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DEBILIDADES
Armando Ángel Repetto

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ISBN:978-84-9981-664-7
DL: M-20109-2011
Impreso en España/Printed in Spain
Impreso por Bubok Publishing

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Dedicatoria:
A mis hijos… ¿A mis hijos?

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Índice:
1. Fernando
2. Gonzalo
3. Acerca de Fernando
4. De Gonzalo y Micaela
5. De Guillermo y Fernando
6. De Gonzalo y Micaela
7. De Fernando y Micaela
8. El Espejo
9. De Micaela y Gonzalo. El Gorrión
10. De Micaela en una tarde mixta
11. El Rey
12. Margaritas
13. Dandi
14. El secreto de la vida
15. Mujer en el cuerpo de un hombre
16. Gonzalo va al encuentro de Fernando
17. Micaela
18. Fidelidad
19. Sumisión
20. Gonzalo llama a Fernando (o La gran noche previa)
21. La nostalgia
22. El encuentro
23. Amigos
24. Me llamo Gonzalo
25. La isla Flotante
26. La Rubia
27. Sentirse ajeno
28. Gonzalo y España
29. Fernando el creativo
30. Hasta pronto
31. Hartazgo
32. Juntos a España
33. Siempre te espero
34. Ezeiza y a volar…
35. Llegada a Madrid
36. Gerardo
37. En Barcelona, hacia el Prat (O cómo pasar los controles)

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38. A Menorca
39. Noticias
40. En Menorca
41. Charla de bar
42. En Barcelona
43. Donantes
44. A lo mejor soy así por eso
45. Gerardo Y Micaela
46. En Madrid
47. Marta
48. Venérea
49. Diego se confunde
50. Qué te pasa
51. La casita del vicio
52. Gerardo la invita
53. Mientras en la casita…
54. Encargo
55. Bajón
56. Fernando Y Ramón
57. Gonzalo limpia
58. Ramón
59. Acerca de Gonzalo
60. Despedida
61. Gonzalo en casa, al fin el amor
62. Arruinado
63. Guillermo
64. ¿Sí o no?
65. Fernandito y el resto

Dedicatorias que eran prólogos y Ajradezimiento

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1. Fernando
Fernando tenía treinta y cinco años. Había hecho de modelo queriendo
ser actor. Su familia le había dejado una buena situación económica
que le permitía vivir trabajando solo un poco, de tanto en tanto. Y en
realidad lo hacía porque como le había dicho su madre, “el trabajo
estructura, hijito mío”, y a él eso le venía bien.
Probablemente su frustración máxima radicaba allí. Trabajaba en una
oficina, sin mucha necesidad, aunque hubiera preferido no tener que
trabajar…
Aquella tarde porteña de calor que inicia nuestra historia, Fernando
quería hacer algo diferente a su rutina. Tal vez volver a ser lo que
antes. Se tomó una birra en ayunas y se fue contento y bien trajeado al
after office. Sobre las siete y media estaba dentro.
Fiesta un miércoles, como antes los viernes -pensó. Entró sin hacer
cola, conservaba los contactos necesarios que había ido haciendo a lo
largo de su vida nocturna.
Se fue directo hacia la barra, y se pidió el primer Fernet con cola. A
los dos minutos estrictos, se tomó el segundo.
Ya entonado se dijo -Dos Fernandos... como yo -aunque a veces le
gustara y a veces no, que su nombre fuera el de un trago.
Y encaró para la pista con un Jack Daniel’s en la mano. Empezó a
bailar solo y al terminar el whisky notó claramente que estaba
mareado.
-En pedo -pensó.
Se fue al baño, trabó la puerta y después de echar un meo sacó bolsa y
peinó raya. Se había aficionado desde hacía poco tiempo. Un amigo le
había dicho: -Metete de esto… ¿Sabés?, te seca las lágrimas…
Salió del excusado hecho un tigre. En realidad desaforado,
verborrágico y baboso.
No hubo, para variar a esa hora, ningún quórum.
Rechazo sobre rechazo, cuatro whiskys más encima y un par o tres de
toques generosos.
-En fin -pensó- casi una bolsa... debo tener cuatro de alcoholemia y
estoy solo en medio de rubias histéricas. -Era extremadamente cierto.
Miró a su alrededor y cazador nato vio que la única a la que se podía
llevar era una chancha alzada. Dudó un poco, unas décimas de
segundo y estuvo a punto de caer... pero no. Y no fue por moral o
respeto, a esa altura ya lo había perdido todo.
Once treinta estaba arruinado pero durísimo.
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-Pinta huida eufórica, Fernando, pero en derrota -se dijo en voz alta
-¿Fernandito, qué nos pasa? -y agregó hablando solo- Me parece que
me sacaron la foto, y no puede ser que ninguna sea del palo... -y
continuó hablando solo mientras unas señoritas se reían de él.
-En fin, en fin... -y mirando a las señoritas les dijo-: ¡tengo una
paranoia light... mejor nos vamos!
Las chicas se rieron y le dieron la espalda comentando algo entre
ellas. A Fernando no le importó nada. Apuró el último whisky y
sonrió para sí mismo en gesto cómplice.
Dejó la copa en la barra y salió de Museum disimulando su estado
como si fuera agente encubierto. Saludó a todo el mundo como si los
conociera y le manoteó el culo a una gordita americana al paso.
Una vez en la calle, buscó el coche entre rabiosa sonrisa y calma
mentira. Se subió, se sentó, se frotó la cara y se buscó en el espejo
retrovisor para guiñarse un ojo. Se rió y se dijo: -Ah, bolas, estás ahí.
Bajó hacia Nueve de Julio y giró a la izquierda, hasta la avenida
Libertador, y al llegar al fondo giró nuevamente hacia la izquierda.
Como era su costumbre desde niño, al llegar a Figueroa Alcorta miró
el Planetario. Le encantaba la imagen, le traía recuerdos gratos de su
niñez y de su abuelo.
-Qué ironía -dijo y sonrió-, ¡estoy en órbita!
Se miró en el retrovisor y se rió, pero sin risa, entonces giró distraído
nuevamente hacia Libertador.
Quería ir a casa, a Belgrano… -A buscar otra bolsa y a ver qué
pinta…
-dijo-. Ya está… salimos de recorrido...
El semáforo se puso en rojo y Fernando se detuvo, forzado. Entonces
con desesperación descubrió un cartel enorme, naranja que decía:
CONTROL DE ALCOHOLEMIA.
-¡Soy boleta! -gritó en el coche-. ¡Me chupé la vida!
Luz verde. Miró a los costados e hizo un giro a la derecha salvador
entrando en el Rosedal.
-¡Mirá que son pelotudos! -gritó-, si por acá hay salida para los que no
tenemos para coima.
Triunfal se volvió a mirar en el retrovisor y se guiñó un ojo.
A los pocos metros de marcha una rubia infernal le sonríe, medio en
bolas. Fernando la miró desaforado, y por la alegría y la merca en alza
que desde hacía un rato le impedían controlar su lengua gritó: -¿¿Y
esto??

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Paró el coche en seco, bajó la ventanilla y galante pero gritando le
dijo:
-¡¡¡De dónde saliste, mi amorrr!!!
La rubia se acercó bamboleando sus curvas y le soltó: -¿Salimos?
-¡¡¡Daleeeeeee!!! -gritó Fer, absolutamente ajeno a lo que estaba
viviendo realmente.
-Son: treinta bucal. Cincuenta, completo -dijo sonriente la señorita, y
agregó-: el telo aparte.
Piensa. Fernando re duro piensa pero la dureza puede con todo.
-Es puta, pero un infierno, y yo en este estado -se dijo al espejo. Giró
la cabeza y miró a la prostituta a los ojos.
-Subí, completito, mi amor -dijo encantado.
La rubia abrió la puerta con garbo y se sentó como si fuera una reina.
Dirigió dulcemente a Fernando hacia un telo, preguntando tonterías.
Fernando no la escuchaba, estaba encantado con su primera puta. No
había visto semejante mina así en su vida...
A los pocos minutos estaba pidiendo habitación en el albergue
transitorio.
Una vez dentro, la diosa le pidió el dinero y se encargó de la
habitación. Subieron por el ascensor y Fernando empezó a tocarle las
tetas turgentes, grandes y suaves. La miró mientras la acariciaba y a la
mina pareció encantarle… o por lo menos eso le hizo creer.
Ya en la habitación, mientras él se ponía cómodo por sugerencia, la
señorita se dirigió al baño un momento, y al rato salió con una
bombachita diminuta y el resto en piel... tan alta y llena de curvas, tan
femenina, tan fuerte. Se sentó en la cama y mientras le acariciaba los
genitales pidió por teléfono dos whiskys.
Miró a Fernando y le dijo: -relajate, dejame hacerlo a mí -y entonces
se metió un preservativo en la boca, para ponérselo con la misma en el
pene erectísimo de Fer y así empezó una felación suave y deliciosa,
como nunca antes... como que de eso vivía la rubia, y Fer estaba
enloquecido, alucinando con el vaivén y la mirada de la rubia en el
espejo, mirándolo y mirándose.
-Como me gustan los espejos -dijo mientras la rubia se la chupaba.
Sin sacarse la miniatura que le cubría el pubis, la rubia le dijo:
-Seguí así, acostado... que yo lo hago. Y entonces se le montó encima
y agarró el paquete de Fer con su mano derecha y se lo introdujo
amorosamente, mientras lo miraba a los ojos y allí empezó un dulce
subir y bajar que se fue haciendo tenaz, hasta salvaje.

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Fer, prendido a las tetas con boca, manos y alma miraba a la rubia
morbosa que le masajeaba el periné y le acariciaba el culo con dulzura
circular en el esfínter. Fernando cerró los ojos y arqueó su espalda.
Polvo de infarto, de recuerdo eterno, polvo de merca y alcohol, de
frustración vital, de trabajo inmundo y hartazgo de histeriqueo.
Fernando se echó el polvo de su vida.
Se echó El Polvo.
La rubia lo miraba fijo a la cara, sonriendo, mientras le acariciaba el
pecho con la fuerza justa para mantenerlo de espalda contra la cama
continuando con un suave movimiento circular de sus nalgas.
Fernando abrió los ojos sonriente, feliz y así fue como al incorporar el
cuello la vio allí, sentada sobre su cadera con el pene de Fer aún en su
interior y con su propio paquete en la mano, haciéndose lo que a
Fernando le pareció una paja brutal.
Se quedó quieto, sin pensar nada de nada más que -qué hago,
Fernando qué hago... esta cosa es un pibe...
Pero la rubia, que aún lo era para Fer, aunque tuviera ese paquete,
seguía moviéndose en círculos y arriba y abajo, mientras apuñalaba al
gato con violencia. Eran dos personas, la rubia en el vaivén y el rubio
en plena paja, pero con cara de rubia.
-¡No tomo más merca! -dijo, pero igual seguía cogiendo sin ya
quererlo, a la rubio... el rubia, con su propio pene duro como estaca,
como él, como de merca a favor... no como otras veces.
Y empezó a estar excitado de nuevo, con el pene más duro, a
explotar... y la rubia que se había girado dándole la espalda y
sacudiendo el culo frente a sus ojos, de lateral y en profundo arriba y
abajo y nuevo lateral...y -¡qué culo más bonito y femenino, y qué duro
estoy! -pensó Fernando.
Entonces la puso en cuatro, plegaria mahometana y el culo de la rubia
se expuso generoso mientras Fernando le daba su furia y su deseo.
Le daba igual que tuviera pija, porque él no lo había visto, no se había
dado cuenta y el culo era monumental y las tetas... -¡que par de tetas!
Y justo antes de acabar, la rubia se salió, de repente y lo miró y le sacó
el forro, y Fernando la miró, y ella, o él, le dijo: -Me toca a mí,
bombón -y lo empezó a masturbar mientras se le acercó despacio y se
arrodilló frente a él, para pajearlo y mirarlo tiernamente.
Y lentamente le acercó la pija al esfínter... y Fernando no dijo nada,
iba a explotar… y la rubia frenó el agite y lo penetró en el máximo
momento de placer, y Fernando no dijo nada...

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Acabaron juntos en un éxtasis frenético, y la rubia se retiró muy suave
y lo acarició en forma dulce y amorosa, porque ella tenía a un hombre,
lo que nunca había tenido, un hombre que se había confundido, que no
lo había notado, y eso la había puesto caliente y perversa.
Y Fernando había tenido a una rubia increíble a la que se había cogido
y había disfrutado de hacerlo.
Ella lo acariciaba como antes nadie lo había hecho, como si ella
supiera dónde estaban sus puntos erógenos...
Y entonces, Fernando entendió algo terrible pero que en realidad no le
importaba, por la dureza o porque no le importaba: La rubia se la
había metido.
Camino a casa, en Belgrano, no reía, no lloraba.
Conducía su coche mecánicamente.
Pensaba en la rubia, mucho... le encantaba.
Y pensaba en que él era puto.

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2. Gonzalo
Gonzalo emprendía nuevamente un viaje. Hacía algún tiempo que
estaba quieto, porque en su nuevo trabajo como médico lo tenían algo
apretado.
Había vuelto a intentar la supuesta ansiada tranquilidad de ser parte
del sistema, pero aparentemente no estaba hecho para eso. Sin dar
muchas explicaciones renunció a su puesto, como antes ya lo había
hecho, pero esta vez no pensaba quedarse en España. Estaba cansado,
solo, a pesar su facilidad para hacer amistades, sin pareja real, sin
hijos, sin ataduras. En dos días tenía su regreso organizado. Quería
respirar Buenos Aires, con su smog, sus pizzerías y el olor a panadería
sin grasa de cerdo. Ansiaba comer medias lunas, y mirar la caída de la
lluvia torrencial como cae en Buenos Aires. Quería ver mujeres
hermosas caminando por avenida Santa Fe, y desayunar en San Isidro,
en el tren de la costa. Quería ver el Río de la Plata, aunque estuviera
sucio y amarronado. Ansiaba ir a la Giralda a tomar un café y pasearse
por las librerías porteñas, quería escuchar su acento... quería volver.
Extrañaba las sonrisas en los negocios y el vaso con agua o naranjada
con el que siempre te sirven el café en Argentina, incluso extrañaba
las masitas con las que lo acompañan, aunque no las comiera.
Dejaba las Islas Baleares. Se marchaba por un tiempo o para siempre.
No lo sabía en realidad, y no le importaba.
Se despertó temprano y salió a dar un paseo, para mirar el mar. Era lo
que más le gustaba de las islas mediterráneas, era su única unión con
ese lugar, si es que existía alguna.
Caminó un rato, bajo el sol matinal, mirando el mar calmo, y no sintió
ninguna pena. Estaba más que decidido, estaba harto de aquel lugar.
Sonrió al sol, y se sintió pleno. Pensó en sus padres, y en que hubieran
disfrutado con su éxito vital. Se consideraba afortunado y exitoso, a
pesar de su precoz e incomprensible desarraigo que lo había llevado a
dejar el país, cuando supuestamente era un país próspero. Se rio de la
idea. El retorno lo hacía feliz.
Regresó a su casa, recogió sus maletas y revisó por última vez todos
los rincones. No quería dejar nada, y aunque ya lo había hecho, volvió
a mirar en todos los sitios donde podía quedar algún atisbo de su
pasaje por allí. Su casa estaba impecable, como si nunca hubiera sido
habitada.
Era su manera de ser. En el trastero, dejó todas las pertenencias que
pudieran serle útiles si por alguna incomprensible razón decidía
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volver. Era su casa, pero no era su lugar, por eso había enviado
algunas encomiendas con cosas preciadas que no quería dejar allí. Se
marchaba, se llevaba todo lo suyo, pero conservaba la ambigüedad de
dejar algo por si regresaba.
Fue hasta el aeropuerto en taxi, pagó dejando propina y desconectó su
móvil. No quería llamadas. Le quitó el chip y lo cambió por uno
argentino, sin volver a encenderlo.
Cuando estaba llegando a la cola en el mostrador de check in, una
mujer mayor que venía detrás aceleró el paso y se colocó mediante un
empujón delante de él. Se giró y le dijo con soberbia:
-Es que llevo prisa, tengo que coger un vuelo... -y se colocó
maleducadamente delante, mirando en dirección al mostrador.
Gonzalo sonrió y pensó: -Estamos en un aeropuerto, obviamente en
una cola para tomar un avión, con destino fijo dado que no llegan
muchos aviones en esta época en esta isla... En la pantalla justo
encima del mostrador dice el destino... del vuelo, no de la vida
Gonzalito, y lo dice claramente. Yo estoy en la cola y tomaré el
mismo vuelo que esta anciana, la que debe viajar por primera vez y, o
no sabe leer, o es tan mal-educada como su cultura y sus congéneres.
La señora volteó un instante para mirarlo triunfal.
En otra circunstancia probablemente Gonzalo hubiera actuado con un
poco menos de amabilidad, pero antes que la mujer dejase de mirarlo
le contestó:
-Yo también tengo que coger un vuelo, señora, y además creo que
vamos en el mismo vuelo y no tengo prisa.
La mujer no entendió la ironía, y se giró farfullando en su idioma algo
que pareció ser dicho en la media lengua de los niños.
Gonzalo esperó su turno con absoluta serenidad, despachó sus maletas
y pasó los controles aeroportuarios con amplia sonrisa.
Una vez sentado en la cercanía de su puerta de embarque, vio a la
señora ponerse en fila para embarcar, y desde su asiento sonrió y le
dijo: -¿Vio señora, que íbamos en el mismo?
La mujer se ofuscó, mostrando su ignorancia, falta de tacto,
educación, soberbia y estupidez, pero Gonzalo ya estaba
acostumbrado a esto. Era la característica habitual de muchos de los
habitantes de aquel lugar. Cuanta mayor capacidad de consumo
tenían, más bestias y mal-educados eran.
Gonzalo lo había sufrido con tenacidad y paciencia. Se repetía que era
porque tenía algo que aprender.

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En su medio de trabajo, llegó a escuchar las aberraciones más grandes
acerca de su país de origen, de boca de gente supuestamente ilustrada.
Mucho peor fue lo que escuchó de la gente con trabajos relacionados
con estudios menores y ni qué decir de los trabajadores sin estudios.
Gonzalo estaba cansado de estar allí. Era un tipo educado, servicial y
respetuoso, y probablemente por eso fue que le costó tanto entender en
su lugar de trabajo la falta de respeto.
Era médico, y había trabajado en su país ejerciendo su profesión.
Estaba acostumbrado al buen trato entre colegas y subalternos, como
él los llamaba sin ser malintencionado, y a que lo llamaran de usted,
aún siendo joven.
En el lugar nuevo esa palabra, sonaba ofensiva, obviamente para los
subalternos quienes estaban acostumbrados a trabajar dentro de un
ficticio rol de igualdad y compañerismo.
Sí, es cierto que en Argentina se pecaba de clasismo pero es que era
determinante de la buena conducta y el comportamiento en los lugares
donde había ejercido. Cada uno en su lugar, con corrección y respeto
por las funciones del otro. Pero sin pasar los límites que imponen la
diferencia de años de esfuerzo y estudio.
Pero claro, en Baleares la capacidad de consumo los hacía a todos
iguales. Vivían a crédito y consumían a la par tanto profesionales
como trabajadores básicos. Y eso, parecía generar una incomprensible
igualdad laboral.
Gonzalo se comportaba correcto y distante, sin maldad. Con la
simpleza de entender los roles de cada uno. No daba confianza, pero sí
un trato cordial. Y eso parecía que molestaba.
Entonces sucedió que en su trabajo comenzó a ser poco querido dado
que en forma inconsciente y por su carácter, marcaba lo que él veía
como obvias diferencias. Lo tachaban de soberbio.
Un día malo, después de una guardia dura, una enfermera tomó una
iniciativa equivocada en un campo que además no era el suyo.
Gonzalo sin buscar discusión preguntó el por qué. Solo quería saber,
para enseñar y corregir.
De mala manera, con la soberbia del ignorante le contestó que porque
se hacía así, de toda la vida.
Gonzalo dijo que tal vez, pero que a él no le gustaba, pero que además
y a su humilde entender era incorrecto y creía que era más que
conveniente que se le consultara.
La respuesta que obtuvo fue abrumadora para él:

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-Mira, aquí trabajamos en equipo porque somos compañeros de
trabajo.
Y si a ti no te gusta, pues te la aguantas, porque seguiré haciéndolo
así.
Gonzalo respondió sereno.
-Me parece perfecto, pero te voy a aclarar una cosa: en este equipo yo
doy las órdenes y tú las cumples. Eso será y es trabajar en equipo con
cualquiera de vosotras. Más aún si haces las cosas mal. ¿Queda claro?
La enfermera lo miró con odio real.
-¿Pero tú de qué vas?
Gonzalo sonrió.
-No voy de nada. Simplemente me he metido doce años de estudio
para saber cómo se hacen algunas pequeñas cosas y me pregunto
cómo puede una enfermera con tres años de estudio en una carrera
donde se aprueba por antigüedad, entender esto. ¿O me vas a decir que
te ha costado sacar el diploma?
A partir de allí, empezó a sufrir un acoso constante por parte de
enfermeras, auxiliares y limpiadoras, lo que en realidad no le
preocupó en absoluto. Era impecable en su trabajo. Pero empezó a
estar cansado. Sus compañeros y superiores hacían oídos constantes a
las estúpidas habladurías. Y les daban crédito.
Un día su jefe directo le mandó llamar. Era obvio que estaba del lado
de la gente local, no sólo por complicidad. Gonzalo era bueno en su
trabajo, joven y para colmo de males era argentino, una combinación
difícil de perdonar en la mediocridad reinante.
Mientras iba a su encuentro, le vino a la mente un comentario que no
dejaba de darle vueltas por la cabeza, de un médico compañero, quien
le había dicho con malicia que allí se le daba más credibilidad a una
limpiadora que llevara toda la vida trabajando que a un colega recién
llegado.
Entró en el despacho del jefe, que estaba ocupado jugando al solitario
en su ordenador.
Este le habló sin mirarle:
-Mira... Las enfermeras se han quejado de ti. Parece que no trabajas
adecuadamente en equipo. Además no cumples el horario. Aquí se
entra a las ocho y se termina a las tres.
Gonzalo sonrió, hizo un breve silencio y ya asqueado dijo:
-Para colgar cuatro sueros, pasar seis medicaciones, poner mal una
sonda, cambiar un vendaje fuera de tiempo o alcanzarme cuatro pinzas
podría contratar a algún discapacitado voluntarioso. Seguro que se

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quejaría menos... Y sí, es cierto que no cumplo horario, pero es que
termino mi trabajo sobre las doce... a veces antes. Y cuando tú estás,
ocupas siempre el ordenador. Así que sobre las dos me voy, y si puedo
me largo antes, como te habrá contado la limpiadora. Pero te cuento
que mis compañeros ya no están cuando me marcho, cosa que no te
habrán dicho... Solo se quedan los días en que tú estás.
Su jefe lo miró con ira pero Gonzalo no se inmutó.
-Y con respecto a lo que dije de las enfermeras, hay excepciones,
habitualmente entre las pocas que por experiencia saben ceñirse a su
trabajo y lo hacen muy bien.
Eso sí, de mi trabajo no se habrán podido quejar. ¿Sabes qué pasa? Lo
que hago está bien hecho, y no tendrás queja de eso, ¿verdad? Aquí
estáis acostumbrados a trabajar de una manera extraña, o a no trabajar,
por eso dais tanto vuelo a enfermería. Yo hago mi trabajo, y a veces
incluso el de las enfermeras. En ese instante entró en la sala un
compañero, que envidiaba la prestancia de Gonzalo. Lo miró
sonriente.
-¿Qué pasa? Veo que te han contado que se quejan de ti. Aquí no se
puede ir de guaperas, aquí hay igualdad.
-¿Entonces por qué tú no trabajas nunca? ¿Por qué yo hago lo que
nadie quiere hacer? ¿Por qué tú vas a cuanto congreso ofrecen y a mí
no me lo permiten? ¿Porque soy extranjero?
Gonzalo miró al jefe.
-¿No hay igualdad?
Su jefe hizo silencio, se levantó y se largó diciendo que estaba
cansado de chiquilinadas.
Entonces con mirada calma se dirigió a su compañero.
-¿Dices que hay igualdad?, entonces trabaja, viaja menos y deja que
otros asistan a congresos.
El otro médico lo miró con real furia y dejó salir su inferioridad a flor
de piel.
-Tú eres un mierda hijo de puta que ha venido aquí a trabajar, y si no
te gusta, te vas.
Esa mañana, Gonzalo renunció a su trabajo.
Sentía náuseas. Tenía dignidad y sentido común. Ya había aprendido
lo que tenía que aprender.
En aquel lugar muchos eran así de ignorantes, feos, envidiosos, malos,
bajos, rastreros y sucios.
Y en el aeropuerto volvió a recordarlo. Todos se comportaban como la
mujer de la cola.

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Gonzalo no compartía esa manera de vivir. Por eso se iba a casa, a
respirar aire de educación y buenas costumbres. Tenía que volver.
Hacía mucho tiempo que necesitaba hacerlo.
Pasada la puerta de embarque, le ofreció una sonrisa en el autobús otra
vez a la señora que hacía como que no lo veía.
En el avión volvió a sentir náuseas, no sólo por el olor que despedían
algunos de los pasajeros, sino por el asco a la sociedad de la que había
estado intentando aprender algo.

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3. Acerca de Fernando
A partir de aquel día, Fernando empezó a tener comportamientos en el
trabajo algo diferentes a los que siempre había tenido.
Para empezar, estaba más resuelto y con menos inhibiciones, con
renovada alegría.
Comenzó a soltarle los galgos a cuanta mina buena y no tanto tenía a
su alcance, con bastante éxito dado su buen tipo. Y no es que nunca lo
hubiera hecho antes, pero de repente había sentido que tenía que
explotarlo en el ámbito laboral. Antes cuidaba mucho su lugar de
trabajo y por eso solía ser discreto.
Además, llamó a un par de ex amantes para retomar su desenfrenada
vieja vida sexual, que había aparcado en un intento por ser más
correcto y formal. Pero esa vida lo había hundido en el aburrimiento.
Fernando no era así de controlado.
Y como era de esperar renovó por enésima vez y como ya era su
costumbre, los encuentros con aquella amigovia sumisa que no hacía
bien los petes, palabra que le gustaba en contraposición a como le
decían en España.
-Mamada, ¡qué cosa que me sonaba vulgar, incestuosa y pedófila, con
alto mal gusto! -dijo en voz alta mientras marcaba el teléfono de su
amiga. La quería, a su manera, pero tanta entrega le había causado
fastidio.
Fernando decidió que ya era hora de que Micaela, que así se llamaba
la desgraciada, aprendiera a hacer felaciones. Pensó que le sería útil en
su vida futura, y que no era normal que no supiera.
La pasó a buscar por su departamento y aunque hubiera sido lo
correcto no quiso subir.
-Bajá, nena. Que te voy a llevar a un lugar que no conocés.
Micaela, sin preguntar nada, bajó en menos de dos minutos y subió al
coche de Fernando sabiendo claramente a dónde irían.
Fernando durante el camino le preguntó tonterías y le habló de
trivialidades absolutas como si se hubieran estado viendo a diario en
los últimos meses.
Micaela, se derretía de solo mirarlo.
La llevó a un albergue transitorio.
-Jardines de Babilonia... en Europa no se consigue y mucho menos en
España.
Micaela sonreía encantada de volver a tenerlo, aunque fuera por esa
sola noche.
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Fernando pidió el Loft.
Una vez en la habitación la miró fijo y mientras se sacaba la ropa le
dijo:
-A ver, cielo mío. Quiero enseñarte algo, así que escucháme bien.
Y empezó a monologar, sin prestar mucha atención a lo que Micaela
hacía.
Se empeñó en enseñarle mediante palabras la técnica correcta de la
felación, en su primera cita después de un largo semestre de ausencia,
con los recuerdos que tenía de su encuentro casual con aquel- aquella
hombre/mujer que le quitaba el sueño. Pero el intento resultó
imposible. Micaela escuchaba pero no hacía el mínimo gesto de pasar
a la práctica.
-¿Qué pasa, mi vida? -preguntó Fernando.
Micaela sonrió.
-Nada, te escucho, pero me hago pis. Voy al baño y vuelvo. Qué linda
la habitación... me hace ilusión volver a verte.
-Bueno, andá que yo me voy preparando.
De hecho, y previendo la situación, Fernando estaba bien preparado.
No había tenido reparo en ir a un sex-shop y comprar una “tarasca” de
homínidas proporciones para darle una clase práctica.
Mientras ella iba hacia el baño, aprovechó para esconder el consolador
debajo de la almohada y para peinar y meterse una raya generosa de
coca.
Micaela se desvistió, hizo pis, se lavó en el bidet y se arregló el pelo
mientras se miraba en el espejo.
Fernando, impaciente, la llamó.
-Dejá de mirarte, que estás divina y vení a la clase práctica que me
parece que la teoría no la entendés muy bien.
Micaela se le arrimó por el costado y éste le enseñó el pene en plena
erección.
-Dale, -le dijo- es todo tuyo.
Micaela se arrodilló al costado de la cama y comenzó a hacerle una
felación incompleta, sin gusto ni placer, como si no quisiera hacerlo,
como era su costumbre.
Cuando la cosa empezó a estar igual de aburrida que siempre
Fernando le soltó:
-No, dulce, ¡no! Así no se hace... ¿No te das cuenta de que empieza a
aflojar?
Ella alzó la vista y lo miró con ojos tristones.

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Fernando, sin reparar en ello, sacó de debajo de la almohada el juguete
sexual, una poronga importante con huevos y todo, como él solía
llamar al pene. Se la extendió algo ansioso.
Ella lo miró con pena, y tímidamente dijo:
-Qué quieres, ¿qué me chupe esto?...
-¡No!, sostenémelo un cachito que te voy a enseñar a hacerlo -le dijo
mientras sacaba un forro de la mesita de luz.
Como humilde relatador del hecho he de asegurar que creo que allí
estuvo la clave del error.
Sin prestar atención a Micaela ni a su entorno, Fernando abrió el
preservativo, y repitió la maniobra maestra del traba, metiéndoselo en
la boca y colocándoselo con la misma al juguete de goma, sin errores,
mientas masturbaba el consolador y profundizaba el condón, como si
realmente estuviera haciéndolo con un hombre.
-¿Ves?, así se agarra la chota ¿ves?
Micaela se quedó dura, pasmada, mirando cómo Fer le hacía una
demostración práctica de cómo se hacía, abstraído, disfrutando,
mientras continuaba en su demostración encima de la cama, culo en
pompa, subiendo y bajando como lo había hecho el travestido.
Micaela observaba el panorama sin entender bien lo que estaba
viendo, como una espectadora de cine y en el momento que le pareció
que sería el culmine, mientras Fer mamaba el pito de goma y se
masturbaba, éste se detuvo, levantó la vista sin soltar el consolador y
le dijo:
-¿Ves? Tenés que hacerlo con gusto, te tiene que gustar hacerlo, sino
sale mal y se nota...
Fernando estaba encendido de placer mientras hablaba.
Micaela, mirándolo con lágrimas en los ojos, le dijo:
-A vos parece que te encanta...
Y saliendo de su habitual ostracismo preguntó:
-¿Eres puto?
Fer reaccionó. Levantó la cabeza un poco más, apoyó el culo en la
cama y se sentó. Miró a su alrededor y se dio cuenta del espectáculo
que estaba brindando a Micaela.
Se incorporó, soltó el tronco y negó rotundamente.
-A mí los hombres no me gustan... sólo te estoy enseñando, tontita...
pero es que si no me pongo en papel... si no te lo actúo, me parece que
no lo vas a entender.
Micaela, que siempre prefería la mentira a la verdad y aceptaba todo
por algo de cariño, sonrió secándose las lágrimas, pero con dudas en

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su mente que no le provocaban en sí absolutamente nada. Ella quería
estar con Fernando, a cualquier precio.

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4. De Gonzalo y Micaela
Gonzalo conoció a Micaela casualmente.
La vio tan suave, tan distraída, y tan femenina que quedó impactado.
No sabía cómo hacer para acercársele, porque parecía que él no existía
a sus ojos.
Estaban en una exposición de pinturas que hacía un amigo de la
adolescencia de Gonzalo en una bonita sala en Barrio Norte que
pertenecía a un conocido artista plástico.
Sostenía una copa de champagne de la que apenas bebía mientras
miraba cómo Micaela se paseaba sola y se detenía en los cuadros más
coloridos.
Micaela cada tanto sonreía a alguien y volvía a abstraerse en su paseo.
Parecía como si los colores atraparan toda la atención de aquella joven
tan hermosa.
Se adelantó cautelosamente entre la gente, hasta un cuadro pletórico
de color. Se quedó cerca y esperó a que Micaela se detuviera frente a
la obra.
-Muy colorido ¿Verdad?
-Sí, -sonrió Micaela- muy alegre -y se giró a mirar nuevamente el
cuadro, dando por terminada la charla.
Se quedó quieto, buscando qué más decir. Hubiera conseguido
impresionar a cualquiera con su presencia, pero Micaela no le había
prestado mucha atención. En realidad ninguna.
-¿Conoces a Freddy?... ¿el pintor?
Micaela lo miró y le pareció poco educado no contestar. Sólo había
invitados y no quería quedar mal.
-No, es conocido de un amigo mío que me invitó a venir... pero que no
llegó todavía.
Micaela lo dijo como justificándose de algo.
-Ah, ya vendrá -replicó Gonzalo que leía rápido entre líneas- ¿Sabes?
Mirá qué cosa más rara. Freddy es amigo mío de la adolescencia.
Siempre le gustó pintar, pero de chico pintaba todo oscuro, todo negro
y azul... y ahora mirá... luz y color. Empezó pintando para él mismo,
para hacer catarsis vital y... una cosa lleva a la otra. Ahora expone
para otros y lo que hace no está mal.
-A mí me gustan mucho, sobre todo estos, con esos colores tan
alegres, tan vivos. No entiendo casi nada de pintura, pero me gustan -
dijo Micaela interesada en el relato.

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-No hay que entender -dijo Gonzalo al mismo tiempo que descubría
que podía empezar una conversación-. Es tan simple como vos lo
decís. La pintura ha de gustar, y punto. Ya está. No tiene por qué uno
ser entendido... ¿qué es ser entendido? Es una tontería, es saber un
montón de cosas sobre un tema, pero si sabés o no, no puede interferir
en si te gusta o no... ¿No te parece?
-Podría ser... sí, claro -dijo Micaela.
-¿De qué te vale saber si la técnica es acuarela, témpera, acrílico u
oleo o látex, o mixto o miles de cosas? Si te gusta, ya está. Ser erudito
en un tema no es signo de ser sabio... es erudición... y te diría que los
eruditos son un poco tontos.
Micaela miraba a Gonzalo algo confusa. Le hablaba de cosas que no
entendía muy bien y que además le parecía que no venían en nada al
caso, si bien estaban entablando una charla y la gente suele decir
muchas pelotudeces para iniciar un acercamiento, cosa que a ella le
ocurría a menudo. Sin embargo, los comentarios de ese desconocido le
resultaban raros e interesantes.
-¿Por qué decís eso? -preguntó interesada- Para ser erudito hay que
estudiar y no me parece que el estudio sea una tontería.
-No, no digo eso -se entusiasmó Gonzalo viendo que había
conseguido una charla abierta-El que estudia no es un tonto... hoy los
estúpidos se ríen de los que han estudiado, en este mundo en que
vivimos. Lo que digo es que la erudición, los líderes de opinión, los
grandes conocedores de algún tema... cómo decir... son un poco
idiotas, sin desmerecer el tiempo que han perdido en almacenar datos
y conocimientos, que aún los hace mas idiotas...
Gonzalo se quedó pensativo. A veces era demasiado tajante en sus
opiniones.
-No te entiendo -dijo Micaela intrigada por el aspecto, la forma de ser
y la arrogancia de su interlocutor. Era un hombre en conjunto
encantador, pero lo veía algo soberbio.
-Bueno, es difícil y creo que me llevaría tiempo contarte la historia.
Pienso así, pero no desmerezco al que se ha formado, yo mismo he
hecho mis estudios en la universidad de Buenos Aires, me he formado
en lo mío, pero no sé... la erudición... -Gonzalo hizo un silencio y notó
de reojo la mirada tímida y huidiza pero sonriente de Micaela-
Perdonáme, no quiero que pienses que soy un soberbio... pero los
eruditos me parecen personas que saben demasiado, que tienen
respuestas, pero que no les sirven para nada. No les ayuda en nada, no
les cambia su esencia... no sé... -Gonzalo miró a Micaela y no pudo

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dejar de decir lo que veía que esos ojos le trasmitían- ¿Por qué estás
tan triste? -y lo dijo invadiendo sutilmente la distancia interpersonal.
Micaela levantó la vista y miró a los ojos a Gonzalo.
-Disculpáme, pero es que tu mirada... -Gonzalo había entrado en los
ojos de Micaela, sin permiso, como solía hacer- ¿Es por tu amigo... al
que esperas?
Preguntó sabiendo que la tristeza era muy profunda.
Micaela se sintió desnudada ante la pregunta. Había aprendido a
disfrazar lo que le pasaba para que los demás no lo notaran. Y lo que
le pasaba casi siempre era abúlico y triste.
Pero ese hombre le había preguntado por su tristeza, y no podía negar
que estuviera triste.
-No, no es por eso -dijo, dejando abierta una puerta enorme.
-Mi amigo es así, un poco informal a veces. Ya estoy acostumbrada.
Fernando es un buen amigo, pero hace estas cosas. Después se
disculpa y uno a los amigos les perdona cualquier cosa ¿verdad?
-Verdad -dijo Gonzalo sonriendo.

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5. De Guillermo y Fernando
Hacía un tiempo que Fernando había reiniciado su relación con
Micaela.
Se sentía triste y vacío hasta el punto de tener ratos de llanto, si tener
ninguna explicación lógica para su estado.
Pero para salir de ese pozo en el que de repente caía, conocía un
antídoto perfecto, así que se secaba las lágrimas con un simple cóctel
a base de alcohol de cualquier tipo y cocaína.
La mañana en que se conocieron, Fernando estaba en un after porteño,
más duro y verborrágico que de costumbre. Por eso no se percató de
las intenciones de Guillermo, quien era muy reservado y discreto; no
podía darse el lujo de hacer cagadas públicas debido a su importante
trabajo gubernamental.
Había escuchado a Fer en el baño metiéndose una raya y entonces, al
verlo salir del excusado, se giró y le sonrió amigable. Fer entendió el
gesto como complicidad, y sólo por eso lo invitó con un quetito.
-Perfecto, me hacía falta.
-Faltaba más, a estas horas siempre va bien un toquecito de ayudín...
servite lo que quieras.
Fer re duro se quedó frente al espejo, mojándose la cabeza.
Al salir, Guille quiso devolverle el pelpa. Fer se rió sardónico,
espástico y contundente, mirándolo a través del espejo.
-¡Pero noooo!... quedátela... tengo más y está igual de buena.
Y salieron juntos del baño hablando como amigos incoherentes. Una
vez en la barra Guille le pagó un trago en gesto de agradecimiento,
mientras Fer le señalaba a todas las minas que veía, y con las que se
babeaba como un poseso en pico de ocupación espiritual maligna, o en
pico de dosis, que venía a ser más o menos lo mismo.
Guillermo, que entendía bastante del tema dado su inicio sexual con
múltiples féminas ninfómanas gracias a poseer un muy buen tipo, un
atractivo sensual algo mixto pero arrollador y una soltura ganadora
cuando tomaba cocaína, le seguía la corriente.
Siguieron bebiendo y visitando el baño, hablando de lo que a
Fernando se le pasara por la cabeza.
De repente, como suele pasar cuando la dosis ha sobrepasado el
límite, sintió taquicardia. Se excusó y se fue al baño, se miró al espejo
y se tocó el pecho.

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-¡Uh! Tengo que frenar un poco -se dijo y al instante se tranquilizó
porque la justificó mentalmente con el Viagra que se había metido por
si acaso.
-¿Viste?, la pastillita te trae taquicardis, Fernandus... No pasa nada,
me tomo otro whisky y listo.
Salió nerviosamente calmado. Pidió un whisky doble e invitó a
Guillermo con otro, quien al mediar la copa empezó a perder la
compostura y a hablar un poco más.
De pronto sintió que se le soltaba la lengua, como si no fuera suya... y
empezó a perder un poco el respeto a su propia reserva.
Pero no podía entregarse a sus deseos tan fácilmente. Se controlaba a
base de repetidos insultos hacia él mismo, silenciosos pero claros,
como un mantra continuo y espiralado que decía
noseasforronoseasforronoseasforrooooooommmmm, y vuelta a
empezar...
Pero estaba durísimo y le calentaban los ojos inquietos y negros de
Fer, y su boca movediza, y su cuerpo esbelto.
Fer, miraba pibas absolutamente ajeno al suplicio por el que estaba
pasando su compañero de noche, que ya solo pensaba en chuparle la
pija. Sí, así como suena de mal educado.
Salieron juntos del averno, saludaron a Satanás, mientras otros
demonios seguían danzando frenéticamente. Eran las once de la
mañana y hacía un día nublado, gris y oscuro, tormentoso, de domingo
invernal pleno. A los cien metros de caminar y habiéndose hecho
todas las invitaciones y planes a futuro, propios de la ocasión, y que
como saben los faloperos nunca se cumplen, empezó a llover a mares,
y en pocos segundos la calle estaba inundada.
Guille no tenía coche propio por lo que Fer se ofreció gentilmente a
llevarlo a su casa, prolongando así el sufrimiento de deseo sexual
reprimido que su nuevo amigo sentía.
Otra raya en el coche y partieron hacia el desconocido porvenir de una
situación aún más desesperante para Guille gracias al nuevo subidón,
pero normal para Fer que estaba acostumbrado a vivir durísimo y
terminar en cualquier lugar a cualquier hora.
Al llegar a destino, subieron a tomar otro trago y a llamar a algunas
amigas que –según Guille insinuó- estaban dispuestas a aceptar una
mañana de fiesta.
Descorchó champú Dom Pèrignon y Fer sacó como por arte de magia
una bolsa enorme... había como diez gramos.
Guillermo se peinó una de descomunal dimensión.

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-Cuidado... Mirá que es tiza... A las chicas les va a encantar...
-Tranquilo, estoy muy acostumbrado... ¿te preparo una?
-No, gracias... Creo que voy servido... tengo algo de taquicardia y...
¡ahora mismo me chuparía la cachufleta de la primera mina que me
pusieran delante!
-Yo ni te lo cuento -contestó Guillermo sarcástico- ¿Estás bien?
¿Querés un trankimazin para bajar un poco?
-Dale loco, qué preparadito que estás para los subidones, ¿no? Traeme
dos mejor.
Guillermo le trajo toda la caja, le sirvió champagne y se sentó varonil
frente a él.
Y empezó a contarle cosas de política y mujeres inexistentes que
sacaba trastocando su memoria de los jovencitos que se cogía gracias
a su cargo de poder.
Fernando, a pesar de la cantidad de coca que llevaba en la sangre, se
fue hundiendo en el sofá por el efecto del alcohol y los calmantes.
Al terminar la tercera botella, cerró los ojos y se echó para atrás. Daba
el aspecto de estar arruinado.
Empezó a respirar profundo, y cayó aparentemente dormido. Guille
esperó unos minutos impaciente el respirar algo más pausado de Fer,
quien estaba roto, destrozado. Se le acercó silencioso, deseoso de
poseerlo y empezó a acariciarle los genitales a mano llena, por encima
del pantalón de jean.
Fer lo notó a pesar de su estado de mezcla alcohólica soporífica, y sin
saber bien por qué prefirió hacerse el dormido al ver que su miembro
empezaba a erectarse. No sabía si era por obra del Viagra, de su
estado o de una nueva perversión, pero estaba a full.
Guillermo sintió que su amigo era receptivo, le aflojó el cinturón y
desabrochó los botones. Metió la mano dentro de los calzoncillos y
empezó a masturbarlo. Al escuchar la jadeante respiración de su
compañero ocasional, se acercó aún más, sacó el pene y empezó a
hacerle una felación dulce y amorosa, a pesar de la merca.
Fer se acomodó en el sofá jadeando, extasiado y duro,
placenteramente cómodo, y se dejó hacer encantado, sin fijarse si tenía
puesto un forro, cosa que a Guillermo ni se le había pasado por la
cabeza. Estaba feliz, durísimo y caliente y le alucinaba chupar el calor
de una suave piel peneana.
Fer pensó: -¡Qué pete!

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6. Acerca de Gonzalo y Micaela
Gonzalo se encontró con Micaela al otro día de haberla conocido en la
exposición. Habían estado hablando sólo un rato después de que él
mostrara su sensibilidad para entender a las personas y sus estados.
Era eso lo que había fascinado a Micaela de Gonzalo. Además estaba
relativamente sola y Fernando había vuelto a desaparecer. No habían
discutido, pero él le había pedido que lo dejara tranquilo un tiempo.
Por eso, como siempre y para ser gráfico, la había dejado tirada en la
sala de exposiciones. Igual, ella sabía que volvería. Aceptaba
cualquier propuesta de Fernando y eso la hacía sentirse vencedora.
Siempre volvía, y aunque luego se sintiera usada sentía que él la
amaba, o eso quería sentir, aunque ella no supiera lo que era el amor.
Nunca había podido saber qué era lo que Fernando sentía por ella. Y si
bien él estaba en su cabeza todo el tiempo, en sí Mica estaba sola,
viviendo en una soledad acompañada, ya acostumbrada al maltrato al
que se había expuesto siempre.
Al principio tenía algún amigo más, con los que esporádicamente
también se acostaba. Sólo la llamaban para eso. Y ella lo aceptaba.
Era su forma de sentirse deseada. Escuchaba mentiras al oído y se las
creía en el momento del sexo, tan cálido como ella quería imaginarlo,
pero tan frío como la descarga para la que los hombres la usaban.
A medida que fue pasando el tiempo, empezó a querer estar sólo con
Fernando, tal vez enganchada por el exquisito y cariñoso desinterés
que él aplicaba con majestuosidad.
Llegó al café elegido para la cita. Habían quedado en encontrarse en el
centro porque Gonzalo estaría por allí haciendo unos trámites.
No había opuesto ninguna resistencia después de haber estado
hablando con Gonzalo delante del cuadro, solo unos minutos, solo los
escasos minutos en los cuales había conseguido tocarle el corazón,
con su mirada paternal, su dulce voz, y su aparente desinterés sexual.
Le había pedido tan distinguidamente en encontrarse a hablar un poco,
sin ninguna intención rara, solo porque la veía triste, que no había
podido negarse.
Gonzalo sugirió que fuera en la Giralda, porque le entusiasmaba que
fuera en un bar porteño en plan barrio, dentro del centro.
Ambos llegaron puntuales, casi juntos, aunque él se le había
adelantado unos minutos. Al verla llegar se puso de pie, la cogió del
brazo, le dio un beso y la invitó a sentarse, acercándole la silla

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caballerosamente. Micaela sonrió ante un gesto tan simple pero tan
viril y elegante.
Pidió un jugo de naranja y Gonzalo sin darle tiempo a reaccionar la
miró.
-No vale la pena sufrir ni un minuto. No te conozco, pero no me gusta
verte así. Perdonáme la franqueza y la aparente desubicación, pero si
viniste es por algo. Me gustaría poder ayudarte.
Se quedó muda, lo miró a los ojos y se le llenaron los suyos de
lágrimas. Se sentía tan desnuda con ese hombre... y Fernando la había
vuelto a colgar... La impotencia que sentía y la sagacidad de Gonzalo
le jugaron en contra y no pudo contenerse.
Él le extendió unos pañuelos de papel y ella -mientras se secaba-
sonrió.
-No es nada, -dijo- es que hoy estoy muy sensible.
-Hoy y siempre... Sos una mujer muy sensible, y me parece que se
aprovechan de tu sensibilidad...
Micaela miró a Gonzalo y éste le dijo sin dudar: -Puedo ayudarte, y no
tengo intenciones raras, así que si querés, podemos charlar y buscar
una solución a lo tuyo, que creo que la tiene.
Micaela asintió en silencio.
-No hace falta que sea hoy. Ahora calmáte, tomá el jugo y salgamos a
dar una vuelta por Corrientes que es un lugar al que nunca vengo a
caminar.
Te dije de venir por acá porque es raro que la gente pasee por esta
zona.
Micaela sonrió tímida. Miró a Gonzalo y pensó que tal vez podía
confiar en él, aunque fuera un desconocido. Parecía una persona
buena, era educado, con estilo y modales, y con una sensibilidad
especial.
-¿Al final viste a tu amigo?
Micaela levantó nuevamente la vista y descubrió que él percibía algo
más que lo que ella mostraba.
-No me digas por favor que te dejó sola, porque desperdiciamos la
posibilidad de haber cenado juntos anoche.
-No, no vino -dijo Micaela. Y se le llenó de tristeza el corazón y la
mirada.
Gonzalo se sentía satisfecho. Tenía la clave de la tristeza sin palabras,
y no sabía bien que lo que tenía en ciernes iba a cambiar su vida. Se
sentía muy atraído por esa tristeza pero mucho más le atraía la

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posibilidad de salvar a Micaela de lo que aún no sabía que tenía que
salvarla, pero intuía.
La pena de aquella joven era muy profunda, notoria en sus ojos,
aunque era una tristeza que estaba maquillada a la perfección. Nunca
afloraba y menos en público, pero Gonzalo la había percibido.
Esa tarde caminaron juntos un rato y él hizo gala de educación y saber
estar, de buena compañía, con comentarios inteligentes y sagaces de
cosas cotidianas y un sano humor aunque a veces un poco satírico.
Micaela se sintió bien a su lado, protegida, y atraída más que por su
excelente presencia, por su arrolladora -aunque un poco soberbia
personalidad.
Él le contó que ejercía de médico y que viajaba mucho, que había
vivido en Europa, y que estaba de vuelta desde hacía unos pocos
meses, simplemente porque extrañaba horrores. Mencionó que había
trabajado en Mallorca, sin dar detalles.
Esa tarde habló poco, tampoco tenía mucho que contar a menos que lo
participara de su vida sexual que era lo único que en realidad había
hecho en su vida. Sexo. Lo demás era absolutamente irrelevante,
monótono y casual. Pero no iba a contarle nada que pudiera apartar a
Gonzalo. Empezaba de pronto a necesitar conocerlo, aunque no quería
que la ayudara en nada. Ella estaba bien así, aunque triste, pero tenía
asumido que era la única manera que conocía de vivir. Y así vivía.
No sabía que al abrirle la puerta de su vida iba a desencadenar la ira
justiciera de aquel hombre tan formal y cortés que tenía delante.

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7. Acerca de Fernando y Micaela
Era una preciosa noche y Fernando llevó a Micaela al Rosedal, donde
él ya era habitué.
No le costó casi nada convencerla para buscar a un travesti con el que
podían pasar un buen rato juntos, simplemente porque ella quería estar
con él, y pagaba sin problemas el precio que eso podía conllevar. Era
su estilo de vida, su forma de relacionarse con los hombres, a pesar de
la nueva experiencia de haber conocido a Gonzalo.
Fernando la recogió en su casa. Estaba arreglada como para ir a una
fiesta. Él también, pero su arreglo era francamente nasal.
Al llegar a la zona roja, Fernando eligió al travesti con ayuda de su
chica y se lo llevaron a un albergue transitorio cercano.
La tarifa fue algo mayor, porque era un trío, cosa que a él le importó
realmente poco. Prefirió no discutir para no perder el plan.
Quería fiesta, le gustaban los travestis, porque para él eran mujeres
con pito, y le encantaba la variedad que eso le ofrecía. Él justificaba
todo porque eran mujeres con detalle, según su visión y no porque
estaba pervertido. Quería cogerse al traba, chuparle a Micaela todo el
cuerpo y la vulva y que el traba se lo cogiera. Había conseguido merca
de la buena, a un excelente precio y estaba entusiasmado en su
cocaínica euforia sexual. Duro desde antes de recoger a su chica.
Lo que Micaela hiciera, realmente le importaba un carajo. La
necesitaba para aumentar la posibilidad de juego, y sabía que ella no
se opondría a nada.
Micaela quería a Fernando... estar con él. Sin importar cómo.
El traba quería dinero.
Hablaron casi nada durante el viaje, a pesar de los intentos frustrados
del travesti por romper el hielo irreal, dado que Fer ardía de
morbosidad y de pala.
Micaela contestaba las preguntas bastante amablemente, se la veía
animada, sonreía.
Llegaron al telo y Fer pidió una habitación superior, con parking
privado. Pagó y le guiñó un ojo a la cajera que lo ignoró con altura.
Aparcó sin hablar, sonrió a Micaela entre su imparable bruxismo y
bajaron del coche en silencio.
Al entrar a la habitación, los dos hombres empezaron a desvestirse
rápidamente, sabiendo ambos a lo que iban.

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Fernando puso música mientras Micaela miraba algo seria pero
sonriente, y tímidamente empezó a quitarse la ropa mientras su chico
pedía tragos y champagne.
Al colgar el teléfono, se giró.
-¡Fiesssta! -gritó y se dispuso a peinar unas rayas generosas en la
mesita de luz de las que convidó al traba que moría de entusiasmo.
Y ella también tomó... porque todos tomaron.
Fernando estaba pleno, erecto y mientras la miraba jalar cocaína,
empezó a masturbar al travesti. Cuando Micaela se incorporó,
Fernando lo apartó disimuladamente y agarrándola por la cabeza la
sentó en la cama metiéndole su pene en la boca.
El traba miraba morboso el inicio del pete y espetó con ansiedad y voz
impostada:
-¿Y yo qué hago?
Fer le dijo entusiasmado: -Vení que te vamos a tocar esas tetas divinas
que tenés...
Y así empezaron poco a poco a ser tres en un nido de sexo, placer,
duda, sumisión, perversión, amor, codicia, morbosidad, dureza,
alcohol, y añejo aburrimiento. Hicieron todo lo que pudieron, con
todas las variantes posibles, y nadie preguntó nada.
Micaela experimentó la doble penetración, que según ella no había
probado, a pesar de sus tríos y orgías previas con hombres, por
similares motivos a los que lo hacía ahora con Fernando.
Fernando se ocupó de que acabara mientras los dos la penetraban.
Al llegar al clímax, ella estaba chupando las tetas del traba, a quien
tenía de frente, bajo ella, penetrándola, mientras Fernando desde atrás
se la cogía por el culo.
Y como era su costumbre, al acabar se quedó tumbada, recibiendo el
empuje de Fer, mientras el traba se retiraba.
Fer estaba fuera de sí, caliente y jadeante, perverso y feliz, entonces
mientras seguía empujando a Micaela le pidió al traba que lo
penetrara, con claros y explícitos gestos obscenos.
El travesti se acercó a la mesa de luz, se jaló una segunda raya y le
alcanzó una punta con la uña del dedo índice a Fernando, quien jaló
hondo.
Micaela se giró tímidamente para ver qué pasaba, pero él la acomodó
nuevamente con la frente en la almohada, sujetándola por el pelo.
El traba, se acercó a Fernando desde atrás, le untó el culo con gel
lubricante y lo penetró poco a poco, primero jugando en su esfínter, y
luego hasta el fondo, completamente. A los pocos segundos mientras

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Fer empujaba con violencia en el culo de Micaela, el traba se lo cogía
a pleno.
Micaela estaba apoyada en el colchón, en posición de plegaria
mahometana y él continuaba sosteniéndola con dureza por el dorso y
el pelo contra el mismo.
Era una escena dura, de sumisión total, que el travestido disfrutaba
enfermizamente mientras empujaba largo, saliendo y entrando del
culo de Fernando.
Fernando sintió que llegaba el momento de dejarse llevar...
Acabó en el cielo, mientras le ofrecía a susurros la leche e Micaela.
El traba, morboso, le daba por el culo. Pensaba que Fernando era
putísimo y fiestero... Y que ya era hora de volver al Rosedal.
Una vez en el parque dejaron al traba donde él les pidió, sin mediar
palabra.
Micaela y Fernando se miraron.
Él se rió en su dureza más que sardónicamente.
-Me encantó, ¿repetimos?
Eligieron entre los dos a otro travesti unos metros más adelante.
Fernando quería más.

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8. El espejo
Micaela estaba parada frente al espejo, arreglándose, como siempre lo
hacía, pausada y prolijamente, parsimoniosa. Era así como a ella le
gustaba hacerlo siempre. Fer, la miraba fijo, con interés real.
De pronto, ella se volteó.
-¿Sabés? no me veo bien, tengo una arruguita acá, ¿ves? Es que no me
gustan los espejos.
-A mí me encantan, aunque nunca me miro, ¿viste? Soy así de raro,
me peino, me lavo los dientes, me aprieto un granito, pero no me
miro... sólo cada tanto tiempo me veo y fijo los ojos y me doy cuenta
que pasó el tiempo...
Micaela continuó su ritual, estaba muy bonita, preciosa.
Él terminó un porro con una calada honda, se quedó pensativo, o
colgado, y dijo:
-Te voy a contar una historia, cielo, una historia de espejos... Hace no
muchos años, había una mujer que vivía sola, en una casa enorme
donde tenía una cómoda antigua, de su madre, con un espejo
fantástico, de cristal y bisel, ¿sabés? creo que se llamaba Aurora.
Tenía casi setenta años y salía poco de casa.
Un día el espejo despertó, no sé si sabés que los espejos duermen, para
no alterar lo que muestran, es su karma, su destino, mostrar siempre lo
que ven, tal cual es.
Y este espejo descubrió que estaba harto de mostrar la realidad, tal y
como la veía, así de cruda... y decidió cambiar. De repente empezó a
mostrar lo que a él mejor le parecía, de lo que reflejaba, que no era
más que el frente de la habitación donde estaba colocado.
Pero un día la mujer pasó por allí y vio a una jovencita hermosísima,
en el espejo, y lo peor o lo mejor de todo, es que era ella, su propia
imagen.
Se quedó perpleja, no daba crédito a semejante ilusión. Corrió hasta
otro espejo y vio la realidad, la de un espejo dormido, y al volver
hacia la cómoda maternal, volvió a reflejarse como una bella
jovencita.
Sin dudarlo... digamos que no dio ninguna vuelta, descolgó y quitó
todos los otros espejos de la casa, con cierto desdén y algo de enojo.
Su vida cambió de repente, culpa de aquel espejo desobediente de los
mandatos de Dios, y comenzó a arreglarse frente al espejo.

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Pasaba horas mirándose, sonreía y reía plena de gozo y de pronto
descubrió que tenía que volver a la vida... a salir y a divertirse, a
conocer muchachos y a hacer amigas.
Fernando hizo un breve silencio.
-Uff... cómo me pegó esto... ¡Qué porro!... Prosigo: Dura fue la
reacción que generaba y que sus ojos y sus oídos querían negar. Nadie
la veía como su espejo, como su espejo la reflejaba, en un afán por
hacer las cosas más bellas, y ella era siempre señora o abuela al salir
de casa y no le faltaron más que un par de ridículos momentos como
para desistir del encanto entre ese público que no la veía como su
espejo. No te los cuento porque estoy re colgado y no me acuerdo
bien, pero creo que un día un pendejo de mierda le dijo:
-¡Pero señora! ¿No se da cuenta de la edad que tiene? ¿Por qué no se
va al asilo y nos deja a mí y mis coleguillas en paz? ¡Joder! Que está
aquí dándonos la tabarra y nosotros esperando que se marche para
echarle un polvo a estas guarras allí en ese callejón. Se lo digo pa que
no se le ocurra ir pallá...
Micaela lo miró a través del espejo, por el cambio de acento.
Fernando sonrió perdido, pero entendiendo la mirada.
-Claro, era gallego y vos sabes qué educaditos son en ese país... -
Fernando puso la vista en el recuerdo- se van a arrepentir de haber
criado a semejante generación de infradotados, ¿sabés? Son unos
drogadictos del orto, sin estudios y soberbios como si sus padres
fueran los reyes, la puta que los parió a estos pelotudos... Perdón, me
fui por las ramas... ¡Qué buennn porro esteeeee!... ¿En qué estaba? Ah
sí, la viejita...
Micaela no se apartaba de su labor, y no decía nada, como siempre.
Fer continuó:
-No salió más de casa. Siempre disfrutaba del espejo, ahogada en una
mentira que la hacía feliz. Cambió la cómoda de lugar y la puso frente
a una ventana, en su salón. Y se sentaba allí, frente al espejo, para
mirar al mundo desde su reflejo.
Un día en que se acomodaba el cabello, escuchó una dulce y ronca voz
que le decía:
-Qué hermosa estás, qué joven y bella eres, tu pelo es tan sedoso… y
tu piel tan lisa y suave... tus ojos, tan vivaces, me cautivan...
Y en el reflejo vio a un jovenzuelo viril y guapísimo, con porte
estupendo, como yo, y sintió el deseo que él emanaba y colocaba en
ella -y esa frase Fernando la volvió a decir con acento español.
Micaela sonrió tenue, pero siguió extasiada en sus arreglos...

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Fernando sonrió un momento y dijo:
-Sonrió, como vos, y se sonrojó un poco, bajó la mirada y al alzarla
volvió a ver al joven, que también sonreía, como yo.
Al voltear la cabeza, vio en la ventana a un viejo, muy viejo y muy
cansado, mirando hacia el espejo.
Fernando volvió a hacer silencio, miró a Micaela un rato y remató:
-Esa es la historia del espejo.

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9. De Micaela y Gonzalo. El gorrión
Micaela quería que Gonzalo se interesara más por ella. Se conocían
desde hacía poco, y habían hecho a sus ojos una rápida amistad, salían
a pasear y charlaban mucho. En realidad, Gonzalo monologaba.
Habían ido a cenar varias veces y él había explotado su don de gente
al máximo. Siempre educado y servicial, correcto y respetuoso,
caballero y galante, se había ido ganando su admiración y el deseo de
estar íntimamente con él.
En los encuentros que habían tenido, él había indagado tontamente
acerca del hombre que la apenaba.
Ella no era francamente explícita y abierta, y se notaba. Se entendía de
sus pocas referencias, que ella lo había seguido desde España por
amor, y que él la había abandonado. Era al parecer una rutina típica y
repetida que Gonzalo interpretó como abuso y desamor, como
aprovechamiento excesivo de ese tipo hacia la bondad de Micaela. El
hombre que estaba con ella se llamaba Fernando, y era un hijo de puta
que la jodía a placer.
Se notaba en las cosas que ella decía, que realmente se había
enamorado de él, y que por eso lo había seguido y había dejado su
tierra de origen. Cuando le preguntaba por qué no se volvía, ella decía
que no podía dejarlo solo, que cuidaba de él...
Era inaudito, inverosímil, pero era así como ella lo veía.
Había perdido hasta su acento nativo, que sólo se notaba a veces,
cuando Micaela quería que así fuese. Decía que le gustaba sentirse
integrada, y que por eso lo había cambiado. No renegaba de su lugar
ni de su origen, solo quería sentirse una más en Argentina.
La pasó a buscar por su departamento, y esperó en la puerta a que ella
bajara. Estaba decidido a entrar en su alma y ayudarla a dejar al tipo
que la había jodido.
Micaela se subió al coche, le dio un beso y preguntó: -¿A dónde
vamos hoy?
Gonzalo sonrió.
-Te llevo al teatro, hoy dan una obra en un lugar algo under que va a
gustarte. Veremos “Esperando a Godot”, de Samuel Bequet. ¿Sabes
quién es?
-No...
-No importa, pero para ponerte al tanto te cuento que es un autor que
escribió absurdo... un maestro del absurdo... El maestro -dijo Gonzalo
interesante.
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-¿Y qué es el absurdo?
-Es un género literario que hace el planteamiento de la insignificancia
de la existencia del hombre en relación con la existencia divina... Es el
mejor género de teatro a mi humilde entender, es un planteamiento
formidable.
-¡Ah!, claro...
-Bequet decía que nacemos de la oscuridad y que vamos hacia ella,
hacia la oscuridad. Yo no lo comparto, aunque admiro su obra.
Micaela lo miraba extasiada, sin entender muy bien lo que aquel
hombre le intentaba explicar.
Ella era más simple, más sencilla y humilde, menos interesante. Se
sintió tonta y decidió preguntar algo para cambiar el tema, pero sólo le
salió una pregunta inconsciente, absolutamente relacionada.
-¿Vos escribís?
-Sí -dijo Gonzalo sorprendido por la pregunta.
-¿Y qué escribís? ¿Absurdo?
-A veces... Otras veces escribo cuentos, o imágenes, o prosa poética...
me gusta escribir.
-Contáme algo de lo que hayas escrito -dijo Micaela mientras se
giraba en el asiento del coche y miraba a Gonzalo con ternura
maternal.
-Mmmmm, no sé... si querés te cuento un cuento que escribí con ocho
años, creo que no me saldrá igual de bien que como lo escribí, pero la
historia será la misma.
Gonzalo conducía calmo, por avenida Libertador en dirección al bajo.
-Culpa de ese cuento llamaron a mi madre al colegio y le hablaron de
mí como si fuese un chico raro... -y sonriendo agregó- Creo que a mi
madre no le importó mucho.
-Dale, contámelo.
-Pues bien, hace ya algunos años, en una plaza de una ciudad
balnearia, un gorrión se quedó sobre un cantero, agotado de sed por el
calor que era intenso y aplastante. Tenía una sed brutal, impresionante
y no podía volar más. De repente, vio una nube que pasaba por encima
de él, entonces giró su cabecita hacia arriba, como lo hacen los
gorriones, la miró y le dijo:
-Dame agua, por favor. Tengo mucha sed.
La nube, miró hacia abajo y sin interrumpir su rumbo dijo: -lo siento,
no puedo darte agua. No te la daré porque el agua es mía-. Y se fue,
sin dar ni siquiera unas gotas al gorrión.

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Pero en su recorrido, tomó conciencia de su egoísmo y pensó: -Qué
mala he sido, no me costaba nada darle un poco de agua al pájaro
aquel.
Entonces volvió sobre sus pasos... y al llegar al cantero se encontró
con el gorrión...
Pero el gorrión estaba muerto.
Micaela miró a Gonzalo en silencio.
-Tenía ocho años -dijo él y sonrió.
Micaela, cambió un poco el semblante, y sin saber qué decir preguntó:
-¿Y tu madre qué dijo?
-Que siguiera escribiendo.

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10. De Micaela en una tarde mixta
Micaela se había encontrado con Fernando que la había llamado para
ver cómo estaba.
Habían paseado un rato, caminado, y luego se habían dedicado a la
exploración corporal total, en un albergue transitorio porteño.
El hecho en sí, que era lo habitual, no le había despertado ninguna
cosa. Sabía que Fernando terminaría por invitarla a acostarse con él, y
por eso había aceptado verlo. Se sentía deseada...
Pero esa tarde de sexo ilimitado, la imagen de Gonzalo se le había
aparecido unas cuantas veces.
Fernando se había presentado a recogerla aparentemente en un estado
cerebral normal, pero al cabo de un rato, empezó a notar que Fer tenía
lentitud de pensamiento, escaso diálogo coherente y un gran
entusiasmo por tener un encuentro sexual.
Esa tarde no hubo diálogo, ni monólogo, ni palabras... Fernando se
dedicó exclusivamente a saciar su instinto animal.
Al salir del telo le dijo que tenía prisa, y dejó que se marchara sola, a
pesar de ver que tenía los ojos llenos de lágrimas.
Al llegar a su casa, llamó por teléfono a Gonzalo. Era la primera vez
que lo hacía en forma espontánea, pero por necesidad de hablar con él.
Gonzalo, sorprendido por el llamado, la invitó inmediatamente a cenar
y además, si quería, luego podían ir a un bar algo especial para él, que
conocía por medio de unos amigos artistoides como él los llamaba, los
mismos que habían generado el casual encuentro en la galería de arte.
Aceptó la invitación sin dudar, y quedaron en encontrarse en el Bar de
La Esquina de avenida Libertador, en Belgrano.
A las nueve y media estaban sentados en la mesa más cercana a la
pared del fondo. Esta vez, Gonzalo llegó en segundo lugar.
-Te veo cansada -dijo después de pedir agua sin gas.
-Es que anoche no dormí muy bien. Me quedé hasta tarde despierta y
luego dormí poco y algo molesta...
-¿Tenés insomnio? -preguntó Gonzalo dudando un poco.
-No, no, es que... no sé, a veces me pasa, pero no tengo insomnio.
Micaela intentó minimizar el asunto, mentía mal y se le notaba.
Gonzalo lo notó, e insistió: -¿Estás bien?, ¿te pasa algo?
-No, nada, -dijo Micaela, y sin saber bien por qué, aunque sobraban
motivos, empezó a llorar muy compungida, pero a la vez muy
controlada. Ella si hacía falta maquillaba hasta el llanto.

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-¡Eh!, no, no, no -le dijo tomándola de la mano- No llores, por favor,
seguro que no vale la pena. Estoy acá con vos, así que podés contarme
lo que sea que te apena... si querés.
Micaela se secaba las lágrimas con las manos. Él le extendió una
servilleta de papel, le sonrió y la dejó un momento más en silencio,
mientras volvía a tomarla de la mano.
Entonces lo miró seria, muy triste, a los ojos.
La realidad era que estaba agotada de haber pasado toda la tarde
teniendo sexo con Fernando. Y lloraba entre otras cosas, porque se
sentía un poco mal con la situación, porque estaba frente a un hombre
que la respetaba...y no entendía porqué más, pero lloraba.
Gonzalo, le dijo tierno: -¿Querés que te cuente un cuento?... como la
otra vez. Digo... de los míos.
-Sí, porfa... pero ahora espera un poco que estoy rara, -y empezó a
llorar de nuevo.
Él se acercó a su lado y la abrazó. Se quedó en silencio, llorando
mientras Gonzalo la estrechaba fuerte.
Cuando se calmó un poco, Gonzalo volvió a sentarse en su silla.
-¿Qué pasa? -dijo- ¿por qué estás así? No es nada bueno para mí verte
así, y mucho menos para vos -dijo serio pero sonriendo-. ¿Es tu
amigo?
-¿Fernando?
-Sí, tu amigo el que te dejó colgada el día en que te conocí.
-Fernando -dijo y unas lágrimas se asomaron nuevamente por sus
ojos.
Gonzalo la miró más que serio, cambiando el semblante. Le levantó la
cara desde la barbilla y dijo contundente: -Dejá de llorar. No vale la
pena llorar por cosas que tienen solución... y tampoco si no la tienen.
Micaela miró a los ojos de Gonzalo y sintió que no era la misma
persona con la que se había encontrado. Tenía una mirada más
profunda y brillante, pero perdida en una extraña marea de
certidumbre. Parecía la mirada de un condenado a muerte, pero sin
miedo, sólo con certeza de muerte aceptada.
-¿En qué pensás? -preguntó saliendo repentinamente del lugar de
víctima en el que se había colocado.
-No entiendo por qué dejás que te hagan daño. No entiendo por qué
das a esa persona el lugar de poder que tiene en tu vida. Sos vos la que
está mal por dejarte hacer, nadie te está haciendo daño. Sos vos la
responsable, aunque no te guste lo que te digo.
Micaela lo miró y sólo dijo: -No sé, no sé decirle que no...

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Gonzalo se sintió muy mal, muy incómodo ante la respuesta. La miró
con duda.
-¿Querés que te lleve a tu casa?
-No, quisiera que me contaras el cuento, pero si quieres que me
marche, pues solo dilo -y le salió todo con su acento nativo. Pero
fundamentalmente sumiso, por la costumbre de estar con Fernando.
Gonzalo se molestó con la respuesta, pero sonrió sin enseñar un atisbo
de su enojo e intentando ser gracioso le dijo con acento español:
-Pues vale colega, te contaré uno que viene a cuento.

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11. El Rey
Gonzalo la tenía tomada de la mano con dulzura mientras caminaban
por el barrio de Belgrano.
-Me encanta este lugar... ¿sabés? Belgrano es un lugar formidable para
mí.
Micaela lo miraba cada tanto, sin decir palabra. En realidad estaba
muy cansada, pero quería seguir caminando de la mano con él, a pesar
del agotamiento físico.
-Aunque si lo mirás bien, Belgrano es bastante feo en algunas zonas.
Cabildo y Juramento es horrible, pero a mí me encanta, con su ruido y
su horror urbano, con sus panaderías y sus librerías, y los negocios
desordenados entre ropa, locales de teléfonos, casas de deportes,
bares, talabarterías, cerrajerías, restaurantes, floristerías y dietéticas...
y qué sé yo qué más... es un mundo propio... no sé cómo explicarlo.
-Te entiendo... es lo tuyo... yo me siento ajena... es un lugar que no
reconozco como vos lo hacés.
-¿Ajena?, si parece que te hubieras criado acá...
-Ya... pero es una mentira de adaptación. Extraño lo mío, aunque sea
tan diferente y tan precario... comparándolo...
-Es verdad que para mucha gente el mejor lugar del mundo es el lugar
donde se ha criado... es cierto.
-Conocí a Fernando ahí, en mi lugar -dijo tal vez abrumada por el
cansancio, sorprendiéndose a sí misma del comentario.
Gonzalo se silenció de repente, la miró y le sonrió de manera
sobreactuada.
-¿Y? -le preguntó como desinteresado.
-Y me fascinó lo que me contaba de Buenos Aires, que es cierto.
Siempre me decía que acá nos querían mucho a los españoles, a
diferencia de lo que pasaba en España con los argentinos. Me decía
que los argentinos que estaban fuera no eran en realidad
representativos... que eran unos negros de mierda que estaban ahí para
trabajar en cosas que en Argentina no harían ni locos.
-No es así. Miráme a mí, yo he vivido en España y soy profesional, y
soy representativo de la generación que estudió y se labró un futuro
con capacidad de producir a niveles altamente competitivos.
Micaela lo miró asintiendo.
-¿De qué trabajaba tu amigo?
-No... –dijo dubitativa-, estaba de vacaciones, era monitor de esquí, o
eso me dijo.
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-¡Ah!... un piola... el típico chanta argentino... de esos no nos
enorgullecemos.
Se sintió agredida pero no dijo nada. Notaba el recelo en las palabras
de Gonzalo.
-No debería contarte, pero he venido a Argentina siguiéndolo... y
mira...
Gonzalo se lleno de ira, pero controló su apariencia.
-Y acá, -prosiguió Micaela- las cosas entre nosotros fueron un poco
raras, tal vez como tú dices, por mi culpa, pero así fue...
-¿Y por qué le das tanto poder sobre tu vida a ese hombre?
-No sé, no sé qué decir.
-¿Lo amás? ¿Estás enamorada?
Micaela hizo un silencio breve y mintió.
-Tal vez antes estaba enamorada, pero ahora no...
Gonzalo le apretó tiernamente la mano y ella sonrió tenue, lábil y
tímida.
-No des poder a nadie, no lo tiene. Mirá, te voy a contar un cuento. Se
llama El Rey, pero no es el de Khalil Gibran...
Entró en un bar de nombre Sálvame María, e invitó a Micaela a
sentarse en una mesa que estaba en un ángulo. Pidieron dos tés y sin
decir palabra la tomó de la mano.
-Se te ve cansada...
-Es que duermo un poco mal últimamente... por favor, cuéntame el
cuento.
Gonzalo sonrió, se le acercó y comenzó a hablar.
-A ver, como era... Bueno, te lo cuento más o menos como me
acuerdo... Cuenta la historia, que hace ya muchísimos años,
encontrábase un rey cabalgando por el bosque aledaño a su gran
castillo, acompañado de su habitual custodia. Era un rey especial,
como todos los reyes, que gustaba de sentirse superior y en algunas
ocasiones lo demostraba. Ducho en el arte del dominio de sus
caballos, y poseyendo el más brioso y fuerte, comenzó a cabalgar en
franca carrera alejándose de su custodia que intentaba seguirlo. Pero
por esas cosas del destino, perdió rumbo y compañía.
Y he aquí, que al verse sin su custodia, y alejado peligrosamente de
sus dominios, sintió miedo.
Pero aún, poseía a su brioso corcel.
Gonzalo se detuvo en su relato y la miró a los ojos. Micaela seguía la
historia atentamente.
-¿Sigo?

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-Claro, no me vas a dejar a medias del cuento.
-Bueno, es que estás tan callada que no sabía si te interesaba.
-Obvio... Me gusta mucho que me cuenten historias.
Gonzalo sonrió satisfecho.
-Bueno, sigo entonces... Bien, como te decía, El Rey aún tenía a su
caballo y empezó a galopar sin rumbo, de un lado para otro, buscando
camino cierto para regresar a su castillo, y en su impaciencia, ayudado
por el temor que se acrecentaba, en un giro imprevisto de su caballo se
topó con una rama baja que lo hizo caer al suelo... Su caballo no se
detuvo... Siguió al galope, y así, de repente, se encontró solo,
realmente solo. Y sabrás lo que le pasa a la gente cuando se encuentra
sola... La gente, Micaela, cuando está sola tiene miedo.
Y a nuestro rey, el miedo lo invadió desde dentro.
Pero era el rey y con templanza, comenzó a reflexionar. Estaba solo,
sin caballo ni corte ni custodia ni compañía alguna. Su poder, su
inmenso poder, en ese lugar e instante, no le valía absolutamente para
nada. Su oro, su inmensa fortuna en oro no era suficiente para que
alguien cumpliera una miserable orden suya y todo esto era posible
simplemente porque estaba solo.
De pronto, se sintió insignificante.
Pasaron por su cerebro cientos de imágenes que lo hicieron reflexionar
y sentirse realmente más pequeño, con el mismo valor que él había
otorgado a los plebeyos, a los pobres, a los súbditos...
Pero él era el Rey, y se negaba en su interior a explicarse esto.
Gonzalo gesticulaba mientras contaba su historia, y ella sonreía
sintiéndose arropada.
-En sí, Micaela, el Rey descubrió que su vida era insignificante, en el
aquí y ahora que estaba viviendo... nadie lo protegía, nadie lo
respetaba, nadie cumplía con sus constantes caprichos. Lanzaba
órdenes al aire, como un loco, y nada sucedía. Gritaba: -¡cortadle la
cabeza!... ¡traedme miel del monte!... ¡me apetece un baño en leche de
cabra!... -pero nada... no pasaba absolutamente nada.
Entonces, así como te lo estoy contando, El Rey se arrepintió. Parecía
imposible en su megalomanía, pero sí, estaba francamente
arrepentido.
Alzó la vista al cielo, y empezó a caminar, pausadamente primero, en
dirección a lo que por el sonido le pareció era un río. Y luego de
andar un largo rato y llegar hasta él, lo reconoció y entonces pudo
orientarse.

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Micaela sonreía por la historia que le intrigaba, pero más por el modo
tierno en que se la contaba, como si fuera una niña.
-En ese instante de lumínica orientación, el Rey lloró, y se enjugó las
lágrimas en el río...
Se vio reflejado en el agua, y sintió vergüenza.
Volvió a mirar al cielo, y sin dar más lugar al llanto, se repuso y
emprendió regreso, apresurando su paso firme de Rey cuanto pudo.
Al divisar su castillo, se sintió seguro y tranquilo, pero ya había
tomado una decisión.
Fue recibido por la custodia y parte de la corte, que abrieron las
puertas con la habitual vehemencia y servilismo que estaban
acostumbrados a mostrarle.
El Rey entró triunfal, miró a su alrededor y sin mediar palabra ante la
mirada de todos los que le esperaban, ordenó cerrar las puertas y
sellarlas con un gran candado, prometiéndose a sí mismo jamás volver
a salir sin la adecuada compañía, de la que nunca pudiera alejarse, no
fuera ser que en desarropada soledad pudiera conocerse mejor, y
volver a ver su ficticia insignificancia que no era real, pues
nuevamente estaba rodeado de gente.
Gonzalo hizo silencio y la miró sonriente.
-Qué final más feo -dijo Micaela, me hubiera gustado que fuese
distinto.
-No -dijo Gonzalo-, es este el final. Probablemente el autor nos quiso
decir algo... tal vez que busquemos nuestros valores en soledad, y no
en el exterior, en otras personas... O tal vez nos reflejó cosas de las
sociedad... la vida es así de dura, y somos nosotros mismos los que
hacemos poderosos a los demás.
-¿Sabes quién lo ha escrito?
-Sí, claro -dijo Gonzalo sonriendo-, lo escribí cuando tenía unos
catorce o quince años. Y era más o menos como te lo he contado.

