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Dietrich Fischer-Dieskau

elmistagogoy el apóstata

contrapunto
altakna
DIETRICH FISCHER-DIESKAU

WAGNER Y NIETZSCHE
El mistagogo y su apóstata

Altalena
CONTRAPUNTO
Colección dirigida por ARNOLDO LlBERMAN

Traducción del alemán de


VICENTE ROMANO
Cubierta diseñada por Sedas & Graf
Edición española
© 1982 Altalena Editores S A
Cochabamba 2
Madrid 16
Primera edición noviembre 1982
ISBN 84 7475 141 1
Depósito legal M -36698-1982
Fotocoioposición de COMPHOTO
Nicolás Morales 40 Madrid 19
Impreso en España por MARCAR
Ulises 95 Madrid 33
Printed in Spain
Edición original
© 1974 Deutsche Verlags-Anstalt GmbH Stuttgart
Dietrich Fischer-Dieskau
Wagner und Nietzche Der Mystagoge und seir Abtrünniger
A G erda y H ans Erich Riebensahm
Indice
La «Obertura» de Tristán 9
El encuentro 16
Schopenhauer 28
Tribschen: «Isla de los Bienaventurados» 35
La vida con los amigos 49
Tragedia y drama musical 71
Sueños rotos 95
Preocupaciones y dudas 120
Los primeros festivales 155
Ultimo encuentro 167
La apostasía 173
Muerte en Vcnecia 208
Contra la decadencia 215
Wahnfried sin Wagner 220
Rendición de cuentas 227
Conclusión 235
Notas 239
Bibliografía 251
Empiezo este libro expresando mi agradecimiento a todos los
que me ayudaron a escribirlo. En primer lugar —no podía ser
de otra manera— a quienes antes que yo han investigado y des­
crito la vida de Richard Wagner y Friedrich Nietzsche y la rela­
ción entre ambos. En el índice bibliográfico enumero obras que
me han sido muy valiosas para mi proyecto. Algunas de ellas qui­
siera destacarlas de antemano:
Wagner-Chronik, Daten zu Leben und Werk, de Martin Gregor-
Dellin (Cari Hanser Verlag, 1972); Robert W. Gutmann, Richard
Wagner (Verlag R. Piper & Co., 1970); Ivo Frenzel, Friedrich Nietz­
sche (Rowohlt Verlag, 1966); Friedrich Nietzsche, Werkeiridrei Bran­
de, ed. Karl Schlechta (Cari Hanser Verlag, 1969).
Les estoy agradecido a todos lps que han hecho posible que
pudiera trabajar en el libro entre mis conciertos, sobre todo a mi
secretario Diether Wameck y a la señora Margot Adrion, que copió
el manuscrito, así como a mi hermano, el Dr Joachim Fischer-
Dieskau, y al Sr Heinz Friedrich por sus consejos críticos.
El lectorado y la sección de producción de la editorial le han
prestado el mayor cuidado a la obra.

Dietrich Fischer-Dieskau
7
Prólogo

Este libro pretende perfilar de nuevo la memorable relación


entre dos gigantes de nuestra historia cultural. En primer plano
aparece necesariamente la constelación existente entre ambos hom­
bres y con su tiempo, las postrimerías del siglo XIX. Tenía que
relegarse la consideración de sus obras y las consecuencias de és­
tas para la vida intelectual.
Para el autor, el atractivo y el efecto de Wagner para Nietz-
sche están íntimamente entrelazados con las ambiciones de com­
posición musical del filósofo, aspecto éste de la creación nictzscheana
del que todavía son poco conscientes los lectores de sus escritos.
Sin embargo, en la percepción y apreciación de la componente
«Nietzsche como músico» debe admitirse también por qué se acer­
can dos individualidades contrapuestas a quienes, más allá de un
corto acercamiento, sólo les fue dada una «amistad estelar».
Esta perspectiva específica y el trato familiar del autor con las
manifestaciones musicales de ambos maestros pueden justificar
el hecho de que sea un músico el que se haya atrevido a pintar
este retrato doble.

