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Introducción
Bienvenidos. En esta clase vamos a cubrir los temas correspondientes a la Unidad
1 del Programa. Estos contenidos tienen la finalidad de explorar las fuentes de la
astronomía que vamos a encontrar en el Almagesto de Ptolomeo.
Son muchos los autores que influyeron en el trabajo de Claudio Ptolomeo. Desde
el punto de vista filosófico, es claro que Aristóteles fue su mayor influencia: los
fundamentos físicos de su astronomía –que veremos con mayor atención cuando
nos ocupemos de la teoría ptolemaica sobre la Tierra– son los que Aristóteles
expone en su Física y en Sobre el Cielo. Además, la división que hace de las
ciencias al inicio del Almagesto (I, 1; H1 5; 35) está explícitamente tomada de
Aristóteles.
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Figura 1. En el diagrama hay un hexágono regular inscrito en el círculo con centro en el punto A. En el
corolario del teorema 15 del libro 4 de los Elementos de Euclides, se demuestra que el radio del círculo es
igual a los lados del hexágono regular.
Por último, y de manera particular, debemos hablar acerca de los astrónomos que
precedieron a Ptolomeo, y que fueron la base para sus propias investigaciones:
Astronomía babilónica
Los registros que tenemos de las teorías astronómicas babilónicas nos llegan, en
su inmensa mayoría, a partir de tabletas cuneiformes (ver Figura 2) de barro
cocido. La combinación de este material sumamente resistente con el clima seco
de Mesopotamia es óptima para la conservación de estos registros.
Figura 2. Tableta babilónica de barro cocido con inscripciones cuneiformes donde se registra el paso del
cometa Halley en el año 164 a.C. Museo Británico.
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Los fenómenos astronómicos a los que nos referimos son, también, muy variados:
eclipses solares, eclipses lunares, algunas posiciones particulares de los planetas
respecto del Sol, el momento de Luna llena o Luna nueva, por nombrar sólo
algunos.
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El esfuerzo babilónico por lograr alcanzar ese objetivo de predecir con exactitud
algún fenómeno celeste terminó por producir lo que llamaremos aquí una
astronomía de tipo aritmética.
Para explicar qué se quiere decir con esto, vamos a tomar el ejemplo de los
eclipses lunares, y la manera en que los babilonios lograron crear un modelo para
los mismos.
A partir de mediados del siglo VIII a.C., los babilonios comenzaron a realizar
observaciones astronómicas de un modo sistemático y preciso. Esto incluyó el
registro de los momentos de los eclipses lunares. Han llegado hasta nosotros
muchas tabletas conocidas actualmente como “Diarios Astronómicos” en las
cuales, entre otras cosas, se encuentran listas de estos eclipses. Una vez que
contaban con un registro lo bastante extenso de eclipses lunares, hubo algún
astrónomo genial que notó la siguiente regularidad: si en un día x sucedía un
eclipse lunar, entonces exactamente 223 meses sinódicos después sucedería
otro eclipse lunar.
Cuando chequearon si esta regularidad se daba siempre, notaron que era una
regla general: sin excepciones, a cada eclipse lunar le correspondía otro
exactamente 223 meses sinódicos después. En términos de nuestro calendario,
223 meses sinódicos son 18 años, 11 días y 8 horas.
del 316 a.C., y del 25 de diciembre del 215 a.C. Si se toman el trabajo de hacer el
cálculo, verán que la tableta está indicando tres eclipses lunares separados
exactamente por un ciclo de Saros.
De la misma manera en que los babilonios hallaron esta regularidad para los
eclipses lunares, fueron capaces de encontrar regularidades similares (a veces
mucho más complejas, como en el caso de los planetas) en los demás cuerpos
celestes. Estos períodos que encontraron les permitieron comenzar a calcular con
precisión toda clase de fenómenos celestes importantes.
que interesarse por unos y otros, pero hacer caso a los más
rigurosos. Eudoxo estableció que el movimiento del Sol y de la
Luna tienen lugar, respectivamente, en tres esferas: la primera
de ellas corresponde a la de las estrellas fijas; la segunda,
según el círculo que pasa por el medio del Zodíaco, y la
tercera, según el círculo que se inclina oblicuamente respecto
del plano del Zodiaco (el círculo por el que se mueve la Luna
está en un plano más inclinado que el del Sol). A su vez, el
movimiento de cada uno de los planetas tiene lugar en cuatro
esferas: la primera y la segunda de estas coinciden con
aquéllas (pues la esfera de las estrellas fijas es la que mueve
a todas, y la esfera que está situada bajo ella y que tiene su
movimiento según el círculo que pasa por medio del Zodíaco es
común a todas); la tercera de todos (los planetas) tiene los
polos en el círculo que pasa por medio del Zodíaco, y el
movimiento de la cuarta, en fin, tiene lugar según el círculo
que se inclina oblicuamente respecto del medio de la tercera. Y
los polos de la tercera esfera son los mismos para Afrodita y
Hermes, pero los otros planetas tienen los suyos
propios."(Metafísica 1073b)
Éste texto nos permite, además, comenzar a entender un poco más las razones
por las que los movimientos celestes constituyeron un desafío tan grande a los
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astrónomos de todas las épocas. Aristóteles aquí dice que cualquier persona que
sepa algo de astronomía sabe (“es evidente incluso para los moderadamente
entendidos”) que a cada planeta, a la Luna y al Sol le corresponde más de un
movimiento celeste (“se desplaza con más de una traslación”). ¿Qué quiere decir
con esto? Para saberlo, basta con entender un aspecto notable del movimiento de
los planetas, y conocer algo de la física griega.
