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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

Liliana Aguilar de Paolinelli (San Juan)

LA TORMENTA

En muchas partes he oído acerca de


"ahogados". Quien más quien menos nos
relata que estaba. "bellísimo", otro que era
horrible como escuerzo, y así cada uno con
su versión.

Cuando yo vi al ahogado en la playa,


boca abajo, bebiéndose el océano con sed
infinita, tuve la sensación de' que la .gente
exagera demasiado, porque un ahogado es
un muerto y éste, bien digo, era el muerto
más muerto del universo. Nada más. La
playa silenciosa y la puesta de sol era un espectáculo' digno de
cualquier funeral. Nadie, salvo yo, había notado la presencia del
cadáver en la playita baja de Punta del Dunar, o eso creí, entonces,
y me quedé un buen rato mirando extasiado como el agua mojaba y
remojaba el cuerpo, cómo las olas jugaban con él, meciéndolo rro
rro rro. Me acerqué. Un cuchillo clavado en su espalda corroboró mi
primera impresión.

La sangre salía a pequeños borbotones y se escurría buscando


el declive de la arena, El agua diluía la sangre y la convertía en una
delgadísima cáscara rosada desde el cuerpo hacia el borde de
arena. La cara del hombre no se veía bien, es decir, no pude verla
mejor, de cualquier modo, no la hubiera reconocido dado que yo
era un turista más de los miles que invadíamos la playa en esa
época del año.

Un brazo había escondido abajo del cuerpo y el otro, cuan


largo era, a su costado. ¡Ni que estuviera dormido! Observé con
tamaño espíritu de investigación que el cuchillo era de los comunes,
casi se diría que no hubo necesidad de afilarlo, y ya en el tema:
como los peces no usan cuchillo y los hombres no se suicidan por la
espalda, concluí que era un asesinato. ,

Por fortuna la seccional no distaba mucho de la playita y fui


retrocediendo con alguna cautela, creo que en puntas de pie,
siempre de cara al ahogado y recién al llegar al murallón del puente,
comencé a caminar con paso normal. Trepé de un salto hasta
alcanzar la pasarela y casi sin ninguna prisa, me detuve a mirarlo.
No, no era una pesadilla. Allí estaba.

Posado en la barandilla pude apreciar un detalle que antes


me pasó inadvertido: los anteojos. Sus anteojos habían quedado a
poca distancia del cuerpo, tan-poca, que quizás estuve a punto de
pisarlos.

El detalle, que en' principio, me 'pareció de crucial importancia,


luego me lo fue pareciendo menos y ya, cuando decidí seguir
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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

camino de la comisaría, lo había olvidado por completo

¡Qué va a hacer uno! Si no lo vi fue porque soy chicato de


nacimiento y, de' cerca sin los lentes, no veo ni mi sombra (eso es
lo que dice Doris, mi mujer, cada vez que sale a relucir el tema). .'
.

Del puente a la calle principal no hubo más que un paso. El


trayecto incluía un pequeño desvío: entrar al hotel donde nos
hospedábamos con Doris, y contárselo. Fue entonces cuando recordé
el compromiso contraído con Manolo para ir al teatro todos juntos
esa noche. Ya no quedaba demasiado tiempo y supuse que Doris
estaría enfurecida por la demora, de modo que pasé frente al hotel
con toda velocidad y doblé en la primera esquina.

Al cruzar la calle, vi el escudo en la fachada del único edificio


de dos plantas y el guardia en la puerta. Buenas tardes, pero debió
ser por el frío que ya se anunciaba o porque los guardias no
saludan a nadie, no devolvió mi saludo.

Traspasé la puerta. principal y cuatro internas "Oiga, agente,


vengo a. denunciar un ,asesinato. Mire, yo lo único que quiero es
informarles que he visto un tipo muer… SE DAN CUENTA QUE ES UN
CRIMEN ALEVOSO... maldito el apunte que me llevaron. O estaban
sordos o se hacían los idiotas, el caso es que traspuse nuevamente
las cuatro puertas internas y la principal, ya ni. saludé al guardia y
si la mismísima policía no se daba por enterada, a' quién diablos le
iba a contar lo que sabía. .

Sentí la tremenda necesidad de volver a la playa. Doris no


tenía más remedio que esperar.

Acomodé lo mejor que pude el muñón izquierdo (un accidente


como cualquiera tiene uno en la vida, sólo que éste me dejó sin
brazo) y caminé con rapidez, diría yo, eché a correr en dirección al
puente, como si el muerto pudiera escaparse. Pero no. Allí estaba
tal como lo había dejado. Creo que si no se hubiera tratado de algo
tan macabro, en verdad sería un espectáculo muy hermoso: aquel
cuerpo tendido con tanta paz, con tanta frescura, con un sol que ya
no era sino una sola raya horizontal abierta sobre el mar para
señalarlo...

Quedé un rato pensando en mi dilema: no podía irme así, tan


tranquilo y dejar el muerto librado a su suerte, ni sabía a quién
recurrir.

Ensimismado en tan profundos pensamientos, noté,


tardíamente que una pareja me había estado observando todo el
tiempo, y ahora, se alejaba a gran velocidad, ambos tomados del
brazo y cuchicheando entre ellos. Entonces me invadió la
desesperación porque, alguien que vuelve al lugar del hecho como
si en realidad le importara, ¿quién es? EL ASESINO, no cabe duda.
Por otra parte, me habían visto realizar los movimientos más
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sospechosos e inquietantes que pueda llevar a cabo una persona


en estado de culpabilidad. ¿Y SI DAN AVISO A LA POLICÍA? Porque
a mí podrían haberme ignorado, pero dos testigos...

Entre qué hago, qué no hago, le largué una nueva y


profundísima mirada de respeto al cuerpo yacente, vaya a saber
por qué y salí del puente como alma que se la lleva el diablo…
Doris. Sí. Exactamente iría al hotel y le contaría a Doris. Pero en
el cuarto del hotel no había nadie. Sólo una nota para el personal
encargado de la limpieza con un dinero en calidad de propina.

Creo que en ese instante olvidé al muerto para


sorprenderme: ¡si aún faltaban cinco días para terminar nuestras
vacaciones en Punta del Dunar!

