Está en la página 1de 6

1.

La función del cerebro

Semir Zeki ha defendido que el estudio del sistema visual es una cuestión
profundamente filosófica (Zeki, 1992, p.69). La investigación sobre cómo el cerebro
adquiere conocimiento del mundo externo requiere de una base conceptual sólida.

El cerebro clasifica constantemente imágenes que recibe del mundo del exterior y que
transforma en estímulos. Los estímulos visuales no ofrecen un código de información
estable, pues la imagen de un objeto varía constantemente. Por ejemplo, el tamaño real
de algo se va afectado por su distancia o, al tratar de asignar un color a un objeto, vemos
que las longitudes de onda de la luz reflejadas por las superficies cambian junto con las
alteraciones en la iluminación.

Así pues, la función del cerebro es actuar sobre ese flujo constante de información que
recibe y extraer aquellas características constantes e invariables de los objetos o las
imágenes recibidas. El cerebro ya no es meramente pasivo, no recibe únicamente, sino
que la interpretación forma parte de la misma sensación –en este caso, de lo visible-
(Zeki, 2006).

No nos quedamos en la pura imagen de la retina, hay toda una construcción de un


mundo visual mediante un sofisticado mecanismo neuronal. Es cierto que los
neurólogos han hecho grandes avances al tratar de arrojar algo de luz sobre estas
cuestiones, pero no es menos cierto que la filosofía de la ciencia también se ha
interesado históricamente por estas cuestiones. La lección más interesante la podemos
encontrar en Hanson, quien ya abordó la enrevesada relación que se produce entre el ver
y el interpretar mediante la famosa teoría de la carga teórica de los hechos.

¿Cómo funciona esa maquinaria cerebral? El mecanismo neuronal no deja una huella
perceptible en la visión. No referimos pues a un complejo mecanismo dividido en
muchas partes y con una clara subdivisión del trabajo, el cual se manifiesta en áreas
corticales discretas y subregiones de áreas especializadas para funciones visuales
particulares. Cuando algún nivel específico se ve afectado, nuestro conocimiento sobre
algún aspecto visual del mundo también lo hace. Entonces es cuando decimos que existe
alguna patología visual (Zeki, 1992, p.70).
Nuestro conocimiento sobre esa maquinaria cerebral es todavía precario y escueto. Sin
embargo, es interesante atender a su desarrollo durante las dos últimas décadas. Los
neurólogos de finales del siglo XIX trabajan influidos por el neokantismo. Trabajaban
bajo la falsa noción de que los objetos transmitían códigos visuales en la luz emitida o
reflejada, los cuales eran impresos en la retina para ser posteriormente transmitidos a la
corteza visual. Una vez allí, serían analizados los códigos contenidos y descodificados:
se vería, propiamente (Zeki, 1992, p.71).

Habría, por tanto, una doble función del "ver". Por una parte, nos encontraríamos con la
comprensión de las impresiones recibidas y, por otra, su resolución en objetos
concretos, asociados a otras experiencias previas, como resultado de una síntesis final.
A pesar de que este doble proceso ocurría en la corteza cerebral, cada una de ellas tenía
una facultad independiente asociada, lo cual nos recuerda a la división kantiana entre
sensibilidad y entendimiento, pasiva una y activa la otra.

Semir Zeki ha dedicado grandes esfuerzos a mostrar cómo hoy día sabemos que la
retina se conecta a una parte distinta del cerebro, denominada como área VI o corteza
visual primaria. Para ello ha utilizado diferentes imágenes topográficas del campo
retiniano, para darnos la idea conceptual de cómo trabajan los diferentes mecanismos
neuronales (Zeki, 2006, p.33).

Muchos artistas no son ajenos a la organización de la parte visual del cerebro.


Consciente o inconscientemente, los artistas trabajan en sus obras tratando de transmitir
ciertas intuiciones y/o experiencias que apuntan hacia la misma dirección: la
organización neuronal. Así pues, nos encontramos que buscan aquello que les complace,
por ejemplo, en pinturas que les causan placer.

Da Vinci, por ejemplo, estableció que "de todos los colores, los más agradables son los
opuesto". Con ello descubría una verdad fisiológica que sólo ha podido ser verificada
recientemente mediante el descubrimiento de la oposición. Las células del sistema
visual que se excitan con el blanco se inhiben ante el negro (Zeki, 2006, p.20).