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12. Margaritas
Fernando había invitado a Micaela para dar un paseo, rompiendo con
su rutina de llamados con intenciones sexuales. Caminaba algo serio,
intentando no demostrar nada. Se sentía algo triste. Micaela estaba
junto a él, muy cerca, cogida al bolsillo trasero del pantalón de Fer.
De repente Micaela se detuvo, y miró unas margaritas que estaban
preciosas en un cantero de Plaza Francia. Eran salvajes, y muy
hermosas.
Él también se detuvo, y sonrió.
-¿De qué te reís? -preguntó Micaela.
-No me río... sonrío... ¿sabés que la sonrisa es más expresiva que la
risa? Muestra sentimientos. La risa es espástica, como la tos... diría...
-No lo sabía, aunque parece lógico.
-Sonreía porque me acordé de un cuento muy bonito...
-Contáme -suplicó Micaela que adoraba los cuentos.
-Bueno, mirá, sentémonos y me enciendo un porro, si no te molesta, y
aunque te moleste...
Se sentaron en el cantero y él la tomó de la mano.
Sintió que se derretía en ese gesto tan simple y tonto de Fer... le daba
la mano...
-Hace muchos años, existía en las montañas de un lejano país, un
pueblo que tenía una característica única. Ellos vivían alejados de toda
otra civilización, porque la suya era muy especial... habían tenido una
extraña suerte, un raro sortilegio donde su Dios, que es el mismo que
el nuestro pero que a ellos les prestaba más atención, les había
concedido una gracia.
Fernando caló hondo el porro y volvió a sonreír. Ella lo miraba
extasiada.
-Y he aquí, que era una cosa de lo más extraña: a las personas les
crecían flores en el cuerpo, unas margaritas hermosísimas, de tallos
dorados y pétalos nacarados. Lo más hermoso de todo es que a todos
les crecían las mismas flores y con la misma belleza, sin diferencias.
Pero claro, Dios es sabio, y si bien nos ve a todos iguales, porque lo
somos, solo había hecho una pequeñísima diferencia ante los ojos de
sus ángeles… que como todos sabemos son una caterva de lameculos
que están al pedo para vivir bien, cosa que Dios sabe, pero se hace el
boludo porque le son útiles para menesteres menores que no vienen al
caso pero que sirven para que los humanos pierdan el eje y la
dirección de las peticiones usándolos como intermediarios, cuando no
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hay línea más directa con Dios, que Dios mismo, es decir... este faso
me pegó bien, así que olvida lo último... digo, lo de los angelitos
esos... ¡Qué porro!, Dios mío perdóname porque no sabo lo que digo...
uh...
Micaela se rio un poco del estado de Fernando.
-¡No te rías! Que es serio... ¿por dónde iba?... Ah, sí, por las flores,
eso...
Fernando hizo silencio.
-¿Y?
-¿Y qué? -dijo Fer con la vista perdida.
-El cuento, las flores, la diferencia -agregó Micaela intentando que Fer
hilara de nuevo.
-Ah, sí… Y eso, no sé. Los ángeles como son medio nabos no
creyeron que fuera importante la sutileza de Dios, que en su gran
sabiduría otorgó el crecimiento floral corporal en distintas partes del
cuerpo.
-Ah...
-¿Ves? Los ángeles pensaron lo mismo, ah, pensaron ¡Ah! ¿Serás
ángel vos? Caído, pero ángel, porque pensás como ellos... Tengo que
apagar este porro, che. Es venenoso.
-¡Dale Fer! -se impacientó Micaela, cosa rarísima en ella cuando
estaba con Fer, y bastante extraña en su vida habitual.
-Huy, ¿qué nos pasa? Calma, que ya sigo... -Fernando se tumbó bajo
el sol primaveral y prosiguió- Pues que a la gente le crecían margaritas
divinas pero reales en distintas partes del cuerpo, según su accionar.
Entonces, podían crecerte por ejemplo, flores en la espalda y hombros
o en la cabeza, como a la mayoría de las personas normales en esa
tierra, entonces vivían con sus flores en zonas que les permitían
enseñarlas y verlas, y tener una vida bonita... -Fernando se silenció y
sonrió profundo antes de proseguir- ¿Y por qué digo esto de la vida
bonita? Presta atención, mi ángel de flores en los ojos.
Había un grupo de gente muy especial, algo así como santurrones, a
los que las flores les crecían en las manos. Imagináte que había que
atenderlos porque no podían hacer muchas cosas, y mucho menos las
básicas como alimentarse y eso. Eran flacos y pálidos, con belleza
floral en los rostros y se paseaban ofreciendo las palmas al cielo, en
muestra franca de alabanza a Dios.
A los perversos sexuales les crecían flores en los genitales... muchas,
las que se marchitaban con frecuencia y les volvían a creer otras, en
un círculo de muerte y resurrección constante, lo que les impedía tener

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sexo, por la obvia incomodidad... -Micaela miró a Fernando con una
sonrisita pícara...
-Sí, no me mires... yo tengo un jardinero que me poda la zona cada
minuto y además no vivo allí...
Micaela rio.
-No te rías boluda, es serio esto, che -le dijo mostrándole el ombligo-
¿Ves? A los egocéntricos les crecía una flor, única y bellísima en el
ombligo, la única flor que por estar sola parecía más bella, y los
obligaba a mirársela todo el tiempo, encerrándolos en el panorama de
su ombligo, sin poder disfrutar de otra vista más que su centro...
A los indecisos, se les llenaba todo el cuerpo de flores, cosa engorrosa
y agobiante, y se les marchitaban por sectores muy concretos, los que
les permitía hacer algo pero a medias... por ejemplo... se le morían las
flores de las manos, entonces podían comer o tocar algo o escribir...
tenían que decidir algo, pero ni bien se decidían, les empezaban a
crecer y se le caían de otro lado, no sé, de los genitales, entonces
mientras veían si orinaban o hacían el amor, empezaban a crecer de
nuevo. Una tortura, diría yo. Así que si aprendían a ser rápidos en las
decisiones, podían hacer alguna cosa y… a veces se curaban, pasando
a tener flores en la cabeza o la espalda... ¡Qué porro mas bueno este,
che!
Micaela estaba fascinada con el relato.
-A los envidiosos... ¡uh!... ¡¡¡¡¡ A esos le crecían en el culo!!!!! ¡Una
joda bárbara, che! Dios es un fenómeno, no te digo... mirá lo que se le
ocurría. Sí, a los envidiosos les crecían solo en el culo, tenían flores en
el culo entonces cuando defecaban las ensuciaban todas. ¡Qué fino
que estoy hoy! Corrijo, vivían cagando sus propias flores, por
pelotudos envidiosos de mierda. Algunos entonces intentaban cagar lo
menos posible, siempre mirando las flores en el culo de otros, pero
esos, si no explotaban estaban como los funcionarios españoles...
llenos de mierda.
Micaela se reía a carcajadas, más porque Fernando gesticulaba y se
reía mientras le contaba el cuento.
-Ante esta situación -prosiguió Fernando entusiasmadísimo-, Satanás
metió la cola en el asunto y otorgó el crecimiento de otras plantitas a
sus seguidores, en este pueblo... que fueron cactus... pero ese es otro
cuento y no quiero derivar, pero estimarás con buen tino, que ésos
estaban bastante solos y aislados... ¡Eso es! te lo cuento, aunque no
debería porque nos salimos del cuentito, pero a los curas pederastas

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les hacia crecer un cactus en el culo, pero para adentro... en fin,
volvamos a las margaritas…
A los seres más elevados les crecían micro margaritas de oro blanco y
diamantes en los dientes, entonces cuando sonreían, llenaban todo de
luz y amor... qué buen porro, que buenosta, ta ta ta ta ta ta ta ta... este
porrito que me deja así de tranquilito -terminó canturreando.
-Perdón, sigo... eeeh... a los sabiondos, era en las orejas donde
aparecían los hermosos racimos... no podían escuchar nada ni a nadie,
entonces estaban todo el tiempo contando cosas a los gritos...
insoportables, ni te lo podés imaginar...
Fernando se calló, como esperando algo, y mágicamente, ella soltó la
pregunta que él percibía iba a hacerle.
-¿Y por qué me dijiste hace un rato que yo era un ángel con flores en
los ojos?
-Porque esos eran los que no veían. Los que negaban la realidad, los
que vivían sin ver nada de lo que pasaba, o no querían verlo...
Micaela se puso seria.
-Pero no es para que te preocupes, porque a veces se les podían caer, y
entonces despertaban del sueño de la ceguera y la ignorancia...
Además vos no sos de ese país, estas acá conmigo, aunque... ¿sabes?...
Todos los que estamos acá venimos de ese país, todos los hombres
moderno somos descendientes de esa civilización... pero fuimos los
únicos que quedamos, los peores, fuimos los que matamos al resto... a
los que Dios castigó haciéndoles crecer margaritas en la planta de los
pies... y desde ese entonces, caminamos sobre nuestras propias flores,
destrozándolas, sin siquiera saber que están allí. Las hemos hecho
mierda y las seguimos pisando...
Micaela se tumbo a su lado, miró sus ojos llenos de lágrimas y lo
tomó de las dos manos.
Lo miró tierna, como se mira a un niño triste.
-Es un cuento muy raro, pero muy lindo... ¿quién te lo contó?
Él esperó un momento y dijo:
-Nadie, lo acabo de inventar.

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13. Dandi
Gonzalo llevó a Micaela hasta su casa. Habían salido a cenar, y
charlado con el entusiasmo de creer saber qué tenían cada uno delante.
Los dos habían mentido un poco, ocultado cosas. Era más que
esperable, dado que cada uno en lo suyo tenía zonas oscuras.
Gonzalo por su segundo trabajo, ella sólo por su sexualidad.
Mica lo invitó a subir. Por primera vez en mucho tiempo, dejaba
entrar a un hombre que no fuera Fernando a su casa. Probablemente si
Fernando no hubiera estado de viaje, aunque sabía que nunca se
presentaba sin avisar, no hubiera hecho pasar a Gonzalo,
Se sentaron en el living y puso Morcheeba muy suave, como ambiente
de fondo, para luego encender una vela, sin apagar la luz.
Su casa estaba impecable, limpia y ordenada, con pocas cosas pero
justas para hacerla confortable aunque de apariencia aséptica. Parecía
que allí no vivía nadie.
Gonzalo estaba sentado tranquilo, sereno y sonriente, y miraba como
Micaela se movía tenue, mustia, imperceptible.
Ella reaccionó a la mirada y a la situación de la única manera que
sabía, entonces comenzó a insinuarse tontamente, “como quien no
quiere la cosa” hubiera dicho Fernando.
Gonzalo era un lince para leer las intenciones de las personas, pero
simplemente no quería sexo. Él era y quería ser para Micaela un
hombre de bien.
Gustaba de seducir y se había hartado de los polvos vacíos, y por esas
cosas extrañas que les pasan a algunos hombres, quería adoptar a
Micaela, no sabía por qué, pero quería protegerla... Tal vez por
paternalismo, por soberbia, por venganza hacia quien la hubiera
maltratado o simplemente por aburrimiento... pero quería salvarla.
Se había propuesto rescatarla del lugar en que veía que ella se había
ido colocando.
La miró serio, pero sonriente y sin rodeos le dijo:
-Mirá Micaela... yo no necesito sexo. Y menos sin sentimientos. Creo
que el sexo es algo muy importante. Tener sexo sin sentimiento es
como masturbarse, pero preferiría hablar mal hoy, si no te molesta.
Así que seré claro y ordinario. El sexo sin sentimiento es como
hacerse una paja. Una paja con el cuerpo de otro. Es muy animal y yo
ya he crecido y he aprendido. Hay hombres y mujeres que nunca
aprenden y se la pasan cogiendo por ahí, con cualquiera...Yo he
cambiado... como le dije una vez a una conocida, “no hace falta que
55
nos restreguemos las partes nobles para ser amigos...” -Gonzalo se rio
solo y continuó.
-Micaela, sos hermosa, pero he de sentir algo por vos, para que pase
algo entre nosotros tengo que sentir algo por vos...
Ella no podía creer lo que escuchaba. Aquel hombre le decía que no
antes siquiera de alguna insinuación más explícita.
-Pero yo pensé que el sexo nos acercaba... -dijo sorprendida y viendo
claro que Gonzalo había leído sus tontas sutilezas- Además yo no
quiero nada, está bien así -mintió tontamente-, aunque bueno... el sexo
acerca a las personas, ¿no? te hace sentir querido... No me
malinterpretes Gonzalo, yo no soy así... pero con vos me siento muy
bien. Y hacer el amor te acerca...
-Sí, es posible, hacer el amor te acerca, pero si es sólo sexo luego nos
alejará. Las cosas hay que cocinarlas a fuego lento ¿sabés?... yo te
entiendo... pero no, no quiero... Así de contradictorio es el sexo... Yo
no entiendo más al sexo como esa cosa mecánica que se practica con
desconocidos. A lo mejor los tiempos han cambiado tanto que me
quedé afuera de esta nueva cultura. Si no hay amor, aunque sea
debería haber algún sentimiento puro... Mirá Micaela. Los jóvenes
hoy no saben un carajo de sentimientos. Y en realidad los adultos
tampoco. Cogen, y punto. Cogen por placer, por aburrimiento, por
morbo, porque están borrachos o redrogados, por dinero, por coger,
por curiosidad... no sé... ¿pero por amor?... No. No saben qué es.
-Sos un poco exagerado, no es tan así. Los chicos se enamoran... -le
contestó exculpándose en su interior.
-Tal vez las chicas, por usar tus palabras... pero no los chicos, -lo que
dijo gesticulando comillas en el aire para proseguir- No, los varones
solo quieren satisfacerse y ya. No sé cómo habrá sido tu vida, pero tal
vez lo sepas. Seguro que entendés de qué hablo.
Y Micaela lo sabía, había ido de joven por allí, en su pueblo de la
infancia, con uno y con otro porque le gustaban, y le habían echado el
líquido sin mucha conmiseración y mucho menos respeto.
Lo sabía, pero lo callaba.
Aquel hombre le encantaba y quería atraerlo hacia ella, y sólo había
pensado que mediante el sexo, como siempre lo había hecho y como
nunca le había resultado, podría.
Seguía siendo igual de idiota que en su pasado. No había aprendido
nada.
Gonzalo tenía razón, pero no iba a reconocerlo.
-No sé si es tan así, no sé -le dijo seria.

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-Mirá, no nos conocemos, pero con el tiempo me darás la razón, ya
verás que no me equivoco. Lo mío es raro, porque a los hombres les
da igual cualquier agujero tibio, sea una mujer, una cabra, un buzón al
sol o un bombero carbonizado... les da lo mismo... A mí, no. Y quiero
conocerte.
Ella seguía dudando de lo que escuchaba, no daba crédito. Ese hombre
era algo excepcional... no quería cogérsela, no quería. Prefería
conocerla antes, quería saber quién era.
-Micaela... ¿me entendés?, no es un problema tuyo, soy yo, soy así,
será mi parte delicada, mi parte más femenina la que no quiere
entregarse sólo por placer... reconozco que no es lo normal... entre
comillas, lo esperable de un hombre, o esperable de esta situación,
¿sabés?
-Pero... vos no sos femenino...
-Todos somos ambiguos y encerramos masculinidad y feminidad en el
cuerpo, en distintos porcentajes... lo que hace que una pareja funcione
divinamente es el complemento de géneros ¿entendés? Un varón
digamos que sea setenta y treinta, se complementa perfecto con una
mujer que sea setenta y treinta también, jamás con una mujer que sea
cien por cien femenina...
-No te entiendo...
-Sí, así de fácil. Por ejemplo vos, ¿cuánto de masculino reconoces en
tu feminidad? ¿Sos cien por cien femenina?
-Sí, creo que sí.
-No lo sé, tu vida debe tener pasajes que no conozco que marcan tu
masculinidad dentro tuyo.
Micaela pensó un segundo, y recordó como había sido su sexualidad...
echar polvos, y punto. Como un hombre... pero en realidad, se había
dejado usar y llevar por calentura y ganas de estar con alguien. Ella
quería tener novio, pero la usaban. Y no sabía si el dejarse usar era
femenino o masculino.
No sabía, creía que en realidad había sido femenina, cien por cien.
-Soy cien por cien femenina. Lo sé.
-Sí, tal vez. Pero yo creo que más que cien por cien femenina, sos
sumisa... francamente sumisa... o me lo parece... sin ofender -le dijo
serio mirándola a los ojos.
Micaela, sintió por primera vez, que un hombre la conocía desde el
primer instante en que la había mirado, aunque en realidad, todos con
el tiempo la habían visto así pero jamás se lo habían dicho. Gonzalo
era noble, honesto...

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-Gonzalo...
-¿Sí?
-Nada, nada, está bien, tenés razón, está bien así, no hace falta. Y no
sabes lo que te lo agradezco.
A Micaela le brillaban los ojos de alegría e ilusión. Y de repente se
sintió pequeña, muy pequeña. Y se sintió sucia.
Gonzalo sonrió, estaba bien, todo bien. Pidió permiso para ir a la
cocina a buscar algo de tomar. Abrió la heladera, y sacó una cerveza,
le apetecía beber una cerveza buena, a medias con ella.
-¿Tomas a medias una cerveza conmigo?
-No gracias... No me gusta mucho.
-Sin embargo tenés de las buenas...
Micaela siempre tenía cervezas por si venía Fernando.

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14. El secreto de la vida
Micaela miraba a Gonzalo como mira una gata tímida a su nuevo
dueño.
Gonzalo se sentía bien, protector y paternal ante esa joven mustia y
cándida.
-¿Sabés? Nada es casual en la vida, creo que nos hemos conocido por
algo, como suele suceder con todo en la vida.
-¿Tú crees?
-Sí, Micaela, no tiene sentido buscarles el porqué a las cosas que nos
pasan. Vivimos inmersos en el caos de la naturaleza, que si bien es
maravillosa, formidable y única, no deja de ser caótica.
-No te entiendo...
-No hace falta que me entiendas, a veces ni yo mismo, que intento y
consigo controlar todas las cosas en mi vida, consigo entender la
vorágine del caos existencial.
Micaela seguía mirándolo igual, pero admirada. Los argentinos tenían
ese don de la palabra que tanto gusta en España, y Gonzalo no era la
excepción.
-Pues a mí me encantaría saber el secreto del sentido de la vida,
entender el sentido de la vida...
-¡Uy! Micaela... qué ambiciosa... Creo que no es posible saberlo. Una
vez, cuando era muy chico, escribí un cuento algo tonto, pero que
viene al caso.
-¿Me lo cuentas?
Gonzalo se hinchó de soltura varonil, se sintió complacido y sonrió
asintiendo.
-Te lo cuento como salga, como me acuerde, porque si mal no
recuerdo tenía unos once o doce años cuando lo escribí.
-¿Es verdad? ¿Escribías desde tan pequeño?
-Sí, desde mucho más chico aún...
-Cuéntame.
Micaela se acomodó a su lado y lo tomó tímidamente de la mano.
Adoraba los cuentos de Gonzalo, y adoraba que Fernando
coincidentemente también le contara cuentos.
-Cuenta la leyenda... si es que lo es, pero así empezaba el cuento...
Cuenta la leyenda que existía en el Nepal una secta que conocía el
secreto del sentido de la vida. Pero con el paso de los años, las guerras
tribales internas, más la invasión de extranjeros, la secta fue diezmada,
destruida como tal, y los pocos sobrevivientes se escaparon a las
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montañas, siendo casi imposible dar con alguno de ellos. Con el
incansable continuo devenir de los años, los pocos que conocían ese
secreto fueron muriendo, salvo uno, un único monje centenario que
moraba entre las cumbres de alguna montaña.
Se habían organizado expediciones para dar con él, pero nunca fue
posible, fracaso tras fracaso parecía ser que el secreto del sentido de la
vida se iba a perder cuando aquel hombre muriese.
Pero hubo un hombre que lo logró.
Había invertido más de veinte años de su vida en buscar datos
fehacientes, mapas, cualquier cosa que ayudara a dar con ese monje.
Había trabajado duro y reunido suficiente dinero para poder organizar
una expedición, había entrenado las técnicas de montañismo y
supervivencia...
Y todo su esfuerzo, había dado resultado.
Cuentan que este hombre viajó a Nepal organizando un equipo para
realizar la búsqueda del misterioso anciano.
Partió hacia las montañas con varios sherpas conocedores de la región,
y con fuertes porteadores para cargar víveres y material necesario.
A lo largo de los meses, fue perdiendo gente... porteadores, guías,
pero él, incansable no detenía su búsqueda.
Una noche, cuando cenaba junto al único compañero de viaje que le
quedaba se juró que aunque fuera lo último que hiciese en su vida, iba
a dar con el monje. Era una noche fría, dura, rodeada de tormenta...
Al amanecer, descubrió con sorpresa que el sherpa lo había
abandonado. Estaba solo.
Pero no se preocupó. Agarró su mochila, se aprovisionó de lo
imprescindible, y continuó su búsqueda escalando en solitario,
sufriendo el frío, bajando pedreros imposibles, cayendo y
levantándose cien veces, puteando de rabia y riéndose en solitario de
él mismo.
Noche tras noche, día tras día... llorando de impotencia ante la
búsqueda, riendo a carcajadas de lo que creía era una locura...
Pero un día, en que había llegado a la cumbre de un extraño cerro que
lo atrajo por su forma y su color, cuando casi vencido había olvidado
por qué estaba allí, se encontró frente a frente con aquel anciano que
poseía la sabiduría.
Por fin, cuando menos lo esperaba, lo tenía frente a él.
Era un hombre de mirada serena, con fino pelo blanco, largo y barba
puntiaguda.

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Tenía el rostro recorrido por miles de arrugas prolijas, que le daban un
aspecto rudo aunque grácil. Eran como las grietas en los desiertos
donde alguna vez hubo lodo.
Entonces, el hombre cayó de rodillas, y miró extasiado al anciano,
llorando de felicidad.
El monje lo miró sorprendido. No comprendía en absoluto la
presencia de aquel extraño hombre blanco. Te imaginarás la sorpresa
que sintió al ver a un ser humano junto a él... Lo miró fijo, a los ojos,
sin decir palabra.
Luego de mirarlo durante un rato en silencio, preguntó: -¿A qué has
venido?
El hombre sólo atinó a preguntar: -¿Cuál es el secreto del sentido de la
vida? Revélame el conocimiento de la cultura de tu pueblo.
El anciano perdió la vista en el horizonte, y al cabo de un rato la alzó
al cielo.
El hombre volvió a interrogarlo: -¿Cuál es el sentido de la vida?
Entonces el monje se repuso, lo miró compasivo y le dijo: -No lo sé
hijo, no lo sé.

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15. Mujer en el cuerpo de un hombre
Fernando estaba harto de la estupidez y la sumisión de Micaela. Los
hombres que había conocido, siempre la habían usado. Y ella no lo
veía, o no lo quería ver. Pensaba que era así. Y punto.
Fernando, mientras caminaban por Barrio Norte en silencio le soltó
como un disparo:
-Hace poco... bueno, no tan poco... fue antes de conocerte... en fin, a
lo que iba... hace un tiempo alguien me preguntaba si esta soledad que
nos rodea vamos a quererla toda la vida. Aparentemente era una
persona que por elección estaba sola. Pero su aislamiento parcial
requería de momentos de compañía interesada. El tiempo que puede
durar una compañía interesada es directamente proporcional a la
duración del bien que genera ese interés. Digamos, para ser claros, que
a esta persona los momentos de compañía, que en sí eran escasos, le
duraban el tiempo que la otra persona tardara en conseguir lo que
buscaba. Claro está que a base de experiencia y aburrimiento solía ser
dadivosa por lo que los momentos eran casi fugaces. Pero ya le
bastaban, para hacer así a su soledad aún más patética y dependiente
de sus entregas personales. No tenía contacto físico con nadie, según
decía porque no sabía. Me refiero al contacto que genera una amistad
y no al contacto sexual.
Se sobreentiende entonces que sus ratos de compañía con el sexo
opuesto duraban lo que un polvo.
Micaela lo miraba atentamente, cómo gesticulaba, cómo movía la
boca, cómo articulaba palabras... le fascinaba.
-He aquí -prosiguió Fer- que si sus fugaces parejas echaban sus
secreciones seminales en escasos minutos, a la voz de ¡Aura!, se
marchaban dejándola sumida otra vez en aquel estado extraño en que
quedan las mujeres luego de que un hombre les eyacula y las
abandona, cosa bastante habitual en la época en que vivimos en que
los hombres se masturban con cuerpos ajenos. Y no es que hubiera
tenido en realidad muchos hombres. Según me dijo sólo cuatro,
reincidentes algunos y otros no. No pregunté, realmente me interesó
muy poco… Lo que aún no consigo explicarme fue su enojo cuando
no quise tener nada con ella... Lo lógico, me dijo, es que dadas las
circunstancias yo debería comportarme como cualquier otro hombre y
echar un polvo a su simple insinuación. Pero no. No sé si fue por mi
sensación interna de femineidad o simplemente por falta de ganas pero
no quise... Luego al ver que era real mi falta de interés me pidió
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disculpas. Pero al cabo de unos días volvió a ofenderse ante otra
nueva negativa. Francamente es inexplicable... Y le pregunté si mi
compañía no le bastaba y si era extremadamente necesario que
restregáramos nuestros pubis y mezcláramos nuestros sudores para
que se sintiese acompañada. Me miró. No dijo nada.
Micaela estaba perpleja, porque Fer la participaba de una historia de
sexo personal, y además lo que decía era extremadamente coincidente
con lo que le había pasado y con la teoría de Gonzalo... hasta las
frases, las palabras. Sus dos hombres eran muy similares a sus ojos.
Fernando, medio ausente como de costumbre en su discurso, continuó:
-Luego supe que le costaba tener orgasmos, cosa obvia con el tipo de
encuentros a los que estaba acostumbrada tener. Además como creo es
habitual en España, estaba acostumbrada a la práctica del sexo bajo
normas de higiene masculina ofensivas, y no con esto, por Dios,
quiero desmerecer a las mujeres españolas, que tampoco se saben
lavar el culo y mucho menos otras partes, a las que no nombro para no
ser vulgar... Micaela mi cielo... pero que podríamos llamarla chichi o
cachufleta o coño o fufa o concha, o chocho, o marisco... en fin... qué
malos recuerdos...
Ella lo miró seria.
-¿Qué me mirás así? Primero, vos sos la excepción. Segundo, no me
vas a negar que no son muy higiénicos ¿no?
Micaela hizo silencio.
-Bueno, sigo... eh, ah sí, cuando le expliqué que no era por ella que no
quería sexo, sino por mí, se tranquilizó. Pero en realidad da igual el
porqué. Un no, es un no. Lo más raro es que podría disfrutar de mi
compañía no sexual pero hay gente que esto no lo entiende. De hecho
me dijo que si lo contara no se lo creerían. Y es que se me había hecho
una fama en aquel sitio sobre la que plácidamente yo dormía, que
distaba amablemente de la realidad. Pero eso es otra historia… ¿Qué
necesidad había de estropearlo todo echando un polvo?... Aún creo en
la amistad.
Micaela estaba húmeda, se había calentado con el relato, pero ella
creía que era por amor, solo por amor. Miraba extasiada a Fernando,
quien creía en la amistad...
En este punto, él ya estaba encendido, le venían a la cabeza cientos de
imágenes perversas, de hechos que había provocado en su pasado para
conocer la esencia femenina.
Entonces hizo un vuelco de realidad, y se sinceró:

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-Micaela, vos bien sabes que soy muy femenino, por eso, siendo así
como soy, en este cuerpo de hombre, sé que no puedo ocultártelo.
Ella abrió los ojos y sintió que se le paralizaba el corazón.
-Mirá Mica, yo soy una mujer, en el cuerpo de un hombre, pero soy
lesbiana, lesbiana perdida.
Micaela casi no respiraba, y no entendía un joraca mal como decía
Fernando de lo que él hablaba, y aunque sonreía forzada, se le asomó
una lagrimita por un ojo.
Fer se irritó. -Me veo obligado a explicar lo de mi femineidad. Gay no
soy. Maricón tampoco. Puto menos. Sin ser despectivo, claro… Mi
propia femineidad apunta a la necesidad extrema de cortejo y
seducción. La hembra goza de ser cortejada, aunque luego diga no. El
macho corteja para saciar su instinto. En realidad el hombre una vez
saciado olvida lo cortejado en esta modernidad tan fracasada que
vivimos. No es que esté hecho a la antigua como decía mi abuela.
Faltaba más... Sólo respeto mi innata naturaleza. Mi masculinidad
gusta de seducir y mi femineidad necesita el cortejo… Y viceversa…
¿Cómo explicarlo a alguien que no ha visto otra cosa más que el sexo
por el sexo?... con lo triste e insulso que puede resultar. No hay
moralinas, Mica, si además bien sabes que en el tema sexo estoy
hecho mierda... pero electivamente... qué cosa ¿no?, es
contradictorio… Que si hay química y pasión un polvo puede ser
inolvidable... Micaela querida, pero si no es así... imagino que no hace
falta que te lo explique. Si has sentido ganas de huir, o de ducha
inminente, o asco, o has pensado: -qué he hecho, ojalá que ya se
vaya...- entonces sabés de qué estoy hablando… Es algo repugnante.
Micaela... te digo esto porque sé de qué te estoy hablando, ¿entendés?
Corro con ventaja, parezco un hombre físicamente, en realidad lo
soy... físicamente. Pero soy una mujer, en mi ser interior, en todo mi
espíritu y alma, soy una mujer viviendo entre hombres como hombre.
Sabes cómo me horrorizo de su esencia repugnante. Soy mujer,
Micaela, pero soy lesbiana.
Micaela sonrió. Fernando hizo silencio. No sé si Micaela había
entendido algo.

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16. Gonzalo va al encuentro de Fernando
Gonzalo tenía decidido lastimar a Fernando. No podía existir un ser
tan inmoral suelto. Sospechaba que había hecho cosas a Micaela que
juzgaba como denigrantes. Y no entendía otra razón más que la
estupidez de Micaela como causa de su aceptación. No se planteaba la
posibilidad de que el amor ciego, que él consideraba estúpido, podía
haber sido la causa.
Conocía casi todos los movimientos de Fernando. Sin saberlo,
Micaela le había dado las pistas y Gonzalo había hecho lo que sabía
hacer muy bien. Recorrió los lugares que frecuentaba Fernando y
descubrió una rutina desordenada.
Si estaba duro, a partir de cierta hora, el periplo se turbaba y
empezaba el descontrol. Fernando duro era una máquina de hacer
pelotudeces, cagadas y muchos amigos. Ser tan generoso con la
merca, le había proporcionado una fama de playboy dadivoso.
Siempre se rodeaba de pibas hermosas que adoraban la bolsita que
llevaba consigo. Además era un tipo pintón, y esto ayudaba
sobremanera en el tema. Lleno de cosas para decir, gracias al tsunami
de palabras que la merca y el alcohol le despertaban, siempre le salían
bien las cosas. Se llevaba un hueso a casa, o al telo más cercano, o al
coche, o al baño, pero siempre mojaba.
Viagra encima, tiraba de la pastillita milagrosa que le subía el
impedimento provocado por tanta cocaína, casi cada día.
Gonzalo lo sabía. Lo había estado siguiendo para conocer más de
cerca al cerdo que lastimaba a Micaela. Demasiado sencillo.
Lo que no sabía eran los porqués de Micaela, pero asumía que era por
estupidez. En las salidas que habían tenido ella siempre contestaba lo
mismo: -No sé por qué. Lo hice y ya está. No puedo cambiarlo.
Micaela se había sincerado poco a poco, a su manera, sin detalles pero
dando a entender un maltrato constante por parte de ese hijo de puta.
Ella siempre había estado dispuesta a verlo aunque luego la dejara
tirada.
Creía o entendía que Micaela no le decía toda la verdad, entonces
prefería pensar en la estupidez humana.
Eran las tres y veinte de la madrugada. Se paró al lado de Fernando en
la barra de una disco que mezclaba mujeres estrepitosas con travestis
lujosos, hombres musculosos y turistas internos, de esos que van a los
lugares raros para ver gente rara.

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Fernando lo miró, sonrió y le señaló a una pendeja con un hotpanty de
infarto. Gonzalo actuó bastante mal el papel. Estaba cansado, no
habituado a salir tanto, y además tenía enfrente a su objetivo, pero
nadie le había pedido que hiciera nada.
Fernando no se dio cuenta de lo que pasaba porque como de
costumbre estaba duro como paquete de pastilla, como él mismo
decía: más duro que rulo de estatua.
-Está para matarla -dijo Fernando al desconocido que tenía a su lado.
Podría haber sido cualquier persona... a esa hora era muy amigable.
-Sí, un caramelito -dijo Gonzalo intentando empezar con buen pie la
conversación. Algunos años antes, le hubiera roto varios huesos en la
misma barra, sin parsimonia ni entredichos, rápido, y se hubiera ido
diciéndole un nombre al oído antes de marchar. Pero no, por alguna
razón tenía dudas aunque se moría de ganas por romperlo todo.
-Me llamo Carlos, encantado.
-Fernando, el gusto es mío.
Se estrecharon las manos, y luego golpearon sus puños, en un ademán
incitado por Fer. Gonzalo pensó que parecían dos pelotudos.
Fernando seguía apoyado en la barra, extasiado mirando el culo de la
señorita y girándose cada tanto para relojear las tetas de un traba que
estaba sentado en un sofá. Gonzalo seguía todos sus movimientos muy
atentamente, sintiendo asco por ese ser tan arrastrado entre sus propias
bajezas.
Había sido un artista del mimetismo, cosa muy útil en su trabajo. El
que ya sabremos, tenía como real y no en el de la vida montada para el
público, aunque esa vida encerraba la misma vocación de servicio
pero en un sentido que podía ser interpretado como opuesto. Sabía qué
hacer y con quién, para entrar por la puerta grande del éxito sin error.
Miró a Fernando y le dijo con extremada tranquilidad:
-Disculpame un cachito, Fer. ¿No te molesta que te diga Fer, verdad?
-¡Nooo!, para nada. Así me llaman mis amigos -le contestó sonriendo.
-Es que voy al baño, a echar un cloro, ¿sabés? Además, a mi edad y
para aguantar esta marcha... necesito ayudín.
Fernando lo miró girando en seco. No le había parecido que ese tipo
fuera del palo.
Gonzalo notó el movimiento brusco del giro de cabeza. Se había
jugado la huida del hijo de puta si éste pensaba que era cana.
Pero Fer no traficaba, estaba acostumbrado a que de vez en cuando
algún rati lo oliera de cerca. Y este tipo no lo parecía... y él estaba sin
bolsa...

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Pensó: -¿Y éste? qué sueltito y canchero que va con el tema.
Entonces miró a Gonzalo sonriente y le dijo -Tranqui, tranqui, yo
estaré por aquí -mientras se tocaba la nariz, esperando que lo invitara
más abiertamente.
Gonzalo, Gonzalo... tan experimentado, tan sagaz, tan justo, tan
adecuado a su propio entender creía que se había mandado una
cagada... lo habían traicionado las ganas que tenía de sacudirle unos
cuantos cazotes.
-Ahora vengo -dijo y se fue hacia el baño, puteando su boludez
extrema. Ya no era el mismo. Era un forro- ¡Pero qué pelotudo! -
pensaba mientras caminaba dirección al excusado.
Y se fue solo, sin su presa, caminando lentamente hacia al tocador
para arreglarse supuestamente la nariz.
Fernando lo siguió con la mirada. Estaba deseoso de un buen subidón,
pero sin nada de cameruza, y empezó a sudar en frío de ganas de
meterse un toque. Se había mandado la suya antes de salir, tempranito
y dada la taquicardia había dejado en casa la reserva. Eso sí, tenía
chala y se había fumado un par de porros bien cargados antes de entrar
al antro, para bajar un poco.
Se quedó mirando al traba en un intento inútil por distraerse y al
segundo susurró para sí mismo: -Lo suyo es subir y bajar. ¿Viste?
Y no aguantó más la duda. Miró al barman.
-Ya vuelvo, servíme uno doble -y salió en el aire, como trompada de
loco, hacia el baño a buscar a Gonzalo.
Cuando entró, se lo encontró mirándose al espejo y entonces se dirigió
directo al mingitorio para cambiarle el agua al canario.
Gonzalo pensó: -Dios existe, o por lo menos los milagros.
Se giró despacio, se metió en el retrete, trabó la puerta y peinó una
raya encima de la tabla del inodoro. Hizo un tubo con un billete de
cien, se lo metió en la nariz y aspiró profundo al aire, para que
Fernando escuchara. Tiró la cadena y salió tocándose un poco las
narinas. Fernando ya había orinado y estaba frente al espejo,
mojándose la cabeza. Al girarse vio la escena esperada, a Gonzalo
extendiéndole el canuto.
-Te dejé un quetito en el baño. Si no querés decímelo y lo
aprovechamos. Pero si querés servíte, pero después me devolvés el
billete –y sonrió guiñándole un ojo.
Fernando sonrió de oreja a oreja, cazó los cien y se metió al baño. Se
tomó la raya generosa sin saber en realidad qué se estaba metiendo. Y
resultó que era cameruza pura, de la mejor, piedra, tiza...

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-¿De dónde sacaste semejante desayuno? Esto es jamón del medio… -
dijo saboreando los restos.
Gonzalo tenía sus contactos y sabía que Fernando se derretiría de
placer si la probaba.
Salieron envueltos en llamas, según creía Fernando.
Fueron a la barra y como era lo habitual le invitó un trago. Gonzalo
aceptó una copa de champaña y Fer se mandó el whisky, de un trago.
Mientras Gonzalo miraba el movimiento de los hombres de seguridad,
y la puerta de salida disimuladamente, Fernando se pidió un segundo
whisky.
Lo agarró con la mano derecha alzándolo.
-Che, Carlos, brindo por la amistad.
Gonzalo lo miró sereno, e hipócritamente levantó la copa de
champagne.
-¿Te preocupa algo? -dijo Fernando de improvisto al chocar las copas.
-No ¿por?
-Es que me parece que estás mirando a los perros y a la salida...
tranqui, me conocen y no pasa nada.
Gonzalo se sintió descubierto. Miró a Fernando sonriente y se dio una
chance antes de venderse a sí mismo.
-No te entiendo -dijo.
-Sí, bolas. Que no pasa nada... está todo bien con la merca. Acá toman
hasta las paredes, así que no te paranoiquees. A este lugar venimos los
que sentimos que la vida es un asco... y antes no te había visto, pero
no parecés un turista interno...
Gonzalo se quedó en blanco, sin reacción ante semejante frase, y optó
por sonreír.
-Mirá ese hueso -dijo Fernando inundado de verborragia- ¡Qué orto
que tiene!
Gonzalo miró a la señalada y se perdió en la mirada del culo...
reaccionó por un instante, miró a Fernando y lo vio como a un
desconocido que acababa de encontrar en forma casual.
Y sin poder explicárselo, empezaron a hablar, primero de mujeres,
luego de calidades de cocaína, luego de traficantes mediocres, de
políticos corruptos y ladrones y luego de la vida...
Estuvieron hablando alrededor de una hora, de cosas triviales y no
tanto, pero todas teñidas de realidad de hastío, que coincidentemente
era mutuo.
Gonzalo empezó a sentir curiosidad por ese hijo de puta. El diálogo
era interesante, Fernando no sólo hablaba de mujeres y de drogas.

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Escuchaba su verborrea coherente, y a medida que pasaban los
minutos le surgían sensaciones que frenaban lo que hubiera sido su
antiguo comportamiento.
Sentía curiosidad y pensó que tenía tiempo para joder a ese sorete.
-Vamos a darle rienda al descubrimiento del origen de su perversión.
Vamos a conocerlo Gonzalito, vamos a masticarle el alma antes de
romperlo –dijo en su interior.
Pidió otro whisky para Fernando y le dijo que tenía que marchar.
Extendió su mano y al estrecharla, Fernando notó que le estaba
entregando la bolsa.
Sin dudar y agradecido, le dio su teléfono dada la amistosa y amena
charla que habían tenido y a la euforia que presentaba por el obsequio
de bolsita salvadora más whisky.
-¿Sos siempre así, loquito? La gente del palo es tan buena onda...
Gonzalo se rió algo forzado pero bien actuado y se despidió. Dijo que
lo esperaba una amiga, a lo que Fernando contestó encantadamente
cómplice:
-Lo primero es lo primero. Ya nos veremos, Carlos... ¿No querés otro
champú antes de irte?
Se despidió dándole nuevamente la mano con un ya te llamaré.
Fernando se quedó solo en la barra, sonriente.
A los pocos segundos estaba comiéndole la oreja al traba de tetas
descomunales para llevárselo a otro lugar más tranquilo, más íntimo...
-¿Sabés, bombón?

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17. Micaela
Micaela no valía para ser mujer. Simplemente como persona era nada.
Tuvo una infancia de pueblo, donde no hubo sobresaltos ni situaciones
especiales.
Durante su adolescencia no hubo nada. Nada que recordar, nada que
aprender.
Su familia vivía en el ostracismo de la vida de un pueblo de verano,
aquellos típicos lugares donde los padres no enseñan nada a sus hijos.
Eran trabajadores, pero con la suerte de haber tenido tierras que
revalorizaron y vendieron bien por ser costeras. Pero a pesar de ello,
su vida era austera, aburrida y monótona.
A los veinte años Micaela perdió su virginidad con un muchacho que
le gustaba.
Simplemente perdió su virginidad así, de buen rollito, porque era
virgen, y porque se lo propusieron en una fiesta de pueblo, esas fiestas
donde muchos españoles debutan y muchas españolas pierden su
virginidad, tintados de alcohol y marihuana.
Y así llegó el descubrimiento de que entre sus piernas tenía un agujero
que podía hacer que los hombres la desearan. Tan simple como suena,
tan triste y tan real. Aprendizaje empírico.
En pocos meses perdió la virginidad, la voluntad, y la moral, aunque
no se sabe si algún día había vislumbrado un atisbo de lo que esas
palabras por lo menos significaban.
Durante un tiempo, se acostó con ese muchacho cuando a él le
apetecía. Solo sexo quería él, solo sexo tomaba de ella.
La vida de Micaela era francamente estúpida y sin sentido, vacía y
aburrida, con la única variante que el sexo le traía. En las fiestas de su
pueblo, y de algún pueblo vecino, acostumbraba a tener sexo rápido,
de parado o en un coche, carente de higiene básica, con varones
bebidos o fumados.
El resto del año solo esperaba el llamado de algún hombre para hacer
lo que él le pidiera. No gozaba, no solía tener orgasmos, pero el sexo
le encantaba. Probablemente le gustaba que la usaran y ella servía para
eso. Era el papel que había elegido y así lo desempeñaba.
Su primer amor, si es que eso podía serlo, intentó entregarla a varios
compañeros, como hacen los varones cuando una mujer no interesa
más que para el sexo, aunque ella al principio no aceptaba de buen
grado.

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Esa historia duró un verano, que fue intenso para Micaela, un verano
de descubrimiento inútil.
Al salir de su pueblo para estudiar, se encontró con más tiempo y
libertad para disfrutar a su manera del sexo. Aceptó sin oponer
resistencia acostarse con varias personas solo porque le gustaban y se
lo pedían. Participó en tríos, en orgías porque se sentía deseada, y
porque le gustaba la idea.
Y se justificada a sí misma diciéndose y creyendo que no sabía decir
que no. Sus amigos la invitaban a salir cuando se planteaban sexo con
ella, o cuando querían montar alguna fiestecita.
Para Micaela la sola proposición era válida. Y entonces se enfiestaba
feliz, y sus amigos la usaban hasta que se cansaban de ella.
Pero en su ceguera, ella no lo veía así... o no quería verlo. No sabía el
significado de la palabra moral, y mucho menos el de la palabra amor.
Jamás había medido las consecuencias de sus actos, y guardaba
silencio sepulcral en casa. No lo contaba, porque en realidad sabía que
sería reprobada.
Y allí radica la duda de su supuesta ignorancia.
Micaela se asumió mujer deseada y toda su vida rondaba en torno al
deseo, o mejor dicho a lo que ella creía era el deseo.
Y los varones que la conocían sabían que era una chica fácil, digamos
que era puta, promiscua... Y sus amigas también lo sabían, y lo
comentaban con la saña típica de la vida de pueblo.
Micaela creía que nadie sabía cómo era.
En sí, a ella le gustaba el maltrato, el desengaño, el rechazo... se
aferraba a todo ello y despreciaba a los varones que realmente la
hubieran podido amar y la hubieran podido ayudar a ser mujer. Porque
podría haber elegido bien, era hermosa.
Y tuvo así una vida sexual que la fue vaciando entre veranos ardientes
e inviernos pasionales. Tanto daba que se le acercaran hombres
casados o novios de sus amigas... ella explotaba el deseo que creía
despertar.
Pero después de ser usada, volvía a estar sola.
Se sentía vacía, y para sobrevivir conservaba presente la imagen
inventada de su primer amor. Y también mantenía contacto con el
muchacho, quien hacía usufructo pleno de tener una mujercita guapa y
puta entregada.
Durante esos años aceptó siempre sus llamados y propuestas sexuales.
Era para lo único que la llamaba, y ella era para lo único que servía...
pero ese era su amor.

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Y como una puta de turno siempre estaba dispuesta.
Y su soñado amor lo sabía. Ella hacía cualquier cosa que le pidiera. Y
así, los amigos de su amado amor amante ahorraban en putas
acostándose en los veranos con ella. Cuando no encontraban otra cosa
él la invitaba a salir y ella aceptaba a sabiendas de a lo que iba.
Micaela tenía el destino definido, marcado. Todas sus amigas se
fueron casando y ella empezó a estar más sola.
Un día de verano, paseando sola por la playa conoció a Fernando. Ella
tenía un “novio” que iba en serio. Era de la ciudad, y quería
formalizar. No conocía su pasado, la creía buena, tonta y sumisa.
Pero ella se aburría con ese chico, necesitaba más.
Ese verano se topó con Fernando, y él la cegó desde el primer
instante.
Tuvieron un romance que al principio encandiló a Fernando por su
aparente fragilidad. Ella se comportaba tímida, dulce y complaciente,
como era su hábito.
Él podía hacer con ella lo que quisiera, Micaela era sumisa.
Pero al cabo de unos días Fer empezó a cansarse. No era nada activa
en la cama, aceptaba lo que se le diera y hacia lo que le pidieran. Pero
no tenía espontaneidad. Era entregada, pero francamente aburrida.
Él se comportaba activo, dulce, duro y salvaje, tierno y sexualmente
entregado a dar placer... era un buen amante. Era un dulce
empalagador argentino.
La dulzura argentina de Fernando cautivó a Micaela. Su limpieza
corporal, en contraposición a los olores que había experimentado de
sus amantes locales, su don de gente y fundamentalmente el doble
mensaje que entre rechazo y entrega pasional le aplicaba, como era su
costumbre.
Fernando empezó a intuir la esencia de su nueva compañera y sintió
pena, sin explicación coherente. Empezó a interesarse en la sexualidad
de Micaela porque ella misma no se preocupaba más que en
entregarse para dar placer en sumisión total.
Además de hacerla gozar, la llevaba a cenar, le contaba cuentos y la
participaba de su vida caótica. Y le encantaba verla llegar al clímax.
Micaela entonces se enamoró de él. Había sido el único hombre que
aparentemente no quería usarla, echarle el líquido y huir de su lado,
pero con la dualidad del doble mensaje. A veces, de repente, sin aviso,
Fernando desaparecía, pero siempre volvía para iniciar el juego.
La cruda realidad era que Mica no era más que una aventura del fin de
su temporada en Europa. Fer había dado clases de esquí en Francia y

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antes de volver al país se había ido a la playa. Le restaba dinero y no
conocía la palabra ahorro.
Pero para Micaela empezaba a ser el descubrimiento de una nueva
forma de relación. Entre frenética pasión y desaparición por supuesto
rechazo. El equilibrio justo. El amor...
Cuando se acabó el verano él decidió que era hora de volver a casa.
Y Micaela lo siguió en su regreso a Argentina a pesar de que él le
advirtió que no era conveniente, aunque a decir verdad se sintió
egoístamente complacido.
Ella sabía que dispondría de ayuda familiar, a desgano y con
reproches si las cosas salían mal. En su familia el dinero era un tema
tabú y complicado. Importante.
Habló suplicante con Fernando y él se sintió estúpidamente
responsable, aunque sin compromiso.
Le buscó un apartamento de alquiler en Buenos Aires, muy acogedor
y muy conveniente. Y se dejó seguir, bajo sus condiciones tácitas.
Micaela lo amaba.
La Micaela sumisa marchaba con nuevo rumbo y destino, llevando
consigo su interior desconocido, su parte dominadora egoísta y fría,
que nunca asomaba de su ostracismo. La Micaela que tal vez hubiera
debido ser pero que por elección y morbosidad había dejado aparcada.
Marchaba por Fernando, su supuesto nuevo amor... lo quería para ella.
Pero Fernando en Buenos Aires siguió fiel a su esencia.
Y fue así, que por esas extrañas cosas que puede tener el destino,
conoció a Gonzalo.

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18. Fidelidad
Micaela preguntó -¿Vos sos fiel?
Gonzalo pensó un momento. -¿A qué te referís? Hay muchas formas
de infidelidad. No sé, tal vez...
-Hablo de la pareja... -sentenció Micaela que empezaba a despertar de
su tristeza y deshonra pasada...
Estaba en la cama con Gonzalo, después de haber hecho el amor
rendida por la gentileza y buena educación de Gonzalo, sumado a la
falta de interés que él había mostrado en tener sexo con ella. Había
existido cortejo, y juego de seducción.
Era la primera vez que estaba con otro hombre desde que había
conocido a Fernando, pero si bien lo amaba, no se sentía culpable.
Gonzalo era el complemento de Fernando, o viceversa, y eso le había
atraído aún más.
-Mirá -interrumpió Gonzalo su pensar-, te voy a dar mi opinión, pero
que creo que es más que real... Hay mujeres u hombres que son
infieles por despecho, y venganza... hay otros que lo son porque sus
parejas no les dan lo que quieren, y hay mujeres que están como
necesitadas de cariño, caricias... y su pareja al llegar a casa está
cansada y no cumple con el mimo de rigor... y entonces siempre
aparece un chacal, ese que merodea entre
las mujeres casadas o en pareja y les ofrece y da lo que su hombre
no...
-Micaela escuchaba en silencio-. Hay quien es infiel por hastío y
aburrimiento... Pero hay mujeres que son infieles porque les gusta,
porque les encantan los hombres y gozan con el sexo, y entonces se
creen liberadas y cogen con otros hombres, diferentes al propio.
Habitualmente sus maridos son buenos tipos, che, ¡sí que lo son! Esas
son las putas, aunque a ellas no les guste saberlo. Los hombres somos
así... si una mujer se va a la cama a la primera con nosotros... es puta,
aunque esté soltera. No existen mujeres liberadas para nosotros, son
simplemente putas, a las que hicimos creer en la liberación, para
cogerlas. Y un montón de taradas se lo creyeron. Todos o casi todos
piensan igual. Si lo ha hecho con nosotros pues ¿por qué no con
todos? ¿Porque somos diferentes y únicos?... No cielo, no. Son putas.
Y otra historia es si nos importa o no que lo sean. Habitualmente están
para eso, para echar polvos. Algunos tipos piolas hacen la vista gorda
y se quedan con las que tienen plata -Gonzalo se entusiasmaba con el
relato espontáneo-… Sabés que la plata hace que mucha gente se
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quede ciega. Pero esas son muy listas, muy masculinas en su proceder.
Se comportan como hombres, amparadas en el dinero... Saben que
después podrán comprarse a algún tipo… ¿Pero las pobres? o ¿las
normales?, o incluso las de clase acomodada te diría... Esas son
reputas. Van cogiendo por ahí, por coger, por sentirse queridas, y
porque se creen las mentiras susurradas al oído en el éxtasis del polvo.
Micaela respiraba tenue, sentía que él hablaba para ella, y de ella.
Tímidamente preguntó intentando que sonara a reproche
-¿Y los hombres que? ¿No hacen lo mismo?
Gonzalo se rió. Y luego entre sonrisas dijo -¡Pero son hombres, no
hembras! Luego elegirán a la que se lo puso difícil, o a una virgen, si
aún queda... Los hombres son echadores de líquido, ladinos y
mentirosos... babosos... no dan amor, solo semen. Pero en casa... en
casa espera una santa madre, la que no es como las otras. Han
cambiado los tiempos, pero no las mentes de los hombres. Por eso son
diferentes. Los hombres cogen y son geniales, y admirados por sus
amigos por lo listo que es al cogerse a una mina que no es su jermu,
son guachos pistola, como dirían ustedes en España, ¡son la leche! Las
hembras tienen un don, y lo desperdician echando polvos con
cualquier idiota que después se los cuenta a sus amigos y dice que es
como todas... y cuenta todos los detalles y si da, exagera un poco... y
la arruina para siempre en ese círculo... nadie la va a querer en serio...
y si la mina se encapricha de él, es además una arrastrada... una puta
arrastrada...
Así son los hombres...
Micaela casi sin voz, preguntó: -¿Y por qué decís “son”?
-Micaela... habrás notado que en mi interior soy muy femenino, y
sabés entonces que doy amor.

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19. Sumisión
Micaela fue a casa de Fernando, porque la había llamado. Hacía
tiempo que no se veían, típico en él. Micaela sabía que Fer la llamaba
muchas veces cuando estaba mal por algo pero a ella no le importaba,
estaba siempre para Fer.
Al llegar a su casa tocó el timbre, aunque tenía llaves y le hubiese
dicho que entrara directamente.
La atendió con desgano diciendo: -Subí, tenés llave.
Micaela encontró la puerta del departamento abierta y entró mirando
ya desde fuera el desorden reinante.
Se notaba que había tenido invitados... había vasos y botellas por
doquier.
Los ceniceros estaban repletos de cigarrillos y porros, y no eran solo
de una noche.
Fernando no estaba en el living.
Se asomó a la cocina y estaba limpia, aunque con botellas de
champagne en la mesada.
Dejó su bolso y se puso a ordenar la cocina. Salió a la sala y empezó a
recoger vasos y ceniceros. En la mesa de cristal había restos de
cocaína.
-¿Qué haces? -gritó Fer desde el fondo.
-Ordeno un poco -contestó con sorna.
-No te invité para que limpies, sino para que estés un rato conmigo,
hace mucho que no te veo.
Micaela llevó los vasos a la cocina y se acercó a la habitación del
fondo.
Él estaba echado en la cama, con el culo contra la pared, y con las
piernas en alto apoyadas sobre la misma, mirando el techo.
-Hola, -dijo Micaela- ¿qué haces así?
-Miro el techo -contestó tristísimo.
Micaela se sentó a su lado y le tocó la cabeza.
-¿Estás bien, Fer?
-No, pero ya pasó. ¿Cómo le va a mi cosita?
-Bien, como siempre. Todo igual. ¿Y vos? -Micaela imitaba el acento
argentino porque lo adoraba.
-Como siempre. También sin cambios -se giró, y la miró unos
segundos, para luego voltear la vista al techo- Estás muy bonita -dijo
sin mirarla.
Micaela sonrió complacida
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-Para ti -le dijo, y miró rápidamente todo el derredor de la pieza.
Fernando seguía mirando el techo.
Micaela levantó un papel que estaba manuscrito al lado del cuerpo
desnudo de su amor.
-¿Escribías?
-Sí, un poco, pero no es importante... pensamientos.
-¿Puedo leer?
-Claro...
Micaela alzó el papel y leyó:
“Verde. Siento que el cielo va a derrumbarse, puro hostil inerte.
Verde, siento que el cielo va a derrumbarse. Solo el mar comprende lo
que está pasando. Verde.
Se une el agua en el horizonte al propio derrumbe, pero es sólo el mar
el que lo está intentando. Verde. Veo el cielo derrumbarse y el agua se
refleja en el cielo, se refleja en el agua, verde, veo el agua
derrumbarse. El cielo es mar, el horizonte plano y el horizonte de agua
sobre el mar verde. Verde el cielo se desploma y el agua me
enceguece. No hay atardecer ni cielo, solo agua, verde, solo agua
profunda, agua cielo, agua verde. Ya no hay cielo, solo agua verde,
surca incansable por un estrecho negro. El cielo es negro y el agua es
verde. Ya no hay cielo, se desploma en el fondo. Todo es negro.
Negro.”
-Es hermoso, ¿en qué pensabas?
-En tu casa... no literal, en tu lugar, cuando te conocí.
-Es muy bonito Fer... raro.
-¿No te querés volver? -preguntó Fernando.
Micaela hizo silencio, y se puso seria.
-¿Querés que me vaya?
-No, ¡no! -estalló Fernando. Micaela lo miró triste.
-No es lo que yo quiero, es lo que vos querés lo que te pregunto -
continuó diciendo ofuscado pero abúlico.
-Quiero estar contigo -dijo Micaela.- No me importa dónde.
-¡Pero si no nos vemos nunca! ¿No te das cuenta? Nos vemos de vez
en cuando...
Micaela interrumpió acongojada y sumisa.
- A mí ya me está bien así...
Él se tapó la cara y no dijo nada durante unos segundos, luego miró a
Micaela con desesperación.
-Ay, ay, ayyyyy, no aprendiste nada.
Micaela guardaba silencio. Se puso de pie para salir de la habitación.

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-¿A dónde vas ahora?
-A ordenar, que está todo hecho un asco -contestó como si no hubiera
pasado nada.
-Mejor andáte...
-No -dijo Micaela sentándose-, me quedo a tu lado entonces, es que
me parece que no te entiendo... no te enojes.
-¡Mierda!.. No te tendría que haber llamado.
Micaela lo tomó de la mano y él la apartó, un poco brusco.
-Perdonáme-dijo Micaela-, no me di cuenta.
-Pero no tengo nada que perdonarte, no me pidas perdón... ¿de qué me
pedís perdón? No seas pelotuda, ¿querés?...
Micaela estaba sentada a su lado y lo miraba con los ojos llenos de
lágrimas. Estaba preciosa, impecablemente vestida y perfumada.
Él la miró llorar un momento.
-No llores… Perdonáme, es que no sé qué hacés conmigo... ¿por qué
no te buscas un novio?
-No quiero. Te quiero a ti.
Fernando hizo silencio, y giró la cabeza hacia el otro lado.
Micaela volvió a levantar el papel.
-¿Puedo leer el otro?
-Sí, hace lo que quieras.
Micaela leyó:
“Me soslayo, río y perfumo con mi risa al aire que me enceguece.
Solo veo oscuro pero detrás hay luz. La luz es de un color naranja
intenso pero solo veo negro oscuro. Creo que estoy perdido, perdido
en el fondo, desanimado, arrumbado. Nadie me conoce y si es así no
quiero saberlo. Nada me interesa que me conozcan. Me veo solo
oscuro roído y viejo.
Grita la explosión del otoño adentro, y no calla ante el más profundo
intento. Solo suspiro sutil, como un enfermo.
Estoy sentado en el suelo. Es de tierra. Mi espalda se apoya sobre el
brumo seco, pero siento su humedad desde adentro. Estoy sentado en
el suelo. Me abrazo las rodillas, de gesto porfiadamente genuflexo.
Mis brazos están tiesos. Mi cuerpo se balancea, necio. Mi rostro está
cubierto, no sé de qué, se le ve completo, íntegro, despierto, pero está
cubierto, no sé de qué, nunca es el cierto. Mi rostro nunca es el cierto,
hay algo detrás oculto.
Hay poca luz, entra desde arriba, desde mi derecha. Solo unos hilos de
luz. Probablemente tenga miedo. Solo veo oscuro. No me muevo.”
-No entiendo... -dijo Micaela.

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-Es como me siento... Leélo de nuevo, no es difícil.

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20. Gonzalo llama a Fernando (o La gran noche previa)
Gonzalo llamó por teléfono a Fernando a su casa.
Fernando había tenido un muy mal día. La noche anterior había estado
de fiesta como hasta las cinco de la mañana, si a eso se le puede
llamar estar de fiesta.
Antes de salir de casa a eso de las dos se había metido cuatro pastillas
de unas que le habían dado que eran bastante suaves. Por eso cuatro,
pero había cometido un grave error. No se había dado cuenta que en
realidad había confundido el frasquito y se había tomado cuatro
diuréticos.
A las dos horas de haber salido de casa, digamos a eso de las cuatro
había meado veintisiete veces. Como era habitual en él había tomado
whisky, cerveza y un fernecito, pero nada de agua. Como tenía una
sed brutal se había tomado unas cuatro o cinco tal vez seis coca colas
con un poquito más de fernet, porque como todos saben, es muy
digestivo.
Se fue del antro temprano, bastante mareado no sólo por el alcohol
sino además por el desequilibrio hidroelectrolítico provocado por los
diuréticos. Digamos que estaba francamente deshidratado.
Se subió al coche y pensó en voz alta: -Estas pastillas de mierda me
han dejado ciego mal. No sé qué carajo me pasa…
Encaró para avenida Libertador y tuvo que parar el coche a un costado
en la avenida Nueve de Julio para mear. Nunca había meado en la
Nueve de Julio, pensó. Aunque en realidad había meado en la calle en
Argentina pero siempre en lugares muy escondidos. No era una
costumbre tan arraigada en su cultura la de mear en la calle.
Mientras descargaba apoyado en un árbol por el mareo se acordó de
España. Ése lugar era inaudito para él. La gente meaba en la calle. Los
hombres en general después de salir de copas meaban en cualquier
lugar. Una vez un vasco le había dicho que existía un Real Decreto
que permitía a los hombres mear en la calle. Él, idiota, se lo había
creído. Y era lógico, porque todos meaban en las calles.
Se sacudió como pudo y se metió en el coche. Empezó a llover a
cántaros, como cuando llueve en Buenos Aires... con muchas ganas. Y
a los pocos minutos Fernando miraba desde el coche como bajaba un
torrente de agua hasta avenida Libertador.
Pensó en voz alta: -para casa, loquito, que estás hecho mierda.
Le había empezado a doler el estómago porque el fernet le estaba
despertando unos brutales movimientos peristálticos. Bajó por
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Libertador, tiró por Figueroa Alcorta y por costumbre al llegar al
planetario giró hacia avenida del Libertador nuevamente. Pensó otra
vez en voz alta: -Qué pelotudo, las chicas no van a estar trabajando
con esta lluvia...
Repentinamente sintió un retorcijón brutal.
-Me cago… -dijo- La puta madre, me estoy cagando y no llego a casa.
Siguió por Libertador aguantando con furia y tenacidad, pero cuando
llegó al paso bajo nivel no daba más.
-Me meto al túnel y cago ahí abajo.
Y con la prisa no vio que estaba inundado, pero al reaccionar del error
con el coche con agua a mitad de los neumáticos mientras apretaba el
culo con violencia, le importó un carajo.
Paró a mitad del túnel y abrió la puerta con premura y vio con
asombro y estupor que el agua ya le llegaba justito hasta el borde de la
misma, al límite imperceptible de peligrosa entrada de agua en el
coche.
-No pensaba que la inundación fuera para tanto ¡Qué hago! -gritó- Me
estoy cagando, la puta madre. ¡Mah sí!, saco el culo para afuera y
cago acá -hablaba como si estuviera acompañado.
Se bajó los pantalones, se giró y sacó el culo hacia fuera del coche.
Cuando tenía la maniobra casi a punto, digamos para ser explícitos,
los pantalones y calzoncillos bajados hasta la pantorrilla, abrazado al
asiento y con el culo apuntando hacia el agua en una postura más que
grotesca, pasó algo inesperado, no calculado dado el fragor del
momento.
Al girar la cabeza vio que por el túnel bajaba un patrullero.
Se metió raudamente en el coche, cerró la puerta, puso primera y
aceleró, pero el coche no estaba en marcha.
En ese momento de temerosa desesperación manoteó el cinturón
buscando el celular, para hacerse el que hablaba con su novia porque
recordaba los momentos hermosos pasados en Venecia... desde esa
nueva Venecia porteña, y descubrió que no lo tenía. Se le había caído
al asomar su blanco culito al nuevo canal gondolero
-¡La puta madreeeeeee! -gritó- Me cago, me cago, ¡me cago!, la
putísima madre que los parió.
Intentó entonces poner el coche en marcha pero no pudo... Mientras le
daba giro furiosamente a la llave, escuchó unos golpecitos en el cristal
de su coche y giró la cabeza para ver que a su lado estaba la Federal
con la ventanilla bajada.

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Bajó la propia con una sonrisa que intentaba ocultar una mueca de
dolor y contención esfinteriana.
-Buenas noches señor, ¿tiene algún problema? -dijo el agente
mirándolo fijo.
Fernando no podía articular palabra. Tenía la boca reseca por los
benditos diuréticos, un mareo padre, madre, hermano y tío... un mareo
agónico. Estaba a su entender más que borracho y drogado. Y como
ya sabemos, se cagaba.
El oficial impacientado volvió a preguntar: -Repito señor, ¿tiene algún
problema?
-No -dijo Fer. Le salió cortito, gutural, impropio de la situación que
era clara.
Estaba en el medio del túnel de Libertador con el coche parado. Y la
ley había venido a rescatarlo. ¿Cómo iba a tener un problema? Era
clarísimo que Dios existía y lo estaba ayudando...
-¿Se siente bien señor, está bien? -dijo más preocupado el oficial al
ver la careta de Fernando que ya expresaba el máximo sufrimiento que
la situación límite le aplicaba con estricto rigor científico.
Fernando abrió la boca y dijo: -Me cago.
Y se cagó. Adentro del coche. Con los pantalones a medio bajar y la
cana mirando. Estaba debajo del puente con agua hasta los tobillos.
Cagado, mucho, pastoso y tibio, muy oloroso, fétido. -¿Será el Fernet?
-se preguntó en voz alta siempre tan oportuno con los pensamientos.
El cana lo vio claro, clarísimo, lo olió y no daba crédito. Miró a su
compañero.
-Che, este pelotudo se acaba de cagar encima, rajemos por Dios... no
querrá que lo subamos al móvil.
El oficial que conducía puso primera y se fue a la mierda, o de la
mierda según se mire.
Fernando los miró alejarse sin decir palabra.
Abrió la puerta del coche, se subió los pantalones a pesar de su estado
y se bajó con dificultad sintiendo el agua fría hasta la mitad de sus
mulos temblorosos. Una vez en el agua pensó en bajárselos y lavarse
un poco el culo.
-Fernandito querido, si no salís de acá te morís ahogado.
Empezó a caminar y vio que había dejado la puerta del coche abierta
pero no podía volver atrás. Estaba tan mareado, tan obnubilado...
Apoyado en la pared, sin el celular para pedir auxilio, todo mojado,
con frío interior y cagado encima, le dieron ganas de mear, y mientras
subía por la rampa se meó encima,

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-Total qué más da –pensó en voz alta.
Al salir del bajo nivel caminó hacia la plazoleta que está encima del
mismo y al llegar, sus piernas temblaban sin fuerzas. Se cayó en el
suelo. Ya no llovía.
Un par de nenas preciosas que pasaban por ahí lo vieron tirado, pero si
bien lo hubieran ignorado, les llamó la atención que fuera una persona
normal, vestido con ropa de marca, reloj caro… no un vagabundo. Se
acercaron a él.
-Pobre tipo, llamemos a alguien. Mirá, mirá se cagó encima.
Fernando perdió el conocimiento, gracias a Dios. Lo que sigue no le
hubiera gustado vivirlo.
Las señoritas habían llamado a la clínica que está a cuatrocientos
metros de allí, creo que era la Sagrada Familia y lo habían venido a
recoger. Eran dos nenas muy chetas y caprichosas, conocidas en dicha
clínica porque su tío era el director médico.
Me guardo recordar los comentarios en la clínica cuando llegó el
joven mojado, cagado, meado e inconsciente.
Al despertar se encontró en una cómoda habitación, limpio, con un
suero metido en el brazo y con dos conchetas que lo miraban. No
podía ser posible, pero se conocían…
Las conocía y ellas a él… De la noche, ¿viste?
-Hola -dijo Fernando incorporándose. Y se puso rojo.
-Hola -dijeron a dúo, y se rieron.
-Bueno… es que me parece que me intoxiqué con la cena... un poco, -
dijo Fernando intentando excusarse- ¿me trajeron ustedes?
-¡Estabas cagado, nene! -dijo una entre dientes, y ambas empezaron a
reír a carcajadas.
No había tenido un buen día. Estaba tirado en el sofá, recuperándose.
Y Gonzalo lo llamaba.

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21. La nostalgia
Gonzalo y Micaela salieron del teatro al que habían ido por el barrio
de San Telmo.
Micaela no había entendido nada de la adaptación ni de la obra que
habían visto. No era por estupidez, aunque podía entenderse que sí.
Habían ido a ver una obra de Samuel Beckett titulada Esperando a
Godot.
Gonzalo le explicaba interpretaciones de la obra y del título original,
que a Micaela no le interesaban mucho. Él se enfrascó en la
explicación del simbolismo y paralelismo entre Godot y Dios.
Ella se perdía entre las palabras y la nada.
De repente, notando la ausencia de Micaela le preguntó: -¿Dónde
estás?
-Acá, te escucho...
-¿Y tu mente? -dijo Gonzalo mientras le sonreía.
-En casa... Perdóname, te habías dado cuenta...
Gonzalo sonrió paternal.
-¿Extrañás? -le preguntó sincero y complaciente.
-A veces... -y lo dijo triste
Micaela quería recuerdos bonitos de aquel lugar, pero no los tenía. Y
no podía contarle nada, no tenía qué contar, y no quería que él supiera
cosas que pudieran alejarlo de ella, porque Gonzalo vivía sumergido
en la realidad terrenal, sin interpretaciones, en la cruda realidad,
aunque filosofara. Y en ese momento, aunque hablara de la obra y de
Dios, no hubiera podido matizar, cosa que por hábito Gonzalo hacía
intencionadamente para ser un poco más agradable.
Habían ido al teatro a ver absurdo porque amaba filosofar sobre el
tema. Al mediar la obra, se había sentado en el trono de su sabiduría
filosófica, y al salir monologaba frenéticamente sobre un tema tan
alejado de su insignificante vida que Micaela se había sentido
abrumada.
Despertando de su silencio habitual preguntó:
-Vos viviste allá, en Europa, ¿no extrañabas tu casa, tu lugar?
Gonzalo hizo silencio y colocó su mente en España. Se fue de repente
a su exilio auto infringido para sentir lo que sentía allá.
Entonces recordó su nostalgia, la única cosa que estuvo siempre
pegada a su piel, la nostalgia...
-Micaela, en Europa viví muchos años, ¿pero sabes una cosa?, a mi
regreso traje de allá a mi cuerpo porque a mí no podía traerme... mi
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esencia, mi ser, mi alma no se habían ido de Argentina... traje a mi
cuerpo porque no podía soportar estar tan lejos... la nostalgia...
Micaela lo miraba con admiración. Todo lo que él dijera de la vida
cotidiana, por simple que fuera, le parecía profundo, interesante,
coherente... aunque no lo entendiera siempre.
Él continuó como de costumbre, hablando desde su lugar altivo,
creyendo lo que decía, sintiéndolo.
-La nostalgia me perseguía en sueños, y me corroía desde adentro y
lastimaba. Es difícil explicarle a alguien lo duro que es estar lejos. Vos
deberías comprenderlo mejor que nadie... sos extranjera, aunque te
esfuerces por hablar como nosotros... A veces te sale muy bien, pero
otras, se te escapan palabras, expresiones.
Micaela sonrió.
La tomó tiernamente de la mano y la miró con dulzura.
-Te hablo sin ganas de hablar de aquello, para intentar entender lo que
no entiendo. Creo que estuve en un sitio que creo ha sido creado para
esconder a cierta gente del mundo normal. Es duro sentirlo así pero es
lo que mi derredor me reflejaba. Y te aseguro que no es mi propia
visión la que reflejo. No es posible que los forasteros, todos,
coincidiéramos en las mismas apreciaciones sin que entonces exista
algo de cierto. De hecho muchos de los que llegaban de fuera y que
también iban a esconderse de algo, como hacía yo, se mimetizaban
con el magma local de estolidez absoluta.
Micaela lo miró sin querer comprender muy bien lo que decía porque
veía que su opinión mostraba cierto desdén, aunque sin rencor.
Gonzalo prosiguió.
-La crítica por crítica misma es absurda, ridícula e inútil. Mi crítica
busca el origen de mi arraigo al suplicio de haber estado tanto tiempo
allí... -se quedó un momento en silencio, pensativo- No hay respuesta
-dijo de repente- Y soy contradictorio, porque volví, pero me quede
pegado al dolor de haber estado tan lejos, y allí... No es que el
sufrimiento me provoque alguna contrapartida placentera navegando
en el mar de lo ridículo del propio hecho. Nada más lejos del regodeo
en la angustia está cerca de mi queja... -volvió a hacer silencio, la miró
con dudas- No sé qué digo, pero necesito respuestas y no las
encuentro.
Ella no podía darlas, estaba absorta y lógicamente, seguía sin entender
bien las cosas que él decía.
Gonzalo lo sabía. Conocía a Micaela en tan poco tiempo como si la
hubiera parido, o al menos eso creía.

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-No tengo respuestas Micaela y no te las pido, porque ya bastante
tenés vos con no tener preguntas.
A veces era muy duro, pero él creía que esa era la mejor forma de
hacerla reaccionar. Quería ayudarla, rescatarla y salvarla del mundo en
el que ella creía vivir, y en el que tanto daño le habían hecho. Lo sabía
por intuición, porque leía los ojos muy rápido y porque poco a poco
ella había ido dando pistas. Su sufrimiento se basaba en la entrega
ciega por amor.
-Mi nostalgia era plena, y tan profunda que yo aseguraba que nunca
me había ido de Argentina, de Buenos Aires, y que allí estaba
trabajando pero como de vacaciones... mirá que cosa más rara...
aisladísimo, sin vida social... -sonrió en su recuerdo y agregó con
cierta malicia- En realidad para lo que había...
Ella quería sólo unos bonitos recuerdos. Quería una historia feliz, que
le contara algo sencillo y ameno.
Gonzalo no tenía recuerdos bonitos. Solo recordaba su nostalgia.

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22. El encuentro
Fernando se encontró con Gonzalo a la semana de aquel fatídico
episodio en el túnel de avenida Libertador.
Lo había llamado con la excusa de invitarlo a una fiesta muy exclusiva
y la fiesta le encantaba.
Gonzalo había provocado un segundo encuentro con él, en un bar al
que este solía ir antes de empezar sus maratones nocturnas. Habían
estado hablando unas dos horas y Gonzalo lo había acompañado a un
segundo bar que a Fer le gustaba mucho, Acabar, un lugar
especialmente típico de Palermo Hollywood, el primero que se abrió
por aquella zona.
Le había regalado una bolsa de cocaína de excelente pureza y una vez
animada la cosa, le había contado que era piloto retirado y que se
movía en un círculo de gente muy “in”.
Esa noche se encontraron en Dolce, y empezaron a charlar
amistosamente. Gonzalo le preguntó qué le había pasado el día
anterior a que él le llamara, porque lo había escuchado bastante
perjudicado.
-Mira Carlos, me caes bien y nos hemos visto sólo dos veces, pero
parece que me conocieras de toda la vida así que te lo cuento.
Y empezó a relatarle con lujo de detalles añadiendo frases graciosas,
mientras se reía a carcajadas de él mismo, el triste episodio de haberse
cagado encima.
Gonzalo no salía de su asombro y se reía. Pensó: -se está riendo de él
mismo.
No entendía muy bien si estaba sentado frente a un inmoral, o un
tarado. Porque era imposible que Fernando tuviera tanta altura
espiritual.
-Genial Carlos, me cagué encima, la puta que los parió -Fernando
reía-, me cagué y me meé. Y la cana se fue al carajo, y me encontraron
las Posse Varela Menéndez Iraola... las conchetas...
Se ahogaba de risa mientras hablaba: -Las dos juntitas, divinas, y yo
cagado y meado.
Gonzalo contagiado se reía a carcajadas, y la risa cuando es así, tan
real y sincera acerca a las personas. Pero la realidad era que odiaba a
Fernando. Al Fernando que le habían contado y al que él se había
inventado. No al Fernando que se cagaba literalmente, y se cagaba de
risa de ello.

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Gonzalo dijo espontáneamente pero un poco abrumado por las
miradas de otros:
-Pará de reírte, lo único que falta es que ahora te cagues de risa.
Fernando estalló en otra carcajada y todas las personas de las otras
mesas los miraron. Se notaba que a Fernando le importaba poco. Y de
pronto, el justiciero descubrió que se había reído, como hacía mucho
que no se reía. Miró a Fernando a los ojos.
-¿Sabés Fernando?, hacía mucho que no me reía así.
-¡Uh! loco, no me digas, porque si te querés reír en serio te cuento que
tengo un faso que es de la risa mal. Es paraguaya, punto rojo, ¿sabés
de lo que te hablo?
Gonzalo en ese momento navegaba entre dos aguas, pero se sentía
familiar.
-Claro, no me jodas que tenés de eso.
Tenía una técnica depurada para hacer creer que fumaba cuando la
situación así lo requería. Podía fumarse un porro con alguien,
haciendo creer que calaba hondo y no se metía ni una pizca de humo
en los pulmones.
Fernando se puso de pie.
-Salgamos de acá y hagamos un fino antes de ir a la fiesta, que nos
vamos a cagar de risa, sin alusiones a mi episodio.
Una vez en la calle, vuelta la esquina y Fernando prende el fasito.
Cala hondo tres veces, se lo pasa y mientras se lo está dando empieza
a reír.
-Me cagué loco, y me meé encima, ¿qué lindo, no? -tenía una sonrisa
dibujada en el rostro.
Gonzalo miró el porro unos segundos y luego volvió a mirar a los ojos
de su compañero, quien lo miraba sonriente, sin decir nada. Entonces
caló una vez profundo y curiosaamente lo metió hondo en el tórax. Y
una segunda y una tercera y una cuarta y una quinta y Fernando
entonces gritó:
-Pará loco que es fuertísima y además quiero un poco.
Mientras Fernando fumaba, se acercó a la pared, y se apoyó con
soltura. Se sintió bien, relajado y se agachó en forma espontánea, sin
explicación. Cuando Fernando lo miró, estaba en cuclillas apoyado
contra la pared abrazándose el estómago, descostillado de risa.
-Te cagaste, pelotudo, te cagaste en la cara de la Federal, ¡quién
pudiera cagarse ante la institución...!
Fernando retorcido en un huracán de carcajadas lo miraba y lo
señalaba con un dedo.

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-Qué forro que sos, hijo de puta, te cagás de risa porque me cagué
encima y estás en cuclillas como si cagaras.
Los dos no podían más. Se reían más por el efecto que por las
estupideces que decían alusivas al triste episodio.
Estuvieron así unos minutos, sin poder parar de reír, ajenos a los
pocos transeúntes que pasaban y los miraban cruzando la acera para
no pasar junto a ellos.
Fernando, incorporándose, dijo: -Bueno calma, calma que no panda el
cúnico -y se rió- Vámonos de acá que somos boleta.
Levantó a Gonzalo de un brazo y empezaron a caminar intentando no
reírse.
-Pensé que controlabas, Carlos.
-Sí... controlo... los esfínteres, no como vos -dijo riéndose.
-No seas hijo de puta, Carlos -le contestó entrecortado por la risa.
Mientras caminaban por la misma acera, Fernando hizo un
descubrimiento mágico.
-Mirá, un restaurante chino, vamos a comer algo para bajar un poco.
-Huy, sí...que me está entrando un hambre brutal.
Se sentaron en una mesa y después de acomodarse durante un rato, sin
dejar de sonreír, fueron hacia una vitrina llena de bandejas y
empezaron a servirse del buffet libre, como si para bestias se tratara la
cena que querían iniciar. Retornaron a la mesa, en sonriente silencio y
empezaron a comer entre risas contenidas. Fernando devoraba con
ansiedad todo lo que había en el plato, mientras Gonzalo se reía con
poco control entre bocado y bocado.
-Pará loco, que nos sacan la foto de las otras mesas. Hacé una cosa,
Carlos, andáte al baño y laváte la cara. -Fernando controlaba la risa,
algo preocupado.
-Pensé que me mandabas a cagar -dijo Gonzalo riendo alto.
-No loco en serio, andá al baño que todos nos miran.
A veces cuando fumaba le entraba paranoia social, y cuando era así, le
importaba que lo miraran, además de todas las otras cosas que él
juzgaba externas a su lábil control.
Gonzalo se fue hacia el baño y al entrar vio un cartel en la puerta de
un retrete que decía: “CLAUSULADO”, con ele de clausulal, con ele
de acento chino...
Y Gonzalo no solo lo leyó… también lo escuchó, y entonces lo leyó
en voz alta.
Cayó al suelo, de rodillas y se agarró la panza mientras se reía como
un enfermo mental. Providencialmente escuchó un ruido en la puerta

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de entrada al baño y espontáneamente lleno de risa incontenida se giró
hacia ella.
Al levantar la vista vio tres cabezas de chinos asomados por la puerta.
Sólo las cabezas…
No pudo más, explotó en una carcajada atómica, sideral, única e
irrepetible, en la carcajada de su vida.
En ese instante, Fernando entró al baño serio, lo levantó y se lo llevó
disimuladamente hacia la calle.

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23. Amigos
Gonzalo se hizo amigo de Fernando.
Fernando lo había levantado del baño, lo había llevado a la calle,
metido en un taxi y llevado a su casa. Le aguantó los vómitos y no se
preocupó porque hubiera vomitado la alfombra. Lo había desvestido,
duchado, aguantado más vómitos, le había dado un antiemético y lo
había metido en la cama.
Fernando, el Fernando que él estaba conociendo era un buen tipo. No
lo conocía y lo había protegido, sin saber ni tan siquiera su verdadero
nombre.
-Carlos, -le decía- está todo bien, pensé que controlabas. No te
preocupes que todo está bien. No pasa nada, en un ratito se te van las
náuseas. Y tratá de no cerrar los ojos, sino todo te da más vueltas.
Tranquilo no cierres los ojos del todo. Y le acariciaba la cabeza como
si fuera un hermano.
Cuando despertó estaba mucho mejor. Algo mareado, muy suave,
cansado pero estable, relajado. Miró a su alrededor y reconoció una
habitación ajena. Sintió olor a café. Se levantó, fue al baño, se miró la
cara, hizo pis, se secó como era su costumbre y fue hacia la cocina a la
que llegó sin saber cómo. El camino lo llevaba. Era un apartamento
muy bonito, ordenado y limpio. Al entrar encontró a Fernando
leyendo el diario Clarín, quien levantó la vista y sonrió.
-Carlitos, ¡uy!, sin ofender... ahí tenés café. ¿Te lo sirvo? ¡Qué porro
el de anoche!, brutal. Vos no fumás, ¿verdad?
Gonzalo sonrió y buscó una taza. Estaba frente a un desconocido al
que había odiado, y que ahora le ofrecía café. Se sirvió una taza, se
sentó y empezó a sorber el café recién molido y a comer medias lunas.
Fernando había ido a la panadería.
-`tan buenas las medias lunas, ¿verdad? ¡Y no sabés cómo está la
panadera!... Está para partirla al medio como un queso, buenísima...
-Cómo te gustan las minas... -dijo Gonzalo mientras se servía más
café.
-¿Y a vos no? Ahora resulta que sos puto y yo te bañé y te metí en la
cama.
-No seas forro, a mí también me gustan.
-¡Mirá! -dijo Fernando enseñando la tapa del Clarín- Boca goleó a
River en el amistoso de ayer en el Monumental. Mi viejo debe estar
como loco... bueno aunque no sé si donde está miran fútbol.
-¿Dónde está?
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-Frío...
-¿Frío?
-Sí, se murió hace algunos años... pero seguro que está contento con el
partido, chocho. Comete una media luna que son de Frente al Sol.
¡Cómo debe estar el viejo de contento!
-¿Y vos? -dijo Gonzalo agarrando una media luna preciosa y evitando
el tema que parecía asumido.
-No... A mí no me gusta el fútbol.
-A mí tampoco -Gonzalo mordió con placer y hambre la medialuna.
-No ves Carlos, a mí vos me caíste bien de entrada. ¿Viste?, ¿qué
loco, no? No nos gusta el fútbol.
-No sé… a mí no me gusta mirarlo, ser fanático, perder un día por un
partido, la hinchada, no sé no me gusta lo que le rodea. Me gusta
jugar.
-Igual que a mí, boludo -dijo Fernando entusiasmado-, ¡no me lo
puedo creer! Alguien que piensa igual que yo.
Gonzalo se sirvió otro poco más de café y preguntó: -¿Qué tenés que
hacer ahora?
-Mirá, son las cuatro de la tarde, domingo... no tengo nada que hacer...
¿vamos a Recoleta?
-Dale -dijo Gonzalo tranquilo.
Fernando buscó ropa para Gonzalo en sus armarios. Tenían un físico
muy parecido y su ropa estaba vomitada y sucia. Gonzalo miró cómo
daba vueltas en el lavarropas.
-No te preocupes, cuando volvamos estarán secos el jean, el
zolsillonca y las medias...
Se fueron a buscar el coche de Fernando y cinco menos diez, estaban
paseando por Recoleta, hablando de la vida y mirando minitas.
Gonzalo se sentía bien y cómodo. Fernando no mostraba otra cara más
que la sencillez de una amistad adolescente, aunque era francamente
un adulto.
-¿Tenés novia? -preguntó Gonzalo.
-Ay Carliño, Carliño... Vos sabés cómo es el tema. De noche está
lleno de trolas. Es fácil. Si tenés bolsa, más.
-Sí, ya sé, pero te pregunto si tenés novia.
-Novia, novia no. Tengo una minita. La adoro.
-¿Una minita?
-Sí, una minita pero fija, ¿Sabés? La veo seguido, o no... No pregunta
nada, me cuida, viene si quiero, se va cuando se lo pido, no sé. Nunca
tuve una mujer así.

