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No se me sale de la cabeza esa infeliz.

Su perfume barato y su

rojo mamasita. Simplemente no pude. No aguanté más.

Hablaba sobre su ex o su novio. Un cochino. Dice que la

abofeteó. Trató de matarla. La atacó con un bate. Le dije: corre,

corre y vete lo más lejos. Me miró con los ojos vacíos. Como si yo

hablara ruso. Le dije: creo que no me estás entendiendo. Te van

a matar. Mira, primero él te va buscar. Te va a llamar. Te

mandará mensajes diciendo que lo siente, que no volverá a

pasar. Él sabe que estás sola. Te buscará hasta que te canses y

cuando te canses se repetirá todo de nuevo hasta que uno de

ustedes termine muerto. Imagino que él es más grande que tú.

Sólo me dijo, ok. No entendió.

Al rato todos fuimos sorprendidos por un bello durmiente. El tipo

simplemente cayó al piso. El estruendo salió de la nada. Un

matazo. El de al lado lo ayudó a sentarse de nuevo. Tiene sueño,

le dijo. No, doctor, permítame disentir. El tipo lo que tiene es un


jumo. Desarrolle, colega. Bueno, lo sé por la cara de tomate y los

ojos de fuego.

Reconozco que me asusté demasiado. Hasta aquí llegué. Orny

me enseñó a estar siempre alerta. Eres un animal de la talvia, me

dijo. No te puedes dar el lujo de andar vendido. En cualquier

momento te la ponen.

Pensando en eso agarré el bultico aún más fuerte. Creo que

nadie sospechó porque todos nos asustamos. Fue de repente.

Siempre trato de verme natural. Pero a veces, simplemente no se

puede.

Ding, ding, ding, ding, ding. Esta es mi parada. Adiós a todos los

asistentes del curso bíblico de este domingo a las siete. Adiós a

los paseos en familia. Pizza included. Adiós a los tiguerones y a

las bandidas ready pa' lo que venga. En este país nadie trabaja

los lunes.
Antes de bajarme, un niño, tal vez cuatro o cinco, apuntó a su

mamá con una pistolita. Dame cien mil pesos, le decía. Dámelos

ahora. Me pregunto para qué un niño querría eso. ¿Acaso sabe

contar hasta ahí? Tal vez necesita una yipeta para embarazar

alguna amiguita en la disco.

Atención a todos los pasajeros: Estación Los Caribes, próxima al

sector El Edén.

Me amarré mejor al bultico y salí.

Salir de la estación es meterme en la bestia. Su lengua eléctrica

espera mi primer paso. Lengua larga y bífida hecha de escalones

automáticos que suben y bajan. Veo a otros salir y entrar de la

bestia en medio de la brisa caliente que brota de la boca

iluminada. Un aliento de humo. Humito que se mueve y se eleva.

Estaré aquí un rato más, parado, sin subir.

Los ventanales son los ojos. Si los ojos son las ventanas del alma

entonces la bestia tiene el alma hedionda. Llena de vendedores


ambulantes que esperan mi llegada. Cargadores y covers, dvd’s

porno, anís estrella, periódicos, fruta.

Esto me acuerda a Alina. Ella siempre sube sin pensar en nada.

Vive en el aire. Dentro de su burbuja arcoíris con casitas de

marshmallow y ponys rosa. Yo siempre en para. Siempre tengo

que agarrarle la mano para que recuerde caminar como un

adulto.

La última vez que nos vimos las cosas no salieron tan bien.

Estaba sonando esa canción de The Beverlies,  A wolf rides the

night.

A wolf rides the night.

From the plains of Arizona

To the busyness of New York.

I looked for you.

And I met you.


A wolf rides the night

With a  shattered  face

And devilish eyes.

A wolf rides the night.

Would you satisfy my urges?

I'll surely hold to your cravings

Don't let me down, baby.

Ohhhh, a wolf rides the night.

