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Democracia,

representació n y
participació n política
Roberto Gargarella

Sede: Posadas, Misiones

Facultad: Cs. Jurídicas y Políticas

Carrera: Abogacía

Docente: Dra. Jacobacci, Laura


Alumna: Almirón, Nuria Constanza
Adentrándonos en el texto “Democracia, representación y participación política” de

Roberto Gargarella, surge que todas las reformas que ha tenido nuestra Constitución

durante el siglo pasado, llegaron en desafío de los ejes del constituyente del 83’.

No implica una novedad resaltar el hecho que las nuevas reformas fueron producto de

una sociedad movilizada y ansiosa por ganar y afirmar un mayor protagonismo político.

Asimismo, la carta magna ha ido mutando su carácter de excluyente, elitista y

conservadora, con una mirada más amplia, inclusiva y de vanguardia en materia social, al

momento de su modificación en tal tópico.

El autor hace una crítica a la Constitución, de la cual personalmente no difiero, en

cuanto su carencia estructural.

Que los derechos que de la misma emanan han sido producto de una sociedad

movilizada en un momento determinado, ha conllevado a un constante sistema de

“enmiendas y agregados”, más no una reforma de raíz que genere un plexo normativo con

bases sólidas, sino más bien una base de tradiciones distintas, según el contexto histórico en

que se ubicada el legislador reformador en su momento.

Ello, termina desencadenando una tradición democrática elitista (1857), una tradición

social, con raíces en la doctrina social de la iglesia, el peronismo y el socialismo

(1945/1957) y una doctrina más ochentosa que refleja una preocupación por el medio

ambiente y los derechos humanos (1994). En palabras de Gargarella, “superposición de

capas constitucionales”.

En este orden de ideas, podemos decir entonces que si analizamos nuestra Constitución,

en la misma conviven las ideas de una sociedad antimayoritaria y sin participación política,

con otra social y políticamente activa. A esto, el autor comienza a analizarlo tomado como
punto de partida el artículo 22 de la Constitución Nacional: “el pueblo no delibera ni

gobierna, sino por medio de sus representantes”.

Asistiéndolo de razón, vale agregar lo curioso que resulta que el citado artículo sea el

invocado para condenar las movilizaciones sociales populares o para dar fundamento a la

criminalización de la protesta. A raíz de ello, tomaré a tal tópico como eje central de

análisis.

¿Cómo debería un Estado democrático ocuparse de las protestas que lo desafían en un

marco “2020”?

Los más dogmáticos tienden a argumentar que los mensajes políticos pueden

transmitirse de formas muy distintas y que estas no se reducen necesariamente a las

“palabras” habladas o escritas.

Refutando ello, Kalven explicó que no podemos esperar —y mucho menos exigir— que

la disidencia presente su protesta de forma limpia y silenciosa como si estuviera

escribiendo una nota editorial en el periódico. Rechaza ese “orden dicotómico” entre un

discurso puro y un exceso de discurso. Para él, la expresión siempre va unida a la

“expresión extralimitada”. Entonces, si es oral, es ruido que puede afectar a terceros si es

escrita, puede ser basura. Los panfletos, no son “simple basura” sino “basura con ideas”.

Así, podemos entender que cualquier forma de comunicación interfiere necesariamente

algún interés legítimo del Estado. Distribuir panfletos implica ensuciar; los carteles y las

pancartas pueden considerarse antiestéticos; hablar en público, con o sin altavoces, puede

molestar a los demás; los piquetes y las marchas pueden obstruir el tráfico; etc.

La Constitución argentina no limita la democracia al sufragio periódico, por ende, no

podemos pretender que la única manera en la que el pueblo se manifieste, esté medida

cronológicamente por llamados a elecciones.


 La vuelta al espacio público está ligada al fin del estado dictatorial, a la lucha por los

derechos humanos y a las reivindicaciones de los sectores populares. Protestar es la esencia

de toda democracia.