De entre todos los planetas del sistema solar, cinco son visibles sin ninguna ayuda
instrumental en distintos momentos del año: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y
Saturno. Estos son los cincos planetas que los antiguos conocían. Si uno observa
un planeta a lo largo de varios meses o años, notará que su posición respecto de
las estrellas va variando con el tiempo. Su movimiento, sin embargo, no es
completamente constante y regular. En ocasiones el planeta se mueve en una
dirección, pero su velocidad disminuye tanto que en cierto momento se frena, e
incluso comienza a ir hacia atrás, hasta volver a frenarse y recomenzar el ciclo
(ver Figura 4 para un ejemplo de este movimiento irregular, o este video).
Figura 4. En las dos imágenes se pueden ver dos movimientos de “ida y vuelta” del planeta Marte
en los años 2003 y 2005. Cada posición tiene indicada su fecha, y por detrás se puede ver por
delante de qué constelación de estrellas estaba pasando en cada caso. Fuente: NASA.
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Los griegos consideraban que, dado que los objetos celestes tenían una cierta
naturaleza divina, sus movimientos debían ser perfectos. El movimiento circular se
presentó como el movimiento más perfecto, pues es un movimiento que no tiene ni
comienzo ni fin, y además es un movimiento que se asemeja a la inmovilidad de lo
divino, pues aunque se mueve, siempre lo hace por el mismo lugar, por lo que en
cierta manera permanece sin cambio. La velocidad del movimiento tampoco debía
cambiar, en la medida en que todo cambio delata cierta carencia e imperfección
(¿para qué cambiar si se es perfecto? ¡sólo cambia el que necesita algo que no
tiene!). Por ello, el movimiento de los astros no sólo debía de ser circular, sino
también uniforme en velocidad.
Lo que el cielo muestra, sin embargo, es que los astros no parecen moverse ni
circularmente ni uniformemente: la forma de sus movimientos aparentes no es
circular, y los cambios de dirección indican claramente que hay cambios de
velocidad. La solución griega fue genial: como dije antes, los astros sólo
PARECEN no moverse circular y uniformemente. Pero lo hacen. La manera de
conjugar la apariencia caótica e irregular de los movimientos celestes con la
doctrina de la naturaleza divina de los astros consistió en proponer que en cada
astro se están dando no uno, sino varios movimientos circulares y uniformes. Lo
que nosotros vemos desde la Tierra no es más que el resultado de la combinación
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de ellos. Por ello Aristóteles pregunta cuántos movimientos celestes hay, y por eso
se lo pregunta a los astrónomos: son ellos los que saben qué clase de
combinaciones de movimientos circulares y uniformes hay que suponer para
explicar los movimientos observados.
Así, proponiendo una cierta cantidad de esferas, cada una con una velocidad y eje
de rotación propios, un astrónomo era capaz, si calculaba cada uno de los
parámetros correctamente, de explicar y predecir, al menos de manera cualitativa,
los aparentemente irregulares movimientos celestes.
Apolonio de Perga vivió entre los años 262 y 190 a.C. Fue, sin dudas, uno de los
matemáticos más influyentes de la antigüedad griega. Sus trabajos sobre
secciones cónicas (lo que en la actualidad llamamos elipses) fueron
fundamentales para los trabajos posteriores de matemáticos de la talla de
Arquímedes, por ejemplo.
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donde r es el radio del epiciclo, R el radio del deferente, vE es la velocidad angular
del centro del epiciclo sobre el deferente, y vP es la velocidad angular del planeta
sobre el epiciclo.
Conclusión de la clase
En la clase de hoy hemos visto cuáles son las principales fuentes de la
astronomía de Ptolomeo, tanto desde el punto de vista filosófico, como del
instrumental matemático, y del de sus predecesores en la ciencia astronómica.
Una vez que lo tengan instalado, familiarícense con el programa. Nos será muy útil
en el futuro para comprender las observaciones que los astrónomos griegos
realizaron, y los modelos. Como ejercitación proponemos que se ubiquen
geográficamente en CABA, y pongan como fecha y hora las del último eclipse
lunar total visto desde allí (23 de septiembre de 2015, a las 23:48). Luego
comprueben el ciclo de Saros, agregando un ciclo y comprobando la exactitud de
los cálculos babilónicos.
Como verán muchas veces el texto hace referencia a algún teorema de Euclides
(por ejemplo, dirá “gracias a Elem. II, 6…”). Esto no significa que Ptolomeo
explicite esto. De hecho, como se dijo en la clase, Ptolomeo asume que el lector
conoce a Euclides al dedillo, y no necesita aclarar cuándo lo usa. Nosotros
modernos, en cambio, usualmente sí lo necesitamos. En el caso de que quieran
consultar a qué teoremas se refiere el texto, pueden consultarlo en este sitio.
En Resumen