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-¿Así como?
-Así, tan estúpidamente entregada. Creo que me ama, pero a veces
pienso que no sabe lo que es el amor.
A Gonzalo se le estremeció el corazón. Estaba hablando de Micaela.
Lo sabía.
-¿Cómo se llama?
- Micaela. Se llama Micaela. Es lo mejor que tuve en mi vida. No la
merezco. Realmente no la merezco -dijo con aire de nostálgica
seriedad-, es una mina... para que te voy a contar, no se... -de repente
Fernando cambió la mirada, se tornó un poco triste.
Gonzalo se quedó en silencio, esperando a que le dijera algo más. Pero
no, Fernando se quedó pensativo.
Gonzalo lo miró.
-Me llamo Gonzalo -dijo contundente.
-¿Qué? -preguntó Fer no entendiendo el cambio de tema.
-Sí, que me llamo Gonzalo.
-¡Uhhh! -reaccionó Fer, y se empezó a reír.
-¿De qué te reís?
-Cómo te cagaron. ¿Te llamás Carlos Gonzalo? No pega ni con
moco... perdón, sin ofender.
Gonzalo esperaba otra respuesta. Quería que Fer supiera quién era
pero era evidente que Fernando no había hecho relación o peor aún,
no tenía relación que hacer porque Micaela no le había hablado de él.
-Gonzalo, me llamo Gonzalo. ¿No te dice nada?
-Gonzalo, Gonzalo... ¿Y Carlos?
-Carlos era mi abuelo...
-Ah, por eso te pusieron Carlos pero a tu mamá le gustaba Gonzalo...
¡te mataron loco!
-Sí, sí... Así es... -y sonrió. Gonzalo prefirió no aclarar nada... ya
llegaría el momento.
Descubría que Micaela no le había hablado de él. Micaela era así. Pero
¿por qué a él sí le había hablado de Fernando?
-¿Sabes una cosa, Carlos? -dijo Fernando reaccionando- voy a dejarla,
no me la merezco y ella se merece algo mejor que yo. Soy un desastre,
no tenés idea. Le hice mucho daño sin quererlo. Me ama y la amo,
pero le hago daño. Y soy un desastre pero no soy como los otros que
tuvo... Pero estoy seguro que hay algo mejor para ella... Hace un
tiempo que me lo planteo, ¿Sabes?, es una historia un poco compleja,
pero creo que no soy conveniente para ella ni para nadie...Y por eso la

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dejo... Sí, Carlos, lo tengo re claro... -Fernando se silenció, colgó la
mirada y se llenó de tristeza.
Miró a Gonzalo y sentenció: -Voy a dejarla.
Y se le llenaron los ojos de lágrimas que secó rápidamente con los
puños de su camisa.
Gonzalo le palmeó la espalda. Sintió algo muy raro, inexplicable.
Sintió compasión.
Fernando se secó nuevamente las lágrimas y miró hacia el parque.
Reponiéndose repentinamente dijo:
-Mirá qué par de bochas tiene aquella brazuca, la que tira las pelotas
por el aire.
-¿Cuál?
-La malabarista, nabo.
-Huy, sí... -dijo Gonzalo mirando fijo al escote de la mulata- Qué
tetas...

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24. Me llamo Gonzalo
Gonzalo, después de ese día, decidió que tenía que conocer más
íntimamente a Fernando. Con Micaela obvió el tema y como ella
rarísima vez preguntaba algo, por no decir nunca, no tuvo que andar
dando explicaciones que no quería dar.
Estaba lleno de dudas, pero se limitó a dejar estar las cosas, sin
implicarse, intentando que Micaela no lo notara. Además, era él quien
había decidido hacer justicia, por lo que nadie conocía sus intenciones
o sus planes.
Eran las seis de la tarde de un hermoso sábado porteño templado y
soleado...
Llamó a Fernando y este le atendió en un grito de alegría: -¡¡¡Qué
acelga, loco!!! ¡Estaba pensando en vos! ¿Sabés? Estoy en casa de
unos colgados que me acaban de invitar a una fiesta en una isla
flotante. Salimos a las ocho y media de Marina Norte. ¿Te venís? Son
unos pibes re macanudos, para definírtelos con una antigüedad, ¡¡¡lo
vamos a pasar genial!!! Va a estar a full de minas, y hay barra libre...
Gonzalo accedió sin dudar.
-Es formalita, la fiesta. Eso significa que nos tenemos que portar bien,
nada de drogas, que además te caen mal. Como la vuelta la haremos
con otra gente, te encuentro en el Club Albatros, dejamos tu coche allí
y vamos hasta la Norte con el mío. Ya está todo arreglado.
¡Chauuuuu!
Gonzalo se duchó rápido, se vistió de un elegante sport carísimo y
clasista, se perfumó con lo más selecto de Jil Sanders y se sirvió un
café largo, americano, recién molido, de un espectacular grano grande
de Maragogype. Degustó hondo, saboreó profundo y disfrutó en el
recuerdo que el café le traía.
Bajó al garaje, saludó al encargado con parsimoniosa distancia y salió
con dirección al Náutico.
Cuando llegó, lo detuvieron a la entrada.
-Vengo a encontrarme con Fernando.
-Ah, sí. El señor Fernando lo espera, pase por favor. Está en la marina
central, con unos amigos, en el velero Refugio.
Gonzalo estacionó y vio a Fer acercarse como si de un niño travieso se
tratara.
-¡Qué hacés, Carlos! Qué bueno verte de nuevo.
-¡Hola! -dijo Gonzalo sonriendo- ¿Qué es eso del Señor Fernando?
Esta faceta no la conocía.
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-Nada boludo, apariencia nomás.
-Pero parece que te conocía bien el tipo de la puerta.
-Sí, Rosendo, es correntino, hace años que está acá. Yo venía de
chico, pero vos sabés cómo es este ispa, las cosas cambian... Dale,
vámonos que nos esperan. Vamos en tu coche mejor, que es mas cheto
que el mío, y la gente ésta con la nos vamos a codear son todos unos
pelotudos...
Gonzalo se rio. -¿Tenés barco? -preguntó mientras Fer se subía en el
coche.
-No, mi viejo tenía, pero ya te dije que acá todo cambia. Se fue a la
lona en la época de Martínez de Hoz, yo era muy pendejo. Mis viejos
se separaron, se fue todo al carajo, nunca se recuperó económicamente
pero durante algunos años vivimos de apariencia. Mis viejos seguían
juntos, digamos que vivían juntos pero estaban peor que los israelíes y
los palestinos... compartían territorio, pero nada más que eso... uf, qué
feo recuerdo... no sé de dónde carajo sacaban dinero pero mantuvieron
un ritmo alto aunque nos cambiaron de colegio aduciendo tendencias
políticas, y dejamos de ser socios del club al que íbamos... En realidad
mejor, eran todos unos conchetos de mierda... algún día te contaré la
triste historia del niño que era feliz... hoy no, es para escribir un libro.
Gonzalo estaba acostumbrado a saber invadir el terreno áspero de las
personas, pero optó por tender un momentáneo manto de compasión
sobre la historia personal de Fernando. Sabía que se la contaría
espontáneamente y sin reparos.
Se subieron al coche.
-Mirá, Carlitos... huy... qué feo que suena que te diga Carlitos...
-Te dije que me llamo Gonzalo -contestó sonriendo-, lo de Carlos
olvidátelo.
-Al que escupe para arriba le cae en la cara. Si te llamas Carlos
Gonzalo hacéte cargo -dijo Fernando sonriendo con malicia-, ¡qué va
a pensar el nono si renegás de su nombre!, ¡Carlitos!
-Me parece que no me entendés. Abrí la guantera que adentro está mi
billetera y mirá el documento.
Fer abrió la guantera, sacó la billetera y al abrirlo vio el documento de
Gonzalo, y se giró con cierto temor.
-Gonzalo Peña. ¿Gonzalo Peña? No entiendo un carajo, o sí... ehhh,
sos policía y estoy en el horno. ¿Verdad?, decime que no -dijo
Fernando esbozando una sonrisita tonta.
-No, no soy cana -dijo Gonzalo sonriendo mientras conducía.

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Fernando lo miraba con duda. Estaba subido a un coche con un tal
Gonzalo Peña, que se hacía llamar Carlos, al que lo había metido en
su casa, y que no sabía quién carajo era, y que con la suerte que
últimamente venía teniendo seguro que se dedicaba al tráfico de
órganos porque tenía otro carnet donde decía que era médico.
-¿Te dedicás al tráfico de órganos y ahora me vas a sacar las córneas?
-soltó rapidito haciéndose el gracioso.
Gonzalo olió el miedo. Siempre olía ese sentimiento. Era un don que
le había sido otorgado, o eso creía. Sonrió nuevamente e intentó
calmar a Fernando.
-No seas tarado, nada que ver...
-¿Es peor?, no es que esté medio cagado, pero... ¿por qué Carlos?
-Qué se yo, siempre lo hago, no te conocía, es una estrategia... Con las
minas también doy otro nombre para no tener problemas.
-Ahhh, sos gay, y me dijiste que te llamabas Carlos, para no tener
problemas -dijo Fernando sonriendo, empezando a sentir el efecto de
la adrenalina circulando por su cuerpo.
-A ver, a ver, Fernando, calmáte un poco. Te estoy mostrando mi
documento, te conté hace días que no me llamo Carlos y no nos
entendimos, te lo vuelvo a aclarar hoy. No le des vueltas, parece raro
pero no lo es. Cuando te conocí la situación era algo anormal, ¿no te
parece? Ahora vamos entrando en confianza, es así de simple. Carlos
es como mi sobrenombre, y punto. Pero mis amigos me llaman por el
verdadero. Ya está, relajáte que no pasa nada. Y si querés, te dejo en
la Norte y me voy, así te quedás más tranqui...
Fernando sonrió relajado. Suspiró y dejó la billetera en la guantera.
-¿Sabés Carlos, digo Gonzalo? A mí me apodaban “indio” de chico,
pero predominó Fer, calculo que por comodidad... y cuando nos
mudamos por lo que te conté de mis viejos y toda esa mierda, el grupo
nuevo de amigos me decía Fer... de vez en cuando me cruzo con
alguno de los del primer colegio y se acuerda que yo era “el indio”.
Dicen que era un poco vándalo... una bestia...
Miró a Gonzalo de reojo, menos preocupado. -Veo que conocés el
camino a la Marina Norte -dijo finalizando el tema.
Gonzalo puso un CD de Cake.
-¿Te gustan estos? -dijo extendiéndole la caja. Fernando asintió, y
subió el volumen.
Hicieron el viaje en silencio escuchando música.
Al llegar a la Marina Norte, Fernando le dijo al de seguridad:
-Venimos a casa de Javier del Campo...

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Se abrió la barrera y Fer indicó el camino mientras escuchaba I will
survive.
-Qué buena es esta versión, ¿no?, mirá es acá. Desde acá salimos para
la islita flotante... ¡¡¡Siiiiii, va a ser la fiessssta del año, Gonzalito!!!!!
¿No querés que te llame Charly?
Gonzalo se rió: -Hacé lo que quieras...
-¡Dale, bolas!, te presento como Charly, un amigo buzo que se dedica
a trabajar para una petrolera, buceando en las plataformas marinas,
haciendo un trabajo de riesgo a profundidades extremas, y que antes
eras buzo militar mercenario y vaya a saber Dios qué tuviste que
hacer, porque no hablás mucho de eso pero trabajabas para la KGB y
el Mossad, y que estás lleno de mosca y que en realidad tenés una
empresa independiente con buzos que están todos chiflados, pero vos
también te metes al agua porque te encanta y...
-Pará, ¡pará! -dijo Gonzalo mientras se reía- qué imaginación que
tenés...
-¡A las minas estas les va a encantar! -Interrumpió Fernando- Cuanto
más delirante sea la historia, más creíble les resultará, te lo firmo
ahora. Si les contás la verdad no te creen... ¿o preferís ser psicólogo y
taxista? El fracaso siempre se lo creen, pero estas minas que están acá
no son maternales, así que lo del fracaso no es buena idea. Yo podría
ser peluquero canino de barrio... seguro que me paso toda la noche
solo... Además… ¿no me habías dicho que eras piloto, forrazo?... y
ahora me entero que sos médico…
Los dos se rieron como si fueran amigos tramando una aventura
cómplice.
Entraron a la casa y la gente que estaba allí reparó en sus sonrisas.
-¡Hola! -dijo Fer a la novia del anfitrión, dándole un beso- Te presento
a mi amigo Charly, un tipazo -le susurró guiñándole pícaro un ojo.

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25. Isla Flotante
Los dos amigos estaban hablando mientras se servían una copita en la
isla flotante. Habían salido desde la casa de Marina Norte, en lancha,
hasta el lugar de la fiesta.
Fernando no paraba de mirar mujeres y Gonzalo, como quien no
quiere la cosa, también miraba.
De repente se acercaron dos bomboncitos a servirse una copa.
Fernando miró pícaro a Gonzalo:
-Escuchá bien, vas a ver qué divertido es conocer la esencia humana.
Se giró con aire de artista y dijo: -¡Hola! ¿No son ustedes las amigas
de Ricky?
-Sí, dijo una de ellas. ¿Vos sos?...
-Federico...Y este es Charly, un amigo. Bueno en realidad seguro que
ya sabés, nos conocemos por el trabajo, cosas de empresa...
-Sí, pero...
-Ricky me dijo que estarían por acá -interrumpió Fer sin dar lugar a
que las señoritas preguntaran nada-, y me pareció educado saludarlas.
Vinimos por pura casualidad, no podíamos dejar el trabajo pendiente.
-¡Ah! -y cayendo en la obligada pregunta que había generado
Fernando la que hablaba interrogó- ¿de qué trabajan ustedes?
-Yo soy plomero, independiente eso sí, y Charly mi amigo es pintor de
obra, de los mejores, ¡no se le escapa una gota!
-¡Ah!, qué bien -dijo la rubia mientras miraba a su amiga-, bueno, los
dejamos que tengo que ir al baño, ¿me acompañás Lauri? -y se fueron
raudamente, sin pausa alguna.
-¿Viste, Gonzalito? ¿Viste qué turras? Claro, soy plomero...Vení, que
vamos a buscar otras víctimas. Vamos a probar con los músicos, que
es más copado, pero voy a matizar.
Gonzalo sonrió, le parecía entretenido e interesante. Se sorprendía con
el accionar de Fernando, y se dejaba llevar por el laberinto de sus
personalidades.
-Mirá, mirá a esas otras dos, ¡¡¡¡qué infierno!!!! Vení, acercáte como
desinteresado.
Fernando se aproximó a una de las nuevas elegidas.
-Hola, me llamo Fede, Vos debes ser la amiga de la que Ricky me
habló tan bien.
La diosita se giró y dijo: -¿Ah sí? ¿Y cómo me llamo?

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-¿Le estas preguntando a un músico que se acuerde de algo? ¿Sabés la
memoria que tiene un músico profesional? ¡¡¡Pero vos sos divina!!!
Así que sos vos seguro.
La rubia se quedó dubitativa, por el efecto que el alcohol le empezaba
a hacer o por la desfachatez gestual de Fer.
Lo miró seria. -¿Músico? ¿No serás el que tocaba con Alberti?
-No, ese es un “dorata”, si te referís al que yo creo. No, nada que ver,
lo mío es serio, y lo de Alberti es comercial... por cierto, no te lo
presenté, este es Charly, un colega, el mejor en lo suyo.
-Hola -dijo Gonzalo intentando no interferir
-Hola -dijo la rubia, y giró para tomar a su amiga del brazo- Mirá
Luciana, estos chicos son músicos.
-¡Hola! -dijo Lu-, qué bien, ¿son conocidos? Es que no me suenan.
-Y no tiene por qué -dijo Fer-. Es imposible que conozcas toda la
música y a sus gestores.
-Es verdad -dijo Lu-. ¿Vos qué tocás?
-Las castañuelas. Las domino a la perfección… -y Fer se quedó serio,
mirándolas.
-Pero salí, ¡tarado! -le dijo la rubia
-¡Pero qué pasa! -dijo muy enojado- ¿Te parece un instrumento
sencillo? No me faltés el respeto.
La rubia se quedo quieta, pensando que había metido la pata ante la
seriedad de Fernando y de su compañero, Charly.
-Disculpáme -dijo-. Pensé que me estabas jodiendo, lo siento.
Fernando era un as. Manejaba las situaciones con los gestos, las
miradas y los movimientos. Había conseguido obtener culpa. Gonzalo
gozaba con solo verlo.
-Claro -agregó a continuación-, lo de Charly es mucho mejor. Él toca
el bajo. Eso es copado. ¿No?
-No -dijo Lu y Fernando la miró-, bueno sí. Es copado. Es que las
castañuelas suena como raro ¿No?
-¿Raro?, raro es el amor, y todos se lo toman en joda. No sé, no sé.
Raro es lo de Charly.
-¿Raro el bajo? -preguntó la rubia.
-No, no entendés, mi amigo toca el bajo... el bajo vientre.
-¡Andate a la mierda, pelotudo! -dijo la rubia y se fue arrastrando a su
amiga del brazo.
-¿Viste Gonza?, que poco sentido del humor. No valen la pena.
Gonzalo se reía. Con risa sincera. Estaba contento. Se divertía con ese
nuevo personaje que conocía.

100
-Mirá Gonzalito, vamos a molestar a esas que tienen pinta de
intelectualoides -y señaló a unas con anteojos y vestimenta de
universitarias chetas.
-Perdón -dijo Fernando acercándose desinteresado-, ¿acaso alguna de
ustedes puede dejarme una lapicera? Es importante porque estoy
intentando explicarle a mi amigo una teoría acerca de la temperatura
de los gases entre la tierra y su atmósfera, y no hay caso. Es que soy
físico/matemático y él piloto... bueno, nada, ¿tienen una lapicera?
-¡Sí! -dijo una y le alcanzo una hermosa pluma que sacó de su bolso.
-¡Huy! -dijo Fer- ¡Es que es una pluma! Y una pluma no se le deja a
nadie.
-No hay problema -dijo la jovencita- si me dejás escuchar la teoría...
-Sí, sí. Esperá. Vení Charly, acercáte, y vos no te vayas que te la
cuento.
Gonzalo se aproximó y antes que estuviera a su lado Fer le dijo: -Mirá
nabo, cuando vos estás piloteando un Jet, por ejemplo, la curvatura
constante de los gases que provoca la flotabilidad en suspensión aérea
debería ser proporcional a la temperatura generada por el supuesto
roce que provoca el aire compuesto por los mismos gases, que está
obviamente y disculpando la estúpida redundancia, en estado gaseoso,
contra las alas del avión, una vez que ha sido propulsado por la turbina
que es en realidad la que los calienta. Y esa curva, en realidad es una
esfera que no es tan real dada la temperatura del aire a esa altura, que
está a más de treinta grados bajo cero y que por ende enfriaría al aire
propulsado que sale caliente, y con tendencia a subir, encontrando a
las alas como resistencia impenetrable. Tenés que tener en cuenta que
ambas variables son constantes, valga la contradicción que no es
errónea, porque si mantenés la altura, el aire frío circundante se
mantiene siempre a la misma temperatura, al igual que el aire caliente
que sale de la turbina con tendencia a subir por obvia ley física. La
diferencia en la zona de esparcimiento por contacto es despreciable al
cálculo actual. Eso sí, tampoco ponemos en juego el calentamiento o
enfriamiento de los materiales estáticos, como lo es el metal que
integra el ala del avión, cosa que alteraría el resultado de la diferencia
de temperaturas, variando así la esfera de la supuesta curvatura
gaseosa. ¿Entendés?
-No -dijo Gonzalo mirándolo fijo.
-Te dije, reina. Necesito la pluma. Es piloto.
-Yo tampoco entendí nada. -dijo la intelectual- Es que lo mío es la
química biológica.

101
-No pasa nada -y enfrascándose en la explicación delirante prosiguió-,
esto no es ley de gases, porque introducimos la gravedad, la velocidad,
la temperatura, la fricción, el movimiento, la estática... en fin, es un
circulo esférico con temperaturas variables del centro a la periferia, en
constante intercambio de posición, en forma rotatoria de dentro fuera
según la gravedad, que... -y allí se detuvo, miró fijo a la señorita, la
tomó de las manos y dijo asombrado pero entusiasta- ¡¡¡No me había
dado cuenta!!!! ... según el lugar del mundo en el que estemos varía,
varía con el hemisferio, como la rotación del agua en los inodoros, que
es en sentido horario o anti horario estés en un lugar un otro. ¿Viste
que en Europa el agua gira al revés que acá? ¡Es por la ley de
gravedad! Entonces la esfera cambia su sentido de intercambio de
gases, pero en ¡¡¡forma paulatina!!! y sin alterar el resultado. Los
aviones vuelan igual. ¿Entendés, Charly? -dijo apasionado, eufórico,
soltando las manos de la joven.
Gonzalo y la dueña de la lapicera lo miraban con duda sarcástica uno
y admiración la otra.
Fernando descubrió que la tenía en el bolsillo. Entonces sin dudar le
dijo
-¡Ah! Me llamo Fede, y este es mi novio Charly -y se fue arrastrando
a Gonzalo.
-¿Qué hacés, boludo?
-Muy fácil -dijo-. Le entré por el intelecto. No interesa.
-¿Qué me decías de los gases? Llegó a parecer coherente....
-No lo sé, se me ocurrió, aunque lo de los inodoros es cierto, te lo
juro.
-Sí, lo había notado... ¡Mirá que pendejas esas tres! -dijo Gonzalo.
-¿Qué pasa?, qué pasa mi amigo, qué pasa que nos estamos zarpando
¿ehhh? Gonzalito te desconozco -dijo Fernando irónico.
-No soy de piedra, ¿qué te pensás que soy?
-No sé, siempre tan correcto. Mirá, poné tu acento gallego que voy a
encarar. Esa es buena merca y pondremos empeño.
Se sirvieron unas copas de champagne y rumbearon para donde tres
post adolescentes infartantes histeriqueaban haciendo alarde de lo que
un cuerpazo argentino no necesita.
-¡Che! Estas están mandadas a hacer ¿no? -dijo Fer mirando los
traseros impresionantes de las muchachas.
-Dejáme a mí -dijo Gonzalo sonriendo.
Se acercó sin vacilar y dijo con su impecable acento madrileño:

102
-¡Hola! ¡Qué pasa!, Buenas noches, soy Juan, y mi amigo es Fede,
amigo de Ricky que me ha hablado de vosotras, o eso creo. La
descripción concuerda bastante bien, ¿y sabes que te digo? Que si no
sois vosotras las amigas de las que el tal Ricky hablaba, me da igual,
porque dais perfectamente el tipo. ¿Cómo os llamáis?
Las tres se giraron ante el acentazo español, y Fernando interrumpió
diciendo:
-Lo siento chicas, es así. Los gallegos son bastante informales en las
presentaciones. Me llamo Fede, y Juan es un invitado especial. Sepan
disculpar su desparpajo.
Gonzalo se giró, y lo miró fijo.
-Pero que dices, Chavalote, ¡qué les cuentas! Déjalas que ya son lo
bastante grandecitas como para mandarme a tomar por culo si lo
desean... ¿no te parece, tronco?
-Se los dije -sonrió Fernando-, es gaita.
Las señoritas se rieron de la situación un poco extraña pero
encantadora para ellas por el acento de Gonzalo.
-A lo que íbamos -dijo Gonzalo-, ¿cómo os llamáis?, si no les sabe
mal... lo digo para que no interpretéis mi soltura como falta de
educación. En mi medio somos así... sueltos, creativos, amigables,
naturales, espontáneos...
-Y charletas... hasta por los codos, más si van con champú en la mano
-les aclaró Fernando sin saber muy bien por dónde iba la cosa.
-Y algunos como este, son gilipollas -dijo Gonzalo lanzando una
mirada asesina a Fer mientras sonreía, y volvió a preguntar a las
señoritas que ya empezaban a parecer mudas-¿Me contáis quiénes
sois?... aunque ya no importa...
-Melina -dijo una- y ellas son Sandra y Yamila.
Fer se acercó al oído de Gonzalo tontamente y le susurró. -¡Uh!, con
esos nombres regrasas seguro que son toga.
Gonzalo se volvió rápidamente agregando para disimular: -Nombres
muy argentinos, me encanta. Sois tan dulces al hablar...
-Nada que ver -dijo la misma interrumpiendo-, ustedes son re dulces,
nosotros somos re normales para hablar. ¿Cierto chicas?
-¡Sí! -dijeron las otras dos algo embobadas con el acento.
-Bueno, detalles. Son detalles lo acentos, lo importante es lo que se
lleva dentro del alma, en el espíritu, en el interior de esta coraza que
contiene nuestra esencia vital, nuestro ser interior, nuestro carisma... -
intentó romper Fernando arrepentido de no haber usado acento
español ante semejantes mujeres.

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-Lo siento, guapas -dijo Gonzalo sobrado-, el Fede es así de poético,
nació en un balcón… por eso trabaja conmigo en la productora...
-¿En la productora? -preguntó la que al principio parecía menos
interesada, una pelirroja de curvas matemáticamente proporcionadas
en un metro setenta y algo de estatura rozagante y ardiente.
-Sí -dijo Gonzalo-, es que soy director de cine y produzco algunas
películas de jóvenes talentos, en plan independiente, y vinimos a
Argentina para abrir una sucursal de la productora. Así conocí a Fede,
que hoy es el Director del área creativa de la empresa, ya sabéis...
spots films, publicidades, cortos... y alguna coproducción de películas
hispano-latinas.
-Ay, qué divino -dijo la que no había abierto la boca.
-¿Quién yo? -dijo Fer.
-Perdonadlo -dijo Gonzalo-, es argentino, y ya debéis estar
acostumbradas... ya sabéis como son
Las chicas se rieron y Gonzalo miró a Fernando, guiñándole un ojo
como con cariño
-Es una broma Fede, no te lo tomes así... ¡venga tronco!
Las señoritas se mostraron interesadísimas en los pormenores que
Gonzalo les contaba, y Fernando disfrutaba de la participación activa
que le daba en la supuesta empresa y en el proyecto del largometraje
coproducción hispano-latina que se había montado.
En el momento en que la charla empezó a ponerse cálida, Gonzalo
dijo:
-Por cierto, niñas. Debo pedirles máxima discreción porque si no esta
noche será una ruina para mí. Hemos estado hablando con otras
personas, pero les hemos dicho varias estupideces, para poder respirar
en paz. A algunos que éramos músicos, o matemáticos o simples
operarios. Hay gente que sabe que vendríamos y no queremos plastas
comiéndonos las orejas ¿sabéis? Así que os ruego que permanezcáis
en el silencio cómplice de nuestras intenciones que simplemente son
hacer los fichajes adecuados si la cosa cuadra, para una sencilla
prueba frente a cámaras, y no mucho más. ¿Vale?
-Ay, sí vale -dijeron las tres meándose a chorritos.
-Ahora las dejamos un momento, que tengo que llamar a un colega.
¿Me acompañas tronco? -y Gonzalo se giró sonriendo a Fer y se alejó
hacia la barra.
-Ehhh, hasta luego chicas -dijo Fer-, ehhhn un rato creo que volvemos.
-¿Cómo creo? -dijo la colorada-, más vale que lo traigas para acá ni
bien puedas.

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-Sí, sí, lo prometo -y se alejó rápido intentando alcanzar a Gonzalo.
Al llegar a su lado le dijo extasiado:
-Sos un maestro, las tenés en el bolsillo.
Gonzalo lo miró fijo. -La roja es mía. Vos quedáte con las otras dos si
querés.

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26. La rubia
Entrando a un bar, Fer y Gonzalo se toparon con dos turistas
americanas, medio gordas y rubias de mentira: -De bote, como dicen
en España -le susurró Gonzalo.
Fernando con sonrisa de feliz cumpleaños les dice: -Jelou mai
darlings, nais tu mitiu. ¿Duiu uontu drinc samsing?
Las yanquis lo miraron con desdén, dado que se le notaba mucho el
pedo, más aún, porque se llevó por delante la puerta de cristal de la
entrada, dándose un golpe bastante importante pero que no llegó a
romper el vidrio.
Gonzalo intervino, pidió disculpas en un inglés perfecto, excusó a
Fernando y lo metió rapidito para el bar. Las rubias se fueron riendo,
pero pispiando de coté a Gonzalo, que de tan caballero impactó a las
americanas, acostumbradas a que les tocaran el culo y les dijeran
barbaridades en su pueblo de Texas, cosa que si Fernando hubiese
sabido, hubiera aprovechado hasta el hartazgo.
-No sabía que hablabas inglés, Fer.
-Ni palabra. Es lo único que se decir... bueno, como frase. Sé saludar,
pedir café y birra, decir fuck y esas pelotudeces... Creo que estoy en
pedo... ¡Qué golpe me di al entrar...! ¿Sabes? voy al baño, a
arreglarme la nariz un poco. Cuando vuelvo te cuento lo que me pasó
en un viaje a Londres... mortal, alucinante... sabés que me río de mí
mismo.
Gonzalo se sentó en una mesa, al lado de dos preciosos bombones
porteños, de esos que solo se ven en Baires, perfumadas, con el pelo
de propaganda de champú, y las lolas en punta, dos caramelitos...
Fernando volvió correcto. Ya no se la notaba el escabio, salvo por el
aliento y la soltura emocional...
-No sos ningún boludo para elegir donde sentarte ¿eh, Gallego? -se le
acercó al oído y le dijo-: Cambiá el acento que a estas dos las conozco
y hoy nos vamos a su casa.
Gonzalo accedió, porque le pareció divertido y tentador aunque
estúpido al mismo tiempo, a pesar del episodio vivido en la isla
flotante.
-¡Chicas! -interrumpió Fer a las señoritas- ¿Cómo andan?
-¡Ay! -dijeron- ¡¡¡ Fer!!! ¿Cómo estás?
-Arregladito como siempre que salgo. Les presento al gaita, es un
chaval que viene a pasar unos días... es piloto, ¿sabés?

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-¡Ay! -dijeron a dúo- ¿sos piloto? -preguntó una y la otra- ¿sos
español? -al unísono y se rieron.
-Sí, sí -dijo Gonzalo.
-Y muy reservado -dijo Fer- Nos sentamos con ustedes -y ocupó la
mesa de las señoritas raudamente
-Estaba por contarle a Carlos mi desdicha en un viaje a Londres...
-¡Ay! vos y tus historias... -dijo una de las señoritas, que era rubia por
naturaleza.
-Pará, pará que es cierto -dijo Fernando mientras Gonzalo se sentaba.
Estaba eufórico por el subidón que le coca le provocaba.
-Bueno... voy... estaba en Londres en casa de una amiga, una hindú
que conocí esquiando en un viaje por Chile, que estudiaba abogacía...
le caí bien y como ella vivía en Londres y yo viajaba para conocer, me
invitó a su casa. Yo la había ayudado con el idioma porque había
perdido el pasaporte o se lo habían robado en el centro de Santiago...
bueno no importa, pero la cosa es que estando en su casa, le rompí un
jarrón que era de la vieja, que sé yo, un jarrón emotivo donde la madre
juntaba algo, no sé… un jarrón de mierda, pero que a la pendeja le
llenaba el corazón de ilusiones... por decir algo. Y resulta que yo no
hablo un joraca de inglés, pero bien prevenido me lleve una maquinita
que te traducía las palabras. Le ponía buen día y te escribía good
morning. ¡Era una maravilla la maquinita del orto! Entonces encontré
que era perfecta para solucionar el problemita -todos miraban la
gesticulación aérea de Fernando con sonrisas por el espectáculo que
daba.
Fernando prosiguió: -Pensé: voy a comprar loctite... la gotita ¿viste?,
pego el jarrón y listo, total tenía tiempo porque la pendex había ido a
la facu... mas o menos volvía en cuarenta y cinco minutos... o sea, o lo
arreglo ya, ¡o estás en el horno Fernandito!
-¡Ay! lo rompiste... que boludo ¿no? -dijo la rubia.
-Sí, de boludo lo rompí, por jugar a ver si al frotarlo salía un genio...
soy así de retardado rubia...-dijo Fernando actuando la supuesta
maniobra.
-¡Ay! ¿En serió? -dijo la rubia.
-¿Te duele algo mi amor?... dijiste ay como cuatro veces...
-¡Ay no! no me duele nada -dijo la cheta sin entender la ironía...
Gonzalo esbozaba una sonrisa cómplice.
-Bueno, prosigo. Salgo a la calle pero dado el apuro bajo como estaba
vestido, con jogging. Era lógico, estaba de entrecasa. En la puerta
había buscado calzado adecuado y con la prisa me puse zapatos... ¡siii!

107
-dijo Fer riendo-, zapatos por la puta prisa, y porque era lo único que
había a mano dado que por costumbre me los sacaba al entrar a casa, y
he de reconocer que los colores no pegaban mucho -Fernando buscaba
el recuerdo para que fuese nítido.
-Ahora, para hacerla, hay que hacerla bien, entonces como hacía un
frío de cagarse, me puse una campera de mi amiga que me quedaba
corta de mangas... no sé, de apurado, porque estaba colgada al costado
de la puerta... Claro, eso sí, catrasca pateó una macetita con un cactus
en la maniobra inverosímil de ponerse la camperita plateada... porque
era plateada... con el consiguiente derramamiento de tierra sobre la
alfombra ocre claro... una alfombra de esas gruesas, impecable... la
cual fue pisada oportunamente para que se hiciera una sola cosa con el
tapete... -Gonzalo empezaba a reír por la situación que Fernando
describía.
-No te rías, gaita -dijo Fer-, que ahora empieza lo bueno.
-Intenté juntar la tierra húmeda y pisoteada, con las manos, cosa que
resultó ser francamente perjudicial porque al levantar el putito cactus
exótico, me pinché la mano derecha mal, y obviamente lo solté por
instinto, porque tenía unas espinas como agujas... en fin, se rompió un
poquito una flor rarísima que le salía del costado casi en la punta, y
opté por dejarlo todo así, total en diez minutos vuelvo, y lo arreglo
todo... pensé, ingenuo.
-¡Ay no! -dijo la rubia.
-No escucho -dijo Fernando y agregó-, pará de quejarte que sigo...
Bueno, ¿por dónde iba?... ah sí... era mi primera tarde solo en casa de
la señorita aceituna...
Fernando hizo un pequeño silencio y se acomodó el cuello de la
camisa unas cuatro veces...
-Qué calor tengo -dijo-, bueno... ¿En qué estaba? ¡Ah!, sí, la tierra...
todo sucio por la tierra, el cactus roto... me decido a salir a los pedos y
entonces me pongo un gorro de lana negro, y creo que fue allí donde
me manche un poco la cara con tierra y sangre... y no me doy cuenta
por la prisa, entonces bajo a la calle echando putas por las escaleras
después del tercer percance a mi entender sin gran importancia y me
meto en un supermercado que estaba a unas tres cuadras, así, medio
disfrazado... qué decir... como un loco...
Gonzalo sonreía al imaginar la escena.
-¿Saben?, lo raro es que por la calle nadie me miró, ni de reojo... Solo
un par de turistas sudacas se me cagaron de risa, pero no tenía tiempo
ni para putearlos.

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Bueno, en el súper tenían de todo, hasta vino argentino, pero no
encontré al puto pegamento, entonces me fui a una caja y le hice señas
a la cajera. Era una negra gorda de ancas pero con una carita angelical.
Me miró raro, era lógico, yo tenía la perfecta pinta de un demente, con
una maquinita en la mano y una botella de vino argentino que había
agarrado para agasajar a mi amiga...
La cajera me miró sorprendida y no sé qué fue lo que me dijo, era
obvio porque yo no hablo inglés… Se pueden imaginar la situación... -
las chicas empezaron a reírse.
-Paren, que el circo aún no ha empezado -dijo Fer levantando el dedo
índice.
-Entonces insistí gestualmente para que me atendiera. Primero, me
metí la botella en el bolsillo del abrigo y me saqué la gorra de lana por
cortesía, craso error porque se me veía el pelo todo parado, la sangre
que no era mucha y algo de tierra en la cara y le hice el gesto aéreo,
como este, de apretar el pomito de loctite imaginario sobre la mano y
luego aplaudí y le hice otro gesto, como que no podía separar las
manos. Así, ¿ven? Soy un experto en dígalo con mímica.
Los dos, digamos la cajera y yo no entendimos nada... ni de lo que
dijo, ni de mi mímica... y menos lo del vino... ¿por que me lo metí en
el bolsillo para hacer la representación actoral? ¿La prisa me
traicionó?… ¡Haberlo dejado en la caja! -dijo Fernando como
suplicando al cielo y continuó después de un segundo de reflexión-
aunque hubiera sido casi igual... -Los tres lo miraban fijo, entre risitas.
-Entonces... ¡cha chan! escribí loctite en la maquinita y obviamente la
muy turra no tradujo un sorete. La maravilla de la tecnología
traductora no traducía esa palabra. Era un nombre comercial que no
conocía la muy puta.
-¿Y? -dijo Gonzalo impaciente.
-La cajera me miró reticente... Y entonces... nuevamente ¡cha chaaan!,
-canturreó Fernando- me llego la luz de la inspiración... sí, creo que
así fue, en ese supermercado londinense... si, estaba allí...
Y todos lo miraron con ansia de saber cómo seguía la historia.
-Y allí me iluminé... o eso creí y escribí gotita... La gotita ¿viste? ¿Se
acuerdan de la publicidad?
-Lo que la gotita pega, nada nada lo despega -dijeron entre las risitas
las niñas que conocían aquella propaganda, mientras Gonzalo se
impacientaba por la escena estúpida que hacían imitando a los indios
bailando,
-Exacto... como en la propaganda -dijo Fernando.

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-¡Ay! Sí, ¿y qué paso? -dijo la que hablaba.
-No, si a vos algo te duele... -dijo Fernando riéndose- No me hagas
caso... aunque vos no sos rubia al pedo ¿no?
-¡Ay!, ¿te gusta? -dijo la rubia sonriente, mientras se acomodaba el
pelo.
-No, no puede ser posible -dijo Fernando-, digo sí, me encanta, pero
no puede ser que seas así de amable, por no decir otra cosa, ¡che!, un
poco de sangre en las venas...
-Dale, Fer -dijo Gonzalo viendo que a Fer le empezaban a salir
muecas-, ¿qué paso?
-Bueno -dijo Fernando-, que la maquinita escribió drop… O sea gota,
o gotita. Entonces la morena me miró fijo y jugando a mi juego de la
mímica me hizo el gesto de meterse una gota en un ojo, sonriente,
como si hubiera entendido algo la muy puta. Yo estaba desesperado,
sacado por la prisa y pensé que era tarada... porque a quién se le puede
ocurrir meterse pegamento en un ojo, justo cuando yo le jodo el puto
jarrón a la hindú, y entonces medio nervioso le hice un gestual “no”,
rotundo, agitado, con la mano y dedo índice al aire, y luego me lo
llevé a la sien, abriendo mucho los ojos como diciéndole que estaba
loca. La morenaza se apartó un poco, y opte por pensar que no me
había entendido, y calmando un poco mi desesperación por la reputa
prisa dado que restaban escasos veinte minutos para la llegada de mi
anfitriona...-Fernando se detuvo y aclaró- a la que en realidad conocía
poco, entonces decidí apelar nuevamente a la tecnología, entonces
escribí “pegar”. Y la maquinita divina escribió: hit. O sea, pegar, pero
de pegar trompadas ¿sabés?, o patadas, o que se yo, de pegarle a
alguien... -Fernando se colgó en el recuerdo con sonrisa dibujada en la
cara.
-¡Ay! ¿Y? Dijo la rubia.
-Y nada, lo completé con la mímica providencial... qué mal que estás
rubia… -dijo Fer riéndose y prosiguió-, le mostré la maquinola y le
señalé la palabra, luego apliqué el índice contra mi pecho y después lo
giré hacia ella...
Fernando empezó a reír. -O sea, aclaro por si no entendieron -dijo
Fernando mirando a la rubia-, señalé pegar, a mi persona y a la
negrita. Y por esas cosas que uno tiene, agarré la botella, para sacarla
del bolsillo, en un gesto algo torpe... porque al quererla sacar, con los
nervios se me enganchó en el bolsillo y tironeé tres o cuatro veces, así
de los nervios y el bolsillo sonó a trac, ¿viste?, se rompió. Y entonces
la morocha entró en pánico, y no era para menos ahora que lo

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recuerdo -Fernando empezó a reírse en una carcajada con sonido u,
prosiguiendo entre las risas-, e interpretó algo erróneo, no sé... que le
quería pegar, pegarle un botellazo, entonces me miró horrorizada con
su carita de querubín y empezó a gritar algo que estimo era:
-Auxilioooo, este tarado racista me quiere pegar”...- e inmediatamente
cayeron dos monos de seguridad del tamaño de Rocky...
Y Fer se empezó a reír a carcajadas, contagiando a la mesa.
-Y yo pálido... -Fernando reía, entre frase y frase- con la botella en la
mano y la maquinita en la otra... -Fernando intentaba hablar entre su
propia risa- con los pelos parados y las mangas cortina ¿sabes?, con
los dos monos rodeándome contra la caja... -las carcajadas ya eran
contagiosas, Fernando no podía parar....
-¿Y qué hiciste? -pregunto Gonzalo entre las risas.
-Y nada, intenté salir corriendo, cagado en las patas, pero me llevé
puesta la puerta de cristal... -Fernando se agarró la panza de dolor por
la risa- como recién -dijo envuelto en más risas con u-, y me caí al
suelo de espaldas, patinando hacia atrás, por el golpazo, culpa de la
suela de los zapatitos benditos, y allí estaba yo, tirado de espaldas y
sujetando el cuello de la botella que se había hecho mierda...
No podía parar de reírse... Gonzalo tampoco.
-¡Ay, ay!, mi cielo... -dijo la rubia riendo.
-¡No!, ¡si te duele un montón! -dijo Fernando explotando en otra
carcajada- perdonáme, no me escuches, Claudita...Y bueno... el rubio
te queda divino, es tu color sin lugar a dudas... Fernando se calmó un
poco y dijo: -Pero no termina acá, prosigo... entonces me levantaron
en el aire y me llevaron para adentro a patadas en el culo, como la
Federal acá, igualito... -y volvió a reírse con fuerza marihuanesca-. Yo
imploraba en argentino, y juraba que era un error, sin soltar el cuello
de la botella rota, gesticulando y moviendo los brazos para todos
lados... como si esgrimiera un arma y no me daba cuenta del
espectáculo de terror que estaba brindando...
-¡Ay, Fer!, no me digas que es verdad...
-Fernando se cayó de la silla por la risa y desde el suelo dijo: -dale a
esta una aspirina, Gaita -y soltó mas carcajadas-, a ver si se le pasa... -
y mirando a la rubia dijo- no me escuches, Claudita que sabés que soy
un poco tonto... -Fernando se puso de pie y se sentó en la mesa.
-Bueno, sigo, entonces… Ahí nomas me tiraron espray picante en los
ojos... Ay, Dios mío, qué risa... ¡no sabés cómo pica la mierda esaaaa!
-y la a inició una nueva risa-. Me metieron dos tortazos apaciguadores

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y me ataron las manos con un suncho, a la espalda -Gonzalo se reía a
la par de Fernando, inclinándose sobre la mesa...
La imagen que daban era extremadamente divertida, porque los cuatro
se reían a carcajadas mientras desde otras mesas los miraban,
contagiados de la risa de Fer, y de la historia.
-Bueno, bueno -dijo Fer intentando parar un poco-, ¿Dónde iba? Ah,
sí... porque sigue...Una vez en la comisaría, cuando vino mi amiga... -
y Fernando nuevamente empezó a reír después de una breve calma...-
porque me dejaron llamarla, ¿sabés?... muy correctos los policías
británicos... incluso me dejaron lavarme la cara... sin desatarme… -y
nuevamente estalló en risa- otro espectáculo... me tendrían que haber
visto metiendo la cabeza en el inodoro para que se me fuera el picor,
era desesperante... -Fer seguía sin poder para de reír... estuvo así unos
instantes, hasta que consiguió calmarse.
-Bueno, dijo, después se aclaró todo. Pero lo pase mal... No sabés la
cara de la hindú cuando me vio en ese estado, y con el disfraz de
homeless, los ojos hinchados y rojos como después de un porro
afgano, todo lleno de mocos por culpa del espray, con los pelos
mojados y parados y la cara absolutamente desencajada, con restos de
sangre, no mucha, y tierra... enfundado en su campera de astronauta,
rota, con jogging y zapatos...
-¿Y tu amiga, qué hizo? -preguntó Gonzalo riéndose.
-Nada, nada... me echó al carajo de su casa. No era para menos, el
jarrón, la maceta, el cactus, la florcita, la alfombra, la campera... el
quilombo...
-Fernando se agarraba la panza mientras intentaba dejar de reír.
-¡Che! ¿Y en qué hablabas con la hindú? -preguntó la rubia como si
pensara algo.
-En francés… oiiiooiiioiiiiooiiii, que risa...veo que ya no te duele
nada...
-No me digas que hablás franchute -dijo Gonzalo, sorprendido.
-Sí -dijo Fer-, Francés sí.

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27. Sentirse ajeno
Fernando y Gonzalo estaban escuchando música en casa de unas
taradas que conocía Fer, como él decía: -De la noche ¿viste, papá?
Las dos señoritas de buen ver y pasar, estaban bañándose en la pileta
mientras se tomaban unas caipiroskas que Fer había preparado con
arte.
-Che, estas dos seguro que caen. Tengo bolsa, y bolsa mata cartera
¿entendés?
Gonzalo lo miró serio. De repente se sintió ajeno a la situación,
alejado del principio de la historia con Fernando.
-Me parece bien que te metas lo que quieras, pero no incites a éstas,
dejálas en paz.
-Qué decís, ¿qué te pensás, que son dos santas?
-Escucháme, Fer -dijo Gonzalo en tono arrollador-, no te enrosques en
cosas jodidas, porque está mal, y estas dos forras serán lo que son,
pero no por eso tenés derecho a joderlas, no es justo, y podés
arruinarles la vida... y si yo me enojo soy devastador, y te lo digo en
serio.
Gonzalo aún jugaba con la dualidad encima. No sabía cuál era el
verdadero Fernando, si eran todos los que él conocía o sólo el que le
habían contado.
-Mirá, Gonzalo. No sé qué es lo que querés o qué te pasa. Si querés
jugar al justiciero, podés. Pero la justicia que es buena para unos a
veces no lo es para otros, y nadie es inocente. He visto mis bajezas
reflejadas en otras personas. Mis bajezas y otras que no conocía.
¿Sabés loco?, descubrí con el tiempo, que lo que yo pensaba que solo
me pasaba a mí, les pasaba a otras personas, y empecé a tener menos
culpa. ¿Qué culpa querés limpiar? ¿Sos inocente? ¿Nunca jodiste a
nadie? Queriendo o sin quererlo... no lo sé ¿qué sos, un arcángel
celestial?
Gonzalo no reaccionó, escuchaba atentamente cada palabra, y empezó
con esas palabras a recordar sus culpas, sus errores y sus bajezas, y
descubría que no era inocente, que la justicia que él aplicaba según su
criterio, podía estar completamente equivocada, o manipulada, o
simplemente ser una injusticia. Cada uno tenía que vivir con su
karma, pero él se cargaba encima el karma de otros.
Y ¿para qué?, había ayudado a salir del fango a mucha gente... ¿y?...
¿le daba felicidad?, sí... pero después de un largo penar...

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-Gonzalito, estás callado, ¿te jode lo que te digo? Soy así de franco en
la vida, por eso me va como me va... -y Fernando hizo un gesto con la
mano de okey, anillo entre pulgar e índice, lo giró horizontal y agregó-
: para el culo...
-Parecés un tipo feliz... y no... no me jode para nada, o sí, no lo sé -
dijo Gonzalo muy serio.
-Mirá que buenas están estas dos... ¿qué te pensás que quieren?
¿Amor?... Bolsaaaaa, loco, son así, alguien ya les colgó el cartel en la
frente -agregó Fer, canchero.
Gonzalo arrastraba shocks de realidad desde que había conocido a
Fernando, y la cosa empezaba a ser reveladora. Se sentía un
desgraciado erróneo en toda su vida.
-En la vida nadie le hace nada a nadie, en la vida normal, digo, en la
vida cotidiana, de todos los días. La gente se deja hacer... no sé cosas,
lo que se te ocurra. Hay los que no se dejan, esos existen de verdad
Gonzalo, y vos lo sabés, sos de esos, pero están los que sí. A esos se
les hacen cosas, y aprendemos, total se dejan. Y se dejan hacer por
debilidad, por estupidez, por amor, por desidia, por aburrimiento,
porque sí, por codicia, por tristeza, por morbo, porque no queda otra...
porque les gusta que les hagan cosas, cualquier cosa... en fin, por
cientos de motivos... -Gonzalo seguía en silencio, pensativo- ...y no
Gonza, no soy un tipo feliz. Soy un tipo que navega por la superficie
de las cosas. Solo quiero eso. No quiero comprometerme con nada, y
la mejor forma es siendo un idiota. Miráme: tenés enfrente al idiota
perfecto. He descubierto que si no te comprometés, si sos superficial,
no sufrís. Y no sufrís, porque no tenés nada, estas vacío, y si la
vacuidad no te asusta, es perfecto, es el nirvana... así te lo digo, de
queruza loco.
Gonzalo se había comprometido toda la vida, demasiado, se enroscaba
en su karma y en el de otros, y sufría, sin sentido en realidad, pero
sufría. ¿Qué le importaba la historia de los demás, si no podía con la
suya? Pero no, claro, él era el salvador...
-Ay Gonzaliño, si parece que venís del pasado, tan recto y juicioso...
se te nota ¿sabés? A veces pienso que mentís muy mal, con lo lindo
que es mentir bien. A mí me encanta. Y otras veces, me parece que me
contás cosas imposibles, pero te creo, porque o son verdad o me
mentís divinamente... -Fernando rio y dijo- qué loco ¿no?… ¿qué te
pasa, te cayeron las fichas? No decís ni muuuu...
Gonzalo seguía con atención los gestos y las miradas de Fernando.
Escuchaba casi como cuando de niño se escucha a un padre. Y otra

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vez sintió la misma duda, la misma sensación... estaba frente a un
sabio o a un pelotudo, y no podía discernirlo.
-Volviendo al tema... a la gente uno le hace cosas, sin querer o
queriendo... Pensá, loco, pensalo bien Gonzalito... ¿a cuántas minas
les hiciste cosas que no se las harías a tu hermana? No por ser tu
hermana, a ver si nos entendemos... ¿Tenés? ¡¡¡Presentamelaaa
loco!!!... -Fernando se reía desubicado. Miró a Gonzalo en su
seriedad-. Disculpáme... es una joda, a ver si te cambia la cara. ¿Nos
fumamos un porro?
Gonzalo asintió con la cabeza. Quería olvidar, y quería reír un poco,
quería ser superficial y quería no comprometerse más, con nada.
Gonzalo estaba harto de tanto sufrir, y no lo había sabido hasta ese
mismo instante.
Fernando armó un porro bestial mientras las chicas estaban en el
jacuzzi, histeriqueando. Dio tres caladas hondas y se lo pasó a
Gonzalo.
-¡Che! -le dijo-, guarda con esto que es terrible... yo tengo aguante,
pero creo que vos no estás acostumbrado, my friend. ¡Chicas! -gritó-,
voy a preparar una sorpresita -e hizo el gestito palero de levantar
cuchara a la nariz... las nenas sonrieron.
-No traigas eso, está mal -dijo Gonzalo calando hondo.
-¿Mal?... mal la pala, bien el faso… Creo que no entendiste. Yo les
ofrecí, y dijeron que sí, no se lo estoy metiendo dentro de la copa de
champagne.
-Sí, veo, aunque no sé si realmente hace falta que les des cocaína.
-No, no hace ninguna falta, ¡pero quieren!, y tengo, y quiero... dos
más dos, cuatro. Si no mirá...
-Chicas, ¡chicas! -dijo Fer- ¿dónde hay un espejo guapo? Es para
peinar...
-¡En el baño grande, debajo de la bacha! -gritó la dueña de casa, y
agregó- ¿es buena?
-¿A Fernandito le preguntás? Es piedra, tiza mi amor... parece que no
me conocieras.
Miró a Gonzalo y le dijo: -¿ves?... cuatro.
Dejó a Gonzalo en el sofá.
-Ahora vengo, voy al baño.
Gonzalo se quedo pensativo, mirando a las dos mujercitas en paños
menores dentro del jacuzzi.
Estaban muy buenas pensó, pero él era un tipo normal. No tenía nada
que hacer allí, entre esas personas que no eran como él... -Un tipo sin

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límites… -se dijo-, aunque interesante para ver reflejada a la vida que
no conocía... dos señoritas dispuestas a todo... -dijo otra vez para sí
mismo, empezando a estar relajado y sensible por el porro.
Fernando se le acercó desde atrás.
-Si no querés tomar, no tomes, pero hacé como si tomaras y después
acomodáte un poco
napia -Gonzalo lo miró y Fer le sonrió, tenía cuatro rayas en el espejo
que había traído del baño.
-No me jodas -dijo Gonzalo serio.
-Por favor, no seas así. Es para que no te vean re careta, no sé... ¡dale!
-Andáte a la mierda -dijo Gonzalo.
-Vale, aunque si mirás bien yo ya estoy ahí. Y vos también. Y te pido
un favor más: aprovechálo para estudiar el comportamiento humano.
Gonzalo agarró el canuto con desgano y gesticuló, sin tomar merca.
Fernando dijo al susurro: -muy bien, vos te lo perdés, cero para ti y
dos para mí, como el profesor Neurus -se rio, y sin vacilar se metió las
dos rayas. Miró a Gonzalo sonriente- Me gustan los espejos...
Gonzalo fumó un poco, en silencio, mientras miraba cómo Fernando
les llevaba las rayas a las chicas, unas prolijas rayas en un espejo que
las reflejaría mientras se drogaban. Pensó en el espejo, en el espejo
que tenía frente a él de la vida.
Fernando se acercó a sus amigas y les extendió el canuto y las rayas.
-Mis niñas -dijo- aquí tenéis reina, la reina de las reinas...
Las señoritas lo miraron en su ofrecimiento y sin dudar ni un segundo,
se incorporaron del agua. Se secaron las manos y una de ellas tomó el
canuto y jaló hondo, mientras la otra se impacientaba.
Gonzalo miraba la escena y sintió un profundo asco. No entendía nada
de lo que estaba pasando, no quería ver las bajezas humanas, quería
negar lo que sus ojos veían.
Pensó: -es que si las conociera fuera de acá las vería angelicales,
dulces y de buena familia, estudiantes universitarias, con buen
futuro... ¡qué es todo esto!...
Sintió que era un estúpido, dual, que se asustaba de la ruptura de sus
ilusiones y negaba cosas de su vida, viviendo en su propia mentira
justiciera, salvaje mentira vital, ilusión estúpida de moral...
Él también tenía sus bajezas, pero nunca las había visto, él se vendía
bien y creía en el producto que vendía, creía su mentira en la vida que
mostraba como real.
Pensó en Micaela. Y se sintió mal. Empezada a dudar de la entereza
de las personas que vendían una imagen, su imagen como tal, como un

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escaparate ficticio donde las personas se exhiben para ser compradas,
sin enseñar sus defectos y sus bajezas...
Empezó a dudar de su propia entereza... vio nacer en su interior la
duda, la maravillosa duda que ocultaba bajo sus propias creencias.
Y aunque todo esto lo sabía a ciencia cierta, en su vida cotidiana
dejaba de existir, para pasar a ser todo una ilusión de cuento de hadas,
una ridícula pero tenaz ilusión que lo alejaba de su propio lado negro.
-Mmmmm -dijo Fer cuando las bellezas terminaron- qué rica y que
buena está, ¿verdad? ¿Abro un champú?
-¡Dale! -gritó la rubia que empezaba a sentirse suelta y caliente, más
por sí misma que por la coca.
Fernando miró a Gonzalo
-¡Gaita! Abríte un champú, en la heladera hay dos o tres Dom
Perignon y un par de Mumm, te dejo elegir aunque creo que sé cuál
será la primera.
Gonzalo miró a Fer y le dijo seco: -No puedo ir, estoy mal.
-¿Te sentó mal el faso? No me lo digas porque si no ya sé cómo te vas
a poner y…
-No, no... Ni la blanca, solo soy yo, estoy reflexivo, y punto.
-¿Reflexivo? -dijo Fer-, colgado, será...
Las chicas se rieron junto con el gesto que Fer hizo con la cara, como
diciendo “es así de raro”, miró a Gonzalo y le dijo: -Bueno bueno, mi
amigo pensante, no se preocupe que Fernando es full service e irá en
busca de lo que beben los arcángeles... Champú del bueno.
Fernando se fue hacia la cocina y la rubia miró a Gonzalo fijo.
-Che, gallego -le dijo cariñosa-, ¿por qué no te metes en el jacuzzi y
me hablás un poquito con ese acento tan dulce?
Gonzalo sonrió. -Me encantaría, cielo -y lo dijo con su mejor acento
español siendo dual y sintiéndose un idiota-, pero no me encuentro
bien, así que me voy.
-¿Te vas? ¿En serio?, justo ahora que nos animamos... quedáte un
ratito mas... -dijo sensual, como una prostituta de lujo- dale, vení que
te cuento una cosa...
-No niñas, gracias -dijo Gonzalo, muy cortante-, díganle a Fernando
que me he ido, no me encuentro bien, ya os lo he dicho.
Se puso de pie, y se largó sin más, sin esperar respuesta, sin escuchar
si le hablaban, y sin reparar en Fernando.
Las amigas de Fer se miraron y se rieron.
-¿Qué tipo raro, no? -dijo la rubia.

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-Se habrá asustado el gallego -dijo la otra restando importancia
mientras acariciaba el pelo de la rubia- o estaría mal -agregó, y se le
acercó dándole un beso tierno en la mejilla.
La rubia sonrió complaciente y se quitó la ropa interior que llevaba.
Giró tiernamente pero algo rápido a su compañera y le dijo: -Relajáte
un poco, voy a hacerte un masajecito.
Fernando se acercó con el champagne al jacuzzi y las amigas le
dijeron casi a dúo: -El gallego se fue, mmmmm, creo que se asustó -y
se rieron.
-¿De ustedes? -dijo Fer- yo también les tengo miedo -y sonrió.
-¡Pero es que se fue! -dijo la rubia como suplicante y deseosa.
Fernando, sin inmutarse dijo: -No importa, es así de raro, además
conmigo sobra ¿no?
Y se metió vestido al jacuzzi, mientras regaba a las señoritas con
champagne.

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28. Gonzalo y España
Gonzalo fue a casa de Fernando, quería contarle por qué se iba a
Madrid, aparentemente de improviso. La amistad, si bien era rara,
había crecido muy rápido. Fernando era la ambigüedad total y absurda
que Gonzalo veía.
Al llegar a la puerta de su apartamento, Fernando le abrió sonriente.
-¡Qué pasa, muñeco! ¿Te vas al reino de España y venís a despedirte?
Gonzalo sonrió, entró y se sentó en un sofá. El apartamento estaba
impecable.
-Qué ordenadito que sos.
-No creas, vino la muchacha... mi muchachilla… si no, esto sería un
quilombo.
Gonzalo lo miró y sonrió.
- Pues sí, me voy un tiempo, otra vez, aunque sin ganas. Tengo un par
de asuntos que arreglar.
-No me cuentes -dijo Fer- prefiero saber otra cosa. Total... vas a
volver ¿no?
Gonzalo asintió con la cabeza.
-¿Por qué te volviste de España? -preguntó Fer mientras iba hacia la
cocina.
Gonzalo se rio. Miró a Fernando pensativo.
-Vos también te volviste, así que seguro lo sabés.
-No creas... cada uno tiene sus motivos.
-Sí, sí, -dijo Gonzalo- es cierto... me volví porque no me adapte a
algunas cosas nimias... como decirlo... básicas.
-No te entiendo.
-Te lo cuento, y te será familiar... -Gonzalo se acomodó en el sofá y
tomó un trago de la Seven up que Fernando le había traído.
-Lo primero que sentí al llegar a Madrid, fue sensación de estar en
casa. Todo me era muy familiar, aunque fuera estéticamente algo
diferente.
Venía de Londres, altiva y mixta, alucinante y notable, especial,
desgraciada y brillante... Y había llegado a Madrid después de un
peregrinar por Austria, Suiza, Holanda y Alemania. Y lo primero que
noté al entrar en el metro, fue el olor. El olor a falta de higiene, a “esta
semana no me toca”.
Una vez en la calle, lo que más me corroía por dentro había sido el
trayecto en Metro desde el aeropuerto hasta Sol. Cuanta más gente
subía al metro, más denso y rancio se ponía, y no había ningún
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inmigrante, era el año mil novecientos noventa y cuatro y Madrid
estaba lleno de españoles. A la hora de andar por el centro me
pregunté: -¿Esto es Europa?
Fernando miró a Gonzalo y asintió con la cabeza.
-Claro, mi visión era la típica de un argentino de pura cepa, lo que
significa modestia aparte intencionadísimo crisol de razas, sangre
ítalo-española, con la herencia de sus peores defectos de antaño y la
viveza que da al alma el tener que emigrar, como habían hecho mis
tatarabuelos. Era un argentino de buena familia de clase media
acomodada y colegio salesiano, club de rugby, esquí, equitación, tres
meses de vacaciones lejos de casa...
Fernando intuía algunas cosas que le estaba relatando por la educación
y los modales que tenía Gonzalo y otras las sabía por su propia boca,
aunque no dejaba de parecerle un poco soberbio.
Gonzalo prosiguió:
-Estaba en Madrid y ya no daba crédito de lo que vi al llegar,
¡imagináte a la semana!... He de reconocer que era un poco idiota,
pero alucinaba con los departamentos sin ascensor y con las garrafas
de gas... no tenían gas de red... ¡usaban garrafas! a las que llamaban
bombonas de butano...
Fernando sonreía en su propio recuerdo.
-No sabés cómo aluciné con los mercadillos callejeros... y con los
viajes en autobús, donde además de intercambiar olor, la gente
hablaba entre ella, sin conocerse pero con familiaridad de años.
-Qué... ¿me vas a decir que viajabas en colectivo?... -interrumpió
Fernando.
-Y sí, boludo, es la mejor forma de recorrer una ciudad e integrarte un
poco con sus habitantes.
-Es verdad, es verdad... estrictamente cierto aunque...
-Además -interrumpió Gonzalo- fui descubriendo con el paso de los
días, que la vida social se desarrollaba en los bares, donde además de
seguir intercambiando el olor, también canjeaban carcajadas mientras
engullían tapas y tiraban todo al suelo... -Fernando comenzó a asentir
dándole toda la razón. Él tampoco daba crédito a que los
escarbadientes las servilletas, los carozos de aceituna los restitos de
pan, las colillas de los cigarrillos, las cajas de fósforos, los fósforos,
las cáscaras de los maníes se tirasen en el suelo. Todas las tabernas,
tascas, bares, y similares estaban alfombrados de la misma basura. Eso
sí, bañarse no se bañaban pero al otro día los suelos estaban barridos.
Fernando se empezó a reír.

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-No te rías, bolas, que es así.
-Sí -dijo Fer-, por eso me rio.
-¿Sabés qué? -dijo Gonzalo-, luego con el paso de los años preferí mil
veces, millones de veces a Madrid que a Barcelona, lugar donde
descubrí que también subiendo al metro o al autobús podía sufrir el
insoportable insulto de la falta de higiene... cosa que luego asumí
como un hecho cultural.
-¡No seas hijo de puta! -dijo Fernando mientras soltaba una carcajada-
Un hecho cultural...
-Sí, no sé... enraizado en su cultura, por memoria de hambre y de
frío... no sé, falta de agua corriente... qué se yo...
-Eso sí, por lo menos en Madrid te hablaban en castellano y
fundamentalmente te sonreían
-agregó Fernando.
-¿Ves que no soy el único? -dijo Gonzalo- ¿a que es cierto?
-Recontra cierto. Yo también note un dato llamativo y me vas a dar la
razón: si te escuchaban hablar en argentino, despertabas dos
reacciones que jamás se acercaban a la indiferencia. Amor u odio. No
encontré término medio. ¿Verdad?
-Verdad -dijo Gonzalo y perdió la vista- ¿Y con las minas?
-¡Uh!... eso era escandaloso, -y se rio de su propia ironía- por la noche
si salía por algún bar de copas, podía disfrutar de un trago y bailar un
rato con alguna galleguita que derretida por el dulzor y la labia
argentina siempre me insinuaba algún encuentro más cercano... y al
principio caí, pero era difícil el tema.
-¡Imposible! -certificó Gonzalo-. Si tienen así de mugrosa la cabeza,
cómo tendrán el culo.
Fer asintió con la cabeza entre risas y dijo: -mejor no te lo cuento... no
es que de noche no oliera, pero si estaba medio en pedo... y algo
arreglado... en fin... Dios mío… ¡qué horror! Claro que había
excepciones, pero eran excepciones. Además en un país en donde no
existe ese elemento tan útil y regocijante como el bidet, hasta las
excepciones eran dudosas.
-¿Viste boludo? No hay bidets, es alucinante...
-¿Sabés? -dijo Fernando- No te cuento cuál fue mi desesperación al
descubrir que las mujeres no se depilaban... No sólo no se depilaban
las ingles, con lo que se agradece el bigotito sino que tampoco los
sobacos.
-¿Y me estás preguntando por qué me volví? -dijo Gonzalo sonriendo-
Si te pasó lo mismo que a mí...

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Fernando sonrió: -Bueno, bueno, te entiendo, pero es que yo volví por
otra cosa...

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29. Fernando, el creativo
Fernando tenía necesidad de parar, pero no podía. El vicio le
encantaba y mientras pudiera disfrutarlo sin romper las normas de
buena costumbre y educación, lo seguiría haciendo. No era adicto, no.
Simplemente un vicioso al que con unas copitas y algo de coca le iba
la marcha hasta que no se pudiera mover. Pero a su vez, era muy
responsable con su trabajo y sus cosas.
No derrochaba el dinero, malgastaba sin pasarse a su buen entender,
cosa incierta cuando ya la bebida y la merca le tocaban el centro
cerebral de la generosidad.
Se planteó volver a viajar a España, allí lo había pasado bien cuando
sus padres aún vivían y le hacían de colchón ante las caídas. Siempre
su madre le había protegido y a escondidas de su padre le daba dinero.
Pensó en voz alta: -Mamá, soy un desastre, pero casi nadie lo sabe... te
extraño mucho mamá...
Le quedaba aún bastante dinero ahorrado y algo heredado y Gonzalo
se iba a España y...
-¿Por qué no? Puedo volver a vivir alguna aventurita por allí, que me
alejen de esta mierda en la que me estoy metiendo... -Se miró al espejo
y se rio de él mismo-. A quién querés engañar, Fernandito... ¿a quién?
Si sos más vicioso que obispo joven... además, mamá ya no está para
creerte. -Agarró el teléfono y llamó a Gonzalo con número oculto.
-¿Hola? -dijo la voz familiar de Gonza.
-Buenos días, señor -dijo Fer impostando la voz-. Soy el reverendo
Pedro Gutiérrez de la asociación de ayuda a los niños discapacitados
de la zona oeste de la capital. Querría hablar con el Doctor Gonzalo
Peña
-Sí -dijo Gonzalo algo ofuscado-, soy yo.
-Muy bien, encantado, aunque ya nos conocemos. En el año mil
novecientos noventa y tres coincidimos en una reunión casual donde
usted me comentó su interés por esta rama benéfica que yo dirijo y
querría saber si usted sería tan amable de darnos una ayuda... digamos
no material, colaborando en una charla ad honorem en la universidad
de Buenos Aires, allí donde usted se formó. El Doctor Martínez nos ha
hablado maravillosamente de usted, tanto de su época de estudiante
como de su actual desempeño como profesional.
-Mmmm, podría ser, pero soy un hombre algo ocupado. Además no le
recuerdo.... ¿mil novecientos noventa y tres?

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-Sí, exacto aunque no creo que tenga importancia la fecha, pero sí el
motivo de mi llamada... como se trata de niños enfermos... además ya
sabemos que usted esta ocupadísimo, que ostenta un lugar importante
en nuestra sociedad, y en la sociedad médica, por eso le llamo. Nos
hemos tomado el atrevimiento de hablar con su colega, como ya le
dije, el Doctor Martínez, quien muestra respeto y admiración por
usted. Además nos recomendó a su compañero, el Doctor Finkelstein,
para otro tema que nos interesa, y a pesar de que no profesa nuestra
religión, ha aceptado de buen grado intervenir.
-¿Cuándo sería? -interrogó Gonzalo para intentar librarse del tema
relacionado con la curia.
-La fecha la pone usted, Doctor, a su comodidad.
-Ah... qué bien... -dijo Gonzalo buscando salida-. En fin, si me deja su
número le llamaré y le daré una fecha.
-Perfecto, Doctor. Lo tomo como un sí. Ha de saber que al final de la
reunión se entregarán chupetines, helados, y juguetes a los niños.
-Ajá, muy oportuno...
-Quisiera decirle además -interrumpió Fernando-, que el tema a
desarrollar versa sobre las dificultades técnicas que presenta cada
discapacidad en la adolescencia, para poder realizar el acto una vez
que se despiertan las hormonas del pecado... es decir...
-¿Cómo? -dijo Gonzalo-, ¿pero qué dice?
-Sí, Doctor, permítame explicarle: en nuestra comunidad hay diversos
tipos de discapacidad, físicas y mentales, en diversos grados, aunque
nos abocamos a los más graves y profundos. Digamos que hay
muchos con aspecto algo duro, en fin, que se babean y se orinan y
defecan encima, son incontinentes. ¡Y no sabe lo que es un síndrome
de down grado tres cuando se despierta al sexo! ¡Un tormento!
Tenemos unos doce entre ambos sexos, todos en edades conflictivas,
que parecen demonios en celo. Además se han abusado de una
jovencita que dada sus limitaciones físicas debe reposar en posición
genupectoral y parece que eso a los mongólicos los pone a mil. Hay
uno que tiene un miembro viril enorme...
Y Fernando se quedó callado, esperando respuesta.
Gonzalo sospechaba que era una broma patética pero dado los datos y
nombres de sus colegas que el supuesto cura le había dado dudaba un
poco.
-Perdone usted, reverendo, pero esto que me cuenta me parece una
broma de muy mal gusto, así que le voy a cortar.

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-¡Un momento! -gritó Fernando-, ¿cree usted que este puede ser un
tema de broma? ¿Cómo se le ocurre semejante cosa? -y prosiguió a
voz alzada-. Los adolescentes de nuestra institución sufren el despertar
sexual, con perdón de la palabra, como una tormenta incontrolable de
lujuria y pasión que debemos reprimir. Sin ir más lejos la semana
pasada se organizó una orgía espontánea entre estos pobres seres que
parecía un aquelarre, entre los pañales cagados, las sillas de ruedas, las
babas y las distrofias... y el pobre padre Mario fue violado mientras
intentaba separar a estos engendros del demonio con la manguera de
incendio, que tiene bastante presión, pero no la suficiente como para
detener al deseo en manos de un discapacitado musculoso y viril como
lo son algunos de ellos, en especial el down del miembro descomunal,
que estaba dándole sin piedad a un niño anencefálico de unos treinta y
ocho kilos de peso.
-¿Y Fernando dónde estaba en ese momento? -preguntó Gonzalo.
-Ese degenerado fue el que violó al padre Mario, mientras una
paralítica cerebral le hacía un pete a un disminuido psíquico de
unos…
-Pará, ¡pará enfermo! Estás muy mal de la cabeza.
-No… solo soy creativo.
-Qué querés, Fernando -preguntó Gonzalo enojado-, estás pasado de
vueltas.
-Che, no seas así, era una broma.
-Con esas cosas no se bromea -sentenció Gonzalo-. Creo que vos no
entendés nada acerca del sufrimiento humano.
-Lo siento, perdonáme, a veces soy algo desubicado... Me voy a
España con vos, si es que esta broma no lo impide... discúlpame -dijo
Fernando algo acongojado.
-No sé qué decirte, me ponés de mal humor.
-Ya se te pasará cuando nos veamos... si vos te cagas de risa conmigo.
No te hagas el duro, que nos vamos a la madre patria.
-Bueno Fer, te dejo. Mañana hablamos.
-Oca. ¿Antes o después de tu charla? Digo... el reverendo cuenta con
vos.
Gonzalo cortó el teléfono,
Fernando se reía a carcajadas de sus ocurrencias, mientras las veía
reflejadas en su mente.
-Creo que se enojó –dijo y se miró al espejo- ¿Qué tiene de malo
pensar estas pelotudeces?

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30. Hasta pronto
Fernando se iba de vuelta a España.
-En los últimos meses nos hemos desbandado un poco, sin ser dañino
-se repetía mirándose al espejo.
Tenía sus permanentes conflictos internos entre lo que él pensaba era
una manera de vivir más a full la historia de su propia vida.
En Europa había dejado a sus fieles, como él mismo las llamaba.
Tenía algunas amigas que adoraban su manera de ser y su aspecto. Era
un argentino fachero y eso dejaba marca.
Pensó en Micaela... lo había seguido desde España... Era la más fiel...
pero si bien al principio no le interesaba tanto, luego... tal vez por la
entregada sumisión o porque lo cuidaba o ¿por amor?, se había ido
haciendo adicto a su manera a la relación que mantenían. Y al final,
las cosas se habían sucedido en su interior de tal forma que Fernando
entendía que amaba a Micaela, aunque no pudiera explicarlo. Era un
amor extraño, donde él había llevado las riendas y donde creía que
alguna vez le podría haber hecho daño.
Y si era así, Fernando no quería dañarla más.
Se iba a España y dejaba a Micaela en Argentina, sin darle chance a
que volviera con él. La dejaba cuidándole la casa, esperándolo. Y sí,
es cierto que era ambiguo su pensar...
Se sentía un poco hijo de puta.
Fue a su casa. Tocó el timbre a pesar de tener llaves y ella le abrió con
sonrisas.
Micaela notó en la cara de Fernando algo raro.
Fernando casi no le prestó atención, se sentó en el sofá, y encendió un
porro. Dejó caer su bolso en el suelo y algunas cosas se
desparramaron, pero no se preocupó en lo más mínimo. Frenó con un
ademán el instinto de Micaela por recogerlas.
Miró a Micaela, caló hondo un par de veces y sin mediar palabra le
dijo:
-Es así, Micaela. La vida es así de compleja. Pisamos tierra y nunca
sabemos con qué y con quién jugamos, no conocemos las reglas y los
interlocutores entienden cosas diferentes cuando decimos lo mismo.
Me gustaría poder hacértelo entender, pero a veces dudo entre que
seas demasiado buena, sin maldad, o demasiado idiota.
Micaela lo miró más que confusa, y se sentó frente a él sin decir
palabra.

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-Nunca conseguí entender qué es lo que pasa por tu interior, y creo
que estas vacía, tan vacía y hueca que me aterra. Lo peor es que te
adoro, con locura, pero no puedo más. No sé por qué. Me encanta
saber que estás, que me esperás, que te adelantás a lo que quiero, que
me cuidás, que te ocupás de mí, que me cocinás y que pensás en mí
todo el tiempo. Me encanta pensar que has cambiado y que sos una
mujer. Y me encanta que me hayas seguido en mis locuras y delirios,
creo que por amor. Y que te hayas quedado en Argentina por amor a
mí.
Pero no puedo más. No sé por qué, no tiene explicación. Tal vez
porque te merecés algo mejor que yo. Y sé que tal vez para vos soy
todo lo querés, pero es que comparás entre la mierda que tuviste, y
obviamente salgo bien parado. Pero hay mejores cosas que yo.
Micaela, lloraba en silencio, con lágrimas enormes, con mueca de
llanto, con dolor.
-No llorés mi vida, no llores mi amor, no vale la pena... no llores, por
Dios... no llores.
Solo te digo que me voy, que no puedo más, que estaré pero no
siempre, y que sos libre... a ver qué cagada te mandás... o a ver si
haces algo bien en tu vida... Yo te elegí, quería que fueras mía y mira
si lo sos. Fernando hizo un breve silencio, y sintió que internamente
algo se le rompía.
-No te digo que no te ame... te amo con locura y te deseo, y te deseo el
bien y lo mejor. Por eso me voy, y sabés que es cierto. Pero sabés que
me voy un tiempito porque te amo...
Micaela lloraba aún más, con igual mueca pero con más lágrimas.
Fernando se acercó y la abrazó, con todo el dolor de quien pierde lo
que más ama, con un amor superlativo, con el amor del que se
sacrifica por redimir a otros. Era precisamente lo que Fernando sentía
en ese instante....
Micaela susurraba entre llanto y moco, suplicaba, se lo pedía por
favor. Sabía que Fernando la dejaba porque la amaba, y no entendía
un carajo de lo que estaba pasando, como siempre, pero sabía que ese
hombre la había amado como jamás nadie en toda su vida... lo otro
eran detalles.
Pero igual, sintiéndose idiota, preguntó: -¿hay otra?
Fernando sonrió.
-No mi vida, por Dios, no entendés nada. No hay nadie que pueda
interponerse entre lo nuestro, es imposible, y lo sabés aunque dudes.
Me voy de tu lado, y me voy de viaje, la distancia hará las cosas más

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fáciles. No quiero ponerme místico, pero lo que siento es que tengo el
alma hecha un estropajo, como cercana a una muerte casual, sin
motivo más que el propio vaciamiento de su energía vital, de amor,
del sublime amor que siento y que quiero ver salir de mí para que
crezca en tu corazón y en tu propia alma... Mi vida, salváte y aceptá lo
que te digo. No me supliques, no te sacrifiques más. Estoy perdido y
no quiero arrastrarte, ahora que vos te encontraste. ¿Entendés, mi
cielo? Sé que no querés perderme, y sé que no querés que me pase
nada, pero no te sacrifiques más por mí, no desperdicies tu hermosa
vida por este desgraciado que lo único que hizo fue amarte y
arrastrarte por su propio fango, y al que vos has seguido por amor. Y
aunque sé que lo hubieras hecho por cualquiera, pues me tocó a mí, y
por eso me consuelo y te redimo.
Fernando se apartó de Micaela, juntó sus cosas y se puso los zapatos,
sin decir palabra. Micaela lo seguía con la mirada nublada por las
lágrimas, intentando retener la última imagen de Fernando.
Fernando abrió la puerta, la miró rápido y corto, a los ojos, sonrió sin
sonreír, y sintió que el corazón se le hundía para siempre, y se sintió
morir. Cerró la puerta, y se fue sin mirar atrás, pero con las ganas
perforándole la nuca.
Micaela lloraba, con todas sus fuerzas, con todo su dolor, con todas
sus muecas, con todos sus gritos. Había aprendido a llorar.

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31. Hartazgo
Gonzalo estaba sumido en la desesperación del cambio que había
sufrido desde que había conocido a Micaela y por supuesto, a
Fernando. Se iba de viaje a España, y con Fernando. Era como
inaudito pensarlo, porque se había acercado a él por Micaela, para
hacer justicia y ahora estaba tan confundido de sus dobles
sentimientos que no sabía qué decir, aunque sí qué hacer.
Se iba con Fernando, aquel tipo que supuestamente tanto daño le había
hecho a ella, o eso al menos él había creído.
Micaela no terminaba de ser transparente para él. Era ambigua,
rodeada a veces de un impenetrable mutismo que él no sabía si era
volitivo.
Veía en ella a dos personas diferentes, pero solo miraba a una, a la que
él había querido rescatar.
Miró fijo a Micaela, sin saber bien que decirle, aunque tenía claro el
final de lo que sería su charla.
Micaela lo miró a los ojos, le sonrió como con tristeza y le dijo:
-Te veo raro, indiferente, desde hace un tiempo.
Gonzalo fue más que contundente al empezar, soberbio...
-Ni la indiferencia, ni la abulia son parte del sentimiento. Es solo
hartazgo. No sé de qué, simplemente hartazgo... de todo, como un
sentimiento de plenitud que sobrepasa la saciedad. Es hartazgo vital.
Supera al cansancio, al agotamiento. Se llama hartazgo, en mí. Pleno,
sobredimensionado, extremo -Gonzalo hablaba como si estuviera
solo-. Lo difícil, es saber qué hacer con él... lo importante en sí no es
sentirlo, sino saber qué curso darle, a dónde colgarlo, qué muerto
adjudicarle... no sé, qué hacer con él.
Monologaba mientras ella solo lo miraba con angustia disimulada.
-Me llega de repente y se instala, Micaela, sin preguntar, sin ser
bienvenido, ni siquiera sin decir: “guarda flaco, soy el hartazgo que
llego y me quedo un tiempo para que me recuerdes...”-. No se detenía
a pensar. Solo hablaba. -Y allí empieza lo peor... se acomoda y
comienza a soltar su verborragia interminable, en forma de lista... sí,
de lista... y me lista todo desde el primer día, y claro, estoy harto, y le
doy la razón, y entonces se queda cómodo, radiante y triunfal. Se
queda el muy hijo de puta, y se aferra como un león a su presa medio
muerta y goza, al ver que sí... que gana.
Micaela empezaba a no poder disimular más y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
129
Desinteresado por el estado de Micaela prosiguió:
-Al ver que estoy harto de todo, pero fundamentalmente de pisar
tierra, de la realidad, que es tan dura y tan cruda, de la realidad, del
mundo, y de pisar tierra... gana. El hartazgo, gana… Estoy harto de
todo. Me gustaría redimirte. Pero no sé si puedo. Estoy agotado.
Micaela no dejaba de llorar. Había sentido que Gonzalo la amaba, que
quería ayudarla... Nadie, en toda su vida la había amado así, salvo
Fernando. Nadie la había cuidado tanto, nunca la habían hecho sentir
mujer de la manera en que Gonzalo lo había hecho... jamás había
pensado que ella iba a cambiar. Su vida había sido tan vacía y
estúpida... y ahora, que había encontrado el amor de Gonzalo, se le
desvanecía.
Amaba a Gonzalo, o eso creía... Amaba a Fernando, o eso creía. Los
amaba a ambos, se complementaban.
Gonzalo la miró y reaccionó por un instante: -No llores... No tiene
sentido que llores. No te estoy diciendo nada más que estoy harto y
que me parece que no puedo hacer mucho más por vos y menos si me
marcho un tiempo. Creo que tenés que empezar a vivir una vida
propia, con altura y seriedad. No te estoy diciendo que no te quiero.
Micaela no podía dejar de llorar, como ella lloraba, en silencio, con
lágrimas hondas... en silencio, pero con mueca de pena profunda,
eterna.
La dejaba, Gonzalo también la dejaba.
Gonzalo se acercó y la abrazó con fuerza.
-Me voy de viaje, un tiempo. No pasa nada. Necesito volver a estar
lejos y nada más. No es por vos. Es por todo, por mi vida, porque aun
no sé quién soy... no sé...
Micaela sonrió con lágrimas en los ojos. Sintió el abrazo tibio y se
sintió protegida a pesar del abandono. Gonzalo se iba de viaje,
también se iba de viaje...
Él la apretó contra su pecho y luego la separó dulcemente. La miró a
los ojos, con ternura.
-Creo, Micaela, que cada uno debe hacerse cargo de sus propias cosas.
A veces intento ayudar, desde mi perspectiva, pero descubro que no
tiene mucho sentido. Cada uno sabe lo que debe hacer. Sabés que te
quiero mucho, pero me voy, y aunque regresaré, no sería bueno que
paralices tu vida. Sos joven, bonita... ¡qué digo!, preciosa, y tenés
derecho a vivir una vida plena.
Micaela lloraba mientras lo miraba, pero ya sin mueca de dolor o
angustia, solo lloraba.