Las manifestaciones hablan de la capacidad y vocación liberadora de los sectores

populares a lo largo de la historia, sino también de una situación de dominación sostenida

durante siglos… por algo será que son siempre los mismos sectores los que se manifiestan,

¿no?. Y la clase media tiende a rechazar a estaos grupos populares porque a través del

rechazo, cree pertenecer a otro sector económico más elevado, elitista y conservador. El

pasaje de “trabajador” a “pobre” y de “pobre” a “piquetero” es un concepto del cual el

argentino promedio intenta huir, sin saber que es parte; como si el mero rechazo a las

protestas de sectores populares, aumentará su clase social. Porque intentando alejarse de la

conceptualización de “piquetero”, deja de lado su identidad de “trabajador”.

Las luchas independentistas, los reclamos obreros o la acción de las Madres de Plaza de

Mayo, comparten a la búsqueda de dignidad como elemento común, al cuestionamiento a

un orden establecido e injusto.

No debemos perder de vista que vivimos en sociedades injustas y desiguales, y tampoco

asumir que nuestras normas sean creadas, aplicadas e interpretadas por una élite que encima

de ello, administra el poder coercitivo del Estado.

Por ello, entiendo que en este “marco 2020” el Estado debe ser el principal protector, no

represor, de la protesta social. Debe abogar, proteger y defender la existencia de las

manifestaciones. Valorar la importancia de la misma, tomarla como una constructora de

derechos que realmente es, entenderla como la herramienta de conquista y expresión de los

sectores populares. ¿Y por qué de los sectores populares? Porque las minorías ejercen el
poder y en el ejercicio del mismo es que adquieren sus privilegios. Los eternamente

favorecidos no protestan, solo rechazan la voz de los indefensos que salen a las calles.

El transcurso del tiempo señala un proceso creciente de legitimación de la protesta como

un recurso para sostener demandas sociales. Entonces, no cabe lugar a dudas que la

solución no recae en la prohibición. Hay que someter a modificaciones estructurales

respecto a la centralidad del gobierno político de las fuerzas, la regulación de la actuación

policía, los modos de criminalización de manifestantes y referentes sociales y cómo el

sistema judicial dará respuestas a las víctimas en vez de garantizar la impunidad a los

responsables de las represiones.

Cabe recalcar que ante tanta represión, monopolización de la fuerza, criminalización y

discriminación, podemos asegurar que la continuación de la edad media sostenida por

Zaffaroni, se encuentra en plena vigencia.

Los procesos penales también aportan elementos que legitiman y fortalecen discursos

estigmatizantes de determinados colectivos sociales por parte de medios de comunicación,

funcionarios políticos, judiciales y/o policiales. Este tipo de decisiones judiciales aporta un

marco de autoridad a las perspectivas discriminatorias contra prácticas colectivas de

distintos grupos que circulan en los medios de comunicación y se incorporan al sentido

común.

Tenemos que proteger las voces de quienes disienten, que a veces dicen cosas que no

nos gustan de maneras que no algunos no creen correctas, pero que son la fuerza de los

cambios sociales, del avance en la conquista de derechos y lo más importante: que

representan en nuestra sociedad clasista, defensora de los poderosos, indiferente y

conforme con la desigualdad, a los grupos más vulnerables y eternamente relegados.


Sin embargo, cabe preguntarnos ¿es conveniente para el sistema proteger a quienes lo

critiquen? ¿Despiertan las luchas, a los sujetos dóciles?

Estamos obligados a afrontar un cambio de paradigma, donde ya no nos centremos en

qué rol debe tomar el Estado para protegerse a sí mismo, represiones mediante, frente a un

marco de lucha, sino que sea el mismo Estado el que a la vez de tolerar las protestas,

cumpla con su obligación de proteger a los manifestantes y garantizar el pleno ejercicio de

los derechos y avalando la participación política.

A priori, nadie dudaría que las soluciones no llegan de la mano de la represión a los

particulares opositores de lo universal. ¿Cuántas revoluciones puede soportar el sistema?,

¿qué protegen los represores?.

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