De pronto, como una luz, recordé el teatro. Y a Manolo, mi


amigo de infancia cuya presencia en aquella ciudad balnearia había
hecho posible nuestras vacaciones. Entonces decidí llegar hasta su
chalet, no demasiado lejos del hotel, ni del muerto, ya que debería
pasar nuevamente por ese lugar, maldita la gracia que me hacía.

La noche me acompañó como si hubiera sabido de antemano


el desenlace. Una neblina intensa comenzó a cubrir el cielo y la
tierra, y los nubarrones del Sur indicaron la tormenta próxima.

El chalet estaba a oscuras y por más que sacudí el timbre, las


palmas y me desgañité gritando, nadie salió a recibirme. Di la
vuelta por la entrada de servicio: estaba abierta. Con más terror
que sigilo porque además de lo que ya estaba sabiendo que hacía era
ni más ni menos que una violación de domicilio, entré. \

Pero allí .no pasó nada: la casa algo revuelta, alguien mucho
apuro, seguramente. Calcetines en el living, lo cual no, me
extrañaba en la casa de Manolo, un soltero con pinta y plata
(¿te,acordás, Doris? Yo siempre dije que Manolo iba a terminar
mal), los discos desparramados sobre el sofá, dos vasos de whisky
en la alfombra mullida y mis anteojo ...

Mis anteojos, sí, caramba. Mis anteojos dejados en el hotel,


no en la casa de Manolo.

Entonces me fui a la habitación: la cama estaba desarmada


nada raro por cierto, pero la alfombra adornada con enormes flores
rojas de sangre.

Me puse blanco. Ya ni terror sentí. Sólo asco, vergüenza,


rabia. Salí.

No sabía qué hacer ni adónde dirigirme. Al llegar al puente me


detuve pero ya no miré el cadáver, que pienso seguirá solo, solo
hasta que mañana la policía descubra el hecho. Recuerdo la pareja
que vi alejarse con gran velocidad de allí, ya no cabe duda. La
tormenta arrecia, el agua corre cenagosa por todos lados es una
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lluvia infernal con viento y todo. Me quedo muy quieto, inerme y


ahora sí miro al muerto más muerto del universo que no es ni feo,
ni lindo, ni escuerzo. Me miro a la distancia y pregunto por qué.
.

Dejo que el oleaje venga y vaya, me moje y me remoje que la


tormenta me empuje más allá, más acá, que la arena trague toda
mi sangre o se diluya en el agua. Aprieto contra el cuerpo el muñón
izquierdo para que la gente crea que he caído con el brazo doblado.
¡Que tengan buen viaje! Yo ya he partido hacia otros rumbos.

(De El hombrecito de la botella)

Roque Grillo (San Martín, Mendoza)

No Somos Nada

Hoy tiene que venir. La  desgraciada no va a


aguantar otra semana sin verme. Sabe que la estoy
esperando. Seguramente juega con mi angustia. Por lo
menos debería haber llamado para agradecerme las
cuatro truchas que le mandé hace unos días. Y su
teléfono, que nadie atiende.
Tampoco hoy. El marido tiene que haberse
quedado en casa esta semana. O los chicos están
enfermos. O la maldita iglesia está planeando otra feria de platos. O el
hermanito se quedó sin trabajo otra vez y está viviendo de gorra, como
siempre.
No la vi. Estuve más de dos horas en la esquina de su casa y no hay
movimientos. Nadie salió a barrer la vereda. Ni a quejarse porque los chicos
están rompiendo las flores con sus juegos. No fueron a comprar el pan. Ni
la carne. ¿Esta gente no come? Mañana voy a volver y me quedaré toda la
mañana.
Ya pasó mediodía y como si nada. Igual que ayer, todo cerrado. Todo
en silencio. La vereda está sucia. Ni el cartero ha pasado. Y ese mocoso
dándole a la pelota hasta aburrir. Tal vez sepa dónde están. ¿Cómo, no se
enteró? Hace como diez días que se murieron todos: ellos, los dos chicos, el
hermano de la señora. Hasta el perro. Parece que comieron pescado
podrido. En fin don, no somos nada…

Abril de 2010.

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LA BIBLIOTECA

“La Biblioteca perdurará :iluminada, solitaria, infinita,


 perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos,
inútil, incorruptible, secreta”

(La Biblioteca de Babel - JLB - 1941)

El diseño superaba por amplísimo margen las especificaciones del


pliego de licitación. Su maqueta, un despilfarro de imaginación, buen
gusto y bricolaje. Los autores, genuinos creadores, asumían con modestos
ademanes la catarata de elogios que se vertían en el amplio recinto
gubernamental. Finalmente, el país tendría su Biblioteca Nacional. Y eso,
en tierra de literatos era, casi, una obligación inexcusable.

El proyecto demoró en arrancar ya que nadie que presumiera de


intelectual quería dejar de verse retratado o de entrevistarse con los
ingeniosos artífices de una obra de tan magna concepción. Y esto, por
varios meses, no dejó tiempo para trabajar en la ejecución. Finalmente,
agotados los admiradores y envidiosos y ocupados los medios periodísticos
en otros temas de importancia relativamente menor, la construcción
comenzó. Los materiales procedían de distintas partes del orbe y eran,
invariablemente, los mejores en su tipo. Los fondos fluían con una
regularidad asombrosa y se gastaban meticulosamente en detalladísimos
rubros, haciendo gala de una notable rigurosidad que daba cuenta del
destino de cada centavo. Pronto, diseñadores, capataces, obreros,
trabajaban en una comunidad de esfuerzos que permitía adelantar etapas,
avanzar sobre los cronogramas, obviar minucias, salvar inconvenientes,
soslayar dramas burocráticos. Además, se reducirían costos, lo que se
reflejaría al terminar la faena.

Cada quien asistía asombrado a este desarrollo, insólito e


inesperado. Los programas escolares, en todos los niveles, se redibujaron
para dar cabida a este modelo de emprendimiento. Las empresas
adoptaron esos nuevos métodos de desarrollo y aún la milicia copió, con
disimulo, el estilo.

Un año pasó prontamente y, piso tras piso, la mole fue perfilando


su contorno, firme, pétreo, inconmovible. A su alrededor surgían bosques
de rebuscado paisaje, lagos que reflejaban las alturas alcanzadas, fuentes
para alimentar tantas raíces, caminos que trazaban un ordenado laberinto.
El país entero contenía el aliento.