Hablamos mucho. No nos sacaron del sitio aunque todo el

mundo se había ido y como los meseros limpiaban la cocina,

ninguno se dio cuenta que todavía estábamos allí.

—Tú no lo entenderías. Ningún hombre entendería mi relación

con él, me dijo.

—No soy tan bruto, protesté.

—Tengo cuentas qué pagar.

—Tendrías muchas menos si intentaras no vivir como una diva.


Ella trató de pensar, supongo.

—Tú sabes que no lo quiero. Por eso lo dejé la primera vez.

Nunca lo he querido, agregó.

Alina nunca deja de sorprenderme. Para este punto estaba tan

incómodo que no me aguanté.

—Tú sabes— Hice una pausa. —Hasta las hienas salen a buscar

comida para sus hijos. Así que... no te creas la gran cosa.

—Eso me gusta de ti.

—¿El qué?

—Esa habilidad para ofenderme.— Hizo una pausa y

agregó: Eres un cínico.

—Gracias.

No la he vuelto a ver. Se siente culpable y por eso no me llama.

Eso quería yo. Hacerla sufrir. Traté de hacerlo bien con ella. Me

esmeré. Literalmente saqué lo que quedaba de mi alma y se la

puse en las manos. ¿Para qué?


Puse los pies en el primer peldaño y me dejé arrastrar hasta la

garganta de la bestia.

La distancia entre la estación y la gente de

Antero es suficiente para que suceda lo peor. En especial la

calle Hornos. Vacía de luz y de gente. Orny me dijo que lo mejor

en estos casos es esperar lo peor. Un ejercicio de paranoia

regalo de la urbanidad postmoderna. Caminas y caminas

sabiendo que lo peor es también inevitable. "Vigila siempre los

cambios, las cosas que estaban antes y ahora no, la rutina es tu

mejor amiga" me decía. Era mejor venir en el carro.

Veo la publicidad que anuncia una nueva película: Señor

Ciudad. El cartel tiene el rostro de un hombre que se va como

perdiendo en una espiral de deportivos, champaña, botes,

mariscos y mujeres. Todo sobre un fondo amarillo intenso. No me

gusta ese fondo. Me acuerdo del tráiler por una de las actrices.

Me encanta esa mujer. A veces la veo en su programa de

variedades. Degeneración a través de un cuerpo comprado.

Bella, risueña, tímida y entaconada. Bajo el maquillaje, las


lentejuelas y las extensiones vive una tristeza. Por eso me

encanta. Siempre con una pose, creada para ocultar lo mucho

que odia el establishment, lo mucho que odia al sistema que la

creó. La chica que odia a su padre. Yo haría la película sobre ella

y le pondría ese mismo nombre.

El rostro del hombre en el cartel no tiene un gesto definido. Es

imposible saber lo que siente. Es una cara que sólo está ahí.

Sólo existe.

Logré liberarme del ruido y los vendedores. Mantengo el paso

rápido, pero nada fuera de lo común. El sol está cayendo y ya

empiezan a verse esos colores morados, azules, naranjas,

amarillos y negros. Es un cuadro bonito. El cuadro en

movimiento de un círculo amarillento escondiéndose bajo unas

almohadas suaves y plateadas. A esta hora, lo único que el sol

quiere es escapar.

Quisiera un cigarrillo. Pero no. Me voy a distraer. Lo que menos

quiero ahora son distracciones. Estoy a punto de doblar en la


callecita Hornos. La Hornos es el sitio perfecto para hacerlo. Lo

sé porque si yo fuera ellos y ellos fueran yo, ahí es donde lo

haría.

¿Quién eres? ¿Cómo eres? Estoy tratando de ubicarte desde que

salí de la estación. Te busqué entre los choferes y los peatones.

No sabes esconderte y tampoco sabes disimular. ¿Eres tú solo o

viniste con otros? Definitivamente la Hornos es el mejor sitio.