130
Gonzalo le secó las lágrimas.
- Escribíme, por mail, quiero saber que estarás bien.
Micaela lo miró seria. -Voy a esperarte, Gonzalo.
-No, no me esperes... si me esperás significará que no entendiste nada,
que no has crecido, y además soy un excelente amigo, pero como
pareja, no soy ni seré nunca un tipo recomendable.

131
32. Juntos a España
Antes de salir de casa, Gonzalo miró todas las ventanas y comprobó
los picaportes, cerró los armarios, controló las canillas, y se cercioró
que todo estuviera en orden, para poder viajar con la seguridad de que
no dejaba nada fuera de control. Era un obsesivo, pero eso le daba
tranquilidad.
Fernando dejó todo desordenado, como siempre, total sabía que
Micaela ordenaría y limpiaría la casa. Buscó preservativos y salió de
casa cerrando la puerta sin revisar ni controlar nada.
Gonzalo volvió sobre sus pasos y probó si había echado llave. Se
marcho casi tranquilo.
El taxista que llevó a Fernando al aeropuerto era algo especial. Tenía
el coche de punta en blanco, con adornos entre místicos y ordinarios,
amuletos de la suerte y grasadas varias, pero todo en su justa medida.
En los laterales traseros tenía pintados unos dados, un cinco y un dos.
-Siete -dijo Fer al subir, y agregó- a Ezeiza, por favor... Buen día.
-¿Al aeropuerto? -preguntó afirmando el joven conductor, que no
llegaba a los veinticuatro años de edad, de tupido pelo negro y barba
prolija de skater rapero, adornado con un par de piercings. Tenía ojos
muy vitales.
-Sí, sí... -confirmó Fernando- lindo taxi... ¿es nuevo? -dijo algo
irónico y pueril.
-Sí, mostro. Me la rompí para comprarlo. Lo ´stoy pagando todavía,
pero hay laburo y la cosa tira bocha, va re liso.
-Me gustan los adornos -comento Fer-, tenés cosas especiales...
-Creo mucho en esto ¿sabés? y lo tengo así, joya... para la buena
suerte. Es duro salir del aflús. Mi viejo siempre fue re alarife y me
echó soga con esto, aunque no labura porque esta patrás... la salú.
Fumó como un sapo toda la vida y ahora respira por gracia `e Dio...
conectado a un tubo.
Tenía un lunfardo entre muy antiguo, casi arcaico y modernoso al
mismo tiempo que fascinó a Fernando, y empezó a querer escucharlo
hablar.
En ese preciso instante, por en medio de la calle se cruzó por delante
del taxi una joven con un chango de bebé, que obligó al taxista a pegar
una frenada ruidosa.
Sin inmutarse, el joven conductor abrió la ventanilla y le gritó:

132
-¡Conchatumadre pelotuda, la puta que te parió forra del orto, puta
mal cogida! -y mirando a Fer por el retrovisor le dice- ¿la viste?,
¿viste qué hija de puta?
-Bueno... -dijo Fernando intentando calmarlo.
-¡Qué “bueno”! ¡Esta es una forra que se cree la madre de América y
que usa al jopende de escudo!, este ispa está lleno de estas
mogólicas... habría que matarles al chico por pelotudas, qué se creen
que son... después vas en cana porque se te cruzó una puta de estas...
¡las madres de América! No sabés las que paso en este laburo.
Fernando asintió con la cabeza sonriendo encantado, dándole
gestualmente la razón.
-¡Che!, hermano ¿no es peligroso el laburo?... andar así, por la yeca,
subiendo desconocidos... -estimuló Fernando al muchacho.
-¡Por eso los amuletos! Yo no soy ningún bacán, y si me pasa algo
estoy en el horno. Además soy buena gente... no soy re sorete, me
rompo bien el ocote para que venga un chabón a querer entreverarse...
¿entendés?... Y yo nunca entregué el rosquete, así que entro a la
cancha sabiendo que puede venir un quía punga a chafarme. Se creen
que somos todos iguales... y que a mí el tacho me lo regalaron por mi
jeta... ¡te juro que lo re agujereo!, lo lleno de plomo al hijo de puta.
¿Quiénes son para querer joderme la vida, loco? Si yo soy re
laburante… Y si estira la jeta, lo tiene por meterse conmigo, que soy
re de ley, y ningún ortiba...
-Pero... no entiendo, ¿Cómo que lo llenás de plomo?
-Tengo un bufoso ¿sabes fierita?, siempre voy calzado.
-¿Calzado? -dijo Fer, más preocupado que curioso.
-Sí, llevo un fierro, carga ocho y una en la recámara, pero no soy
ningún zarpado. Acá la cosa está re jodida, está que arde... qué digo...
se fue todo al joraca y no hay respeto por el laburante... Antes nadie
afanaba a los mayores y ahora revientan a los viejos a cazotes para
que le digan donde tienen la mosca, que capaz que son veinte
mangos.... son todos uno zarpados del orto y te meten plomo por dos
pesos. Yo igual los juno de lejos, y si no me gusta el boncha no paro y
si no le gusta que se vaya a la conchasumadre. Y que frunza el hocico
me da igual. Soy re legal y no me vas a venir a mí con boludeces. Acá
en la yeca esta todo re mal, te revientan por nada unos pendejos re
villa. Se meten “PACO” y te buscan la hebra para garcarte mal, y
después te requeman. Son re sorete fierita, yo sé de lo que te chamuyo,
tengo la posta, loco... y si lo tengo que quemar te re juro que lo
quemo...

133
Fernando hizo silencio, y lo miró con un poco de ternura y compasión,
impresionado por la sinceridad justiciera del tachero.
-Te entiendo, -le dijo- tenés razón.
El taxista lo miró por el retrovisor y le sonrió -¿A dónde te vas,
mostro?
-A España.
-¿Posta?, ¿a vivir?... ¿ves?, los que pueden se rajan porque acá hay
una malaria de la concha de la lora, y son todo corrupto, así es que
´stamo en la lona... -el chófer miraba a Fernando por el retrovisor y se
sentía contento de poder hablar de la vida-. Yo no me voy ni drogado -
le dijo a Fer haciendo gesto de pala. Fernando sonrió.
-Se te ve... y si... yo me voy a España.
-A mí no me va irme lejos, no puedo dejar el barrio, loco... los amigos,
el asado... ¡la cancha los domingos! Soy del marrón ¿sabes? ¡Aguante
Platense, loco!... no sé, no entiendo la vida sin todo eso -y canturreó-
de Saavedra vengo, maso pedo tengo…
-A mí no me jode mucho -dijo Fer sabiendo que no era del todo
verdad.
-Bueeeno... si no te hacés drama, sos un tipo con suerte... España...
qué lugar, que gente... ahí está todo bien... las cosas funcionan y no
hay miseria... eso sí, de fulbo no saben un sorete. Son de madera los
gallegos... ¿Sabés? hace unos días lleve a un tipo desde San Isidro
hasta el centro, al hotel ese re cajeta que esta frente al rulo. El turro,
era re educado y había venido acá a comprar tierras. Era político en su
pueblo, y alcalde, y parece que la cosa le iba chiche bombón, porque
había comprado campos y departamentos y no sé qué más... ¡tenía un
Rolando de oro! se ve que garpan re bien allá. Y el loco se vino a
invertir acá... ¡están rempedo!, no saben que esto es una garcha. ¿Y
sabes qué?... me quería dar cátedra de fulbo, y lo maté preguntándole
si en sus equipos había algún español que jugara, o si solo los ponían
para completar los once. Y me cambió de tema, así re soberbio el
forro y me dijo que acá todo le salía re tobara. Compró tierra el gilazo
ese... ¿no saben que esto es una poronga?
-Sí, lo saben, pero si hay negocio se meten de cabeza -dijo Fernando-
¿No sabés que son los responsables de la quiebra de Aerolíneas,
Telefónica y que se yo cuánta empresa más que compraron en la
época de Carlos Saúl para llevarse la guita?
-¡Por eso les va bien a los gallegos del orto! porque nos afanaron
como a los chicos, nos re acostaron como a camuca paraguaya... pero
son buena gente, -dijo el taxista, con esa rara nostalgia europea que

134
tienen todos los que descienden de familias venidas del viejo mundo,
digamos casi todos los argentinos.
-No creas, -dijo Fernando- no creas... no son lo que nosotros
creemos... aunque acá se los re quiere y respeta, somos así de
pelotudos los argentinos... Allá nos odian... creo que porque somos
una feroz competencia con todas las de ganar... en la vida diaria, en lo
laboral, en la creatividad, y fundamentalmente con las minas...
Fernando colgó la mirada en el espejo y el taxista le sonrió por el
retrovisor.
-Me voy a España con un amigo que vivió allá mucho tiempo. Él
seguro que se vuelve... yo no sé.
-No volvás a este ispa de mierda -dijo el taxista sonando
contradictorio con su amor confeso por la propia tierra, como suenan y
sienten todos los argentinos.
-Todo es un quilombo y esta patrás. Si podés abrirte cancha dale masa,
master. Es re papa, loco, papuza... re pulenta. Además que vos tenés
pinta de re langa te vas a comer cada bombón...
Fernando entendía la dualidad de discurso del tachero porteño. Era
igual a la de él, pero con distintos arraigos.
-¿Bombón?... tal vez... pero te cuento que no se saben lavar el culo.
¿Sabías que en España no hay bidet?
-¡No me camelees guaso! ¡Qué mandás fruta! ¡¿Cómo no va a haber
bidet?!
-Te lo juro... -dijo Fer.
-¿Y los guachos no se lavan el tujes?
-Y las guachas tampoco, y no se depilan, aunque a base de ver
argentinas van siguiendo su limpísimo y adorado ejemplo... con lo que
se agradece la almejita perfumada... qué cosita que son las
argentinas...
-Son las mejores, posta te lo digo -sonrió el taxista-, igual yo no salí
mucho, ¿viste? pero fuimos a Curitiba una semana con los pibes de la
brava y las mejores eran las nuestras, aunque las brazucas están re
buenas también.
-Y no sabés cuánto mejores que las europeas -sonrió Fernando-.
Conocí minas de todos lados, pero como las de acá, no hay, y tengo la
teoría de que las que se van a España es porque acá no les da bola
nadie.
-¡Ja! -gritó el taxista- Qué buena esa...
-Y no es que en España les den más bola, pero el acentito argentino
les facilita el trámite. Les encanta como hablamos.

135
-¡Qué loco! a nosotros nos encanta el acento gallego...
Y siguieron hablando una sarta de trivialidades como si fueran amigos
de toda la vida, con complicidad de gusto por las mujeres y de winners
natos, como los argentinos que se precien.
El recorrido duró cincuenta minutos de compartida charla entre risas y
cuentitos cortos de Fernando que hacían reír al simpático justiciero al
volante del taxi de la suerte, con medalla de San Benito de Palermo
incluida.
Fernando se sintió re argentino, con orgullo porteño y sabor a tango y
mate. Sabía que algún día volvería, o no lo sabía, pero en ese
momento creyó que sí...
Durante el viaje, no pensó en nada más, se entregó de lleno a la charla.
Simplemente, disfrutó del viaje en taxi.
Gonzalo pidió un remise e indicó el destino por teléfono. A la hora
exacta se subió al coche.
-Buenos días.
El chofer respondió el saludo y preguntó: -¿Ezeiza, verdad?
-Sí -dijo Gonzalo, y no volvió a articular palabra hasta la llegada a
destino. Durante el viaje revisó mentalmente paso por paso los últimos
minutos previos a la salida de su casa. Cada detalle, por si hubiera
dejado algo sin controlar.
Y pensó en que no quería irse, le gustaba estar en Argentina. Y
aunque tenía la fecha de regreso fija, no dejó de amargarse un poco.
Era inevitable para él, aunque supiera ocultarlo.

136
33. Siempre te espero
Micaela fue a casa de Femando. Tenía llaves de su casa aunque tenía
prohibido ir sin avisar. Ella en cambio siempre lo esperaba.
Ya estaba repuesta de la última vez en que había estado con Fernando.
Él la había dejado, pero no sabía aún si era real. Le había dejado un
mensaje en el contestador, pidiéndole que por favor se encargara de
ordenar un poco su casa y de ir, de vez en cuando, durante su
ausencia.
Al entrar al apartamento, Micaela miró con resignación el estado
apocalíptico de la situación. Todo parecía haber sido revuelto por un
maníaco, aunque eso sí, limpio estaba… bastante. La cocina
necesitaba más aplicación, pero la limpieza no era tanto el problema
como el orden.
Francamente se notaba que Fer había hecho las valijas en diez
minutos, que no se había llevado mucha ropa y que por lo visto no
encontraba algo... Seguro que todo mientras el taxi esperaba abajo...
-Fernandito -dijo.
Al ir hacia la habitación vio que por el pasillo había un reguero de
ropa interior, calzado y camisetas tiradas en el suelo. La habitación era
el centro del estallido. El big bang. Micaela no podía entrar sin tener
que sortear cosas. La cama estaba en su sitio, pero el colchón no.
Había libros esparcidos por doquier, pelotas de tenis, hojas y carpetas,
lápices, ganchos y clips, rotuladores, fotos, papeles, medicamentos,
ceniceros con porros, botellas de cerveza, dardos, naipes, y muchísima
ropa.
Micaela susurró: -Está loquísimo...
Se dirigió al baño y lo encontró algo mejor de lo que lo esperaba.
Había dejado varias toallas húmedas en el suelo y las que estaban sin
usar las había puesto desordenadas dentro de un ropero de diseño
especial para toallas. En la bacha había un par de afeitadoras de hoja,
cepillo de dientes y unos potes con crema para cara. La bañera tenía
botellas de champaña vacías.
Micaela salió del baño y se asomó al cuarto contiguo.
Respiró hondo, esa habitación estaba casi normal.
Volvió sobre sus pasos y empujó la puerta del baño que estaba
impoluto. Micaela suspiró, Se acercó a la puerta de calle y la cerró.
Detrás de la puerta Fer había dejado una notita...
Querida Micaela, Micaela mía:

137
Como verás deje todo hecho un quilombo, para preservar la
costumbre. No me despedí personalmente porque recordarás que
hemos terminado... y como nos volveremos a ver tampoco lo creí
necesario ni provechoso.
En fin, como me gusta decir... lo de siempre ¿no? Más de lo mismo...
En unos meses vuelvo, no sé... algunos y sé que vas a estar acá.
Quiero contarte que me voy con un amigo... Es un tipazo, buena gente
y educado... igual que yo.
A ver si nos contagiamos un poquito mutuamente...
¿Sabés?… he estado pensando y... el poder no está en decir que sí. El
verdadero poder, el único poder es decir que no. “Lo” no es el poder,
decir que no, negarlo todo. No. No. No. No.
Micaela, ¡No!
Tenés que aprender a decir que no. ¡No!
Besos negados. Te los doy todos hoy.
Te quiero demasiado.
Fernandiño de las Boleiras Turmiñhas
Micaela sonrió. Dobló la carta y la guardó prolijamente en su bolso.
-Fernandito -dijo-. Mi amor...

138
34. Ezeiza y a volar…
Fernando encontró a Gonzalo en Ezeiza, sentado en la puerta de
embarque.
-Hooola Gonzalito queridoooooo... -dijo Fer meloso- nos vamos a
España de jodaaaaaaa...
-Y no tanto.... Qué haces, ¿todo bien?
-Sí -dijo Fer-. Me tocó un tachero que estaba hecho fruta de la cabeza,
no sabés...
-Justo, como vos. ¿Le contaste lo del reverendo?
-Ya te pedí perdón... ¡además no es para tanto, che! Si no te conté lo
que paso en el baño con un cuatriamputado que fue medio secuestrado
por los down...
-Uff, loco, empecemos bien el viaje, sin delirios ni zarpadas varias.
-Okeyyy, No te vi en la cola para los tickets... -aseveró en plan
pregunta Fernando
-Viajo en primera.
-¿En primera, hijo de puta?
-¿Que tiene?, llego fresco, descansado...
-Pero te rompen el culo con el precio... aunque me parece que no te
importa mucho.
-No, para nada.
-¿Y porque no estás en el salón VIP?
-De ahí vengo.
-Qué seriedad que tenemos... en fin... Che Gonzalo, ¿sabes? En todo
este tiempo en que nos hemos ido conociendo observé algunas cosas,
que claro, ahora con esto de que viajás en primera me han resurgido...
no tiene nada que ver pero...
-Preguntá Fernando.
-Pero que serioooo, cheeee...que nos vamos a Spain.
-Dale che, estoy cansado...
-Mirá, siempre en los bares te sentás en un ángulo, y si no podés,
buscás una mesa así como estratégica... nunca das la espalda a la
puerta, parece que quisieras controlarlo todo... mirás la disposición,
las mesas, la barra, los baños y no sé...
-Qué tiene de raro.
-No, nada, no sé, también mirás mucho las manos de las personas...
-¿Y?
-Qué se yo Gonzalo, me parece raro.

139
-Soy un poco obsesivo compulsivo, nada más, me gusta sentirme
seguro.
-Ah... bueno.... era una pregunta. Como a mí esas cosas me chupan un
huevo... -Fernando lo empujó con el codo- ¡mirá esa azafata! ¡Qué
minón! Seguro que es la de primera... claro, la gordita me toca a mí,
en animal class.
-No seas bestia... ¡animal class!
-Sí, vamos como animales... y muchos lo son... Mirá a esos negros del
orto que van a España... seguro que nos juzgan a todos por esos...
-Creo que hoy no es el día, Fernando ¿habré hecho bien en aceptar que
vengas?
-No te vas a arrepentir, te lo aseguro. Además somos libres. Viajamos
separados, dormiremos separados, y nos veremos cuando surja ¿era
así?
-Es así, Fernando -dijo Gonzalo categórico.
-Perfecto, así no me robás a las minitas como es tu costumbre... hijo
de puta... te acordás que te llevaste a la colorada que estaba buenísima
de la isla ¿no?
-Y era una estúpida inigualable.
-Pero me contó un pajarito que no hablaste mucho... ¿no? Yo tampoco
hubiera hablado, solo le hubiera susurrado bestialidades.
-Lo estoy escuchando.
-Moría la rojita por culearse a un gallego... como son las minas,
parecen infradotadas... se van con un tipo por el acento, sin
desprestigiar tu percha.
Gonzalo lo miró con una leve sonrisa de compromiso. Estaba de
humor serio, algo preocupado y molesto, pero en realidad Fernando no
tenía nada que ver. No podía culparlo de sus asuntos. Respiró hondo,
y cambió el tono y el semblante.
-Che Fer, cambiando de tema. En España tendré que arreglar algunos
quilombos con una empresa que había armado con unos gaitas... he
tenido algunos reveses económicos que tengo que ver si tienen
solución... por eso estoy medio enroscado. No es con vos. Después de
lo del reverendo, cuando corté, estaba furioso, pero te confieso que en
la ducha me dio gracia, aunque no es para reírse.
-Ya sé que no... ¿Sabés que les pegan en las manos para que no se
pajeen todo el día?
-Sí, lo sabía.
-Poresolosdownseraptaronalcuatriamputado y ledieronmasa... -dijo
Fernando rápido y se empezó a reír a carcajadas.

140
-Estás de la gorra, ¿cómo se te puede ocurrir pensar en esas cosas?
-interpeló Gonzalo.
-Todo el mundo lo piensa o lo puede pensar, pero no lo dicen. Queda
feo. Lo que vos pensás o imaginás, también está en la cabeza de los
otros. Somos todos iguales. Lo que nos diferencia son las
represiones... algunas mentales, otras del instinto... las de mi instinto
por ejemplo van híper reprimidas. ¿Sabés lo que sería yo si diera
rienda suelta a lo que pienso? Duro libre lo que un pedo en una
canasta...
-No lo dudo -dijo Gonzalo entrando en empatía con la charla.
-Che, Gonza... ¿sabes que España es el primer consumidor de drogas
de Europa?
-Sí, claro. Vos encantado.
-Mmmmmm tal vez, no sé. Son raritos en ese tema. Creo que la gente
consume porque no sabe estar en el medio.
-¿Cómo? -preguntó Gonzalo más interesado aún por el cambio que iba
tomando la conversación.
-Sí, eso. O están activos o son pajeros. No están en el medio. El medio
es la felicidad, o eso creo.
-Veo que estuviste leyendo filosofía oriental... -intentó minimizar
Gonzalo- Aunque para mí son re mediocres.
-No seas así, Gonzarulo. A mí me hace feliz estar en el medio, no ser
una cosa ni la otra, ni derecha ni izquierda, ni coblan ni grone.
-Uh, Fer, me suena a planteo gay... mirá, allá hay un trolazo
peninsular al que le podés contar la peli...
-Estoy hablando en serio, y los hombres no me gustan... te hablo de
trascender los extremos. Te hablo de no ser pasivo ni tratar de serlo,
cosa francamente peor, porque... ¿cómo haces para tratar de ser
pasivo? ¿No? El tratar implica esfuerzo... te hablo de no ser activo
todo el rato, te hablo del equilibrio....
-¿Fumaste hoy? -preguntó Gonzalo con sorna pero intrigado por el
diálogo.
-Dejálo, pensé que podíamos hablar un poco en serio.
-Pará, pará, no pasa nada, es que vos siempre....
-Sí, lo sé, estoy jodiendo... en fin, pero ¿ves? Luego me paso al otro
extremo, me pongo místico... y no me paro en el medio... o sí ¿a vos
qué te parece?
-Vos sos un extremista, o eso he visto. Descontrol total y luego muerte
sin resurrección posible. Joda y bromas y luego San Fernando de las
loas a las castañuelas sibaritas.

141
-Esa me gustó... qué buena... creativa... y sí, es cierto, es verdad...
Pero, el medio me ha hecho feliz.
-¿Y algunas fuiste capaz? Digo, de situarte en el medio... es algo
complicado...
-Seguro que no como vos -dijo Fernando- vos podés situarte en el
medio. A veces te admiro por esto.
-¿Y vos qué sabes? En realidad... -Gonzalo se detuvo, iba a decir que
no se conocían, pero era Fernando a su parecer, quien no sabía nada
de su doble vida, y él sí sabía de la de Fernando, o al menos creía estar
seguro de saberla.
-No sé, -dijo Fer- me parece... a veces en algunas situaciones estás
como a full, pero tu mente pareciera relajada... lo veo en tu mirada, y
en la forma que tenés de accionar, no sé...
Gonzalo de pronto recordó que su maestro siempre le había insistido
en eso. Le había intentado inculcar el equilibrio. Miró a Fernando y
pensó que a veces era un tipo especial. Por eso se había acercado a él,
de esta otra manera. Lo apreciaba, valoraba su amistad tan extraña, tan
abierta, tan simple, tan pura y tan insoportable de a ratos. Se rio y
miró a Fernando a los ojos.
-¿Qué pasa? ¿Se te subió el ego? Yo la tengo más grande.
-Pero qué tarado que sos -dijo Gonzalo riendo-. Ya me parecía...
-No, en serio, la mía es más grande... ¿querés ver?... En fin... un
hombre sabio se equilibra a sí mismo... creo que de sabio tengo poco...
-No creas -dijo Gonzalo-. Por lo menos te hacés el planteo.
-Eso, ¡¡¡¡¡eso!!!! Los gallegos ni siquiera se lo plantean, por eso son
así, digo, porque todo empezó con los spanish people.
Gonzalo volvió a mirar a Fernando a los ojos.
-Mirá Fer, me hiciste acordar que un día mi maestro me dijo que no
había que ser ni un santo, ni un hombre mundano... me hablaba del
medio, del equilibrio... aún lo busco.
-¿Tu maestro?
-Sí, bueno, el de artes marciales.
-¡Aiiioooooaaaa! -gritó Fernando poniéndose de pie en guardia con la
cara con la que salía Bruce Lee en las fotos.
-Qué pelotudo que sos.
Fernando se rio y volvió a sentarse
-Yo ya lo encontré... jejejeje, me hago hule y me repongo, me
destrozo y luego hago retiros espirituales... como decirlo... no sé lo
que es el medio. ¿Es aburrido?, porque a veces ante la pasividad me
embolo más que el bibliotecario de Mar de Ajó.

142
-A lo mejor no se embola.
-¡Un montón, boludo! ¡Es analfabeto! y nunca va nadie a esa
biblioteca como para al menos poder hablar alguna cosita. -Fernando
se reía mientras lo imaginaba.
-No, si no se puede hablar en serio con vos...
-Sí, se puede, pero si me la dejas picando... estábamos en si es
aburrido el medio.
Gonzalo perdió unos instantes la mirada, lo miró a los ojos y le dijo
muy seriamente:
-No, no es aburrido.... El medio es la iluminación, el no elegir, el
equilibrio supremo... no es aburrido. Es el estado de paz... que digo, es
la paz, la única paz, la mayor paz que se puede alcanzar porque
cuando las cosas se equilibran, cuando lo extremos se equilibran... la
pasividad y la actividad, el exterior y el interior, así, de golpe los
trascendés, y te transformás en un ojo que solo ve, y disfrutás de
observar el equilibrio, de ser el equilibrio... Fernando miraba el éxtasis
instantáneo en los ojos de Gonzalo que al parecer recordaba algún
estado espiritual, o al menos eso creyó que era lo que llevaba tan lejos
y ponía tan profundo y serio a Gonzalo.
En ese momento sonó por megafonía una dulce voz que dijo:
-Su atención por favor, el vuelo de Aerolíneas Argentinas numero tres
cinco cuatro seis con destino a Madrid está listo para embarcar.
Embarcaremos primero a las personas que requieran asistencia y a las
embarazadas. Posteriormente llamaremos al resto de pasajeros según
la numeración de su asiento. Los pasajeros que viajan en primera clase
y bussines podrán hacerlo en cualquier momento. Les rogamos no
hacer cola.
-¿Ves Gonzalito? Sos un privilegiado. Anda yendo que voy detrás
tuyo.
-¿Pero no vas en turista?
-¡No! voy sentado a tu ladito cielo, esto no me lo iba a perder, además
los gustos hay que dárselos en vida pero la verdad es que el ticket me
lo pagaron.
Unas vez sentados en primera clase, Gonzalo preguntó a Fernando
temiendo otra respuesta que hubiera sido arrolladora. Si Fernando
hubiera contestado Micaela, Gonzalo hubiera sentido que el engaño
llegaba hasta la sangre...
Aún no terminaba de entender cómo era la historia entre ambos,
quería descubrirla, quería el desenmascaro de Fernando o de Micaela.

143
-Me lo garpó una madrileña. Es la hija de un Capitán al que conocí
porque me la gané de queruza. La minita está loca por mí y además
están llenos de guita. No saben qué hacer con lo que ganan. El viejo
tiene algunos negocios y le va muy bien. Es un empresario importante
y envidiable. Están metidos en cosa de construcción, y algo de ocio...
en fin... buen comerciante además de Capitán. Si no fuera así, no lo
aceptaría... El padre sabe lo nuestro y que soy un desastre, pero hace
la vista gorda por su hija... que cuando la conocí estaba medio hecha
mierda. Y le permite todos los caprichos: yo soy uno de ellos.
Me viene a buscar al aeropuerto.
Gonzalo respiró tranquilo, y no dio más importancia al tema.
-Que suerte tenés con las minas vos ¿no?
-No creas, nada es gratuito, nada. Esta es galleguita, y tiene sus
cosas...
Mientras charlaban, se les acercó una azafata muy encantadora y les
ofreció una copa de champaña de bienvenida a los señores...
-Mejor una botella -dijo Fernando mientras sonreía con cierta
indiferencia.
La azafata sonrió cortésmente y le dijo: - Sí señor, como no, primero
le alcanzo una copa y luego del despegue lo que desee.
-Muy bien, gracias -contestó Fernando que parecía un empresario
canchero y exitoso a juzgar por su vestimenta elegantemente informal.
Gonzalo guardaba un silencio cordial mientras ojeaba una revista de
diseño decorativo de alto standing, sin prestar mucha atención al
diálogo de Fernando.
Al marchar la azafata, Fernando se interesó por las fotos de la revista
Man.
-¡Mirá qué pendeja ésta! -susurró a Gonzalo, quien se quedó mirando
la foto de una veinteañera naturalmente hermosa.
-Qué bonita... -dijo algo serio- y que desperdicio será en ese mundo
¿no?
-A lo mejor no -dijo Fernando- a lo mejor si cae en las manos
adecuadas se salva. ¡Esto es así! ¿Viste que no parece operada?
-Es natural -sentenció Gonzalo.
Una vez despegado el avión y a altura crucero se escucha como de
costumbre a la voz del comandante que empieza con su rutinaria
explicación: -Buenos días, les habla el comandante. Mi nombre es
Daniel Barrena y este es el vuelo...
Fernando interrumpió la tenue atención de Gonzalo al piloto.

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-Qué cosa más rutinaria la de estos tipos cuando te cuentan la
historieta del vuelo, la altura, la hora y lo prohibido... ¿no? -y mirando
al vacío dijo- Yo diría por ejemplo... a ver... Buenos días señoras y
señores, les habla el comandante de su avión Boeing siete cuatro siete
con destino a Madrid donde en este momento están tramando a qué
país sudamericano van a seguir jodiendo. La duración estimada del
vuelo será de unas nueve horas siempre y cuando hoy no haya
terroristas intentando raptarnos a todos y estrellarnos contra algún
objetivo que no conocemos. De ser así, ruego mantengan la calma y si
bien este es un vuelo no fumador, os recomiendo fumar porro. Desde
este momento no podrán utilizarse ningún tipo de aparatos
electrónicos salvo consulta a la tripulación. Las cortadoras de césped,
los molinillos de café, los secadores de pelo y las motosierras están
prohibidas en este vuelo como así también los electrodomésticos clase
A. Si traen pilas de bajo consumo, pueden metérselas en el culo previa
consulta al sobrecargo, que es puto y estará encantado en ayudarle si
usted es varón, de lo contrario, si usted en fémina y está buena, puede
pasar por la cabina que muy gustosamente entre quien les habla y el
copiloto satisfaremos sus necesidades. Queremos dar una bienvenida
especial a los pasajeros de primera clase y business, como así a los
titulares de la tarjeta Poronga plus, un programa de fidelidad que hará
que usted se sienta realmente un pelotudo, porque no sirve para nada
más que para peinar merca. El champán que están tomando no es el
que la etiqueta marca. La empresa compra uno berreta y los etiqueta
como si fuera otra cosa. Esto lo notara por la resaca que deja y su
exquisito sabor, único y exclusivo, por no decir repugnante. El mío lo
traigo de casa y ya hace como dos horas que venimos chupando, así
que no les cuento el pedo que tenemos, pero no se preocupen que
vamos con piloto automático y además tenemos bolsa por si la cosa
quema. Espero que disfruten de su vuelo y si tienen alguna pregunta
no dude en consultar con la tripulación, que estará encantada de oír las
boludeces que ustedes siempre preguntan.
-¿Te imaginás el quilombo? -dijo Gonzalo entre sonrisas.
-¡¡¡¡Claro!!!! Además la sobrecargo podría también decir sus cosas
interesantes... el vuelo tendría un matiz de alegría... Se tienen que
aburrir como ovejas… ¿Viste qué trabajo de mierda es ser azafata?, o
azafaturra, como me gusta llamarlas.
-Sí, pobre gente -afirmo Gonzalo sonriente.

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-¡Qué pobre gente, si se creen que son estrellas de Hollywood! ¡¡¡¡Son
mucamas del orto y pasan por delante de uno en el aeropuerto con un
aire de importancia inexplicable!!!!
-Pobre gente, ¿no lo ves? Siempre quisieron viajar y conocer mundo,
y acá los tenés, tirando bandejas, limpiando algún vomito, sirviendo
copas, poniendo los baños a punto, ayudándote con las valijas,
durmiendo en hoteles cinco estrellas de prestadito y siendo las putitas
de los pilotos solteros y las amantes de los casados... pobres chicas, es
una miseria de trabajo... -dijo Gonzalo con real comprensión.
-Yo durante un tiempo me estuve cogiendo a una... -dijo Fer riéndose.
-Qué raro vos... menos mal que no trabajaste en un zoológico, porque
te hubieras acostado con algún bicho ¿no?
-Trabaje en una veterinaria -contestó Fer y soltó una risa corta-. No
sabes cómo lo pasaba con los plumíferos, son tan cariñosos...
-¡No me digas boludeces!
-Las gallinas eran las mejores, los loros no, porque te pican la bolas...
aunque algún lorito barranquero me comí, traen suerte. Eso sí, si es
gorda son siete años de desgracia, así que es mejor dejar ese terreno
libre...
-Siempre igual vos, no pensás en otra cosa -dijo Gonzalo
desinteresado por las pelotudeces de Fer.
-Che, pidamos un champú y chamuyemos a la azafaturra -reaccionó
Fernando.
-¡Dale! -dijo Gonzalo sorprendiéndolo.
Fer llamó a la azafata e hizo el precioso encargo.
-Señorita, por favor, tráiganos, ahora sí, una botella de champagne, si
tiene original mejor.
-¿Perdón, señor? -dijo la azafata como si no supiera nada.
-Sí, como le digo, si puede ser de los que no están reetiquetados, sería
mejor.
-Perdone usted, señor, pero no le entiendo.
-Bueno, está bien, parece que no sabe nada del tema. No se preocupe,
tráiganos una botella de champagne, si es tan amable.
-En seguida -contestó la azafata, que sabía lo del reetiquetado.
-Che Fer, ¿estás seguro de lo que le decís? ¿Reetiquetan?
-¿No se lo hice decir al piloto? Claro que reetiquetan, son unos
truchos absolutos.
-¿Y vos cómo lo sabes?
-Tengo un amigo que trabaja en tierra... si solo fuera lo de las
etiquetas... bah, dejémoslo estar que viene el champú.

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-Señores -dijo la azafata con sonrisa de oreja a oreja- su champagne.
¿Desean un aperitivo?
-Me encantaría -dijo Fer- pero no puedo ¿sabe? Nunca mezclo,
siempre alcohol...
-Perdónelo, señorita -dijo Gonzalo-. Es que el señor es productor de
cine, y no sabe hablar en serio. Me llamo Gonzalo, soy el dueño de la
productora responsable de esta persona que creo le ha faltado al
respeto.
-No me lo ha parecido, señor -dijo la señorita interesadísima en la
intervención de Gonzalo.
-No le hagas caso -dijo Fer haciéndose cómplice de la ocurrencia de
Gonzalo- lo siento, a veces busco personajes en la vida real, entonces
creo situaciones...
-Y también busca nuevos talentos, no se extrañe -añadió Gonzalo.
La azafata movía las piernas como si se aguantara las ganas de orinar,
y sonreía como una psicótica en posesión satánica...
-Esperen un momento, señores, enseguida vuelvo, y se giró retirando
la botella abierta.
-¿Qué le pasó? -preguntó Gonzalo.
-Nada, sos un genio, y yo que no estaba convencido de tus
posibilidades... fue a buscar una botella de calidad... sos un fenómeno.
La azafata regresó al instante con una botella de Dom Pérignon.
-Señores, -dijo- esto es más adecuado para vosotros, es atención
personal y de la compañía.
-Gracias señorita -dijo Gonzalo- o señora -agregó.
-¡Señorita! -se sonrojó la azafata-, soy soltera
-Muy bien -dijo Fer- una mujer independiente y que sabe lo que
quiere, me gusta su carácter, además de su exquisito tipo.
-Gracias, señor -le dijo-. Los dejo, cualquier cosa me llaman por
favor. Le repito mi nombre, soy Susana, a sus órdenes -y se retiró
como una estrella de cine en su cumbre actoral.
-¡¡¡Fenómeno!!! -dijo Fer- ¡en un rato me la como cruda!
-Brindemos por eso -dijo Gonzalo-, y porque te traje un regalito...
-¿Un regalito, mi vida?, sabía que me querías... Chin chin -dijo Fer y
se bebió la copa de un trago.
Gonzalo bebió un poco y dijo, sacando un paquete de su maletín:
-Mirá, imprimí unas tarjetas de presentación, ¿y adiviná qué es el
Señor Fernando? ¡¡¡Productor de cine!!! Hice tarjetas después de la
fiesta en la que me llevé a la colorada.

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-No me jodas, sos un maestro, tan seriecito que parecías... -dijo
Fernando mientras miraba con asombro las tarjetas de presentación.
-Hay que divertirse un poco de vez en cuando, y si vamos a joder,
jodemos en serio, nada de productor y director sin tarjetas de
presentación, dónde se habrá visto semejante cosa...
Fernando se reía satisfecho, tenía un amigo, un buen amigo a su
criterio.
-¡Che! Gonza, decime una cosa... ya sé que nada que ver, pero
quisiera que me cuentes dos cosas: una que recuerdes como terrible y
otra como fantástica, digamos... feo y bello.
-Mmmm dale -dijo Gonza-, pero empezá vos -Fernando volvió a
servir champagne en ambas copas, miró a Gonzalo y dijo sonriendo-:
Sos como los chicos... te cuento. Lo más patético que me pasó fue ver
el aplauso en Punta del este... una caterva de tarados que se van ahí, en
Casapueblo, en lo de Paez Vilaró, y aplauden la puesta del sol, porque
es cheto... un asquete.
-Lo mío fue un recital... de Luis Miguel... me pasó en un festival de
Viña del mar... no sabía qué cantaba... un asco -sentenció Gonzalo.
-¡Ah! ¿Ves? Coincidencia. Yo bombardearía un recital de Luis
Miguel... también uno de Bisbal...
-Yo también... coincidencia -dijo Gonza siguiendo el juego.
-Ahora vos contáme lo bello... qué palabra... bello -dijo Fer orondo.
-Es jodido, es muy jodido si nos ponemos serios... -dijo Gonzalo
terminando la segunda copa.
-Voy yo, tranquilo... fue el reencuentro con una mujer que en su tierna
infancia moría por mí... veinte años después seguía igual...
enamorada... no había pasado nada entre nosotros, pero el amor es así,
raro... seguía igual... pero yo soy un desastre y no quise arruinarle la
vida. Nos reencontramos... pero no quise. Fue lo más hermoso que me
paso en la vida... encontrarla y dejarla ir... Brindo por eso -dijo
Fernando y sirvió el resto del champán que empezaba a hacerles
efecto.
Gonzalo que había escuchado atento, miró a Fer y le dijo: -Esto lo
negaré ante la biblia... una vez, estaba en un lugar extraño, frontera
entre dos países, zona selvática... por esas cosas de la vida me topé
con un tipo, al que -sin entrar en detalles- inmovilicé... porque tenía
que hacerlo... insisto, no entraré en detalles. El tipo me miró a los ojos
y me dijo: -No me mates, tengo madre...
Gonzalo hizo un silencio mientras Fernando lo miraba atento por lo
extraño del relato.

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Gonzalo agregó: -¿Y sabés el dolor que es para una madre sobrellevar
la muerte de un hijo?... pensé en mi madre... -Gonzalo hizo entonces
un largo silencio.
-¿Y? -dijo Fer intrigadísimo
-Y nada -contestó Gonzalo-. Allí estará, con su madre y sus cuatro
hijos... “tengo cuatrito”, me dijo rato después... no sé, hablamos y
comimos juntos... -Gonzalo recordaba en su borrachera de champán-
tenía una hermosa cara, como de angelito indígena... con pómulos
salientes... era bello...
-No me digas que... -dijo Fer sonriendo en broma insinuante- te lo...
-No seas pelotudo, querés, que estoy hablando en serio -le dijo
Gonzalo fulminándolo con la mirada.
-No seas así, che. Es una broma... -dijo Fernando para agregar
intrigado y suelto por las burbujas- ¿sabés?, yo no entiendo nada, ¿de
qué trabajas?, digo... el otro trabajo que me parece que tenés... -
Gonzalo lo miró serio y le dijo-: Ya te lo contaré cuando no me quede
más remedio, aunque te adelanto que es como una ONG... pero si
querés te digo que soy fotógrafo... y director de cine o productor.
-¡Dale!, y engatusamos a la azafaturra que se mea a chorritos...
-Brindo por eso, y andá llamando a Susan para que traiga aperitivo y
otro champú, dado que esta botella ya humilla.
-¡Ese es mi pollo! -gritó Fer- sin alusión a los plumíferos...
La azafata se acercó hasta los asientos que ocupaban y les preguntó si
querían alguna otra cosa.
Fernando la miró fijo y le dijo con picardía: -Creo que sí, cielo, pero
en estos momentos sería algo difícil -la azafata sonrió estúpidamente
ante la gracia y dijo que en un rato volvía o que la llamaran si
necesitaban cualquier cosa. Tocó a Fernando en el hombro en una
maniobra seductora de retiro.
-Está muerta -dijo Gonzalo.
-Sí, es verdad... qué asco de mujer ¿no? Aunque me encanta que sean
así de putitas y promiscuas.
-Qué bonito ¿eh? Pero no la querrías para casarte...
-Yo no, pero hay miles que sí... si vos sos de esos... seguro que la
rescatarías del fango -dijo Fernando más alegre por el Dom Pérignon.
-Tal vez -dijo Gonzalo- sí, es posible...
Fernando sonreía tontamente, se lo veía feliz y lleno de energía.
Emprendía este viaje como si fuera el primero. Era como un chico
descubriendo una aventura, un camino inexplorado.

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Gonzalo sólo viajaba a hacer cosas, todo planeado y cronometrado,
con la idea de programa futuro seguro. Estaba de a ratos absorto en
sus pensamientos.
-Qué cosa es la vida -de repente interrumpió Fernando el pensar de su
compañero- Estamos acá, rumbo a lo desconocido, a peregrinar por el
viejo mundo, a vivir nuevas vidas y no nos conocemos tanto... pero
bueno, sí... no sé cómo explicarlo, es como si fuéramos amigos de
toda la vida.
-Sí, es raro, pero de a ratos a mí me parece que es así también.
-¿Sabés, Gonzalo? Una vez soñé que mataba a mi mejor amigo... hace
muchos años... ya no somos amigos...
-No te entiendo...
-Sí, -aclaró Fernando- nada que ver con esto... te cuento porque te lo
puedo contar, para que la distancia se achique más. Vas a pensar que
estoy loco, pero soñé eso, que lo mataba, lo cortaba en pedacitos y lo
metía en el freezer de casa. Es re loco, después venía su madre y decía
que Luis, que así se llamaba, estaba muerto y yo lloraba
hipócritamente... qué cosa los sueños ¿vos nunca soñaste que matabas
a nadie?
-Sí -dijo Gonzalo.
-¿Sí?
-Sí, pero es jodido.
-¿Jodido? Es un sueño... los sueños son sueños...
-No me digas...
-Bueno, boludo... eso... que son sueños... Contáme.
-No sé, es que... mirá te lo cuento porque estoy medio borracho... soñé
que mataba a mi padre, con una violencia feroz, inusitada. Era como
un hombre que no moría a pesar de los golpes... sangraba, pero no
moría y se mantenía activo y en pie... No se lo conté nunca a nadie...
mirá como son las cosas.
-¿Y el sueño? ¿Cómo siguió? -interrogó Fernando, encantado con el
relato.
-Le sacaba los ojos... le metía los dedos pulgares en los ojos y se los
estallaba, con animalidad... y no sentía ningún remordimiento...
entonces con una barra de madera, le pegaba violentamente en la
espalda, porque estaba de pie, en la columna, y luego le descargaba
con furia algunos golpes más hasta matarlo...
-Ah... -dijo Fer.
-Creo que tengo un problema que aún no he resuelto con mi padre.

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-Bueno, te diría que en el sueño ya está arreglado ¿no? -dijo Fer
sonriendo- Son parte de la vida, son como otra vida... no sabés lo que
son mis sueños.
-Por favor no, -dijo Gonzalo riéndose- te ruego encarecidamente que
no me los cuentes.
Fernando se rio, cómplice.
-¿Sabés? Ya que estamos así, alegres y contando cosas, te voy a contar
una brutalidad que hice y vos después me contás otra.
-No, Fer, por favor...
-Sí, sí... no sabés. Un día conocí a una psicóloga. Yo había ido a una
charla de no sé qué mierda, pero estaba lleno de psicólogos, y me puse
a hablar con una mina. Al ratito quedamos para salir. Era judía...
digamos: psicóloga judía argentina. Una combinación espectacular.
-Ya lo creo...
-Pues sí, una de libro. Sin vueltas quedamos esa misma noche y
fuimos a un bar que daban caipirosca gratis, promoción de una
marca... y... no sé, de repente le dije... ¡y yo era pendejo!... Bueno, le
dije: “ahora me sacaría la ropa y correría desnudo entre toda esta
gente”. Entonces me mira y me dice: “¿y por qué no lo haces para
mí?”.
-¿Y? -preguntó Gonzalo
-Nos fuimos para su casa. ¡Yo era pendejo! Nunca había fumado un
porro, no bebía... en fin era otro.
-Sí, eras otro... o era un sueño. Y se rio.
-Era otro, o el mismo pero diferente... bueno, nos fuimos a su casa y la
mina se prendió un porro, se sirvió un whisky y se tiró en el suelo. Ahí
mismo me agarró y me empezó a tocar el bulto mientras fumaba. Y
me la sacó y me la empezó a chupar. Yo estaba encantado, era un
poco mayor que yo y estaba buena. Tenía tetas enormes y era
colorada... y empezamos a garchar a lo loco. En un momento se puso
en cuatro y le empecé a hacer el culo.
Gonzalo miraba a Fer en su apasionamiento por la historia.
-Y la mina -prosiguió Fernando- me pidió que le empezara a decir
cosas groseras. No sé qué pasó, pero primero le empecé a decir medio
apasionadamente puta... Sí, puta le decía, puta, puta y le gustaba,
entonces me encendí y empecé a decirle más cosas como puta hija de
puta, como te gusta la pija y que te rompa el orto, sos una puta, una
puta de mierda...
-¿Y la mina?

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-Encantada, disfrutaba como loca, y ahí, ahí mismito como diría un
paraguayo, me fui a la mierda... ¡Qué zarpado!... Mientras la
empujaba en plan bestia le dije: -judía, sos una judía puta, puta judía
de mierda... judía hija de puta…
-¡No!
-Sí, lo juro... Un par de veces. Entonces la mina paró. Estaba en cuatro
y dejó de moverse. Giró la cabeza y desde allá abajo me miró fijo.
Seria.
-¿Y vos?
-Nada, la mire y le dije: -perdón… y me la seguí garchando medio
despacito. Ella me miró unos segundos más y se colocó para que
siguiera.
-No te puedo creer...
-Me salió así -dijo Fernando sonriendo- Una bestialidad... a veces me
siento así, cómo decirlo… No sé, ahora veo que el racismo existía
desde que era chico ¿No?
-Los argentinos somos racistas -dijo Gonzalo mientras se reía de la
imagen de Fer con la colorada.
-No te rías nabo, me fui al carajo.
-Sí, obvio, pero la mina siguió.
-Y no solo eso, mirá que loco, porque después del polvo me preguntó
si la quería.
-¡Uh! Estaba bastante mal esa señorita, ¿no?
-Y... te dije: argentina, psicóloga y judía... y a mi criterio en ese
momento, muy puta… a la semana me llamó para garchar con una
amiga de ella… estaba desecha… ¿sabés? Me re cagué, le dije que
no…
Se quedaron unos segundos en silencio, Fernando recordando y
Gonzalo viendo lo que él imaginaba de la escena.
-Bueno -interrumpió Fernando- contáme vos tu brutalidad.
-¿Tiene que ser con una mina?
-Sería justo, ¿no te parece? -sugirió Fer.
-Creo que no le he hecho nunca una brutalidad a una mujer... -dijo
Gonzalo con la vista perdida- aunque una vez...
-Soltálo Gonzalo soltálo, que debe estar bueno.
-No, pero mirá qué cosa, era psicóloga.
-¡No me lo digas! ¿Y era judía?
-No, pero a mi criterio de ese momento era puta.
-Ha habido coincidencia...

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Gonzalo se acomodó en su asiento, se sirvió un poco más de champán
y dijo:
-Bueno, te cuento, era una mina insoportable, pero estaba buena,
discutía todo el tiempo, sin parar, cantaba canciones horribles con una
voz insuperablemente lastimosa... era raro lo nuestro. ¿Ves? Me había
olvidado de ella. A esa le hice bastantes barbaridades, pero se lo
merecía.
-¿Por? -preguntó Fer.
-Por insoportable y jodida. Me hacía unos planteamientos rarísimos y
me quemaba la cabeza... no sé, bueno qué importa, la cosa es que
fuimos a un restaurante chino y empezamos a discutir por boludeces,
como siempre. En la mesa había pasta de camarones y una botella de
sidra en un cubo con hielo.
-Ah, qué dato interesante.
-No seas bolas que es importante -continuó Gonzalo-. Yo le dije
alguna cosa que sería real y cierta, contundente, y ella lo tomó como
una bestialidad. No sé qué habrá sido... Entonces la mina metió los
dedos en la copa y me tiro sidra a la cara, y yo que soy como soy, la
miré, sonreí, me sequé y tomé un poco de mi copa, para luego tirarle
el resto encima.
-¿Y ella?
-Igual, se secó, sonrió y empezó a comer pasta de camarones seca, dio
un mordisquito, y luego me lo aplastó en la cabeza... en medio del
restaurante.
-¡Uh! -sonrió Fernando.
-Y creo -dijo Gonzalo riendo- que hasta ese momento nadie había
notado mucho nada, pero claro, yo la miré, me volví a reír, y mientras
me sacudía la putita pasta de la cabeza agarre la botella, el cubo de
agua, y se lo vacié todo encima, con los hielitos inclusive.
Fernando se empezó a reír.
-Pero ahí no termina. Agarré el estéreo de su coche, las llaves de su
coche, me paré y me fui a la mierda... con su coche... era invierno y
hacía un frío... -Gonzalo sonreía medio culpable prosiguiendo con el
relato- No sé cómo habrá hecho para pagar, porque no tenía plata...
nunca se lo pregunté.
Fer se reía entusiasmado.
-Y me fui para su casa que estaba a unas veinte cuadras. Paré en
segunda fila y me dispuse a esperarla... Llegó como a la media hora,
toda mojada y cagada de frío. Pero me miró y sonrió.
-¿Sonrió? –preguntó Fernando.

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-Sí, yo creo que estaba medio chiflada... La miré venir hacia el coche,
sonriente y yo bajé la ventanilla y le digo: -¿Hace frío?
-¡No! -dijo Fer
-Sí, y se puso como una loca, empezó a correr por la calle, sin
rumbo... me bajé de su coche, la corrí, la alcancé y la agarré por detrás
para girarla, la miré fijo y la sacudí porque estaba como en shock y le
di las llaves del coche. Le grité: Tomá tu coche. ¡¡¡Me voy!!!
Fernando miraba a Gonzalo esperando el fin.
-Esa fue la brutalidad... la pregunta por el frío... -Gonzalo se quedó
pensativo y con una sonrisa dibujada en el rostro.
-¿La pregunta por el frío? Dejálo, dejálo hermano… ¿cómo siguió la
cosa?
-¿Sabés que no me acuerdo si me fui o si subí y me la cogí? Fueron
tantas las escenas que vivimos que no me acuerdo que pasó esa vez, es
increíble pero es así.
-Creo Gonzalito, que tu brutalidad -que no solo es preguntar por la
temperatura ambiental- supera a la mía, porque tiene daño moral y
maltrato físico... tome nota, señor juez.
Gonzalo se rio en su recuerdo.
Fernando se puso de pie después que la azafata recogiera las bandejas
de la cena. Habían disfrutado de un aperitivo, un primer plato
agradable de carne, unos quesos con uvas, higo y nueces, unos dulces
obsequiados a más por la azafata, una mouse y unos licores, todo
regado con buen tinto de calidad aceptable. Miró a Gonzalo y se rio.
-Mirá, en Madrid me viene a buscar la mina esta que paga el ticket.
-Ah... Te felicito -dijo Gonzalo sarcástico.
-No seas nabo, te lo digo para ver si querés que te llevemos a algún
lado. Dejáme pasar que ahora vengo, voy al baño. ¿No estás en pedo
vos?... yo tengo una alegría...
Tardó un poco en regresar, pero volvió con otra botella de champagne.
-¿Otra? -dijo Gonzalo. Mañana voy a estar hecho un Cristo.
-Mañana se duerme, porque en realidad en unas horitas llegamos…
Fernando estaba más sereno que al ir al baño, pero Gonzalo no lo
noto. Estaba relajado, la tensión con la que había subido al avión se
había ido apaciguando hasta el punto de inconsciencia atemporal que
puede generar el alcohol y la buena compañía en un vuelo.
-Sí, lo sé, es un decir –contestó Gonzalo.
-Y como para mí ya estamos en horario español, pues chaval, es
madrugada y ¡estamos de fiesta! -se le acercó al oído y le dijo-:
¿Sabés a quién le di unos besitos en la boquita?

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-¿En serio? ¿A la azafata?
-No minimices mi capacidad de maniobra... al piloto.
-Dale, tarado.
-¿Y a quien va a ser? ¿Al gordo ese de la gorra que está sentado del
otro lado? Le comí la boquita tiernamente... sí, y creo que me la
podría culear incluso. A esta hora hacen turnos y se queda solita en el
control... Bueno, como te decía ¿querés que te llevemos a algún lado?
-No, tengo gente que me viene a buscar, también.
-Ay, perdón, ¿gente importante, che? -y Fernando lo dijo con acento
cheto.
Gonzalo cambió un poco el semblante, como entrando en razón.
-Vengo a Madrid a arreglar unas cosas, no de joda. Después de eso
será otra historia.
-No te lo tomes a mal, sabes cómo soy -dijo Fernando mientras servía
champagne.
-No, no me lo tomo a mal. Estaré unos días medio desconectado,
haciendo mis cosas, tengo que ir a Barcelona también y tal vez a
Bilbao...
-¡Que bárbaro, che! -dijo Fer con acento mas estirado aún- Yo solo me
quedaré por Madrid unos días, pero también iré a Barcelona, antes de
ir unos días a Menorca... eso sí. Yo solo estaré de joda. No sé cómo es
tu itinerario, pero si querés nos encontramos en Barcelona ¿no querés
venirte a Menorca? ¿Conocés?
-Qué se yo, lo de Barcelona puede ser, pero todo depende de cómo
arregle mis asuntos.
-Importantes asuntos, Manucho -dijo Fernando con más acento de
zona norte de Buenos Aires.
En ese momento llegó la azafata, miró a Fernando y dijo en voz muy
baja:
-¿Necesitan algo los señores?
Fernando sonrió, miró a Gonzalo y levantó los ojos inclinando la cara
hacia el lado contrario en que miraba. Era un gesto pícaro y simpático,
ganador.
-Claro -respondió-. Si me permite un segundo para aclarar un tema
con mi jefe, en seguida me acerco.
La azafata se retiró rápida y decidida, se había perfumado y repintado
la boca.
Gonzalo miró a Fernando cómplice pero algo confuso.
-No me mires así. Es fácil la cosa. Hemos congeniado muy bien... -y
levantando las cejas agregó- y le encanta la merca.

155
-Pero qué decís -dijo Gonzalo un poco sobrado.
-Lo que escuchaste, y cuando una mina es del palo le saco la foto
rápido. Y no sabés cómo le gusta... la que tiene es muy buena.
-¿Que tiene merca?, ¿acá?
-No, en lo de la abuela que vive en Boston, boludo... claro que tiene, y
de la mejor... así que mientras vos te haces los ratoncitos o dormís, yo
voy al servicio.

156
35. Llegada a Madrid
El avión aterrizó en Madrid de madrugada. Eran las cinco cuarenta y
cinco minutos.
Tanto Gonzalo como Fernando habían tenido un agradable vuelo entre
risas y charlas amenas... sumado al alcohol y demás bondades
sucedidas...
Al bajar del avión se dirigieron hacia el control de pasaportes de
ciudadanos de la comunidad europea, y mientras caminaban Gonzalo
sonrió al ver a Fernando con el pasaporte en la mano.
-¿De qué te reís bolas?
-Sonrío, que no es lo mismo.
-Sí, ¿pero de qué?, si no viste la foto...
-Es que tenés el pasaporte con una cubierta que dice United Kindom...
y es italiano, o eso creo
-Sí, es italiano, ¿cómo lo sabes?
-Y no podés cubrir el pasaporte italiano con eso... en realidad no se
puede proteger un pasaporte con una cubierta de un país distinto... es
ilegal.
-Qué sarta de boludeces me estás diciendo y qué poco interesante es.
-Es ilegal boludo, yo no hice la ley, te pueden tocar los huevos...
estamos en España.
-Qué decís, si ni se lo miran... a esta hora ni nunca. Solo joden a los
que traen pasaporte no comunitario. Fernando estaba un poco agresivo
en sus modales, y no se daba cuenta.
-Qué mal te sentó el polvo -dijo Gonzalo con doble intención...
sonriendo.
-Uh, no seas así, y no fue el polvo que a decir verdad estuvo bien... un
polvo de altura... era re viciosa. Menos mal que se vuelve en un par de
días, porque no sé de qué me tendría que disfrazar para hacerle el
casting.
-¡Qué turro!
-¿Turro? Qué antigüedad... y además ¿quién imprimió las tarjetas de
presentación?
Gonzalo sonrió.
-Creo que fue el café que me puso nervioso -dijo Fernando serio.
-Ah, no me digas... el café... -dijo Gonzalo sarcástico.
-Qué decís, si lo otro fue una puntita nomás...
-Sí, sí, claro, y el café te puso así.

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-¿Se me nota mucho? -preguntó Fernando- es que no pude evitarlo,
era una situación única, no se da tan fácil lo del avión, no es nada
frecuente, ¿sabés?, culearte a la azafata y que además sea del palo y en
primera, y que nos dé champú del bueno... Gonzalo lo interrumpió
apretándole el brazo.
-Pará, yo te lo noto, así que si no bajás un cambio estos que no se fijan
-según vos- capaz que se dan cuenta...
-¿Estoy muy mal?
-No, no estás de mueca ni nada, un poco acelerado, así que no hables
mucho y dejá que pasen primero un par de personas y yo voy detrás
tuyo. No hables, saluda amable pero parco, que como sabés es un
trámite rápido. Me imagino que no tenés nada encima...
-No, ni loco, acá por ser sudaca si te enganchan con un pelpa te comes
la cana de por vida.
-Sí, ya lo sé. Me alegro que seas coherente por lo menos en estas
cosas.
-Yo soy coherente en todo... un desastre pero coherente.
Al llegar a la fila de control, Fernando se rio. Miró a Gonzalo y le
señaló al gordo de gorra que había estado en primera con ellos.
-En un momento el deigor este me parece que se percató de que algo
raro pasaba y la azafata inmediatamente salió del office y le llevó un
par de botellitas de whisky y unos chocolates. Le sacó la mesita del
apoya brazos y lo bloqueó, con sonrisa servicial. El gordo la miró
raro, pero no dijo nada, y se empezó a zampar los chocolates mientras
se servía el whisky.
-Bueno -dijo Gonzalo- después me lo contás, pero ahora centráte.
-Está bien, papá, me porto bien.
Pasaron el control sin problemas y se juntaron en la cinta a recoger las
maletas.
-¿Traés muchas cosas? -preguntó Fer.
-No -dijo Gonzalo- un par de maletas ¿y vos?
-El de mano, que es grandecito. Y nada más. Dejé todo en casa... un
quilombo, pero es que acá en casa de esta mina tengo de todo.
-Entonces andáte, te agradezco que me esperes, pero nos vamos a ir
separados. Yo tengo que hacer y vos también tendrás tus cosas.
-Uh, que ortiba, te estoy haciendo compañía...
-No te lo tomes a mal, pero es que prefiero salir solo, así que ya nos
ponemos en contacto. Te llamo cuando tenga lo mío listo y nos
encontramos... será en unos días.
-Okey, bueno, está bien. No seas garca y no me dejes tirado.

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-No creo que te quedes tirado, y no soy garca.
Gonzalo extendió la mano a Fernando y este sin dar posibilidad a
réplica lo abrazó y le dio un beso.
Gonzalo se quedó un poco frío, rígido, pero Fernando al apartarse, lo
palmeó y le dijo:
-Cuidáte che, que no es fácil hacer amigos como vos.
Y se fue con su maleta de mano, caminando como si siguiera algún
ritmo musical.

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36. Gerardo
Micaela conoció a un odontólogo unos veinte años mayor que ella.
Había ido a su consultorio por un dolor de muelas. El dentista fue
correcto en el trato e impecable con su trabajo. Era viudo desde hacía
un par de años y tenía dos hijos mayores, que vivían solos. Un hombre
sereno, estable y centrado, educado y muy correcto, como corresponde
a un profesional dentro de su trabajo.
Micaela se sintió atraída, pero no se insinuó, como hubiera hecho años
atrás. Nada. Se comportó como una señorita.
A los pocos días de la consulta, paseando por Recoleta se encontró
con él. Fue un encuentro casual, inesperado. El hombre la saludo
cortésmente y le preguntó por su dolencia, y ella solo dijo estar mejor.
Tenían una cita pendiente y Micaela no lo mencionó. El Doctor se
despidió con distancia y tampoco mencionó el detalle. Pero ambos se
quedaron pensando el uno en el otro.
Micaela aún seguía enganchada con Gonzalo y Fernando, que la
habían dejado, pero ella era así.
Le gustaba mucho sentirse deseada, pero empezaba a aprender el
propio valor y el respeto por ella misma. Ya había cometido muchos
errores en su vida, y ningún hombre había querido nada serio con ella.
Sentía en su interior que Fernando la amaba, pero intuía que no sería
para siempre. Y no podía explicarlo, pero lo percibía así. No podía ser
que ese amor tan profundo fuera real, aunque fuera cierto. Porque era
cierto en un magma de irrealidad, en el magma del amor en la vida de
Fernando. En ese caos que envolvía a su vida. Era un amor tan
tangible como imposible. Un amor no podía nacer del caos...
Pero sin Gonzalo, Fernando era incompleto... le faltaba seriedad,
seguridad y prestancia... le faltaba moral.
Gonzalo, en cambio era su opuesto, sano y galante, paternal... pero
carecía de la chispa vital que la enganchaba a Fernando. Le encantaba
la aparente vida tranquila de Gonzalo, pero no era suficiente.
Era difícil de explicar, en su alocada simplicidad mental Micaela era
contradictoria. Aplicaba en otros lo que con ella no había aplicado.
Se comparaba con otras mujeres e incluso juzgaba. Otras podían ser
putones a sus ojos, pero ella no. Lo que ella había hecho no contaba,
era su secreto, y así moriría, como su secreto, como su experiencia
secreta.
El día indicado, volvió a la consulta. Estaba vestida como una
señorita. Gonzalo le había enseñado a vestirse con decencia de señora,
160
cosa que a Fernando le daba casi igual, a moverse, a tener modales, y
se sentía segura con su aprendizaje.
Entró al consultorio, se anunció y se sentó a esperar. Sacó un libro de
su cartera y empezó a leer.
La asistente dental abrió la puerta, despidió a un paciente y la llamó.
Al entrar vio al odontólogo que estaba de espaldas lavándose las
manos. Se acomodó en el sillón camilla y sonrió muy delicadamente a
Gerardo que se giró para recibirla. Ella lo miró sin intención, sin
demostrar nada más que una cortés sonrisa, y ese gesto tan sencillo y a
la vez adulto cautivó a Gerardo. Le brillaron los ojos y Mica lo notó,
pero no se inmutó en lo más mínimo.
-Buenos días... Micaela ¿verdad?
-Sí Doctor, buenos días.
Y ese “Doctor” sonó tan distante que Gerardo sintió que los pies le
temblaban. Era un hombre de éxito, con un centro odontológico
propio, buena posición y sensible educación. Se le notaba el savoir
faire, el club de golf y la equitación. Esas cosas se ven desde lejos, le
había contado Gonzalo y ella lo había aprendido muy rápido. Siempre
le había interesado el poder relacionarse con gente así, y así le había
ido de mal en sus intentos sin maestro. Pero ahora sabía. Gonzalo se lo
había mostrado en sus salidas y reuniones.
-Gonzalo- pensó- Mi amor Gonzalo...
-¿Cómo se encuentra? -preguntó amablemente el dentista.
-Muy bien, gracias -contestó dulce pero algo seca.
-Me alegro, entonces el trabajo no debe ser hecho por nosotros -
bromeó Gerardo-, vamos a echarle un vistazo, abra la boca por favor.
El Doctor se acercó a Micaela y percibió su perfume natural oculto
bajo la fragancia del perfume exquisito que Micaela llevaba.
Gerardo se resistía a ese aroma tan sedoso y seductor, y como un
profesional hizo su tarea sin distracciones, a pesar de la impresión que
le había causado su paciente al entrar.
Micaela lo miraba sin mirarlo, se dejaba hacer el trabajo como si de un
ángel sanador se tratara.
-Muy bien, Señora, impecable.... No parece un trabajo mío -volvió a
insistir Gerardo sintiéndose tonto, sin saber que decir para no parecer
desubicado.
Esa mujer lo había cautivado, y no se lo explicaba. La deseaba, tal vez
harto de las insinuaciones de sus pacientes femeninas que se derretían
por su presencia tan varonil, su prestigio, y su viudez.

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Solicitó a la asistente que trajera una ficha en blanco de la recepción y
aprovechó el momento de su salida para comentar: -Qué casualidad
que nos cruzáramos en Recoleta, ¿verdad? Es un sitio que me encanta
frecuentar...
-A mí también me gusta -respondió Micaela-. Suelo ir a caminar, los
días de sol. Me trae bonitos recuerdos. ¿Usted cree que tendré que
hacer otro control? -y al instante de decirlo se sintió fácil, y entonces
agregó-: es que preferiría que no fuese necesario. No me gusta mucho
ir al dentista.
Gerardo interpretó la frase como una indirecta tajante y retiró su deseo
creciente de la situación.
-No necesariamente, aunque me quedaría más tranquilo -dijo más que
serio, y Micaela lo notó, vio que ganaba, entendió que dominaba la
situación. Comprendió por primera vez lo que Gonzalo le había
intentado enseñar acerca de las relaciones humanas, lo vio claro como
fondo de un manso río de montaña, y disfrutó por primera vez en su
vida de la elegante dicha de ser deseada sin haber hecho nada más que
poner distancia. Se sentía plena, feliz.
-Bueno, siendo así, pediré cita en recepción.
-Perfecto -dijo Gerardo-, en quince días.... así que me despido, Señora.
Hasta la próxima -y extendió su mano. En el instante exacto del
distante saludo entró la asistente, y acompañó a Micaela hasta la
salida, quien salió plena, llena de gozo y júbilo por su accionar tan
inteligente, tan socialmente bien visto, tan sagaz, tan digno, tan
honorable. Se sentía toda una mujer de valía por primera vez en su
vida. Sentía que su presencia irradiaba luz, y así era.
Al salir a la calle decidió caminar un poco y notó cómo la observaban
los hombres de reojo. Derramaba femineidad respetable y eso
generaba lo que una princesa a los ojos de los transeúntes.
Micaela se sabía triunfal.
Al fin de semana siguiente agradeció a Dios, aunque no creía en él, el
domingo soleado y salió a dar un paseo que esperaba fuera majestuoso
por Recoleta. Premeditadamente esperó la misma hora del fin de
semana del encuentro, y repitió lugares. Al llegar a La Biela, vio a
Gerardo hablando muy cariñosamente con un joven apuesto, justo en
el cruce de su trayecto.
El encuentro fue inevitable. Gerardo levantó la vista y sonrió
sinceramente, mostrando asombro.

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-¡Micaela! -dijo- ¿Cómo le va? Perdone usted, pero mire, le presento a
mi hijo Diego. Gerardo se había puesto nervioso y actuaba como un
adolescente en su primera cita.
Micaela sonrió a ambos.
-Encantada -saludó al joven, y agregó-: ¿cómo le va, Doctor?
-Bien, muy bien, y disculpe mi euforia, pero es que mi hijo acaba de
ganar una beca para hacer un máster en Inglaterra, y estoy desbordado
de alegría. Mis hijos me llenan de alegría.
-Ya lo veo, Doctor.
-Perdone, Micaela -dijo el joven- ¿Trabaja con mi padre? -Diego era
muy suelto, y muy entrador.
-No, no. Soy paciente -dijo Micaela un poco asombrada por la
pregunta. Y al terminar la frase hubo un cruce de miradas entre padre
e hijo, y Micaela. El muchacho miró a su padre con intencionada
malicia sutil, y sonrió con sabiduría de joven.
-Los dejo un momentito, que tengo que entrar al baño -hizo una
mímica graciosa de hacerse pis y agregó-, mi padre hace media hora
que no me deja ir... ya vuelvo, espéreme Micaela que le quiero
preguntar algo -y salió rapidísimo sin dar derecho a respuesta.
-Perdone, Micaela, sé que esto es algo atípico, pero me dejé llevar por
la alegría -se excusó Gerardo- y quería gritar a cuatro vientos que mi
hijo había sido becado en Cambridge, y justo la vi y no pude
contenerme. Lo siento.
-No se preocupe, Doctor. Lo entiendo perfectamente.
-¡Ah!, comprendo... también tiene hijos que la llenan de alegría -
interrogó Gerardo inocentemente.
-No -dijo Micaela-, no tengo hijos -y sonrió.
-Ah, bueno, ya vendrán, son algo maravilloso.
-Sí, lo creo -y lo dijo con educada sonrisa.
-Bueno Doctor, lo dejo. Un gusto encontrarlo.
-¿Pero no espera a mi hijo?, le quería preguntar algo, que por cierto no
sé qué será. Espere un momento, y le ruego me tutee. ¿Quiere sentarse
y tomar algo?
-No, gracias, muy amable. Despídame de su hijo -extendió la mano
plena de satisfacción, por el nuevo triunfo, y en el momento en que
estrechaba su mano se escuchó la voz de Diego.
-Veo que se marcha sin esperarme, Micaela… Intuyo que sabía lo que
le iba a preguntar.

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Micaela se puso algo nerviosa. No tenía noción de haber visto antes a
ese joven que no era menor que ella, pero “el mundo es un pañuelo”,
como siempre le decía Fernando.
-¿Sí? -dijo mientras se sonrojaba.
-¿Es bueno mi padre como dentista? Porque él dice que sí -y sonrió
inteligentemente.
Micaela rio, corto pero amable. -No lo sé. Estoy muy bien pero me
dijeron que el arreglo que me hizo no parece suyo -y sonrió con
malicia.
-Ya lo creo -dijo Diego-, veo que tiene una hermosa sonrisa. Y eso mi
padre no lo hace bien... digo, lo de sonreír.
-Bueno, Diego -dijo Gerardo-, sos incorregible. Perdónelo Micaela,
tiene veinticuatro años...
-¿Pero será posible, papá? Lo decís como si vos fueras un viejo
¿Sabés Micaela? Acá donde lo ves tiene solo cincuenta y uno ¿y vos
cuantos tenés?
-Veintiocho -dijo Micaela- y se sonrojó.
-Mirá papá, eritema púdico, como te gusta decir a vos.
-¡Pero Diego! no seas tan insolente -dijo Gerardo.
-No se preocupe, Doctor, no me molesta en lo más mínimo. Ahora sí
los dejo, que me espera una amiga.
-Vamos para el mismo lado ¿No, papá? La llevamos. ¿Para dónde vas,
Micaela? -dijo Diego y se echó a reír.
-No le haga caso, Micaela, es así, un bromista.
-No se preocupe, Doctor, adiós, los dejo -extendió su mano
nuevamente a Gerardo y luego a Diego, quien no se atrevió a
acercarse para darle un beso. Y se fue caminando tranquila, como una
señora bien, con sus veintiocho años. Parecía una empresaria exitosa y
desestresada, cosa inverosímil, pero eso parecía.
Mientras miraban un poco atontados cómo se alejaba, Diego preguntó:
-¿De dónde sacaste a este bombón, papá?
-Es una paciente, boludo, apenas la conozco...
-Ya me di cuenta -dijo Diego con sorna.
-Y vos me haces quedar para el traste -dijo el padre ofuscado pero
cariñoso-. ¿Cómo se te ocurre preguntarle si trabaja conmigo? Parece
como si nunca hablaras conmigo... ¡Date cuenta! A veces sos medio
pelotudo...
-Nada que ver gilún, ya tenés tema de conversación para la próxima
visita que te haga... se te nota a la legua que estás muerto... ¡¡¡¡Que

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huesito se quiere comer el Tata!!! ¡Ese es mi pollo! -dijo Diego
abrazando al padre.

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37. En Barcelona, hacia El Prat. (O cómo pasar los
controles)
Fernando y Gonzalo se encontraron en Barcelona. Habían viajado
separados, porque cada uno tenía que arreglar sus fatos en Madrid.
Habían quedado en Plaza Catalunya, y Fer esperaba apoyado en la
boca del Metro mientras miraba minas por la calle.
-Sí -pensó-, algunas están buenas, pero en general, las mejores son las
extranjeras... ¡cómo me gustan las argentinas paseando por Santa Fe y
Callao o por Cabildo y Juramento!... qué
buenas que están las argentinas...
Gonzalo llegó y se sentó en una mesa del Zurich. No miraba nada en
particular. Estaba allí, incómodo, en Barcelona, que no le gustaba
nada. Tal vez por nostalgia de Baires pero la verdad es que lo que no
le gustaba era el espíritu catalanista moderno y veía en Barna solo lo
malo, que no era poco decir.
Fer lo vio y se acercó con la familiaridad de siempre.
-¡Qué pasa, tronco! Por fin nos vemos.
Gonzalo le sonrió, amigable.
-Sentáte che...
-¿Cómo te fueron tus cosas?
-Bien, bien... ¿para qué te voy a contar?
-Para nada... soy tu amigo, para saber que todo va bien.
-Bueno, sí, tenés razón, pero mejor contáme lo tuyo.
-¿Lo mío? Simple... fui a lo de la que te conté... culiamos un montón...
después me abrí unos días y visité a unos amigos y algunas amigas...
lo de siempre... fiesta, juerga, nada serio...
-Mirá Fer. Lo mío fue un poco torcido, entre idas y vueltas,
aeropuertos y viajes relámpago. Estoy cansado y algo desilusionado.
Por eso te dije que sí a lo del viaje a Menorca... no conozco y quiero
descansar.
Fernando había notado que lo había convencido sin mucha dificultad,
al llamarlo por teléfono.
-Mirá Gonza, tenemos tiempo, así que tomemos el autobús que sale de
allá enfrente... para qué meternos en un tacho que tardará lo mismo.
Gonzalo pagó los cafés. -Tinta china -dijo-, no sé cómo se pueden
tomar esta mierda.
-¡Uy! cómo estamos de rudos hoy... Desenchufáte que ahora estás
conmigo y nos vamos a la islita del silencio, como la llaman acá, La
isla de la Calma.
166
Gonzalo iba impecable, con elegante sport medido que parecía traje
sin corbata. Fer, se había preparado especialmente para el control
aeroportuario, no había dejado detalle sin mirar. Reloj Rolex falso
pero bueno, Levis tiro bajo, ancho y necesitado de cinturón,
calzoncillos de Prada, medias de Calvin y Chomba La Martina.
Gorrita colgando de la cintura, ipod, Iphone y Blackberry. Anteojos de
sol Gucci, robados al descuido a su último fato, con robustas patillas
símil oro. Pulsera de acero quirúrgico y cuero negro. A Gonzalo no le
llamó la atención, porque era la forma habitual de vestir en Fernando,
aunque no reparó en los sutiles detalles
Al llegar al Prat, fueron al mostrador de embarque, y pidieron sendas
tarjetas. Ambos con pasaportes europeos, pero con acentazo argentino
que se empeñaban en remarcar con tonta complicidad. La azafata de
tierra se meaba a chorritos al escucharlos hablar, pero sentía un odio
brutal hacia el supuesto éxito de ambos.
Pensó: -Argentinos de mierda -y les habló en catalán, cosa a la que
estaban más que acostumbrados. Cada vez que habían pasado o
entrado y preguntado algo, comprado o comido, habían escuchado
catalán, aplicado severamente por el interlocutor, al descubrir la
argentinidad. Llamativo, pero real.
Los dos sonrieron, y contestaron en castellano, sin inmutarse.
Fernando hubiera hecho el idiota un rato, pero la chiquita le pareció
un bofe, y lo era.
Dijeron adeu a dúo, y se rieron a carcajadas.
Tarjetas y pasaportes en mano se fueron hacia el control.
Gonzalo empezó a quejarse, del abuso al que eran sometidos los
ciudadanos en los controles de aeropuerto.
-No puede ser esto... nos han criminalizado... mirá cómo tratan a la
gente. Es insultante que les den poder a estos subnormales para que
nos controlen como si fuéramos ganado.
-Pero decime una cosa, Gonzalo: ¿Por qué no lo usas en beneficio
propio? Yo me divierto como un enano en los controles.
-No seas pelotudo, que todo esto es una mierda
-Por eso Gonzalito. ¿Quieren caldo? ¡Dos tazas! como dicen acá.
Mirá, me toca las bolas esto mas a mí que a vos... y sé por qué te lo
digo. Antes si llevaba un porro, o un pelpa, nadie te miraba mucho,
pasabas siempre y chau. Ahora es un bardo con estos forros que se
creen que son superhéroes de la seguridad. ¿Quieren espectáculo? Se
los doy, con beneficio propio.
-¿Pero qué decís, Fer?

167
-Que laburen, loco... que me revisen de punta a punta, que me ayuden
cuando se me cae el pantalón, que se me mezclen los bultos en la puta
cinta y que la gente se queje, que me miren las botas que llevan metal
en la punta. ¿No sabías que un terrorista puede matarte a patadas con
esto?
Gonzalo sonrió con ganas. Entendía a Fer como a su lado oculto, y le
encantaba su manera de encarar las cosas.
-Mirá, loco. Yo paso primero, vos mirá y divertite, y metete atrás mío
para hacerme la pata.
-Estás de la gorra, Fer, pero dale... total ya estoy hasta las manos.
Los negocios de Gonzalo se habían cerrado sin él. Era un trabajo muy
importante, muy bien pagado. Pero no había podido ser. Se había
perdido una posibilidad única de retiro anticipado.
Sabía controlar le derrota en la ilusión de un futuro incierto, pero
seguro. Tal vez por eso aceptó la invitación de Fernando. No estaba en
sus planes ir a Menorca, no tenía interés, pero no tenía otra cosa mejor
que hacer.
Fernando puso la maleta de mano en la cinta y luego agarró una caja
plástica donde empezó a poner reloj, celular, ipod, maricona, bolígrafo
y teléfono. Se dejó cinturón, pulsera, botas y abrigo. Mientras tanto
otros pasajeros pusieron sus maletas detrás de la suya y Fer intercaló
su caja con un: -Perdón...- haciéndose el distraído.
Se puso detrás del detector como esperando una orden para pasar y
automáticamente le gritaron: -¡El abrigo, quítese el abrigo y me lo
pasa por la cinta!
Se dirigió nuevamente a las mesas, cogió otra caja plástica, se quitó el
abrigo y lo metió dentro. Al meterlo en la cinta vio que ya había
generado cola y que algunos habían pasado por delante de él, llevando
la cinta hacia el otro lado a sus objetos personales que sumaban maleta
de mano y dos cajas.
El controlador, al ver las cajas acumuladas, dijo de muy mala manera:
-A ver señores si se llevan estas cosas.
-¡No puedo! -gritó Fernando sonriendo con sorna y con actuada
preocupación-. Estoy del otro lado y no he pasado aún.
-¡Apúrese!, que no tenemos todo el día.
-Bueno, bueno, ya voy -dijo Fer con ánimo calmado, y al pasar debajo
del detector mientras sonaban las alarmas agregó-: Usted cumple
horario... yo no -cosa que al controlador lo puso verde, pero nada
podía decir ante tan obvia verdad.

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Ipso facto una mujer controlador le espetó: -¡Sáquese las botas y el
cinturón! ¡Que lleva cinturón y allí dice bien claro que no se puede! Si
es que hay que decirles todo mil veces...
-Perdone usted, señorita -dijo Fer apostando a la falta de anillo en
dedo anular de la dama en cuestión-, y digo señorita dado que estimo
que por su humor sigue aún soltera, escúcheme... sin cinturón se me
cae el pantalón, y haré un papelón sin su perdón.
Y le guiñó un ojo, cosa que ofuscó tremendamente a la señorita, que
no podía negar su soltería. Y entonces Fer se giró sonriendo de la
rimita y salió nuevamente, en busca de otra caja, donde metió el
cinturón.
Regresó hacia el control y preguntó: -¿Tienen aquí una silla? Es que
es difícil quitarme las botas de pie, diría que imposible. Sufro de
lumbago crónico y bloqueo del canal medular con hipospadia severa,
lo que me impide agacharme -y se quedó muy serio de pie, esperando
el acercamiento de una silla, mientras se apoyaba en la mesa de las
cajas.
Un segurata entrado en calor por la escena que ya parecía preparada,
obligó a Gonzalo a pasar por otra cinta dado que Fer había conseguido
acaparar una cinta, el odio del personal, las risitas de algunos lúcidos y
la atención supuestamente despreocupada y desinteresada del resto de
pasajeros.
Fernando, muy tranquilo, se sentó en la silla, se quitó las botas, y
mirando para todos lados preguntó:
-¿No tenéis nada para cubrirme los pies? Es que estoy resfriado y me
afecta a la hipospadia el frío en los pies -y lo dijo manteniendo los
pies en el aire, como un chico tonto. Se calzó unos peucos que le
trajeron con desgano y recogió otra caja donde metió las botas.
Sujetándose el pantalón con una mano, medio renqueando medio no,
se acercó a la cinta con parsimoniosa marcha y metió la caja en las
ruedecillas, empujándola como si se tratara de un juguete. Luego pasó
por el arco del detector de metales, el que por lógica volvió a sonar.
La guardia civil se interesó por el episodio, dejaron de ligar entre ellos
y se empezaron a arrimar al control.
Fer entonces se quedó paralizado, mirándolos con cara de miedo y
alzó las manos como si fuera un presidiario, dejando ver la pulsera
metálica y haciendo un guiño casi imperceptible pero mortalmente
fastidioso a la segurata y se las llevó a la nuca.
Se quedó allí, inmóvil, con el pantalón medio caído por debajo del
pubis, que permitía ver que llevaba puesto un pañal.