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Finalmente, el edificio, es decir, paredes, pisos, techos, escaleras,


estaba completo. Un ejército de servidores públicos se abalanzó a limpiar y
pulir. Y otro trajo los muebles, las lámparas, los incontables artefactos que
aseguraban su funcionamiento. El genio de algún genio estaba de buen
humor e hizo que las cosas funcionaran de maravillas. Y después, cientos,
miles de transportes llegaron con su carga de libros. Ediciones especiales,
diseñadas para la ocasión, respondiendo a los más ultramodernos criterios
editoriales. Primero, los de origen nacional; después, los extranjeros, hasta
agotar la nómina de naciones contribuyentes. Era un río que fluía sin
encontrar obstáculos. Con una objetividad absoluta, recién cuando cada
cosa estuvo en su lugar, probada y aprobada, se anunció la fecha de
inauguración. Se contrató un servicio de seguridad privada internacional y
se enviaron, además de las invitaciones oficiales de rigor, sólo 410 tarjetas
personales e intransferibles a otros tantos iluminados que integraban el
"Quién es quién" de la cultura autóctona. El servicio de comidas
seleccionado permitiría atenderlos con lo mejor de la cocina universal,
desechando la costumbre de hacerlo con platos típicos. Esto quedaría para
los visitantes comunes, cuyo número se estimaba, para la jornada de
apertura, en no menos de 30.000, lo que no sería un problema, ya que se
habilitarían a un tiempo alrededor de cien accesos.

Y llegó el momento. En homenaje a un poeta local de cierto renombre,


en lugar de la acostumbrada tijera, la cinta se cortó con un cuchillo que
luego pasaría a ocupar un sitial de honor en la encristalada urna que
dominaba el amplio salón central. Después, rozando apenas un botón, todas
las puertas se abrieron sincronizadamente, sin que se escuchara un ruido.
La marea humana debía ingresar entonces. O en unos segundos. O en unos
minutos. Pero la sofisticada sala de prensa, en el primer entrepiso, sólo
albergaba a un escuálido escriba que manipulaba constantemente el
audífono que lucía en su oreja izquierda y, pasadas dos horas, las
autoridades, con su elegancia un tanto desdibujada, se convencieron de que
no vendría nadie, con excepción de tres turistas japoneses. 

Lentamente, las luces se fueron apagando y las fuentes redujeron sus


chorros a proporciones misérrimas. Las bebidas se calentaron y la comida
se enfrió. El arquitecto principal cortó sus venas con el cuchillo ya
mencionado.

Mientras tanto, el centro de la cosmopolita ciudad estaba paralizado.


En la 9 de Julio no cabía un alma. Por primera vez y junto al Obelisco,
pintado de púrpura para la ocasión, cantaban a dúo Carlitos “La Mona”
Giménez y Charly García.

Cuento ganador del 1º premio del Certamen literario cuyano "Guaymallén, Cuna de las
letras" organizado por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Guaymallén

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Emilio Fernández Cordón (San Martín, Mendoza )

UN ASALTO FÚNEBRE

Del libro CUENTOS PARA


MATAR... EL TIEMPO, Eco Ediciones Bs.
As., 2006

"Usted que es abogado y conoce mucho el


paño tiene que ayudarnos, doctor. Siempre
fuimos clientes suyos y nunca le fallamos,
así que le toca a usted quedar bien con
nosotros, doctor. El asunto por el que lo
molestamos arranca más o menos a la mitad
del mes pasado. Resulta que es tanta la
mishiadura que hay por todos lados que, con
la banda, ya no teníamos adónde ir a robar ni a quién. Usted sabe, los de la
banda somos cinco: el Potrillo, el Dulceleche, el Dienteroto, el Gris y yo.
Bueno, como le decía, hay tanta malaria en la calle que estábamos sin un
mango y no encontrábamos de
dónde surtirnos. Para colmo, usted sabe, cada vez hay más pobres. Y los
que tienen algo andan armados, ponen rejas hasta en las acequias de las
casas y alarmas hasta en el tacho de la basura. Bueno, cuando más
desesperados andábamos y sin una moneda para parar la olla, al Gris se le
ocurrió la solución: asaltar un velorio. Es decir. buscar en los avisos
fúnebres un muerto rico y caer. Pero, claro, estaba el problema de que
ahora los velatorios los hacen en salas del centro y tienen vigilantes, así que
tuvimos que aguantar hasta que apareciera un muerto con plata y lo
velaran a domicilio. Pasó un tiempito hasta que, el otro día, salió en el
diario uno que había espichado como los reyes, en cama de lujo y
durmiendo. Lo más importante, gracias a Dios, era que el velorio se lo
hacían en la mansión que el punto tenía en Chacras de Coria. Bueno, el
caso es que conseguimos prestadas pilchas finolis y fuimos. Llegamos,
pusimos cara de tristes, dijimos que éramos empleados del pobre santo y
nos dejaron entrar. Todo resultó de diez, doctor. Hicimos una fila con los
parientes y figurones que había y les fuimos sacando los billetes, las joyas y
hasta los tapados de piel y guardando todo en unos bolsos. Ni un drama.
Los tipos colaboraron sin chistar y no tuvimos que usar los chumbos para
nada. Ya nos íbamos cuando al Gris, cuándo no, le vino la idea de revisar al
finado y quitarle el oro y los anillos. Para la falta que le iban a adonde iba,
dijo. Y, mientras todo el mundo protestaba indignado y los hacíamos callar
con amenazas, el Gris fue y metió mano en el cajón. Le estaba chapando el
reloj al difunto, Y tironeaba porque estaba ajustado, cuando el coso pegó un
grito propiamente de fantasma y se sentó en el jonca de un solo envión y lo
calzó del cuello al Gris que chillaba más que el muerto. Y, bueno, doctor, lo
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dejamos al Gris y salimos como gargajo de músico, saltamos la pirca y


seguimos corriendo hasta que vimos que nadie nos perseguía. De ahí, con
los lompas mojados por el susto, nos fuimos al aguantadero del Pelado
Fernet, usted lo registra, el que tiene el mate abollado. Bueno, pero lo peor
del fato es que con la disparada nos olvidamos de los bolsos y todo el barullo
fue al puro nomás. Al día siguiente, nos pareció más que raro que ni los
diarios ni la tele contaran nada del balurdo que armamos: después nos
enteramos del motivo. Y, ahora, doctor , el Gris como
subuenhijodemalamadre que es, no quiere darnos nada. Porque al final,
doctor, al Gris le regalaron un toco así de grande de guita y le dieron un
puesto en la bodega y un auto nuevo y hasta un viaje a Europa le van a
pagar por haber evitado que al muerto lo enterraran vivo. Quedó como un
héroe el Gris, doctor. Por eso es que estamos aquí, doctor. Dígame,
nosotros, los de la banda que no ligamos nada del robo, por casualidad y
usted que sabe de estas cosas, doctor ... ¿no podríamos hacerle un juicio al
Gris para que nos dé la parte que nos corresponde de las ganancias?".