Me estás esperando desde que salí. Tal vez el viejo Antero me

describió y ya sabes como soy. Seguro tienes una familia muy

pobre. Eres un release mala de muerte que no supo qué hacer

con el dinero. Te compraste una BMW usada y empezaste a

cogerlo suave. Esa es mi ventaja. Eres un improvisado con un

cañón. Tengo una idea de cómo luces. Estarás recostado de

alguna pared pasando el frutero en la otra acera. Lo sé porque

así lo haría yo. Fumando o mascando un palillo. Tu pinta es tan

obvia que es imposible ignorarte. Aretes, cicatriz, tshirt sin

mangas, tenis blancos y tinte rubio o trencitas. Si te ha ido bien,

tienes un bling con tus iniciales o el nombre de tu mamá. Tu

mamá está muy enferma, pero todavía se levanta temprano para


hacerte café. Tienes un hermano que se está muriendo de

hepatitis.

O tal vez eres un palomito que seguro no va a llegar a los

veintidós. Te volviste adicto cuando vendías chulitos en el

malecón. Caminando entre pedófilos y trasvestis. Eres un

margen, un subproducto periférico. Desechable. Nunca conociste

a tu papá y a tu mamá la mataron a palos por celos de algún loco

viejo. Tu abuela te crió entre masitas y cocotazos. Hace como 5

años que no sabes de ella. Vives en un callejón con una

prostituta vieja y dos más iguales o peores que tú. Ahora eres un

animal. Actúas por impulso y no se puede razonar contigo. Sin

esperanza, con el cerebro quemado por el vicio. Sin nadie que

pague dos pesos por ti. Te enseñaron a usar una nueve

milímetros y te ha ido bien, tomando en consideración los riesgos

pertinentes a tu línea de trabajo. Esperarás que entre por la

Hornos y antes de que llegue donde la gente de Antero, te

acercarás en tu ruidoso Yamaha con tu socio de negocios,

tronarás la nueve un par de veces, agarrarás el bultico y los dos

se irán rápido, mientras yo me desangro en la acera.


Cuando conocí a Antero no le vi ninguna intención rara. Después

de un par de tragos te hace unos chistes bien malos. Antero y

Orny son totalmente diferentes. Antero tiene mal gusto y trata a

su gente como basura. Te aplasta con sus manotas de uñas

sucias. Suda mucho y te salpica de saliva cuando se ríe. Alguien

debería darle algunas clases. A veces me pregunto cómo se

conocieron. Si tuviera que escoger ni me acercaría a gente así.

Pero dinero es dinero.

Orny es la persona más decente que uno se pueda imaginar. Es

un buen patrón. Sabe mucho. Es joven, pero lo disimula bien

detrás de su escritorio en el cuartico de atrás de la ferretería.

No le ando preguntando mucho sobre sus asuntos. A pesar de la

confianza sólo sé lo poco que me dice y lo que puedo suponer. No

más. Seguro ha tenido que jugársela para ganarse el respeto.

Siempre tuvo una forma con la gente. Fue a la universidad dos

años, pero no siguió. Nos conocemos de niños. En aquel tiempo

no hablábamos tanto. Creo que fue un alivio para él que


volviéramos a hablar. Las personas de confianza nunca sobran.

Una vez me contaron que conoció un tipo en la clínica, cuando

Evelyn estaba embarazada. El tipo andaba con su mujer porque

tenían el niño enfermo. Se agarraron confianza de una vez. Al

final parece que hubo algún lío con la factura. El seguro no cubría

sabrá Dios qué cosa y Orny le pagó todo sin pensarlo dos veces.

Así es él. La gente dice que es medio pájaro. En cierta forma lo

parece. Es un poco amanerado y demasiado cortés. Pero yo le he

conocido varias mujeres aparte de Evelyn. No sería el primer

pájaro con familia de este mundo.

