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Silvio Reyes
La fractura y crisis social que estamos viviendo en Chile tiene explicaciones profundas, complejas y
conocidas, ya sea en su dinámica estructural y sociocultural, expresadas a grandes rasgos por la
brutal desigualdad y los privilegios y abusos que realiza una clase económica dominante que no
respeta normativas legales y los derechos sociales y humanos de varias zonas de nuestro territorio
plurinacional. Esta clase agroganadera y financiera, con el beneplácito de gran parte del
estamento político institucional, llevó al extremo una dominación de tal manera que,
parafraseando al dicho popular, el pueblo chileno o se rompe o raja. Pasó lo segundo, estallando
en fuerza social y popular llenando las calles, plazas, carreteras, ciudades como nunca antes en la
historia de nuestro país. Producto de esto se producen 3 dinámicas a grandes rasgos de lo que ha
sido la evolución del estallido social en estas semanas: (1) la protesta masiva en marchas y
cacerolazos; (2) la clásica lucha directa contra la propiedad privada (normalmente del gran capital,
aunque desafortunadamente no siempre es así), saqueos y quema del metro; (3) y los cabildos
auto-convocados como expresión originaria y constituyente de la soberanía nacional del pueblo
sobre la república. Estas 3 dinámicas avanzarán juntas al menos un tiempo; puede que tenga
fluctuaciones de retroceso y otras de mayor agudización. Pero lo cierto es que aún estamos en la
cresta de la ola.
Todo esto ha sucedido en un momento también crucial para la política chilena, en el que está en
marcha la tramitación del TPP-11 en el parlamento, tratado que agravaría la crisis política, social,
ambiental y de sanidad en la población nacional.
El año 2011, momento en el que hubo una fuerte y prolongada movilización social, hubo quienes
vieron el derrumbe del modelo en cuanto éste no suplo cumplir las promesas de movilidad social y
capacidad de consumo. Aunque hubo fuertes críticas para la superación del modelo, en el
imaginario colectivo primó la desilusión por no lograr las aspiraciones y promesas que el modelo
vendía. Hoy, creo, eso cambió. Se ha posicionado con fuerza y de manera generalizada en los
diversos espacios de movilización y protesta la necesidad de trasformar este modelo de
dominación draconiano. Hay una politización y ciudadanización crecientes en la población chilena,
y así lo han afirmados los estudios del PNUD. La diversidad de problemáticas que aquejan a los y
las chilenas ha explotado, desde los abusos de las concesionarias de autopistas al robo de las AFP.
Y esto se ha dado con mayor fuerza desde que sacaron a los militares a la calle.
Por otro lado, se ha visto sin equívocos que vivimos en un país plurinacional, siendo ejemplo de
esto la insurrección contra los símbolos de una oligarquía colonialista, reemplazándolas o
enalteciendo otras figuras de los pueblos originarios, cuestión que por lo visto hizo el pueblo
huinca o chileno y no sólo sujetos de los mismos pueblos originarios. Eso habla de que el pueblo se
reconoce con una identidad subalterna originaria y ha querido elevarla a un estatus de mayor
reconocimiento. Prueba de ello es lo ocurrido en Temuco y La Serena. Y junto a las cientos de
banderas mapuches por las marchas de la ciudad, dejan menos duda de aquello.
Este estallido tan abrupto ha provocado cierto miedo en la clase dominante, que al menos yo lo
veo en 3 hechos: la liberación misteriosa de las aguas en ciertos ríos; el terrorismo de Estado
frente a la protesta; y una cierta preocupación de las entidades gremiales del gran capital al
reconocer que tendrán que hacer “grandes esfuerzos” por aceptar un mayor régimen impositivo
(pese a que la agenda tributaria del gobierno indica lo contrario). Y el miedo profundo es a que se
cambien sus reglas del juego (constitución del 80’) con la demanda de asamblea constituyente.