   

Reloj.

Guardo de mi abuela materna muchos no-olvidos.


Momentos preciosos, dulzuras extremas y una gran culpa.
Es decir, entre otras pocas, fue también ella una de las
causas de mi escribir. Recuerdo, como uno de los más
hermosos juguetes de mi infancia, oírle, sentado a la
diestra de su mate y de mi leche con cacao, las más
intrincadas historias, las más épicas aventuras, las más
tiernas e íntimas fábulas. Recuerdo, además, su ancestral temor a los
temblores. A la primera oscilación de lámparas y ventanas, volaba sobre
sus pies cansados y aguardaba, tiritando en mitad del patio, que la tierra se
aquietara. En fin, que hace ya más de treinta y cinco años que sólo la veo
en mis sueños. Allí permanece tan indeleble como su amor arde fuego
constante en la memoria de mi alma.
Hace una semana, en la plena negritud de la noche y mientras dormía, un
estridente sonido, como un eco del infierno, me despertó de alarma.
Rápido, busqué el despertador en la mesa de luz y lo maté de un manotazo.
Pero el chirriante timbre continuó repicando en toda la casa. Adormilado,
asustado, me levanté en pos del teléfono. Tampoco. El teléfono descansaba
en silencio y, a su lado, hacía lo mismo el celular. Aturdido por el ya
espeluznante incesante espasmódico tintineo, recorrí desesperado, e
intrigado, la vivienda. ¿Qué era ese sonido? ¿De dónde provenía?
Finalmente, lo hallé en mi estudio, bajo una parva de libros desvencijados.
El reloj. El despertador. El antiguo reloj despertador de mi abuela. Hacía
más de dos décadas que lo había traído de la vieja casona de mi niñez.
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Hacía más de treinta y cinco años que no funcionaba. Pero de él manaba el


timbre. De sus metálicas entrañas. Como si recién lo hubiera
comprado. Como si recién le hubiese dado cuerda. Lo acallé y la calma
regresó. Suspiré aliviado. Pensé en volver a las sábanas, pero el
desconcertante asunto me había despedazado el sueño por completo. Aún
faltaban un par de horas para el amanecer, por lo que decidí vestirme
pausadamente e ir a desayunar al centro de la ciudad. Llevé conmigo el
despertador de mi abuela, pesaba como medio kilo, lo haría revisar por un
relojero amigo, necesitaba su experta opinión sobre el descabellado
repentino funcionamiento. Cuando ocurrió, ahogaba una medialuna en la
taza de café. Fue primero el sordo fenomenal ruido, como de una bomba
estallando en el espacio. Luego llegó el cimbrón y el piso, la calle, el mundo
entero, comenzaron a sacudirse como si fuesen un gran caballo queriendo
quitarnos de encima. Tres minutos después, acabados el susto y el terrible
sismo, en tanto las sirenas aturdían la circunstancia, regresé deprisa a mi
hogar. Desde afuera, se veía todo bien. La fachada estaba intacta. Entré. Y
vi el techo del dormitorio durmiendo, desmayado, sobre mi cama
destruida. 

Oscar D’ Ángelo (Palmira, San Martín, Mendoza)

El milagro malogrado

Sería un milagro, si pudiera en


este momento darme vuelta y hablarle,
pensó Mario, aunque más no sea dos o
tres palabras. O tan solo mirarla para
devolverle con una sonrisa todo este
placer que me está produciendo.

Sería un verdadero milagro, volvió


a pensar. Pero el milagro no se producía.

La mañana era fría y luminosa, con el tinte desértico y despoblado de


los inviernos mendocinos en zonas rurales, el ronquido del motor de los
micros penetraba hasta lo más profundo de su oído. Mario viajaba todos los
días a la misma hora, de un pueblo a otro, al colegio secundario.

Estudiantes, trabajadores y empleados, en ese horario llenaban los


colectivos de tal manera que además de los asientos repletos, viajaban
agrupados en los pasillos y hasta en los estribos y escaleras de los mismos.
Apretados e incómodos, cientos de pasajeros lo hacían diariamente, durante
veinte o treinta minutos, tiempo que tardaba para recorrer los ocho
kilómetros que separaban los dos conglomerados urbanos, unidos por una
zona rural donde los viñedos y los árboles frutales sin hojas reinaban entre
el hielo y la escarcha.

Mario navegaba en su mundo interior, recorría peregrinando desde


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sus miserias hasta las más esplendorosas utopías quiméricas. Su mundo


lúdico era ilimitado y marcadamente clandestino, escondido, inconfesable
casi siempre, marcado por un ritmo corporal y cronológico a veces
desconcertante, a veces pleno de estabilidad y coherencia.

Ese día, le trastornaba la sola idea de no verla. Una obsesión


rumiante invadía la fugacidad de los segundos y la redondez de los minutos.

Había conseguido quedarse cerca de la puerta de subida, a pesar de


las reiteradas y pesadas insistencias del chofer para que se fueran corriendo
hacia atrás. Tres paradas más adelante, subiría ella como siempre, de lunes
a viernes. En una oportunidad en que no lo hizo, quién sabe por qué
motivos, experimentó durante todo el día una extraña inquietud, una
melancólica y particular ansiedad, un desconsuelo descarnado e indefinido.
Este estado desapareció en el momento en que la volvió a ver, subiendo al
colectivo con la misma y parsimoniosa actitud.

Pero esa mañana, al entrar lo miró, o tal vez le pareció que fue así, lo
cierto es que su cuerpo se contrajo y su piel se encrespó inmediatamente.
Esta vez no solo sintió el placer de mirarla y de recorrer todos los recovecos
de su rostro maduro y tierno, de su cuerpo firme y elegantemente erecto,
sino el de ser mirado, descubierto, observado, aunque más no sea por
algunas décimas de segundo.

