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Goethe
1. La complejidad de lo humano
La clase anterior definimos dos conceptos centrales que guían el camino de nuestro
curso: en primer lugar, establecimos que la antropología es el estudio del ser humano desde
una visión unitaria; mientras que, en segundo lugar, vimos que la ética es la ciencia práctica
que analiza las acciones humanas para orientarlas hacia el bien y la felicidad. Ahora,
debemos centrarnos en pensar la naturaleza humana, es decir, aquello que nos hace ser lo
que somos, ese conjunto de características que pertenece a todos los seres humanos.
Distintos pensadores a lo largo de la historia han calificado la naturaleza humana como
compleja y diversa, somos capaces de tomar elecciones libres, como por ejemplo qué
estudiar, con quienes formar una relación de amistad o amorosa, una multiplicidad de
decisiones que nos pueden ayudar a crecer y perfeccionarnos como personas. Pero
también somos seres vulnerables y dependientes desde el nacimiento hasta el fin de
nuestra existencia. Por ejemplo, durante toda nuestra vida, necesitamos el apoyo y cuidado
de nuestros seres queridos, cuestión que se hace más evidente en las vivencias dolorosas;
sin embargo, también deseamos compartir con otros nuestra felicidad.
El ser humano está formado por diversas dimensiones que componen su naturaleza.
Por ejemplo, a la hora de preparar un examen quizás te sientes cansado, pues conjugas el
trabajo con los estudios o porque el fin de semestre siempre implica una dedicación mayor.
Quizás tu primer impulso sea postergar los deberes, salir de fiesta para poder distraerte,
pero tal vez tras reflexionar, optarás por preparar con tiempo los exámenes, pues sabes que
es la última etapa antes de cerrar el semestre y llegar al esperado descanso. En este ejemplo
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cotidiano vemos cómo somos a la vez seres humanos sintientes y pensantes, que nuestra
interioridad está compuesta de deseos y pensamientos que nos mueven a actuar.
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A grandes rasgos, podemos decir que el materialismo sólo concede realidad a la materia,
analizando la actividad psicológica del ser humano solo desde sus procesos fisiológicos. Por
otro lado, el mecanicismo reduce lo biológico a lo físico, lo orgánico a lo mecánico. Tiene
una explicación mecánica de los seres vivos y de los procesos biológicos y psicológicos.
Mientras que, el idealismo platónico, por ejemplo, afirma que lo verdaderamente real es la
idea. Cfr. Ayllón, José Ramón. Antropología filosófica, Editorial Planeta, Barcelona, 2011,
págs. 276- 283.
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el mundo a través de los sentidos, pero esta realidad se perfecciona cuando el ser humano
por medio de su razón logra ir más allá de sus instintos y sentidos, consiguiendo la
conciencia y la libertad de su propio actuar. Pensemos en la necesidad orgánica de
alimentarnos, esto es algo que compartimos con los animales, sin embargo, por medio de
nuestra inteligencia podemos elevar este instinto biológico y satisfacerlo a través de
diversas preparaciones gastronómicas o por ejemplo podemos perfeccionar el lenguaje a
través de la belleza literaria y transformar la palabra en poesía.
El cuerpo humano está hecho para que el sujeto pueda manifestar su mundo interior,
su pensamiento, su lenguaje, su conocimiento y su espiritualidad. Ese mundo interior que
posee el ser humano es único en cada individuo. Aunque se manifiesta de manera similar
en todos nosotros, cada uno vive y entiende el mundo de manera diferente. Es nuestra
interioridad la que nos hace específicamente personas. Si comprendemos, como lo hemos
mencionado, que el cuerpo humano permite la expresión del mundo interior, él adquiere
un valor particular y especial. En tanto es la única vía para manifestar exteriormente nuestra
interioridad, el cuerpo posee una dignidad única. El cuerpo, entonces, no debe ser
descartado como una dimensión bestial e instintiva. Tampoco es simplemente un
instrumento para alcanzar otras cosas. Con nuestro cuerpo nos comunicamos,
desarrollamos nuestras funciones que nos permiten seguir vivos y desplegamos nuestro
ámbito racional, como el amor y la dedicación por otras personas. Por ello, la dignidad
propia del cuerpo debe ser cuidada. Quien descuida su cuerpo o lo trata con desprecio, lo
único que consigue es dañarse a sí mismo. La actividad física, la alimentación sana, las
apropiadas horas de sueño y cualquier cuidado a nuestra dimensión corporal no se entiende
sólo como una cuestión de vanidad, sino como una comprensión profunda y acabada de
nuestra propia naturaleza humana.
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Sócrates, filósofo griego, nace en Atenas hacia el año 470 a.C. Controvertido y crítico asume en su
filosofía una máxima escrita en el templo del dios Apolo: conócete a ti mismo. Para este filósofo,
una de las cuestiones más importantes para el ser humano es saber qué hacer para alcanzar la
felicidad. Para eso, según él, debemos profundizar en la naturaleza humana, en aquellas cosas que
nos son más características y esenciales.
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corporal. De este modo, el alma humana es inmaterial, pues el origen de la vida debe estar
más allá de la materia. Una de las actividades más propias de la naturaleza humana es la
capacidad de pensar, y está ligada al alma. ¿Cuál es el resultado del acto de pensar? Es claro:
los pensamientos. ¿Has visto alguna vez un pensamiento? ¿Has podido tocarlo, sentirlo,
olerlo? Nadie lo ha hecho en la historia de la humanidad, pues los pensamientos son
inmateriales, al igual que los números y el amor. Si el resultado de la obra de pensar es
inmaterial, también debe serlo aquello que piensa, y puesto que hemos dicho que el alma
es aquello que lleva a cabo el acto de pensar, el alma ha de ser inmaterial.
La segunda nota esencial del alma humana tiene que ver con su inmortalidad, a veces
también llamada subsistencia. El alma, siendo inmaterial, no obedece a los mismos
parámetros que los cuerpos. Son los cuerpos los que tienen una vida orgánica, ya que el
alma no tiene un cuerpo, parece ilógico pensar que esta muera. Dado que la muerte es el
fin de la vida natural, en la cual el cuerpo se corrompe (deja de ser lo que es), y puesto que
el alma no puede corromperse porque no tiene materia, podemos concluir que el alma no
muere. Por su propia naturaleza, el alma trasciende la realidad corporal del ser humano y
no deja de existir cuando su vida natural acaba.