Para bien o para mal, la rabia desatada en violencia de sectores de la población chilena generó ese
miedo en la oligarquía. Y más allá de sus particularidades (los saqueos, el vandalismo frente a las
instituciones comerciales del gran capital y la quema del metro cuya dudosa responsabilidad
genera bastantes suspicacias), sin ella y la gran movilización social no estaríamos en el escenario
actual, donde los cambios profundos se vislumbran como una posibilidad real e histórica (sin
desconocer, por cierto, que no toda esa violencia tiene un fin político, sino que puede tener varias
explicaciones, como un bandidaje oportunista en algunos casos) . Ambas han sido caras de una
misma moneda. Creo que esa violencia no solo responde al clásico concepto más o menos
abstracto de lumpen o vandalismo, porque, por un lado está la clásica violencia estructural que
padece el bajo pueblo marginal y periférico que lo vuelca y expresa en el centro de la ciudad
(hechos históricos hay), llevando a ella el desorden y violencia sistémica que viven en sus
territorios y comunidades. Pero por el otro lado, tengo la impresión de que la masividad de la
conflictividad social en las marchas y protestas, en los enfrentamientos directos con las fuerzas de
represión y las fogatas o quemas de diversos elementos están siendo realizadas por una población
que en escenarios anteriores de movilización lo no hacía, razón por la cual llevamos varios días de
conflicto y cierto desorden urbano, amplificado por los medios de comunicación serviles al poder.
En Chile sistemáticamente los últimos años (y quizás décadas), han habido miles de muertes al año
de pacientes que esperan tratamientos u operaciones médicas; miles de jóvenes endeudados por
la educación; familias completas cuyo consumo básico es a crédito; jubilados viviendo en la
miseria; familiares que no reciben por parte de las AFP el ahorro previsional cuando se les muere
un pariente; territorios saqueados en el recurso más vital que tiene la vida en el planeta como lo
es el agua, donde ven perjudicados sus sustentos económicos de reproducción material y de
sustento vital para la vida humana; territorios de sacrificio donde hay generaciones completas de
habitantes que tienen plomo y arsénico en su cuerpo habiendo varias muertes por esta causa;
cientos de jóvenes que pasaron por las garras del Sename viendo vulnerados la gran mayoría de
sus derechos, para ser desechados en la sociedad posteriormente al alcanzar su vida adulta; y
probablemente una larga lista más. Ése no es un pueblo abstracto. De seguro esas realidades han
provocado que parte de la población haya adquirido formas más directas de violencia
contrasistémica, consientes o no. Creo que entender esto es crucial para saber por dónde va la
posible solución al conflicto, que es estructural y cultural. El adversario quiere que caigamos en el
juego y lenguaje de ellos, para decir fácil y taxativamente que se condenan los hechos vandálicos.
Eso es entender esta violencia como un hecho en sí mismo, separándolo de la raíz del problema,
viéndolo sólo como un hecho de seguridad pública, padeciendo nuestro pueblo la brutal represión
de lo que fue el estado de emergencia. Por cierto que es lamentable todo el caos social que existe,
tanto la “normalidad” del sistema imperante que estrujó al máximo al pueblo chileno, como el
caos urbano que hay en ciertos territorios del país, mayoritariamente Santiago. Nuestros Pueblos
necesitan orden, pero un orden nuevo, no el caos y la casi anarquía del gran capital, que hace y
deshace coludiéndose, evadiendo impuestos, financiando ilegalmente la política, robándose los
mares, acumulando tierras por desposesión al pueblo mapuche.
Toda esta situación ha llevado a un escenario de cierta ingobernabilidad por parte del gobierno y
en alguna medida la del Estado en su conjunto, que se traduce en la ingobernabilidad urbana en
Santiago y otras ciudades grandes de nuestro país, junto con la ingobernabilidad política
institucional y la social, donde en esta última hay una masa crítica que se está conglomerando
para realizar cabildos constituyentes con una amplitud a nivel nacional considerable. Esta energía
de ciudadanización está sobrepasando en parte las instituciones. Hay un movimiento instituyente
importante en el país que podría decantar al menos en una nueva constitución, lo cual se
vislumbra como un hecho de consenso en, incluso, parte de la derecha. Pero lo cierto es que lo
más democrático es realizar una asamblea constituyente para darle un cauce de participación y
consenso amplio tanto a la crisis de la coyuntura como la sistémica, económica y social en la que
nos han gobernado/dominado las últimas décadas.
Esto ha abierto y acelerado el escenario político, por lo que se vuelve pantanoso moverse en él.