Entre el último escalón de la puerta de entrada y el lugar en que se


encontraba en ese momento, habría un metro de distancia. Mario alcanzó a
verla hasta que ella recibió el boleto del pasaje, luego desapareció detrás de
él.

Estaba turbado, su mente se batía entre el placer de haber sido


mirado y el displacer que le producía la rigidez de su cuerpo, provocado por
aquella sorpresa. Pensó que si la mujer le hablaba su rostro se enrojecería
como un tomate, que no le saldrían las palabras, que tartamudearía.

Maldita timidez, maldita vergüenza.

Parecía mucho mayor que él, quince años quizás, tal vez era esta
característica, lo que más le apasionaba a Mario.

Su cuerpo pasó a ser el más hermoso de todas las mujeres, su rostro


el más perfecto, sus ojos los más dulces. Un mundo de novedosas
sensaciones se aprisionaban todas las noches en el silencio de su
habitación.

Pero en ese momento, una mezcla de placer y temor, de frio y calor,


invadió su adolecida existencia.

Seguro que si me habla se me trabará la garganta, me saldrá la voz


de pito, si me ha mirado puede hablarme, hay dios mío, qué no me hable,
qué no me hable.

A los pocos segundos en la cara no le cabía más rojo, ni en su cuerpo


más transpiración.
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Su figura desapareció del ángulo de la mirada, ya no la veía más de


reojo, ni se animaba a mirar hacia donde suponía que podría hallarse en
esos momentos.

Por favor, córranse hacia el fondo, decía una y otra vez el chofer. La
puerta de bajada es por atrás, repetía mirando por el espejo retrovisor
adornado por unas estampitas de vírgenes de un lado y por un atadito de
ramas de olivo secas, del otro.

Mientras la mayor parte de los pasajeros se corrían algunos


centímetros hacia la parte posterior, entre apretujones y remesones, Mario
sintió que ella intentaba pasar entre las tres filas de personas ubicadas
detrás de él. Fue entonces cuando advirtió que se detuvo y. sintió que su
nalga izquierda rozaba la pierna de ella. A muy poca distancia de su nuca
presentía su respiración, su mirada, su rostro y su infinita ternura.
Aprovechó los movimientos del colectivo, acompañando exageradamente
los vaivenes del mismo para contactarse con ese cuerpo, que por cierto era
el más perfecto y elegante que conociera.

El chofer volvía a pedir por favor que se corrieran hacia el fondo,


pues en todas las paradas se detenía para que continuara subiendo gente.

En el interior del ómnibus se respiraba un aire denso, a pesar de la


frialdad de la mañana.

Después de una brusca frenada, Mario intentó reacomodar su cuerpo


desplazándose un poquito hacia atrás; fue allí cuando notó su pecho,
situado en el espacio entre su espalda y el brazo.

Por algunos segundos quedó inmovilizado, no podía creer lo que


estaba experimentando, mientras una mezcla de placer y rubor invadía
nuevamente su alma. Ya no contactaba con su pierna, pero al sentir el
pecho en su dorso, lo hacía el hombre más feliz del mundo. Era la primera
vez que recorría esos lugares tan novedosos del placer. Una onda caliente
circulaba por todo el cuerpo y estuvo poseído por el imperio de ese deleite
sin demasiada conciencia de realidad.

Tal satisfacción se ubicaba en un espacio no precisado de su


interioridad convulsionada. Quería que esos momentos se prolongaran y
pudieran desembocar en algún lugar, en algún sitio, donde no reinara esa
tremenda indecisión. Eran ataduras dolientes que lo envolvían en una red
de inhibiciones, que él solía llamarle vergüenza. Su timidez representaba
una herida en el alma que estaba convencido, no cicatrizaría jamás.

Aprovechaba los movimientos del colectivo para frotar el borde de su


espalda con la punta de aquel pecho, que al contacto lo sentía dulcemente
tierno y turgente.

Si pudiera darme vuelta y sonreírle, sería el ser más afortunado del


planeta, rumiaba en sus cavilaciones, solo me conformaría con decirle
gracias.

El colectivo continuaba la ruta de todos los días y en unos minutos


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más, su amada comenzaría a desplazarse hacia atrás para bajar, luego


como siempre, con esa elegancia que tanto le gustaba a Mario, caminaría
media cuadra en la misma dirección, para girar a la derecha y perderla de
vista, hasta la mañana siguiente, donde se encontraban el entusiasmo y la
emoción en el mismo lugar.

Navegando sin timón, venció en sus fantasías la vergüenza e imaginó


que era ella que le hablaba, que lo saludaba, que le acercaba el otro pecho,
que él le preguntaba donde podrían encontrarse, que la amaba desde el
mismo día que la vio subir por primera vez al colectivo hacía más de un
año, que la quería sin conocer siquiera su nombre, que pasaba horas
enteras pensando en ella, que de noche se despertaba disfrutándola en sus
pensamientos, que al recordarla caminar su corazón latía furioso
queriéndose salir.

Y mientras seguía gozando con el roce de su pecho en la espalda,


imaginó que podía decirle que deseaba vivir con ella para siempre, que le
agradecía profundamente que se acercara, ya que él nunca hubiese podido
hacerlo, aunque lo anhelaba desde el fondo de su alma.

En ese momento su excitación era tal que no pudo pensar más, solo
una minúscula chispa de reflexión lo llevó a darse cuenta que el ómnibus ya
estaba detenido en la parada donde habitualmente se bajaba, miró
instintivamente hacia la puerta trasera y la vio descender. Se estremeció,
pero esta vez no de placer, pues aún sentía en la parte posterior del mismo
el suave pecho de su amor. Se dio vuelta rápidamente, venciendo
milagrosamente la timidez, para descubrir que lo que creyó que había sido
el seno de aquella mujer, solo era el codo de una anciana, que se hallaba de
pie, de espalda a la suya.

EL CHORRO

El chorro era caliente y


espumoso y cayó como un
rayo sobre mi nuca ...

Robar melones y sandías en las chacras era


habitual para los adolescentes y los niños del pueblo.

Algunas veces los jóvenes caminaban kilómetros entre acequias,


canales e hileras de viñas para alcanzar tan preciado objetivo. Otras,
buscaban la manera de sacarlos de los montones que se apilaban para la
venta, en los costados de las rutas y carreteras importantes.