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Un guardia civil se acercó y preguntó: -¿Qué pasa? -y vio a Fernando
con lágrimas en los ojos, tieso, con los pantalones deslizándose ya
debajo de la rodilla, caídos y un pañal encima del calzoncillo Prada. Y
a la segurata fuera de sí, increpándolo como si Fernando fuera un
violador judío y ella fuera una exterminadora de la Gestapo.
-A ver, señor -dijo el Guardia con cierta piedad por el desgraciado en
pañales dando fin a la situación y cogiendo muy suavemente a la
segurata por el brazo, quien hizo silencio automático ante la presencia
de la máxima autoridad en ese momento-, súbase los pantalones y
acompáñeme.
-Sí, sí señor -dijo Fer en tono de humillado, haciendo pucheros y
señalando en el final de la cinta una pila de cajas, y una maleta-, es
que tengo mis cosas allí -agregó entre sollozos- y además no he hecho
nada.
-¡Ayuden a este hombre! -ordeno el guardia, y Fer entonces sonrió con
victoria al ver a los seguratas levantar sus cajas y su maleta, y le soltó
otro guiño ácido a la mujer maravilla.
Y en ese instante supremo Fer gritó: -Mierda, Señor guardia civil, ¡ya
lo sé!, ¡ya lo sé!, con victoriosa euforia-, lo que sonaba era el jet
extender, el aparatito ese de la tele para alargar el pene. ¡Me olvidé de
quitármelo! Es que tengo que actuar como si no lo tuviera me dijo mi
médico. Perdóneme, se lo ruego... Espere que me lo saco y lo meto en
la cajita plástica, y salió corriendo para fuera del control, haciendo
sonar la alarma de nuevo.
Gonzalo se revolcaba de la risa al ver a Fernando en acción, en el
control, pero empezó a preocuparse cuando lo vio quitarse el pañal y
empezar a tironear del jet extender para sacárselo.
A su criterio Fer se había ido al carajo, y los Guardias civiles habrían
pensado lo mismo, porque lo detuvieron. Así, Fer, medio en pelotas,
con un pañal en los tobillos, se fue dando pasos cortitos hacia el
privado de la bennnemerita, entre las risas de algunos y la indignación
de otros pasajeros, que estaban a favor del pobre muchacho.
Gonzalo no sabía qué hacer, y cauto como siempre, decidió esperar.
Pasados unos largos minutos, Fer salió del privé, vestidito, y con
sonrisa de oreja a oreja. Gonzalo se giró y se fue sin mirarlo hacia la
puerta de embarque. Allí esperó a Fer, quien llegó con dos helados en
la mano.
-Tomá loco, un heladito, para enfriar la cosa.
-¿Qué paso?, estás re loco…

170
-Nada, nada... llame al capitán... el padre de la mina que me vino a
buscar a Madrid... Ya sabés... En realidad la llamé a ella y le conté
rápido, y al segundo llamó el viejo. La mina me quiere... le he puesto
interés a lo nuestro... la trato bien, la acaricio, le digo cosas lindas en
argentino, y le chupo la cachufleta... ¡La tiene limpita!... no me mirés
así.
-Te miro así porque estas quemado, limado... ¡qué digo! pulido
hermano, ¡estás hecho hule!
-No me vas a negar que te cagaste de risa.
-Como un enfermo, pero vos estás chiflado... -y empezó a reírse-. Pero
qué querés que te diga Fernandito, me estas mostrando un mundo que
me estaba perdiendo.
-Y que querés, yendo por el mundo como vas... siempre tan correcto...
Gonzalo siguió riendo. No sabía si delante tenía a un estúpido, un loco
o a un iluminado.
-¡Uy! -dijo Fernando- ¡Mirá!, un negro.
-¿Y? -dijo Gonzalo mirando a Fer con algo de sorpresa.
-Y eso, un negro.
-¿Y que tiene? -interrogó Gonzalo como obviando la repuesta.
-Nada. Es negro.
-¿Y qué pasa?, boludo.
-¿Como que qué pasa? Es negro, y no estoy acostumbrado...
-¿A qué? -dijo Gonzalo serio.
-¡A ver: negros! En Argentina no hay, o los que hay son porteros de
discotecas grasas, o limpian los baños.
-No seas forro, ¿querés?
-No, no soy forro. ¿A que en Argentina no hay negros?
-Es cierto, no hay -dijo Gonzalo para finalizar el tema, y se puso a leer
el periódico.
Al poco rato, Fernando lo empujó con el codo.
-Che, y está sentado ahí... como si fuera a tomar un avión.
-Uy hermano, estás muy mal. ¿Qué tiene que esté esperando un avión?
-Qué, ¿pueden? No me digas que ahora los negros pueden tomarse un
avión...
-No, no pueden, viajan todos en patera y este está acá de adorno.
-Ahhh, bueeeeno, me quedo entonces más tranquilo.
-¿Pero sos boludo o te haces?
-Estoy jodiendo, nabo. No pasa nada con los negros, es un chiste, ¿no
sabes chistes de negros?
-Sí, un montón.

171
-¿Viste Gonzalito? Hay chistes de negros...
-Y de judíos, y de chinos, y de gallegos, y de leperos, y de correntinos,
y de alemanes, y estos nabos creen que inventaron los de argentinos, y
de minas, y de tipos...
-Y de negros, Gonzalo.
-Y dale con el tema. Los de negros son racistas, y eso está mal.
-Y el resto también están mal, pero me chupa un huevo.
-Sí, ya veo, como todo en general que te chupa un huevo.
-Mirá, ¡mirá! tiene teléfono celular -gritó Fernando.
-Y qué pasa, estúpido -replico Gonzalo algo enojado.
-¿Pueden?, digo, tener celular -dijo sonriendo.
Gonzalo también se rio.
- No, no pueden, solo señales de humo, pero a este le prestaron uno
para que no haga fuego en el aeropuerto. Después se lo sacan...
-Ahhhhh, me quedo más tranquilo.
- Bueno nene, basta. Ya está con los negros.
-Okeyyy, yastá... -y al cabo de un breve silencio lo volvió a empujar
con el codo- ¿Y no será el de la limpieza? -Gonzalo se volvió a reír-
¿viste nabo? Vos también sos racista, Gonzalito.
-Nada que ver, vos sos un idiota, y yo me río de tus idioteces.
-Noooo, te reís de los negros. ¿A que nunca tuviste nada con una
negra?
-¡Y a vos qué te importa!
-No me digas que te culeaste una negra, hijo de puta.
-Qué enfermo que sos, ¿te hiciste ver alguna vez?
-Sí, y los negros no tienen nada que ver en esto. Decime loco ¿te
garchaste una negra?
-A vos no te tengo que contar nada porque sos un grasa.
-Dale Gonzaliño… contáme por Dios te lo pido -dijo Fernando sin
respirar.
Gonzalo soltó el periódico, miró a Fer y le sonrió.
-Mirá, te lo cuento por el espectáculo circense que diste hoy.
-Sí, mi vida, siii, te quieroooooo, dame un beso -y agarró a Gonzalo
por la nuca y se lo acercó a la boca.
-Pará, ¡pará que te surto! Te cuento. Estuve en Angola, trabajando.
Era el fin de la guerra de mierda que estos tenían, y yo laburaba en un
hospital.
-¿De médico? -interrumpió Fernando.
-No, de electricista boludo. De qué iba a laburar...
-Qué se yo, sos tan raro vos -aseveró Fernando.

172
-Dejálo, laburaba de médico, estaba lleno de médicos cubanos y
portugueses. Unos por la causa y otros por el dinero, aunque los de la
causa “mandaban” obligadamente toda la plata al gobierno cubano...
pero ese es otro tema.
-Bueno ¿Y la negra? -suplicó Fernando.
-Te cuento, dejáme que te ponga en situación, aunque da igual... ahí
éramos clase privilegiada, con dinero, coche, comida y alcohol, ropa...
todo lo que la población local no veía ni de lejos... por la calle eran
capaces, te lo juro, de tirarse al suelo con sumisión absoluta y besarte
los pies.
-No me jodas -dijo Fer.
-Te lo juro. Yo les decía que no, me daban lástima.
-Por negros, claro.
-Calláte forro, que estoy hablando en serio. Era así, opresión social
infligida desde afuera y desde su interior... Y estábamos solos, y las
negritas se te paraban en la puerta y esperaban a que hicieras lo que
quisieras... se ofrecían para limpiarte y cocinar a cambio de comida.
-¿Y te la culeaste?
-Pará tarado te digo, calláte o no hablo más -decretó Gonzalo con
mirada seria.
-Una tumba -y Fer se calló, pero asentía con la cabeza como
demandando.
-La primera, era horrible, pero tanta soledad y violencia te altera los
sentidos. Salíamos con ametralladoras, por seguridad, así que mejor
era no salir... y se hacía durísimo... así que ese día me agarró bajo y la
hice pasar, le di habitación y quehaceres domésticos... todos, los hacía
todos. La lleve al hospital, la analicé... HIV, sífilis, hepatitis y esas
cosas... la traté por si tenía alguna venérea rara... y ella no salía de
casa... -Gonzalo se quedó pensativo. Fer lo miraba fijo, como un
jugador de póker y asentía con la cabeza. Gonzalo parecía ausente
enfrascado en su relato- Y bueno -dijo-, una cosa fue llevando a la
otra... y me hacia masajes y me preparaba el baño y... un día me la
culié.
Fer hinchó los mofletes, pero no soltó el aire ni la carcajada.
-¿De qué te reís, forro?
Fernando abrió grandes los ojos y decía que no con la cabeza mientras
se balanceaba hacia delante y atrás.
-Bueno, reíte, pero pará de hacerte el idiota.
-Te la culiaste, culiado -y empezó a reírse a carcajadas.
-¿Qué tiene de malo?

173
-No, que fuera la camuca nada de malo, ¿pero garchártela?
-Llegué a tener tres, al mismo tiempo, bajo el mismo régimen
-No me jodas, campeón -dijo Fernando serio.
-Sí, sé que era abuso total, pero la cosa era así. Y me decidí a tener
más de una porque, mirá si la primera era fea, que un día un amigo me
vio que la llevaba en coche y me citó a su casa. Me hizo entrar, me
convidó cerveza helada, nos sentamos, y con absoluta seriedad me
dijo: -Yo sé, Gonzalo, que acá la cosa está jodida. Y sé que la soledad
a un tipo con tu pinta le tiene que joder. Entonces, todo se permite, y
lo sabés. Pero eso sí, monitos no. ¡Con monitos no! -Fernando se
empezó a reír a carcajadas, y Gonzalo continuó-: Era un culo.
Horrible. Pero fue lo primero que cayó. Por eso luego recluté más.
Fernando se seguía riendo como un loco. No podía parar de reír.
-Decíme algo -intentó interrumpir Gonzalo.
-Nada, qué te voy a decir... No sé, un culo es un culo... te las cogías…
que turro… y sí, un culo es un culo…
-¿Qué querés decir? -preguntó Gonzalo- ¿que si es fea es fea?
-No, no. Vos dijiste que era un culo y yo asocié. Soy así. Y por eso te
digo que un culo es un culo. Eso, que un culo es un culo... a mí me
encanta hacer culos... y un culo es un culo... sea negro, blanco, chino,
de mina, de traba, un culo es un culo.
-Vos sos medio trolo -dijo Gonzalo riéndose.
-Noooo, un culo es un culo. Soy vicioso, como dicen acá...
-Mirá -interrumpió Gonzalo- ¡Otro negro!
Los dos continuaron riendo cómplices.

174
38. A Menorca
El vuelo Barcelona-Menorca duró unos escasos treinta minutos.
Fernando los durmió completos, mientras Gonzalo leía un periódico
local.
Al aterrizar, Fernando despertó sobresaltado.
-¿Ya llegamos?
-Sí, dormiste como un nene.
-No me enteré de nada -dijo Fernando, y poniendo cara de preocupado
preguntó-: ¿trajiste tabla de corrección?
-¿Qué?
-Sí, eso, tabla de corrección.
-¿Para qué?
-Para las minas, no sabés lo que son acá...
-No me jodas, que no serán tan feas...
-¿Vos miraste a tu alrededor?
-Sí, claro que miré, pero estas son todas viejas.
-Antes eran jóvenes... y sabés cómo están algunas mayorcitas en
Argentina...
-Bueno, explicáme cómo es eso de la tabla de corrección.
-Nada, es eso. Un cuatro en Argentina es un ocho local, un cuatro con
cinco es un nueve y un cuatro con nueve argentino es un diez. Así de
fácil. Los cinco argentinos acá no existen...
-Sos un exagerado
-Ya me lo dirás, my friend.
Al bajar del avión, se acercaron caminando hasta la terminal aérea.
-Esto es re pueblo...
-Claro Gonzalete, por eso tiene su encanto, aunque acá se creen que
no se vive en ningún lugar del mundo como en estas tierras... han
viajado poco... esto es Mundo Menorca ¡Bienvenido!... nos vamos a
divertir.
-No sé yo, con lo que me contás...
-Hay que encontrarle la vuelta. Mirá, me viene a buscar una mina.
-¿Otra?
-Y qué esperabas, ¿que viniera el obispo?
-No forro, solo que no sé... no parás...
-Mirá, hagamos una cosa, te llevo hasta el centro, vas al bulo que
conseguiste y yo me voy con esta hasta mañana, así la pongo al día... y
vos alquilás coche. ¿Ok? Hay una agencia justo abajo del
departamento ese.
175
-Okay.
-Mañana nos juntamos temprano.
-¿Y la mina esta? ¿Qué vas a hacer?
-Me la garcho, solo quiere eso, como todas las de acá... ¿viste qué
llamativo?, esta es un siete local, aunque no existan. Y después de
coger me dejará tranquilo, ya me conoce...
-Misma línea, mismo diálogo, mismos hechos... Fernando el winner
Al salir del aeropuerto estaba Mamen esperándolos. Realmente era
una bonita joven, aunque le faltaba buen gusto en el vestuario y la
peluquería.
Saludó efusivamente a Fernando y muy sonriente a Gonzalo. Hicieron
el camino hablando trivialidades, aunque ella se interesaba bastante
por saber cuánto tiempo se pensaba quedar Fernando.
Obviamente, no obtuvo otra respuesta más que un: -qué se yo, mi
vida…- que Fer repitió tres o cuatro veces ante los sucesivos intentos
de la joven por determinarlo.
Dejaron a Gonzalo en el Claustro Del Carmen y se fueron con rumbo
desconocido.
-¡Chau, hermano! Mañana a primera hora estoy tocándote la puerta.
Gonzalo subió al apartamento y se dispuso a ordenar sus cosas.
Mamen llevó a Fernando a su casa. Al llegar, Fer abrió una botella de
cava y empezó a beber solo, mientras Mamen se duchaba. Se conectó
a Internet para escribirle a Micaela. Simplemente pensaba en ella,
memoria o culpa... no lo sabía.
Mamen salió desnuda del baño... Follaron un par de horas, entre la
primera y media botella más que se bebió Fer.
Luego se ducharon y salieron a festejar el reencuentro en el bar
Paupas, en la costa de Binibeca, y a pesar de los múltiples intentos de
la señorita por impedirlo, Fer condujo el coche.
Pidieron una cerveza para la señorita y unos cuantos cubatas para Fer,
que no paró un segundo de contar historias a Mamen, quien reía
encantada de la creatividad de su amigo. A eso de las tres de la
madrugada decidieron volver. Mamen le quitó las llaves del coche
Fernando estaba totalmente borracho, pero consciente, y como
siempre seguía muy hablador.
En la rotonda de entrada al Pueblo de Sant Lluis, los paró la guardia
civil, junto con la policía local. Aburridos como siempre en Menorca,
haciendo hipercontroles a los turistas, mirando luces y neumáticos,
pidiendo papeles y haciendo alcoholemias.
-Buenas noches, permiso de conducir y documentación del coche.

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Mamen buscó en su cartera.
-Aquí tiene.
-A ver, le falta el permiso de circulación.
Fernando miró al guardia civil, sonriente.
-¿Puedo soplar, señor? Le juro que a la ida conducía yo.
-No digas tonterías -le insinuó Mamen. El guardia civil la miró serio.
-¿Tiene algún problema para hacer el test de alcoholemia señorita?
-¡Yo no! -dijo Fernando-, estoy re mamado... como a la ida o más,
pero sentado en el lugar correcto... ¿vio que cosa el destino?
-Esto es serio, señor, así que le voy a pedir que no interfiera -dijo muy
molesto el Guardia Civil.
-No interfiero, solo que me gustaría soplar... ¿ve? A usted le molesta
porque yo no conduzco... en cambio si me hubiera parado a la ida...
El guardia civil lo miró ofuscado.
-No me falte el respeto, a mi no me molesta en absoluto. Hago mi
trabajo, y usted me está diciendo que ha conducido bebido.
-Qué va... eso sería poco.
-¿Quieres dejar de decir tonterías?, no le crea, es que está borracho y
cuando está así dice tonterías.
-Señorita, hago mi trabajo y este individuo me está faltando el respeto.
-Veo, veo... ¿que ves?... señor, disculpe pero... yo no le falto el
respeto, solo le digo que voy mamado y que me gustaría soplar... a
esta la dará negativo, se lo puedo jurar por mis hijos... que en paz
descansen... -y Fernando puso cara de congoja, con brillo triste en los
ojos.
El guardia civil escuchó el comentario, alzó la vista hacia Fernando y
minimizó el asunto.
-Eso ya lo veremos.
Mamen hizo el test sin articular palabra, mientras Fernando la
alentaba para que soplara con fuerza.
-Dale, dale, que no se infla el aparatito... está pinchado ¿no ves?
El agente constató la tasa que estaba bastante más baja que el límite
tolerado.
-¿Ha bebido, señorita?
-Una cerveza, hace unas dos o tres horas.
-Todo lo demás me lo chupe yo... ¡Ja! -dijo Fernando
-Perdone -dijo el agente ya harto de la estupidez de Fernando-, ¿es su
amigo?, ¿la está incomodando?
-¿Pero qué decís?, si está encantada conmigo... además es un huesito
que me garcho porque soy guay...

177
-Perdónelo señor -dijo un poco consternada Mamen-, lo llevo a casa a
dormir, está un poco borracho.
-To-tal-men-te... como usted podrá constatar si me deja soplar.
-¡Esto no es un juego!, y si sigue en esa tónica, a pesar de sus
problemas personales, lo voy a detener para averiguación de
antecedentes.
Fernando lo miró sonriente. Metió su mano en el bolsillo trasero del
pantalón y sacó su carnet de identidad italiano. Lo extendió
cruzándose por encima de la conductora.
-Aquí tiene, señor. Constátelo... estoy limpio... me bañé.
El guardia civil lo hizo bajar del coche a pesar de los pedidos de
Mamen para que la dejara llevárselo a casa.
-Este culiado envidioso te la quiere poner y como no puede me quiere
joder a mí -dijo Fernando en voz alta mientras bajaba.
-¿Cómo dice? -dijo el joven.
-Nada, nada... es que no hemos hecho nada... solo tengo un pedo
astronómico para tapar las penas y no es causa para que me detenga...
a menos que le moleste que un sudaca reguay como yo sé culee a este
bomboncito.
Fernando hablaba arrastrando las eses, sonriente.
Mamen bajó del coche.
-Señor, es amigo mío, y realmente no ha hecho nada. Yo lo llevo a
casa...
-Exacto, señor... no se enoje conmigo... Hagamos una cosa. Le
prometo que la próxima vez que me pare, iré totalmente en pedo... y
conduciendo, así me puede multar y no sentirse frustrado...
En ese momento se bajó el responsable del control del coche patrulla.
Miró la situación que parecía algo anormal pero un poco tonta y llamó
al agente un momento. Mamen miraba a Fer con enojo, sin decir
palabra. Los agentes subieron a la patrulla y al cabo de un rato el jefe
salió con el carnet de Fernando. Mamen estaba acongojada, pero
francamente furiosa.
El Guardia Civil más joven estaba dentro de la unidad, se había
quitado la gorra y se pasaba la mano por la cabeza.
-Vacía... -dijo Fer por lo bajo y Mamen lo miró fulminándolo.
El jefe se le acercó con desgano, lo miró de arriba abajo y se lo
extendió.
-Mire joven, suba al coche, y no diga mas tonterías, que estoy cansado
y no quiero arruinarle la noche a su amiga.
-Pero es que yo...

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-Cállate -le dijo Mamen-, y usted disculpe y gracias. No se preocupe
que lo llevo a casa.
El agente miró a Fernando serio, esperando alguna respuesta y este
alzó lo hombros, y se metió en el coche con dificultad.
-Señorita, vuelva a hacer el test con mi compañero. Si le da igual o
menos, podrá marchar. De lo contrario ya veremos.
El joven guardia civil bajó del coche, le alcanzó el alcoholímetro y
constato que el nivel iba en descenso.
Devolvió los papeles del coche y carnet, habiendo constatado antes el
permiso de circulación vigente que le había dado Mamen.
-Creo que este individuo no es buena compañía para usted, aunque
usted lo quiera ayudar.
Mamen ignoró el comentario, sabiendo qué podía pasar si decía algo y
Fernando bajaba del coche.
Al salir con el coche, Fernando bajó la ventanilla.
-Gracias señor, hasta la próxima... no se olvide de mí.
Mamen lo golpeó de revés, con el antebrazo derecho y con mucha
fuerza en el estómago.

179
39. Noticias
Micaela se conectó a Internet, en su apartamento. Quería noticias de
sus amores perdidos.
En la carpeta de entrada había un e-mail de Fernando que se titulaba:
Cosita.
Sonrió. Puso música y se sentó en el sofá con el ordenador encima de
su falda.
Estaba contenta de poder leer noticias... o vaya a saber qué locura le
contaba Fernando.
“Estimada Micaela:
Tengo el agrado de dirigirme a usted, a fin de ponerla al corriente de
la situación que nos compromete.
En estos momentos me encontraba pensando en usted, por lo que
decidí, y le ruego no lo tome a mal, presentarle mis respetos y
admiración.
Creo que entenderá que la vida es un sinfín de espirales entrelazados
que han hecho cruzar nuestros destinos en esta sublime obra de la
creación divina.
La pienso, a veces, o seguido, según se vea.
Le ruego se comporte adecuadamente y diga que no, a todo lo que
sabe no es bueno para su salud y entereza.
Le saludo con mi más distinguida consideración no sin antes desearle
un orgasmo de mi parte, impartido por mi cuerpo con exacta memoria
de usted.
Don Fernando de Chantilly Deutreaus de la Rondelle.
PD: te mando una cosa que escribí una noche de insomnio...
No quiero ver las flores marchitarse,
no quiero ver el otoño,
no podría sobrevivir al invierno.
Dicen que después del invierno viene la primavera,
pero es otra,
no es la que dio origen al último invierno.
Entonces yo,
dejaré que la voces se pierdan en el espacio,
que los recuerdos se ahoguen entre las lágrimas,
que tu figura se desvanezca en otra sonrisa,
que tus preguntas no tengan respuestas,
que el sol no llegue al ocaso,
Impediré que se desate la tormenta,
180
que la brisa remueva el polvo del olvido,
que el sabor amargo del engaño no llegue hasta mi puerta.
Haré entonces así,
que las flores no se marchiten,
para que permanezcan eternas en mi memoria,
para que sean en mi recuerdo,
casi, casi
perfectas.
Yo, pensando vaya a saber en qué.
Te mando un beso.
Te extraño.”
Micaela subió el ordenador a la mesa, lo conectó a su impresora e
imprimió el mail, inmutable.
Lo plegó en dos, y lo guardó en un cajón.
Contestó el e-mail, conciso. Solo puso “Yo también, Besitos”.

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40. En Menorca
No es porque estuvieran totalmente borrachos. No. Eso solo hizo
aflorar al niño que llevaban dentro. Ese niño travieso y estúpido que
hace de las suyas, travesuritas de niño tonto pero creativo. Cosas de
niño.
Y sí, al bajar después de haber orinado en el apartamento que Gonzalo
había alquilado para una semana en Mahón, vio a Fernando allí,
esperándolo con cara de travieso.
Fernandito estaba subido a un ciclomotor hecho mierda, haciendo
bruuummmm, bruuuuummmm con la boca. Miró a Gonza y le dijo:
-Mientras vos meabas como un señorito en el baño, yo meé en la calle
y mientras estaba meando, me encontré esta moto, ¡ja!, ¡así que subí,
que vamos al puerto en moto! Bruuummm
-¡Sí!, qué buena idea -dijo Gonzalo que también estaba bastante
borracho.
Bruummmm, bruuuummmm, hacía Fernando con la boca y con
bastantes años encima como para hacer travesuras... y la niñez a flor
de piel...
Y se tiraron para abajo, por las cuestas.
Fernando al volante y Gonzalo de copiloto.
Ses voltas se llama. Es una hermosa cuesta con cuatro curvas, que baja
del centro hacia el puerto de Mahon.
Y bruuuuummmm, los dos idiotas borrachos, niños... bajando
ayudados por la fuerza de gravedad... y así, una vuelta y otra y otra y
la última, haciendo brumbrum... despreocupados, divirtiéndose.
Y sí, estas cosas pasan, y allí abajo estaban ellos, esperando a los dos
borrachos, aburridos como ovejas, paseando de servicio por Menorca
que es tan maravillosa para los guardias civiles.
Sí, picoletos a la caza... aburridísimos de tanto hacer nada... y los
vieron justo al finalizar el recorrido y cruzar la avenida.
Fernando, acostumbrado ya a estar lleno de episodios policiales
estúpidos en su vida, no mostró ninguna sorpresa. Aparcó la moto y se
bajó con absoluta tranquilidad y algo falto de equilibrio.
Gonzalo se sintió absolutamente culpable e ilegal, aunque no
manejaba. Se sintió estúpido pero sobrio, de repente, y prefirió hacer
silencio y quedarse al lado de la moto.
Agarró a Fernando por el brazo, con fuerza, para que no empezara a
correr. Presintió que sucedería y Fer se dio cuenta fundamentalmente
por la fuerza con que Gonzalo lo sujetaba.
182
En sí misma, la situación era un poco preocupante en la mente de
Gonzalo: Los dos estaban borrachos, sin casco, sin papeles, sin
seguro, sin excusa, y en una moto... ¡robada!
Argentinos niños en España...
Fernando, haciendo uso del don de la oportunidad, dijo con seriedad:
-¡Etamos en la miedda asoluta...mami, mami! -y puso cara de nene
travieso, ayudado por el excesivo alcohol
Gonzalo lo hubiera matado, si los testigos no hubieran sido justamente
los de esa calaña.
Se quedaron quietos, eso sí, con dignidad total. Ambos serios, bien
paraditos intentando sonreír suavemente, para no levantar más mugre.
Fernando miró al guardia civil fijamente y lo reconoció.
Era el mismo guardia civil del control de alcoholemia con el que se
había topado, así que ni corto ni perezoso le dijo:
-Buenas noches, señor. ¿Vio? he vuelto a cruzarme con usted, pero
totalmente en pedo, como le prometí.
Gonzalo quería arrancarle la lengua de cuajo.
Pensó: -Para qué Dios le dio lengua y creatividad a este tarado-,
fundamentalmente si sabía que tal vez se iría con él a España. ¿Para
hundirle…? ¿...O para hundirlo?
-¿Vio Señor guardia civil? La cagué bien -dijo sonriendo-, como para
que no se frustre esta vez -añadió Fernandito con total desparpajo.
El Guardia Civil ni se inmutó aunque se le notaba satisfacción plena
en el rostro.
-Carnet de conducir y papeles del vehículo -dijo sin mirarlo.
Fernandito buscó en varios bolsillos y sacó una licencia de conducir
uruguaya. Le hubiera servido más en el baño, para varias actividades
diferentes, como limpiarse el traste o peinar raya, pero en ese
momento era totalmente inútil.
El compañero de ronda del guardia civil había llamado a la portuaria,
por un simple tema de jurisdicción.
Entonces, al cabo de unos breves minutos la situación había cambiado
radicalmente.
Dos guardias civiles y ocho policías portuarios.
En ese instante, Gonzalo decidió hablar y sugirió dejar la moto donde
la habían encontrado tirada... qué decir... para reparar el daño, aunque
en realidad donde antes estaba podía provocar un problema. Ellos la
habían levantado de en medio de la calle, para evitar un incidente que
podía ser grave...

183
Fernando hablaba con total tranquilidad, sonreía y decía cosas como: -
Bueeenooo, no es tan grave el tema, ¿sabéis? Solo fue un acto de
ciudadanía... no fue un acto de vandalismo....
Pero no importaba lo que dijesen. La policía portuaria mantenía firme
la decisión de castigarlos, era su jurisdicción y tenían que aplicar la
ley con rigor extremo.
Y ni que decir del guardia civil que gozaba de su buena suerte y las
coincidencias inevitables que Menorca ofrecía.
-Qué casualidad... el mismo que se quería coger a Mamen...
Gonzalo de pronto miró fijo a Fer.
-¡Callate! Dejá que estos señores hagan su trabajo, y pedí permiso
para llamar al señor que conocés, ese que llamaste desde el
aeropuerto.
-¿Cuál?... ¡Ah! sí... es que es un poco tarde...
-Mirá forro, mové el culo y arreglátelas con quien sea, o después
charlamos a solas, ¿me entendés? -dijo Gonzalo con una seriedad
preocupante
-Sí, mejor. Perdonen ustedes, Señores, ¿puedo hacer una llamadita?
Digo, mientras hacéis vuestro trabajo.
La ley accedió mientras se ponían de acuerdo en cómo aplicar el rigor
máximo que la situación permitía.
Gonzalo hablaba con un portuario que parecía entender la cosa como
un hecho puramente estúpido, provocado por el efecto del alcohol y la
diferencia cultural.
Fernando cortó el teléfono, miró a Gonzalo y sonrió.
-Ya´stá, hay que esperar un poquito.
La policía empezó a tomar los datos de ambos sospechosos e incautó
la moto robada, para llevarla al depósito. El guardia civil esposó a
Fernando con satisfacción plena y lo introdujo en la patrulla. Invitó a
Gonzalo a que se subiese.
Se enseñaban la licencia de conducir uruguaya, y sonreían con sorna.
Gonzalo miró a Fernando y le hizo un gesto de incomprensión. Le
preguntó: -¿Y tu carnet de conducir?
-No sé -dijo Fernando-, en realidad como venía de vacaciones, traje
este, por si me mandaba alguna cagada.
-¿Sos o te hacés? -le increpó Gonzalo sentado dentro de la patrulla.
-Tranquilo, fiera, sé lo que hago.
-¿Me estas jodiendo grasa del orto? Te esposaron, pelotudo... ¿querés
que te faje acá mismo?

184
-Ahora deslindá responsabilidades, Gonzalito. ¡No te hubieras subido
a la moto! O soy yo el responsable de tus actos. Te subiste porque te
pareció gracioso, y a lo mejor porque estabas en pedo, pero te subiste
vos por voluntad propia. Además el conductor era yo. Y punto,
salame, no pasa nada. Ya iré a los juzgados, con vos de testigo... A
vos no te esposaron...
En ese instante sonó la radio de la patrulla, al mismo tiempo que el
teléfono del guardia civil de mayor rango. Mientras el picoleto
hablaba por el móvil, el joven respondió al llamado. Simplemente le
dijeron: -Aquí central, Rodríguez Gálvez al habla. Estamos al tanto
del procedimiento. Reconfirmen la identidad de los sospechosos.
El Guardia civil confirmó identidad y la respuesta fue instantánea: -Le
ordeno que se ponga su superior de inmediato.
El superior había cortado el móvil y se acercó a la patrulla.
-Oye -dijo el jovencito-, no te lo vas a creer, te llama Rodríguez
Gálvez por radio, no sé qué pasa pero está muy serio.
-Sí, me han avisao por teléfono -contestó el superior-. Salte de aquí y
vete con la portuaria, que ahora voy.
Cogió la radio de la patrulla y dijo: -Aquí Gutiérrez, señor. Estoy al
tanto de las órdenes, me han avisao desde Madrid.
-Cúmplalas -dijo Rodríguez-, y manténgame informado.
Mientras el practicante se alejaba del vehículo después de haber
escuchado la conversación cumpliendo la orden de Gutiérrez de
alejarse, este se giró, miró a Fernando y le dijo: -No sé quién coño
eres, cabrón de mierda, pero no estoy entendiendo nada. Gírate que te
quitaré las esposas. No entiendo como un mierda como tú...
-Cuidado con el lenguaje, Señor -dijo Fernando, y antes de que
termine la frase Gonzalo le arreó una bofetada magistral, con total
serenidad. El guardia civil miró a Gonzalo.
-¡Qué hace!, no se lo recomiendo, aunque yo no he visto nada y si me
permite... -dijo el guardia civil mientras levantaba el brazo.
-Es mi medio hermano -dijo Fer cogiéndose la mejilla-, distinto padre
¿sabe? Él sí puede, pero si usted me toca se enterará -sentenció
agrandado por la borrachera.
Gonzalo le arreó una segunda bofetada y luego asintió con la cabeza,
mirando al guardia civil.
-Ay -dijo Fernando con las dos manos en las mejillas- ¿Ve como él
puede?
-Bajen de la patrulla y me esperan allí -dijo señalando la acera-, que
tengo que hablar con mis superiores.

185
Descendieron rápidamente y Gonzalo miró a Fernando con pena.
- Perdonáme, pero me descontrolé, aunque sos un forro.
-No pasa nada Gonzalo, ya está, me lo merezco, aunque me duele
bastante.
-Lo siento, tranquilo que no te rompí nada...
-Menos mal... pero cómo duele... pica...
El guardia civil habló poco por la radio, se fue hacia donde su
compañero y se apartó del grupo policial con el jefe de los portuarios.
Intercambiaron algunas palabras y se dirigieron hacia los sospechosos.
-Bueno señores, la situación es más clara, así que por órdenes
superiores solo voy a multar a Don Fernando Menéndez Iraola Peralta
Ramos. Vamos a ver: Multa por falta de casco, conducir sin carnet, sin
seguro y sin papeles. No le haremos la alcoholemia, y como no hay
evidencia de intención de robo, no levantaremos cargos, a menos que
el dueño curse la denuncia, cosa muy poco probable –y prosiguió-:
Usted, señor, queda libre, dado que no venía montado en la moto tal
como me han ordenado, y como mi compañero y yo mismo hemos
podido confirmar.
-Gracias -dijo servicial Gonzalo.
-Eso sí, si quiere darle otro golpe a su hermano, digamos así, como los
anteriores, tampoco veré nada, señor Gonzalo.
Fernando se tapó la cara con las dos manos inclinándose hacia abajo.
Gonzalo miró al Guardia Civil con seriedad.
-Me lo pensaré, me lo pensaré... es que mi hermano es un poco
travieso, incorregible.
-Es una pena, dijo el Guardia Civil, hubiera disfrutado al verlo... en
fin, quedan en libertad.
Y sin decir más, se retiraron. Gonzalo sonrió.
Miró a Fernando y apartándole las manos de la cara le dijo sonriente:
-¿Medio hermano?… ¿de distinto padre?
Fernando se empezó a reír.
-No sé, se me ocurrió. Vamos a tomar un trago.
-No, ya tuve bastante -dijo Gonzalo- y se me pasó el pedo... pero te
acompaño y me explicás bien qué le has hecho a la hija de tu amigo.
-¡Uy!, hoy no, otro día, todo a su debido tiempo. ¿Viste? No nos
hicieron la alcoholemia.
-Es que no hacía falta... se notaba a leguas...
-¿Y no podría ser que le haya surgido el niño interior a la benemérita
y en ese instante fueron cómplices de la travesura? -dijo Fernando
entre risas, explotando el don innato de ubicación situacional.

186
Gonzalo empezó a reír a carcajadas.
Fernando lo miró complacido.
-Vení, Gonza, vamos un rato a los bares del puerto.
Fernando llevó a Gonzalo a los bares del puerto. Entraron a un bar
llamado Aquelarre. Eran las dos de la madrugada y Mahón estaba
full...
-¡Ah! -dijo Gonzalo.
-¿Ah qué? -Preguntó Fer.
-No nada... qué lindo... ¿y las mujeres?
-¿No las ves?
-Sí, pero... ¿y las minas?, estas son todas viejas aguadas...
-¡Viejas aguadas!, qué bueno -dijo Fer excitado y agregó con acento
mexicano-, chinga tu madre, cabrón, esto está lleno de viejas aguadas.
-En serio boludo, ¿no ves?, vamos a otro bar.
-¡No!, qué decís... te explico mejor. Mirá, la generación que buscás,
está fuera, y las que quedan son estas que se matizan con las aguadas,
cortándose el pelito como un perro caniche y poniéndose gafitas
cuadradas... como si a todas les quedaran bien. Al lado hay un bar de
pendejos pastilleros y cocainómanos, desechos. Y más arriba hay un
par que son como este, con la música incluso mucho peor, cosa que
seguro pensabas que era imposible. Y punto.
-¡Ah!, gracias, qué bueno ¿no? Mercado limitado.
-Limitadísimo pero facilísimo.
-Sí, me lo creo, si son bagartos. No me digas que tienen los huevos de
decirte que no... aunque en realidad son la vacuna contra la lujuria...
-Ese lo había escuchado... pero está bueno... ¿vos viste a los quías?
-¡Por eso!, somos dos huesos acá, Fer.
-Ya... pero no interesa demasiado, porque si de mojar se trata acá
mojan todos, así que las hay que se hacen las difíciles, pero a partir del
tres punto… no se te niega ninguna. A esa edad están separadas,
divorciadas o solas porque por ley nadie las quiere... y con treinta
pirulos les da todo igual...
-Mercado limitado… me voy a tomar un agua. ¿Qué querés?
-Un whiscola, a lo argentino.
Se acercaron a la barra y le pidieron a una camarera argentina que
estaba de infarto que les diera el pedido.
-¿Y ésta? -preguntó Gonzalo.
-Olvidate, es argentina, y sabés cómo son... además esta infernal y acá
se le subió la cachufla a la cabeza, lógico ¿no? Seguro que en
Argentina era lavaplatos.

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-Lo intento.
-Olvidáte, además estás conmigo y me re tiene. Ol-vi-dá-te.
-¿Qué me decís? ¿Está con vos?
-Pero no, bolas, me juna y se hace la interesante...
Al lado de los muchachos había un habitante local que le miraba el
culo a la argentina que estaba detrás de la barra. Fernando lo notó y le
dijo: -¡Qué mina! ¿No? Está para matarla, soy Fernando y este es mi
hermano Gonzalo, distinto padre... ¿vos?
El muchacho lo miró algo desconcertado y cogió la mano de Fernando
que se la extendía para estrecharla. Lo miro un segundo y le dijo: -
Hola, s soy Totototo tolo Popo po pons Co co coco coll.
Fernando lo miró serio, se giró y le dijo a Gonzalo:
-¿Tomaste nota? Se llama totototopopopoccocococ... sus padres tienen
una granja avícola.
-No seas forro -dijo Gonzalo.
-No, tranqui -dijo Fer y se volvió a girar para mirar a Tolo Pons Coll,
tartamudo sin maldad y con la mala suerte de haberse encontrado a
Fernando de fiesta.
- Ah, vale, ¿sos menorquín? Nosotros somos argentinos, como verás.
-Ss ss sí -dijo el buen muchacho y se rió.
Fernando se giró, miró a Gonzalo y dijo: -¿de qué se ríe? Vení,
acercáte que vamos a charlarlo un poco.
-Sos un grasa -dijo Gonzalo mientras Fernando retiraba su banqueta
para dejar enfrentado a Gonzalo con Tolo.
-Hola, soy Gonzalo -dijo extendiéndole la mano.
Tolo saludo con la cabeza en un gesto de alzada rudimentaria y
estrechó la mano de Gonzalo.
-¿Querés tomar algo?
Fernando miró a Gonzalo con picardía y le dijo por lo bajo entre el
ruido de fuertes voces y una música a decibeles exagerados: -Seguro
que te pide un cucucucuccucubabababata, suena lindo....
Tolo los miró sorprendido, no era nada habitual que unos
desconocidos le invitaran algo.
-Nno, res, g gracias.
Fernando guiño el ojo a Gonzalo y dijo: -Res... pedíle una vaca.
Ignorando las estupideces maliciosas de Fernando, Gonzalo miró al
muchacho:
-En serio -dijo Gonzalo que sentía pena al radiografiar con los ojos al
muchacho, impecablemente vestido pero con mal gusto, peinado
prolijo y serio, como lo hacen los que sufren el ser diferentes y no

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aceptados, en un intento por agradar-. Tomáte algo con nosotros que
estamos festejando el reencuentro.
-¿Qué hacés? -le dijo Fernando por lo bajo-, después se nos va a pegar
como una mosca.
-Gonzalo sonrió a Tolo y le dijo:
-Además mi hermano me acaba de decir que paga él, aprovechemos
¿no?
-Bububueno -dijo Tolo sonriendo, y agregó-, un cucuccubata.
-¿Viste? -dijo Fernando-, te lo dije, pero esta versión es la que tiene
menos alcohol... es más corta. ¡No me lo puedo imaginar intentando
hablar cuando este en pedo! -y se giró y pidió un cubata a un barman
musculoso de ajustada camiseta negra.
Al cabo de un rato, estaban los tres hablando amigablemente. Gonzalo
había entrado rápidamente en la mentalidad de Tolo y como era su
costumbre, fue amable y servicial, haciéndolo tener más confianza
para que se sintiera cómodo. Fernando no paraba de invitarlo con
cubatas y de seguir bebiendo sus whiscolas a pesar que fueran la
misma cosa. Le gustaba pedírselos como en Argentina.
Se había dispuesto cómodamente a ver cómo Gonzalo conseguía la
soltura de Tolo. No interrumpía más con malicia, sino con
comentarios graciosos sobre mujeres, o alguna ocurrencia que se le
despertaba por el alcohol.
Fernando admiraba la capacidad que Gonzalo tenía para relacionarse
con las personas. Era un don. Tolo hablaba con más soltura y
tartamudeaba bastante menos, sin ser una maravilla con la
comunicación.
De la charla se deducía que era un muchacho simple, sencillo, sin
grandes ambiciones pero con una inteligencia práctica desperdiciada.
El medio social lo había hecho así, y se dedicaba a trabajar en los
negocios de su padre relacionados con el turismo cosa que, dada la
situación económica de ese momento, eran bastante buenos.
No tenía pareja, su timidez, y su tartamudez, eran un límite muy
importante.
Fernando se puso de pie y dijo, entre eses fuertes por efecto de los tres
o cuatro
whiscolas: -Voy a cambiarle el agua al canario –y se fue mirando de
reojo a una inglesita tierna, al baño.
Al regresar, Gonzalo le dijo: -¡Che!, dice Tolo que si vamos a Son
Bou, hay un bar que se llama Mojitos que se ha puesto de moda y que
hay mejor o más ambiente que acá. ¿Sabés dónde queda eso?

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-¡Claro!, y ya te adelanto que es más de lo mismo pero lleno de
pelotudos, lleno de jopendes en plan cowboy. Eso sí, a veces hay
inglesitas putitas -y abrazando a Tolo le dijo- ¡Me apunto al plan,
Tolito mío! ¡Vamos!
Gonzalo lo miró fijo.
-¿Se te fue el pedo?, qué eufórico se te ve.
Fernando lo miró y sonrió.
-No pienses mal... o sí... ya sabés. Igual lo que se meten acá es una
basura atómica... menos del diez por ciento de pureza, pero es lo que
hay, así que las peino enormes y me siento un falopero de película
americana.
-Sos un tarado, ¿y el otro noventa?... no puedo entender tu manera de
ser. Yo manejo -dijo Gonzalo mirando a Fer y a su nuevo compañero,
Tolo, que se sentía encantado de ser aceptado sin muchos
miramientos.
Durante el trayecto, Fernando soltó una verborragia ocurrente y
abrumadora, entre risotadas y chiste que despertaban sonrisas en
Gonzalo y carcajadas en Tolo.
Tardaron unos veinte minutos en llegar. Estacionaron cerca del lugar y
se dirigieron allí como si fueran conocidos de toda la vida.
Gonzalo hablaba con Tolo, que explicaba cómo había sido la última
reunión sobre turismo en el Consell Insular, y Fernando por atrás le
hacía gestos de interés e importancia y contenía la risa inflando los
mofletes. Estaba demasiado exaltado y no podía quedarse quieto.
Entraron al bar que estaba realmente lleno de gente.
Fernando echó una mirada rápida.
-Qué olor a huevos ¿no? Acá hay menos minas que en una reunión de
obispos de la cúpula eclesiástica episcopal…
Se acercaron a la barra pasando con dificultad entre la gente y cuando
Gonzalo iba a pedir, notó que se le acercaban desde atrás unas voces
hablando y riéndose. Se giró.
Unos jóvenes de unos veintitrés a veintiséis años se enfrentaron con
sonrisas a Tolo.
-¿Idò?, ¡tú! Què fas capullet, -le dijo el que parecía el más suelto- ¡Jo
no pensava que tu surtiries per aqui! ¿! Eh!?
Tolo lo miró tímido y dijo: -¿Cocococom va?
-Cococó -le dijo el otro joven que estaba al lado del primero y
mostraba estar un poco borracho.

190
-No apendràs a rallar mai, tú ¿eh, cap de fava? -y lo empujó entre
amistoso y soberbio. Los amigos que estaban detrás le rieron la gracia
ofensiva.
Tolo bajo la vista.
Gonzalo que no entendía bien el menorquín, no dudó en que la
situación era más que molesta y desagradable, e intervino muy
tranquilamente.
-Ah, ¿sois amigos? Tolo está con nosotros.
El que llevaba la voz del grupo, ignorando a Gonzalo empujó a Tolo
por el hombro, como amistoso, y dijo: -¿Què fas tú amb aquests
forasters de merda? ¿No saps tú que són tots uns putes? ¡Què! Estàn
amb tú per els teus doblers ¿no? Ya t`ho dic jo que tú ets un capullo.
Gonzalo miro fijó al joven y tomando distancia le dijo amenazante: -
Retira lo dicho, y pide disculpas, bien alto, de manera que todos
puedan escucharlo.
El tipo miró a Gonzalo.
-De qué vas tú, mierda, que has venido a sacarle el pan a los de aquí
en patera. Ves a ca una puta, vete a la puta mierda si no quieres tener
problemas.
-¿Me estás invitando a tu casa?, paso, no voy de putas.
El joven se quedo atónito ante la respuesta de Gonzalo, y ante la
tranquilidad con que se lo decía.
Tolo se apartó lentamente hacia atrás, atemorizado, sabiendo lo que
podía pasar.
Fernando se interpuso entre Gonzalo y el joven menorquín antes que
el muchacho reaccionara.
-No pasa nada -dijo-, tranquilos... ¿pero qué pasa? -y separó los
cuerpos mientras los amigos del joven se acercaban peligrosamente.
-¿Y tú qué te metes? -le dijo el joven-. ¿También quieres que te zurre,
sudaca?
-Nooooo -dijo Fernando sonriendo-, no, tranquilos, sólo estoy
calmando los ánimos... –y mirando a Gonzalo agregó- ¿Sudaca? ¿Me
dijo Sudaca? Claro… son mil…
Gonzalo los miró a todos, fijo. -Se van a arrepentir de haber nacido –
les dijo sonriente.
Fernando miró con temor a Gonzalo.
-¿Qué hacés nabo? ¿Los contaste? Son como veinte y además ¿te vas
a pelear por este tarta?

191
Gonzalo, tranquilísimo, dijo: -Son ocho, y han humillado a éste, que
es más bueno que el pan y que no tiene la culpa de ser tartamudo, y te
dijeron sudaca.
El muchacho que quería pelea estaba siendo alentado por sus amigos,
lo rodeaban y le decían cosas que lo hacían ponerse más nervioso y
lleno de furia.
Se dirigió a Gonzalo.
-¿Pero de qué vas tú? ¿Qué te crees, sudaca? Das lástima bebiendo
tragos gratis a costa del tòtila, ¡jo puta! Sal fuera si tienes cojones y
veras que te se quitan.
-Que se te quitan -corrigió Gonzalo, sonriendo.
El joven sin entender la corrección le dijo: -Jo puta, te se quitaran a ti,
cabrón fill de puta, sudaca de mierda. Sal fuera, mierda, ¡sal! -y
sacando pecho empezó a caminar hacia la puerta, seguido de sus
amigos, mientras gritaba- ¡Que no tienes huevos, marica!
Fernando miró a Gonzalo preocupado y le dijo: -Cagamos, hermano.
Te hago el aguante, pero yo no sé pelear muy bien, digamos que nada
y este tarta esta medio cagado, clavado en la barra más pálido que el
culo de una monja de clausura... ¿qué hacemos?
Gonzalo sonrió. Miró a Fernando y le dijo: -Si querés salí, pero trae a
Tolo, quedáte pegado a él y no te metas. No te metas.
-¿Pero qué decís?
-Lo que oíste -y Gonzalo empezó a caminar decidido pero pausado
hacia la salida, seguido por varios curiosos.
Al estar fuera el joven lo señaló con un dedo.
-¡Qué! ¿Me vas a chupar la polla? -y sus amigos se rieron a
carcajadas. Se habían dispuesto estratégicamente, en semicírculo. Un
par de ellos tenían sendas botellas en la mano derecha, vacías, pero
fingían como si tuvieran algo que beber.
La gente del bar empezó a salir detrás de los posibles contrincantes,
Al estar Gonzalo enfrentado al pendenciero, pero manteniendo
distancia de seguridad, notó con claridad absoluta que los amigos se
iban acomodando tontamente y como era de esperar, alrededor de él,
en el típico gesto inmundo de paliza por superioridad en número, una
norma en el lugar, una manera vil que tienen de sentirse hombres... en
grupo.
El joven audaz, al ver la situación se sintió seguro, miró a Gonzalo
sobrado.
-¡Y ahora qué!, mierdecilla, qué piensas hacer… -y lo dijo
distrayéndolo con sorna mientras uno de sus amigos se acercaba desde

192
atrás con una botella. La escena duró décimas de segundo, sin dar
siquiera tiempo a Fernando a gritarle “¡cuidado!”
Cuando Gonzalo estuvo a distancia de golpe del que venía por detrás
con la botella en la mano alzada se giró hundiéndole el codo en las
costillas, escuchándose un crac intenso y seco, haciéndolo caer de
rodillas y dejándolo automáticamente fuera de combate, hincado en el
suelo.
Con un giro, saltando por el aire hacia su derecha, pateó la cabeza del
segundo que se acercaba, haciéndolo caer al suelo y dejándolo
inconsciente por la patada o por el golpe de la cabeza contra la
calzada. A partir de allí y en menos de sesenta segundos, fue
tumbando a los contrincantes como si fuera un ninja bajo posesión
diabólica, pero sin ningún grito. Puños directos a las mandíbulas,
codos laterales en las sienes, y descendentes en pleno rostro,
rompiendo narices y dientes, rodillas en las caras ante las caídas de
sus adversarios y patadas en las cabezas golpeando con la tibia. Los
jóvenes iban cayendo haciendo sonoros ruidos con las cabezas contra
el suelo.
El que lo había amenazado, tenía la oreja izquierda colgando hacia
delante, y sangraba por la boca sin dientes y por la nariz, pero estaba
consciente, tumbado en el suelo de espaldas. No dejó a ninguno en
pie, había sangre por toda la acera, y la gente alrededor estaba quieta,
atónita, todos inmóviles como estatuas.
Había sido una pelea desigual de un hombre contra ocho, que al
finalizar estaba parado en medio de todos, rodeado de sangre y
cuerpos caídos, muy tranquilo.
Gonzalo se acercó al que lo había provocado, lo miró desde arriba y
éste se tapó la cabeza con las manos, en un gesto de terror y
desesperación y entonces comenzó a llorar.
Gonzalo se giró hacia Fernando y le dijo: -Vámonos, hay que poner
una denuncia urgente. Buscá testigos -miró a Tolo y le dijo sonriente-:
Estos no son buenos amigos ¿verdad? Vos sí que valés la pena.
Tolo sonrió tímido pero satisfecho, y asintió con la cabeza.
Gonzalo volvió a mirar a Fernando que estaba inmóvil.
-¡Los testigos, che!
Fernando asintió sin decir nada, cogió a Tolo y le dijo:
-Le enseñé yo a pelear así, ¿sabés, tarta?

193
41. Charla de bar
Gonzalo y Fernando se sentaron en una mesa alejada de la barra y de
la puerta de entrada. Habían dejado España años atrás por hartazgo
aunque Baleares y Barcelona no fueran lo más representativo del
Reino de España. La sensación había sido mutua, como la de los
argentinos que no pueden insertarse en una sociedad que les resulta
comparativamente hostil. Y sin embargo volvían a estar en ese país,
juntos en ese momento en Menorca. Fer miró a Gonzalo a los ojos.
-¿Por qué estás solo?... digo, acá en España... viste que a donde voy
tengo una minita... vos acá no tenés nada... aunque en realidad en
Argentina también estás solo.
-¿A qué te referís? -dijo Gonzalo mientras volvía en sí.
-Sí, eso, solo... sin pareja... es que me parece que si tenés una mina...
no sé... que no es nada en tu vida. Es una mina a la que estás ayudando
y de paso... pero no te debe interesar, nunca hablás... -Hizo un silencio
cómplice.
Gonzalo asintió con la cabeza.
-Es un poco cierto... en Argentina tengo algo... pero qué querés que te
diga. Y acá... Lo de haber vivido acá no me facilitó en absoluto las
cosas para encontrar pareja. Vos sabes, acá las minas son todas fáciles,
no son femeninas en el tema relación... ni en ningún otro.
Mirá, te voy a contar... una vez conocí una que me resultó atractiva, ¿y
sabés qué me dijo en la primera cita? “¡Yo me he hartado de follarme
tíos!...” ¡Listo hermano! Ya está...
Todo lo que no quiero yo de una mujer, es que me diga eso... ¿Cómo
seguís la conversación? ¿Cómo la seducís? ¿Cómo le ofreces la luna?
¿Cómo la deseas? ¿Cómo hacés para no sentirte un pelotudo?...
Fernando miraba a Gonzalo en su aparente ruina sentimental y se reía,
mientras su amigo también reía, pero diferente, reía de su
argentinidad.
-¿Sabés qué es lo más triste? Quise saber cómo era la cosa, entonces le
seguí la corriente, hablamos pelotudeces, me dijo un montón de
taradeces acerca de la femineidad y después me sugirió, qué digo... me
invitó a echar un polvo.
Fernando lo miraba como diciendo que eso era lo más esperable.
-Así que nos fuimos a mi coche y salí para buscar un hotel. Pero la
mina me empezó a tocar la bragueta y cuando vio un lugar tranquilo
dijo que parase. La miré fijo, y se sintió, creo yo, interrogada con la
mirada, entonces me soltó: -¡Qué pasa! ¿Nunca has follado en un
194
coche?... No -contesté, y empezó a maltratarme diciéndome “es que tu
eres un pijo, claro... pues yo he follado mucho en coches...” y al toque
se quitó la ropa.
-¿Y vos que hiciste?
-Nada, bueno sí, me fui para atrás, y me empecé a sacar la ropa
mientras la mina me hacía un pete. Cuando estaba en bolas se puso de
rodillas, con el culo para arriba y me dijo “métemela toda, métemela.”
-¿Y?
-Y se la metí... y mientras me la cogía así, medio con desgano me dijo
“lléname toda de leche...” -Gonzalo colgó la vista en el recuerdo-.
Cuando acabó, porque yo no acabé... estaba más frío que el polo, se
giró, y empezó a vestirse... y en ese preciso instante de amor sublime,
por llamarlo de alguna manera poética, eructó como un camionero...
-¡Me estás jodiendo! No te lo puedo creer.
Gonzalo tenía la vista aún medio perdida y una sonrisa dibujada.
-Te lo juro, Fer, eructó como una bestia.
-¿Y vos?
-La miré, con asombro, y me dijo “¿Qué pasa? Estuvo bien ¿no?”
-Fernando empezó a reírse, mientras Gonzalo continuaba con el
relato- Sí, sí, dije, muy bien… En ese momento me hubiera hecho
monje de clausura...
-Mirá Gonzalete, para ser medio galleguito, a mí una vez una mina me
dijo una brutalidad peor. Yo le hablaba en gallego, con acento español
digamos, y de repente le digo, para poder hacerme un poco más el
langa: -¿te molesta si uso mi acento nativo? Y me suelta: “No,
¿tienejotro?”
-Sí, claro, dije entonando porteño, y uso uno u otro dependiendo de la
confianza. Y ahí, me hundió en un jaque mate con: “¿y qué acento
usas cuando empujas?”. ¿Cómo? dije sin entender. Y me dice: “Sí,
eso, cuando empuja... o tu nompuja”, y ¡me hizo el gestito de garchar!
-Fernando hizo la mímica-. Y a continuación, mientras yo que soy un
zarpado me ponía rojo de vergüenza, me soltó: “Yo ya he empujao too
lo que tenia quempuja, asi que ahora quiero cosa seria. He empujao
too lo que he querio y má, ya sabe tú, asi queee...”
Gonzalo se reía dando la razón.
-No hay derecho Gonzalito... te entiendo... además fuman como
carreteros y beben como cosacos, no se depilan ¡y no se saben lavar el
culo!
-¡Es verdad! -dijo Gonzalo exaltado- aunque hay excepciones como
ya hablamos y además como vos dijiste algunas van aprendiendo a

195
base de contagio con latinas, ¡que son una divinura con el bigotito fino
en el pubis! Mirá, estoy y estuve solo en España porque extrañaba a
las argentinas, extrañaba que me hagan esperar y me digan ¡che,
boludo!, que estén limpitas y perfumaditas y que no le huela a esas
cosas tan ofensivas como he tenido que soportar en mi trabajo.
-¿En cuál? -dijo Fer riéndose.
- En el de empapelador, bolas... y sí, hay excepciones bastante dignas.
Pero la personalidad me irrita, tan liberadas y sabelotodo, tan
soberbias y creídas de su supuesta belleza... tan dominadoras... no sé,
las españolas no me gustan.
-A mí sí -dijo Fernando sonriendo.
-Sí, claro, si es que a vos cualquier colectivo te deja bien...
-No seas grasa, Gonzalo. Hay algunas que están buenas... las
andaluzas son un caño, las vascas también, y a mí me gusta explotar
su lado liberal, digamos, ¿están liberadas? pues entonces me las cojo,
las maltrato, las basureo... ¿no es lo que quieren? ¿No es lo que
predican? Las trato como a putas porque es lo que son.
-¡No seas bestia!
-Nooooo, para nada, ¿no me decías vos eso de que están liberadas? No
seas hipócrita, que seguro que te has cogido a más de una y
aprovechaste el cuento que les han hecho creer de liberación.
-Es verdad.
-Y después, cuando piden seriedad y las boludeces que todas piden,
les metiste un boleo de ida en el culo que las dejaste a unos seiscientos
kilómetros de tu casa.
-Es verdad...
-Porque todas después de haberse hecho el culo una autopista con
todos los que han podido, piden ser madres respetables.
-Es verdad...
-Y estos pelotudos que se las han estado garchando mal, se lo dan a
otra que les hace creer la película del desvirgamiento por caída a
horcajadas...
-¡Es verdad!
-Las argentinas no son tan así, tienen más criterio, no beben ni fuman
así, no sé... son más femeninas y además están mucho mejor...
-Eso también es verdad.
-Yo ni en pedo me casaría con una de estas españolas pudiendo optar
por una argentinita.
-Yo tampoco.

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-¡Uh! menos mal... pensé que dirías ¡Es verdad! -y Fernando estalló en
carcajada sardónica.
-No te rías boludo y contáme... ¿qué paso con la galleguita esa? -
preguntó Gonzalo.
-¡Le dije que no!
-No me lo creo... ¿y qué te dijo?
-"Es una pena... con lo bien que la chupo..."
Los dos se empezaron a reír como psicópatas.

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42. En Barcelona
Los muchachos se instalaron en el mismo sitio en Barcelona. Era un
hotel de categoría, bastante céntrico, sobre la diagonal. Lo habían
pasado bien en Menorca. Se habían divertido y fundamentalmente, se
habían integrado. También podría decirse que habían descansado cada
uno de sus propios asuntos. La partida un poco anticipada no había
tenido nada que ver con el propio incidente ocurrido en Son Bou. Pero
había ayudado un poco.
Fernando, antes de llegar al hotel le pidió a Gonzalo que compartieran
habitación, con la excusa de que estaba algo apretado de guita, cosa
cierta a medias, fundamentalmente porque el cambio no les favorecía
y porque había derrochado como un chico de papá.
Gonzalo accedió sin problemas. La confianza era buena, pura y se
basaba en haber descubierto en Fernando a un crío absolutamente
inconsciente y ciertamente noble... en uno de sus polos. El otro polo,
el del vicio, era bastante privado a los ojos de Gonzalo y no le
afectaba en nada.
Al llegar al hotel, en la recepción, Gonzalo noto que la señorita que
los atendió sonrió de manera algo forzada, tal vez pícara, pero no le
dio ninguna importancia. Fernando estaba absorto escuchando música
en su Ipod.
Les dieron habitación no fumadores en una planta alta, con vistas a la
ciudad, a petición de Gonzalo, que se encargó de dar datos, pasaportes
y tarjeta de crédito.
Fernando se quito el Ipod en el ascensor.
-¡Che! Está bien este hotelito...
Gonzalo se rió: -Bueno, es que no es un hotelito... es un cuatro
español... y eso dice mucho... está realmente muy bien situado, muy
cuidado, y la atención es excelente. ¿Sabías que los hoteles españoles
son realmente adecuados a sus estrellas?
-Sí -dijo Fer-, y también que son caritos, pero los pago a gusto.
-O te los pagan -sonrió sarcástico Gonzalo.
-Da igual, Gonzalote mío -y sonrió asintiendo-. No había estado en
este, pero si en el Rey Juan Carlos... como el ratón.
-¿El ratón? Interrogo Gonzalo.
-Sí, boludo, el ratón Juan Carlos... el personaje de Alfredo Casero.
-Ah, sí... no me acordaba... qué fenómeno Casero.
-¡Una masa, un limado mal! Me hacía cagar de risa.
-Y a mí...
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-Piso doce, señores -dijo Fernando poniéndose como un ascensorista
gallego de los de antes. para agregar al abrirse las puertas sacando
mano derecha en alto-, ¡Cumpletu!
-Dale boludo, salí -le dijo Gonzalo y se rió.
Salió empujando suavemente al ascensorista improvisado y se dirigió
hacia la habitación, la abrió y cedió el paso a Fernando que al cruzar
el pasillo y pequeño recibidor dejó caer su bolso al suelo, girándose
bruscamente. Sonrió y miró a Gonzalo a los ojos pestañeando
rápidamente mientras hacía un mohín dulce.
-Mi amor ya me parecía que tanta delicadeza no era por nada... ¡Me lo
tenías preparado! ¡Qué sorpresa! -Gonzalo levantó la vista y vio que
tenían una cama matrimonial-. Te aclaro que tengo novio, así que esto
debe quedar en una aventurilla... mi vida, picarón, que guarrete habías
resultado... -Fernando empezó a reírse.
-¡Pero qué mina más pelotuda, che! ¡Por eso nos miraba así! –dijo
Gonzalo ofuscadísimo. Fernando se reía.
-A mí no me importa, chanchito, eso sí, yo te doy primero.
Gonzalo dijo muy serio: -Dale pelotudo, vamos a que nos cambien...
¡pero qué forra del orto, che!
-Qué modales... No pasa nada, pensó que éramos parejita... mi cosita
dulce, que manera más elegante de declararte que has tenido.
-Pará, bolas -dijo Gonzalo empezando a reír-, hagamos una cosa.
Bajemos y pedí vos el cambio, ya que te parece tan divertido.
-¡Hecho! -dijo Fer riendo.
Gonzalo lo miró cómplice, dejándole la puerta abierta de la
habitación.
Al llegar a la recepción, Fernando miró frenéticamente a la
recepcionista quien ni se inmutó, salvo en la mirada.
-Mire señorita... -e hizo un largo silencio, observándola fijo a los ojos.
Al cabo de unos incómodos segundos, la recepcionista dijo: -¿Sí?
¿Algún inconveniente señor?
-¡Y a usted qué le parece! -dijo Fernando muy serio- ¡Cómo es posible
que sucedan estas cosas!
-Usted perdone, pero es que su... -e hizo silencio.
-Mi... ¿Mi qué? -interrogó Fernando.
-Habéis solicitado una habitación doble, y yo la he dado -dijo
sonrojándose.
-¡Ahá! -dijo Fer-, pero nos ha dado una cama matrimonial, por lo que
deduzco que usted cree que nosotros somos pareja... o pervertidos. Mi
buen amigo y compañero de viaje, el Padre Gonzalo, es de la orden de

199
los hermanos maurelianos y es por eso que no he querido que se
acerque a esta recepción. Se sentiría avergonzado de solo sospechar
que usted piense que pudiera ser homosexual.
-Lo siento -dijo la recepcionista- se la cambiaré inmediatamente.
-No esperaba otra cosa -dijo Fernando, para agregar-, yo soy de otra
congregación, más permisiva donde el sexo no se condena de la
manera en que lo hacen los maurelianos, ¿sabe?
La recepcionista prestaba más atención al ordenador que a Fernando,
pero al escuchar la palabra sexo, levantó la vista por unos segundos.
Fernando lo notó, y sonrió.
-¿Sabe? -dijo-, el padre Gonzalo es virgen.
Gonzalo, que estaba escuchando atentamente mientras hacía como que
leía explotó en una carcajada que ocultó tras el periódico y una tos
espástica realmente convincente.
La recepcionista miró fijo a Fernando y este le asintió con la cabeza.
-Es verdad, ¿increíble no?... pero algunos religiosos son así. Podría
haber hecho lo que muchos, que dan rienda suelta a sus deseos
dedicándose a la pederastia, pero el Padre Gonzalo es íntegro.
La recepcionista mientras miraba a Fernando intentando entender algo
del diálogo dijo:
-Señor...
-Llámeme Padre -dijo Fer serio y Gonzalo volvió a toser.
-Perdone, Padre, pero no me cuente las intimidades...
-Pero no, hija -dijo Fernando mientras Gonzalo ya tosía abiertamente
y se ponía de pie-, no son intimidades. La congregación es un poco
rácana, y nos paga solo una habitación. En fin, es que no conocen o no
quieren conocer mis antecedentes, porque claro, yo no soy virgen,
como el Padre Gonzalo...
Gonzalo se giró y salió de las cercanías de la recepción, en dirección a
la calle. Lloraba, si bien no era tan gracioso como ridículo.
-Le confieso, hija, porque Dios lo perdona todo. Me va el vicio... el
vicio duro -remató Fernando inclinándose sobre el mostrador, para
agregar con serenidad-, ¿encontró habitación con dos camas?
La recepcionista estaba algo inquieta y tartamudeó un poco.
-Eh, sí, en la misma planta.
-Ah, qué oportuno -sentenció Fernando, y entonces agregó-, en mi
congregación, el sexo, está bien visto... somos disidentes, pero en
secreto. El Vaticano aún no lo sabe.

200
Acto seguido, cogió las llaves magnéticas, se giró dando la espalda a
la recepción. Volvió la cabeza, miró a la recepcionista y le soltó con
mirada lasciva: -Usted me gusta, hija mía -y le guiñó un ojo.
Se fue hacia el ascensor y llamó a Gonzalo, a voz alzada diciendo:
-Padre, Hermano Gonzalo, venga, que ya está arreglado.

Gonzalo salió de la larga ducha que se había dado en plan baño turco.
Se secó y se puso una salida de baño impecable y algodonosa. Estaba
relajado y tranquilo, contento.
Se miró rápidamente en el espejo mientras se secaba un poco la
cabeza con una toalla de mano y le pareció escuchar un jadeo y unos
rebotes en la cama.
Se asomó un poco intrigado y se quedó quieto, azorado, viendo como
Fernando daba saltos extendiendo las piernas y los brazos en cruz,
mientras agitaba su cabeza de lado a lado, con la lengua afuera y los
ojos muy abiertos. Estaba completamente desnudo.
Fernando había juntado las camas y saltaba como un poseso,
encantado de la vida y de la idea, como un niño, con el Ipod a todo
volumen y ajeno a lo que Gonzalo hiciera.
Gonzalo se acercó mirando el panorama con estricto rigor
médico/científico. Fernando parecía un maníaco en pico de máxima
euforia, y ajeno a él continuaba saltando agitando su lengua por el
movimiento lateral continuo de su cabeza. Gonzalo se acercó, y le dio
un toque en una pierna en una de las frenéticas subidas de Fernando.
Fernando reaccionó. Se dejó caer de culo sobre la cama, rebotó hacia
atrás y frenó el rebote como pudo para no caer en el suelo. Sonrió de
alegría muy agitado y dijo:
-¡Uh! Qué masa.
Gonzalo lo miró sorprendido pero algo sonriente.
-¿Qué hacés? Estás pirado... ¿te hiciste ver? Tengo un amigo
psiquiatra -y como reaccionando, agregó-, veo que juntaste las camas.
-Sí, así es mejor, son de plaza y media y me aumentan la superficie.
Además, como nos han dado camas separadas, las he juntado para no
sentirnos tan solos por la noche... ¿no le parece, padre?
-Es imposible que seas adulto... -sentenció Gonzalo.
-Ya, ya.... me encanta decir ya... ¿Cuánto hace que no saltas en una
cama?

201
-Dale boludo, separálas y andá a ducharte que nos vamos en media
hora -dijo Gonzalo serio.
-Ah, mirá vos, che... el señorito se da una ducha de seis horas veinte
minutos y ahora tiene prisa... -Fernando aún jadeaba un poco-. Y
además, no pienso separar las camas, porque estoy seguro de que
cuando me meta en la ducha vas a probarlo -y se rió-. Te dejo el Ipod,
estaba escuchando Firestarter, de Prodigy... una masa -dijo arrastrando
la ese-, sin música no es lo mismo, pero es muy divertido también.
Gonzalo se sentó al lado de Fernando, lo miró como a se mira a un
hermano mucho menor y travieso. -Che, Fer, decime ¿vos fuiste así
toda la vida?
Fernando se rió. Se cruzó de piernas, se apoyó en el respaldo de la
cama del lado de la ventana
-Creo que sí, man. Pero he tenido épocas donde me reprimía. ¿Sabés?
Siempre fui intolerante con la estupidez humana, pero hubo un tiempo
donde transé con la sociedad, me puse un traje y me hacía el correcto,
el educado y el social... pero desde hace un tiempo, me he liberado. Y
soy yo mismo, igual que lo somos todos, pero no me escondo, me
divierten los idiotas, los funcionarios puristas de sus funciones, los
seguratas de los supermercados y los del aeropuerto, los empleados
públicos que no te ayudan y que hacen su trabajo castigándote porque
están aburridos y desesperados, los polis que te aplican con rigor
salvaje una multa según su nivel de envidia y bajo criterio... ¿viste que
en algunos países son así? Justicieros...sobre todo cuando salen de la
academia...
-¿Me decís que te divertís a costa de la gente? -preguntó Gonzalo.
-No, para nada. Yo siempre he ayudado desde mi lugar, y me revienta
la gente que no lo hace porque no quiere. Esos son unos estúpidos, por
no decir hijos de puta que sería más correcto aunque sus madres no
tengan nada que ver en el asunto -Fernando se enfrascaba solo en sus
comentarios-, de esos me divierto, los uso para divertirme…
Gonzalo miraba a Fernando en silencio, observaba sus gestos y la
dulzura en su mirada. Le parecía un tipo libre, y feliz.
-Además -reaccionó Fernando- y aunque creo que me fui por las
ramas y que nada tiene nada que ver... ¿Qué tiene de malo saltar en
una cama? De pendejo me encantaba y esperaba a que mis padres se
fueran para ir a su cama que era de esas modernas con resortes
internos... un somier fantástico... y saltaba como un loco... como ahora
pero sin Firestarter.
Gonzalo miró a Fernando y le dijo: -Más de treinta años...

202
-Sí, ya sé que tengo más de treinta... ¿y qué tiene que ver? Me gusta
saltar en estas camas, y no tiene nada de malo...Vos de envidia,
porque mataste al niño que llevas dentro, ese niño nunca muere, solo
crece, pero nunca debería morir.
-No, Fer, no me entendiste -se rió Gonzalo-, hace más de treinta años
que no salto en una cama -Fernando se rió con gracia real- y también
me encantaba saltar en la cama de mis padres, que me lo tenían
prohibido...
-Y a mí -dijo Fer, y continuó mientras se incorporaba-, tomá el Ipod,
así saltás mientras me ducho rapidito, porque seguro que después de
los saltos, te vas a tener que duchar otra vez. Y delante mío te dará
vergüenza... no nos criamos juntos.
En ese instante, en el Ipod sonaba un tema de Gabín. Fernando gritó: -
¡Pará, pará! -y empezó a tararear- doo uap, doo uap doo uap… así se
llama este tema. Es re trolazo, de estética gay completa... pará que te
lo actúo.
Gonzalo miró a Fernando enternecido pero avergonzado, con
vergüenza ajena.
-¡Qué me mirás así! Esto no tiene nada que ver con mi congregación,
Padre Gonzalo, y mucho menos con lo de que junté las camas... Al
liberarme, Padre Gonzalo, perdí la vergüenza y me encanta actuar
estas cosas, no sé... de malo, de tonto, de olfa, de gay, de bueno, de
tímido... actúo y me divierto en casa a solas, o con alguna minita.
Dicen que soy re payaso.
-Veo, veo, pero no hace falta que actúes este tema -dijo Gonzalo lleno
de vergüenza ajena.
Fernando conectó los parlantes y puso el tema de Gabín a gran
volumen.
Se puso de pie y empezó a hacer la mímica de la canción con
ademanes tan femeninos que hacían que no pareciera un gay, si no una
mujer.
Gonzalo primero se sintió incómodo, pero luego empezó a reírse,
aunque mantenía una cierta distancia emocional, por la vergüenza.
Fernando, ajeno a Gonzalo, pero actuando para él, bailó todo el tema
como si se tratara de un drag queen en escena, con estilo y
movimientos espontáneos, pero que parecían estudiados.
Al acercarse el final del tema, miró a Gonzalo y le dijo: -Lo voy a
rematar con una escena sexual solitaria en plan porno, como las
minitas cuando fingen un orgasmo -y se tiró al suelo y empezó a
moverse como si estuviera haciendo el amor y fuera una puta

203
insaciable que fornicaba con varios hombres al mismo tiempo,
poniendo el culo en franca mirada al cielo, gimiendo como una loca e
imitando una felación.
Gonzalo no daba crédito. Se reía con vergüenza, pero a carcajadas y
entonces Fernando paró y le dijo: -¡Che! Que va en serio -se sentó en
el suelo y agregó entre las risas de Gonzalo-, ¿viste boludo que hay
minitas que lo hacen así? Es patético, fingen el orgasmo ¿te lo podes
creer?
Gonzalo se reía a carcajadas, no de la escena que ayudaba bastante,
sino de Fernando, que era un tipo -a su criterio- absolutamente
descentrado.
Fernando se puso de pie, jadeando y sudando por la actuación. Quitó
la música, y dijo:
-Bueno, ahora sí, me voy a duchar y te dejo las camas para tu disfrute
-y se fue tarareando el tema a ducharse, ajeno de lo que hiciera
Gonzalo.
Gonzalo agarró el Ipod, se puso los auriculares, buscó Firestarter y se
subió desnudo a la cama.
Fernando y Gonzalo salieron juntos del hotel. La recepcionista al
verlos, les saludó sonriente aunque reticente, con una pequeña
inclinación de la cabeza.
Fernando le guiñó un ojo y sonrió.
Al salir a la calle empezaron a caminar y Fernando comenzó a reírse.
-¿De qué te reís? -preguntó Gonzalo.
-¿Cómo pueden ser tan boludas las minas acá?
-¡No seas así, che!, la idiotez es general, en todas partes, no solo acá.
La masa es estúpida.
-No, en serio, además de eso, digo, porque pienso lo mismo... -y como
dándose cuenta de repente de algo nuevo dijo- ¡Qué coincidentes son
nuestros pensamientos! ¿No?
-No lo sé -dijo Gonzalo-, tal vez…
-¿A ver?, te pregunto algo... ¿Nunca notaste nada raro cuando una
mina de acá te hace un pete? -y lo dijo mientras le miraba el culo a
una rubia nórdica de unos diecinueve años. Empujó a Gonzalo con la
mano señalándole a la jovencita.
-No me jodas que vos también -dijo Gonzalo asombrado y agregó
mirando a la sueca-, ¡qué infierno...!
-Un ejemplar del norte europeo... son bastante liberadas... diría incluso
demasiado... y mirá quién te lo dice -sonrió Fernando canchero.

204
Gonzalo miraba a la sueca con real deseo. Tomó distancia de la
situación y cambió de tema según su criterio. La rubia estaba muy
buena y Gonzalo se sintió tonto por mirarla de esa manera.
-A lo que preguntaste... sí. Siempre al principio note que hacían de
una u otra forma, una limpieza manual del pene a base de saliva.
-Qué fino sos. Quiero ser como vos... ¿Puedo jugar en el jardín de tu
casa? -dijo Fernando riendo.
-Sí, y ya que estas juntáme las hojitas caídas pelotudazo... en fin...
¿Vos notaste lo mismo?
-Obvio, lo hacen al principio de conocerte, como por hábito... deben
haber tenido que chupar cada cosa... -remarcó Fernando poniendo cara
de asquito.
-Qué bárbaro, ¿no? Yo lo hablé con alguna y me reconoció que sí. A
veces me decían que yo era muy limpio, que olía muy bien... no sé,
me daban penita... en general las que hacen eso son bastante limpias.
-¿Viste loco? Igual que a mí te pasa a vos. ¿No ves que somos
coincidentes?
Fernando notó que la sueca se giraba a mirarlos, tal vez porque
hablaban fuerte, como los argentinos suelen hacer. Volvió a empujar
con suavidad a Gonzalo.
Gonzalo sonrió y dijo:
-Eso es coincidente con cualquiera que venga de Argentina... y
también mirar a este bombón de la manera que la estamos mirando.
-Sí, es coincidente con la gente de la tuya, de tu Argentina o mejor
dicho de nuestra Argentina... no la de los grones.
-Bueno, queda claro... los grones no salen mucho -dijo Gonzalo con
sorna y ya perdido en el vaivén que la sueca había empezado a aplicar
a sus caderas.
-Cómo que no, bolas, ¿no ves que están acá por todos lados?
-Bueno, pero esos no son... esos no notan nada, son unos negros de
mierda que vienen a laburar de lo que en Argentina no hacen ni en
pedo.
-Ayayayay, mi amigo racista.... negros de mierda... a veces me
sorprende tu dualidad... mirá qué culo que tiene la sueca, hermano...
¿le soltás vos los galgos o me la como cruda? -dijo nervioso Fernando
que ya no podía dejar de mirar con babosa lascivia a la rubia que
estaba más buena que el queso y los yogures y el pan y el sol y...
-Lo que vos quieras -dijo Gonzalo sonriendo.
-¡Me la como! dijo Fer y se rió- bueno, vale vamos los dos y que ella
elija.

205
Fernando esperó la oportunidad que llegó caída del cielo. El semáforo
detuvo la marcha de la señorita. Entonces se le acercó y le empezó a
hablar en francés. La sueca lo miró y sonrió, contestando en un
español correctísimo: -Hablo perfecto español, como tú, así que no
hace falta intentar en francés.
Fernando sonrió, mientras Gonzalo se acercaba por el otro lado.
La rubia los miró a un lado y a otro y les dijo: -Los venía escuchando -
y se rió con malicia.
Gonzalo se sintió acorralado, incómodo a pesar de la risa de la sueca.
-¿Y entonces? -dijo Fernando.
-Pues nada, que las suecas no somos así como las españolas, somos
limpias... y sí, soy un infierno y disfruto del sexo con libertad -le dijo
a Gonzalo riendo. Gonzalo la miró fijo.
-¿Nos acompañas a tomar una cerveza?, le dijo ganador.
A la hora estaban ambos con la señorita y una amiga tan
impresionante como ella tomando unas cervezas en un bar irlandés.
Fernando se puso de pie y dijo: -Brindo por este encuentro casual y
porque nos vamos a cenar a Da Greco, un italiano que les va a hacer
chupar los dedos...
-Vale, ¡cheers! -dijo la señorita que estaba al lado de Fernando,
alzando la pinta al aire.
Los cuatro apuraron las cervezas y cuando Gonzalo se disponía a
pagar, una de las suecas se le adelantó y dijo: -Deja, que esta ronda la
invitamos nosotras.
Fernando se rio de la cara de Gonzalo y tomó de la mano a la otra,
para salir del bar.

206
43. Donantes
Fernando estaba tumbado en la cama del hotel descansando un poco,
mientras ojeaba un periódico.
Gonzalo estaba recostado en la otra cama leyendo un libro sobre la
esencia del Zen.
Fernando tiró el periódico al suelo, al lado de la cama y miró a
Gonzalo. De repente, se sentó sobre la almohada, apoyó la espalda en
el respaldo e interrumpió la lectura de su compañero de habitación, su
querido amigo Gonzalo.
-¿Sos donante de órganos?
-¿Eh? -interrogó Gonzalo incorporándose de la cama.
-Sí, eso... te pregunté si sos donante de órganos.
-¿Y eso? -preguntó Gonzalo dejando el libro sobre la mesa de luz.
-No, nada, es que me contaron que acá, en España, todos son
potencialmente donantes, a menos que expreses lo contrario.
-Ah, sí, es así creo. Yo no dono nada.
-¿Por? Tus órganos pueden salvar vidas.
-Sí, sí, claro -dijo Gonzalo irónico- acá con dos electroencefalogramas
planos, te diagnostican muerte cerebral y te arrancan tus partes para
ponerlas en otros.
-No será tan así -dijo Fer.
-Pues, más o menos. Yo no dono nada. Te cuento, tenía un amigo que
quedo en coma profundo durante seis meses a raíz de un accidente de
moto... Tenía los electroencefalogramas más planos que una top
model nacional... digamos: una línea.
Fernando se rio de la comparación.
-Bueno, como te decía... mi amigo descerebrado acá hubiera pasado a
la posteridad cohabitando distintos cuerpos... y los sobrantes a la
tumba, sin embargo, a los seis meses del coma, se despertó... y un par
de años después se cogía a una de mis mejores amigas... y más
muestra de que estaba bien vivito no había, porque además mi amiga
estaba buenísima.
Fernando sonreía con la historia -¡Aja! -dijo-, pues yo donaré el
cerebro.
-Imposible -dijo Gonzalo y se rió.
-¿Porque no tengo?
-Efectivamente, hermano Fernando, en su congregación son todos
descerebrados.

