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Lic. en Filosofía
Propedéutica Filosófica
Julián David Fuentes P.
Para empezar, muchas fueron las impresiones que se apreciaron durante el recorrido, como
lo sucedido en la noche septembrina, la importancia del colegio mayor San Bartolomé,
influencias como Antonio Nariño, José Cuervo, Miguel Antonio Caro, Simón Bolívar, las
repercusiones sociales que dejó la religión católica, sus iglesias que a su vez dejan mensajes
desde lo artístico hasta las mismas relaciones de poder, la arquitectura colonial, entre muchos
más datos que fueron de gran importancia. Aun así, lo que más rescato de este recorrido, y
que quisiera abordarlo de un modo más específico como primer momento, es sobre el proceso
urbanizador que se dio en el llamado Chorro de Quevedo, sobre el barrio la Candelaria. Pues
es en este punto donde muchos aspectos de la historia colonial, la influencia cultural, y la
realidad cotidiana de Bogotá empezó a construirse.
Bien se sabe que fue en Bacatá donde convivieron antiguas comunidades indígenas, y en la
zona que es hoy el barrio de la candelaria, sobre los cerros orientales, se ubicaba el Zipa que
tenía vista panorámica de toda la sabana de Bacatá. 1538 es el año en que entraron los
españoles a colonizar este territorio, siendo Gonzalo Jiménez de Quesada el que lo proclame
como lugar estratégico para desarrollar las primeras viviendas de la futura capital. Para
realizar esta visión, se acude a lo que Leopoldo llama una yuxtaposición. Este concepto alude
a una relación de superposición tanto política, social y culturalmente sobre una comunidad,
concretamente una relación de señores-siervos y/o conquistadores-conquistados, en este
caso, la relación es clara en cuanto los españoles ocuparon esta primera zona arrasando física
e ideológicamente la cultura indígena. Es aquí donde toma partido el juego de, por un lado,
el mestizaje, y por otro, la imposición de creencias. El autor nos va decir que este mestizaje
fue dado por la idea civilizadora del siglo XVII, vista como la mezcla entre superiores e
inferiores. A su vez, la idea cristiana puede ser vista como la renovación de creencias, pues
se deterioran antiguos dioses para introducir unos nuevos; pero, lo que interesa en esta parte,
es que esta imposición ideológica desde el cristianismo, no puede ser asimilada, porque
prevalece un sentimiento de superioridad, por tanto, lo que se observa es un tipo de adhesión
o “construcción” cultural, de acuerdo a los prototipos eurocéntricos. Esto como para darnos
una primera noción sobre el tema de la urbanización en la época colonial.
Me permitiré presentar algunos aspectos que refieren a su ideología desde una fuente
secundaria. Este personaje se le conoce por ser uno de los principales influenciadores del
proyecto regenerador (no recuerdo bien si se hizo mención de esto), este concepto
regenerador alude a tres elementos fundamentales: la República unitaria, la lengua castellana
y la religión católica. El primero queriendo fundar una identidad desde la herencia
Bolivariana, que en otras sería la patria enmarcada en un estado constitucional. Sumado a
esto, la lengua castellana se traducía como la adhesión a los viejos valores hispánicos, lo cual
era condición necesaria para ordenar el país y procurar el progreso material. Y la religión
católica, que no es la menos importante, sería la encargada de darle sentido al concepto de
nación a través de la educación y su importancia en el ejercicio político. Su ideología sirvió
de arma en contra del pensamiento moderno y la influencia francesa e inglesa para restaurar
la cultura colonial (religiosidad, literatura, costumbres) que estaba decayendo
progresivamente (Sierra, 2012). Vemos entonces cómo, en este siglo, fue constituyéndose
una idea de identidad, pero por la ambición nacionalista y religiosa que tenía Caro.
Por último, a modo de reflexión y ya para tratar de responder a la pregunta, acudiré de nuevo
a Leopoldo, con su concepto del Complejo de Bastardía, refiriéndose específicamente, no
solo a lo que acaeció en la época colonial, sino también como se ve hoy (o por lo menos yo
lo así), esto es: una renuncia de sí mismo, de su cultura. Pues, ahora, la persona que conoce
esa historia violentada, propia de la devastación, y que, actualmente, tiene esa herencia
colonial, ve lo propio como inferior. La identidad que en un principio estaba cargada de
únicas tradiciones y costumbres, se vio (y se ve) penetrada por una asimilación cultural,
propia del modelo eurocéntrico, residual en cuanto es resultado de un mestizaje involuntario.
Así pues, como diría un viejo antropólogo –Augé–: “los dados ya estaban cargados desde la
primera expedición colonial”. Con esto, quiero decir que este colonialismo, con su idea del
proyecto civilizador occidental y la idea darwiniana de superioridad sobre una especie
inferior, sigue imperando (lo que conoceríamos ahora como neocolonialismo) no sólo en el
sentido globalizador de la industria del mercado, sino que también, impera sobre el
imaginario político, social y cultural de nuestro contexto; en el sentido de querer llegar a ser
como el europeo o el norteamericano, como un tipo de antípoda que contradice sus raíces
chibchas. No siendo más, lo que queda decir es que esta identidad está regida a un aparato
ideológico, donde se puede configurar o cambiar de acuerdo a las novedades que traen los
modelos externos, y aún más, pareciera que nuestra identidad estuviese sujeta a un discurso
del desarrollo, donde lo que vale es el progreso económico y no lo propiamente cultural.
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