Mirá Mario, vamos por el bajo de las vías y si tenemos suerte que no
venga ningún tren, estamos hechos; fijáte que las sandías están lejos de los
viejos, dijo entusiasmado el Pititorra

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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

Esperaban con ansiedad que pasaran las horas, pues habían


programado el robo de sandías para las doce de la noche y recién eran las
diez.

El dueño del puesto, don Rosales, solía acortar las noches jugando a
los naipes con algunos parroquianos. Las partidas se hacían en una mesa
redonda debajo de una petromax, en la ramada contigua a las pilas de
sandías y melones. Estas se apoyaban sobre un importante alambrado que
separaba el lugar de las vías del ferrocarril.

Sigilosamente, con el oído bien entrenado, caminaron varios metros


por la hondonada, agachados y a veces en cuatro patas, para no ser vistos
por los eventuales jugadores, que ese sábado acompañaban a don Rosales.

Desde lejos se escuchaban las risotadas de los hombres que a esa


hora se exparcían por la oscuridad de la. noche favorecidas por el alcohol.

Ya muy cerca del objetivo, trataron de separar dos alambres, para


que en el espacio entre uno y el otro, Mario pudiera sacar una hermosa
sandía de diez o quince kilos.

Es grandota la desgraciada dijo despacito. Sí, y parecen


santiagueñas, que son las más ricas.

Después de intentarlo tres o cuatro veces, desistieron por un


momento ya que la abertura entre las dos hiladas, no era suficiente para
permitir el paso de la fruta.

Che, cómo mierda la sacamos? Buscá una más chica boludo.


Imposible dijo Mario, las más chicas están muy lejos, no las alcanzo.

En el preciso momento en que decidieron recurrir a una pinza para


seccionar parte del alambrado, los dos adolescentes quedaron paralizados
de pánico cuando uno de los integrantes de la mesa de juego, con una
notoria borrachera se acercaba al lugar donde estaba por cometerse el
saqueo. Por temor a ser descubiertos si emprendían la huida, optaron por
agacharse, quedándose inmóviles junto a un poste, con la cara contra el
suelo a muy pocos centímetros del rincón donde vino a apoyarse, el
trasnochado y alegre jugador.

La noche sin luna favoreció en un principio a los jóvenes que se


confundían con los matorrales. Mario agarró su cabeza como queriendo
protegerla de algún mal presagio y mordió sus labios para no hablar, ni
gritar, ni sollozar. Inmediatamente las cosas se complicaron. Las conjeturas
y el silencio se hermanaron por unos segundos, esperando el designio del
destino.

Y mientras Mario sentía que podría morirse ahogado o estrangulado


por el terror y la pestilencia, el alegre borrachín miraba las estrellas
mientras orinaba, buscando detenerse en algún punto fijo para aliviar su
vértigo alcohólico y no vomitar en ese mismo momento y lugar.

De Sucedidos
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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

Luis Orlando Rule (Godoy Cruz, Mendoza)

DEBAJO DE LA AUTOPISTA

La noticia de la erradicación del cementerio se difundió por todos los


medios. El nuevo gobierno se había venido con escoba nueva pero
gigante, y como barrer a los vivos era imposible, empezaría
por los muertos.

La construcción de la supercarretera pasaría por


ahí No había otra salida. Tan claro y práctico era el
concepto que no se necesitaba construirles un
barrio, ni. indemnizarlos, ni siquiera
autorizarlos a formar una villa de emergencia.
El proyecto se aprobó con facilidad, la mayoría
de los legisladores tenía sus muertos en
necrópolis privadas, otros no se acordaban, y
unos pocos no querían hablar de muertos (tal
era la urgencia del gobierno por construir la
autopista).

Los deudos podían retirar los cadáveres


por su cuenta, con sólo presentar la partida de defunción o ponerse a
llorar en la puerta del campo santo.

Las máquinas amarillas de la empresa semejaban tanques de guerra


alrededor de una ciudad sitiada. El polvo y el humo enrarecían el aire, pero
en el villorrio de los marchitos nadie tosía, sólo carraspeaban algunos de los
familiares que se marchaban con ataúdes de los que más habían querido, y
daban gracias porque por lo menos a ese cementerio, no irían más. Casi se
parecía a almoneda de raíces y amores desaparecidos.

El descontrol era total y como un toque a rebato. Para algunos,


resultaba un consuelo dejar a los difuntos debajo del cemento, in
perpetuum y sin paga al Estado. Los sepultureros habían desaparecido. Ya
no entraban las manos piadosas que apretaban un manojo de flores para
simbolizar la vida, sino caras graves que empuñaban palas, martillos y
cortafríos, en camionetas y carros. Los olores homogeneizados, que no eran
de flores mustias, ya no asqueaban a nadie. Hasta los enhiestos cipreses
que otrora fueron el símbolo vegetal de la vida, que apuntaban al cielo,
habían inclinado sus cimeras como rendidos por anticipado a un destino
fatal.

Doña Manuela Espinosa con sus más de sesenta años traspuso el


portal barroco del fosal, y se encaminó con sus dos hijos, portando las
herramientas para despedir, a cuerpo descubierto, al difunto marido
enterrado veinte años atrás. Llegaron al lugar sin hablar ni preguntar nada,
como lo hacían cientos; todo el entorno parecía un viejo pueblito
bombardeado, y en los senderos, pedazos de cajones y algunas manijas con
arabescos quedaban como olvidadas en una mudanza de apuro.

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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

Trabajaron a brazo partido, con cuidado, para no romper el ataúd,


hicieron un hoyo bien amplio, pues tenían la ventaja de que los compañeros de
posada ya habían sido retirados.

Manuela quería comunicarle a José en persona la decisión de dejarlo


para eternidad, tragado por el cemento del progreso debajo de la autopista
monumental.