207
-Ah, qué gracioso, pues en la suya, Padre Gonzalo, son todos
trasplantados de cerebro pero con rechazo hiperagudo.
-Qué terminología más técnica, ¿donde aprendió esas cosas Hermano
Fernando?
Los dos se comunicaban como amigos de toda la vida, se divertían, se
reían juntos... y ninguno se planteaba más nada acerca de la amistad
que los unía.
-¿Sabés? -dijo Fer- Una vez que estaba viajando por acá, un amigo me
propuso ir a donar semen... yo estaba apretado de guita y no quería
llamar a casa...
-Por Dios no me digas... -dijo Gonzalo y fue interrumpido casi de
inmediato por Fer.
-No, nada que ver. No done lechita. No podría tener hijos por ahí sin
saberlo.
-Y no solo eso -dijo Gonzalo- ¿Qué edad tenías?
-No sé... veintidós o veintitrés.
-Mirá, vamos a suponer que a los veintidós años donaste y ese mismo
año se inseminaron... no sé, veinte mujeres con tus espermas... a los
cuarenta y cinco tus hijos e hijas tendrían unos veintitrés...
-Tenés razón, boludo, no lo había pensado... -dijo Fer reaccionando.
-¿Viste? -dijo Gonzalo con gesto inteligente.
-¡Uy!, hermano, re loco… te juego al juego de las variantes... empezás
vos.
-Fácil: Te peleás en un bar, con un pendejo que le toca el culo a tu
novia, le metés una torta y cae con la mala suerte que da con la cabeza
en la barra, y muere. Mataste a tu hijo.
-Eso no es nada -dijo Fer-. Escuchá: Te contratas a una escort que es
un fierro y te la garchás mal, y te la enfiestas con dos amigos y la
despachas garpándole con sorna, re borracho y re duro diciéndole
“adiós putita... hasta la próxima”. Te cogiste a tu hija.
Fernando sonrió triunfal.
-Qué bestia que sos, chupáte esta ahora... Te enamorás de una
camarerita y la seducís. Resulta ser un bombón, tímida y virgen,
buena, que trabaja porque es huérfana de padres a raíz de un
accidente, y la crió como pudo una abuela humilde y religiosa. La
rescatás del mundo y le ofrecés matrimonio... te casás y tenés hijos.
Sos abuelo de tus hijos. Te reempomaste a tu hija.
-Uyyyy, qué bestial -dijo Fernando riéndose a carcajadas-. Pará,
escuchá ahora la mía. Caés preso por alguna cosa, no sé, es
improbable pero caés preso y tu compañero de celda es un niñato

208
drogodependiente, ex culturista y adicto a las pastillas. Te viola
repetidas veces en la celda y te pega y te hace pegar por otros presos.
Es el capanga del pabellón, y te escoge como su sustituto sexual,
aunque le van los tíos, las minas y los perros... Tu hijo te empoma
alegremente, y te obliga a que se la chupes.
-Mmmmm retorcido, improbable.... -dijo Gonzalo- Te haces
pederasta, a los treinta y te abusas de varios menores varones,
vejándolos repetidas veces. Uno de esos era tu hijito, de ocho años.
-¡Qué cerdooooo! Ese es más morboso que el mío -dijo Fernando y
agregó- y además me había hecho cura... -y empezó a reírse.
Gonzalo lo miró riendo y le dijo... hay más variantes.
-¡Sí! , -gritó Fer- me toca a mí. ¿Vos podes creer que las posibilidades
de incesto son múltiples, aunque podrían ser remotas?
-Claro, boludo. Menos mal que no donaste.
-Menos mal -reía Fernando-, un tipo donante de semen puede ser un
potencial a la variedad de perversiones incondenables por
desconocimiento. ¡Qué locura! Atropellás a una minita, pegás a un
imbécil, maltratás a un jonki, te roban en la carretera, te asaltan y
matan a tus hijos... y tu hijo puede estar implicado...
-No dono nada -dijo Gonzalo, y se rio.
-Yo tampoco...

209
44. A lo mejor soy así por eso
Gonzalo se sentó en la cama. Era la última noche que compartiría en
el hotel con Fernando antes de ir a Madrid.
Fernando salió de la ducha. Se le veía algo cansado.
-¿Qué pasa? Te veo roto -dijo Gonzalo-. Se ve que la señorita del
norte te está castigando...
-No, nada que ver -dijo Fer-. Estoy fisura, no sé, además esta minita
me dio como... no sé... es reputa.
-¿Qué? ¿Ahora te fijás en eso?
-Siempre me fijo -dijo Fernando-, qué pensabas, ¿que por ser así como
soy no me fijo en eso? Las minas son mi perdición... soy así por culpa
de ellas -dijo y se rio-. A alguien hay que saber echarle las culpas...
esta se vende liberada... ¡Es sueca, claro!... pero para mí es reputa.
Gonzalo miró su risa falsa y preguntó: -¿Por qué sos así? ¿Por que
tenés esas historias tan complejas con las mujeres?
Fernando miró a Gonzalo serio. Se sentó en la otra cama, se acomodó
hacia el respaldo arrastrando el culo y le dijo:
-Te lo cuento, porque te puedo contar cualquier cosa, pero no me
preguntes nada, no me interrumpas, dejá que fluya... sos la primera
persona a la que se lo voy a contar.
Gonzalo se rio y dijo: -Uy, a ver con qué me vas a salir, porque vos... -
y se interrumpió al ver la mirada de Fernando- Perdonáme, creo que
hoy vas en serio.
Fernando no dijo nada. Se metió en la cama y se tapó hasta el pecho.
Estaba desnudo y su mirada era triste.
-Una vez, conocí a una nena que me pareció lo más hermoso que
podía haber sobre este mundo... -Fernando se silenció. Gonzalo se
apoyó en el respaldo de la cama y se dispuso a escuchar-. Tenía nueve
años. Según me contaba, siempre le había gustado ese olor dulce que
había en su casa. Tenía nueve años. Recordaba a ese olor dulce
relacionado con alegría en casa... ya sabés...
Fernando hizo un silencio… no intentaba recordar, parecía que el
recuerdo era claro.
-A los once años conoció a un fotógrafo de calle que la invitó a casa
para hacer fotos.
Era el mismo olor, dulce, alegre, marihuana. Tenía once años. No sé si
hizo fotos...

210
Sí sé que se hundió entre el humo y el recuerdo ficticio de una casa
feliz. También se hundió en el fondo de un perverso gesto adulto de
inmundicia.
Creo que nunca pudo salir. Tenía once años. Se iniciaba sexualmente
con un adulto bajo el recuerdo del olor feliz de su casa.
La conocí tres años más tarde, era una extraña mezcla de ángel vivaz y
no sé si demoníaca pureza... si es que eso existe...
Estaba sentada frente a una mesa de madera oscura, inglesa, en casa
de unos amigos artistoides... comiendo arroz integral con una mano
debajo de la mesa, sujetada entre sus muslos. Casi no levantaba la
mirada del plato… Me preguntaron si me gustaba, y contesté que me
parecía muy tierna.
“-¿Tierna? ¿Por qué?”, preguntaron. Con mis habituales respuestas
hechas solo con el deseo de molestar y desencajar contesté que porque
le había mordido la noche anterior... qué pelotudo... Ella levantó sus
ojos del plato, miró fijo a los míos y sonrió con un dulce y corto
sonido, mezcla de curiosidad infantil y astuta adultez...
Al principio, paseábamos juntos. Caminábamos y yo le contaba
boludeces.
Daba vueltas alrededor mío girando sobre mí y sobre sí misma.
Repetía incansablemente la misma frase: “Sos tan tonto…” Cinco,
seis, mil veces. “Sos tan tonto...” lo decía con una dulzura extrema,
con paternalismo, casi protectora...
Gonzalo escuchaba atento.
-A los doce años era la novia de una pareja de homosexuales, adultos,
claro está.
Según me contó, pasaba tardes enteras entre juegos eróticos regados
con mezcla de whisky y semen y besos como vaginas. Me costó
entender aquello de los besos como vaginas, siempre fue un poco
ambigua para mí la relación de aquella extraña expresión en los labios
de una niña de catorce años. Me contó que siempre se amaban todos
con todos...
Tenía un violín, me llevó a casa para enseñármelo. No sabía tocarlo,
pero siempre hablaba de él. Su madre siempre ausente... Me decía que
su padre era un inmaduro. Estaban separados ¿sabes?
Me llamaba mucho la atención que no dormía en su casa y no avisaba
nunca. Jamás avisaba nada a su madre…
Un día, en el jardín botánico me besó. Debo confesar que me sentí
extraño, casi un perverso. Era una niña angelical de catorce años que

211
daba vueltas a mí alrededor y sobre sí misma repitiendo
incansablemente que yo era un tonto.
No sabía nada de ella hasta después del beso.
A medida que me fue hundiendo en su propia ruina me fue contando
su apresurada vida entre los once y catorce años…
La volví a ver muchos años más tarde, cuando ya tenía diecinueve
años, obra de un amigo que la invitó a mi fiesta de cumpleaños en un
antro delicado de modernidad y estética profundamente homosexual.
Me trajo de regalo una piedra envuelta en un papel de caramelo. Yo
estaba en otra cosa, desinteresado, ocupado en una novia jovencita,
virgen...
Sabía que había estado ingresada en un neuropsiquiátrico, poco
tiempo, no me había interesado en saber mucho más...
Se ofendió muchísimo me miró fijo a los ojos y me dijo “No entendés
nada”.
Ahora mientras te cuento, recuerdo que a sus catorce años, me enseñó
una piedra que le había regalado su padre. Caminábamos por
barrancas de Belgrano. No recuerdo de qué hablábamos, pero sí que
su padre era un inmaduro, no sé si músico, tal vez. Y que le había
regalado esa piedra…
Desapareció de mi fiesta y tardé cuatro o cinco horas en darme cuenta.
Creo que no se quedó más que el tiempo innecesario para darme la
piedra y reprocharme que no entendía nada... No puedo determinar
con claridad si fue la misma piedra que su padre le había regalado, la
que me estaba dando... qué cosa... ¿no?
Tenía catorce años... tal vez trece, y solíamos dormir en casa de un
amigo excéntrico, loco aunque a veces creo que extremadamente
postural. Sus desparpajos creo hoy que no tenían otro objetivo que ser
centro de atención más que la propia desvariación de un demente. Hijo
de una familia judía adinerada... Simpático renegado...
Sí, solía dormir en su casa, siempre que podía. Era un sitio encantador,
y yo disfrutaba de una adolescencia tardía haciendo usufructo de las
constantes habilidades bufonescas de mi amigo. Solía existir un
intercambio. Siempre intentaba entregarle alguna pieza femenina a
cambio del cómodo cobijo edilicio a mis pasiones ilimitadas.
Funcionábamos así. Como un equipo. Yo cazaba las presas, hacía el
trabajo más duro y complicado, pero una vez que bajaban la guardia el
simpático bufón se encargaba del resto.

212
Era capaz de, en medio de la cena, disculparse, irse a la cocina y
regresar desnudo, sentarse a continuar con la cena y retomar el tema
de conversación como si nada ocurriera...
Recuerdo otra vez que dado que según él se aburría se había levantado
del sofá, había desaparecido, cortado la luz de casa y había
reaparecido desnudo con un farol a luz de vela, Ricardo III en mano
izquierda, cojeando, encorvado y gritando “Vete perro vete, inmundo
oprobio del vientre de alguna perra....”
Tuvo éxito. Luego encendió todas las luces, se sentó entre nosotros
desnudo, y siguió hablando como si nada sucediera...
Tenía catorce años... o tal vez trece y se quedó fascinada al conocer el
bufón y yo aún no sabía nada de ella. Éramos novios. Me sentía
paternal y protector ante la angelical candidez. Nos dábamos besos.
Salíamos mucho, muchísimo. En aquella época mi ocupación radicaba
en vivir el día a día. Salir cada noche, experimentar con las relaciones
humanas y nutrirme ávidamente de todo lo que sabía la universidad
me había impedido y me impediría.
No me atrevía a tocarla. Era un tonto. Lo escuchaba muchas veces
mientras danzando etéreamente giraba sobre mí y sobre sí misma,
repitiéndolo sin cesar...
Cuando más hundido me tuvo, me confesó que solía vivir bajo los
efectos de todo psicotrópico que llegara a su mano. Más de una vez,
en los paseos que hacíamos, se quedaba durante minutos extensos e
interminables, extasiada, mirando el color de las plantas y la textura
de los árboles. Me parecía fascinante.
La primera vez que hicimos el amor, ella tenía catorce años... perdón,
creo que trece. Estábamos de pie, se giró sobre su espalda sin mover
los pies del suelo y apoyó las manos sobre el mismo. Pensé que se
rompería, que su espalda se quebraría. Estaba curvada como una
acróbata de circo, hacia atrás. Mis manos la sujetaban por detrás de la
cintura, intenté incorporarla pero dijo, “No. Rompéme toda”. Lo
repitió tres o cuatro veces. Era pequeña, no medía más de un metro
sesenta, o menos, bastante menos. Su vagina era pequeña. Lo recuerdo
muy bien. Tenía trece años, tal vez rozaba los catorce.
Mi edad no importa... era mayor que ella...
Absolutamente todo mi paternalismo se derrumbó. Sentí que me
invadían millones de vueltas alrededor mío repitiendo: soy tan tonto,
soy tan tonto, sos tan tonto, sos tonto.

213
Dormíamos abrazados, me agarraba como una niña agarra a su madre.
Por la mañana me despertaba acariciándome por detrás de la oreja, por
mis patillas. Nos marchamos a pie.
Nunca más dio vueltas alrededor mío, pero sé que aún era tonto, muy
tonto, bajo sus penetrantes ojitos negros.
Estaba perdidamente enamorado. Me hubiera quedado con ella. Tenía
catorce años. Había hecho el amor, cogido, follado con cientos de
hombres, con homosexuales, con pederastas, con mujeres, tríos,
orgías, tenía trece o catorce años...
Conocía todos los secretos de alcoba que yo aún no conozco. Solía
acrecentar su estado cannábico con ácido lisérgico. Yo era muy tonto,
mientras giraba a mi alrededor me lo decía.
Un día, en casa del clown... -Fernando detuvo su monologo y se quedo
serio, con una mirada que no era la habitual en él. Gonzalo lo miró y
no dijo palabra- …Bebíamos pisco chileno, la idea era tomar un
poquito, hacía mucho calor, demasiado calor. Seguimos bebiendo, los
tres. Hacía mucho calor...
Me saqué la camiseta sin intención, como en una típica noche de
verano porteño en casa de amigos...
Fernando volvió a hacer silencio. Gonzalo lo dejó en su recuerdo, casi
sin mirarlo.
-Me besó y pronunció las palabras mágicas que iniciaron mi descenso
hasta la cruda realidad de los peores sentimientos.
Dijo: “No vale...”
Hacía mucho calor. Estaba muy borracho...
Preguntó con sus catorce añitos “¿y si nos quitamos todos la ropa?”
Antes de terminar la frase, mi amigo estaba desnudo -Fernando
parecía otra persona, estaba acongojado-.
Gonzalo le dijo: -No hace falta que me cuentes.
-Sí -dijo Fer-, sí me hace falta –y mirando a Gonzalo a los ojos le dijo-
: Empezamos a hacer el amor, ella y yo, a sus catorce años y a mi
plena estupidez. Mi amigo miraba, sonreía... estaba encantado, y de
pronto observé cómo su tierna manecita de niña prepúber se extendía
y acariciaba a mi compañero...
Aún lo veo, muy poco. A veces nos escribimos. Se casó, creo. Nunca
hablamos del tema...
Me retiré, raudamente, azorado. Mi amigo, digamos que echó el
líquido sin mucha técnica ni compasión mientras yo intentaba
entender lo que pasaba.

214
Tenía catorce años. Era mi novia. Mi amigo se la tiraba. Yo miraba...
no entendía nada.
Ella despertó de su extraño estado de somnolencia sexual y dijo “no
vale, ustedes también tienen que amarse”… Solo nos miramos. El
bufón se rió con malicia. Yo estaba muy borracho pero nunca fui muy
pelotudo. Me aparte sin brusquedad, ante la insinuación de la tierna
personita a sumirnos los tres en un sudor sexual. Mi amigo agradeció
con monerías el polvo mal echado a la señorita y al rato se quedo
dormido.
Todo quedó en un “no vale”. Aquel demonio encerrado en el
cuerpecito de prepúber volvió hacia mí e inició su marcha sexual,
frenética, implacable, incansable, inagotable...
A la mañana siguiente, me desperté y ella me abrazaba desde atrás
cruzándome los brazos por debajo de mis axilas, como una mochila.
Sentí asco... Raro. Quería que me soltara. Me sentía ajeno, otro.
Es una sensación que jamás volví a sentir. Tenía trece años, no sé si
catorce. Mi edad no importa… Estaba perdida. Tenía trece años. Me
encantaba. Era mi novia. No supe más de ella, después de la piedra.
Espero que esté bien. Me hundió, como nadie pudo jamás volver a
hacerlo. Me enseñó el mundo, en un instante, en un abrazo.
Por los ojos de Fernando asomaba una lágrima.

215
45. Gerardo y Micaela
Después de la consulta, donde Gerardo se comportó con la corrección
que le caracterizaba, Micaela se dispuso a marchar, sin plantearse
absolutamente nada con Gerardo, aunque le gustara y le resultara
atractivo. Se iba de esa consulta para siempre, o hasta que tuviese un
nuevo problemita en la boca. Miró a Gerardo y dijo: -Bueno, Doctor,
muy amable, estoy muy contenta con el trabajo. Me despido -y
extendió su mano.
Gerardo la miró, fijo a los ojos, y Micaela bajó la vista, cosa que
cautivó aún más a Gerardo, pero lo llenó de miedo y duda. Esa mujer
le resultaba un sol, una mujer única, tan correcta, tan cortés, tan
cercana y a la vez lejana a él.
-Bueno, bueno, me agrada que esté contenta, pero me apena no volver
a verla.
Micaela levantó la vista y lo miró seria.
-Perdóneme Micaela, es que usted es una paciente muy buena,
excepcional. No sabe lo que sufro a veces con algunos pacientes. No
se lo tome a mal, se lo ruego…
Micaela sonrió, y dijo con serenidad: -Tal vez nos crucemos en
Recoleta. Me gusta ir allí, tanto como a usted.
Gerardo sonrió muy nervioso, y no pudo contenerse.
-Me da una alegría, Micaela, y no se lo tome a mal, es que yo... -y se
quedó callado, sin saber qué decir.
-¿Sí?
-Nada, nada, perdóneme, pero es que desde la muerte de mi mujer no
me había fijado en nadie. Y tengo la impresión de que con usted... -y
volvió a quedarse callado, sonrojado, habiendo jugado su última, pero
a su entender apresurada carta.
Micaela se mordía por dentro, pero solo se dignó a decir: -No sabía
que era viudo, Doctor, lo siento.
-No se preocupe, fue hace un par de años, y no me haga caso en lo que
dije. Es una tontería... es que usted es una mujer encantadora, y pensé
que podríamos habernos conocido en otra circunstancia. No está bien
que su odontólogo le diga lo que le ha dicho.
-No le entiendo, Doctor -dijo Micaela sabiendo exactamente lo que le
pasaba a Gerardo.
-Sí, Micaela... en fin, no lo sé, perdóneme, se lo suplico, no soy así,
pero es que... no sé qué decirle, ni cómo.
Micaela lo miraba tenuemente intimidante.
216
-Y es que me gustaría, si a usted no le molesta, que pudiéramos vernos
allí, en Recoleta y compartir un paseo, un café, Solo eso, no le pido
más, no se lo tome a mal.
Micaela lo miró con ternura y se colocó en el sitio de la vergüenza, se
sonrojó e hizo que Gerardo se sonrojara. Ese hombre que se mostraba
tan seguro de sí, temía lo que ella pensara.
Gerardo la miró en silencio, como esperando una respuesta.
-Mire, Gerardo -dijo Micaela-. Creo entender que me está invitando a
un café.
-Por favor, no me malinterprete, no es nada más que eso, un café,
aunque no debiera decírselo, usted es mi paciente.
-Mire, Gerardo, hagamos una cosa. Usted tiene mis datos, así que si
quiere puede llamarme en unos días. Yo debo pensar un poco si iré o
no a tomar un café con usted, aunque si es porque está mal por lo de
su mujer, aceptaré la invitación.
-No -dijo Gerardo-, no, yo no... bueno sí, pero... no, no es por lo de
Marcela, es por...
-Llámeme, Doctor y ya le diré algo. Le extendió la mano y luego de
estrecharla se giró, como una mujer de bien, sonrió cortés y se retiró
del consultorio.
Gerardo se quedó de una pieza, frío, sin saber qué hacer. Llamó a su
asistente por el interno y se sentó.
Micaela salió nuevamente triunfal de la recepción, como lo que era,
como se sentía, como una princesa a la que su prometido había ido a
pedir su mano. Como una mujer hecha y derecha, como una señora,
como una diosa.

217
46. En Madrid
Fernando y Gonzalo se encontraron en Madrid. Los dos estaban muy
contentos por el reencuentro y apostaron por enseñarse en los días que
gastarían juntos en Madrid, cada uno con su estilo, los lugares
favoritos de ambos. A Fernando le encantaba Malasaña y perdió a
Gonzalo entre los bares de copas, restaurantes y garitos que solía
visitar. Gonzalo, luego de mostrar sus lugares predilectos del centro,
pasó de llevarse a Fernando por Majadaonda y a los restaurantes que
frecuentaba, dado que encontró mucho más interesante lo que Fer le
presentaba. Pasearon por chueca y se rieron mucho con un humor
puramente argentino. Se sentían bien, el uno con el otro y se hacían
cómplices de las críticas lógicas de la diferencia cultural. Parecían dos
chicos cuando hacen una amistad eterna, en la infancia feliz de la
inconsciencia. Fernando conseguía atrapar la atención de Gonzalo,
con sus gracias constantes, sus ocurrencias, su espontaneidad, y su
capacidad de reírse de él mismo.
-Mirá, mirá esta gorda hija de puta... ¡si parece un Fiat seiscientos!
Esta en Argentina se queda para vestir santos... es que acá les da igual,
porque siempre hay un hijo de puta que se las coge a estas deigors, si
no decime por qué anda así, como si fuera la reencarnación de Greta
Garbo -decía Fernando mientras caminaba por la calle en busca de
otro garito típico de su gusto.
Y Gonzalo para no quedarse atrás soltaba: -¡Y si tiene así la cabeza,
imagináte cómo tiene el culo! -cuando se cruzaba a la típica señorita
de pelo engrasado que abunda por la noche citadina madrileña.
Y otra vez a empezar con la crítica bestia contra la higiene genital
local. Y a contarse cómo habían hecho para cogerse a una divina que
tenía pelonchas.
-Pelos de concha sin arreglar, por todos lados y con olor a meo... ¡olía
a meo la hija de puta y quería que le hiciera un pesebre! ¡Ni en pedo!
Y después de coger, cuando nos fuimos, ¡no se bañó, la turra! ¡No la
llamé más! Es imposible enseñarles, lo del olor genital lo llevan
dentro -afirmaba Fernando.
-¿Y los tipos?... los tipos no se llevan la piel de la japi para atrás al
echar un cloro, y van juntando ahí todo tipo de secreciones... ¡y
después viene una de estas y les hace un pete! Qué estómago tienen
las guachas -agregaba Gonzalo para tintar el tema que tanto les
preocupaba.

218
Y no era para menos. Venían de otra cultura donde la falta de higiene
es ofensiva y entraban en otra donde los olores eran cosa normal,
aunque fueran a pis, a culo, a esmegma, a flujo, a caca o a sexo.
-Pero hay excepciones -dijo Gonzalo. Y Fer sonriendo asintió con la
cabeza.
-Te voy a aclarar lo de peloncha -dijo Fer seriamente-. Mirá, tenés
pelonchas, pelulos y pelijas, que son los pelos de las zonas genitales,
como habrás captado. Pero los que entran en esta clasificación son los
pelos descuidados. Luego está el bigotito, que tanto se agradece, o la
concha de nena, que digamos que es la calva... Acá abunda la
peloncha, con su consecuente falta de cuidado e higiene, que huele de
lejos y cuando haces el perrito te llega entre cada empujón... Un asco.
A esas, si he cometido el error de no acertar el prediagnóstico y pensar
que eran la excepción, le hacía el carro romano.
-¿Qué?
-Sí, el carro romano. ¡No me digas que no lo conoces! Seguro que lo
hiciste alguna vez sin saberlo... Fundamental que tengan pelo largo,
cosa que en Catalunya resultó ser un imposible. Ahí las minas se
cortan el pelo como para ir a la colimba y se ponen esos putos
anteojitos rectangulares de colores. Todas iguales, como si la moda
impusiera estilo, cosa que en Barcelona es así. ¡Además, a quien se le
ocurrió que el pelo corto les queda bien a las minas! ¡A un peluquero
de perros será! Pero en Barcelona, no hay catalana que se precie que
no lleve el look miráme esta cara que tengo, así, pelicortas... ¡como si
fueran lindas las culeadas!
-Sí, lo sé, todas de molde... si tuvieran la cara bonita... pero ¿el carro
romano?
-¡Ah, sí! la pones en cuatro al borde de la cama. Vos ponés una rodilla
en la cama y una pata en el suelo. La agarrás del pelo, como si fuera la
crin, ¿sabes? y ahí le entrás a dar, cabalgando con su pelo y dándole
de tanto en tanto una cachetada en el culo, cosa que yo hacía cada vez
que subía el hedor, por venganza, aunque debo confesar que a algunas
tendría que haberlas cagado a trompadas. ¡No se saben lavar el
ortoooo!
Gonzalo reía de la grosera mímica de Fer, ayudado por la birra negra a
tamaño pinta que se habían tomado.
-Vení -dijo Fer- vamos a la Gata Flora a cenar que es bastante cerca de
acá. Se come para el orto pero me hace sentir cerca de casa, y me
gusta. Voy siempre que puedo, y está lleno de gente. Mientras

219
caminaban, les llegó el típico olor a hachís que se puede sentir en la
zona al cruzarse con unos adolescentes.
Gonzalo miró a Fernando que olía profundo y preguntó: -¿Cómo
empezaste a fumar porro?
-¡Uy! ¡Qué pregunta! ... de mayorcito, no como acá que fuman de re
pendejos… era afgano el chocolate que fumaban esos turros, qué
bueno… y yo… digamos que tenía unos veinticinco años y un amigo
me convidó y me dijo “Fer querido, no puede ser que no conozcas este
mundo...” y así, de pelotudo ¿sabes? empecé a fumar. Me gustó la
sensación esa de tiempo presente, de vivir solo el momento, de
plasticidad del tiempo, de que los problemas se aclaraban y que todo
se soluciona fácil... o no pero da igual... la risa que al principio era
carcajada perdida... Ahora es distinto, ha cambiado mucho el efecto
que me hace. ¿Sabés? Un día mi amigo, el que me dio a probar,
caminaba conmigo por Belgrano, y nos cruzamos a un flaco que iba
fumando solo y me dijo “Mirá, mirá qué cosa más triste, ese flaco
fumando solo... hay que estar muy mal. El porro se fuma entre
amigos...” me dijo... Y ahora fumo solo, como los españoles que lo
hacen así, solos aunque estén con amigos.
-¿Por qué decís eso?
-Porque acá son así, loco, son así y punto. No te llevan a su casa, no te
hablan de la vida ni de cosas importantes, no discuten de política, no
se psicoanalizan... solo se juntan a beber y pasar el rato, a ligar, a
hablar de fútbol o de coches, o de comida o a criticar al que se levanta
de la mesa... pero filosofar, arreglar al mundo, abrirte el corazón...
jamás... y a veces he pensado que es mejor esa superficialidad... no
sufren como nosotros, no entrelazan sus almas, entonces no sufren... Y
cuando fuman porro, no te lo pasan hasta que no están re colocados…
-¿Vos sufrís? Interrumpió Gonzalo.
-¡Que Qué te parece boludo! ¡Como un enano! Nada en la vida me
salió como quise... Mi vida ahora es una mierda y no pienso contarte
muchos detalles aunque vos los vas conociendo. He cambiado mucho,
¡¡¡me españolicé, chaval!!! Como vos, que pareces un gaita pijo... Me
cuesta abrirme... antes no tenía secretos con los amigos...
-Pero... escucháme una cosa... parecés un tipo re feliz, te reís de todo...
¿y tu vida? muchos te la envidiarían...
-Sí, me envidiarían porque creen que el ritmo que llevo es éxito y en
realidad no ven mi fracaso, no lo muestro y no lo cuento... y sí, me
cago de risa pero eso no tiene nada que ver... lo único que falta es que

220
me revuelque en mi propia desgracia. Sufro y punto, pero que no se
note. No voy a hacer grasadas ¿sabés?
-¡Qué palabra! -dijo Gonzalo sonriendo, apaciguando la cosa.
-¡Síííí! grasa es re grasa -se rió Fer-. ¡Decir grasa es grasa, loco! pero
me gusta meterlo de vez en cuando y además descubrí que acá pega
mucho mejor el acento grasa y cayengue, más que el concheto que vos
arrastrás, que no tiene nada de porteño. A las minas les encanta que
les saque un acento del Abasto o de Mataderos o de La Ferrere, o del
doque o que se yo, bien bajo ¿sabés?
-Es cierto... aunque a mí no me ha ido mal con el acento...
-A vos Gonzalito, no te hace falta. Y además lo cambiás. Pero te juro
por mi madre que te iría bien aunque fueras mudo.

221
47. Marta
Marta era madrileña. Se casó tal vez porque quería ser madre, a pesar
de sus gustos sexuales. Una noche, la de regalos y fiesta, la noche
buena, le dijo a su marido que ya no sentía nada por él. Tenía dos
hijos, una casa preciosa con hipoteca y una novia dulce y cariñosa con
la que hacía ya algún tiempo se acostaba.
Algún tiempo después, asumida su sexualidad y su nueva vida, salió
una noche a pasear por Madrid porque le apetecía tomar una copa en
algún bar de ambiente.
Esa noche, en la que conoció a Fernando, había ido al barrio Chueca
porque su chica la dejaba sola unos días. Se había ido a Londres por
trabajo.
Marta se sentía bien y tranquila ya que los niños estaban con su padre,
y pensaba hacer una copa y regresar a casa.
Se fue a un bar que le gustaba mucho por su estética femenina.
Fernando entró en ese bar unos minutos después. Entró porque sí,
como siempre hacía. Le pareció adecuado sin causa aparente.
Lo que más atrajo a Marta de Fernando, fue su femineidad tan sutil
pero tan marcada. Era un hombre muy atractivo como hombre, pero
con una dulzura tan femenina que le resultó imposible resistir el
mirarlo.
Fernando percibió la mirada, alzó la vista y al cruzar los ojos sonrió
sonrojándose, y volvió a bajar la vista para subirla luego tímidamente
al encuentro de esos ojos para volver a sonreír.
Fernando conocía a ese tipo de mujer. Femeninas pero hartas de los
hombres, lesbianas por despecho, ira, aburrimiento, cansancio, y
obviamente a su criterio, por exquisito gusto.
Fernando se le acercó más delicado que varonil, y le preguntó la hora.
-Perdona, es que creo se me ha parado... -dijo mirando su reloj, pero
como siempre, pensando en argentino...
-Las doce y media -dijo Marta sonriendo. No había podido impedir
contestarle.
-Ah, pues anda bien... me llamo Fernando y como se ve soy sudaca...
-¿Sudaca?
-Mezcla de sudamericano y caca... argentino
-No sabía lo de la caca... lo de argentino se te nota -dijo Marta
iniciando una conversación abierta.
-Lo de sudaca suena muy racista visto así, ¿no?

222
-Tal vez, pero no me preocupa. Me siento sudaca a toda honra y es
que he aprendido a estar orgulloso de mi ser... -y se mostró más tierno,
intentando dejar de lado al hombre latino que afloraba.
Miró a Marta, y le preguntó si le importaba compartir mesa. -Eso sí, si
no estás esperando a nadie, no querría ser invasivo.
-Siéntate, por favor, no espero a nadie. He salido un rato a despejarme.
-Perfecto -dijo Fer y al sentarse mostró su femineidad gestual en su
cuerpo varonil.
Marta estudiaba sus movimientos y pensó que Fernando era gay. Solo
por eso lo dejo sentarse.
-¿Así que eres argentino? -preguntó Marta- aunque insisto que se te
nota mogollón.
-Sí, lo creo, no puedo esconderlo cuando una mujer como vos me
sonríe con los ojos.
Marta se sintió apurada y confusa. Pensó que había ido todo
demasiado rápido. Y cambió el gesto. Recordó que los argentinos eran
siempre así de lanzados, y este no escapaba a la fama. Y tal vez no era
gay.
Fernando adivinando el pensamiento agregó: -Sabés que la mirada es
importantísima y a mí me encanta comunicarme así, como lo hacen las
mujeres. Es envidiable, tan sutil, tan único, tan propio de las mujeres
que los varones morimos de envidia por ello. Incluso los que somos
femeninos.
Marta sonrió ante el meloso agasajo, y preguntó: -¿Eres gay? Claro,
estamos en Chueca y me dices que eres femenino...
-No, no soy gay... o si... digamos que soy lesbiana... soy una mujer en
un cuerpo de hombre... No sé por qué te cuento esto... pero soy
lesbiana perdida... con pito... no sé, perdoná la franqueza...
Marta lo miró y se rio. Le pareció muy ingenioso.
-Es que además, vivir así, en un cuerpo equivocado, entre hombres en
un mundo de hombres, tan desagradables mirando el puto fútbol y
chupando birra, con olor a huevos y a culo y a... perdonáme, soy un
poco así...
-Tranqui, no pasa nada Fernando, te entiendo perfectamente.
-¿Y vos?... ¿sos lesbiana?
-Sí -dijo Marta-, pero tengo dos hijos, estuve casada.
-¿Era un turro? Digo… ¿mal tipo? -dijo Fernando con cara cómplice.
-No sé, hombre, eso, un hombre. Como todos, igual a todos los que he
conocido...

223
-Ah... veo, veo... pero, ¿y ese odio al sexo masculino? Denota que no
sabes cómo tratar a las mascotas -dijo Fer irónico.
Marta se rio, le pareció muy gracioso, ayudada por el alcohol en
ayunas.
-Y entonces te liberaste un día, y lo dejaste por una chica.
-Pues sí, la conocí casualmente, en una librería. Buscaba un libro raro,
de un tipo francés, que me contó estaba inconcluso. Era un chica... es
una chica muy hermosa, que olía maravillosamente. Al salir de la
librería me metí en un bar a tomar un café, y ella estaba allí, y me
sonrió al verme entrar y me invitó a sentarme con ella. No había
conseguido el libro ese que buscaba y me lo contó compungida, tan
tierna....
-El Monte Análogo -dijo Fernando.
-¡Sí!, ese, ¿cómo lo supiste?
-Tengo poderes mentales -dijo Fer y se rio.
-¿En serio? -preguntó Marta asombrada.
-Sí, es cierto, soy mentalista práctico de la escuela del Líbano... no me
hagas caso, soy un tarado... lo conocía, lo escribió René Daumal, una
obra fantástica de la literatura iniciática. ¿Y cómo siguió con la chica?
-Quedamos para otro día... ¿Cómo conoces ese libro?
-Casualidad, no sé, lo leí de jovencito, casualidad... contáme che por
favor que me tenés intrigado.
-Bueno vale... pues quedamos para otro día, era estudiante de filología
francesa y me contaba cosas fascinantes. Y seguimos quedando,
siempre muy correcto todo y muy simple, pero intenso. Me atraía su
forma de ser, cómo me contaba las cosas, sin alardear ni querer
demostrarme nada. ¿Te aburres?
-Non, continue s'il vous plait… -y mientras Marta alzaba la vista con
una sonrisa, Fernando agregó-: je vous emprier.
-¿Hablas francés, también? Como Gemma -dijo Marta encantada.
-Sí... hablo francés pero seguro que no como Gemma. Contame Marta,
por favor, que me estoy comiendo los codos...
-No exageres, es solo una historia de mi vida.
-A mí me fascina, así que por favor seguí.
-Bueno, pues empecé a quedar mas tardes con ella y siempre era muy
dulce y buena conmigo, me traía flores que cortaba por ahí, era
compañera, leal, tierna y cariñosa. Sabía que yo estaba casada y con
niños, pero solo escuchaba si yo comentaba alguna cosa al respecto.
Yo nunca le pregunté por sus parejas y ella nunca dijo nada. Me
molestaba pensar que el encanto podía romperse. Me atraía, pero no

224
era sexual, era todo lo otro, su femineidad, y una cosa fue llevando a
la otra... no sé como ocurrió pero una tarde en su casa empezamos a
hacer café y se me cayó una cucharilla, y nos inclinamos las dos a
recogerla... y allí fue cuando mi mano rozó la suya tan suave... y ella
me miró con ojos de gatita bebé, con miedo, ingenuidad y torpeza...
inocencia... y así... así fue...
-En fin, hermoso final para una historia de amor... me encanta...
Marta... ¿verdad? Te invito una copa para brindar por la libertad.
-¡Vale! -dijo Marta alzando una copa vacía- ¿Pero tú de qué te liberas?
-De la necesidad de tener que seducirte...
De pronto Marta sintió que esa tierna mujer en un cuerpo de hombre
la atrapó.
Esa noche Marta y Fernando se fueron juntos y amanecieron juntos,
en la misma cama, después de varias horas de jugar al sexo, a ese
juego tan dulce que ambas mujeres sabían hacer.
Marta se enfrascó con Fernando en una mística conversación.
Le había fascinado que Fernando le hubiera dicho que era una mujer
dentro del cuerpo de un hombre, pero lesbiana.
Habían hecho el amor muy tiernamente, sin penetración, entre caricias
y besos eternos, con una dulzura tan femenina de Fer que cautivó a
Marta.
Marta se acomodó en el medio de la cama y apoyó su cabeza en los
muslos de Fernando. Se giró, sonrió y dijo:
-¿Sabes que eres muy femenino?
-Claro, como vos sos masculina. Nos equilibra.
Fernando perdió la vista en su propia mente.
-Tal vez, aunque no me reconozco masculina salvo en los gustos.
-Lo vi, lo vi claro. Te atrajo Fernanda, no Fernando.
-¿Te has enrollado con un tío alguna vez? -interrogó curiosa Marta.
-No -mintió Fer-, me gustan las mujeres -aseveró, y eso era verdad.
-Yo de pequeña viví mal mis gustos, me reprimía, sufría pensando en
que Dios me iba a castigar.
-Pero qué decís, ¿vos crees que Dios está para eso? ¿Cómo se te
ocurre que el Dios que te hace así como sos, te va a castigar por eso?
¡Es ridículo!
-Tal vez, pero me educaron así, con miedo al pecado...
-¿Pecado? Sexo no es pecado, o sí si es violento... digo mediante la
violencia, pero ¿si hay amor? Son las intenciones tal vez pecaminosas,
y ni eso... o sí, no sé... depende, pero el sexo no puede vivirse como
pecaminoso. Es maravilloso, es el mejor regalo que Dios nos ha dado.

225
Fernando se apasionaba y Marta vivía ese apasionamiento...
-Mirá, Marta, Dios es amor, ¿no? Y el sexo a veces te acerca al amor
como nada puede hacerlo en el mundo. No sé... si el sexo es sin
sentimiento... podría decirse que es animal, aunque tampoco lo sé,
pero vamos a quitarles a los animales ese sentimiento tan profundo
que tenemos los humanos y que no es dependencia o dominación o
atracción, es… amor, es eso, amor... Entonces el sexo con amor es la
vida misma, es la revelación de lo divino, es Dios encarnado en ese
misterioso momento, es la cumbre de la iluminación en escasos
segundos. ¡¡¡¡Quien fuera como el áscaris lumbricoides!!!!
-¿Perdón? Me he perdido -dijo Marta-, ¿el áscaris lumbricoides?
-Ah, sí -dijo Fer y se rio-. Es un parásito, el áscaris lumbricoides... -se
detuvo y colgó la mirada-. Vive en cópula constante, ya que la hembra
alberga al macho en un canal que se llama ginecóforo y la penetra con
sus múltiples penes... ¡¡¡¡qué maravilla!!!!... el áscaris lumbricoides.
Eso sí, lo imagino como un estado pletórico de luz con la consecuente
elevación espiritual... El Amor...
-Qué cosas que dices -reía Marta.
-¡Es verdad!, me lo contó un amigo que es médico, cosa rara que se
hubiera fijado en eso. Estábamos hablando de la animalidad del sexo
en el humano, y la diferencia entre naturaleza y cultura, ya sabes, Levi
Strauss, el socioantropólogo, o algo así ¿sabes?
-No, no mucho.
-Síííí, lo de la prohibición del incesto... los animales no lo prohíben,
los humanos sí lo hicieron, y es allí donde surge la cultura... según el
amigo Levi.
-Ah, pues mira, no lo sabía... -intentó matizar tontamente Marta.
-Y bueno, no sé como caímos en lo del áscaris... asociación libre,
imagino.
-Claro, obvio -dijo Marta más perdida que orientada.
-¿Sabés? En terapia traté el tema con mi analista.
-Mira tú, es verdad que los argentinos os analizáis, aunque tú no eres
tan argentino, pero para el caso da igual...
-Sí, es sano o eso creemos, acá la gente lo oculta es como un secreto
inescrutable... un pecado para ser como un poco cristiano... no lo
entiendo... a mí me encanta, me ayuda a ver cosas, aunque varios
analistas me echaron.
-No digas ¿por?
-No sé, eran minas, yo creo que me las comí en la consulta, que no
podían conmigo... claro... parezco varón y no daban en la tecla.

226
Marta soltó una carcajada, no por el chistecito tonto, sino por el
recuerdo de la femineidad de Fer. Le pareció muy acertado el
comentario.
-No te rías de mí, Marta, y menos cuando hablamos tan seriamente. Y
volviendo a lo que iba, Dios está en nosotros, no puede juzgarte más
de lo que vos lo hacés... además él depende de nosotros. ¡Eso es! Dios
depende de nosotros y no nosotros de él. Sin nosotros el Dios que nos
ha creado no existiría. Tal vez otro, pero este que nos vendieron no. El
Dios que a vos te hacía sentir culpable, no es el verdadero. No, Marta.
Ese Dios no existe. Existe porque nosotros le permitimos ser así de
cruel creando hasta un infierno para los que no obedecemos... No, no
es así.
Marta miraba a Fernando perdida en sus ojos y el movimiento de su
boca. Lo que Fer decía le endulzaba el alma tan compungida por la
culpa.
-Dios, Marta, te pertenece a vos y no vos a él. Dios es el amor y es tu
amor el que debe liberarse de la culpa. Si amás, sos Dios. Si amás de
verdad sin posesión ni irrespetuosidad por la libertad de tus amados,
que deberíamos ser todos, sos Dios hecho carne.
-¡Qué me dices, Fer! -dijo Marta alucinada por lo que tenía delante.
Una cosa que parecía un hombre pero era una mujer y además le
hablaba de Dios y del amor en su primer polvo, y que no le
preguntaba si se había corrido o si lo había pasado bien, y que olía a
perfume y piel limpia y que tenía ese puto acento azucarado y
empalagoso de argentino que la volvía loca.
-Lo que es. La única verdad que conozco. Dios. Amor. Dios. Amor
universal...
Marta se acercó a la boca de Fernando y lo besó con ternura primero y
apasionadamente al instante en que noto la mano de Fer rozando su
cuello.
Fernando respondió el beso con caricias trémulas. Miró a los ojos de
Marta, pero miró dentro de ellos, sin ver a Marta, sólo al interior de
los ojos. Y Marta lo sintió hondo, profundo, sintió la mirada
penetrando en sus ojos y la dejo entrar. Y al dejarla entrar se sintió
arrastrada hacia el fondo de la mirada de su amada... Sí, de su amada
Fernando que la poseía para siempre, como ella también lo poseía a él.
Había entrado en Fernando y visto a su amada amante dentro de él.
Marta sintió que entregaba su virginidad por primera vez, sintió cómo
Fernando rompía sus más ocultos secretos y lo dejo entrar y mirar y

227
poseer. Los dos cayeron en un suave y exquisito aroma embriagador
de sutil unión carnal con sus solas miradas. Los ojos eran un solo ojo.
Fernando la miró aún más profundo, Fernando era así de complejo, los
cuerpos en realidad no le interesaban tanto como las almas. Siempre
miraba profundo, pero no siempre entraba...
Mientras tanto, las caricias se circulaban en un ritmo inagotable de
placer celestial. Cuando Marta comenzó a arquear su espalda su
mirada se hizo aun más perfecta, concreta pero abierta, penetrada y
penetrante. En el preciso instante del estallido compartido, en la
décima de segundo previa a la explosión del gozo supremo que los dos
ya no podían retrasar, Fernando sonrió tenue y dijo:
- Dios... -y cerró los ojos al mismo tiempo en que Marta lo hacía
dejándose arrastrar por una nueva mutua inconsciencia, en un abrazo
que fundía los cuerpos de las almas ya fundidas...

228
48. Venérea
Fernando se encontró con Gonzalo en un bar de las afueras de Madrid.
Era grande, con mesas de billar, olor a frito y humo y bastante carente
de higiene. Había un empleado en la barra y ningún camarero
Al lado de la barra, un borrachín jugaba solo a los dardos.
Fernando estaba sentado en la barra tomando una cerveza y al ver
entrar a Gonzalo se fue hacia el fondo, a unas mesas para cuatro
personas adosadas a la pared y con sillones fijos de dos o tres plazas
según se quisiese.
Se sentó y esperó a que Gonzalo se sentase frente a él.
-Che -dijo Fernando preocupado-, acompañáme al baño que te quiero
mostrar algo.
-Mostrámelo acá -dijo Gonzalo desinteresado.
-¿Querés que te muestre la pija acá?
-¡Qué decís! -dijo Gonzalo mirándolo serio.
-Sí, boludo, que me agarré algo... dale, vení -dijo Fernando
poniéndose de pie. Sin mirar atrás y con prisa se dirigió hacia el baño.
Gonzalo se paró y lo siguió.
Vio que en la mesa de enfrente había un cliente sentado solo, tomando
cerveza, y ojeando una revista de hoja grandes y brillantes. Al ver que
Gonzalo iba hacia el baño detrás de Fernando sonrió.
Al entrar al baño Gonzalo vio que Fer estaba dentro de un excusado
con la puerta abierta mirándose el pene.
Gonzalo sonrió.
-Qué pasa, ¿te llora el nene?
-Mirá, bolas -dijo Fer. Y le enseñó la punta del pito mientras se
escurría la uretra hacia delante.
Gonzalo observó cómo salía una secreción purulenta, se agachó, cogió
papel higiénico y tomó el pene de Fernando para observarlo de frente
y luego por un lado y por otro.
Fernando se dejaba examinar preocupado y sin reparos, y preguntó:
-¿Qué mirás?
-A ver si tenés alguna úlcera -contestó Gonzalo serio.
En ese instante, entró en el baño el cliente del bar que estaba sentado
en la mesa con la revista y vio la situación que más bien parecía otra
cosa.
Gonzalo miró al señor que los observaba.
Fernando dijo sonriente: -Es mi médico...

229
-No vaya a pensar... -dijo Gonzalo, pero el hombre, de unos treinta y
ocho años interrumpió:
-Sí, sí, claro… -sonriendo- ¡Vaya consulta tiene!
Gonzalo se giró ofuscado, ignorando el comentario.
El señor se quedó observándolos.
-Pueden continuar, a mí no me importa -y girándose se dispuso a
orinar agitando su cabeza en negativo y riendo morboso.
Gonzalo se puso de pie y dijo a Fer sin mirarlo mientras se giraba:
-Vestíte pelotudo, siempre quedo pegado por tu culpa.
-¿No ibas a seguir? -dijo Fernando riéndose de su propia broma y
guiñándole un ojo al cliente que se había girado.
Gonzalo que había ido ofuscado hacia el lavatorio empezó a lavarse
las manos y el señor, mientras se sacudía el pito, lo miró con gracia,
sorna y desprecio.
-¿Cuánto cobra la consulta?, Doctor –dijo y se rio.
Gonzalo se encendió de furia y miró a Fernando. El cliente se acercó
al lavatorio agrandándose.
-Qué pasa, ¿ahora tienen vergüenza los mariquitas?
Fernando al ver la mirada de Gonzalo, se abalanzó raudamente contra
Gonzalo.
-No pasa nada loco, dejálo así.
El cliente vio que Gonzalo estaba desencajado, sin saber que era de
ira.
Se mojó dos dedos y se los secó en el pantalón, sin mirarlos y dándole
las espaldas.
Fernando tenía la mano en el pecho calmo de Gonzalo y lo sostenía
con fuerza.
El tipo se fue lento hacia la puerta sacudiendo nuevamente la cabeza
de lado a lado y dijo en voz baja pero audible: -La madre que los parió
a estos pervertidos, me cago en la ostia. Y se fue dando un portazo.
Fernando miró a Gonzalo.
-Es gallego, bolas, dejála pasar y decime qué hago.
Gonzalo se secó las manos en silencio, tiró el papel y preguntó
tranquilo:
-¿Fecha de último contacto sexual?
-Mmm, hace tres o cuatro días.
-¿Tanto? No te creo... bueno... de libro... tenés una gonorrea. ¿No
usaste forros?
-Sí, claro... siempre me pongo.
-Sí, ya veo... te los pusiste en las orejas -dijo Gonzalo sonriendo.

230
-No seas nabo...
-¿Nabo?... me decís nabo... ¿Cómo seguís usando esa palabra?
-¿A ver? -dijo Fernando-. Nabo, nardo, limón, carlitos... te digo que
estoy jodido y te muestro la garcha que está tirando pus y me
preguntás por qué uso la palabra nabo... ¡Qué amigo que tengo!
-Y yo no te cuento -dijo Gonzalo riéndose- siempre me metés en
quilombos... Tenés que tomarte un antibiótico, de un día, pero
deberíamos descartar gérmenes no comunes, sífilis que es la gran
simuladora... en fin, sos un pelotudo importante... ¿no sabés que te
tenés que poner forro hasta para que te la chupen y más aún si es
desconocida?
-¡No jodas!
-¡Claro boludo!, la boca contagia las mismas cosas que una vagina o
un culo, para serte explicito.
-¡Pero si era lesbiana! -dijo Fernando asombrado.
-¡Ah, qué lindo! -dijo Gonzalo arrastrando la i y reprobando con un
gesto-. Además qué tiene que ver. ¡Las lesbianas también tienen
venéreas, retrasado!
-No sé -dijo Fernando como un niño travieso-… que se yo, tampoco
es la primera vez.
-No, si ya me imagino, con la vida que tenés...
-Bueno, me lo compro y ya está -dijo Fer tranquilizándose.
-Y te chequeás lo que te dije, parece que tu vida te importa un carajo -
sentenció Gonzalo.
Gonzalo salió del baño, mientras Fernando se quedaba compungido
lavándose las manos.
Al salir vio al cliente sentado solo en la misma mesa junto a la pared,
sonriendo canchero.
Gonzalo se acercó a la mesa y antes de estar sobre ella el tipo lo miró
amenazante.
-Qué pasa Doctor, ¿me va a dar cita?
Gonzalo lo miró unas décimas de segundo a los ojos y bajó su vista al
pecho del señor, que era robusto y ancho. Se acercó sin invadir y dijo:
-Querría saber si me la quieres chupar, que seguro te mueres de ganas.
El cliente lo miró y dijo entre dientes mostrándose rudo: -Joputa
maricón de mierda -y puso sus dos manos sobre la mesa en un intento
por levantarse.
Gonzalo se le adelantó como solo él sabía hacerlo, lo tomó por los
laterales de la cabeza abrazando con sus dedos la nuca y ejerció una
leve fuerza hacia arriba, para luego dar con la cabeza y cara del señor

231
contra la firme mesa de madera, en un golpe seco y no poco ruidoso
generado por el impacto y por la botella de cerveza al caer. Levantó la
cabeza ensangrentada del cliente, y comprobó que estaba inconsciente.
La depositó sobre los trozos de dientes, entre los brazos que quedaron
extendidos, dejándola de costado mirando hacia la pared. Se incorporó
y miró para adelante.
El empleado del bar lo miró desde la barra alertado por el ruido de la
botella y sin haber visto absolutamente nada. Desde la barra, el
respaldo del sillón impedía ver al hombre inconsciente.
El borrachín seguía jugando a los dardos absorto en su borrachera y
escuchando la música que ponía en la fonola.
Gonzalo alzó la botella y mirando sonriente al barman dijo:
-Nada, se me ha caído la botella pero no se ha roto.
El empleado se giró indiferente y siguió secando las copas.
Gonzalo se incorporó del todo y se dirigió hacia la puerta del bar, para
abandonarlo saludando cortés y muy tranquilamente.
Al salir Fernando del baño reparó en la imagen del hombre que
parecía realmente dormido. Alzó la vista y vio que Gonzalo no estaba.
Se giró sorprendido otra vez hacia el tipo viendo como de la mesa
goteaba un poco de sangre. Se rio, y dijo para sus adentros:
-Incorregible justiciero...
Se dirigió entonces hacia la barra, se sentó, apuró un trago de lo que
quedaba en la cerveza que había dejado en la barra y dijo: -¿Qué te
debo, pisha?
-Dojheuro -le contestó el barman sin mirarlo.
Fernando pagó con una moneda, se puso de pie. -Que termine bien el
día... -y por lo bajo sonriendo dijo- no como otros.
El barman levantó la vista mirándolo extrañado, y Fernando le señaló
con la cabeza al borrachín, que no tenía ya ningún sentido del
equilibrio.
El barman sonrió con desgano, y abrió la nevera buscando algo.
Fernando se giró hacia la puerta y entonces el borrachín le hizo un
gesto para que se acercara.
Se le acercó con reticencia.
-Masherca, joven.
Fernando miró al barman y este alzando los hombros entró en lo que
parecía ser la cocina.
El beodo puso una mano en el hombro de Fernando incorporándose un
poco de su silla.

232
-El tipo que entró con usted en el baño le ha partido la jeta al maño -y
se rio cayendo hacia la silla.
Fernando lo miró serio. El borracho se rio y agregó con voz gangosa y
arrastrando la eses:
-Yo no vi nada, pero su amigo se fue para la derecha
Fernando sonrió.
-Pero... ¿usted no está borracho perdido?
-Sí -sentenció risueño-, pero no soy ningún gilipollas...

233
49. Diego se confunde
Diego fue al Único, un bar porteño que le encantaba por el barrio de
Palermo y se encontró de casualidad con Micaela. La reconoció a la
distancia y si bien era el hueso de su padre se le acercó sugerente. No
estaba borracho, gracias a una raya que había tomado para bajar de la
alcoholemia incipiente... y claro... tenía la boca abierta y la lengua
bastante suelta.
Se le acercó como si fuera un conocido de muchos años, pero Micaela
no reparó en él.
-Hola -le dijo-, ¿qué haces por acá Micaela? Soy Diego, el hijo de
Gerardo -y sonrió gesticulando con las cejas-, tu odontólogo.
Micaela lo miró tímida y le dijo: -¡Ah! Sí, ¿qué tal?
-Bien -dijo Diego, y la forzó a un beso al acercar su mejilla- pero no
contestaste a mi pregunta -y se acercó más aún, rompiendo la distancia
interpersonal.
-Tu padre tiene razón -espetó Micaela-. Sos incorregible por no decir
otra cosa -mientras lo apartaba serenamente con una mano.
-Es que te vi acá, y estas así... no sé... preciosa y como deseando
algo...
-¿¡Perdón!? ¿Qué dijiste? -Micaela cambió el semblante.
-Eso, eso... perdón -dijo Diego algo alterado. Estaba acostumbrado a
picar muy alto a base de buena presencia, pilcha, educación no
aplicada, buen coche, estudios, dinero fácil y bolsa-, disculpáme, lo
siento no quise...
-No es nada -dijo Micaela y se giró para seguir tomando su agua.
-Perdón -interrumpió Diego-. ¿Esperas a alguien? Si no, me siento con
vos un momento y...
-No, gracias, estoy bien así, no quiero ser maleducada, pero ¿no te
parece que no nos conocemos lo suficiente como para que te me
acerques de esa manera?
-Perdón... es que me resultó muy familiar el trato con mi padre y…
-No te confundas, tu padre es mi odontólogo, yo su paciente... y vos su
hijo.
-¿Pero qué te pasa? -dijo Diego-, podemos hablar amistosamente y ya
¿no? -la coca le subía y lo ponía impaciente y gesticuloso...
-Sí, podríamos, pero sucede que vos no estás actuando como
corresponde...

234
-Okey -dijo Diego-. Tenés razón. A lo mejor voy algo zarpado, me
entendés... -y le hizo el gestito conocido de empujar hacia arriba entre
pulgar e índice con giro de muñeca....
-No -dijo muy seria Micaela-, zarpado sos, pero no te entiendo.
-Sí... me entendés, estoy así, ya sabés...
-¿Así?, no entiendo de que hablas.
En realidad Micaela reconoció en Diego la dureza de Fernando.
Además conocía en su propio cuerpo el estado que provoca la cocaína
pero como estaba aprendiendo, prefirió hacerse la idiota, cosa que le
salía bien. Solo tenía que ser ella misma sin sumisión.
-Mirá Micaela, me parece que sos un hueso impresionante y creo
que...
-Diego... ¿verdad? -interrumpió más que seca Micaela. Diego se
quedo parado en seco, pero con movimientos casi constantes de boca,
cuello y manos.
-Sí, me llamo Diego.
-Mira, tu padre es un excelente profesional, y un hombre correcto y
trabajador. El no debe saber que su hijo es un maleducado fuera de
casa, así que vamos a hacer como que no te he visto y vos vas a hacer
como que no me conoces. No sería bonito generar a tu padre un
disgusto ¿verdad? Estimo que es él quien paga tus gastos, ¿no es así,
nene?
Micaela lo trató desde tan alto y con tanta soberbia que dejó pasmado
a Diego.
Diego la miró fijo, y se sintió tocado. Desde la muerte de su madre, se
había desbandado un poco, y se había estado estimulando para no
sentir pena por la perdida. Una vez, un tipo en un bar le había
convidado merca, porque secaba las lágrimas. Había sido una de esas
casualidades de la vida en que uno preferiría no detenerse a pensar.
Era de esas cosas en que gracias a Dios, nunca el ser humano corriente
se para a observar.
Era justamente Fernando, quien lo había encontrado saliendo de un
wáter con lágrimas en los ojos y Fernando no podía con esas cosas.
No lo había vuelto a ver después de esa noche, pero lo habían pasado
bien, por lo que lo recordaba. No sabía porque pero esa mujer le había
traído a Fernando a su mente. La mirada pensó, tiene una mirada que
me recuerda a alguien... y la vorágine mental de repente le trajo a su
padre, y entonces se puso paranoico, volvió a mirar a Micaela y algo
confuso le dijo: -Tenés razón, me voy. Sos una buena mina. Espero
que esto no limite la posibilidad a mi padre de conocerte, de conocer a

235
una buena mina como vos... soy un pelotudo. Perdonáme -y se giró
inmediatamente para ir hacia la puerta. Tenía dudas de la reacción de
Micaela. No supo definir si sabía o no sabía, si estaba de vuelta o era
una tarada.
Micaela lo paró de un hombro, muy suave, lo giró, lo miró a los ojos y
le preguntó: -¿Estás bien?
-Sí, sí, gracias -dijo Diego.
-Digo, es que te noto alterado.
-No, nada, no pasa nada, disculpáme.
-Bueno, entonces hasta otra -contestó Micaela. Interiormente se sintió
ganadora.
Diego se derrumbó del lugar de sus dudas y sintió que Micaela era un
ángel.
Al otro día, Diego se levantó sobre la una, había marchado del bar y
vuelto a casa temprano, a eso de las cuatro. Se había tomado con un
amigo un par de “champús” dejando la coca de lado y al llegar a casa
de su padre se había metido en la cama... solo. Pensó en Micaela antes
de dormirse.
Al levantarse, Gerardo estaba sentado a la mesa leyendo el diario.
Diego saludó cortés, se sentó y se sirvió agua. Gerardo sonrió.
-¿No hubo caza anoche, Dieguito? Viniste a dormir a la mía, y además
era temprano.
Diego sonrió.
-No, ayer fue día de recogimiento espiritual. A veces este cuerpo
necesita descansar un poco. No te jode que haya venido a dormir acá,
¿verdad?
-No -dijo Gerardo- todo lo contrario, me trae buenos recuerdos.
¿Comemos? Elisa… ¡Elisa!, Diego está despierto, sírvanos la comida
por favor, pero traiga primero un café para Diego.
Hablaron un rato del futuro viaje de Diego, y de si seguiría jugando al
rugby en Inglaterra. Diego se mostraba entusiasmado pero algo
abstraído.
Al finalizar la comida, Diego le dijo a su padre: -¿Sabés, papá? Estuve
pensando y me parece que Micaela es una mina que vale la pena.
-¿Y a qué viene eso Dieguito? Si la viste solo una vez.
-No sé, me pareció y quería que lo supieras. Tenés mi apoyo, papá, ¡si
es que te estás enamorando! Como siempre hablas de ella...
En ese instante entró la mucama con una jarra de café.
-Elisa, ¿a que el viejo está enamorado?
Gerardo sonrió y palmeó en la espalda a Diego, sintiéndose cómplice.

236
50. Qué te pasa
Fernando estaba extasiado mirando a una jovencita de escasos
dieciocho años. Miró a Gonzalo y sonrió.
-Son una cosita las mujeres a esta edad... mirá... qué divinura.
Gonzalo alzó la vista y reparó en la adolescente que realmente era una
belleza... castaña claro, ojos verdes, flaca pero con adecuadas curvas,
piel tersa, sonrisa tenue, dientes perlados y con cándida timidez en sus
movimientos.
Fernando observó el éxtasis de Gonzalo.
-¿Por qué estas así, solo, sin nada serio, sin nada real, sin disfrutar de
un caramelito de estas dimensiones? Podrías tener algo así si
quisieras.
Gonzalo miró a Fernando y dijo con voz algo quebrada: -Te voy a
contar algo que te va a sonar raro, pero es así como te lo cuento. Hace
algunos años conocí a una nena que era una divinura. Tenía
veinticuatro añitos, era como esta, flaquita pero con curvas
alucinantes, y mirada de gatita tierna... un sueño, un placer para la
vista y un lujo para el resto de los sentidos... no me puso muchas
trabas para salir y conocernos y a la segunda salida me la cogí... o
mejor dicho, cogimos.
Fernando miraba a Gonzalo y sonreía tranquilo, con la mirada clara,
como cuando un amigo te cuenta algo que vos también has vivido.
-Era odontóloga, se llamaba Mariana...
Me enamoré perdidamente, sin explicación, pero es que si bien no era
la mujer en la que yo me fijaría, no sé por qué... -Gonzalo hizo un alto
y perdió la vista en el recuerdo- pero es que esas mujeres me parecen
inalcanzables y tal vez por eso no me fijo...
Fernando lo interrumpió: -¡Me extraña araña! No me digas que vos
también tenés un tipo de mujer que te es inalcanzable...
Gonzalo se rio: -Claro... Todos las tenemos... es natural, si no todo te
llegaría a resultar extremadamente aburrido... algo se te debe negar en
la vida ¿no creés?
Fernando sonrió.
-Bueno, cómo seguir... Esa mujercita me cautivó con su forma de
hacerse la estúpida, muy disimulada, imperceptible, incluso creo que a
veces ni ella se daba cuenta del papel que interpretaba... era perfecto.
Sexualmente era un animal en celo. Hacia las mejores felaciones que
una mujer puede hacer... lo disfrutaba.

237
-O sea que chupaba la pija como si le gustara... ¡la nena era una
sopleteadora de caño profesional! -dijo Fernando rompiendo con el
estado de pasividad y mostrando su habitual estilo de comunicación
verbal.
Gonzalo miró a Fernando unas décimas de segundo con ira y luego,
reaccionando, se rio...
-Bueno sí, era mejor que una profesional, la mejor que conocí jamás.
Chupaba la tarasca con devoción religiosa.
-¡Pecado! -gritó Fernando poniendo cara de desaprobación.
-Una bestia... empecé a llevarla de paseo, a cenar, a comer, la llevé a
esquiar a Chapelco y me hice el langa total en pistas... un pelotudo
importante, digamos... -Gonzalo volvió a perder la vista en el
recuerdo-. Pero a ella le importaba un carajo todo... yo era su fucking
bitch, su putita... yo era su putita.
-¡Qué lindo papel, hermano! Yo quiero algo así... -gritó Fer con
envidia tangible.
-No creas... -dijo Gonzalo acongojado-. Me enamoré... le pedí que se
quedara conmigo como hombre y me dijo que no... ¡A mí!... me dijo
que no.
Fernando se rió con malicia: -¡Pero por qué mi amor que yo con vos
me iba al fin del mundo! Joven, guapo, medio rico, viajero, serio,
generoso, limpio... ¿nos casamos?
-No seas boludo... que me dio un bajón, hice el realized de los
ingleses... de pronto me di cuenta... Yo era su putita... ¿entendés? -
Gonzalo hizo silencio.
-¿Y? ¿Qué pasó?
-Nada, eso... ella quería un tipo brillante a su lado y yo lo era... pero...
lo quería con ambición desmedida, ambicioso y pesetero como dicen
acá, que le gustara hacer dinero y que tuviera plata, mucha teca,
mucha... y que sus objetivos excedieran ese límite de humanidad que
rompe con la moral, siempre dentro de un cierto marco legal
adecuado... claro está... me cago en todo lo que se mueve... me hundió
cuando se fue.
Fernando se reía suave, pero se reía. -Pero Gonzalito... en el mundo
hay millones de mujeres así... mueven el orto por la plata, y punto.
-Sí, lo sé... Le iban los coches caros y los lugares in, y era una divina
ambiciosa ducha en el arte del sexo... ¡qué cosita! Tan divina y tan
desagradable... -Gonzalo volvió a la realidad del bar y dijo- esa
pendejita de ahí está divina... me recuerda a Mariana.
-Y creo que no sería inalcanzable...

238
-No lo sé -dijo Gonzalo- pero es que aquella historia me dejo tocado...
tanta ambición, esa manera de hacer las cosas, esa prostitución
encubierta... no lo sé... me arruinó... me resecó para toda la cosecha.

239
51. La casita del vicio
Fernando llevó a Gonzalo a un lugar que según él le iba a encantar. Le
explicó que sólo se podía llegar con referencias muy estrictas. Por eso
le había pedido algunos datos personales que Gonzalo le había dado
simplemente porque que ya habían traspasado la frontera de la
confianza.
El sitio resultaba ser una mansión madrileña en el barrio de los
Austrias. Estaba regentado por un ex capitán de la guardia civil, un ex
policía nacional, una profesora de letras y un ex militar. -Sabés
Gonzalito, este lugar tiene su encanto. Lleva el espíritu morboso de
esta gente y a mí me gusta llamarlo la casita del vicio.
-Ah, por eso los datos... - dijo Gonzalo pensando-. Hubiera preferido
que me explicaras antes.
-Tranquilo loquito. Lo que pasa es que... Prefiero que lo veas vos
mismo. Esta gente extrema las medidas de seguridad, para no tener
problemas, ¿viste? Para estas cosas los gallegos son muy organizados.
Tienen todo ultracontrolado, ya vas a ver.
Unos doscientos metros antes de llegar a la puerta, Fernando hizo un
alto y llamó por teléfono. Puso el altavoz y guiñó un ojo a Gonzalo
haciéndole una seña para que hiciera silencio. Lo atendió una voz
femenina:
-Residencia Buenafuente, en qué puedo ayudarle.
-Mi nombre es Fernando, soy el número dos uno tres nueve.
-Un momento señor. Voy a chequear la información. Ya lo tengo,
dígame: ¿cuál es su clave?
-RST 21423729.
-Muy bien, fecha de ingreso -preguntó la señorita.
-Diecisiete del nueve, princesa.
-Correcto señor. ¿Marca, color y modelo?
-Bull terrier, marrón claro, mil setecientos cuarenta y dos.
-Correcto señor. Una última pregunta: ¿Raza?
-Levis, me quedan muy bien.
-Correcto señor, pero sabe que debe limitarse sólo a lo que le
pregunto.
-Lo siento, señorita, es la emoción ¿sabe?
-Haremos como siempre. Tiene tres minutos desde que cuelgue el
teléfono. Tengo entendido que viene acompañado, así que debe entrar
por la puerta principal. Su amigo, Gonzalo, debe traer sus
identificaciones. Buenas noches.
240
-Perfecto señorita, ¿no se olvida algo?
-La rosa está encima del piano.
La señorita colgó el teléfono.
Fernando agarró a Gonzalo por el brazo y le dijo: -Dale loco que si
nos pasamos cinco segundos hoy no entramos.
Gonzalo conocía perfectamente el miedo que puede generar una
situación desconocida y si bien la invitación de Fernando era bastante
anormal y le generaba un temor que en otra circunstancia le hubiera
hecho ser más cauto, decidió acompañar a Fernando.
Al llegar a la puerta indicada Fernando tocó el timbre y una voz
masculina ronca y serena dijo: -Buenas noches, señores, ¿en qué
puedo ayudarles?
-¿Es esta la residencia Buenafuente? -preguntó Fernando.
-Efectivamente señores, les voy a solicitar que se acerquen a la cámara
que está frente a ustedes.
Gonzalo había notado que la mansión tenía cámaras de vigilancia en
cada esquina, por lo que controlaban todos los movimientos alrededor
de ella.
-Perfecto, señores -dijo la voz-, el señor no está en casa.
-Sí, pero no importa. La rosa está encima del piano -dijo Fernando
sonriendo.
-Adelante, señores.
La puerta se abrió automáticamente hacia adentro y al pasar ambos
volvió a cerrarse.
Subieron las escaleras. Un fornido y bien parecido joven les abrió el
portal. Llevaba un equipo de comunicaciones insertado en su cabeza,
una camiseta negra ajustada al cuerpo, unos pantalones amplios del
mismo color y botas de piel también negra con fina suela de goma. No
hizo la mínima mueca, no esbozó sonrisa, los miró fijo con sus ojos
azules y pidió identificaciones. Gonzalo y Fernando entregaron sus
pasaportes.
El joven inspeccionó los mismos como si supiera lo que estaba
haciendo y les hizo un ademán para que entrasen. Una vez dentro, y
sin devolverles los pasaportes les dijo:
-Tomen asiento señores, enseguida vuelvo.
Los dejó en un amplio recibidor, que tenía dos cámaras de vigilancia y
antes de salir de la misma, sin mirarlos les dijo: -Pueden servirse una
copa si así lo desean. El señor Fernando sabe dónde están.
Fernando se sirvió un whisky, y dio a Gonzalo un agua Vichy con
hielo y limón.

241
-Cómo te cuidás, Gonzalito, a veces envidio tu voluntad.
Se abrió una puerta y apareció un hombre de unos cincuenta años,
robusto, de penetrantes ojos negros.
-Fernando, veo que vienes acompañado -y con una gran sonrisa
extendió la mano a Gonzalo.
-Me llamo Juan Antonio, pero aquí me conocen como el General.
Encantado.
-Encantado, Gonzalo.
-Fernando le habrá explicado algo. Así que seré breve. Esto es un club
privado. El acceso al mismo está absolutamente restringido, diría que
actualmente cerrado. Pero dado un gran favor que le debemos a
Fernando hemos hecho una excepción con usted. Así que le voy a
solicitar que rellene el formulario que verá en la pantalla del
ordenador que está sobre aquel escritorio. Una vez finalizada esta
formalidad tanto usted como el señor Fernando abandonarán mi
humilde morada y ya nos pondremos en contacto con usted. Fernando
miró al General y este ignoró la mirada.
Dicho esto, acompañó a Gonzalo hasta el ordenador, le acercó un
sillón pequeño para que se sentara y se fue a dialogar con Fernando.
Gonzalo reconoció en el cuestionario todas las respuestas que
Fernando le había dado por teléfono a la señorita que minutos antes lo
había atendido. Mientras escribía, relojeaba al General y a Fernando
departir amablemente entre risas y familiaridad.
Una vez rellenado el cuestionario, dio enter según indicación de la
página, y el ordenador emitió una alarma corta.
-Muy bien señor, aunque prefiero llamarlo Gonzalo, le agradezco
mucho su comprensión. Me despido, ya nos veremos -dicho lo cual
entró el joven musculoso y acompañó a Fernando y a Gonzalo hasta la
salida donde les devolvió sus pasaportes.
Caminaron en silencio unas tres o cuatro calles.
-Decíme una cosa, pelotudo, ¿qué carajo es todo esto?
-No seas forro Gonzalo, tomátelo con calma, vas a ver que vale la
pena.
-¿Club privado? ¿Qué verga es ésta? ¿Qué favor le hiciste? ¿En qué
carajo estás metido? Me parece que soy un boludo por confiar en vos.
-¡No seas grasa, che! ¿Alguna vez te garqué yo? Qué te crees, ¿que
soy gallego y que te voy a apuñalar por la espalda? Mirá, te lo cuento
rapidito -dijo Fernando sonriendo-. Te dije que lo llamo la casita del
vicio. Acá vas a encontrar de todo lo que quieras, si de vicios se trata.
Y punto. El problema es que están un poco cagados porque la primera

242
vez que lo hicieron, lo hicieron mal y casi se les va todo al carajo. El
favor que yo les hice fue presentarles a Iker, un amigo que se dedica a
los business y está más que limpio.
-¿A que business?
-A esos, ya sabés. Consigue todo tipo de sustancias de buena calidad y
a buen precio.
-Escucháme pelotudo, me estás metiendo en un quilombo como
siempre y te voy a romper la boca a tortazos.
-¡Pará loco! Si hasta ahora no pasó nada, ¿o sí? Sólo diste unos datos
para entrar en un club exclusivo y punto. Si no querés, cuando te
llamen das el okey y no volvés a pisar por acá. Pero te aseguro que te
perdés el ser parte del club más exclusivo de Madrid. Acá vienen
políticos locales y europeos, jeques, deportistas, actores, altos cargos
de empresas multinacionales, unas minas que no viste en tu vida, y yo
que no soy nadie, y vos porque sos mi amigo. Así que hacé lo que te
salga de las pelotas, pero si me jodés esto, a lo que te traigo porque me
parece que te conozco de toda la vida no te lo voy a perdonar nunca. Y
no te digo que te voy a cagar a trompadas, porque sé que no puedo.
Hagamos una cosa Gonzalo: te llevo al bar La Palma, nos tomamos un
té y te cuento algunas cosas -Fer paró un taxi, y Gonzalo se subió
lleno de intriga-. Al bar la Palma, jefe. ¿Lo conoce?
-Sí, dijo el taxista.

A los dos días de la visita a la casa mientras Gonzalo caminaba por la


Gran Vía, recibió un llamado donde le dijeron que había sido admitido
como socio, sin cargo, por agradecimiento a su amigo. Le dijeron
además, que le habían enviado datos por e-mail. Se despidieron
amigable pero muy correctamente y le cortaron.
Gonzalo llamó a Fer.
- ¡¡¡¡Qué pasa, chavalote!!!! -gritó Fer.
-Nada. Me llamaron de la casita.
-No me digas nada.
-No, pero...
-Sí, ya sé, ya sé. Mirátelo y nos vemos allí a la once de la noche, que
estoy ansioso. Vos ya sabés. ¡Chauuuu fiera!
Gonzalo se fue caminando a su hotel, se conectó a Internet y chequeó
el
e-mail. Tenía uno de Micaela que decía que lo extrañaba, pero ni lo
abrió. Se duchó y se fue andando hacia la mansión.

243
Llamó por teléfono y se repitió exacto el diálogo que Fer había tenido.
Tal y como le explicaron en el e-mail.
Entró a la casa por la puerta principal, según el protocolo que ya había
vivido y una vez dentro lo recibió el General.
-Adelante, Doctor -le dijo-, sea usted bienvenido.
-Buenas noches, General. Perdone usted, pero ¿cómo sabe...?
-Aquí lo sabemos todo, es una necesidad. Seguridad, para vivir
tranquilos.
-Entiendo -dijo Gonzalo.
-No se incomode, pero lo sabemos todo, y usted, además, nos puede
ser de mucha ayuda si lo necesitáramos, claro está. Ya hablaremos del
tema, yo mismo o el capitán. Mire pase, adelante -y abrió la puerta de
la antesala a un salón de reunión, donde ya estaba Fernando con una
copa en la mano-. Allí esta su amigo, tan servicial y encantador como
siempre. Póngase cómodo que enseguida los atienden.
El General cerró la puerta y Fernando se giró al escuchar el ruido.
-¡Qué hacés, Gonzaliño! -dijo desde su mesa, y poniéndose de pie
hizo un ademán bufonesco-. Sentáte, che y disfrutá del espectáculo.
Gonzalo se sentó, y empezó a mirar a su alrededor. Había gente de
aspecto muy importante, un par de jeques, o eso parecían, camareros y
camareras en plan top models y señoras de aspecto bien.
-¿Qué es esto? -preguntó- parece una reunión del club de golf.
-Sí, sí, ojalá lo fuera -dijo Fer y se rio-. Todos estos son lo que te dije,
y están acá para divertirse, por gusto. Acá hacen sus cositas gustosas,
¿sabés? porque tienen ganas.
-Decíme Fer, me mandaron datos por e-mail... De seguridad un carajo.
-¡Noooo, qué va!, es re seguro… te lo mandan desde un portátil que
consiguen siempre de “segunda mano”. Calculo que los afanan, y los
conectan desde lugares wifi. El informático que tienen es una fiera, y
se encarga personalmente. La mina que todavía no conocés es la que
chequea todo con el de la nacional y el guardia civil. Se lo pasan al
General y este confirma, agrega y da el okay. Luego vuelve a la mina
y esta se lo pasa al informático, que además ha trabajado en los
servicios del estado.
Acá dentro no hay ninguna compu conectada a red, salvo la de la casa.
Tienen una centralita, que es el fijo al que llamaste, que deriva todo a
móviles que van cambiando. Son unos fenómenos. Además hay
cámaras de video por todos los exteriores, y los interiores, salvo en los
salones de colores, que eso ya te lo van a contar, para tu tranquilidad...
-¿Y vos cómo sabes todo esto?

244
-Me garchaba a la mina, y ya sabés que un argentino si no encuentra
fisuras, las provoca... Fernando se rió encantado.
-Qué delirio Fernando, me parece todo un invento tuyo....
-Nada de eso, Gonzalito. Mirá, viene la camarera. No te zarpes ni un
pelo que estas son serias... por lo menos acá dentro. Digamos que son
intocables.
La camarera que parecía modelo de alta costura, sonrió a los
invitados.
-Buenas noches, señores, ¿qué se van a servir?
-A mí -dijo Fernando impaciente pero correctísimo-, me apetece un
whisky y unas rayitas. ¿Y a vos Gonza? -dijo meloso.
-Una Vichy, por favor. Con hielo y limón.
-Perfecto señores. Le voy a pedir al señor Fernando que me acompañe
al salón blanco.
-¡Chau! -dijo Fer-, después vuelvo... creo... -y se rio guiñando un ojo
la camarera que se quedo inexpresiva como una jugadora de póquer
profesional
Fernando se fue por una puerta lateral, de las que había cinco
distribuidas simétricamente por el salón, y la señorita le alcanzó a
Gonzalo el agua.
-¿No le apetece al señor alguna otra cosa?
-¿Y qué tenemos para ofrecer?
-Le explico, señor, ya que hoy seré su anfitriona. La sala blanca,
intuyo que sabe para qué es. La verde es el club del fumador, donde
encontrará marihuana, hachís, opio, goma, resina, narguile, beedes y
tabaco. También hay crack y heroína. La azul, tiene sustancias
psicoactivas como peyote, ayahuasca, setas, mescal, tumba, y algunas
de síntesis como LSD, éxtasis, cristal, y morfina. No está permitida la
vía inyectable...
La roja se divide en dos parte y tiene señoritas y señoras o jovencitos
y caballeros, es un salón heterosexual pero permisivo dentro de los
reservados y se escoge una o la otra. La negra, tiene todo.
Todas las salas, mi señor, poseen una barra donde además se sirven
copas.
-Gracias, me interesa la blanca. Quiero charlar con mi amigo.
-Perfecta elección para comenzar -dijo amablemente-, acompáñeme
por favor -y lo llevó tomado del brazo hasta la puerta.
Al entrar, recibieron a Gonzalo unos señores muy amables que lo
condujeron a un vestuario para que se cambiara de ropa. Le dieron

245
unas pantuflas comodísimas y blancas y un pantalón más camisa de
bambula al tono.
-Debe desnudarse, señor, y vestirse con la ropa que le hemos
entregado. Todos sus efectos personales los debe dejar aquí, que
nosotros los custodiamos. De más está decirle que no se permiten
teléfonos ni cámaras de fotos.
Gonzalo se rio.
-No se ría señor, se lo ruego. Si le apetece puede ducharse, y luego de
vestirse pasará por aquel detector de metales que le permite el ingreso
a su sala.
Gonzalo se sentó unos minutos y comenzó a desvestirse lentamente,
luego se duchó y se puso su vestimenta blanca. Pasó por el detector y
entró en la sala.
Al entrar, reconoció a Fernando por la gesticulación exagerada, que al
verlo se le acercó y le dijo: -¿Qué haces acá, bolas?, ¿no leíste las
normas? Es obligatorio el consumo en tu sala. No en las otras. Fijáte
que hay gente de colores como la sala por donde entraron. Ahí es
obligatorio el consumo. Es una regla. Por eso yo siempre entro por la
blanca o la verde ¿sabés? Acá hay reglas que se deben cumplir,
teóricamente te las tenía que contar, pero sabés que a veces me olvido
de cosas... Ehhhh, lo siento... Lo mejor hubiera sido entrar por la
verde y fumarte un beede, es la trampita sana...
-No pasa nada, peináme una raya -dijo Gonzalo como entregado.
-Mirá, anda a la barra que tiene la piedra blanca inmensa en el medio,
¡qué cosa más linda! ¡Es increíble! Perdón, andáte para allá y el pibe
ese te la prepara... luego estás libre para el paseo entre las otras salas.
Podés mirar y participar, pero no estás obligado. Solo lo hacés si tenés
ganas. Pero acordáte que por donde entrás, tenés que consumir; te lo
digo para el futuro. Eso sí, a los de negro se les obliga a de todo un
poco. Son los más morbosos, los sadomasoca. Incluso podes
maltratarlos, con límites. No se puede pegar, si el golpe hará daño
¿entendés?
-Esto es una locura.
-No, Gonzalito, no. Y te ruego que pares un poco y mires. Esto es
occidente, esto es Europa, esto somos vos y yo, esto es la sociedad, un
reflejo de ella, pero entre conocidos, entre alto standing.
Gonzalo interrumpió asombrado.
-Decíme Fer... ese de ahí, el de negro, el que está con la mina de azul
¿no es el obispo?

