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Hermanos de la carretera | Cultura | EL PAÍS 6/11/18 13'16

CULTURA

Hermanos de la carretera
Un libro rescata a los ‘hobos’, primer gran movimiento contracultural norteamericano
FERNANDO NAVARRO

Madrid - 7 AGO 2014 - 08:42 CEST

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Dos trotamundos, vistos por la fotógrafa americana Dorothea Lange.

Viajaban como polizones en trenes de mercancías o se echaban a la carretera


como nómadas. Apenas llevaban unas monedas en los bolsillos, trabajando en
campos o manufacturas hasta ganar un poco de dinero que les permitiese seguir
saltando de ciudad en ciudad. No les importaba lo que dijesen de ellos ni que la
mayoría les viese como pordioseros. Su única premisa era vivir todo tipo de
experiencias mientras recorrían Estados Unidos de costa a costa. Eran los hobos,
verdaderos trotamundos que formaron el primer gran movimiento contracultural
norteamericano, una fuente de inspiración para activistas, intelectuales,
escritores, músicos y pintores durante el siglo XX.

Jack Kerouac o Woody Guthrie nunca se hubiesen lanzando al camino con tanta
determinación para narrar sus vivencias en sus libros y canciones,
respectivamente, si antes no hubiese existido la legión de los hobos, que
formaron una sociedad paralela, retirada de los preceptos, los
convencionalismos y las normas oficiales. En palabras de Ben Reitman, su
máximo representante: “Llegaban sucios, desaliñados y con los pies doloridos
pero siempre traían consigo la alegría de una vida despreocupada y alejada del
resto del mundo”. Su testimonio se recoge en el trepidante relato vital de Bertha
Thompson, una mujer hobo que fue prostituta, ladrona y trabajadora social, entre
otras muchas cosas, protagonista del libro Boxcar Bertha. Autobiografía de una
hermana de la carretera, publicado en 1937 y traducido ahora en español por la
editorial Pepitas de Calabaza.

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La hobohemia surgió en Estados Unidos como un fenómeno social a finales del


siglo XIX, poco después de la Guerra de Secesión. En los albores de una nueva
nación en construcción, que se iba a disparar hasta convertirse en la primera
potencia mundial, el movimiento de los hobos fue el reverso del mito de la
frontera y la conquista del Oeste, como Charles Chaplin dejó constancia en
películas como La quimera del oro en 1925. Estaba formado por migrantes de
interior, incluyendo a los vagabundos (tramps) y a los holgazanes (bums), que se
dedicaban a recorrer el país de costa a costa. Al igual que existían los fenómenos
migratorios de los alemanes o los escandinavos en las metrópolis de la industria
maderera, los polacos de Chicago, los italianos de Nueva York o la Costa Este o
los afroamericanos del sur, que partían a las ciudades industriales del norte,
estaba este movimiento exclusivamente de población blanca. Pero su
peculiaridad radicaba en que los hobos eran potencialmente incontrolables y se
negaban a dejarse capturar por ninguna forma de adhesión.

Con su base en Chicago, una ciudad que a principios del siglo XX mostraba más
convulsión social que Nueva York o San Francisco, la hobohemia se solapa con la
agitación del movimiento obrero estadounidense, haciendo que adquiriese
conciencia como una auténtica contrasociedad con sus saberes y su jerga. El
propio Reitman, considerado como el rey de los hobos, pasó su infancia en
Chicago, entre su madre y las prostitutas del cercano barrio de la estación a las
que dominaba Al Capone. Fue en esa ciudad, por donde pasaban unos 200.000
hobos cada año, donde conoció a la anarquista Emma Goldman, pionera en la
lucha por la emancipación de la mujer. Ambos tuvieron una relación que duró
años.

El modo de vida que Reitman relata en


su libro a través de Bertha Thompson
era una alternativa social ante el
imparable progreso del capitalismo
como orden económico. Era una forma
de resistencia. El vagabundeo
premeditado suponía un deber
solidario para aliarse con los más
necesitados, una manera de ir más allá
en la lucha contra los poderosos y los
patrones que ya imponían jornadas
laborales excesivas, explotaban a los
trabajadores o echaban a los
ganaderos de sus campos por el
desarrollo industrial. De hecho,
Reitman, como tantos hobos,
El cantautor Woody Guthrie.
rechazaba a los que llamaba “radicales
de café” que con facilidad se podían
ver en los barrios bohemios de Nueva York o San Francisco.

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Los hobos, que podían constituir en torno al 5% de la población activa del país,
representaban de alguna forma ese ejército industrial en la reserva al que se
refería Karl Marx en su crítica a la economía política en su obra El capital. Aunque
se les podía ver trabajando en los campos, las fábricas o las vías ferroviarias,
siempre estaban de paso, durmiendo en campamentos provisionales o
dormitorios comunitarios y poniendo en práctica los versos de Walt Whitman, al
que leían cada día, en su poema No te detengas. Este movimiento, que se
extendió hasta el Medio Oeste y el Oeste norteamericano, fue posible gracias,
especialmente, al ferrocarril, tal y como se recoge en algunos pasajes de Boxcar
Bertha: “Para llegar desde Nueva York hasta Little Rock se habían encaramado al
techo de un coche cama del tren de pasajeros más rápido, aprovechando que
este se encontraba parado en la estación. Habían hecho todo el viaje tumbadas
boca abajo, sujetas a los bordes del vagón con los brazos en cruz y con los
pequeños conductos de ventilación entre las piernas para evitar salir
despedidas… Ponían en riesgo su vida en el camino”.

Pasajeros clandestinos, viajeros de carreteras secundarias, pobres entusiastas,


revolucionarios morales, este ejército de trotamundos entró en declive cuando la
red ferroviaria dejó de extenderse pero, sobre todo, tras el crash económico de
1929. Con la Gran Depresión, los hobos dejaron de ser una reserva para
convertirse en un desecho más de la enorme población de excluidos del
capitalismo. Las carreteras se poblaron entonces de los migrantes a los que se
refiere John Steinbeck en su novela Las uvas de la ira. Ya no había vagabundos
radicales en lucha contra una sociedad, viajando en trenes o haciendo autoestop,
sino familias enteras que cogían el coche y partían con sus trastos a la tierra
prometida de los naranjos de California. Pero el romanticismo de estos primeros
hermanos de la carretera no desaparecería. La experiencia colectiva de los
hobos, como los más fieles embajadores del envés del sueño americano,
inspiraría a cantautores del folk más aguerrido como Woody Guthrie, Pete
Seeger o Bob Dylan, que les dedicaron canciones. O a la generación beat de Jack
Kerouac y Allen Ginsberg, incluso a los hippies y el movimiento punk, en una
forma más individual y urbana.

Bob Dylan live 1962 only a hobo

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HIMNOS 'HOBO'
Bob Dylan. Hobo’s lullaby.

Bob Dylan. I am a lonosome hobo.

Jimmie Rodgers. Hobo’s meditations.

Merle Haggard. Hobo’s Bill last ride.

Harry Haywire Mac McClintock. Hallelujah, I’m a bum!

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