Abrieron el féretro, y como habían convenido con los hijos, éstos se


retiraron a prudente distancia para que su madre hablara a solas y, por última
vez, con su finado cónyuge. Los últimos rayos penetraron como
fisgones al lugar vedado. Con una mano sostenía la tapa mientras le
hablaba

_ José estás igual, te has detenido en el tiempo, con el mejor traje, la


camisa blanca y tu corbata, para ir a ninguna parte; en cambio yo seguí
viviendo, mirá qué vieja estoy. José, mirame aunque sea de soslayo, el
espejo no me miente y ahora yo soy tu espejo y tampoco te miento.
Recuerdo que me decías que las viudas donosas, lloraban por hoy y
suspiraban por mañana, y yo no te creía, o mejor dicho, me hacía la que no
creía; y mis anhelos bien pronto tuvieron eco y seguí viviendo y quemando
mi vida, pero más pronto derroché el seguro que me dejaste. También
recuerdo que me decías que mantener la armonía en el matrimonio era
como sostener una pluma en la punta del dedo, siempre que los dos
soplaran parejo, pero yo dejé de soplar antes de que murieras. Quiero
retribuirte algo ahora, dejándote para siempre en este moderno sarcófago,
y no es por comodidad, sino para que el pueblo de Las Heras sepa que soy
agradecida al hacerte este homenaje que te adeudaba. A pesar de que
nunca pude saber cuánto ganabas y por qué, me dejaste una envidiable
pensión, y ni ahora me animo a preguntarte cómo lo hiciste. Por mucho que
en aquel tiempo los ñoquis no eran un adjetivo, la única vez que moviste un
dedo fue como funcionario municipal para encabezar las demandas por la
erradicación del cementerio. ¡Y te salió redondo! El destino, a veces, suele
sorprendemos con alguna dádiva.

Y Manuela no pudo continuar, porque aparte de tener el brazo


acalambrado, José empezó a marchitarse como derritiéndose sobre el
esqueleto, a la par que exhalaba un polvillo gris por varios poros, como
cuando se aprieta un hongo seco. Manuela enmudeció, llamó a los hijos y
taparon para siempre los despojos. Los tres iniciaron el camino del regreso
como saliendo de una inmensa catacumba, de donde hasta los fantasmas se
habían retirado. Manuela mantenía un lloriqueo, no tanto por el muerto que
dejaba sino porque ya no le quedaba tiempo para suspirar.

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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

NADA ES PARA SIEMPRE

- Buen día don Juan; ¿quiere que lo lleve?

- No m' hijo. He salido para caminar, así


que gracias.

El diálogo se cortó ahí nomás, y Sebastián arrancó de nuevo en dirección al


trabajo, en su Rambler Cross Country verde, del cual estaba enamorado. Cariño
que compartía con Marta, su mujer. El encanto era la prolongación de la luna de
miel, de la que eran testigos los tres, a pesar de las cachadas de sus compañeros
de labor, como:

- Che, estacioná el portaaviones al fondo que no podemos pasar!,- u otras


bromas por el estilo. Sugerencias que no eran suficientes para animarse a
comentarle a Marta que más de una vez le había pasado por la cabeza la intención
de carnbiarlo por un coche más chico.

Los años iban pasando, los intentos de prole no daban resultado aunque
eran jóvenes todavía, y a pesar de que hasta el Rambler podía confirmar la teoría
de Freud: "La libido despierta sin precisar horario o lugar."

Así que el Rambler era un eslabón de la cadena de recuerdos de días


felices.

Pero poco a poco se imponían los autos más chicos y de menos


consumo. Sebastián y también Marta, se resistían a consentir que ya era un coche
viejo, o casi.

Cuando repasaban las fotos de los viajes, los recuerdos gozosos aparecían, y
las anécdotas ayudaban a borrar algunas asperezas de la vida en común.

(…)

Sebastián, a escondidas de Marta, había averiguado el valor de su querida


rural, y claro, era inversamente proporcional al cariño que los dos le prodigaban, y
mientras, urdía excusas para convencer a su pareja de la decisión que quería
adoptar. Una de ellas, recordarle cada tanto que casi todos los días lo encontraba a
don Juan, el vecino que había quedado viudo y solo, caminando en dirección al
parque.

-Lo invito a veces para que suba, pero no me acepta, y comprendo que es una
terapia que él debe hacer, está pisando los ochenta ... y prefiere que la muerte se
afane en alcánzarlo, (así me lo confiesa); igual me siento mezquino, viajando solo
en un auto para seis.

En tren de abordar con sentido racional el cambio del coche, sin herir el
romanticismo de Marta, la conversación se estiraba en prolongados silencios y
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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

palabras prietas, más cuando conoció al dueño de una funeraria, que al ver el
Rambler le ofreció un precio que no obtendría en ninguna agencia, y que ni siquiera
lo había pensado. ¿Cómo le decía a Marta que su Cross Country se convertiría en
carroza pintada de negro?
Buscaba la forma como caminando sobre baldosas flojas después de la
lluvia.

En pocos días, el funebrero le reiteró la tentadora oferta y le pidió


una decisión, y aquí tropezaba con un dilema que no podía resolver, frente
a una esposa sensible a los bienes que la habían hecho feliz, sin tener en
cuenta el dinero.

Los días transcurrían, y la acometida no tenía retroceso. Lo


trataron por fin, a la hora del almuerzo. Marta se atragantó y le sirvió de pretexto
para no hablar más del asunto, por ese día ...

A pesar del silencio, o por el silencio, se le grabó la imagen del Rambler


portador de la muerte en lugar de la vida, como lo habían hecho ellos dos.

La rutina matrimonial consumía los días y las horas sin altibajos, y


Sebastián no dudaba ya que Marta se oponía al negocio, y que prefirió un ahogo
antes que enfrentarse con su marido cuando éste estaba a punto de
explicarle que la oferta duplicaba con creces otras posibilidades.

Pero como la vida es una excursión indetenible llena de contingencias, el


azar quiso que un día Sebastián volviese a la hora del almuerzo antes de lo
acostumbrado, con la cara desencajada y una indisimulada tristeza.

Bajó del coche, besó a su esposa como siempre, entró al living y tiró la
campera sobre un sofá, pero Marta le siguió los pasos y acomodó la prenda en el
respaldo de una silla, esperando desentrañar el agobio y rastrear una explicación.

-Seguro alguna rabieta, querido, y te viniste hasta que se enfríen las cosas ...

-No, Marta, no. No fui a la fábrica. Avisé por teléfono -aclaró Sebastián.

Marta suspendió los quehaceres, y casi le copió la cara a Sebastián.

Pensó lo peor, la pérdida del empleo se le cruzó como un rayo, y casi


turbada no le retiraba una profunda mirada interjectiva esperando toda la
explicación.