246
-Calláte loco, no me hagas reír y no se te ocurra decirle Monseñor... sí,
lo es.
-La puta que lo parió... -dijo Gonzalo mordiéndose de ira controlada.
-¡Qué vas a hacer, enfermo! ¿Le vas a pegar ahora?... Acá no hay
cámaras, pero sí monos de custodia.
-¡Pero no boludo!, estoy indignado.
-¡¡Ay, ay!!! ¡Mi amigo idealista! ¡Relajáte y disfrutá, che!, aprendé lo
que hay por el mundo y nutríte, hermano... me parece que te falta ver
un poco más de mundito real...
-Es que yo creo que no hay que probarlo todo en la vida... no hace
falta... ninguna falta -hizo silencio y miró a Fernando a los ojos. Se
rio, nunca entendió el porqué, pero se rio. Tal vez porque escuchó su
frase final antes de decirla y observó lo que segundos antes había
dicho-. Me voy para la barra, a meterme una raya de eso. ¿Es buena?
-Jamón del medio, tiza loco, vas a ver -dijo Fernando sin reparar en el
detalle del cambio repentino de Gonzalo. Fernando estaba duro...
Gonzalo dejó a Fernando hablando con una post adolescente que iba
de estricto negro, con una cara de viciosa que le daba hasta un poco de
asco.
Se paró en la barra circular y el barman le dijo con una sonrisa: -
Entera, media, un cuarto... Entera es de doscientos miligramos, Señor.
Pura.
-Un cuarto, para empezar.
Le alcanzó una bandeja de cristal con un tubo metálico. –Sea
bienvenido Señor -dijo el barman-, el tubo es suyo. Regalo de
bienvenida.
-Gracias -dijo Gonzalo, y se metió la raya mientras se acordaba de las
veces en que lo había hecho por necesidad. ¿Y en realidad había sido
por necesidad?
Al incorporarse, había ganado unos metros en prestancia y seguridad.
Se tomó dos copas de champagne en la barra circular enfrentada a la
de la coca y regresó por otro cuarto de raya.
Miró a su alrededor y se sintió más seguro que de costumbre. Miró a
Fernando que seguía sobando a la postpúber salvaje y hermosa. Tomó
el tubo y jaló hondo.
Al incorporarse, había perdido totalmente el asco por la señorita de
negro.
Se acercó a Fernando y le preguntó: -¿Y ahora qué hacemos?
-Lo que quieras, yo me voy a ir con esta pendeja al salón rojo. Vos
hacé lo que te guste, loco, que para eso estas acá. Gustos, loquito, date

247
los gustos, a menos que esto no te guste, entonces salí por la puerta de
blanco. Es una regla.... se sale por donde entrás, sino salís en pelotas
¿no? ¡Qué gustazo estar acá! -gritó Fernando mientras le tocaba el
culo con ansiedad a la joven.
-¿Qué te pasa con los gustos hoy? -preguntó Gonzalo.
-Mirá, estoy re duro y seguro que después te lo voy a contar... pero
primero me voy a garchar a este infierno... ¿la miraste bien?

Gonzalo se había quedado en su sala de ingreso, solo, esperando a


Fernando. Tenía una copa de champagne francés en la mano
izquierda. Miraba atónito como la gente se paseaba y charlaba
amigablemente mientras otros se metían rayas en forma pública y sin
importarles absolutamente nada, tal como él mismo lo había hecho.
De repente pensó en que no entendía nada, tenía taquicardia y se
sentía pleno, miró a Fernando acercársele y le dijo sin importarle
mucho lo que Fernando parecía que le quería contar: -Decíme una
cosa Fer, entre tanto descontrol y tanta droga, ¿qué hacen si alguno se
pone mal?
Fernando estaba re duro y eufórico, sonriente sardónico y mirando a
una tailandesa que era un poema... -¡Qué mina! ... No sabes qué puta
que es la pendeja que me lleve al rojo.
-Sí, ya, pero te pregunté algo que quiero saber.
-Mirá -dijo Fernando como desinteresado-, he venido muchas veces y
nunca vi nada. Los anfitriones como nuestra camarera, suelen
controlar a sus invitados para que no se vayan al carajo, pero si eso
pasa, no sé si te fijaste que en el salón interior que nos comunica con
el resto de salones de colores, hay un portal enorme en el medio -sin
siquiera respirar, prosiguió con la misma velocidad del inicio-. Ese
portal comunica con la mansión y la mansión está llena de
habitaciones preparadas para sus invitados. Tienen camareros de piso
y una enfermera que a mi humilde criterio está un poquitito entrada en
carnes. También si hace falta llaman a un médico. Todo lo que está al
otro lado de esa puerta no tiene ninguna relación con lo que está de
este lado y sólo saben que alguna vez algún invitado se puede poner
mal. De hecho el General suele tener gente invitada a la que aloja del
otro lado y que no saben nada de esto. Es su doble vida y él es un tipo
muy respetado ¿sabés?... por lo que escuché por ahí estuvo metido en
cosa de armas y está blindado. Me imagino que sabés por quién.
-¿Pero cómo carajo sabés todo esto?

248
-Mirá, Gonzalito, mi vida -dijo Fernando escupiéndole verborrea a la
cara- soy un desastre pero no soy ningún pelotudo... -miró a Gonzalo
con la soberbia de un ganador nato, sonrió y agregó confesándose- en
realidad me lo contó Iker.
-¿Y quién es ese Iker? ¿También te lo cogías?
-¡Ah! Qué gracioso estás ¿eh? Te sienta fenomenal la cameruza a vos.
Gonzalo sonrió intrigado.
-Iker, grasa. El vasco del que te hablé.
-¿Y qué es de la vida de él? -preguntó Gonzalo enfrascado en el
diálogo de la coca.
-Se murió. Tuvo un accidente. Qué decir... Pareció un ajuste de
cuentas. Por cierto, viste que a veces aparecen tirados, no sé, en la M
cuarenta por ejemplo, cada tanto o muy de vez en cuando algún tipo
trajeado, con todos sus papeles y documentos, su dinero, su reloj, sus
anillos, en fin, puede ser -por lo que me contó Iker- alguno de los que
por rarísima vez se pueden haber muerto acá.
-Pero qué decís, pelotudo, ¿me estás diciendo que alguno acá la
palmó?
-No sé, no sé Gonza, me lo dijo el vasco, que tenía la boca un poco
grande cuando iba de coca. A mí después de su accidente me llamó el
General, me preguntó qué sabía y yo le conté y charlamos un rato
largo y la cosa quedó en la nada.
-¿Y vos cómo conociste este lugar?
-Estuve un tiempo saliendo con la hija del capitán, boludo… ya
sabés… la mina moría por mí, y muere, la tengo regalada. ¡Ja! -gritó,
y agregó cómplice-, es la que me pagó el billete de primera ¿sabés?...
¿dónde te crees que estoy alojado?... Y bueno, el viejo sabía lo
nuestro, y que yo la había ayudado a dejar el bardo en el que estaba
metida… y yo no caigo o no le caía muy en gracia... y me mandó
investigar, y entre otras cosas se enteró de que yo conseguía coca
gracias al vasco, y bueno un día tuvieron problemas para conseguir
mercancía para su negocito. ¿Te acordás de aquél cura o falso cura
que traía merca de Argentina a España? Bueno ése era su puntero.
Cuando se rompió la línea, el viejo me cazó del pescuezo... no es
ningún boludo... me sacó todos los trapos sucios y me perdonó la vida.
El hijo de puta sabía todo lo malo de mí. Y después me pidió el favor.
Y me dijo que si su hija se metía algo me cortaba los huevos y me los
metía en la boca. Y a mí el huevo no me gusta. Así que la nena no se
mete nada de nada. Por mis huevos te lo digo...

249
-Qué quilombo... No te creo un carajo -dijo Gonzalo mientras seguía
tomando champán.
-Qué boludo que sos. Primero preguntás y después no me creés. Está
bien te voy a contar la verdad... la mina de la entrada es mi mamá. El
General, su amante. El de la civil y el de la nacional son novios.
Reputos. Y yo tengo acciones... la hija en realidad es monja de
clausura y...
-Pará, pará forro, está bien.
-No Gonzalito, que la historia me está gustando. Dejáme seguir -dijo
Fer mientras se giraba para jalar hondo otra rayita...
-¡Callate, che! y pará de tomar merca. Vení, entremos al salón verde
para bajar un poco.
-Epa, Gonzalito ¿qué nos pasa? ¿Nos gusta el vicio?... Smoking
room... qué maravilla... y qué cameruza que tienen acá... ni en
Colombia... ¿así que ahora querés fumar guarrete?
-No forro, o sí. Pero mírate cómo estás. Parece que estuvieras bailando
una chacarera y que además te tocaron todas las cartas. Ya estás de
mueca. Vamos a probar el opio.
-¡Uh! opio. Y después nos alojamos en un cuarto privado del smoking
room of the paradise y nos quedamos a dormir...
-Pero si estás más duro que un paquete de pastillas. Dudo que bajes
algo.
Y entraron a la sala verde, teóricamente para bajar un poco.
Al salir del salón verde, los muchachos estaban bastante relajados.
Habían fumado un par de porros, y una calada de opio cada uno.
Digamos que el estado de ambos dejaba mucho que desear aunque
sólo se le notaba a Fernando. Gonzalo parecía impecable, aunque su
andar era pausado, para controlar. Fernando lo metió de lleno y sin
aviso en la sala negra. Lo primero que hizo fue irse a la barra blanca y
se sirvió un queto.
-Para equilibrar, pero es la última... -dijo Fernando mientras jalaba. Se
incorporó gradualmente, miró a Gonzalo de reojo y agregó- ni yo me
lo creo... esta cameruza no se consigue en cualquier lado.
Se incorporó, sintiendo un subidón que lo ponía radiante.
Exaltado y sonriente dijo: -Vení que te muestro algo, que creo por lo
que intuyo está en marcha. Es un salón de actividades... qué gracioso
que suena ¿no? Salón de actividades... en sí, es donde se hace bukkake
y como tiene la luz verde encendida nos vamos para allá.
-¿Qué cosa se hace? -dijo Gonzalo.
-Bukkake, dolce bukkake ¿no sabés lo que es?

250
-No, ni idea.
-Ah, bueno, entonces vení y mirátelo.
Mientras Gonzalo seguía a Fernando por el salón negro, observaba
que el mismo tenía seis puertas con múltiples actividades públicas y
varios salones reservados. La mansión había sido muy bien
acondicionada y aprovechada. Se escuchaba que de algunas de ellas
salían gemidos de placer múltiples. La sala principal estaba con mesas
y sillones donde la gente departía y descansaba. Se paseaban hombres
y mujeres desnudos que entraban y salían de diferentes puertas. Le
llamó la atención que había algunas personas que se notaba que
estaban constantemente limpiando, mostrándose ajenos absolutos a lo
que pasaba. Iban de amarillo, con guantes, gorro, botas y usaban
mascarilla.
-Mirá los limpiadores, les deben pagar una fortuna porque están
impávidos -dijo Fernando sarcástico mientras introducía a Gonzalo
por la puerta que develaría el misterio.
Al entrar, Gonzalo se quedo perplejo observando a una joven de
rodillas, mientras un montón de hombres se masturbaban frente a ella,
en su cara, mientras ella hacia felaciones múltiples, un rato a unos y al
instante a otros. En su mano izquierda tenía un cuenco de cristal,
donde iba dejando caer el semen que recibía en su boca. Tenía la cara
y la lengua cubiertas de semen y el cuenco estaba a medio llenar. Cada
tanto, la joven se retorcía de placer, enseñando la lengua o recibiendo
una eyaculación en su cara.
De repente, se detuvo la música y sonó una suave alarma, como una
campanilla de bicicleta constante y entonces los hombres se apartaron
un poco, para dejar a la joven beberse todo el semen del cuenco,
sonriente, feliz, encantada del hecho, bebiendo en varios tragos.
Era una jovencita muy bonita, de hermosas formas, con ojos alegres y
cuerpo agraciado. Gonzalo sintió nauseas.
Fernando sonriendo lo miró y le dijo: -Bukkake... una perversión que
no sé a quién se le ocurrió.
Gonzalo se giró y vio cómo en otro ángulo del salón se repetía la
escena pero esta vez era un hombre musculoso y de rodillas el que
bebía del cuenco, con la cara llena de semen.
Gonzalo salió de la sala. Fernando lo siguió pero mirando hacia atrás
como otra mujer, ahora mayor y de aspecto vicioso se arrodillaba
empezando a felar a un joven mientras otros hombres la tocaban y
empezaban a masturbarse a su frente.

251
Una vez en la sala principal del salón negro, Gonzalo miró a su
alrededor y así vestido de blanco se sintió angelical, mirando la orgía
de colores y de vicio, acentuado por la orgía color piel. Agarró a
Fernando de un brazo.
-Esto no me gusta, así que como no me gusta me cambio de salón a
otro más tranquilo, o mejor te digo, me voy a la mierda...
Fernando lo miró y le dijo suplicante: -Esperá un cachito... a mí me
encanta... -mientras pensaba que ahí había travestis y en realidad
pensando que había de todo.
-Y a mí no, la sala de los cocainómanos y de los fumadores no sé qué
decir, mirá... no sé, cada uno que haga lo que quiera, pero esta sala es
un antro de vicio sexual ilimitado, perverso, enfermizo... y sin límites
de conciencia de nada... esto es un asco lleno de enfermos mentales
masturbándose en la cara de una pendeja descerebrada y de un puto
repugnante, y una vieja aburrida de la vida.
-Bueno, bueno, pará un poco, vamos a otro lado y charlamos, entiendo
el shock, es un poco fuerte la primera vez, luego te acostumbrás.
-¿Pero qué decís?, no pienso volver a este infierno de subnormales
pervertidos.
-Vale, vale, vamos a otro salón y charlamos un cacho, no me dejes
solo, que además te traje acá para enseñarte algo, ¿o crees que yo no
puedo enseñarte nada?
De pronto, una dulce voz masculina que habló a Fernando en francés
interrumpió el diálogo y el pensamiento de ambos.
-¡Bonne soirée, mon ami! -Al girarse Fernando reconoció a
Guillermo.
-¡Bonne soirée!... -dijo efusivo pero mostrándose esquivo- eeeh... ¿ça
va?
-ça va… vous êtes seul?
-Non -dijo Fernando- Je suis avec un ami.
-Et ton ami… -dijo Guillermo sugerente.
-Non, no, no -dijo Fer-, nous cherchons des femmes, et un peu des
quelques chose de fumer…
-Ah -respondió corto pero emotivo Guillermo.
Excelente respuesta, pensó Fernando que estaba mareado pero
durísimo, volando pero verborrágico, exultante y morboso y quería
que Gonzalo no percibiera ni un atisbo de lo que estaba pasando, y
que además no se fuera. Entonces agregó:
-Donc ... j'ai trop fumé… j'ai mal a la tête... . à bientôt

252
-Au revoir -dijo Guillermo girándose impecable como una estrella de
cine.
-¿Y éste quién es? -preguntó Gonzalo que estaba disgustado, confuso
y bastante incómodo. -¿Por qué te hablaba en francés?
-No sé, qué se yo -dijo Fernando sin poder mentir.
-No sé, es un tipo argentino, del gobierno... lo conocí por ahí, en
Buenos Aires de joda, y lo pasamos bien... es muy simpático, y mirá
qué cosa che, qué pequeño es el mundo diría mi abuela. Me lo vengo a
encontrar acá. Bueno dale, vamos a otro lado que te acompaño. Yo
tampoco tengo ganas de estar acá y no te quiero dejar solo -dijo
Fernando pensando en todo lo que podía perderse si Gonzalo le pedía
que se fueran, e intentando minimizar el encuentro-. Espero que no te
quieras ir, ¿viste que hablo francés?
-Es cierto Fer que hablás francés -dijo Gonzalo como reaccionando.
-¿Viste loco?, yo no te miento.
Y empezaron a caminar juntos, hacia la salida del salón negro.
Los dos estaban muy colocados, las drogas que habían consumido
eran de excelente calidad, pero el estado de cada uno paseaba por
distintos niveles. Fernando se enfrascaba en el vicio mental y
disfrutaba todo, aunque fuera perdido, y Gonzalo se adentraba en su
mente, en sus pensamientos, en él mismo, muy cerebral, y sentía que
estaba en el lugar equivocado, rodeado de gente descastada de la
mirada de Dios, aburrida de todo y sin derecho a la vida.
Una vez en el salón interno que distribuía a las salas emprendieron
regreso hacia el salón blanco, sin hablar.
Gonzalo quería sentarse, a pensar, o quería irse. No sabía. Pero lo veía
tan entusiasmado a Fernando que al llegar se sentó en los gigantescos
sillones blancos con otra copa de champaña en la mano. Además,
tenían un tema pendiente.
Fernando al verlo sentarse con la copa en la mano sonrió.
-Gracias -dijo-, esperáme un cachito que vuelvo en seguida, voy por
una copa y un poco de ayudín.
-Pará un poco...
-Tranqui, tranqui, que controlo.
Fernando fue a la barra, se tomó un whisky de un sorbo, apuró una
raya y se sirvió una copa de champagne. Regresó al instante,
sonriente, se sentó enfrentado a Gonzalo y se quedó inmóvil,
acomodándose el cuello y los hombros repetidas veces.
-Decíme Fernando, me vas a contar o no, lo que me ibas a decir
cuando empezaste a estar duro.

253
-Eeeh... -dijo Fer, sin saber si le preguntaba por Guillermo o por los
gustos, o por vaya Dios a saber qué, así que optó por lo menos
embarazoso, aunque podía haberle contado casi cualquier cosa,
incluyendo la rendición de Hirohito a los americanos en japonés- ah
sí...
-dijo acomodándose los hombros- el tema de los gustos... y otras
cosas... ya que estamos en confianza. ¡Gonzalito, amigo mío...! ¿Sabés
que te quiero mucho? Soy así, cuando quiero a alguien, lo quiero
porque sí, sin vueltas, y nunca lo dejo de querer... no sé tener rencor.
Si me jodieras, igual te querría...
-A ver, a ver… a ver qué está pasando... qué me vas a contar para
decirme antes que me querés... -dijo Gonzalo incorporándose.
-Nada bolas, te lo dije porque estoy así, en este estado, si no, no sé si
te lo diría, o sí... bueno da igual... los gustos... ¡Para gustos los
colores! como dicen acá, o mejor aún, sobre gustos no hay nada
escrito, decía una vieja y se comía los mocos, como decimos nosotros.
Por dónde empiezo... Mirá, por ejemplo, yo fumo porro porque me
gusta. Antes era diferente, raro. El efecto porro al principio era otra
cosa. Fumaba por lo social, porque me comunicaba con la gente que
fumaba, y me cagaba de risa, hasta que descubrí que el porro me
aislaba, me comunica con los otros desde mi egoísmo, no me conecta
con los otros, me conecta conmigo, con mis sentidos, y desde allí me
comunico, desde mi conexión propia, con mi interior, que es ficticio,
irreal, pero lo vivo como realidad... me conecta con el cuerpo y mis
sentidos, con el egoísmo de los sentidos... disfruto el momento
presente a pleno, estoy ahí y punto, el futuro no existe, me evade hacia
mi interior y mi propia esencia. Es egoísta pleno, y descubro que me
gusta. ¿Ves? la merca es igual, pero inversa, me conecta con lo
externo desde la verborragia mental, me pone generoso y hago planes
que después no cumplo. Soy un langa y un ganador total, extrovertido
y lleno, mastico orejas como un enano y me adelanto al pensamiento.
En realidad también me aísla, me enchufa con el prójimo a doscientos
veinte pero desde una extroversión absolutamente falsa. Y saca lo
peor de mí, y lo mejor, y me creo que todo es lo mejor. Me gusta. Me
como al mundo egoístamente, pero con una generosidad extrema que
nace desde el egoísmo de la explosión de energía... Creo que dije
egoísmo unas sesenta veces…
-¿Y? -dijo Gonzalo ansioso mientras miraba gesticular a Fernando.
-Y eso... en fin, no escuchaste nada... bueno... lo hago porque me
gusta. Cuando lo hacés por necesidad es distinto, pero son pocos los

254
que sufren esa historia... en general la gente se escuda en la necesidad
para esconder gustos. Se hace todo por gusto, si no mirá este lugar. Se
busca el placer hedonista en esta sociedad que vivimos. Nada más que
eso. A la gente le gusta coger, y no lo dicen así de abierto pero lo
piensan todo el tiempo, en garchar, digo.
-¿Y? -volvió a decir Gonzalo más ansioso, mientras miraba pasar a
una tailandesa de rojo que era una belleza imposible de ignorar.
-¿Viste loco a esa ponja? -reaccionó Fernando- Está para matarla...
¿ves? ¡Me gusta! y me la garcharía ya, en fin... si me deja me la
garcho... está de rojo y está en el blanco... cuando vuelva a su sala la
parto, que tengo que sacarle el máximo al viagrita que me tomé.
-¡Che! -dijo Gonzalo entrando repentinamente en realidad- ¿No
mezclás demasiado? Me preocupa un poco que te pongas mal, sobre
todo después de lo que me contaste.
-No pasa nada, Gonzaliño, como te dije, yo controlo.
-Sí, sí, claro... me conozco el cuento muy bien.
-¡Además me gusta! Entendés loco, me gusta y por eso lo hago... me
gusta el viagra, me gusta...
-Mirá Fer, yo entre acá por vos, y me metí la raya por vos...
-¡¡¡¡La primera!!!! –gritó Fernando exaltado- ¿y el resto?, ¿y el porro?
¿Y el opio? ¡¿Y el champan, hijo de putaaa?!
Gonzalo no contestó nada. Sonrió. Fernando tenía toda la razón, por lo
menos en ese instante y en ese estado. La tenía y punto.
-¡Te cagué, Gonzalote de las nieves! Te rompí el ocote bien roto.
Iiiiiiijiiiiii -festejó en un grito y se acomodo triunfal en el sofá. Perdió
la vista igual que Gonzalo, entrando en el subidón del sube y baja
típico del estado de mezcla de drogas...
-Cambiando de tema -dijo Fernando en un ataque de fortaleza por la
euforia- pero que es lo mismo... ¿Sabés lo mío y lo de Micaela,
verdad? No hace falta que te diga nada, seguro que ella te lo contó
todo… -y miró a Gonzalo a los ojos para sentenciar- ¡Pero guarda!
Que Micaelita manipula los datos para justificar sus gustos...
-Es una sumisa -contestó Gonzalo tajante- y las sumisas son así, hacen
cualquier cosa por un tipo -sabiendo de qué hablaba Fernando, o
creyéndolo saber.
-¿Y la otra?, ¿la otra Micaela? ¿Qué me decís de la otra?
Gonzalo miró serio a Fernando.
-No me mirés así, boludo. ¿Me vas a decir que no la conocés? ¿O no
querés verla?... ¡Ahhhhh! -dijo Fernando en subida sin límite- es eso...
el justiciero se creyó a la pobrecita y no quiere ver al monstruo, a la

255
Micaela devastadora y manipuladora que nunca aflora pero que existe,
síííí, la que hace las cosas porque le gusta y lo justifica desde su “¡Oh!
pobre de mí... yo no quería... pero no supe decir que no... no tengo
personalidad y se aprovecharon de mí” -dijo Fernando en una
imitación caricaturesca de Micaela.
-No es así -dijo Gonzalo cambiando el semblante y el tono-, no seas
hijo de puta.
-¿Hijo de puta?, ¿hijo de puta yo?, que la cuidé, le enseñé lo que
somos los hombres, le conté cuentos y le cociné, le enseñé a hacerse
respetar, estilo, le di armas para hacerse valer... ¿hijo de puta? ¿Porque
me la garchaba y después me iba? ¡A ella le gustaba!, le encantaba el
maltrato, ¡era su modus vivendi! Era una putita de pueblo cuando la
conocí. ¿Creías que era así por tonta? ¿Era putita por sumisión? Era
puta, se la garchaban, se la prestaban, se la enfiestaban... y lo peor es
que le encantaba. ¿Hijo de puta?, ¿por qué? ¿Por lo del traba?
-¡Qué traba! -gritó Gonzalo empezando a salir de su control.
-¡Ahhhhh! Forrazo, ¡no te lo contó! ¡No te lo contóooo! ¡¡¡¡No
llegaste al fondo!!!! ¿No ves? Sos un nabo, tan inteligente y tan
sobrado... ¡bolas!, ¡sos un bolas! -Fernando se había soltado más de la
cuenta gracias a la merca...
Gonzalo se apartó de la situación y se puso de pie, seguido por
Fernando.
Automáticamente se puso en observador puro y miró fijo a Fer a los
ojos e instintivamente poso la vista perdida en el pecho hiperpneico
del que hasta unos segundos atrás era Fernando.
-Mirá hijo de puta -le dijo ya sin mirarlo a los ojos-, te voy a romper el
orto, -y poniéndole una mano en franco bloqueo corporal susurró- no
te va a conocer ni tu vieja -y lo susurró centrado en su propia muerte,
sin importarle ya lo que tenía delante.
Fernando lo vio clarísimo. Y sintió que su estado de mezcla
desaparecía por completo. Y se dio cuenta de lo que había hecho, y
entonces se sintió un imbécil.
Pensó que no debía tomar más merca y en la puta madre que lo parió.
Se serenó un poco, se apartó sin brusquedad hacia atrás, bajó el tono y
dijo, no con miedo, si no para no lastimar lo que veía como protección
desde el lugar del amor de Gonzalo a Micaela.
Descubría o veía de pronto que Gonzalo amaba a Micaela.
-Pará nabo, calmáte y pensá... -dijo pausado- calmáte loco que sé que
vos me matás, pero estos te van a hacer mucho daño, no son como los

256
pelotudazos de Menorca... no se andan con vueltas -y lo dijo con una
calma absoluta.
Gonzalo se le acercó nuevamente.
-Lo dudo mucho -aseveró y Fer, al ver su mirada lo creyó.
-En serio, loco, calmáte... -dijo Fernando muy tranquilo, sin miedo,
cosa que Gonzalo olía y veía de lejos-. No sé... perdonáme... vamos al
verde y fumamos otro poco... la pipa de la paz. Pero pensá lo que te
digo: ¡no te lo contó! Yo te lo cuento si es que estas preparado para
escuchar... y después salimos de acá y si querés me ajusticias
ajusticiás rapidito, pero acá no, porque te jugás el culo. Si no te
limpian acá, te limpian afuera, por grasa, por agrasar este negocito tan
próspero, que nos gusta tanto... a los dos... bueno, o a mí... digo... no
sé... pensálo y perdonáme... estoy re duro Gonzalo, pero te estoy
contando una verdad, y la verdad no debería castigarse... ¿viste que
hablo francés? -dijo Fernando sonriendo- yo no te miento, y en esta
verdad que te cuento, no sé... como yo soy protagonista tal vez tenga
algo de culpa, así que podés hacer lo que quieras conmigo... pero
mejor afuera.
Gonzalo frenó su cabeza, y pensó a una velocidad que le recordó su
doble vida, su otro trabajo.
Se quejaba interiormente de lo que a veces hacía, pero era un trabajo,
era su trabajo... pero en realidad así se justificaba.
En ese momento sintió, con extraña claridad, que hacía lo que hacía
por gusto. Solo por gusto y placer.
Y se sintió culpable sin culpa, juzgado por su mente, condenado por
una parte de su moral y perdonado por la otra parte. Miró a Fernando,
y vio que este no tenía miedo. Además le prometía contarle lo del
traba y vaya a saber qué más, que otras cosas que Micaela le hubiese
ocultado.
Y llamativamente, se inculpaba de lo que achacaba a otros como
gustos y le decía que luego si quería, lo ajusticiara rapidito... pero
afuera.
Gonzalo despertaba del sueño en que él mismo se había metido. Y
descubría en ese atípico instante, que casi todo lo que hacía, lo hacía y
lo había hecho por gusto.

Fernando y Gonzalo entraron en el salón verde. Gonzalo se metió en


un privado por sugerencia de Fer y este se fue a buscar algo -Para
matizar un poco -dijo.

257
Al ratito estaba de vuelta con una pipa de opio. Se sentó frente a
Gonzalo
-Fumá de esto que te va a relajar, es opio.
-Contáme -contestó Gonzalo muy tranquilo.
-Bueno, mirá, este... claro, por dónde empiezo...
-Por el principio sería lo más adecuado, ¿no te parece?
-Ehhh, sí, pero en realidad, te cuento lo del traba primero. Eh... me
lleve a Micaela a un telo con un travesti, eh... -Fernando sonrió
nervioso.
-¿Y? -preguntó Gonzalo algo seco.
-Y eso... garchamos los tres. No me pedirás detalles. Ahora ya sabés.
Si querés salimos y me matás rapidito... en realidad me harías un
favor... estoy tan cansado...
-Qué más hay -interrogó Gonzalo sin inmutarse.
-Eehhh... bueno, después volvimos con otro travesti... el mismo día.
-¿Se opuso?
-Noooo, ¡qué va!, el traba estaba encantado -dijo Fernando jocoso-.
No me mirés así, es una broma para aflojar el hielo... No, Micaela
nunca dice nada. Acepta y punto. Pero pensá una cosa, yo iba con ella
y después no la dejaba tirada... como le hicieron otros... a veces me
iba, pero no la dejaba tirada. Yo estaba. Le enseñé lo bajos que somos
los hombres. Ella hace cualquier cosa por estar con un tipo al lado. Lo
que le pidas. Y punto. No se valora como mujer. Es una mina que no
vale como mujer, si no, no haría estas cosas. Aunque en sí, el hecho
fue raro... estábamos ahí los tres, y ella disfrutaba... le gustaba… -Fer
hizo un breve silencio- nunca supe si lo que le hizo el tipo que le
gustaba cuando era medio pendeja lo disfrutó, pero estimo que sí.
-¿De qué me hablás? -dijo Gonzalo con la misma cara de póquer.
-¿No te lo contó? Gonzalito... eso tampoco... No te lo contó, tampoco
eso... no lo puedo creer. Te ha manipulado y no te lo ha contado... no
te contó nada más que lo que ella consideró oportuno.
-¡Hablá, che! -interrumpió Gonzalo serio.
-Se la enfiestaron dos “amigos”. Eso. Y ella pensaba hasta que me
conoció que eran buena gente. En sí se la garcharon hasta que se
cansaron y dijeron según ella, que la notaban incómoda... entonces
pararon... como a las dos horas... Sí, sí, claro. No daban más y se
justificaron así para sacarse de encima a la putita. Vos sabes cómo es
esto. Una vez que te saciás, no querés saber más nada de la implicada.
Pero si es profesional, lo tenés mas fácil, patada en el orto y a la

258
mierda. Con una “amiga”, después de echar el líquido unas cuantas
veces, tenés que ser cortés, así además podes repetir...
-No me contó nada...
-Veo que sos muy listo, pero bastante pelotudo... en fin, es confuso,
pero... sin ofender.
Gonzalo perdió la vista. Hizo un breve silencio y miró a Fernando a
los ojos. Sin cambiar el semblante sonrió algo forzado.
-No, Fernando... tenés razón. ¿Sabés por qué me acerqué a vos?
-Sí, Gonzalo. Pero creo en el Karma, y si tenía que ser castigado por
mis actos, lo acepto, aunque yo no le he hecho mal. Ella se dejó hacer
por mí, y aprendió algo.
Creo que fundamentalmente aprendió a hacerse valer, aunque te suene
ridiculísimo. Con vos habrá sido menos sumisa que conmigo, pero
creo que la hubieras convencido.
-Eso no me interesa...
-Pues debería, mirá qué cosa... Fumá un poco de opio que te cuento.
Gonzalo dio una calada honda que le llegó hasta su pasado más
remoto. Se acomodó en el sofá y sintió que este lo absorbía,
abrazándolo como si de Morfeo se tratara.
-Antes, Gonzalo, a la gente no se le enseñaba a ser virtuoso o sabio o
genio... se le enseñaba a comportarse. ¡Sí! A comportarse
correctamente, con corrección ciudadana. Ahora ni eso. A la gente no
se le enseña nada. Por eso la gente está tan hecha mierda, porque
piensan que está todo bien, y no, no es así. Yo a esta estúpida le
intenté enseñar lo que es el respeto por la propia persona... a mi
manera... al principio era un hijo de puta, es cierto, pero luego tuve
algo así como piedad...
Gonzalo intentó articular un; ¡Qué me estás diciendo, pedazo de
pelotudo!, pero no le salió palabra.
Fernando continuó, hablando en el estado en el que estaba, sin
importarle ya más nada:
-Y claro, se lo enseñé un poco a los golpes, total, ya había hecho
cualquier cosa, y me parecía un camino rápido, el de la dualidad,
ahora te doy, ahora te quito... bueno, he de reconocer que además
estaba la satisfacción de mi propia perversión. Te voy a confesar algo.
A mí me encantan las minas y un día me garché a una que estaba de
infarto, pero luego resultó ser otra cosa. Desde ahí, como decirlo, a mí
los trabas me gustan. Son mujeres con pito cuando están bien hechos.
¡Y un culo es un culo! Qué decir... me encanta hacer culos... Lo del
pito es un detalle. Es que a mí me pasó algo raro que hoy no te lo

259
cuento porque creo que estás en órbita, pero el pito es un detalle.
Ahora sí, si te enculan es otra cosa. Eso es vicio total.
Gonzalo se sumergía entre las palabras y el humo de la segunda
calada, casi sin escuchar, sintiendo que era un poco estúpido.
-Y yo soy vicioso, ¡pero buena gente, che! -Fernando miró a Gonzalo
y prosiguió-. A lo que iba. A esta mina le di la clave, el secreto para
dominar a los hombres y ese secreto está en el deseo. Cuanto más te
haces desear más en serio te toman. Te da poder. Vos sabés que lo que
más te cuesta alcanzar, una vez lo lográs, más placer te da. Intenté
explicarle que se hiciera rogar, que no entregara, que viera como los
hombres se serenan y se ponen respetuosos cuando no te dejás coger a
la primera, ni a la segunda, ni a la tercera... ¡como en Argentina, loco!
¡¡¡Te volvés loco por una mina que te dice que no!!! Y la querés para
vos, y la deseas por siempre y en cada momento, y le hablás boludeces
para agradarle y conquistarla... ¡¡¡y ella tiene el poder!!!... todo el
poder y lo sabe y te saca a caminar por el botánico y vos vas como un
pajero hablándole de las constelaciones que te importan un carajo,
pero ella te estira y te estira el momento y consigue que te enamores
de ella... para siempre. Te hace sentir especial y especialmente
boludo... -Fernando colgó la vista y fumó un poco. Miró para arriba y
dijo- Y ahí te jodió, te bajo tu guardia, te hizo caer y pisar el palito.
Ahí compraste, aunque sea la peor de todas, ahí te vendió lo que
quiso. ¿Por qué te crees que las españolas no me gustan? Porque te las
garchás el primer día, porque no saben nada del deseo, y porque acá
les da igual a los tipos con quien se casan o juntan. Nosotros somos
diferentes, aún soñamos con la virgen fiel, o al menos yo... -Fer hizo
otro alto y sonrió- ¡qué porro jamaiquino que me dio este turro!
¿Sabes que cuando fui a buscar el opio, me dio a probar un quía que
estaba en la barra una calada de un porro que me colgó de un perchero
inglés? ¡Qué fenómeno, equilibré completo! Che Gonzalo -reaccionó-,
¿estás acá?
-Sí -dijo serio-, no, o sí, o no... -dijo con lenta tranquilidad- en
realidad no... Intentá entenderme porque no lo podré repetir -Gonzalo
estaba en un estado crepuscular contra el que luchaba por hablar-.
Estoy hecho mierda, destrozado del alma, pero no me importa un
carajo. Y creo que lo veo claro por lo que fumé. Lo mío creo que no
tiene remedio. Soy un idealista estúpido. Creo. Y basta. Dejáme un
ratito solo que voy a disfrutar... Creo. -Y cerró los ojos,
sumergiéndose en el sofá.

260
Fernando se puso de pie y salió muy despacito, encendiendo antes la
luz roja de la entrada del pequeño privado. Eso significaba que no
podía entrar nadie allí, y esa norma se respetaba. Todos los privados
dentro de las salas tenían luces como un semáforo y era muy claro:
verde, todo vale, entra y participa. Amarillo, reserva de los del interior
para aceptar o invitar a alguien. Rojo, todo no. Esto es íntimo, aunque
rojo era un poco manipulable por los del interior.
Se fue hacia la sala negra, a buscar a la tailandesa. De pronto se tentó
por una luz verde y se asomó en un privè... y reconoció a Guillermo
con otros tres tipos, uno de los cuales era negro y musculoso,
cogiendo a lo loco. Fer dijo: -Mirá… un negro.
Guillermo estaba en cuatro y mientras hacía un pete a uno, otro se lo
cogía, mientras él masturbaba a un tercero. Abrió los ojos al escuchar
la puertita, sacó el pene de su boca y dijo: -¿Ça va?
-De puta madre -dijo Fer, algo desaforado por la última rayita de
pasada por la barra.
-¡Vení bombón, pasá! -dijo Guillermo sin soltar los penes mientras
continuaban cogiéndoselo.
-¡¡¡Eh!!! No, mejor que no
-¿Qué, es por tu amigo? -interrogó Guillermo mientras seguía
pajeando al negro.
-No, no, para nada. Está por ahí, volando, y yo busco a una tailandesa,
así que me voy. Esto, sin ofender muchachos, no me va.
Guillermo se llevó a la boca el pene del negro para recibir con
entusiasmo la culminación de la paja, en su boca, feliz, sin importarle
una mierda lo que Fer decía.
Fer cerró la puerta y se fue pensando que faltaban tetas y pieles
suaves, faltaban vaginas y clítoris, faltaba...
-Definitivamente, los hombres no me gustan.
Giró la cabeza en dirección a un acento femenino algo oriental y la
encontró en la barra, a la hermosa thai como nunca podría haber
conseguido sin pagar. Se le arrimó y le dijo:
-¿Vamos a un privado?
La thai, lo tomó tiernamente de la mano y lo metió en un privado que
tenía la luz roja encendida. Al entrar le dijo al oído que había salido a
buscar unas rayitas, para estar a tono con las amigas. Fernando no
daba crédito del espectáculo que en suerte se le brindaba. Había una
tiernísima oriental tumbada boca abajo, con otra oriental enfrentada y
sentada frente a su boca, con las piernas abiertas, recibiendo un
cunnilingus. Montada sobre ella tenía a otra oriental en cuatro, que

261
recibía el mismo trato por la que estaba sentada, y practicaba un beso
negro a la que estaba de espaldas.
Fer se puso en bolas en un segundo sin dejar de mirar, y su thai, le
empezó a chupar el pito de una manera sobrenatural, metiéndoselo
hasta el fondo de la garganta.
De repente, lo soltó y lo empujó hasta el culo de la de espaldas, y la
del beso negro le facilitó la penetración, untándolo con saliva.
La de espaldas, que no tenía más de dieciocho gimió dulcemente y se
incorporó un poco. Fer le daba con furia cocaínica más tunning y
extras, en fin, como un poseso, y en plena fiestecita palpó debajo de
esas nalgas doradas y tersas y dijo en voz alta -¡Uy! Un detalle, ¡Mirá
qué cosa che! Este caramelito tiene pito...
En ese momento, le pareció un detalle, como le había explicado a
Gonzalo.
-¡Me encanta esto! -gritó-. Esta mina esta divina, pero tiene poronga,
me cago en todo. ¿Quién me explica lo que me pasa?
Las orientales ausentes de las disquisiciones de Fer, enfrascadas en el
sexo, sonreían. Su thai lo acarició, y le susurró al oído: -Estas no
hablan nada de español. Y tú eres medio gay, y me encanta que lo
seas. A mí también me gustan las mujeres, y los travestis lindos... Los
hombres no, para nada, pero tú eres muy femenino. Y tomó a Fer por
su abdomen y lo retiró suavemente hacia atrás, girándolo y
enseñándole el abundante flujo que tenía entre sus dedos mientras se
tocaba la vagina.
Fernando se incorporó y penetró dulcemente a su thai, empezando a
empujarla muy suave pero profundo. El traba se la arrimó desde atrás
y empezó a acariciarle dulcemente el esfínter anal Cuando lo notó
receptivo lo penetró.
Fernando gimió placenteramente, jadeando. Las otras señoritas se
unieron en un beso múltiple y Fernando eyaculó en un grito de
placer... en una carcajada que años atrás le hubiera parecido infame.

262
52. Gerardo la invita
Gerardo llamó a Micaela para invitarla a tomar un café. No hubo
excusas.
Micaela dijo que sí, que no había problema y quedaron de encontrarse
a las cuatro en un bar dentro de la Galería del Este.
Al llegar Micaela, Gerardo la estaba esperando. Se lo notaba algo
nervioso, y muy contento.
-Hola, doctor -dijo Micaela- ¿Cómo le va? -y se arrimó extendiendo la
mano.
Gerardo se había puesto de pie y le estrechó la mano con suave
firmeza varonil.
-Siéntese, por favor -le dijo y agregó-, podríamos tutearnos, y por
favor no me digas más Doctor.
-Es que aún usted lo sigue siendo para mí, y no quiero que piense que
soy un poco tonta, pero soy así, me parece que la confianza es algo
que debe venir con el tiempo.
Gerardo acostumbrado a que las mujeres se le insinuaran con
facilidad, se sentía cada vez más cautivado por la distancia de
Micaela. Le parecía un imposible, una mujer inalcanzable.
-Como usted quiera -dijo- aunque yo no puedo tratarte más de usted,
si me lo permitís.
Micaela sonrió, correcta, y no dijo nada.
-¿Sabés por qué te invité a este bar?
-No -dijo Micaela.
-Mirá, cuenta una leyenda urbana, que Jorge Luis Borges venía mucho
a este bar, le gustaba.
-¿Sí? -interrogó Micaela.
-Sí, aunque no sé si es cierto, pero la historia es bonita y viene al caso.
Te cuento... bueno, parece que era habitué y un día se le acercó un
hombre desconocido, se sentó en su mesa y le dijo: “-Jorge Luis, me
place mucho sentarme en su mesa, si no le incomoda.”
Borges levantó la vista y lo miró.
El hombre le dijo: “-¿Sabe que yo también escribo? ¿Le molesta que
le lea unas cosas?”
Borges lo miró seriamente y le contestó: “-No, en absoluto, pero por
favor, ¿me puede decir la hora?”
El hombre encantado le dijo: “-Por supuesto, son las once y media.”
Y Borges le contestó: “-Ah, muy bien, yo a esta hora corro”, y se
levantó de la mesa y salió al trote.
263
Micaela sonrió y preguntó: -¿Es cierto lo que me cuenta?
-No lo sé -dijo Gerardo-, pero me parece una historia muy divertida...
la hora y los diálogos me los inventé un poco, pero la historia me la
contaron así. No sé si es cierta, pero te la cuento por si en algún
momento decidís salir corriendo...
Micaela sonrió nuevamente, más distendida.
-Micaela -dijo Gerardo-. No quiero que me malinterpretes. Te seré
franco, no busco en vos lo que cualquier hombre querría buscar. Soy
viudo, hace dos años mi mujer, Marcela, murió de repente, de esas
muertes tan traumáticas como son los accidentes.
-Lo siento -dijo Micaela.
-Esperá, no quiero dar lástima porque esto que sucedió en mi familia,
sucede en muchas, y es parte de la vida. Los chicos lo llevaron peor, si
bien los dos viven solos estaban muy apegados a su madre -Gerardo
hizo un breve silencio y continuó-: Pero la vida continúa, amaba a
Marcela, pero ya no está y seguro que ella siendo como era querría
verme feliz. Yo soy joven, o relativamente joven aún.
Micaela se puso algo seria y miró a Gerardo a los ojos.
-Insisto, no me malinterpretes. No busco en este momento pareja,
novia ni sexo. Así de claro como suena. Si buscara algo así ya lo
hubiera encontrado, más sabiendo cómo es la sociedad hoy en día.
Sólo quiero conocerte, a pesar de la diferencia de edad, y de la forma
en que nos hemos encontrado.
-No sé... -dijo Micaela.
-Dame una oportunidad, no vas a arrepentirte, y además siempre estás
a tiempo de preguntarme la hora -dijo Gerardo sonriendo.
Micaela sonrió complacida, miró a Gerardo en los ojos y vio que eran
limpios, sinceros.
-Gerardo -dijo-, ¿cómo se llama tu otro hijo?
Gerardo sonrió, se acomodó en la silla y suspiró.
-Augusto, ya lo vas a conocer, es jugador de rugby, y arquitecto.

264
53. Mientras, en la Casita…
Fernando salió más duro que satisfecho del encuentro con la thai.
Pensó que estaba algo arriba, y ya sumido en el total descontrol, se fue
hacia la barra y se tomó dos whiskys. Se había metido dos toques para
final de la orgía, y empezaba a sentirse algo desubicado, entre la
mezcla de tanta droga, alcohol y sexo.
Se dirigió entonces hacia la sala verde, tenía que recoger a Gonzalo si
aún estaba allí. Había perdido la noción del tiempo, pero la casita
estaba a pleno y le importó poco la hora. Igual, no tenían nada que
hacer. Al entrar al reservado, encontró a Gonzalo en la misma
posición. Intentó despertarlo, pero resultó imposible. Miró el narguile
y descubrió que Gonzalito se había fumado todo.
-Hay vicioso, viciosito -dijo, y le dio una patada en la tibia que
hubiera despertado a un muerto, pero Gonzalo no reaccionó. En lugar
de preocuparse, salió del reservado, se fue a la barra y pidió algo
fuerte para fumar. Volvió al lado de Gonzalo y empezó a fumar de la
pipa que le habían dado, hasta que sintió que estaba dentro de una
burbuja que no paraba de temblar. Pensó, pero no podía entender lo
que pensaba.
-Hora de irnos -dijo, pero Gonzalo no estaba en tierra en esos
momentos. Salió a la barra y mandó a llamar a la señorita que entendía
celaba por ellos. Dio una calada honda de algo que le ofreció el
barman y atinó a decir: -¡Flacgo! El gue sta ahí dentro vino gonmigo,
¿denes gameruzza agá o dengo que ir al salón coblan? ¡Je! -Se giró y
vio claramente que no estaba en su mejor momento. Se desplazó como
pudo hasta el reservado, entró y cerró la puerta.
Al despertar, vio que Gonzalo llevaba un suero colgado y él también.
Estaban en una sala amplia, con dos camas, tele y un sofá.
-Buenos días señor Fernando -le dijo una enfermera-. Veo que se
encuentra mejor.
-Sí, así parece. ¿Estoy donde creo?
-¿Perdón? -dijo la enfermera.
-Sí, Buenafuente...
-Así es. Su amigo aún duerme.
-Veo, veo, es un dormilón nato, muy vago, ¿sabe? -Fernando hizo
silencio y se apretó la cabeza.
-Me duele la cabeza... no sé por qué será... -Miró a la enfermera que
ponía una medicación en su suero y dijo- Usted perdone, ¿pero en qué
estaba? Ah, sí, en mi amigo el vago. Le cuento... ¡Cómo me duele el
265
marulo!...eh, ah sí… Mi amigo en Argentina no trabajó nunca... es el
hijo de un empresario riquísimo, y claro, salió un poco rana... En una
época era corredor de coches, se gastó una fortuna, pero como se
aburría de todo se dedicó a las acrobacias aéreas, pilotando aviones
que coleccionaba de la segunda guerra mundial y esas cosas... ¡Uh!...
Como me duele la cabeza... ¿qué hora es?
-Las diez y veinticinco... de la noche.
-No me joda, señorita, que tenía que hacer algo importantísimo...
Como le venía diciendo, este señor no sabe lo que es el trabajo, y
claro, como todo dandi millonario, le gusta la fiesta, y aquí me tiene,
por su culpa, en esta situación tan embarazosa. ¿Cómo se llama usted?
-Rocío -dijo la enfermera sin inmutarse mucho.
-¡Ahá! Rocío, bonito nombre, como usted... podríamos dar un paseo
en avioneta, con mi amigo, cuando quiera...
-¿Querés callarte y parar de decir boludeces? -dijo Gonzalo abriendo
los ojos.
-¡Uhhhh! Siempre se despierta así, de mal humor, ¿sabe Rocío?
-¡Callate te digo!, pará un poco, no tenés límite... -y miró a Fernando
fijo, ordenando silencio.
-Los dejo -dijo la enfermera medio sonriendo- el Capitán quiere hablar
con ustedes -y salió de la habitación, cerrándola con llave.
-Qué está pasando -preguntó Gonzalo- ¿Seguimos en la casa esta del
orto?
-Sí, sí -dijo Fer-. Pero todo bien, tranquilo. Como te dormiste con el
opio... ¿no sabías que cuando fumás de eso Morfeo te abraza y no te
suelta?
-Me vino muy bien, estoy bastante bien aunque un poco abombado.
Lo que me duele un poco es la tibia... Uy, mirá el golpe que tengo,
¿con qué me lo hice?
-No tengo ni idea... ¿te duele mucho?
-No, debería dolerme más...
Al instante se abrió la puerta y entró el Capitán.
-Buenas noches, Señores, en un rato les traerán la cena.
-Ah, qué bien... -sonrió Fernando.
-Silencio -sentenció el Capitán-. Debo confesarles que han estado
durmiendo un poco más de lo que correspondería, pero la situación,
digamos el estado del señorito Fernando, así lo requería. No es lo
habitual que pasen estas cosas, y en realidad, no me agrada mucho. No
me interesa que el negocio se perjudique. Esto es un club privado
donde la gente da rienda suelta a sus deseos, se divierte un poco, lo

266
pasa bien, hace negocios y luego regresa a su vida normal, siempre o
casi siempre controladamente.
-¡Ahá! -dijo Fernando- creo que...
-¡He dicho silencio, Fernando! Y silencio es silencio. Estoy algo
enojado contigo. No sé qué habrás estado haciendo ni me interesa,
pero tu celadora te encontró bastante mal. El señor Gonzalo dormía
plácidamente y no presentaba ningún riesgo más que una intoxicación
por opio, pero tú, te has pasado. Por eso estáis aquí. Sería más fácil
desembarazarme del problema, pero soy noble y reconozco que te
debo un favor... además está mi hija, que no sé qué es lo que te ha
visto, ¡joder!, ¡me cago en tus muertos! -y lanzó una mirada a
Fernando que fulminó su sonrisa.
-Lo siento -dijo Fer.
-Sí, ya lo sé, sé que dirás que lo sientes... pero te importa un pijo. Y
esta empresa me interesa mucho. Acá, se mueve gente muy importante
y se hacen buenos negocios. Te has pasado, pero socialmente te has
comportado, por eso... y por mi hija, me cago en la leche, aún estás
bajo mi protección. Los otros socios tienen más reparos, ¿entiendes?
-Sí, entiendo -dijo Fernando muy serio.
-Después de la cena, vas a dormir, y mañana marcharás temprano. Si
tienes asuntos pendientes, puedes usar tu móvil o el que está sobre la
mesa allí, al lado de la puerta. El señor Gonzalo es libre para cualquier
movimiento que le apetezca... sea quedarse, o irse.
-Gracias, Capitán -interrumpió Gonzalo viendo que la situación ya le
permitía meter bocado-. Me marcharé luego de la cena.
-Me parece muy bien. No esperaba otra cosa de usted. Vendré
personalmente a recogerlo y le pediré un coche con chófer para que lo
lleve hasta su hotel. Ya sabe que aquí lo sabemos todo.
-Muchas gracias -dijo Gonzalo complaciente.
El Capitán salió de la habitación y no echó llave.
-Fernando miró a Gonzalo y le dijo: -¿Me dejás solo?
-Creo que es mejor, ¿no te parece? Ya nos veremos mañana o pasado,
pero creo que tenemos que hacer caso a esta gente.
-Es verdad. Siempre tan criterioso vos...
Cenaron en silencio la comida que les trajo la enfermera, que
realmente era muy apetecible, con toques de distinción y buen gusto.
De beber, les había puesto agua mineral francesa.
-Todo un detalle -pensó Gonzalo.
Después de la cena, Gonzalo se duchó, se vistió y al salir del baño
preguntó a Fernando:

267
-¿Quién paga todo esto?
Fernando se rio.
-Somos V.I.P, el Capi invita.
Gonzalo avisó a la enfermera que estaba listo y a los pocos minutos
apareció el Capitán.
-Acompáñeme, Don Gonzalo Peña -miró a Fernando y le dijo-: Tú,
duerme, que mañana será otro día -y al salir de la habitación echó
llave. Miró a Gonzalo-. Le daré mi confianza, Gonzalo. Lo encierro
nada más para que entienda que aquí soy la autoridad, aunque lo sabe
de sobra. Le debemos un favor muy grande, y mi hija, que es
gilipollas, está colada por él. Es mi única hija, y hago lo que sea por
ella. Tuvo una mala época... muy mala época y este engendro, aunque
parezca imposible la ayudó mucho. La rescató a tiempo... parece que
el amor es así de inexplicable. Y la niña se cuida, y lo espera... La vida
es muy rara, y este es de los que hacen una cosa pero predican lo
contrario. Y a mí me está bien así. Prefiero que sufra por amor a que
esté como estaba, y éste cada tanto la ve y pasa temporadas con ella...
y se la ve feliz. Es mi debilidad, es mi vida. ¿Sabe, Gonzalo? Yo soy
viudo, y cometí errores en la crianza... y cuando me enteré en lo que
andaba mi hija me quise morir... ironías de la vida. Uno paga lo malo
que ha hecho, con lo que más le duele. Pero ahora la cosa está bien.
Mi hija está bien, estable y serena... maternal con este desgraciado y
parece que eso ayuda. No sé, se verá reflejada y por eso... no sé, no
entiendo nada, pero está bien. El ser humano es incomprensible -
Gonzalo escuchaba sin articular palabra. El Capitán cambió el
semblante y el tono y dijo- Tengo que pedirle un favor, que estoy
seguro no se negará a hacer. De hecho, aunque estimo que lo haría
gratis dadas las circunstancias, le será remunerado a tarifa habitual. El
dinero no es un problema.
Gonzalo miró al Capitán a los ojos y preguntó: -¿De qué se trata?

268
54. Encargo
A los dos días de haber estado en la casita del vicio, el Capitán se
encontró con Gonzalo en un bar céntrico. Hablaron un rato
amigablemente y salieron andando unas calles hasta donde estaba el
chófer del Capitán esperando.
-Iremos a mi oficina. Allí estaremos más cómodos y podré explicarle
los detalles.
Subieron al coche, de lujo parco y con cabina blindada. El Capitán
abrió un micrófono y dijo -A mi oficina -para luego cerrarlo.
Miró a Gonzalo, se acomodó en su asiento y sonrió.
-Tal como me ha pedido, ya he conseguido lo que solicitó, que ha sido
más rápido de lo esperado. Tal vez por mi ansiedad... Carnet de
identidad, pasaporte, licencia de conducir y tarjetas de crédito con su
clon. Esto último me resulto interesante e intrigante a la vez...
-Capitán -dijo Gonzalo-, usted sabe muchas cosas de mí, lo que
algunas personas con las que he hecho negocios saben. Pero usted ha
visto mi cara, y no muchos la ven. Sabe lo que puedo hacer, pero no
sabe cómo trabajo, y eso me da a pesar de todo alguna ventaja.
¿Le importa decirme cómo sabía de mí?
El Capitán intuyó que la pregunta de Gonzalo era extremadamente
prudente.
-Mire Gonzalo, en este negocio se conoce a mucha gente, y las
casualidades también existen. Fernando lo trajo a mí, sin yo pedirlo.
Cosas de la vida... Había averiguado hace un tiempo, con el tema que
ya le comenté de mi hija, con quién podría contar para un trabajo
limpio. El hijo de puta que intentó arruinar a mi hija esta blindado,
protegido. Hay gente que gana mucho dinero gracias a ese mierda. Y
como todo se sabe, si le hubiera pasado algo las sospechas eran todas
para mí, por mi cargo, por mi situación, y porque todo el mundo en el
que me muevo sabe lo que pasó con la gilipollas de mi hija... pobrecita
mía.... Usted entenderá -prosiguió el Capitán-. Ya ha pasado tiempo y
creo que se puede hacer algo. Corrijo, estoy seguro de que se puede...
Ese hijo de puta de mierda ha jodido a varias personas.
-Muy bien, pero eso no contesta más que vagamente a mi pregunta -
dijo Gonzalo serio.
-Bien, señor Gonzalo, o prefiere que lo llame Doctor o Carlos...
-Gonzalo está bien –dijo, sintiéndose intimidado.
-Estuve destinado en Kosovo, querido Doctor, perdón, Gonzalo, y allí
conocí a mucha gente, entre los cascos azules. Uno de ellos era un tipo
269
formidable, de buen carácter y aguerrido, incansable y muy
ambicioso, que había estado en los Grupos de Operaciones Especiales
de la Policía Federal Argentina. Era un mercenario nato. Él me habló
de usted. Le admiraba. Me contó cosas. Me habló incluso de una
operación que hicieron por el riachuelo, contra el narcotráfico...
¿Cómo se metieron a bucear allí?
-Marcelo... -dijo pensativo Gonzalo.
-Sí -dijo el Capitán-. Contacté con él tiempo después, le conté
alterando un poco la realidad el caso y luego se lo relaté con lujo de
detalles. Habíamos hecho y mantenemos una amistad basada en la
confianza y en la lealtad de quien estuvo en el frente. Simplemente
dijo que usted era el hombre ideal, silencioso y limpio. Me pasó sus
datos, y cómo contactarlo... pero dadas las circunstancias me fui
frenando, tengo mucho que perder por un miserable moro de mierda, y
teniendo la llave de la justicia en la mano nunca contacté con usted. Es
una cosa que en estos años nunca hice por miedo a equivocarme, pero
la vida es así de trágica y cuando había dejado el tema, porque el
tiempo empezaba a extender su manto de piedad, Fernando me lo trae
a usted hasta mi puerta -el Capitán sonrió de placer-. Y he de
reconocerle que jamás olvido y que además disfruto de un sublime y
extravagante rencor, que llevo bien alto con el crucifijo por delante.
-Marcelo -repitió Gonzalo, y sonrió.
-Imagino que lo demás está clarísimo. No conocía su cara, pero su
amigo Marcelo me hablo mucho de usted, me dio su nombre, me
contó de su doble vida, de su profesión, y su capacidad para llevarla
sin sospechas. Me contó de su inexistencia oficial en las fuerzas, de la
falta absoluta de información en los archivos acerca de usted. Y dos
más dos fueron cuatro. Me encargo personalmente de investigar a los
que acuden a nuestra casa. Tenemos todo extremadamente cuidado y
organizado. Sus datos fueron tan coincidentes en mi acaudalada
memoria que solo esperé el momento para hablar con usted, y ese
momento me fue otorgado el mismo día de su primera cita. Y
tranquilo, sé muy bien cómo es una persona con solo mirarla a los
ojos.
-Bueno, Capitán, su historia me tranquiliza. Soy el hombre que busca.
Creo que sabrá que cerraremos un trato que ha de ser respetado como
caballeros.
-Así será. Le adelantaré el cien por cien de sus honorarios y tiene una
tarjeta abierta para gastos, sin límites, tal cual lo pidió. La confianza
es extrema y estamos jugando a un juego donde las trampas no valen.

270
-Ya le dije, Capitán, que es un trato de caballeros.
-Lo sé, Gonzalo, pero soy español, no se olvide. Y a pesar de eso le
adelanto lo suyo.
Gonzalo sonrió con la ironía franca de la desconfianza.
-En mi oficina -prosiguió el Capitán- le daré el resto de la
información. Ahora ambos sabemos quiénes somos. Sé muy bien que
usted también sabe quién soy. Y sé también que esta no es la mejor
manera de cerrar este trato.
-Estoy de acuerdo. Como sé que tiene que salir de viaje, Capitán, le
sugiero que pase unos días fuera de España, de ser posible a más de
ocho horas de avión. Sé que viajará acompañado y que disfrutará
mucho de su estancia. El viaje además lo emprenderá tal como está
programado dentro de cuatro semanas, y pasará un mes fuera. No
contactaré más con usted, hasta su regreso. Luego nos veremos en la
casa y eso significará que todo está muy bien.
-No esperaba otra cosa de usted, Gonzalo.
-No me alaga, Capitán. Es mi trabajo.
El coche entró en un parking subterráneo y ambos subieron por el
ascensor hasta la oficina del Capitán.
La secretaria les dio los buenos días y los acompañó hasta el
despacho. Les trajo café, una Vichi con hielo y limón y un zumo de
naranja. Los dejó solos.
El capitán sacó un sobre y se lo entregó a Gonzalo, sin mediar ninguna
palabra. Gonzalo lo abrió, lo miró detenidamente y le dijo al Capitán
que necesitaba unos minutos de silencio.
Leyó todas las hojas con los datos como abstraído y luego se detuvo
en las fotos, mirándolas una por una por separado y cerrando los ojos
unos segundos para volver a mirarlas antes de pasar a la próxima. Una
vez visto todo, lo colocó dentro del sobre y lo devolvió al Capitán.
-Es suyo -le dijo el Capitán- tengo copias.
-No lo necesito, gracias. Puede quedárselos. Es mejor que yo no tenga
copia. Pero le aconsejo que se deshaga de todo.
El Capitán se rio satisfecho.
-Marcelo me habló muy bien de usted, pero esto no me lo había dicho.
-Marcelo, señor mío, sabe de mí, pero no sabe todo -Gonzalo bebió
agua, se puso de pie y saludó cortésmente al Capitán-. Espero que
tenga unas bonitas vacaciones.
-Gracias Gonzalo. Le deseo éxito -dijo el Capitán al estrechar su
mano.
-El éxito es mío.

271
55. Bajón
Fernando salió a caminar un rato por Madrid. Sentía que esa ciudad le
pertenecía un poco. Caminaba cómodo por sus calles, como un
madrileño más. La conocía bastante bien, desde su primer viaje a
Madrid, donde la había caminado como si nunca fuera a volver. Solía
repetir los mismos lugares, comer las mismas cosas, detenerse en los
mismos sitios...
Le encantaban las rosquillas de Alcalá que siempre compraba en el
mismo lugar cerca de Sol, y la tortilla de patatas de un lugar cercano a
Argüelles que se llama El Rey de la tortilla de patatas. Muy cerca de
allí, había un restaurante egipcio: El Príncipe de Egipto, y solía
frecuentarlo por las noches, para fumar un poco de narguile con sabor
a manzana... Shisha, decía ni bien entraba, como un extraño mantra
pronunciado por un demente.
Solía ir al Parque del Oeste, a una sidrería a tomarse una o dos como
las tiraban allí, y se acercaba a una heladería italiana que estaba a
escasos minutos a pedir medio kilo, para tomárselo mirando el parque.
Su rutina era estable, cuando salía a caminar siempre paseaba por
Chueca, y si se hacía de noche se perdía en Malasaña.
Ser rutinario era algo poco habitual en él, acostumbrado al descontrol
vital que siempre le acompañaba. Pero Madrid lo ponía así, como se
ponen los que vuelven al lugar de la infancia lejana y recorren los
sitios que de pequeños solían frecuentar.
Esa tarde, caminó desde Sol hasta el mercado de Fuencarral, luego
hasta la estación Bilbao de metro y después volvió sobre sus pasos,
entre calles que conocía bien, hasta llegar a la Gran Vía.
Al llegar allí, se sintió extraño, invadido de una sensación de
culpabilidad, muy de repente, y entonces pensó en Micaela. Bajó
andando hasta Sol.
Buscó un ciber, que encontró luego de andar un rato, detrás de la
Plaza Mayor. Entró y pidió una máquina.
-La once -le dijo de mala gana una colombiana tetona que estaba
ocupada ligando en un chat.
Se sentó, sin mirar alrededor, abrió su correo electrónico y empezó a
escribir un mensaje, sin pensar lo que ponía, dejándose llevar...
“Querida Mica:”
Y al instante lo borró.
Miró la pantalla y en asunto escribió: “qué sé yo”
Alzó la vista, puso sus dedos en el teclado y empezó a escribir:
272
“Sin consuelo, desamparado, huracanado,
sucio, como al único a quien pudiera robarse algo.
Suspendido en el aire, en el tiempo, entre las hojas del otoño infantil,
del mar helado,
dulce antes, añorado, salado,
triste hoy en el recuerdo.
Derramado por el suelo, hoy me veo,
desparramado por el aire, como las hojas del otoño,
caído, como los troncos gruesos talados para hacerlos útiles,
desordenados del universo.
Me siento mudo aunque grite,
manco aunque golpee,
estéril aunque procree,
aunque escupa mi energía entre sollozos y orgasmos.
Hoy me miré al espejo,
y vi a mi alma enjaulada, encadenada, con los ojos vendados...
que luchaba contra las cadenas que la sujetaban,
y miré más adentro, y vi a mi esencia, libre,
vagando entre unos hermosos bosques soleados,
y más adentro aún, no vi nada,
solo unos ojos...
unos ojos negros,
que lloraban.”
No releyó su escrito, puso la dirección de Mica, “enviar” y se marchó
del cíber sin pagar.
Al salir a la calle, volvió nuevamente a caminar hacia la estación
Bilbao de Metro, pero por calles diferentes a la de su anterior
caminata.
No pensaba en nada, estaba extasiado en su caminar y con las voces
que escuchaba sin entender lo que decían.
En una esquina, se topó con dos chavales que estaban fumando costo.
Despertando de su ostracismo, les sonrió y con el mejor acento
madrileño que pudo poner le dijo al que lo tenía en la mano:
-Huele que alimenta, toma veinte euros, y me dejas que lo termine.
El chaval sonrió por lo que escuchaba, extendió el porro y le dijo:
-¡Vale!, pero ve soltando la pasta.
Mientras Fernando calaba hondo, metió la mano en el bolsillo, y de
repente, miró fijo al niñato. Volvió a calar muy hondo, y una tercera
vez, hasta que el jovencito le dijo:
-¡Eh tío, de qué coño vas!

273
Fernando sacó veinte euros y se los enseñó. Largó el humo lentamente
sin darle el dinero y dijo muy sereno con su mejor acento porteño.
-Mirá galleguito de mierda, hoy me siento raro, ¿sabés?, en Argentina
me hubieran convidado de onda, porque el faso se convida si alguien
que está como estoy hoy te pide una calada... Agarrá los veinte euros y
tomátelas, pendejo de mierda.
El adolescente manoteó el billete y salió corriendo gritándole
“¡gilipollas!”.
Fernando se quedó pensativo, se sintió descolocado, diferente,
agresivo cuando él no lo era.
Empezó a caminar de nuevo, terminando el porro en plena calle, y
sintiendo que estaba colocado en fase down.
Buscó otro cíber que conocía por el camino, entró y pidió una
máquina. Esta vez, un marroquí que estaba ocupado en otro chat, le
señaló sin hablar una máquina que estaba en el fondo.
Fernando se sentó, con parsimonia y lentitud.
Abrió su correo y puso la dirección de Micaela en el destinatario.
En asunto puso: “no sé”.
Y luego empezó a escribir:
“Errantes humillaciones,
persistencia absurda.
He muerto miles de veces,
y he gozado cada inconsciencia,
a cada instante,
eterno,
intangible.
Vivimos fuera,
abstraídos,
descastados de la mirada de Dios,
sucios,
desprolijos,
desparramados,
ya sin fuerzas para suplicar perdón,
para sentirlo siquiera,
para soñarlo.”
Volvió a dar en el banner de “enviar”, sin releer.
Se puso de pie, y se dispuso a salir.
Antes de que llegase a la puerta, el marroquí levantó la vista.
-Son cincuenta céntimos.
Fernando pagó con una moneda, y salió a la calle.

274
En la calle, mientras decidía qué hacer dijo: -Shisha.
Y empezó a caminar en dirección al Príncipe de Egipto, aquel
restaurante donde se puede fumar narguile del bueno.

275
56. Fernando Y Ramón
Fernando se encontró con Ramón en Madrid. Eran amigos de juerga.
Se habían conocido hacía muchos años, en la casita del vicio, donde
los dos eran clientes habituales y habían pasado unos momentos
agradablemente viciosos entre cocaína y sexo grupal. Joana, la mujer
de Ramón, no veía con buenos ojos a Fernando, a quien culpaba de las
sospechosas escapadas de su marido a Madrid, quien lo justificaba en
negocios relacionados con sus restaurantes.
Con el paso del tiempo, los dos amigos habían conseguido tener una
relación de confianza, dada la nobleza de Fernando en asumir cargos y
culpas ante la esposa de Ramón, a tal punto que Fernando había
trabajado durante algunas temporadas de verano regenteando con
éxito los negocios de su amigo.
Gonzalo le había dicho a Fer que tenía unas cosas que hacer, así que
se iba de viaje antes de regresar a Argentina por lo que él decidió
también encargarse de un asunto que creía debía dejar asegurado.
-¡Qué pasa Ramón! -dijo Fernando al encontrarse en la puerta de la
Fondú du Tell.
Entraron y se sentaron en una mesa reservada por Fernando y
empezaron a hablar de sus cosas. A Ramón se lo veía cansado.
-Te noto cansado.
-Es que he dormido poco, ¿sabes? Nunca duermo las horas que dicen
que hay que dormir para estar bien.
-Ah, veo. ¿Y cuántas son esas? Yo necesito unas diez al menos, para
estar en forma.
-¿Diez? Pero qué dices, no hay que dormir tanto.
-¿Cómo que no?
-No, dicen que hay que dormir poco, no sé, unas siete horas bastan.
-¿Pero quién fue el tarado que dijo que hay que dormir poco? Esos son
cuentos...
-¡Qué va!... Lo que te pierdes durmiendo... mira si duermes diez horas
día, al cabo de un mes has dormido como unas trescientas horas...
¡esos son como doce días al mes! Multiplicado por doce te sale que
duermes unos ciento cincuenta días al año... ¡cinco meses al año,
macho!
-Veo que se te dan bien la matemáticas.
-Es parte de mi trabajo.
-Sí, pero insisto, ¿qué vas a hacer? ¿No dormir para estar así como
estás, hecho goma? Dormir es fantástico, yo sueño un montón, soy
276
feliz en sueños, hago locuras, no sé... de todo, vuelo, cometo
atrocidades y no voy al talego y me recupero del descontrol de la
vigilia. ¿Quién fue el tarado que dijo lo de dormir poco? Y más
tarados nosotros que se lo creemos. Un día va a venir otro imbécil y
va a decir que hay que dormir colgado para que la sangre te oxigene
mejor el cerebro y vamos a estar todos haciendo el murciélago porque
alguien lo dijo. Lo que dice alguien no tiene por qué ser cierto.
En ese momento se les acercó el camarero y pidieron una fondue
cuatro quesos, vino de Ribera del Duero y una tabla de queso Tetè de
Moin.
-Es verdad -dijo Ramón-, no todo lo que te dicen tiene porque ser
cierto, a mí el cuerpo me pide más horas de sueño, y ahora que lo
dices creo que después de esta cena me voy a ir a dormir.
-Ah, mirá vos, ¿y no querés ir a la casita?
-Pues, tal vez un rato, pero allí me enciendo y no paro hasta quedar
hecho un cromo.
-Una cosa no quita la otra, si estás cansado, te estimulas un poco y
después hablamos.
-Qué contradictorio eres.
-No, para nada. Una cosa es lo de dormir, y otra es el vicio.
-Ya me empiezas a liar...
-No, claro, si a vos no te cuesta nada liarte.
-Bueno, chavalote, dime en qué andas ahora.
-En nada, vine de paseo, a arreglar mis cositas y aprovecho para viajar
con un amigo que comparte conmigo una pasión...
-¿Cuál?
-Micaela.
-¿Sigues con la chavala esa?
-Se vino a Argentina conmigo... bueno, siguiéndome.
-Pobrecilla, mira que seguirte a ti.
-No, claro, si tu mujer se saco la primitiva con vos.
-¡Y tanto!... qué pasa, ¿que no soy buen padre, buen marido y exitoso
empresario?
-Y vicioso, putero, pervertido, cocainómano y juerguista... y amigo
mío.
-¿No te jode? Eso es lo peor, lo único que le molesta...
-¿Le sigo cayendo en gracia a tu mujer?
-Pues, ya sabes... sí.
-Brindo por eso, que te vengo de perlas.

277
El camarero les sirvió la fondue, y se retiró sonriente. Fernando probó
primero.
-Exquisito, como siempre.
-¿Te pasa algo? -dijo Ramón.
-Sí... Te cuento. Me voy a Ámsterdam a vivir. Necesito que me hagas
un favor, y sé que me lo harás.
-Dime.
-¿Me das por culo, Ramoncito?
-Venga gilipollas, suéltalo, ¿es pasta?
-No, eso te lo hubiera pedido por teléfono. Estoy cansado, y voy a
estar un tiempo
reflexionando, y tal vez me quede a vivir en Holanda.
-Pero qué pasa, ¿estás jodido de algo?... salud, ley...
-No nada de eso, simplemente que he dejado atadas algunas cosas y te
voy a dar los papeles que se refieren a eso. Es muy importante para
mí, y vos estás de vuelta de muchas cosas y sé que no me vas a cagar.
-Pero suéltalo tío, ¿qué pasa?
-Nada boludo, solo eso, te dejo a vos unos papeles que en caso de ser
necesario darás el curso que corresponda, y nada más. Sencillo.
-Joer, que misterioso estás.
-Nada de misterios, che. No estoy enfermo, no me persigue nadie, no
me duele nada... solo que siento que debo hacerlo así. Me entró de
repente, y pensé en vos... además de querer ir un ratito a la casita con
un buen amigo.
-Pues vale, cuenta con ello, aunque no sé lo que tengo que hacer.
-Llegado el momento, si es que llega, ya lo sabrás. Está todo
explicado, y es sencillísimo. Pienso mantener contacto con vos desde
Ámsterdam, así que sabrás todo a su debido tiempo.
-Eres más raro tío, que un político honesto.
-¡Qué bueno! Me gustó esa.

278
57. Gonzalo limpia
Gonzalo subió a un coche de alquiler. Estaba registrado al mismo
nombre que el carnet de identidad y el de conducir que le había dado
el Capitán. Tenía además una cuenta bancaria de banco extranjero al
mismo nombre y con dos juegos de tarjetas de crédito, cada uno con
su clon.
Paró en la primera gasolinera que encontró. Fue al baño y en el
recorrido comprobó que no había cámaras de video de seguridad. Se
engominó el pelo y decidió terminar en el auto el resto del maquillaje.
Orinó y volvió al coche. Se puso un gorro que le cubría toda la cabeza.
Se metió entre los dientes y carrillos dos prótesis de silicona, que le
aumentaron el tamaño facial y le desfiguraron un poco el rostro. Los
fijó a las muelas con un pequeño gancho metálico. Se puso lentes de
contacto oscuras, marrón oscuro. Se miró fijo, y provocó un
prognatismo voluntario tan natural como el reflejo en el espejo.
En tres horas estaba en destino, un pueblo costero, típico pueblo de
verano que fuera de temporada es bastante solitario, a veces incluso
demasiado. Ahmed vivía allí. Era un sitio seguro donde pasaba
desapercibido, mintiendo de jardinero.
Antes de bajar del coche, Gonzalo se calzó guantes de látex, encima
unos negros de seda y encima unos de nylon. Caminó unos veinticinco
minutos, con absoluta paz interior. Con destino exacto pero rumbo
indefinido. Le gustaba caminar de noche.
Entró al apartamento del que había encontrado llaves e indicaciones
en el coche, todo tal como lo había pedido. Al entrar, encontró la
bicicleta encargada y un huevo de hashish.
-Todo en orden -pensó.
Se desvistió en la entrada, sin quitarse el panty largo ni la camiseta
que llevaba. Se puso un jogging negro, ancho y unas zapatillas sin
cordones, negras. Encima una sudadera con capucha amplia.
Sacó la bicicleta y salió a dar una vuelta. Recogió dos bolsas de
basura, las más grandes que encontró y algunas colillas en una parada
de autobús. Tardaba demasiado tiempo en encontrar latas y botellas,
por lo que se acercó a una zona de recicle y las cogió de allí.
Volvió al apartamento y se dispuso parsimoniosamente a colocar la
basura en el cubo, dejando a su lado la otra bolsa cerrada. Dejó las
latas y las botellas entre cocina, sala, baño y habitación.
Las colillas las dejo encima de la mesada, en un cenicero y una dentro
de la bañera. Encendió cinco cigarrillos, y dejo uno en cada estar, sin
279
fumar, para luego esparcir la ceniza con total claridad mental. Quemó
un poco la punta del huevo y dejó restos en cenicero y mesa del salón.
Hizo unos porros. Le puso una boquilla a uno de ellos para luego
encenderlo y apagarlo varias veces, sin aspirar el humo. Realizo el
mismo ritual en las distintas estancias del apartamento.
Encendió luego otro cigarro y lo apagó dentro del cenicero, cosa que
repitió cinco veces más, siempre con su boquilla plástica. Luego
guardo la boquilla.
En la nevera tenía el resto de lo encargado. Zumo de naranja, pastillas
de potasio, grasa animal, alcohol y carburo. Debajo de la mesada
había media bolsa de carbón vegetal. Y dos kilos de azúcar.
Sacó el potasio, lo dejo encima de la mesada junto con la grasa
vegetal.
Cogió una botella de plástico de litro y medio y se fue hasta la entrada
de la casa. Se quitó las zapatillas, se puso unos peucos y se fue hasta
la habitación. Se tumbó en la cama sin desvestirse y sin desarmarla. Se
quedó dormido. Se despertó a eso de las siete de la mañana. Fue hasta
la puerta de entrada y orinó dentro de la botella. Se quitó los peucos,
los guardó consigo, se puso zapatillas y salió a la calle. Subió a la
bicicleta y se fue hasta unos trescientos metros del coche, amarró la
bicicleta y siguió caminando. Subió al coche y se marchó. Se deshizo
de la boquilla, la orina, los peucos y los guante de látex que cambió
por otros en diferentes cubos de basura. Pasó el día conduciendo por
carreteras generales. A la hora prevista se dirigió hacia la zona donde
vivía Ahmed. Aparcó el coche y se fue caminando hacia la casa de su
encargo. No tuvo dificultad para entrar y se escondió en el rellano.
Allí, se quitó los guantes de nylon y los metió en un bolsillo. Quince
minutos más tarde de la hora en que Ahmed solía volver a su casa lo
escuchó entrar.
Pensó: -Qué bien trabaja Ricardo.
Esperó a que Ahmed cogiera las llaves y las pusiera en la cerradura.
Ipso facto se le acercó por detrás llamando familiarmente a Ahmed
por su nombre. Ahmed sólo alcanzó a ver parte del cuerpo mientras
Gonzalo sujetaba su cabeza y le disparaba en la base del cráneo, en el
occipucio, hacia arriba con un calibre siete setenta y cinco con bala de
punta hueca. A Gonzalo le encantaba ese bolígrafo. Cargaba dos
balas, una por lado, con silenciador. Preciso a quemarropa. Impecable.
Además era un juguete que pasaba todos los controles de aeropuerto.
Sujetó a Ahmed unos instantes por el cuello y lo dejó caer suave. Se
miró las manos y el cuerpo. Vio que no tenía sangre salvo en dedo

280
índice y pulgar de la mano izquierda. Se cambió los guantes de seda
con absoluta tranquilidad por otros iguales. Metió la mano en el
bolsillo trasero del pantalón de Ahmed, y le sacó la cartera.
Bajó la escalera. Al llegar al recibidor vio que por la puerta entraba
una persona que rápidamente catalogó como moro. Se le acercó
amablemente, cojeando, con sonrisas. Lo tenía tan fácil, pero el
corazón le latía muy fuerte, demasiado. Estaba nervioso como nunca
antes lo había estado. Le sudaban las palmas de la mano, más que por
lo que el látex le provocaba. Temblaba fino, muy fino: -Adrenalínico -
pensó.
-Amigo -dijo al cruce en medio del recibidor-, ¿vienes a ver a Ahmed?
–Sí -dijo el moro mientras se giraba.
Gonzalo ya se había dado vuelta. Miró al moro con una amigable
sonrisa, acercándose.
-Entonces creo que esto es para ti -y lo golpeó de frente con el codo,
en el cuello. Se giró rápidamente sobre el cuerpo del moro bajándole
la cabeza hacia delante y poniéndose a su izquierda, envolviendo el
cuello con el brazo derecho. Terminó el cerrojo con el brazo izquierdo
haciendo palanca con el propio cuerpo de su víctima hasta sentir el
dulce ruido a nueces partidas. Lo soltó, lo dejó caer y no comprobó si
estaba vivo. No hacía falta. El movimiento era perfecto, estudiado,
implacable. Alzó los bazos en cruz, mirando al cielo, y sonrió lleno de
gozo. Se quedó en cruz, mirando al cielo…
Salió a la calle, caminó hasta el coche y fue en busca de la bicicleta.
Al llegar a la casa dejó esparcidos algunos pelos que había arrancado
al último moro y luego echó gasoil en el wáter y en la bañera. Dejó la
cartera de Ahmed en la mesa de noche.
Salió a la calle, recogió un trozo de materia fecal de perro con un
papel, lo envolvió y lo guardo en un bolsillo. Subió a la bicicleta y
regresó hasta la zona donde estaba el coche. Se bajó de la misma y la
dejó sin candado apoyada contra un muro. Caminó en círculo,
recorriendo varias calles y llegó al cabo de un rato hasta el coche. Con
absoluta paz interior se subió al mismo y se puso en marcha. Volvió a
repetir el paseo antes realizado por las carreteras generales. Se deshizo
de los guantes de nylon en un contenedor de reciclado de plástico y
guardó los de látex en un bolsillo, dentro de una bolsa. Entró en una
gasolinera que había visto tenía los baños fuera y que no poseía
cámara de seguridad. Tiró en el orinal el guante izquierdo que había
sido manchado con sangre. Volvió a su coche y una vez en marcha se
quitó las lentes de contacto. Las cortó en cuatro trozos y las fue

281
soltando por la ventanilla con el coche en marcha. Retiró las prótesis
de látex de los carrillos y el falso piercing que llevaba en la nariz.
Algunos kilómetros más adelante los tiró a la carretera. Entró a otra
gasolinera, fue al baño y peinó su pelo engominado, cambiando estilo
y look. Se lavó la cara, sonrió al espejo y volvió al coche. Condujo
unas cuantas horas hasta el segundo aeropuerto, diferente al de
llegada, donde devolvería el coche. Al llegar, aparcó y bajó con sus
pertenencias.
Se acercó a un cubo de basura. Se quitó los guantes de seda y los
guardó, sacó el trozo de papel donde guardaba la caca de perro y la
apretó entre sus guantes de látex. Tiró uno de los guantes en ese cubo.
El otro lo guardó dado vuelta en un bolsillo, para tirarlo luego en otro
cubo. Se enjuagó las manos con un poco de alcohol. Se dirigió a la
oficina y devolvió las llaves del coche.
-¿Algún problema, señor? -le preguntó una señorita de aspecto tímido,
vestida con chaqueta roja.
-No, todo perfecto.
-¿Lo devuelve full, señor?
-Sí, por supuesto -contestó sonriente.
La señorita le dijo que le enviarían la factura por correo y lo despidió
con amabilidad.
Gonzalo salió a la calle y se tomó un autobús hasta la ciudad, para
luego regresar en tren hasta Madrid. Los tiempos habían estado
calculados perfectamente, como era su costumbre, o su obsesión.
En Madrid, al salir de la estación, tomó un taxi hasta el centro.
-A Sol, por favor.
Cogió el móvil y llamó por teléfono:
-¡Hola!, estoy en Madrid, en camino del bar, nos vemos allí. Hasta
luego.
El resto del camino lo hizo callado, en silencio no interrumpido por el
chófer.
Una vez en destino, caminó tres calles y llegó al lugar del encuentro.
Allí se encontró con Ricardo, en un bar que estaba lleno de gente.
-Hola, pájaro.
-Hola, trompa -contestó Ricardo. Se sentó en la mesa en la que
esperaba Riki y empezaron a charlar estúpidamente. Ricardo imitaba
un acento francés impecable. Le devolvió a Gonzalo con discreción,
su documentación y sus tarjetas de crédito. -Dogmí en Perpignan y en
Montpellier… un encanto.
-Sí ya lo sé. Chequeé los gastos de mi tarjeta por Internet. Gracias.