Todo lo que vemos y percibimos está determinado por las leyes de la naturaleza. Tanto
por las leyes físicas del mundo externo como por aquellas que rigen la organización de
nuestro cerebro. Si entendemos cómo funcionan estas últimas podremos entender las
condiciones de posibilidad de la experiencia estética. Por ejemplo, el cerebro es incapaz
de registrar movimientos muy rápidos o la luz ultravioleta. El artista sólo puede trabajar
con aquellos atributos de la naturaleza que sean accesibles a su cerebro y a su
conocimiento visual.

Para entender cómo el cerebro gobierna nuestra percepción del mundo, Zeki propone
antes reflexionar acerca de por qué existe la parte visual del cerebro. Y, sobre todo, ¿qué
relación tiene todo ello con el arte? Aquí es donde encontramos el núcleo de la reflexión
neuroestética. "Vemos para adquirir conocimiento del mundo" (Zeki, 2006, p.20). Es
evidente que obtenemos información del mundo exterior a través de otros sentidos, sin
embargo, la visión parece un sentido privilegiado, tal y como afirma Aristóteles al
comienzo de la Metafísica.

Esta sentencia respecto al funcionamiento del cerebro une tanto al arte como a la
neurología. Pero también alude a la filosofía, pues encierra el germen de una posible
teoría general unificadora de la parte visual del cerebro y la función del arte.

Como hemos visto, la obtención del conocimiento por parte del cerebro no es algo
sencillo de explicar. Como defiende Zeki, implica una acción y una selección: la de
aquellas características duraderas del mundo que nos permitan formarnos una imagen de
la realidad y de aquellos rasgos que nos permitan categorizan los objetos’. Es un
proceso activo que requiere tanto de la selección de información, siempre cambiante y
múltiple, de la comparación, donde entra en juego la memoria, y la categorización, la
cual debe sustentarse bajo algún esquema epistemológico (Zeki, 2006, p.20).

Como afirma Matisse: "ver ya es una operación creativa que exige esfuerzo"(Zeki,
2006, p.24). Esto enlaza con la tesis de Zeki, a saber, que el proceso creativo constituye
una extensión de la función de la parte visual del cerebro.

2. La función del arte

La intención de interpretar el arte bajo términos neurobiológicos es arriesgada. A simple


vista no parece posible reducir el arte a un nivel neuronal, pues este tiene una naturaleza
que escapa a ello. Podemos señalar la función social del arte o la psicológica, la
intención de producir goce estético o de afectar a las emociones. Sin embargo, nada de
esto se está poniendo en duda o cuestionando bajo la neuroestética.

La intención de la neuroestética es señalar que "el arte posee una función total muy
similar a la de la parte visual del cerebro y, de hecho, es una extensión de ésta, ya que al
desarrollar sus funciones obedece ciegamente a las leyes de la parte visual del cerebro"
(Zeki, 2006, p.25). Lo que se quiere señalar es la importancia de las obras de arte como
medios visuales, como puertas de acceso a niveles neuronales más profundos.

Zeki trata de comparar la función visual del cerebro con la comunicación verbal para
medir la capacidad expresiva. Muchas veces las palabras se muestran incapaces de
recoger nuestras experiencias visuales. El mayor ejemplo de esto lo encontramos a la
hora de abordar la belleza. Nos mostramos incapaces de definir y comunicar, siquiera, la
belleza que sentimos, de cristalizar todos los matices que distinguimos y la profundidad
de la percepción (Zeki, 2006, p.26).

Sin embargo, el sistema visual, perfeccionado y desarrollado a lo largo de millones de


años, es capaz de detectar, en cuestión de segundos, miles de matices y ámbitos
diferentes. El mayor ejemplo de esto lo encontramos en el cine. Una escena sin diálogos
puede mostrarnos infinidad de cosas: una pequeña diferencia en un rostro puede suponer
una gran diferencia anímica, el color de una superficie puede disponernos mejor o peor
para un estado menta, etc.

Esto es una parte esencial del poder del arte. Puede, no obstante, que algún día
consigamos manejar el aparato lingüístico de tal forma que consigamos lo mismo que
obtenemos con el visual, pero hoy día la parte visual del cerebro es la que mejor
consigue comunicar los deseos, esperanzas y dimensiones del ser humano.