Para ello es necesario tratar de leer bien el tablero político, analizar qué piezas hay y qué
posiciones tienen. El gobierno y parte de la derecha parlamentaria están en una posición de cerco
manteniendo el orden económico imperante, manifestándose con el estado de sitio de facto
donde las fueras de represión se enfocaron principalmente en las manifestaciones pacíficas y no
en los actos por ellos llamado vandálicos, junto con el no cambio en la agenda legislativa. Por su
lado, la movilización social (en sus tres aristas antes mencionadas) aún logra mantener una alta
presión en la agenda político-legislativa, abriéndose la posibilidad de modificaciones en el capítulo
de reformas a la constitución, para así convocar a un plebiscito junto con establecer los
mecanismos que permitirán cambiar completamente la constitución. La realización de cabildos es
la expresión más concreta del poder originario y constituyente en quienes reside la soberanía
nacional. Mi impresión es que esto ha sobrepasado la capacidad de las instituciones para procesar
el conflicto bajo los marcos de la democracia institucional.
En lo inmediato, algunas voces han manifestado que ese conflicto debe abordarse en 3
dimensiones o ejes temáticos: violación a los DDHH y acusaciones constitucionales, agenda corta
para hacer grandes reformas, y el proceso constituyente para una nueva constitución. En lo
particular, quiero centrarme en lo último, con el fin de reflexionar sobre cómo se podría ir
desarrollando el tablero político y las posibles salidas a esta crisis, considerando que escribo y
pienso desde las posiciones de quienes estamos en la movilización y protesta social.
Este contexto se está caracterizando por una dinámica disputa del poder entre lo nuevo o
instituyente (los cabildos, las ganas por una nueva constitución y un posible programa político que
surja de ello), que interpela a lo instituido (la constitución neoliberal pinochetista y las formas de
gobernanza de la transición), que podría decantar en un proceso destituyente, reemplazándose lo
viejo por lo nuevo, donde el pueblo quiere darse un nuevo orden. Este proceso durará buen
tiempo, y la derecha y parte del establishment saben que el proceso instituyente no lo van a poder
parar, pero tratarán de mantener sus mayores efectos controlados o a raya. La nueva vocera de
gobierno ha manifestado el interés del Estado por facilitar los cabildos, más no el llamado a
consulta y plebiscito para saber si se quiere o no una nueva constitución. A su vez, algunas
municipalidades están empezando con lo suyo propio respecto a los cabildos locales. En esa
dinámica estará la trampa que el gobierno pondrá, es decir, apostar a gastar las energías de
movilización vía cabildos (ya sea institucionalizados o autonómicos) para decir que el pueblo ha
sido escuchado al recoger la síntesis de sus discusiones, para luego no llamar a plebiscito y solicitar
al congreso hacer una nueva constitución o modificaciones relativamente sustantivas a la actual.
En suma, retomar más o menos la dinámica que la Nueva Mayoría había hecho con su proceso de
cabildos para una nueva constitución. Por su parte, no sabemos bien a qué arribará la disputa
parlamentaria sobre las propuestas para realizar un plebiscito sobre si se quiere o no nueva
constitución, y luego otro plebiscito donde el pueblo decida si será hecha la nueva constitución
por una AC o por el mismo congreso. Es una batalla que se dará y estaremos expectantes, pero no
de manera pasiva. Es por ello que la sociedad civil y los pueblos de Chile están auto organizando
cabildos por fuera de la institucionalidad, y ese proceso es fundamental para presionar al
parlamento para que puedan aprobar los dos plebiscitos.
Este panorama, en palabras de los mismos congresistas, esperan tenerlo claro en diciembre, y yo
estimo que por esa fecha ya se habrán realizado un par de sesiones por cada cabildo auto-
convocado, momento en que sus participantes ya tendrán un consenso sobre qué es lo que
sucede en Chile y cómo afrontar la crisis. Y si finalmente el congreso y ejecutivo no convocan a
plebiscito ¿qué otro paso debemos dar desde la movilización social? Por cierto que seguir la
protesta. Si bien va a haber fluctuaciones en la presencia de la misma, va a estar presente una
energía latente dispuesta a salir a protestar cuando la gente crea que esta crisis no encuentra
salida (si es que verdaderamente Chile despertó), pero seguiríamos en cierto inmovilismo.