282
-Ya sé que no debo pgreguntag, pego me muego de ganas.
Gonzalo sonrió. -Andáte a la mierda -dijo y se rió.
Ricardo lo miró fijo -Tu no cambiagás nunca... Pog ciegto, ya he
cobgado lo mío.
-También lo chequee, lo tuyo es tuyo.
-Me gusta hacegte favoges, más si los cobgo así de grápido. ¿No te
pgeocupa que un día me abuse de tus tarjetas de cgédito?
-No. Por eso tgabajamos juntos, mi amigo fgancés -dijo Gonzalo
imitando a Ricardo.
Se despidieron con confianza.
Cuando llegó a su hotel, entró con el semblante relajado, fue a su
habitación, se cambió de ropa y bajó al spa para disfrutar de un sauna
relajante.

283
58. Ramón
Ramón era un hombre de buena posición económica gracias a un par
de empresas propias que gestionaba con buen tino. Estaba casado, con
dos hermosos hijos y una mujer complaciente que había contraído
matrimonio con él por enamoramiento ciego y para no quedarse sola.
Ella sabía que Ramón era bisexual porque él mismo se lo había
contado cuando se conocieron. Ramón era catalán, de origen humilde
pero muy emprendedor. A los dieciocho años, se había ido de su casa
con destino desconocido para su familia, aunque él sabía muy bien a
dónde, y a qué iba.
Se instaló en Lisboa un tiempo, para hacer dinero fácil
prostituyéndose con hombres y con alguna mujer y bailando en clubes
de alterne y estrípers. Bien parecido, cuerpo esbelto y musculoso sin
exagerar, en poco más de cuatro años había reunido el dinero que
necesitaba para empezar con sus negocios de restauración en la costa
Marbellí.
En Lisboa conoció a su mujer, que estaba de viaje de estudios de fin
de carrera universitaria. Ella se quedó impresionada con un
espectáculo estríper que Ramón hacía, donde escenificaba una
penetración violenta, casi violación, a una mulata descomunal.
Joana se había quedado entusiasmada con la escena dado que su
experiencia sexual no había sido más que unos cuantos polvos en
coches, o de paradito en fiestas de pueblo, y algunas felaciones a
jóvenes beodos en fiestas de otros pueblos para al fin conseguir
hacerlo en una cama con su novio de la facultad, un gironés aburrido y
gordito que le echaba el liquido en la posición del misionero y la
medio obligaba a hacerle mamadas con su pene siempre en dudoso
estado higiénico, cosa que ella estaba acostumbrada a hacer en fiestas
de pueblo, como se puede sospechar.
Habían roto cuando el joven finalizó su carrera, dado que se volvía a
su pueblo, y tal como él mismo le dijo, solo los unía el sexo, cosa que
a Joana le generó duda, mucha angustia y algún resentimiento.
Joana no era muy guapa, sin ser fea, pero era inteligente,
complaciente, algo tímida y ocultamente viciosa, sin ella misma
saberlo.
Esa misma noche en que se conocieron, Ramón le hizo el amor como
un salvaje, desde las tres y media de la mañana hasta las diez del día
siguiente, entre cuentos de su vida, sinceridad absoluta y ningún

284
resquemor al confesar su bisexualidad. Todo regado con mucho
alcohol y bastante cocaína.
Joana se sintió liberada y feliz y se quedó un tiempo en Lisboa
viviendo en casa de Ramón. Le cocinaba, le lavaba la ropa y se la
planchaba, hacía la compra y lo esperaba ansiosa sin reparar en la hora
que fuera hasta cuando él llegara de su trabajo, siempre dispuesto a
hacer el amor, hubiera hecho o no un servicio previo, cosa que Joana
no preguntaba y prefería ignorar.
Ramón ya lo había probado todo, menos la atención exquisita que
Joana le brindaba y eso empezó a gustarle, a generarle cariño por esa
muchacha también catalana y a darle una posibilidad que de otra
manera le hubiera resultado imposible conseguir. Mujer, madre,
amante, amiga, viciosa si había con qué, tranquila si no había, fiel e
inteligente, profesional y con buena situación económica.
Ramón había tenido ya, a sus veinticuatro años una vida agitada.
A los trece años su familia lo había ingresado en un seminario de
salesianos dado que querían que fuera sacerdote. En dicho lugar,
donde gozaba de buena compañía, cama limpia, sala de deportes,
campo de fútbol, piscina, y buena comida, empezó a descubrir su
sexualidad de manera práctica.
Algunos de los alumnos mayores lo introdujeron en un club secreto y
selecto que se dedicaba exclusivamente a las prácticas homosexuales
institución adentro, con algunas salidas ocasionales a una casa de
putas que quedaba relativamente cercana al seminario y donde los
seminaristas eran clientes habituales.
Una tarde algunos de los miembros del club habían ido al prostíbulo, e
invitado a Ramón, para que “debutara”.
Cuando ya algunos de ellos habían satisfecho sus necesidades con el
sexo opuesto, y mientras Ramón esperaba sentado su turno, se
presentó el director del centro, llevándoselo a él y a otros dos
degenerados castigados hasta el seminario. Era una vergüenza,
semejante cosa, un acto indigno de un seminarista, un oprobio, una
intolerable falta de moral y respeto... en fin, pero Ramón no lo
entendía así.
Una vez en el seminario, los fueron citando uno a uno, para mantener
una charla de conciencia con la cúpula directiva que consistía en
exigirles arrepentimiento dado que si bien entendían la curiosidad de
los adolescentes, no justificaban en absoluto semejante indecencia, así
que si además de arrepentirse, juraban no repetir, se los perdonaría y
podrían seguir con sus estudios.

285
Ramón solo respondió que no veía nada de malo en lo que habría
podido hacer si no hubieran llegado justo antes de su turno, y que
además él sabía que había varios que iban seguido, y que él no había
podido hacer nada... así que no tenia de qué arrepentirse, pero que le
hubiera encantado probar con mujeres fundamentalmente porque su
sexualidad se limitaba a hacerse pajas y echar polvos con sus
compañeritos del seminario, cosa habitual entre otras, propiciadas
todas por el tutor del grupo, un sacerdote celador joven que había
quedado trabajando en el seminario a su propia solicitud y que había
sido aceptado por el amor con que según la dirección se ocupaba de
los alumnos, fundamentalmente de los mas jovencitos. Fue expulsado
porque no mostró ningún arrepentimiento, y eso a la curia no le
pareció nada bien, además de las acusaciones infundadas contra el
padre Mario, aquel celador amoroso que había creado el club de los
elegidos, cosa que la dirección negaba rotundamente.
A los dieciséis años, regresó a casa, execrado, acusado de engendro
del mal, de mentiroso y psicópata, sin ser sacerdote, sin ser virgen
pero no habiéndose acostado jamás con una mujer. Pero Ramón tenía
una carta en la manga, y era que conocía la verdad y que tenía una
fortaleza espiritual única conseguida a base de sufrir las penurias, el
hambre y las necesidades que se sufrían en la Catalunya de su niñez.
Lo primero que hizo cuando se reencontró con sus amigos del barrio
fue ir a una pajillera, una mujer que masturbaba hombres por unas
pocas pesetas a cambio, en la vía pública, cerca del puerto de
Barcelona.
Fue su primera experiencia con una mujer. Allí conoció a un señor
mayor, que le pasó el dato de un sitio en que podía follar barato, a
ritmo de cama caliente.
Fue su primera experiencia y su primera gonorrea. A partir de allí,
descubrió que las mujeres le encantaban... pero su aprendizaje sexual
había sido con hombres y eso también le gustaba, entonces se asumió
bisexual. Era lo mismo salir de noche y follar con una mujer o con un
hombre. Aunque siempre le era más sencillo terminar con un hombre.
A Joana no le importó la historia y al cabo de tres años, estaba casada
con Ramón quien en el momento del matrimonio, era un joven
empresario que regenteaba un restaurante propio del Puerto Banus.
Joana estaba embarazada de su primer hijo.

286
59. Acerca de Gonzalo
Gonzalo era devastador. En todos los sentidos.
No entendía otra cosa más que el riesgo como forma de vida.
Era un señorito educado con estudios e idiomas del que nadie
sospechaba nada más que un buen pasar económico y éxito
profesional.
Su aspecto era lumínico, claro, siempre correcto y mostraba como
imagen una estética amaneradamente masculina.
Todo producto de la buena educación familiar y el refinado gusto
materno que Fernando tanto admiraba.
Tenía éxito rotundo con las mujeres ya que por sus poros emanaba
constante e inevitablemente una feromona irresistible.
Pero se sentía solo.
Su educación fue muy estricta, controlada y severa, aplicada con rigor
por padres exigentes y algo exitistas. Gonzalo demostraba interés por
las ciencias, por los deportes de contacto y por las armas de fuego. Era
un chico excepcional.
Inteligente, rudo pero compasivo, con fortaleza interior y seguridad
personal. Todo lo que los padres quieren enseñar a sus hijos, Gonzalo
lo traía de dentro.
Su padre era un aficionado al tiro y a las armas de fuego. Le gustaba la
caza, pero no la practicaba jamás delante de sus hijos.
Le enseñó a tirar de muy joven y Gonzalo era un experto con solo
doce años. Su puntería y su afinidad con las armas admiraban a su
padre. Gonzalo tenía habilidad extrema para desmontar y volver a
montar cualquier arma que llegara a sus manos. Sin errores, y sin que
nadie le hubiera enseñado.
Su madre lo introdujo en las artes marciales sin quererlo, porque le
habían dicho que forjaban la personalidad y alejaban a los niños de las
drogas.
Gonzalo, a los catorce años tenía primer dan en su escuela y era
campeón nacional de categoría junior, en combate a contacto pleno.
Era un luchador nato por lo que rápidamente entendió lo que había
detrás de lo que su profesor le intentaba enseñar. El arte de la guerra,
del combate, y su relación con la vida. Su profesor era un buen
hombre, pero limitado.
Dejó espontáneamente la escuela de artes marciales al ver unos videos
que intuyó reveladores en casa de unos amigos que lo habían invitado

287
a ver películas, donde vio por casualidad un combate Shaolín, y
decidió intentar encontrar quien le enseñara.
Cambió varias veces de gimnasio y escuelas de artes marciales, harto
de ver mediocres enseñando algún arte marcial, en la búsqueda de un
maestro.
Un día de invierno desilusionado en su búsqueda, cuando esperaba un
colectivo para regresar a su casa, fue interpelado por un chino, en
forma casual, en esa misma parada de colectivo, a los casi dieciséis
años.
El Sr. Kúo, tenía setenta y dos años y era una verdadera joya en el arte
del combate.
Kúo quería enseñar lo que sabía, y eligió a Gonzalo. Gonzalo ansiaba
aprender.
Aquel hombre del encuentro casual fue su maestro. Fue quien le
enseñó el arte y la esencia del Ta Chen, del boxeo chino en su forma
más pura. Al descubrir la velocidad de aprendizaje y la capacidad que
intuía en Gonzalo se sintió pleno. Y entonces le enseñó
I Chuan, el arte marcial secreto. El arte que intuitivamente Gonzalo
llevaba dentro. En menos de dos años, Gonzalo era experto, sin aires
de superioridad, siendo siempre fiel, noble y humilde ante su maestro.
Tenía la capacidad nata de ver y de acechar. Y lo aplicaba al combate,
y a toda su vida.
Tenía un cuerpo esbelto adjudicado simplemente a la práctica
constante de deportes. Su maestro lo siguió instruyendo, mientras lo
dejaba disfrutar del riesgo que Gonzalo buscaba en otros deportes, sin
interferir. La capacidad de Gonzalo era tan amplia como su propia
energía vital.
Todo lo que incluyera adrenalina en su práctica, Gonzalo lo hacía con
maestría. Simplemente por el don de dominar al miedo.
Así a los veintidós años ya había jugado rugby, escalado, esquiado
fuera de pistas, hecho rafting, saltado en paracaídas, buceado, y
ganado en cuanto torneo abierto de artes marciales su maestro lo
hubiera inscripto.
En su secundaria fue un chico normal, con inquietudes sanas y espíritu
rebelde de lucha por la igualdad. Nunca hablaba de lo que sabía, era
reservado, pero implicado con sus compañeros. No se peleaba como
los otros jóvenes. Se sabía superior y si lo forzaban combatía sin
demostrar, pero siendo francamente arrollador. Solía evitar el contacto
hasta el punto de tumbar desde el centro de equilibrio a su adversario

288
sin lastimarlo, mirarlo y decir: -Ya está, mejor no pelearnos, nos
vamos a lastimar.
A partir de los diecisiete años, empezó a salir de noche. No bebía
alcohol, no fumaba. Y tampoco se preocupaba por acercarse a las
chicas.
Las mujeres lo deseaban. Cuando todos sus amigos se desesperaban
por encontrar alguna con quien poder tocarse y besarse, Gonzalo solo
tenía que mirar a la que quería para que esta se le mostrara
complaciente.
A donde entrara, se giraban a mirarlo, y él sabía que podía elegir a la
que quisiera, aunque esta no le prestara atención, pues si él la elegía
era porque sabía que era suya. Las mujeres siempre se acercaban a
donde Gonzalo estuviera.
Sus amigos a esa altura en realidad lo envidiaban.
Entró a la universidad de Medicina sin dificultades.
De muy joven ejerció como docente universitario siendo ayudante de
cátedra, pero con tanta prestancia y capacidad que sus profesores le
permitían dar teóricos magistrales.
Gonzalo a esa altura se sentía solo, diferente. Único en este mundo
que él veía injusto y cruel.
Allí, en la universidad, nació su segundo trabajo. Un día lo
interceptaron dos personas que se presentaron como agentes de la
policía federal. Lo invitaron a un bar y le explicaron que tenían
intenciones de tener una charla seria con él, con el propósito de
ofrecerle formar parte de un grupo selecto de agentes de la federal: “-
Un servicio para operaciones especiales”, -le dijeron-. “Le
recomendamos guardar silencio hasta la reunión. Es mejor que nadie
sepa de esto”.
Gonzalo aceptó acudir a la reunión sin dudarlo. Era riesgo, y el riesgo
era él. Eran la misma cosa. Era la oportunidad de poder hacer al
mundo más justo.
Fue fichado y entrenado por los servicios de inteligencia y trabajó en
varias operaciones relacionadas con el tráfico de armas y de drogas,
mucho más que lo que tenían preparado para él. Creían que
simplemente lo tendrían en oficina, controlando operaciones, pero
Gonzalo era ideal para la acción.
En su primera cita con el profesor de defensa personal corrigió una
técnica de ataque a voz alzada diciendo que eso era una maniobra
peligrosa y estúpida. Gonzalo empezaba a dejar notar en su
personalidad pública su soberbia y su superioridad.

289
El profesor, un sargento lleno de orgullo se mofó de él, no pudiendo
ocultar su ira y lo intentó humillar amenazándolo con usarlo de
mascota de demostración en combate real.
-¡Pelearemos usted y yo, lacra! -le gritó amenazante.
Gonzalo solo dijo: -Me encantaría verlo...
El sargento se encendió y lo retó a gritos, furioso, a pelear con él.
El joven novato simplemente le dio una paliza brutal, iniciando el
combate como cuando niño, sin ver al oponente. Lo tumbó tres veces
casi sin tocarlo, desequilibrándolo desde su centro, ante las risas de los
otros fichajes, lo que encendió más al sargento.
Gonzalo peleaba sintiéndose pleno, solo, muerto.
No hubiera continuado, hubiera dejado la pelea en esas tres caídas,
pero ya no era un niño, ya no era un adolescente.
El sargento le parecía un tipo desagradable, bajo y maleducado. Y
tenía a su criterio mucho que aprender.
En la base corrió rápidamente la noticia de la pelea y se comentaba
que Gonzalo había ido al día siguiente del suceso al hospital a visitar
al sargento, que le había llevado un regalo y presentado sus disculpas.
Después de una breve comprobación de los hechos, fue separado del
resto y entrenado en menos de tres meses para pasar a formar parte de
un grupo comando que realizaba trabajos especiales y que dependía
directamente de inteligencia. Gonzalo fue preparado especialmente y
dentro del marco de secreto estatal.
Era admirado por la misma gente que lo menospreció por ser
estudiante de medicina. Durante su instrucción lo descubrieron hábil,
rápido, listo y sagaz. Inteligente en las deducciones y certero en las
decisiones. Pero en acción, era perfecto.
Su puntería con armas cortas o largas era única. Poseía el don de la
ubicación, podía regresar a cualquier sitio en el que hubiera estado
solo una vez, sin errores. Y nunca olvidaba una cara.
Trabajó entonces hasta terminar sus estudios sin grandes
preocupaciones, disfrutando de lo que hacía. Podía matar a un
oponente en menos de cuatro segundos, solo con sus manos y eso a la
gente que había trabajado con él lo había impresionado hasta el punto
de decir que no había arma corta más mortífera que Gonzalo.
Gonzalo fue fiel a su jefe directo que solo respondía a alguien de los
más altos mandos.
Pero a los dos años de terminada la universidad pidió la baja
voluntaria, con el desapruebo de las autoridades máximas de la
institución a la que respondía.

290
Su petición surgió después de un trabajo solitario que inteligencia le
encargó a través de su jefe, donde el gobierno quedó implicado
directamente en el tráfico de armas. Se sintió usado y decepcionado y
entonces decidió dejarlo porque Gonzalo se creía un tipo con
principios y en realidad porque descubría que podía obtener mayores
beneficios actuando en solitario.
Pero el retiro no resultó fácil.
Pasó a la clandestinidad, cosa obligada por los servicios que le dieron
la baja, borrando a petición de su jefe sus datos y antecedentes y
limpiando así su nombre de cualquier relación con las fuerzas de
seguridad o los servicios del estado.
A cambio le sugirieron seguir trabajando solo por encargo.
-Un tipo útil y con vida normal pero que sabe tanto, no puede
desligarse así como así de nosotros, ¿entendés pibe? -le dijo
cariñosamente su amigo y jefe.
-Sabés que tu identidad es solo asunto mío, mientras yo esté acá, vos
respondés a mí.
Gonzalo aceptó sabiendo que la oferta le abriría más puertas.
Empezó a realizar trabajos privados, a alto costo. Sin escatimar en
medios. En muy poco tiempo se había ganado una reputación
impecable entre gente de alto standing necesitada de favores. Y él se
había criado un ambiente de “gente bien”. Gonzalo era socialmente un
dandi, y además un excelente profesional en su trabajo. Había elegido
la medicina por espíritu de ayuda. O eso al menos él creía, y destacaba
dentro de su especialidad aunque en realidad no era por abnegada
dedicación y esfuerzo sino por facilidad. Ejercía la medicina porque le
hacía sentirse bien el saber que salvaba vidas.
Y al llegar a ese punto crucial de su vida, Gonzalo empezó a dudar de
quién realmente era.
En el ambiente político su fama creció rápidamente y así fue que
empezaron a solicitarle favores complejos. Y Gonzalo empezó a estar
muy relacionado con el poder máximo.
Él era un tipo con vida normal y eso le daba la certeza de poder
trabajar clandestinamente y sin sospechas, sin complicaciones.
Hizo varios viajes entre Argentina y España, investigando asuntos
relacionados con el tráfico de drogas, siempre relacionado con el
poder y siempre por deudas políticas y fundamentalmente económicas
no pagadas entre corruptos de turno.
En las altas esferas del último gobierno para el que trabajó, se habían
planteado su peligrosidad. Y le prepararon una trampa sencilla, con un

291
sicario europeo bien relacionado al que le encargaron la limpieza.
Contactaron con el jefe de Gonzalo y le solicitaron gestionara un
trabajo para inteligencia, en el exterior. La identidad de Gonzalo
seguía siendo secreta.
Fue así, que estando Gonzalo investigando asuntos políticos sucios se
topó cara a cara con quien sería su verdugo.
En un bar de dudosa reputación del puerto de Manta en Ecuador,
Gonzalo se encontró con un español simpático que bebía cerveza y le
tocaba el culo a una chica local fácil.
Hacía días que lo había visto rondando en el pequeño casino pero la
imagen que daba y su aspecto estaban forzosamente cambiados.
Gonzalo ya no confiaba más que en sí mismo.
El español le sonrió y le ofreció una cerveza, mientras su chica se iba
al baño.
-Están buenas estas chiquillas...
Gonzalo lo miró a los ojos, sonrió impecable y respondió:
-Lo siento, no sé apreciar la belleza indígena.
El español se sintió humillado, e incómodo… Sonrió.
-Vale, entonces, ¡salud!, brindo por la conquista -y lo dijo intentando
ser gracioso.
Gonzalo asintió con la cabeza, tomó su copa con la mano izquierda y
bebió un trago.
Miró a los ojos al español
-Yo no estoy muy orgulloso de ello... a mí lo de la conquista por
medio de la violencia no me hace mucha gracia. Soy pastor
evangelista y prefiero la conquista desde otro lugar, desde el amor de
Dios y el amor que Jesús demostró al morir por nosotros en la cruz.
El sicario se sintió desconcertado. Tal vez, no era ese el hombre al que
tenía que silenciar. Tenía el perfil, pero no tenía la certeza. Lo miró
con duda.
-Entiendo, por eso no le gustan estas mujercitas... son todas iguales,
putas, ¿sabe? Se te acercan porque ven la cartera hinchada... -y se
palmeó el bolsillo delantero de su pantalón en un ademán que hizo
notar a Gonzalo que el hombre estaba armado.
-A mis ojos, no lo son, -sentenció Gonzalo- a los ojos de Dios, todos
somos iguales, por lo que según usted dice, usted también es una puta
barata, sin ofender.
El hombre se puso de pie tirando la copa. Miró fijo a Gonzalo. Las
pocas personas que estaban en el bar se largaron rápidamente y el
encargado ni se giró. Siguió secando unas copas, ajeno a la situación

292
que estaba más que acostumbrado a ver. Gonzalo no se movió de su
taburete en la barra.
Desencajado pero controlado le dijo: -Mira chaval, creo que me estas
cabreando, así que me pides disculpas aunque seas un puto pastor, o te
vas a enterar...
Gonzalo, muy tranquilo observó al agente español que se había
acercado demasiado a él:
-Tenés menos huevos que un canario, pero claro, como sos gallego te
crees Terminator.
Y el sicario se le fue encima encendido de descontrolada furia.
Gonzalo lo atajó en el aire, de frente, golpeándolo en el cuello con el
codo, con perfecta eficacia, salvando su linda cara, y su vida.
Listo como el hambre se refugió en Bolivia, y desde allí negoció su
blindaje, con dura y compleja intermediación de su jefe.
Le exigieron el exilio y su retiro de la clandestinidad.
Gonzalo aceptó sin peros, mintiendo, aunque empezaba a sentirse
agotado.
Y emigró a España, para ironizar con el destino, conservando su doble
vida. Era la mejor carta, ser alguien normal con vida y trabajo estable.
En su nuevo país llevó una vida normal trabajando de médico y
disfrutando de tener un éxito rotundo con las mujeres.
Lo caracterizaba su mirada, salvaje y sagaz, implacable, mirada de
tigre, mirada de cóndor.
Siempre rodeado de un extraño aire místico, un aura de rareza que
cautivaba a las mujeres españolas acostumbradas a otro tipo de mirada
más vacía.
Y como uno siempre arrastra su pasado a donde quiera que llegue,
empezó a relacionarse con personas que necesitaban favores. En
España, la corrupción reinante necesitaba muchos más servicios
discretos que los que se precisaban en Argentina.
Pero solo aceptaba algún trabajo, cuando le era inevitable.
Al cabo de unos cinco años, decidió volver a Argentina. Tenía
suficiente dinero, y el gobierno había cambiado dos veces.
Había dejado atrás una larga y compleja historia vital pero Gonzalo
seguía sintiéndose solo y ya no sabía quién era.
Pero eso sí, estaba seguro de sí mismo y de su vacuidad. Y entonces
conoció a Micaela.
Así, muy básicamente podría describirse a Gonzalo.

293
60. Despedida
Fernando llegó al bar a la hora prevista. Gonzalo ya estaba ahí. Miró
rápidamente las mesas y no reparó en Gonzalo. Este alzó la mano y
notó en la sonrisa de Fernando algo diferente.
-Hola Gonzalito, ¿qué talco?
-Bien, sentáte che.
Fernando se sentó, abrió la “maricona”, sacó un sobre, miró a Gonzalo
a los ojos y le dijo serio: -Creo que llegó el momento.
-Creo que sí -dijo Gonzalo.
-Bueno, ya que lo tenés claro, entonces dame un beso y decime que
me querés.
-Siempre tan bolas...
-No, en serio Gonzalito, como te habrás dado cuenta vine a
despedirme. No me vuelvo a Argentina, no sé, así de repente se me
vino todo encima. Me cayó la ficha, ¿sabés? Y estoy tan cansado que
me gustaría irme a dormir y no despertarme.
-No te pongas así, y aún menos, digas pelotudeces. Además, sabía que
te irías por ahí de fiesta, antes de volver.
Fernando estaba serio.
-Pues sí, me voy de fiesta, y lo que digo no son pelotudeces, es en
serio. No encajo en este mundo. Lo probé todo y nada me satisface, y
no es por hartazgo, o perversión... no lo sé... simplemente no aprendí a
rebelarme, a ser un rebelde. ¿Sabés?, cuando era chico era un rebelde
absoluto. No quiero decir con esto que era un agitador reaccionario
que se resistía a las normas impuestas... No, no era así. Me rebelaba y
punto. Me negaba a que nadie interfiriera con mi vida, vivía al límite,
con riesgo. Siempre decía que la vida era un riesgo que debía ser
vivido como tal.
Gonzalo interrumpió, sonriendo. -Parece que me describieras, que
describieras al chico que fui...
-Ya lo sé Gonzalo, pero la diferencia entre vos y yo, es que tus riesgos
continuaron y los míos se estancaron... y no sé... ahora soy otra cosa...
Fernando perdió la vista un segundo y miró a Gonzalo buscando
respuesta.
-No sé, Fernando, no sé. En realidad no sé qué nos ha pasado, cómo
nos han manipulado para cambiarnos tanto, aunque no sé si hemos
cambiado tanto. Nosotros, por ejemplo, en estos meses hemos
recuperado al niño que llevamos dentro y que habíamos olvidado.

294
-Sí, es cierto, aunque yo lo había despertado bastante antes, pero desde
su lado más perverso... -y se rio-. En fin, lo rescaté como pude, y
como siempre, me parece que me mandé dos mil cagadas. O no, pero
el resultado ha sido cansancio y entonces creo que algo hice mal, si no
tendría que estar como vos, que no te aburrís, que disfrutás cada
momento.
-No sé si es tan así, a mí me parece que es al revés, yo vivo muy
preocupado por todas las boludeces que se te ocurran. No sé, por
ejemplo si me voy de viaje chequeo cuatro veces la puerta y las
ventanas...
Fernando sonrió, se acordó de cómo había dejado su casa en Buenos
Aires, y se acordó de Micaela.
-Bueno, basta... a lo que iba -dijo Fernando volviendo en sí-. Me voy a
Ámsterdam. Te traje este sobre para que se lo des a Micaela. Como
verás, está abierto. Pero es privado, así que si pensabas leerlo, te ruego
que después lo cierres...
Gonzalo agarró el sobre, sacó el protector del pegamento y lo cerró
sonriendo.
Fernando hizo un gesto a la camarera.
-Estas culeadas pueden pasar por al lado tuyo pero es como si
trabajaran para la ONCE. No ven un elefante adentro de una bañadera.
Hace media hora que estamos sentados acá.
La camarera preguntó qué quería de muy mala gana y Fernando dijo:
-Vichy, con hielo y limón, por favor.
-¿Qué te pasa, Fernandito?
-Nada, quiero que te lleves una buena imagen de mí, por lo menos el
último día...
-Último día será en el aeropuerto... No pienso perderme el
espectáculo.
-¿Vas a venir? -preguntó Fernando ilusionado.
-Claro, cómo no voy a ir... ¿preparaste algo para los controles?
-Sí, obviamente... me conseguí una bolita de acero quirúrgico que
hace saltar todas las alarmas. Lo que no sé es si me la tengo que meter
en el culo.
-¿Qué estás diciendo, tarado? -dijo Gonzalo riendo.
-En serio, nabo, es una genial idea, porque me puedo poner en pelotas
y seguiré pitando, total estoy tan aburrido que tengo que aprovechar
esta vida de mierda que nos están dando, para salir un poco de la
abulia... Y, como es la última vez que voy a tocar España, podría
pedirle un último favor a la hija del Capitán... ya sabés que es una

295
cadena de pérdida de culos... ella por mí, su padre por ella y un
montón de políticos y gente importante por el negocio de su padre...
ay, ay, ay... ¿ Y vos qué vas a hacer?
Fernando hablaba aunque parecía cansado, desganado... se le notaba
algo alejado del diálogo.
-Lo programado. Vuelvo a Argentina que es donde quiero estar. Ya
veré qué haré con mi vida una vez ahí.
-Cómo te envidio, hermano. Aunque en realidad después de
Ámsterdam donde voy a estar hasta que aguante, también volveré a
los pagos.
-A ver, a ver, Fernando, ¿qué nos está pasando? Te noto raro,
rarísimo, te falta la chispa de siempre, a la camarera no le dijiste nada,
en la mesa de al lado de la puerta hay un negro y tampoco dijiste nada,
y hay una gorda que fue tres veces al baño y tampoco dijiste nada...
-Ahhh, hijo de puta, vos también lo veías y la jugabas de callado... Ya
te dije, quiero que te lleves una buena impresión de mí.
Lo dijo muy serio, miró a los ojos de Gonzalo, abrió grandes los
propios, hinchó los mofletes y estalló en una carcajada espontánea.
Gonzalo se contagió de la risa, y puso su mano encima del hombro de
Fernando. Se puso de pie, levantó a Fernando, y le dio un abrazo
intenso y un beso en la mejilla mientras se reía.
-Te quiero mucho, Fernando.
-¿Sos puto, loco? -dijo Fernando- ¡Al final resulta que sos un trolazo!
-y se empezó a reír más que antes-. Yo también... digo... te quiero, no
que soy puto, aunque... qué decir... ya te conté... ahora no aproveches
para tocarme el culo, que los hombres no me gustan.
-No vas a cambiar nunca, y no cambies -dijo Gonzalo intentando
ponerse serio.
En ese momento reaccionaron, y descubrieron que todo el bar se había
detenido para mirarlos. Estaban de pie, abrazados, con lágrimas de
risa en los ojos, se habían reído a carcajadas, se habían besado en una
sola mejilla, y habían dicho la palabra puto unas cuantas veces.
Fernando se apartó bruscamente de Gonzalo y se subió a la mesa.
-¡Señoras y señores este hombre me acaba de proponer matrimonio, y
he dicho que sí! -y el bar estalló en una aplauso de orgullo gay.
-Bajate de ahí, pelotudo o pateo la mesa y te caés de culo -dijo
Gonzalo un poco alterado.
-No seas forro -susurró Fernando-, que seguro que nos invitan a lo que
hemos tomado, y nos echan gratis de comer. Me bajo y te doy otro
beso.

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-¡Dale! -dijo Gonzalo descolocando totalmente a Fernando.
Fernando se bajó, abrazó a Gonzalo, le dio otro beso en la mejilla.
-Te quiero desde el alma.
Lo dijo en serio, y a voz alzada, y los clientes del bar, plenos de esa
costumbre española chafardera de vivir en la vida de los otros,
volvieron a estallar en otro aplauso de triunfo.
La camarera entonces se acercó con vivo interés.
-La casa invita, señores, no sólo esto, sino que además les invita con el
almuerzo. ¿Me permiten que nos hagamos una foto el dueño y yo con
ustedes?
-Por supuesto -dijo Fernando.
La camarera salió al trote en busca de la cámara y el dueño.
Fernando se acercó al oído de su amigo.
-¿Viste?, lo conseguimos, sin buscarlo, espontáneo, no sé, así
riesgoso... espero que no nos tengamos que dar un beso en la boca.
Gonzalo sonrió, miró a Fernando a los ojos y vio en él a un amigo de
la vida, a un tipo que sin quererlo, o tal vez sí, lo había despertado de
su ensueño irreal.
-Gracias, Fernando, gracias. Estaba dormido, viviendo una vida que
no quería, y de repente me despertaste.
-Nada grasa, yo estaba igual, pero creo que aún no me he despertado.
En realidad esto lo hice toda mi vida, aunque hace algunos años lo
tenía aparcado seguramente por deseo estúpido de aceptación social,
que lo único que hizo fue robotizarme, transformarme en una
máquina, igualito al resto. Y con vos me solté más, me potenciás.
-Aprendí mucho de vos, Fernando -dijo Gonzalo entre enternecido y
triste pero con una sonrisa de oreja a oreja.
-Qué cosa, ¿no? Creo que no era la intención de ninguno de los dos.
Yo me acerqué a vos porque tenías merca aquella noche en Baires y
cuando fue pasando el tiempo descubrí a un tipo envidiable, único,
profesional, hecho, con dinero y pinta, no sé, todo lo que yo quería y
no tenía, y que nunca tendré.
La camarera trajo la máquina de fotos, otro camarero y al dueño.
-Este es Juan, mi compañero de trabajo y también es gay, nos hará la
foto. Antonio es el dueño, y no es gay. Yo me llamo Beatriz, y aún no
sé qué soy.
-Ahhh - dijo Gonzalo sin saber qué más decir.
-Yo me llamo Roberto -dijo sonriendo y algo amanerado Fernando- y
éste es mi prometido, Rodolfo. Pongámonos todos juntos para la foto.
-Eso sí -dijo el dueño-, les voy a pedir que se den un beso.

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61. Gonzalo en casa, al fin el amor
Al regresar de España, Gonzalo sintió que por fin había llegado a casa.
Sintió que había dejado atrás aventuras de vida aportadas casi todas de
la mano de su amigo Fernando, que lo habían cambiado. Se sentía
feliz, pleno y vital.
Aunque claro está que arrastraba su esencia, como todos lo hacemos.
Estuvo unos días tranquilo en su casa, descansando y rumiando el
futuro que quería tener.
A la semana de haberse reinstalado en su casa, decidió ir al encuentro
de Micaela.
Es cierto que no se había interesado visiblemente por ella durante su
viaje, no había contestado sus e-mails, y no la había llamado. Sin
embargo había estado presente entre él y Fernando, durante todo el
viaje.
Había reconocido en su interior, que si ella había movilizado su sed de
venganza hacia quien la lastimaba era por el simple hecho de que la
amaba. La amaba como él sabía amar, a su manera, pero la amaba y
entonces había entendido que tal vez podría estar con ella un tiempo...
o quizás toda la vida.
Tardó en decidirse, nervioso y lleno de ansias, pero como no quería
equivocarse, esperó a sentirse seguro. El amor no era un territorio que
controlase muy bien. A los quince días exactos de haber llegado la
llamó por teléfono.
Había intentado contactar antes con Fernando, para contárselo, pero el
móvil de su querido amigo no daba más respuestas que un constante
contestador que decía que era un número que no correspondía a
ningún abonado en servicio, y tampoco había respondido a sus e-
mails.
Gonzalo no se preocupó en absoluto, sonreía en sus recreaciones y
reinventaba historias alocadas de Fernando en Holanda. Pensó que era
normal que no contactaran, sabiendo cómo era.
Tenía un buen recuerdo, fresco y vivo y se reía de lo que su mente
traía en forma periódica del tiempo pasado juntos.
Llamó a casa de Micaela, y dejó un mensaje en el contestador.
-Hola, Micaela, soy Gonzalo. Estoy de vuelta, quiero verte.
Micaela esa tarde llegó a casa y al escuchar el mensaje se sintió
alagada y sorprendida. Sintió en su interior deseos de ver a Gonzalo.
Esperaba inconscientemente el reencuentro con él, a pesar de lo que
estaba viviendo con Gerardo.
298
Micaela devolvió el llamado.
-Hola Gonzalo -dijo tímida.
Gonzalo sintió un vuelco en el corazón.
-Hola... Esperaba tu llamado.
Gonzalo la invitó a su casa. Quería que Micaela se sintiera cómoda y
arropada, en un lugar íntimo. Tal vez podía llegar a molestarle el
hecho de descubrir que había estado viajando con Fernando, y
pretendía ser honesto. No es fácil querer y amar a alguien cuando uno
sabe cómo es, y ese saber nos muestra una realidad que no nos gusta.
Es mucho más fácil amar a la persona perfecta, sin defectos.
Pero Gonzalo por primera vez en su vida, había traspasado la barrera
del amor verdadero. No le importaba otra cosa más que el verdadero
amor hacia Micaela. La aceptaba como era, la amaba con su pasado.
Micaela aceptó la invitación con agrado.
Al llegar ella, Gonzalo abrió la puerta abrazándola en el rellano con
ternura, con el cuerpo entero, rodeándola con sus brazos de manera
fuerte, espontánea, y sintiendo que así la hacía suya, querida y
protegida.
-Pasá y sentáte, por favor -le dijo sonriente.
Ella se sentó tímida, frágil, suave… se sentía contenida por la calmada
sonrisa de su amigo.
-Voy a darte una carta que te envía Fernando.
Micaela creyó que el corazón le saltaba por la boca, bajó y
rápidamente alzó la vista. Estaba francamente sorprendida.
Gonzalo la miró, sonrió y le guiñó un ojo, casi paternalmente.
-Es un buen tipo, y te quiere mucho.
Micaela se relajó un poco a pesar de la taquicardia, pero siguió
mirándolo extrañada.
-Estuvimos juntos en Europa. Algún día te lo explicaré, pero me pidió
que te dé esta carta, así que tomá, leela por favor... no sé qué dice.
Gonzalo extendió el sobre cerrado a Micaela y ella lo tomó entre las
manos. Hizo un pequeño silencio y preguntó: -¿Fernando?...
¿Fernando?
Gonzalo volvió a sonreír.
-Sí, tranquila, leela por favor.
Gonzalo estaba ansioso, aunque no se le notara. No sabía qué decía la
carta, y quería que Micaela la leyera sin pausas. Quería dejar las cosas
claras y volver a abrazar a Micaela, declararle su amor...

299
Mica abrió el sobre y reconoció la letra de Fernando al instante. Tenía
un carácter propio y único, era una caligrafía desordenada y
particularmente especial. Era la letra de Fernando.
-Fernando -dijo. Y se sonrojó.
Miró a Gonzalo sin entender bien qué pasaba y se sintió algo
incómoda y desnuda, descubierta y lábil, desprotegida...
Bajó la vista y empezó a leer de forma muy pausada.
A medida que leía miraba a Gonzalo y cambiaba el semblante hacia
un lugar que empezó a preocuparlo.
Sin decir palabra, recomenzó la lectura, más seria, con gesto duro,
hostil.
Al terminarla, Micaela se sintió visiblemente mal, recogió las manos
en su regazo, sosteniendo la carta con fuerza contra su vientre y él
comenzó a impacientarse dentro del silencio que empezaba a ser
incómodo. Micaela sintió profunda congoja y ésta se instaló en su
rostro.
Bajó la vista. Pensó en Fernando y en Gerardo y en Gonzalo y en ella
y sin saber porqué comenzó a llorar angustiada, apoyando la carta en
su regazo.
Gonzalo se le acercó, lleno de dudas y de temor, y la abrazó queriendo
consolarla pero ella lo apartó sin brusquedad. Sintió el rechazo muy
hondo, se sintió herido en su hombría.
Ella lo miró a los ojos, pidió disculpas en voz muy baja y sin titubear
se puso de pie.
Gonzalo se quedó inmóvil, sentado, pletórico de dudas angustiantes
que empezaron a confundirlo, a enojarlo.
Micaela lo miró fijo a los ojos... vio el enojo, lo sintió. Miró a
Gonzalo entendiendo lo que a él le pasaba.
-Perdóname, lo siento, creo que es mejor que me vaya... necesito estar
un poco sola.
Gonzalo se llenó de ira espontánea, descontrolada, agresiva y dura, se
inundó de sí mismo, se retrotrajo al comienzo de la historia vivida y al
inicio de su propia historia. Su esencia le impidió ser paciente y sus
dudas y certezas fueron ley.
-¿Pero qué te escribió este hijo de puta? ¡Pero será posible, la
reputísima madre que lo parió! -Gonzalo se puso de pie rebosante de
ira-. Me cago en Fernando... ¿pero cómo puedo haber sido tan
boludo?... ¡No, claro! -dijo con sorna- claro... si soy el más pelotudo
que hay, trayéndote la carta... hijo de puta me la hizo completa... con
razón no me atendía el puto teléfono...

300
Micaela lo miraba seria, con lágrimas en los ojos.
-Dame esa carta -dijo Gonzalo- ¡Dámela ahora mismo! Es que vos
también sos una tarada...
Micaela lo miró con ojos tristes, y sus ojos se inundaron de una pena
muy profunda. Se apartó suave hacia atrás, se secó los ojos y se
repuso, mientras plegaba la carta en cuatro, cambiando su semblante y
mirando a Gonzalo con enojo real.
Gonzalo se quedó paralizado.
Micaela lo miró más profundo a los ojos, con mirada cierta, con
mirada fría, pero muy sincera.
Le extendió el brazo con el papel y al llegar a mitad de pliegue del
mismo le tiró la carta a la cara con ademán de desdén.
Se giró con desprecio hacia la puerta y la abrió, deteniéndose por un
instante con la mano sobre el picaporte. Entonces, como si
reflexionara, volteó hacia Gonzalo, lo miró fijo unos segundos y secó
las lágrimas que empezaban a brotar por sus ojos, sobre una cara bella,
mustia, clara, sin muecas.
-Adiós... No quiero volver a saber de ti. Y lo dijo con su mejor acento
español.
Volteó sin titubear y cerró la puerta con educado ímpetu.
Gonzalo se quedó de pie unos segundos, sin reaccionar. Se inclinó en
el suelo, con la vista perdida pero iracundo y levantó el papel que
desplegó con tranquilidad extrema. En esas décimas de segundo antes
de abrir el último pliegue, quemó los recuerdos del viaje y odió las
risas y las alegrías, odió a Fernando.
Detestó sentirse idiota.
Abrió el último pliegue y leyó:
“Querida Micaela:
Ya sabés que soy un tipo sincero, además de todo lo otro que me
acompaña en el paquete y que me hace tan "especial" y sabés además
que lo nuestro es imposible, fundamentalmente porque no es amor lo
que te une a mí.
Este hombre que tenés ahora delante tuyo te ama. Se llama Gonzalo, y
creo que ustedes ya se conocen bastante bien.
Gonzalo te ama, como nunca te han amado.
Es un poco duro, ya lo sé... pero si le das tiempo, te perdonará tu falta
de sinceridad, y tal vez vea tu crecimiento personal. El amor es
incondicional y Gonzalo te ama con locura, te ama.
No lo dejes escapar. Es el hombre de tu vida, es el tipo más genial que
conocí en mi vida.

301
Te cuidará, te hará feliz... y sé que lo amás.
Yo soy un desastre, vos ya lo sabés, Gonzalo también lo sabe, lo vio
de cerca... y además no estoy en Argentina, ya me fui, como te habrás
dado cuenta... así que espero entiendas que tenés frente a vos a tu
media naranja. Y aunque yo estuviera muerto por tu amor, pues qué
decir... no soy más que un tipo que no sirve para completar frutas.
Y vos amás a Gonzalo.
Abrazálo, decile que lo amás.
Y hacéme caso, que nunca me equivoco con estas cosas.
Un beso gigante.
Podría escribirte más boludeces, pero el amor se vive, no se cuenta.
Tu amigo, Fernanderello della Pirandrusca Costa de las Rubicundiras
Laicas Holandesicas.
PD: perdoná la intromisión y el desorden mental, y guardá la carta.
Después rompéla, no quiero que Gonzalo me vea como el celestino
que no soy.
Ustedes se aman.”
Al terminar la carta, Gonzalo se sintió morir, en un instante, él que era
tan genial a sus propios ojos, tan fuerte y tan sereno, se inundó de
lágrimas, se sintió destrozado y vil, ladino, bajo.
Se sentó en el suelo, derrumbándose.
Se miró las manos, por ambos lados como lo hace el que mata con
ellas sin haberlo querido.
Y empezó a balancearse de delante atrás, como lo hacen los
desquiciados, y volvió a mirarse las manos una y otra vez, mientras se
balanceaba.
Miró hacia arriba en situación de súplica, con los ojos empañados y la
cara en una mueca de dolor insoportable, se llevó las manos a la cara
sin soltar la carta, y empezó a llorar, en un sollozo gutural, a los gritos,
lleno de congoja, lleno de culpa, y de remordimiento.
Gonzalo se daba cuenta por primera vez en su vida, de lo que
realmente era.

302
62. Arruinado
Hacía seis días que Fernando había regresado a Ámsterdam.
Simplemente estaba destrozado. Llevaba un ritmo desproporcionado
de joda sin límites. En realidad había estado bastante solo durante esos
seis días, incluso en los momentos en que había estado acompañado,
que no habían sido pocos. Meses atrás, al llegar a Ámsterdam, había
conocido a una sueca que le pareció un bombón y lo era. Era una
jovencita alta y de fina piel, con hermosas curvas proporcionadas,
bastante viciosa y menor de edad, que acompañó a Fernando en sus
intenciones de evasión.
Fernando al principio se sentía atraído, pero sin mucho interés.
La nueva amiga era una mujercita con el sí fácil, entonces podía hacer
con ella lo que quería sin mediar palabra. A la sueca le daba todo igual
por lo que realmente no hablaban de nada. Se drogaban y echaban
polvos, lo que a Fer le iba bastante bien. Pero Fernando comenzó a
depender de Lena.
Y poco a poco comenzó a entregarse, a implicarse más, a enamorarse
de la señorita que podía hacer con él lo que quisiera y entonces se
sintió rendido ante el amor. Así de confundido y perdido estaba
Fernando.
Al romperse la relación, Fernando viajó por unos días a Berlín a
visitar a unos viejos amigos, pero no podía dejar de pensar en la niña.
Estaba de vuelta, otra vez en Holanda y el hastío le corroía su
memoria.
La sensación de soledad se había instalado en su cuerpo. Se sentía
agotado, cansado, triste... Salió a caminar un rato, y entró en un bar
que se llama Baba y que tiene un gran Ganesha en el fondo.
Se sintió bien, tal vez porque al mirar la imagen de la deidad hizo una
relación rápida con Gonzalo. Pensó en Gonzalo y en Micaela, miró al
elefante con múltiples brazos un rato desde la puerta y se dijo: -No es
el Budha Bar... mucho mejor…
Eligió una mesa debajo de la gigantesca imagen, se pidió un té y
empezó a armar un porro. Se entretuvo, armando más de uno, colgado
en sus pensamientos circulares. Era su estado constante, fumar y
fumar. La resaca del porro era tristeza, y no la soportaba más.
Le trajeron el té, aunque no era la costumbre del lugar, pero no se
detuvo a mirar a la camarera. Encendió un porro de “maría” pura y
caló muy hondo.
Cuando estaba terminándolo sintió una voz familiar.
303
-Hola, Fer.
Al girar su cabeza sólo le salió una frase espontánea gracias al
asombro y al cuelgue.
-Mierda, qué chico es el mundo...
-Un pañuelo...
Fernando pensó: -Uy, un negro... Este negro me suena… -y luego
dijo-: -Hola Guillermo ¿qué hacés por acá?
-De joda, como vos. Este es mi novio, es francés.
-Ça va? -dijo Fernando sin ganas- Je pense que je te connais…
-Oui, sure -contestó el morenazo musculoso.
-Vení, sentáte con nosotros -dijo Guillermo encantado con el
encuentro tan sorpresivo.
-No, está bien, tengo ganas de estar un poco solo -contestó Fernando,
triste pero amable.
-No seas así, Fernando -le dijo Guillermo sonriendo-. Te veo un poco
triste... tus ojos, no sé... si no querés no pasa nada, pero te veo así y
me enternece... -y le guiñó un ojo. Se puso de pie, se acercó a la mesa
que ocupaba Fernando, lo tomó por los hombros con sus dos manos
como lo hace un padre orgulloso, e incorporándolo le dio un abrazo
varonil, generoso, fraternal, apoyando luego la cabeza de Fernando
sobre su pecho como lo hacen siempre las madres cuando consuelan.
Lo tuvo así un rato, y luego lo sentó, muy amorosamente-: Dale,
loquito lindo, cambiáte de mesa y sentáte un rato con nosotros.
Fernando hizo silencio. Bajó la vista. -Está bien -dijo serio-, voy un
momento al baño y me siento con ustedes.
Se puso de pie, cambió el té de mesa, y encendió otro porro. Dio una
calada honda, y otra, y otra más y pasó el porro a Guillermo. El
francés se adelantó al ademán, sonrió y agarró el peta con ademán
delicado.
Fernando sonrió sin ganas y se fue hacia el baño. Una vez dentro se
miró al espejo.
-Fernandito, Fernandito, estás hecho mierda. Fernandito, Fernandito...
Y se miraba a los ojos hablando con él mismo, mirándose y sintiendo
que le hablaba a un desconocido. Y empezó a llorar, con angustia, y se
acordó de Gonzalo, y de Micaela, y siguió llorando.
Sacó bolsa, y se peinó una raya enorme.
Se miró al espejo y dijo: -¿Sabés flaquito? Esto te seca las lágrimas,
me lo dijo un amigo hace un tiempo, y tenía razón.
Miró la coca y volvió a mirarse al espejo.

304
-Dale, loco, tomátela, vas a ver que no te falla. Nunca te falla -y se
contestó como si el espejo le hablara-: No, Fernandito, ¿no te parece
que ya está bien?
Miró al espejo, y sonrió con lágrimas en los ojos.
-No pasa nada, no pasa nada, entonces me lo tomo yo, y a vos te
libero, te libero para que puedas volar sin mí...
Y vio, o creyó ver, que la imagen del espejo le sonreía, sin él haber
sonreído y entonces dijo en voz más alta: -Mierda, este espejo es un
rebelde...
Nubló la vista y vio desaparecer su imagen del espejo, sacó su tubo
metálico y se metió la raya. Se incorporó serio, secó las lágrimas, se
mojó el pelo y se lo tiró para atrás en forma automática, sin verse
reflejado.
Cuando salía del baño vio su imagen real en el espejo. Se guiñó un
ojo, sonrió y dijo: -Qué mal que estamos… pero que no se note.
Cerró la puerta, se acercó a la mesa, se sentó pleno pero roto y empezó
a hablar en francés.

305
63. Guillermo
Guillermo era un hombre francamente atractivo. Su vida había sido
compleja y eso marcaba el rumbo de su actual situación. De pequeño
era alegre y risueño, pero algo introvertido. Feliz en una vida familiar
casi modélica.
Sus padres eran el devenir de familias tradicionales argentinas que no
habían caído en desgracia, pero que estaban lastimadas por las crisis
económicas que Argentina está acostumbrada a sufrir en perpetuidad.
En sí, eran de esas familias acomodadas que disfrutaban de un
antepasado ganadero próspero, y en el momento de su crianza, un
presente relajado y tranquilo, basado en una segura y poco arriesgada
administración de las tierras y la producción. No eran muy cariñosos,
no eran juguetones con él que como hijo único lo hubiera necesitado.
Se había criado en Mar del Plata, una ciudad maravillosa para tener
una infancia feliz, y un mes por año, sus padres lo llevaban a una casa
de campo que tenían a las afueras de un pueblo del interior de la
provincia de Buenos Aires. En esa época y justo ese mes posaba su
carpa un circo ambulante.
Guillermo era un niño feliz que los días soleados paseaba por los
alrededores del casco de la mano de su abuela paterna, una mujer fina
y educada con aires de nobleza, mayor pero bien conservada, elegante
y seria, pero llena de amor. Desde que había enviudado era ella misma
quien se encargaba de administrar sus bienes y sus negocios. Vivía en
el campo, con cocinera y cuidador. Un matrimonio fiel y agradecido
que querían al niño como si fuera propio.
Guillermo disfrutaba de ese mes soñado entre los caballos, el ganado,
el olor a campo, el hogar encendido y la única cosa que su abuela le
cocinaba.
Josefina, que así se llamaba, estaba siempre en la cocina cuando su
empleada preparaba las comidas. Guillermo miraba como controlaba
con dulzura los detalles de la preparación. Pero su abuela ya no
cocinaba. Le daba tanta pena recordar cuando cocinaba por amor y
con amor para su dorado esposo, que desde que había enviudado, no
quiso volver a hacerlo.
Guillermo adoraba las tortas fritas de su abuela. Las tardes de nesquik
con tortas fritas, y el mate de la abuela, sentados en el porche mirando
el jardín que rodeaba al casco. Su abuela cocinaba tortas fritas solo
para él.

306
Guillermo hasta sus siete años fue feliz allí, como nunca nadie puede
imaginarse la felicidad infinita de un niño.
Al crecer, entrando en la adolescencia empezó a no querer volver al
campo en ese mes que desde niño pasaba por año.
Visitó a su abuela de tanto en tanto, hasta que la misma decidió
mudarse a Tandil, cuando empezó a sentir que el campo era muy
pesado y los negocios empezaron a declinar. Estaban empezando a
caer en manos de multinacionales y el gobierno de facto había
devaluado de manera salvaje y retenido fondos en los bancos.
Guillermo no prestaba atención a esas cosas. A sus padres les iba
económicamente muy bien en los negocios textiles, y el campo no le
interesaba en absoluto. Sentía que desde su inconsciente nacía un odio
y un rechazo hacia lo agro-ganadero, hacia el campo.
Tuvo una época rebelde, no crítica pero justa para causar problemas
en casa. Empezó de muy joven a tener novia, y tuvo muchas novias.
Sobre sus veintidós años conoció a la “mejor” de todas, una diosa de
físico estupendo que fue la que le dio una hija. Una hija de la
inconsciencia, pero una hija real. Se casaron y fue el momento más
feliz de la vida de Josefina, su abuela amada.
Su matrimonio fue falso, de convivencia mutua mantenido por los
padres de Guillermo que duró lo que el destino quiso. Un par de años.
Guillermo era infeliz con su nueva familia. Y un día de sol dejó a su
mujer y a su hija y se fue a vivir solo.
Guillermo empezaba a descubrir que había cosas que no eran para él.
Un día soleado conoció a un coreógrafo que se dedicaba a hacer
shows musicales undergrounds y se hicieron muy amigos.
A Guillermo le gustaba la soltura y el desenfreno de su nuevo amigo,
Cris.
Cristian se aferraba a la amistad con Guillermo simplemente porque le
atraía y para retenerlo le presentaba bailarinas en las constantes salidas
que organizaba.
Cristian era algo mayor, tenía un riquísimo mundo interior logrado
simplemente porque había viajado mucho por Europa viviendo de la
coreografía.
Así fue que Guillermo cegado por el mundo que Cris contaba se
planteó aceptar la invitación que este le hizo para recorrer Europa.
Había terminado su carrera pronto, en menos de cuatro años, dada su
prodigiosa memoria, y quería recorrer mundo. Disfrutaba de una
excelente posición económica heredada y unos importantes contactos

307
familiares en la esfera política, que le aseguraban un próspero futuro y
éxito profesional.
Entonces, un día soleado decidió irse con él a probar los secretos del
mundo y de la vida. Y se entregó de lleno a ello. En todos los sentidos,
sin restricciones.
Pero tanto desenfreno y pérdida de control hicieron replantear a
Guillermo la opción de volver a casa.
Y regresó, pero casado con su nuevo amigo, delicado, pero varonil.
En el tiempo que pasó en Europa sus padres se ocuparon de su ex
mujer y de su hija, y de enviarle importantes sumas de dinero que
Guillermo gastaba sin reparar en qué.
A su regreso, algunas cosas cambiaron.
Sus padres decidieron dejar de mantener a su familia, en un intento
por hacer que Guillermo iniciara una vida normal y lo acomodaron
rápidamente, gracias a contactos en la alta esfera política, en un cargo
de privilegio, y entonces él durante un tiempo cumplió con las
expectativas familiares.
Harto de sentirse usado por su ex, un buen día de sol dejó de pasarle
dinero. Simplemente sentía asco por su ex, una mujer astuta, vaga y
aprovechadora... Ella lo acosaba constantemente y él evitaba todo
contacto.
Un día soleado en que discutían por el tema le dijo a Marina que ya
era hora de trabajar, de dejar de pedir, de hacer algo útil, pero la
señorita se escudaba en no saber hacer nada.
-Si no sabés hacer nada útil -le dijo a los gritos por teléfono-, hacéte
puta, porque ya es hora que trabajes de algo, y lo de ser puta se te da
muy bien...
Y ese día de sol, Guillermo se sintió feliz.
Su ex se hizo puta de lujo, para paliar la circunstancia casual de odiar
el trabajo y no saber hacer nada. A Guille, todas esas cosas ya le
importaban un carajo. Solo quería liberarse.
Y entonces, otro día soleado, caminando por Plaza Francia en Buenos
Aires, se reconoció gay, asumiéndolo en un instante por completo.
Hacía ya tiempo que estaba casado con un hombre, y su doble vida lo
estaba minando por dentro.
Se sintió liberado, pleno pero desprotegido y decidió contárselo a su
padre, el mismo día de sol en que asumió su homosexualidad. Y se lo
dijo sintiendo que cumplía con una venganza.
Su padre dejó de hablarle. Y Guillermo no esperaba otra cosa. Había
intentado relacionarse con mujeres, y de hecho se mostraba

308
públicamente con ellas. Pero no podía dejar de desear a los hombres.
Y en casa tenía uno que lo esperaba. Su padre se llenaba la boca de
orgullo al hablar de Guillermo, y eso a Guillermo lo llenaba de
vergüenza.
El deseo hacia su mismo sexo era el punto crucial, era el drama entre
el odio y la pasión, simultánea e incomprendida. Era la máxima
expresión de la vergüenza que sentía.
Un día, su padre lo había llevado al pueblo, a casa de unos conocidos
y Guillermo le pidió quedarse. Había llegado el circo y los otros niños
iban a ir. Guillermo quería ir con ellos.
Su padre lo dejó ese mediodía almorzando con sus amigos para que
por la tardecita fueran todos juntos y lo pasó a recoger terminada la
función.
Guillermo estaba raro, muy tranquilo cuando su padre lo recogió y
pensó que sería por el cansancio de un día largo, y Guillermo no dijo
nada cuando se lo preguntó. Dijo que le había gustado y contó un
truco de magia que había hecho un chino con unas pelotitas.
Guillermo no contó que entre travesuras se habían ido hasta la carpa
del circo para ver los animales un montón de horas antes de la
función. Ni que se pusieron a jugar a las escondidas y que él se había
colado debajo de la carpa del circo.
Allí se encontró con un payaso, que le pareció divertido y lo hizo reír
con unas bromas y unos trucos tontos. Después el payaso le dio
caramelos y le dijo que le iba a mostrar algo secreto, que nadie debía
saber. Y Guillermo juró en su inocencia que no lo diría.
Y su abuela le había dicho que no se debía mentir, que las promesas se
debían cumplir siempre porque sino Dios nos castigaba...
El payaso lo llevó a un tráiler y lo sentó en una cama. Le hizo monería
y le dio caramelos, y una pepsi donde puso unas gotas de algo que
había robado del botiquín del veterinario y que le resultaban muy bien
a sus fines.
Luego se sentó al lado de Guillermo y le enseñó un muñequito, una
marioneta con la que jugaba. Era su pene, vestidito y pintado. Se
masturbaba y hacía que el niño besara y chupara al muñequito, entre
caramelos, juguetes, te quiero mucho mi amiguito secreto y droga en
su exacta dosis, en el punto de la relajación y la tranquilidad.
Guillermo jugaba y se divertía y el payaso le daba besitos y lo
acariciaba, hasta que en un momento lo alzó, lo giró y le dijo:
-Uy, uy, pumpuy, ahora la sesión con el amigo corazón... -y se colocó
al niño a nivel de su pubis mientras se ponía de pie, quedando los dos

309
mirando para el mismo lado- ¿Quiere mi amiguitó secretó andar a
caballitó? -Remarcaba las oes, las hacia divertidas a los oídos de
Guillermo.
Y Guillermo dijo “¡sí!”, en un grito de alegría sintiéndose tranquilo y
volando en brazos del payaso tan divertido.
Entonces el payaso se lo puso con el culito encima de su pene y
empezó a cabalgar frotándose los genitales con ayuda del culito del
niño.
Y en ese instante de frenesí, se detuvo.
-Niño amiguito secreto, te dejo un panfleto, con un gran circulito,
adivina lo que digo o te muerdo tu culito... uy uy uy pumpuy re
pumpuy!!!!
El niño se reía por las cosquillas que le hacia el payaso, entonces lo
puso en cuclillas en el aire, mientras lo sostenía con una mano contra
su pecho y bajándole el pantalón corto y el calzoncillo con la otra, lo
calzó nuevamente contra su pubis y lo penetró y eyaculó en su interior
mientras lo acariciaba y besaba.
Guillermo se quedó quieto, mientras el payaso lo violaba.
Luego el payaso lo apartó y escondió el pene.
-Qué es eso primoreso -dijo señalando un cofre de colores mientras
limpiaba el culito del niño con una toalla húmeda. Se acercó al cofre
con el niño en el aire y le dijo-: abre, abre y el secreto será tuyo -y
poniendo al niño en el suelo abrió el cofre que estaba lleno de
chocolates-. Amiguito, amiguito, este el secretito del tesoro
escondidito -y poniendo vos gruesa dijo-: son todos tuyos, pero
puedes llevar de uno en uno y a lo mejor, a lo mejor te llevas otros
para tus amiguitos, pero no debes romper este secreto. Si no, Dios nos
castigará y nos quemaran vivos en el infierno... con un fuego inmenso
que quema con mucho dolor...
Guillermo se puso serio, entonces el inmundo payaso lo miró
sonriente y le dijo:
-Pero no te preocupes, estoy yo para cuidarte -y le dio el chocolate
mas grande, y tres más pequeños para los otros niños-, pero tu júrame
por Dios que será nuestro secreto y que yo seré el guardián de azafrán
que te cuidará chan chan.
Durante ese mes, Guillermo trajo chocolates varias veces a sus
amigos, con los que iban a jugar cerca del circo, en secreto. En estricto
secreto jurado. Los otros niños habían conocido al payaso, que los
hacía reír y jugaba con ellos inocentemente. Solo a Guillermo le daba

310
los chocolates, solo a él, porque era el elegido, el poseedor del secreto,
de la puerta mágica...
Aquel hombre era un ser vil y astuto, un pervertido lúcido que solo
abusaba de un niño por pueblo, si la situación lo facilitaba. Y solo con
ese mismo niño aunque soñara con sus amiguitos en orgías enfermas.
Guillermo quería ir a jugar allí. El payaso era muy bueno y muy
divertido. Y sus amigos se lo pedían, porque él conseguía los
chocolates, y entonces se sentía querido y admirado.
Guillermo al crecer descubrió la triste verdad del secreto que
guardaba. Y nació el odio hacia el recuerdo feliz. Y resurgió el deseo
hacia los hombres, repulso deseo, culpable deseo, inmundo deseo,
pero deseo carnal.
Guillermo, asumido gay y casado en segundas nupcias con Cristian se
empezó a incomodar con los maquillajes, y la ropa de mujer que a
Cris le gustaba llevar. Pero no interfirió.
Cris comenzó a transformarse, poco a poco en una mujer. Más
ademanes, más modismos, coreografías de estética dragqueeneana,
ropa interior sensual femenina, depilación definitiva...
Un día soleado Guillermo se sentó solo en el salón de su casa. Se
sintió defraudado y abrió una botella de champagne francés… Se
tomó dos botellas y unas cuantas rayas de coca. Se vistió y maquillo
como un payaso, se miró al espejo y empezó a llorar.
Al llegar Cris a su casa encontró el disfraz y una nota que decía:
Querido Cris:
Odio los disfraces, los veo enfermos y perversos.
Soy homosexual, me gustan los hombres, y sabés que me asumí como
tal, como lo que soy. Y sabés que me gustan los hombres que se visten
como hombres y que aman como hombres.
Nuestros caminos se han separado. Vos, sin tu disfraz de mujer no sos
nada. Pero cuando sos mujer, sos feliz.
Yo conozco tu disfraz, y eso me da repulsión. Amo al hombre que
eras, pero odio al disfraz que sos.
No puedo estar más a tu lado. No me busques, sabés cómo soy,
Guillermo.
Cris conocía a Guillermo y el hecho de que hubiese esperado a un día
soleado para dejarlo le fue suficiente.
Además él se sentía mujer, era una mujer, y a Guillermo le gustaban
los hombres.

311
64. ¿Sí o no?
Micaela miraba a Gerardo desconcertada. Era un hombre
extraordinario e íntegro a sus ojos y estaba enamorado de ella.
No podía negar que en las charlas que Fer había tenido con ella acerca
del deseo y los hombres se escondía tanta verdad.
Era cierto, los hombres se pierden por las mujeres que dicen que no
una y otra vez, durante un largo tiempo... si es larguísimo, mejor.
Y después, el accionar tímido, en el primer beso, y la bajada de ojos, y
el apartarse cariñoso pero sincero y real, de ese primer beso, sin
brusquedad pero con timidez. Y el irse, sonriendo, dando excusas
tontas y un después te llamo.
Y el llamado no se hace y el hombre llama...y la dama se disculpa, se
disculpa con franqueza... y entonces el hombre se intimida y duda de
su hombría y pregunta... y como una dama se contesta:
-Lo siento... no es por ti, soy así, un poco vergonzosa...
Y esas palabras deben ser tímidas, suaves e infantiles.
Y al volver a salir se debe dejar con suavidad que el hombre actúe, y
que la coja de la mano, y entonces dar la mano cálida, pero que aún
debe darse tímidamente.
La primera noche de amor, porque cuando es de esa manera no es
sexo, es otra cosa lo que se experimenta, el acto no se culmina, no se
cierra, queda abierto a la desesperación del varón, del hombre amante
deseoso de poseer todo y que solo consigue un encuentro adolescente
casi completo, satisfactorio y pleno pero falto de madurez sexual,
adolescente, hermoso y sublime... descubrir el cuerpo del otro en su
totalidad, pero no conseguir poseerlo libremente...
Gerardo había entrado en la vida y el conocimiento parcial de Micaela
con una lentitud exacta anhelando el día a día y contando las horas,
viviendo cada etapa sin sortear ninguna, sin quemar ninguna.
Gerardo se había enamorado perdidamente de Micaela, y no sabía si
ella estaba enamorada de él.
Eso, era lo que como a todos los hombres enamorados, más hacía a
Gerardo desear a Micaela.
En el tiempo que llevaban juntos, Gerardo no se había interesado
mucho o más bien nada en el pasado de Micaela.
Micaela lo achacó a la diferencia de edad o a la altura y dignidad de
Gerardo. En sí, se había comportado distinto a como lo hacen otros
hombres. La mayoría se interesaban sobremanera por su pasado
sexual. A Gerardo parecía no interesarle y además, Micaela siguiendo
312
los consejos de Fernando, no había hablado nunca de ello, como hacen
las mujeres que más gustan a los hombres, sólo había hablado de un
novio, con el que supuestamente había vivido todo lo poco que
contaba. En sí, Micaela mentía por omisión con aprendida cautela.
Gerardo en su juventud parecía haber sido un poco picaflor, pero ni
alardeaba de ello ni lo traía del recuerdo. Solo comentó lo básico de su
ex matrimonio, donde se notaba que había amado a su mujer.
Habían empezado una hermosa relación de amistad, plagada de
intención seria.
Gerardo llamó a Micaela para invitarla a cenar. Se lo notaba algo
nervioso, pero seguro de sí mismo, sin que fuera en absoluto
contradictorio.
Micaela aceptó y quedaron en que Gerardo la recogía por su
apartamento. A la hora exacta él la estaba esperando en la puerta.
En el trayecto, hablaron de cosas triviales. Gerardo estaba muy
contento y Micaela se sintió cómoda y suelta, pero continuó siendo
reservada y callada, como era su costumbre. En unos veinte minutos
habían llegado a destino, Puerto Madero.
Gerardo dejó el coche en la puerta del local, para que lo estacionaran.
Había elegido la Cabaña Las Lilas. Tenía reservada una mesa especial
y había adelantado dinero para un servicio exclusivo.
Al entrar los atendieron más atentos, más serviciales y sonrientes cosa
que Micaela notó. Se sentaron enfrentados.
Sin darle opción a reaccionar, sin esperar a que pudieran ser
interrumpidos por nada ni nadie, Gerardo tomó a Micaela por la mano
y le dijo:
-Micaela, quiero que te cases conmigo.
Micaela lo miró a los ojos, sorprendida. Sonrió angustiada, tímida,
seria. Lo miró a los ojos, y una lágrima se deslizó por su mejilla...
pero no dijo nada.
Gerardo la miraba fijo, nervioso, ansioso por un sí, y al ver la lágrima
en esa carita seria se sintió morir, se mordió los labios, bajó la vista y
empezó a intentar decir algo.
-Eeehhhh, bueno... nooo... en ree nts... esteee -y sintió en el corazón
como Micaela le apretaba y sostenía la mano.
Levantó la vista y vio a Micaela sonreír angustiada, llorando, pero
mirándolo con ternura maternal, de mujer herida, y luego la vio
sonreír de amor, de dulzura...
-Gerardo... no hay nada que en este momento quiera más en mi vida.

313
Gerardo se relajó pleno, con una sonrisa que desbordaba su cara, se
puso de pie, se arrodilló delante de Micaela y la abrazó.
Metió una mano en su bolsillo y sacó un anillo de compromiso,
bellísimo, de refinado gusto y austero lujo visible.
Lo puso en el dedo de Micaela, sin decir palabra. Se levantó, volvió a
su asiento y empezó a mirar a Micaela como un niño, mientras un
camarero sin decir palabra se acercó, sirvió dos copas de Champagne
y se retiró sonriente.
Micaela estaba quieta, no había dicho que sí. Miró a Gerardo, el
anillo, el lugar...
-Gerardo -dijo-, creo que deberías saber más cosas de mí... hay cosas
que nunca me has preguntado.
Gerardo miró con temor a Micaela.
Micaela cometía un error, quería ser honesta a pesar de las millones de
veces que Fernando le había dicho que no hablara de su intimidad,
nunca, que era privado y que podía no existir en los corazones de
otros, que si ella lo hacía explícito generaba un dolor a veces
insoportable, y que se rompían parejas por eso. Siempre decía: “ojos
que no ven, corazón que no siente”.
Pero Micaela, que había hecho todo exquisitamente bien con Gerardo,
sentía que debía contarle cosas. Gonzalo siempre le había ponderado
la honestidad. Quería ser sincera y honesta, quería...
Gerardo interrumpió sus pensamientos y puso la otra mano encima de
la Micaela, cubriéndola por encima y por debajo con sus dos manos.
-Micaela, lo que sé de vos es lo quiero saber, para mí vos sos por lo
que has vivido, que no puede ser mucho, y sos lo que quiero tal como
sos, así de tímida y extrañamente suelta de a ratos, así de callada, así
de alegre cuando lo estás, te quiero así como sos y vos sos por lo
vivido... No me voy a poner a parafrasear a Miguel Hernández, pero
tus raíces sostienen lo que sos ahora, ¿qué me vas a contar? que
tuviste un novio que... o que te pasó... o que fuiste a... no me interesa
saber cosas que no intuyo, veo cómo sos y aún tenés mucho por vivir
y aprender -Gerardo era sincero en su monólogo, y francamente
maduro.
Micaela por primera vez en su vida se sentía amada sin obstáculos, sin
otro interés más ella misma, que su persona.
Micaela empezó a llorar y a reírse de alegría, aquel hombre era muy
diferente, muy serio, muy centrado y coherente, muy maduro y tal vez
todo era por su edad o por su vida o por...

314
No importaba, le había puesto un freno al error que estaba a punto de
cometer y no sabía si aquel hombre y ese momento eran reales.
Miró a Gerardo a los ojos, sonrió y dijo:
-Sí, Gerardo. Me voy a casar con vos.
Gerardo la miró fijo, sonrió e hizo un gesto como de asombro.
-Es que aún no le había dicho que sí, Doctor -agregó Micaela
sonriendo y se sonrojó.
Jaque mate.

315
65. Fernandito, y el resto
Fernando murió de sobredosis, en Ámsterdam. Se pasó de rosca entre
viagra, merca, alcohol, cristal, porros y pastillas, muchas pastillas.
Tenía el virus del sida en su sangre, y no lo sabía.
Había sido su última adquisición con la pendeja divina de quince
añitos, Lena, aquella que había conocido justamente en Holanda y con
la que había estado encerrado drogándose y haciendo lo que para él
era el amor, por primera vez... Así estaba de claro y de mal, o de bien.
Habían sido inseparables unos meses...
Se había enamorado a tal punto que había intentado inútilmente dejar
de salir para rehabilitarse, pero la nena era más que viciosa y tenía tal
resistencia a todo que lo alucinaba. La jovencita le impedía quedarse
en casa sano, enroscándolo entre porros y cocaína, llenando su
apartamento de todo lo ilegal que conseguía, invitando amigas tan
viciosas como ella....
Él intentó hablar alguna vez, razonar, alejarla de aquello... pero era
imposible. La muñequita que era limpia, suave, cuidadísima y
elegante, se metía en el cuerpo más cosas de las que Fernando pudiera
imaginar. Y además, participaba en cuanto encuentro múltiple sexual
pudiera organizar.
Era el sueño dorado de Fernando reflejado a la inversa. Era el
demonio que venía a comprarlo, era su Dios hecho carne, era la vida
misma encarnada en esos ojos y esos aromas a dulzor impecables.
Cuando el ángel se hartó de Fernando, se fue diciéndole adiós.
-Ya está bien -dijo, me canse de ti. Adiós.
Fue una mañana, al salir de la ducha. Fernando la miró a los ojos y
entendió su mirada. Le resultaba más que personalmente familiar, y
entonces no dijo nada para retenerla. Sabía que era inútil y estúpido,
así que la dejó partir con sonrisas. La historia de amor había durado
unos hermosos meses. El descontrol había sido pautado por la niña y
Fernando había sido sumiso... perdidamente sumiso.
Lo encontraron en su casa, un hermoso apartamento en el barrio
Jordaan, sentado en un sofá pequeño, frente a un espejo. El día
anterior había estado acompañado de Guillermo, quien le había
contado la historia de su vida. Fernando se había sentido bien y
arropado en su tristeza, pero roto al escuchar el relato, sucio de
humanidad, inexplicablemente decepcionado de la raza a la que
pertenecía.

316
Estaba desnudo, limpio y perfumado. La casa impecable. En la mesa
del salón había una caja de madera que tenía todo tipo de sustancias.
La habitación estaba impoluta y los armarios rebozaban de ropa de
marca.
El cadáver daba la imagen de un deportista dormido. En la cómoda del
salón encontraron una carpeta con un testamento donde decía que
Fernando dejaba a Micaela su propiedad en Buenos Aires. De hecho,
hacía ya un tiempo que la había puesto a su nombre, antes de dejar
Buenos Aires con Gonzalo. Había instrucciones precisas, a nombre de
su amigo Ramón quien poseía los papeles que debía enviar a Micaela.
Dentro de la carpeta, había una nota en un papel arrugado dentro de un
sobre amarillento, escrita a máquina, con correcciones en lápiz, sin
firmar:
“Me miro en el espejo y trato de encontrarme,
algo me sucede, pero no me veo,
es como si me viera reflejado pero no fuese yo el que está ahí,
ayúdame, algo me pasa, creo que me estoy desvaneciendo,
no es el amor lo que me ha puesto así, tampoco es el olvido,
soy yo, simplemente yo.
Quizás estoy cambiando, creciendo, o tal vez me estoy
desvaneciendo...
Me miro en el espejo y trato de encontrarme,
algo me sucede, porque no me veo,
por más que busco no me encuentro,
creo que ya no estoy ahí, quizás ya me he ido...
No es el amor lo que me ha puesto así, tampoco es el olvido,
puede ser que esté cambiando... si es así ayúdame a hacerlo,
parece que solo no puedo, lo intento pero no lo consigo,
estoy cambiando, creciendo,
y parece que me estuviera desvaneciendo.”

Gonzalo ejerce la medicina, en su especialidad. Lo hace de manera


pueblerina, sin negarse a los avances pero sin comprometerse con sus
coronarias en ellos. Ya no quiere riesgos. De ningún tipo.
En el pueblo donde trabaja, es muy querido y respetado, es reconocido
como un señor serio, trabajador y honrado. Se dice de él que es buena
gente, discreto, y muy servicial. Es bastante feliz, y le cuesta asumir el
paso del tiempo. Está retirado de su doble vida, aunque muy de vez en
cuando le surge una extraña sensación de pérdida, por el retiro. No
cobra nada por haber sido agente y no tiene a quién reclamar.

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Nunca reconoció en su interior su lado mercenario, pero lo conoce
bien.
No tiene pareja, es un lobo solitario que de tanto en tanto se come una
oveja perdida. Pero ya no trata de encauzarlas. Ha descubierto que
cada uno debe cargar con su propio Karma.

Guillermo se liberó de su congoja caminando por Ámsterdam con


Fernando. Le contó su historia personal llorando como un niño, al
principio pensando que eso ayudaría a Fernando en su tristeza, pero
liberándose de una carga terrible, de una historia que nunca había
contado a nadie, salvo a su padre.
Fernando devolvió el abrazo paternal del bar Baba, en un bello
parque, el Vondelpark. Era un día de sol, frío y hermoso. Fernando se
arrodilló en el césped, frente a Guillermo que lloraba en cuclillas. Lo
tomó como a un niño, y le suplicó perdón por ser un ser humano, por
pertenecer al mundo, por no saber que la vida había sido tan cruel. Lo
abrazó con el alma, y le dijo: -Mi niño, mi dulce niño, no se apene
porque usted no tiene la culpa, Dios no lo va a castigar nunca, mi
niño, Dios no está para eso, Dios lo ama, mi niño, mi dulce e inocente
niño.
Guillermo volvió a Argentina donde es senador. Se coge jovencitos y
los coloca en puestos de privilegio. Muchos saben que es gay, aunque
él se siente puto. Pero ya no le remuerde la conciencia y realmente
todo le importa una mierda. Es senador por el poder. Y punto. La
política y el país le interesan tanto como las mujeres en la cama.

Marta, lleva vida de señora, es empresaria y está en pareja con un


muchachito suave mucho más joven que ella, al que conserva a base
de pagarle todos los caprichos y hacer la vista gorda.
Desde su encuentro con Fernando, nunca más pudo dejar de desear a
hombres delicados y amanerados. De tanto en tanto, se acuesta con
mujeres.
Ramón está separado. Envió las instrucciones a Argentina a pesar de
la insistencia de su mujer por intentar quedarse de alguna manera con
la propiedad de Fernando. Fue el inicio del final. Con el paso del
tiempo su mujer empezó a limitarlo, a intentar alejarlo de sus amigos,
a manipularlo, olvidando cómo lo había conocido, negando su esencia,
intentando cambiarlo. Ramón sólo quería ser aceptado tal cual era. Le
dejó parte de sus negocios y la casa, y se retiró a Tailandia donde vive
una vida alegre y libre con una renta que recibe desde España.

318
Yo, les cuento la historia. Ah, me olvidaba...

Micaela está casada con Gerardo, es madre de dos hermosos niños, y


está feliz de haber tenido varones.

319
Dedicatorias que eran Prólogos.

Prólogo del autor:


Es difícil dedicar este libro, pero quería hacerlo. Me llena de amor
pensar en la vida de mis personajes, en qué será de ellos y en donde
andarán.
Amo a Micaela, el personaje más complejo. La amo con locura,
porque es la mujer herida que todos quisiéramos amar, aunque no la
aceptemos como es, aunque nos duela su estupidez y su desdicha,
aunque quisiéramos matarla por su desidia vital... Aunque sea ladina.
No puedo no dedicar este libro a mis personajes, que son tan reales
como yo, como vosotros, como todos, con sus dualidades tan
maravillosas en la vida real, en los sueños o en los deseos, por no
decir gustos.
Dedico este libro a todos.
Prólogo de Fernando:
Este libro tiene varias dedicatorias, pero la primera es para Micaela,
mi gran amor. Micaela, esa mujer que me destrozó con su sumisión y
la aceptación incondicional de mi amor, tan jodido como es. Micaela
era así, y no por amor, ella en realidad era así y a esa se la dedico,
porque la de ahora no necesita dedicatorias. La de ahora es la Micaela
que yo hubiera querido para mí.
En segundo lugar, se lo dedico a Gonzalo, mi gran amigo, mi amigo
del alma y del corazón, mi único amigo, mi piel en el cuerpo de otro.
Gonzalo, quien debería haber podido ver desde su lugar... pero no
quiso.
A Guillermo, que me consoló cerca del final, con su lujuria y su
hombría entendida desde su lado más femenino. Y fundamentalmente
al niño Guillermo, a esa criatura que aprendió lo que es el mundo que
no debería existir.
Al autor, que me dio vida para que pudiera crecer.
Y a Hernán Casciari, porque plagió al autor sin saberlo, sin haberlo
leído y lo hizo reír y llorar y sentirse vivo e identificado. Pena que no
me gusten los hombres... si no...
Prólogo de Micaela:
A Fernando, porque me mostró el camino que antes nadie me había
mostrado.
A Gonzalo, porque me quería ayudar, a su manera tan varonil y
sensible.
A mi amor...

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A mis hijos.
Prólogo de Guillermo:
A este país tan generoso, que se llama Argentina.
Pour toi, mon douce ami.
Prólogo de Marta.
A Fernando, por lo que todos saben,
A mi dulce amor, por sus caricias.
Prólogo de Ramón:
A la joputa de mi ex mujer, para que aprenda que a los hombres no
hay que intentar cambiarlos.
A Fernando, que tiene el corazón más grande que jamás he visto.
Prólogo de Gonzalo.
A mis padres.
Prólogo del Rey de Katar:
Mierda, lo que me he estado perdiendo...

Ajradezimiento mu special: Agradezco a Marina Bendersky por el


esfuerzo, el tiempo y la paciencia que ha tenido con la corrección.
Este libro ha sido escrito casi todo en pijama con conejitos, que es
la vestimenta que el escritor adoptó con dicho fin.

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