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Jaime Rodríguez

HACIA EL CAMBIO DE NUESTRAS ACTITUDES

Partiremos de algo fundamental: Las acciones humanas nacen de deseos


humanos. Los seres humanos nos sentimos motivados a hacer algo por dos
razones: La primera, obtener algo que no poseemos; la segunda, evitar perder algo
que se posee y se desea retener.

Los deseos humanos pueden ser materiales, afectivos o espirituales. Por ejemplo,
dinero, bienes, amor, aceptación, seguridad, reconocimiento y autorrealización.
Cuando los conquista, desea retenerlos.

Otro punto a considerar es que nuestros deseos están en dependencia con nuestras
creencias, producto del entorno cultural en que hemos crecido. En ese sentido,
tómese un tiempo para reflexionar, ¿Cuáles son sus creencias? ¿En qué están
basadas? ¿Cuáles son sus principales motivaciones para hacer lo que hace?
¿Considera que lo que hace ahora, y cómo lo hace, le permite alcanzar lo que
desea?

Este ejercicio puede revelarle cosas de las que usted no estaba consciente. El ser
humano tiene el privilegio, entre los seres vivos, de ser el único que posee
autoconciencia. Y esta característica única, le hace descubrir quién es en realidad
y lo que está destinado a ser.

Esto le hace pensar en los distintos escenarios de la vida. Por ejemplo, personal,
laboral, comunitario, etc. Y le lleva a visualizar lo que podría suceder si ajusta su
estilo de vida. Visualizar es un paso importante para generar un cambio en nuestra
vida. Para ello hay que pasar por cuatro niveles, que son los siguientes:

El primero, ser conscientes del mundo que nos rodea. El segundo, el despertar, es
decir la facultad de elegir nuestra versión del mundo. El tercero, la reprogramación,
que significa transformar nuestro mundo interior. Y, la cuarta, convertirse en alguien
extraordinario, o sea, cambiar el mundo.
Jaime Rodríguez

Trascender por estos niveles requiere de tres actitudes esenciales: Disciplina,


compromiso y constancia.

DISCIPLINA: “El precio de la excelencia es la disciplina. El costo de la mediocridad


es decepción” decía el escritor estadounidense William Arthur Ward. En la filosofía
Kaizen, la disciplina no es más que convertir en un hábito la organización, el orden
y la limpieza.

Un hábito es la combinación de tres factores: Conocimiento, capacidad y deseo. El


conocimiento nos permite determinar lo que hay qué hacer, la capacidad nos dicta
cómo hacerlo y el deseo implica el querer hacerlo. Cuando estos tres elementos se
combinan, podemos hablar de un hábito.

Este es un proceso de autogestión que se beneficia y se fortalece mediante la


aplicación del círculo Deming, también conocido como PHVA, que significa
planificar, hacer, verificar y actuar. La repetición de este ciclo alimenta la disciplina
y es posible pensar que se está trabajando sobre el cuarto nivel, que es el de ser
una persona extraordinaria.

COMPROMISO: El compromiso es un valor que convierte una promesa en realidad.


De tal manera que podemos dividirlo en tres partes: Promesa, proceso y
cumplimiento total. Es decir, se cumple o sencillamente se queda en promesa. Aquí
entra en juego la actitud disciplinada, probablemente haya que pasar varias veces
por el modelo PHVA, pero es justo esta última etapa la que le da sentido a este
valor.

Debemos sellar un compromiso con aquello que deseamos, con aquel cambio que
buscamos, con aquello que queremos ser.

CONSTANCIA. Para comprender esta tercera actitud pensemos en que no existe


resistencia si no nos movemos. ¿Qué queremos decir con esto? Que una vez
Jaime Rodríguez

iniciamos algo, también iniciarán a aparecer los obstáculos. En la pasividad no hay


problemas, no hay resistencias. Los problemas empiezan a surgir cuando
empezamos a caminar. “Si los perros ladran, Sancho, es señal que cabalgamos”
dice la famosa expresión de la obra Don Quijote de la Mancha.

La constancia es no detenerse, es el esfuerzo sostenido; nos permite recorrer el


camino del compromiso, insistir, tener la capacidad de sobreponernos a los avatares
del destino.

Un gran ejemplo de constancia lo podemos ver en la historia del atleta de Tanzania


John Stephen Akhuari, cuando en la maratón final de las olimpiadas de 1968 en
México, apenas había recorrido 19 kilómetros cuando sufrió una caída que lesionó
su rodilla derecha y hombro. A pesar de que los paramédicos le recomendaron que
abandonara la competencia, continuó hasta llegar a la meta, con más de una hora
de retraso. Luego, cuando los periodistas le preguntaron por qué había continuado
corriendo a pesar de las lesiones respondió: “Mi país no me envió 500 millas para
empezar una carrera, mi país me envió 500 millas para terminarla”.

Somos libres para elegir nuestras actitudes.

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