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CAPPELLETTI - La Teoria Aristotelica de La Vision PDF
CAPPELLETTI - La Teoria Aristotelica de La Vision PDF
J. CAPPELLETTI
LA TEORIA
SOCIEDAD VENEZOLANA
DE CIENCIAS HUMANAS
CARACAS / 1977
ANG EL J. CAPPELLETTI
LA T E O R I A
ARISTOTELICA
DE LA V ISIO N
CARACAS/1977
SERIE FILO SO FIA - 1
l’or otro lado, es preciso hacer notar que aun en los sentidos
telepáticos se da una cierta continuidad y una cierta afinidad
cualitativa entre el término medio y el sensorio. En la vista,
por ejemplo, el ojo, cuya materia es, como veremos más adelante,
el agua, es una sustancia transparente, al igual que el aire o el
agua que constituyen su término medio. Y algo semejante cabe
decir del oído ( Cfr. D e anima 420 a 3-9 ), ya que, en él, el aire
se encuentra naturalmente unido al órgano auditivo (áxof) Sé
o'up,^u'i)<; áfip).
Respecto al sensorio mismo, Aristóteles explica que “ órgano
sensorial primero es aquel en el cual se encuentra la facultad” ,
es decir, la capacidad de recibir las formas sensibles (D e anima
424 a 2 4 -2 5 ). Y al decir “ órgano sensorial primero” (aícr0£Tf)piov
TcpwTov), no quiere significar, según han creído algunos autores,
el sentido común, sino el órgano por el cual “ primo et per se”
ejerce cada sentido su función específica que, como dice Ross,
es “ aquel en el cual reside la facultad” .
Kiisto como mnnr}iîi, etc. En este caso no hay ningún sentido ex-
U'i'Mo a ((uien le corresponda determinar que la hiel es realmente
ima sola cosa {D e anima 4 2 5 a 3 0 - b 3 ) . A l que le compete esa
función es al sentido común, que, ante todo, debe considerarse
como el encargado de coordinar las diversas sensaciones referidas
a una cosa y de constituir la unidad de esa cosa. Pero el sentido
común, como la fantasía y la memoria, es un sentido interno
y no se puede agregar al número de los sentidos propiamente
dichos, que son los exteriores.
AGUA <
HUMEDO FRIO
AIRE TIERRA
CALIENTE SECO
^ FUEGO
cniiin o;i lu'ciiHurio (|uo algo sirva de límite a los cuerpos, así
I;mc('ilcI Innibión con esto [con lo transparente]: en efecto,
la naturaleza de la luz reside en lo transparente ilimitado. Pero
('M claro (lue el límite de lo transparente que existe en los cuerpos
viene a ser algo real. Que esto es el color resulta evidente por
los hechos. Pues el color o existe en el límite o es el límite.
Por eso, también los pitagóricos llamaban color a la superficie.
Este se da ciertamente en el límite del cuerpo, pero no es el
límite del cuerpo. Es necesario pensar, por el contrario, que
la misma naturaleza que revela el color hacia afuera existe
también dentro [del cuerpo]” (De sensu 4 3 9 a 2 5 - b l ) . Todo
cuerpo, más o menos transparente, en cuanto es cuerpo tiene
un límite. Por su parte, la luz, que es el color de lo transparente
en cuanto tal, reside por naturaleza en aquello que, siendo trans
parente, no tiene límite fijo, como el aire. En efecto, lo transpa
rente que reside en un cuerpo sólido tiene siempre como límite
un color. Y el color es algo distinto de la luz y de lo transparente,
aunque no puede existir en acto sin la una ni ser captado por
el sujeto sin lo otro. Según Aristóteles, los pitagóricos identi
ficaban el color con la superficie, cosa que Siwek, siguiendo
a K. Freeman y A . Eaymond, pone en duda. De todos modos,
es cierto que para nombrar la superficie de los cuerpos usaban
el término xpóa, que quiere decir “ color” (A ét. Plac. I 52, 2;
IV 9, 1 4 ), ya que, según dice Bonitz {Index aristotelicum 857 a
3 3 ), es prácticamente igual a xpdi!ia. A l afirm ar el estagirita
que el color existe en el límite del cuerpo, o sea, en la superficie,
pero que no se identifica con tal límite, tiene presente natural
mente que el color constituye el término de lo transparente y no
del cuerpo considerado como cuerpo. A l decir luego que aquello
que pone de manifiesto el color hacia afuera del cuerpo existe
también dentro del mismo, quiere expresar que lo transparente,
que en la superficie del cuerpo se presenta como color, existe
taKibién como mera transparencia en el interior del mismo.
“ El color no existe como tal en el interior del cuerpo — anota
Tricot— ; él es sólo, en cuanto transparente, principio de la luz,
que se manifiesta como color en la superficie del cuerpo” .
Más aún: como bien hace notar Beare {op. cit., pp. 8 9-90 ),
“ el valor de evidencia de la vista es en ciertos casos superior
al del tactq y corrige las ilusiones del anterior. Por ejemplo,
si dos dedos de la mano se cruzan y se coloca un pequeño objeto
entre ellos de modo que esté en contacto con ambos, es al sentido
del tacto a quien le parecerá que son dos objetos. El sentido
de la vista prueba que se trata solamente de uno” .
Pero no se trata sólo de esto. Además, como dice el mismo
Beare, el sentido de la vista es, para Aristóteles, también superior
al tacto en pureza, y, por eso, los placeres de la visión son
moralmente más elevados que los del tacto {Eth. Nic. 1176 a l ) .
La posesión de la vista es más deseable que la del olfato (Rhet.
1364 a 3 8 ). Por otra parte, al ser la vista nuestro sentido más
“ evidencial” (évocpyECTTáTiQ), afecta nuestros sentimientos (pa
siones, emociones) de la manera más vivida y potente (Probl.
886 b 1 0-37 ), de manera que si se estimulan artificialmente las
pasiones o emociones por medio de este sentido, ellas se acercan
más a la impresión de realidad: las ideas de peligro que induce
inspiran temor con una fuerza e inmediatez nunca igualadas
por los demás sentidos (C fr. Horat. A r s Poet. 180-181).
También puede decirse — según explica siempre el mismo
Beare— que la vista es de primordial importancia en la dirección
de los movimientos en el espacio y que por medio de la misma
se determinan las nociones de “ antes” y “ después” , de manera
que “moverse hacia adelante” quiere decir “ moverse en la di
rección en la que los ojos miran naturalmente” (C fr. D e incessu
anim. 712 b 1 8).
A l señalar la preponderancia de la vista desde un punto
de vista cognoscitivo, tampoco debemos ignorar su papel bioló
gico, aunque éste, considerado dentro de la totalidad del mundo
orgánico o viviente, sea menos importante que el de otro sentidos,
como el tacto.
La locomoción o capacidad de moverse en el espacio no
constituye una facultad del alma vegetativa. Exige, por el con
trario, una facultad de naturaleza intencional, es decir, una
sensibilidad (C fr. D e anima 432 b 1 3-19).
Pero dentro del reino animal se da una jerarquía con res
pecto a la sensibilidad: algunas especies sólo gozan del tacto;
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ctiinolüíiricos tal juicio: e’íSoí; (idea) tiene idéntica raíz que ÍSeív
(ver) (C fr. D e sensu 437 a 3 -1 1 ).
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