Hace dos semanas estaba en su casa. Es como una casa de

revista. Ostentosa pero no vulgar. Típica de un niño bien. Estoy

seguro que pudo hacerla más grande, pero al hombre le sobra la

prudencia. Está llena de modelos recibidos desde zonas más

frías. International style. Mucho cristal y concreto. Evelyn me

dijo que Orny eligió todos los muebles. Esa casa es un sueño.

Cuando entras parece una nave industrial. Algunas paredes no

están pintadas y contrastan perfecto con otras que tienen un

tapizado con texturas. Tiene unas lámparas loquísimas y al fondo


puedes ver el patio con la piscina a través de un ventanal

enorme. En el centro hay una especie de jardín de arena. De esos

que usan los chinos para practicar caligrafía. La luz está

controlada y siempre hay una musiquita leve sonando. Deep

house, bossa nova, algo así. Como cuando entras al lobby de un

hotel. En la noche se ve increíble. Orny no deja que tiren fotos

en su casa.

Evelyn y Orny todavía se hablan, pero ya no están juntos. Me da

pena con Pamela. Ni siquiera tiene dos años.

Me voy a retirar, estoy cansado de esta vaina, me dijo Orny esa

noche, sirviéndose del dieciocho años. Ya tengo suficiente,

agregó. Viviré lejos, en el campo, con una indiecita de ojos

verdes. O tal vez con dos, corrigió riéndose. Yo también me

reí. Después me llevó arriba y, en su habitación, me mostró una

maleta llena de dinero escondida al final del closet. Nunca había

visto tanto. Esto es para mi pensión, dijo con orgullo. No voy a

pasarme la vida en esta vaina, y apuró el trago, dándole un toque

aún más dramático.


Pienso de nuevo en Alina. Todos los planes que hicimos juntos. El

futuro que creamos. Hijos que juramos tener. Cosas que nunca

existieron más allá de la habitación de un motel. Como dos niños

que se pasan horas jugando y de pronto escuchan la voz de un

adulto que los llama porque ya está oscuro. Hablábamos de

eso y en el fondo de mí yo quería que fuera verdad. Ella y yo

somos tan diferentes. Yo soy muy simple y ella se afana mucho

por cosas que no tienen importancia. Ambos dejados a nuestra

suerte.

Cuando pasé por la ferretería de Orny esta mañana a recoger el

encargo, lo sentí raro. Me hizo esperar media hora antes de

atenderme. A través de la ventana, lo escuché discutiendo con

alguien por teléfono. Cuando finalmente abrió la puerta y me

invitó a entrar, tenía la cara roja y los ojos perdidos. Nos

sentamos con calma y él se quedó mirando el techo sin decir

nada. ¿Quieres un trago? me dijo. Ahora no, orita cuando venga,

respondí. Pregunté si todo estaba bien. "Tranquilo, tíguere". Me

pasó un celular barato y me despachó de una vez con Fran al


depósito. No me gusta andar con dos teléfonos. Si el caliente

suena es porque pasó algo.

En la esquina de la callecita Hornos hay una cafetería. Voy a

pasar al baño para acomodarme la glock. La tengo atrás y con

el jacket encima se me hace difícil manipularla. Es mejor en el

costado. Me detuve un segundo frente al muchacho de la barra y

pregunté por el baño. Ni siquiera se molestó en mirar.

Simplemente señaló un lugar con la boca. Caminé.

El baño no está muy limpio que digamos. Tiene dos urinales y un

inodoro tapado con playwood. Resolví rápido, pero no salí de una

vez. Quería que vibrara el celular. Quería que algo me detuviera.

Un tiroteo afuera. Un accidente. Un mensajito de Orny. Lo que

sea. En la estrechez del baño empecé a sentir un peso que caía

desde el techo y me abrumaba. Alguna suerte de pánico. Pienso

que tal vez soy muy paranoico. Esta vaina de andar siempre con

cuatro ojos me está pasando factura. Me gustaría quedarme un

rato más hasta que se me pase. Pedir algo. Una coca cola o
agua. Fumar. Pero no tengo tiempo. Tengo que respirar hondo,

salir de aquí y llegar al edificio de Antero.