Por ello, si tratamos de entender el arte y la estética bajo el prisma de la neurobiología


necesitamos establecer una definición que abarque la mayor cantidad posible de
aspectos que atribuimos al arte. Semir Zeki acuña la siguiente definición de la función
del arte: "Representar los elementos constantes, eternos y duraderos de objetos,
superficies, rostros, situaciones (…). Y, por tanto, permitir que adquiramos
conocimiento, no sólo del objeto concreto o de la condición representada, sino que
también lo generalicemos a muchos otros objetos, y, por tanto, adquiramos
conocimiento de una amplia categoría de cosas u objetos" (Zeki, 2006, p.25).

De esta manera podemos abordar tanto las funciones del cerebro como las del arte de
una manera similar. Esta actividad supera con creces el ámbito de la neurobiología. El
ver y la creatividad se conciben como una actividad, como una acción, y el arte también
trata de acceder a la esencia de lo sensible construyendo imágenes que sirvan como
construcciones de aquellos caracteres esenciales que ha ido sintetizando a partir de
diferentes experiencias, del mismo modo que hace el cerebro.

Afirmar, por un lado, que el arte trata de representar los objetos tal y como son y, por el
otro, que el conocimiento que trata de elaborar el cerebro es la extracción de aquellos
aspectos constantes del mundo a partir de una información siempre cambiante, nos sitúa
ante una nueva tesitura no exenta de problemas. Todo esto estaba ya en la base de la
estética trascendental kantiana, cuyos problemas parece que vuelven a tener relevancia
para la neurobiología. Veamos algunos de ellos.

3. Críticas y problemas

A pesar de que la neuroestética avanza con pasos de gigante, se encuentra ante varias
limitaciones y obstáculos. El primer problema que debe afrontar es que, a pesar de que
el estudio del cerebro pueda aportarnos nuevos conocimientos acerca de qué procesos
neuronales se activan al producirse una experiencia estética, no parece que ésta se
reductible a un mecanismo orgánico.

Las pautas de comportamiento mental y cerebral son aportes muy útiles y necesarios a
la hora de abordar la relación entre el arte y la ciencia. Entender el arte como una
actividad cerebral que se experimenta en la mente, amplia los horizontes de la estética.
Pero no parece realmente que el espíritu humano quede satisfecho al acotar y someter el
problema del arte y la mente a unas pautas neuronales.

La reflexión filosófica se plantea aquí como la clave de bóveda. No sólo permite buscar
puentes y conexiones entre ámbitos tan diferentes, sino que nos permite reflexionar
críticamente sobre nuestros prejuicios y nos ayuda a la hora de construir un sistema
conceptual y epistemológico sólido.

Por otra parte, la neuroestética no consigue decirnos nada acerca de los objetos
artísticos. Este supone uno de los grandes problemas de la estética contemporánea. El
arte actual se ha tornado incomprensible para gran parte de la población, pues nos exige
de un estudio previo muy detallado, de un nivel de abstracción muy elevado y de una
disposición de ánimo abierta para transgredir las fronteras clásicas del arte. ¿Puede la
neuroestética resolver el problema del "todo es arte / nada es arte"? ¿Qué puede
decirnos de la falta de comprensión de los espectadores o de la falta de comunicación de
los artistas?

A pesar de que la relación entre la función visual del cerebro y la función del arte pueda
parecer más o menos asimilable, a un nivel más profundo, los inconvenientes son
muchos y variados.

4. Síntesis y comentario

La neurología se ha asentado como una de las disciplinas en auge más importantes de


los últimos tiempos. Ha producido toda una revolución conceptual en nuestra forma de
entender el cerebro, en general, y el sistema visual, en particular. Aquellas intuiciones
que la filosofía de la ciencia tenia acerca de la conjunción entre ver y comprender, cada
vez son más aceptadas como válidas, pues el conocimiento visual afecta a la propia
conciencia. Lejos de poder resolver los misterios de la conciencia y la mente, la relación
entre el mundo interior y el mundo exterior del ser humano alcanza nuevos niveles
mediante otras formas de reflexión, esta vez asentadas sobre el método científico.

Estudiar el complejo aparato neuronal no sólo nos permite entender más y mejor acerca
de patologías y enfermedades particulares, sino que nos abre caminos hacia la propia
naturaleza de la humanidad.

También podría gustarte