huelgas vuelvan a la primera plana. Así, el Gobierno
debe prestar más atención a sus reclamos. El Departamento Nacional del Trabajo (DNT) fue la
herramienta de intervención aceptada por uno y otro lado. Por primera vez el Estado se metía en
lo que anteriormente era considerado esfera privada.

3. El movimiento obrero en la década del 30


El enfrentamiento frontal con el Estado ya era cosa del pasado junto a la influencia anarquista. La
intervención del Estado en el campo social pasó a ser habitual y requerida, incluso para dirimir
conflictos internos en los sindicatos. A su vez, el Movimiento Obrero consiguió una participación
en entidades estatales, lo que suponía un reconocimiento mutuo. Quienes llevaron adelante esta
política fueron los sindicalistas que manejaron la CGT hasta mediados de la 30.

Sin embargo, el período que se inicia con una sola central – la FORA para aquel entonces era
marginal - se cerrará con 4 centrales distintas (CGT 1, CGT 2, USA y FORA). “La clase obrera no
había encontrado, pues, una identidad política que le permitiera unificarse y hacer valer su peso
numérico y su importancia en la estructura productiva, identidad que sólo encontraría a través del
peronismo”, dirá Del Campo.

El enfrentamiento en el seno de la CGT será entre socialistas y sindicalistas. PS y PC centraban sus


críticas contra la pasividad y el oficialismo de la dirección sindicalista que, por otra parte, tan
pocos beneficios reportaban. La conducción se justificaba argumentando que la central había
nacido en circunstancias difíciles por lo que “huyó de las actitudes apresuradas y de las agitaciones
vanas y estériles. Comprendió que no debía aumentar el caos económico y político en que se
debatía la nación y estimó debidamente todo esfuerzo para ponerle fin”.

La CGT cambiaría definitivamente cuando los socialistas, de la mano de Domench que tumbó a
Tramonti, tomaran el control de la Unión Ferroviaria. A su vez, los sindicalistas fueron perdiendo el
control de la Federación Gráfica Bonaerense (FGB), del Sindicato Obrero de la Industria del
Calzado (SOIC) y de la Asociación de los Trabajadores del Estado (ATE) mientras que su tradicional
baluarte, la FOM iba perdiendo importancia relativa. Habrá, desde ese entonces, dos CGT; la de
independencia ligada al socialismo y la de Catamarca, sindicalista.

4. El movimiento obrero en la década del 30 (II)

Resignados a la pérdida de la CGT, los sindicalistas decidieron en 1937 el renacimiento de


la USA. LA CGT, reforzada por la incorporación de los comunistas y otros grupos autónomos,
crecía.

Los sindicalistas no volverían a jugar un papel relevante. Sin embargo, asegura Del Campo,
“la herencia que dejaban no era nada desdeñable: sus constantes esfuerzos por mantener la
independencia del movimiento sindical frente a los partidos políticos – que se había transformado
de hecho en abierta hostilidad hacia socialistas y comunistas – había contribuido a que la inserción
de éstos en el movimiento obrero sólo se lograra en forma tardía y superficial”.

A partir de este momento crecerá el Partido Comunista, que seguirá en la ilegalidad hasta el 45
con la apertura de Farrell. La próxima lucha será entre PS y PC en el seno de la CGT y la postura
respecto a la II Guerra Mundial será nodal.

Habrá una última separación entre CGT 1 y CGT 2, a pesar de que ambas líneas estaban
encabezadas por afiliados socialistas. No había cuestiones ideológicas de fondo que justificaran las
reputas, como había sido característico de todas las divisiones del movimiento hasta ese
momento. La primera buscará una central con una actitud neo-sindicalista de prescindencia
política, limitación de las reivindicaciones específicamente gremiales y buena relación con el
gobierno, cualquiera que este fuera. Los segundos aspiraban a que la central tuviera una
participación más activa en las cuestiones de política nacional e internacional en forma coordinada
con los partidos políticos. A esto Perón luego lo llamará “sindicalismo gremial” y “sindicalismo
político”.

Así lo explica el autor: “Lo que cambiaría desde fines de 1943 no era la actitud del movimiento
obrero – y mucho menos de sus dirigentes – con respecto al poder político, sino la actitud de éste
frente a aquellos. Si hasta entonces todos sus intentos de acercamiento y participación sólo habían
encontrado una respuesta fría y displicente en los medios gubernamentales, desde que Perón se
hizo cargo de la política social del régimen militar esos contactos fueron buscados y cultivados con
una intensidad sin precedentes y se convirtieron en la principal preocupación del personaje más
importante del régimen”.

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