Pasé de nuevo por la barra. Buenas noches.

Efectivamente, ya está oscuro. Todavía no me he topado ni

al release ni al palomito. La calle está normal. O sea, vacía. Sólo

está la luz del edificio al fondo. Última parada: segundo piso. Me

deben estar esperando. A esta hora por aquí no pasan muchos

carros. Tal vez camine por el medio de la calle con el hierro en la

mano. Eso sería lo más seguro para espantar a cualquier

travieso. No quiero llamar la atención. Desde aquí se oye la

música que sale de una casa cercana. La odio. Atrás dejé un sitio

que se veía bien. Me prometo una cerveza ahí cuando termine.

Después tengo que volver donde Orny. Tal vez hagamos una

juntadera con Fran y los otros. Iremos al Samurai o al Tustep. A

Maison ya no se puede ir porque van muchos locos.

Decidí cargar la glock en la mano, pero dentro

del jacket. Acomodé el bulto y arranqué. Hay una chica


preciosa en la puerta de la casa con música. Aunque está lejos,

se nota que es bonita. Tengo que mirar siempre a todos lados. No

distraerme. Captar los ruidos. Estás en la Hornos. El sitio

perfecto. Oscuro, desolado. No te dejes intimidar. Sigue

caminado. Acelera el paso. Todos se van a dar cuenta que estás

evitando que te atraquen. Eso no tiene nada de malo. La chica se

queda mirándote cuando pasas frente a su casa. Eso es normal,

porque no hay nada más qué mirar. Eres la única cosa en

movimiento de esta calle. La noche también te puede ayudar. Te

vas escondiendo en los sitios que hay sombra y quedas

completamente invisible. Una moto se acerca. Me detengo. Giro

rápido, enganchando el bulto en los hombros y apretando mi

hierro. ¿Eres tú, palomito? Viniste a quitarme lo mío. Te vas a

sorprender cuando me veas. Yo también sé tirar. Mejor que tú.

Tengo entrenamiento de asimilado en el glorioso cuerpo de la

Policia Nacional, horas en el polígono y vista 20/20. Soy un

hombre hecho.

No eres tú, palomito. Te salvaste. Era sólo un muchacho. Siguió

de largo y dudo que me viera. Tiempo de continuar. Queda poco.


Tal vez cincuenta metros. La Hornos se va poniendo estrecha en

esta parte hasta que muere en la pared de la cancha. Me gusta

por aquí. Antero se maneja bien porque nunca hay ruido. A veces

algún idiota se emociona y celebra su Semana Santa más

temprano. Pero eso es normal. No debería, pero lo es. Puedo vivir

con eso. En el balcón del edificio está uno de los muchachos.

Creo que es Chaplin. Me hace señas con la mano. Asentí con la

cabeza.

Tal vez eres tú. Una cara conocida. Esa también es una buena

forma de hacerlo. Llegaste más alto. Antero te cogió confianza y

te puso al frente de la casa. Viniste de la frontera hace cinco

años. Escapaste. No te gusta ordeñar vacas a las cuatro de la

mañana. Te ha ido bien. Has tenido que hacer una que otra cosa,

pero todavía no estás caliente. Sueñas con la mujer de Antero

porque tu mamá no te dio la teta cuando estabas chiquito. No te

conformas. Vives de los problemas. Cuando las cosas empiezan a

salir bien siempre tienes que cagarla.


Vas a esperar que suba. Me invitarás a entrar. Quizás me

ofrezcas un trago. Dudo que tengas algo decente en esa

ratonera. Cuando me invites a entrar, esperarás que me acomode

y baje la guardia. Estaré desprevenido y podrás hacer lo tuyo. Me

invitarás a sentar y mientras camino hacia el sillón, alguien me

apretará fuerte por detrás para que no me mueva. Pondrás un

cable de teléfono alrededor de mi cuello. Lo apretarás muy fuerte

hasta que me exploten los ojos y me haga en los pantalones. Es

la mejor forma. No hay ruido, ni sangre. Así lo haría yo si fuera tú.