-Estuve hasta ahora en la policía; casi en el lugar de siempre lo encontré a don


Juan, pero sentado con los pies dentro de la acequia y los brazos colgando a los
costados; lo levantamos con dos más que pasaban. Ya no tenía ánimo ni para
mirarme, me hubiera sentido mejor si hubiese visto quién lo recogía, para decirle
que era un vecino querido. Cuando llegamos al hospital ya estaba muerto.

El silencio dijo todo lo demás, con los ojos de Marta lanzados sin ver a
través de la ventana de la cocina: el Rambler ya había tomado el desvío y
arrastraba la muerte, por primera vez.

De Verboseando
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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

Gustavo Torres (San Martín, Mendoza)

Llegó un circo y fui con la misión de averiguar el origen


de la magia. Volví sin la respuesta, pero ya que hice el
esfuerzo, les cuento lo-que vi. uv

Hay una carpa enorme rodeada por cuatro de


menor porte.

Las cinco son de color amarillo con franjas rojas


verticales. Camino sorteando cuerdas y estacas que
tensan la inmensa estructura. Dentro de poco este
espejismo volverá a ser un páramo desolado que ni los
perros vagabundos se atreverán a cruzar. Después de
recorrer el perímetro pienso que no hay mucho más para
observar y decido volver. A pocos pasos de la salida miro
hacia atrás y quedo maravillado. Las luces intermitentes de la marquesina y
las estrellas de los cuatro pilares centrales comienzan a girar formando un
torbellino que me succiona hacia adentro.

Desde el valle fantástico que termina en el cercado blanco miro la


montaña de lona, los astros alineados entre las luces, oigo el canto de los
grillos mezclado con los aplausos, la música con el viento y caigo presa de
un sueño profundo del que no puedo despertar.

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1¿Qué hay detrás del telón?

IAdrenalina y relámpagos.

Desde una cápsula veo el aire teñido de fucsia y dorado. Pululan


miles de luciérnagas. Se triplican las imágenes en las pantallas de cristal.
Bastaría un solo botón para convertir la penumbra interior en pleno día.
Miro lo mismo una vez, otra vez, otra más.

Es la última función y estoy en un sitio inaccesible con el pincel


húmedo sobre la cara.

¿Cómo volveré a las calles?

Necesitaré ropa común y una máscara invisible. Mientras tanto, seré


inmortal hasta la medianoche.

A Adriana

Todavía recuerdo sus ojos y su risa. Pensar que muchos


dicen: "Las princesas y príncipes están en los cuentos".
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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

Es posible encontrados en la realidad; iguales o mejores que en la


fantasía. Resumiré la historia diciendo que el
gran carnaval convoca a una multitud. Los
personajes anónimos pasean por los puentes
y resucitan el pasado medieval. Asombrado
por ese despliegue de buen gusto yo
caminaba sin pensar. Sin pensar me detuve
frente a una princesa que hablaba con un
bufón colorinche. Recorrí cada piedra y
bordado de su vestido. Tenía capa de
terciopelo verde, sombrero, guantes y joyas.
El acompañante le hizo notar que la
observaba pero siguió conversando como si
nada pasara. Permanecí inmóvil. Volvieron a
mirar. Para mi sorpresa ella se acercó y dijo
unas palabras que no comprendí. Escuché su risa, su tono festivo, vi sus
ojos vivaces detrás de la máscara blanca, percibí la gracia que sólo poseen
los elegidos. El arlequín le susurró al oído y partieron rodeados de una
bandada de palomas.

¿Por qué no pensé?

Mejor dicho... ¿Por qué pensé?

La debí seguir... Qué importa lo que debí hacer si el pasado no


regresa. Era alguien importante aunque nadie me lo crea, aunque al
contado sonrían por fuera y por dentro piensen que estoy loco. La muy
perversa aprovechó la .ocasión para jugar a las escondidas entre la
muchedumbre porque sabía que nadie la iba a poder encontrar.

A Fleur

De Primavera en el Hospital

Luis Franco (Catamarca)

LOS SOCIOS DE SIEMBRA

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Cuentos Regionales para 9º año ( o 2º año)

El zorro era de ésos que


vienen con vocación de
jubilados y le hurtan el cuerpo
al trabajo siempre que pueden.
Se la pasaba las más de las
veces, tumbado por ahí, panza
arriba, juntando sol para la noche, o se andaba por pulperías y ranchos
cosechando noticias y regando más su garguero que sus siembras, atenido
a que su mujer le salvaba la plata, la pobre con su hilera de mocosos
colgando de la pretina.

Como era de más bachillería que seso, por lo general buscaba


amigos, para tener en quien hablar mal de sus enemigos. Tenía una chacra,
que labraba lo menos posible; un día le propuso al peludo que la
sembrasen a medias. No buscó socio al acaso. El peludo, muy poco amigo
de salir de casa, era labrador de veras, sujeto de pasarse los días, no las
noches, revolviendo la tierra. Era un cristiano de advertencia, además,
aunque prefería no parecerlo, y en cuanto a conciencia, limpia como el trigo
en la espiga. Él lo conocía al zorro con su costal de malicia al hombro, pero
éste no lo conoce él. No chica ventaja.

-Este año, compadre -le dijo el zorro-, será para ustedes lo que den las
plantas debajo de la tierra, y para mí lo que den arriba. ¿Le conviene?

-Como usted disponga -condescendió el peludo y resolvió sembrar papas.


La cosecha fue más que regular, pero al zorro sólo le tocó una parva de
hoja rasca.

En la siguiente estación el zorro cambió de naipe

-En esta nueva siembra es justo que a mí toque lo de bajo tierra y a


usted lo de arriba, ¿eh, compadre?

-Usted lo ha dicho -contestó el peludo llevándole siempre el amén a su


socio.

Esta vez sembró trigo, y a fin de año llenó su troje de buen grano,
mientras el coludo no supo qué hacer con tanto desperdicio de raíces.
Pero no dio el brazo a torcer. La tercera sería la suya.

-Vea, compadrito -le dijo a su socio-, este año, si le parece bien, para
usted será todo lo que den las plantas en el medio y me conformaré
con
lo que den abajo y arriba de la tierra. y le echó una de reojo.

-iPero muy bien, compadrito! -respondió el cascarudo, frunciendo los


ojos en la sonrisa, simulando siempre no sospechar las emponchadas
intenciones de su aparcero. Esta vez sembró zapallos. El zaino del zorro
no supo qué hacer con las raíces y las flores que le tocaron.

De El Zorro y su vecindario

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