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El excelente y singular comentario de Ana Useros sobre «Parásitos»

Por Rosa Guevara Landa | 21/02/2020 | Cultura


Fuentes:

“El olor de los pobres” [1] es el título de una crítica, magnífica en mi opinión, de Ana

Useros (crítica de cine y traductora) de la oscarizada Parásitos. La finalidad de esta

nota es dar cuenta de su aproximación, de sus reflexiones, centradas esencialmente

en el tema de la película, no en aspectos del lenguaje cinematográfico del film.

(Dicho sea entre paréntesis, Ana Useros es también traductora de un libro que no

deberíamos perdernos, sobre todo las mujeres. Absolutamente recomendable: Jenny,

Laura y Eleanor Marx, Las hijas de Karl Marx. Correspondencia familiar 1866-1898,

Huarte, Libros Corrientes, 2019

No puedo dejar de reproducir una carta que Eleanor Marx, con 11 años, envía a su

padre el 19 de marzo de 1866 (la cursiva es mía):

Mi querido papá:

Como Jenny [su hermana mayor] va a escribirte, quería también adjuntarte una

breve carta. Tu primera aventura es muy graciosa. Que confundieras a un sordo con

un ciego es magnífico. Me extraña que los “oídos del sordo no se abrieran”

[referencia a Isaías 35,5: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos/ De y los oídos

de los sordos se abrirán” (trad de Bover/Cantera, B,C.A. 1953)] ante tu llegada.


Entiendo perfectamente que te intimidara quedarte a solas con un ciego que era

sordo.

Ahora bien: ¡Karl Marx, doctor en filosofía errada, espero que mantengas tu

promesas y vengas el jueves! Se despide con amor, siempre.

Tu afectuosa,

Ellie.

Ana Useros abre su crítica con una descripción de lo sucedido (con un recuerdo

para Roma) en la última edición de los Óscar. Se ha comentado hasta la saciedad,

señala, que es la primera vez en la historia de los premios que una producción con

diálogos en una lengua diferente a la inglesa “se ha impuesto a los pesos pesados de

la industria más poderosa del mundo”. Aún es pronto, en su opinión, para saber si lo

sucedido será un hecho aislado o síntoma de algo más, de una tendencia nueva, así

como para saber de “qué tendencia hablamos, aunque seguramente tendrá algo que

ver con la nueva hegemonía propiciada por las plataformas globales de producción y

distribución por streaming”. El año pasado, nos recuerda, “otra película “extranjera”

(ahora se ha cambiado oficialmente la denominación a película

“internacional”), Roma, centrada en una trabajadora doméstica sumisa y sufriente,

subyugada por la familia rica a la que sirve, estuvo a punto de ganar ese premio”. Es

tentador señalar el paralelismo y forzar ligeramente la metáfora: “pues los

personajes de Parásitos acceden al universo codiciado de la clase alta (¿Hollywood?)

por la puerta de servicio, si bien lo hacen con una actitud completamente opuesta”,

opuesta a la del personaje central, la trabajadora doméstica, de Roma.

Esa actitud, ese descaro de los personajes de Parásitos, destaca Useros, “es sin duda

una de las causas por las que, a diferencia de la película de Cuarón, al hablar de

Parásitos la crítica mencione no solamente la enorme desigualdad social y la división

de clases, sino esa expresión casi proscrita: ‘lucha de clases”. Y sin embargo, matiza

con todo acierto (y sin apenas comentarios similares en otras críticas), “poco tiene

que ver Parásitos con la reivindicación colectiva de un mundo diferente”. Sí tiene

mucho que ver, en cambio, “con otra venerable tradición social, con ese impulso

individual(ista) por medrar, por integrarse en una clase social superior y disfrutar de
sus privilegios, lo que de toda la vida se ha llamado arribismo”. Este es el punto

esencial de su reflexión.

Prosigue Useros con un apunte histórico. La coincidencia de una sociedad

industrializada y una cultura obsesionada no solamente por la clase social sino por

los signos externos de pertenencia a esa clase, “propició que la figura del arribista

tuviera su representación más sólida en la literatura anglosajona a partir de la

segunda mitad del siglo XIX”. La desazón social producida por la revolución industrial

“tuvo primero en Dickens a un cronista del movimiento inverso, del desclasamiento,

de la súbita caída en la pobreza por razones fuera del control de sus personajes

(David Copperfield, la pequeña Dorrit, los protagonistas de Casa desolada)”. Cuando

el autor gran novelista inglés retrata “a un arribista, como Pip en Grandes

esperanzas, lo hace con tal ternura que apenas nos atrevemos a darle ese apelativo,

y su ascensión por la escala social está tan fuera de su control como el descenso por

la misma escala de los otros personajes”. Totalmente opuesto, en opinión de Useros,

“es el otro gran personaje arribista de la primera época victoriana, el Barry Lyndon

de W. M. Thackeray, este sí, cínico y calculador”.