En la madrugada, como a las dos, me vas a bajar por las

escaleras metido en la caja de una lavadora para dejarme tirado

en un solar abandonado cerca de Hato Nuevo.

Esta paranoia me tiene loco. Pero tengo que ser paranoico.

Tengo que ser guapo y pendejo. Estar en para y tranquilo. Lo he

hecho tantas veces y siempre es como la primera vez. Como

volar chichigua la primera vez. Una y otra vez.

El edificio sólo tiene dos apartamentos ocupados. Está

completamente oscuro. Sucio, estrecho y mal pintado. Con esas


manchas de filtración en el techo por todos los pasillos. Excepto

por la luz en el balcón de los muchachos, no se ve gran cosa.

Antero mudó una tipa aquí para hacer sus fiestecitas. Una vez vi

una niña de quince o dieciséis entrando. La trajeron en moto.

Subió tímida las escaleras, pensando no sé qué cosas. La

muchacha de Antero ya la estaba esperando en la puerta. El otro

tipo que vive aquí es su primo, creo. Tiene la compraventa mejor

surtida en este pedazo.

Antes de entrar al edificio miro el balcón. Parece que Chaplin

entró. Empiezo a subir las escaleras. Uno de los teléfonos vibra.

Guardo el hierro. Es Alina llamando. Pongo el bulto en el piso y,

por un segundo, pienso en contestar. No tengo tiempo ahora.

Está tan oscuro que sólo veo los escalones. Sigo avanzando.

Abriéndome paso en las tinieblas sin fin. Pienso en escribirle a

Alina diciendo que no puedo atenderla ahora. Ella no merece

tanta decencia. Empiezo a escribir, pero no. Tal vez más tarde.

Que sufra un chin.


Llego a la segunda. Atraído por la luz amarillenta del bombillo.

Como los mosquitos que no tienen donde pasar la noche. Chaplin

está fumando, sentado encima de una caja de bacalao. Me hace

señas para que avance. "Dime, tíguere, toca la puerta que el

Negro te 'ta esperando". Hay un charco y pedazos de vidrio en el

piso. Miro por un momento. "No le pare'. Hace un ratico se le

cayó una cerveza al Negro" me dice. Tiene puesto un tshirt de los

que te regalan en los maratones benéficos y está descalzo.

Camino por encima del reguero y toco la puerta dos veces. Veo a

Chaplin de reojo mientras se da un copazo. Mataría a cualquiera

por un cigarrillo.

La puerta se abre por la mitad. Sale un tipo con el pecho

desnudo. Un barrigón enorme de camionero y una cara fea que

nunca he visto. Tiene los labios brillantes. Seguro por la grasa de

algún animal muerto. Servicio grande de cinco piezas con fritos.

Mucho tajo y mucho trozo. Pelos gruesos y oscuros salen por la

nariz y las orejas. 

—¿Qué quiere?
—Vine a traer los dos sacos de chinola que mandó Orny. Soy

amigo del Negro.

—Pasa, pasa. Él te 'taba esperando— dice mientras su boca deja

ver unos dientes llenos de sarro.

—Dile al Negro que ando rápido. Me voy de una vez. Dando y

dando... — Levanté un poco el bultico para que apure el paso.

El pana se queda en silencio. Empieza a sobarse la panza sin

decir nada. Tiene los ojos rojos y la piel gruesa. Siento pasos. Es

Chaplin que se acerca. El barrigón voltea la cara y le echa una

voz al Negro. En menos de un segundo, Chaplin me da un palo

entre las piernas que me pone de rodillas y entre los dos me

arrastran por la puerta.

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