Prosigue nuestra crítica señalando que a medida “que los ejércitos de mano de obra

asalariada invaden los cinturones urbanos, el temor a contaminarse por la irrupción

de esa humanidad que la clase alta conceptualiza como impenetrable y animal

adopta varias formas literarias”, desde el mito de Frankenstein (que “Franco Moretti

dice que simboliza el miedo de la burguesía hacia el proletariado”) hasta la “novela

policiaca, que nace como género en ese momento”. La fascinación, surgida del temor

y la curiosidad, alimenta, en opinión de Useros, “la figura del arribista, un hombre del

pueblo con talentos excepcionales (por supuesto, todo talento de un proletario,

campesino, etcétera, será excepcional por definición), que aspira a ocupar un lugar

que no le corresponde por nacimiento (como Jude el oscuro, de Thomas Hardy)”.

Esa fascinación se codifica a menudo como erótica: “el arribista ingresa en la clase

alta mediante una relación sexual con una mujer a la que seduce, no por su

adecuación a los nuevos códigos, sino por sus “errores””. El ejemplo clásico es “Una

tragedia americana, de Theodore Dreiser, lo que nos recuerda que la novela

estadounidense hereda este tema del arribismo y lo resitúa en la gran burguesía

industrial, en lugar de la aristocracia.”


En este mundo incierto, sostiene Useros, en el que un huérfano como Heathcliff

puede acabar siendo el dueño de Cumbres Borrascosas, “se vigilan continuamente

las marcas culturales de la pertenencia a una clase”. Los arribistas corren el riesgo

“permanente de ser descubiertos, ridiculizados o expuestos”. Los delatan “su piel

morena, sus modales toscos, las patadas a la gramática (el protagonista epónimo de

Martin Eden), la pronunciación incorrecta del alemán (Leonard Bast en Howards End),

la ropa desgastada o inadecuada”

Pero los protagonistas de Parásitos, ayudados por la tecnología moderna y por la

permeabilidad moderna de las costumbres “son prácticamente infalibles y no

cometen ninguno de los errores de sus predecesores”. Sin embargo “su olor corporal

los delata, el “olor a pobre”, como se define sucintamente en la película, sin ninguna

referencia a sus connotaciones de enfermedad, falta de higiene, hacinamiento”. No

solamente es un “error” imposible de subsanar, “sino que probablemente sea el

único error que nunca será un instrumento de seducción”. Consecuencia: “Impedirá

la integración perfecta de los perfectos arribistas, lo que no desencadenará una

lucha de clases, pero sí una masacre colectiva” [la cursiva es mía]. De nuevo énfasis

en el mismo nudo de su aproximación.

Enraizada en la tradición cinematográfica y literaria del arribista o del trepa, prosigue

nuestra crítica, “Parásitos se separa de películas claramente emparentadas con ella,

como El sirviente, de Joseph Losey, porque no trata de un ‘trepa’, sino de varios”. El

que los miembros de la familia “se sumen uno a uno a la trama es una de las claves

del humor de la película y de la incomodidad que suscita”. Da la sensación, prosigue,

“de que podrían multiplicarse hasta el infinito, de que cualquier persona, pariente o

no, podría participar con la misma destreza en el engaño. Y eso quizá sea lo más

subversivo y novedoso de la película”. En el relato clásico, un arribista individual

trata de alcanzar una posición que admira y “para ello debe imitarla con su talento, y

esa imitación es el mejor elogio y legitimación posible del orden social”. La suerte del

arribista se justifica por una especie de “meritocracia que a su vez ratifica los valores

que sostienen la jerarquía”. Bien decía Orwell, nos recuerda nuestra traductora, “que

no se creería nunca a nadie que dijera admirar a la clase obrera hasta que no lo viera

adoptar los modales del proletariado en la mesa.”

Nuestra aguda crítica, con mucho acierto, cierra así su aproximación:


«Si cualquiera puede imitar el objeto de deseo y si la diferencia entre el original y la

copia es algo tan intangible como un olor que solo perciben los privilegiados, la

exclusividad y el aura se devalúan. Eso podría conducir, como soñaba Walter

Benjamin, a un cambio social radical. Pero, por mucho que la crítica la invoque, si la

lucha de clases no está presente, esa devaluación quizá sea solamente un síntoma

más de la nueva hegemonía audiovisual«. [La cursiva es mía]

¿Alguna observación menor? Tal vez hubiera estado sido conveniente completar esta

mirada crítica de clase con una perspectiva feminista (a la que alude puntualmente)

que pusiera también su foco sobre el papel de las mujeres en el film, y no sólo entre

las mujeres trabajadoras.

Sea como fuere, muchas gracias compañera Useros por la reseña… y, si pueden, no

se pierdan la película.

Nota:

(1) https://elpais.com/cultura/2020/02/14/babelia/1581690765_342973.html

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