8
La «Obertura» de Tristán

Cuando Sócrates esperaba la muerte en la cárcel, tuvo una vi­


sión que le dijo: «¡Sócrates, haz música!» Cierto, el viejo creía
que con su filosofía había servido siempre al arte, pero, apremia­
do ahora por esa voz misteriosa, puso fábulas en verso, compuso
un himno a Apolo y se puso a tocar la flauta. De cara a la muer­
te, filosofía y música recorrieron juntas un trozo del camino.
La historia de la filosofía revelaba, sin embargo, que la falta
de conocimientos especiales y de intuición artística separaba a los
filósofos de la música. Mas, en el fondo, para la música y los mú­
sicos era indiferente lo que los filósofos reflexionaran sobre el ar­
te, que vieran en ella «la idea del mundo», la «voluntad» o una
«imagen» del mundo. Hasta que el filósofo no fue él mismo lo bas­
tante artista y sobre todo músico no pudo comunicarse los pensa­
mientos que influyeron decisivamente en el destino de la música.
Antes de Nietzsche, la especulación intelectual hizo abstrac­
ción de casi toda consideración filosófica de la música. La discu­
sión teórica se agotaba en la exposición de lo técnico-musical en
músicos que, como Karl Phillip Emanuel Bach o Leopold Mo-
zart, sirvieron a la praxis intentando transmitir a la posteridad
la base de su talento. A su lado floreció una consideración poéti­
ca de la música que se esforzó por despertar en el laico una com­
prensión puramente emocional. Con Nietzsche se presentó en la
palestra un pensador para el que la música se había convertido
en vivencia existencial dominante. El proceso de creación artísti­
ca y filosófica eran idénticos en su persona. Pues había iniciado
su carrera como músico.
El 15 de octubre de 1844, cuando Richard Wagner termina­
9
ba precisamente su esbozo orquestal del ‘Tannháuser’ en la no
muy lejana población de Loschwitz, Friedrich Nietzsche vino al
mundo como primogénito del párroco Karl Ludwig Nietzsche y
su esposa Franziska, nacida Oehler, hija también de otro párro­
co, en Rócken, cerca de Lützen, provincia de Sajonia. En 1849
murió ya el padre por ‘reblandecimiento cerebral’, como rezaba
el diagnóstico de los médicos que lo trataron. Después de que en
1850 hubo muerto también el hermano de Friedrich —de espas­
mos de dentición—, la familia se trasladó a casa de la abuela, tam­
bién viuda, en Naumburg an der Saale. Friedrich entró allí en
la escuela pública de muchachos, donde estableció sus primeras
amistades con Wilhelm Pinder1 y Gustav Krug2*. Junto con ellos
pasó en 1851 a una escuela privada preparatoria del instituto ca­
tedralicio, recibiendo el curso quinto en 1854.
El alumno Nietzsche tenía razón para estar orgulloso de su
instituto, Schulpforta de Naumburg. Representantes venerables
del ‘pueblo de poetas y pensadores’, como Klopstock, Fichte,
Schlegel y Ranke, se habían sentado en aquellos pupitres. Pero
las sombrías aulas, los rígidos semblantes de sus maestros, los con­
discípulos mucho más viejos, que miraban'despreciativamente al
‘novato’, lo hicieron en un principio tímido y asustadizo. Poco
a poco se fue afirmando. Por esa época empezaron a germinar
especialmente algunos intereses entre los que la inclinación por
la música sería fatal para él. La música se remonta a sus nueve
años, cuando, ‘incitado por una casualidad especial’, empezó a
componer, «si es que se puede llamar componer a los esfuerzos
del excitado niño a poner en el papel sonidos concordantes y se­
guidos y a cantar textos bíblicos con un acompañamiento fantás­
tico del pianoforte».
Sus estudios se veían entorpecidos una y otra vez por dolores
de cabeza y de ojos, de suerte que en el verano de 1850 tuvo que
abandonar temporalmente la escuela. En octubre de 1858 obtu­
vo a sus catorce años una plaza gratuita de interno en la escuela
de Pforta. La rígida disciplina de ésta constriñó su agilidad inte­
lectual, que intentaba recuperar durante las vacaciones. En el otoño
de 1860 Nietzsche creó, juntp con Pinder y Krug, una pequeña
asociación literario-musical, la ‘Germania’. Sus estatutos obliga­
* Todas las notas figuran al final del libro.
10
ban a cada socio a presentar mensualmente a crítica recíproca un
trabajo de composición musical y otro literario. Con los escasos
recursos disponibles se pagaba la suscripción de la ‘Zeitschrift für
Musik’, cuya lectura incidió de forma esencial en el gusto musi­
cal de los tres. La revista, dirigida por Brandel3, era la única que
defendía entonces a Wagner y a su obra. Así es como se dirigió
la atención de los jóvenes hacia este compositor. Fue Gustav Krug
quien a finales de 1861 adquirió con las últimas monedas de la
‘Germania’ una partitura para piano de ‘Tristón e Isolda’, de
Wagner, y Nietzsche la colocó en el atril del piano. Desde ese mo­
mento se ganó para la música de Wagner a Nietzsche, hasta en­
tonces exclusivamente orientado hacia las obras clásicas y de co­
mienzos del romanticismo, y los sonidos que en sus fantasías le
sacó al piano llevaban desde ahora un carácter sospechosamente
nuevo. Sobre esta actividad musical de Nietzsche, su improvisa­
ción y fantasía en el piano, han informado con entusiasmo, ade­
más de su hermana, Deussen1, von Gersdorff5, Kretzer6, Peter
Gast7 y von Seydlitz*. Según Gast, su toque era de gran intensi­
dad, aunque sin ser duro, de gradación variadísima y de efecto
orquestal, lo que denuncia su estilo de tocar orientado por la par­
titura para piano.
Los dolores de cabeza de Nietzsche aumentaron durante los
años siguientes. En el registro de enfermos de Pforta puede leerse
lo siguiente: «Nietzsche es un hombre enérgico, rechoncho, de mi­
rada hosca, miope y con frecuentes dolores de cabeza. Su padre
murió joven de reblandecimiento cerebral y el hijo fue engendra­
do a edad avanzada, cuando el padre ya estaba enfermo. Toda­
vía no se ven síntomas graves, pero es necesario tener en cuenta
los antecedentes.» No obstante, Nietzsche aprobó el bachillerato
en 1864 con ‘sobresaliente’ en las asignaturas principales; tan só­
lo tuvo un suficiente en matemáticas. Su trabajo de fin de curso
«De Theognide Megarensi» fue un intento de exposición global
del hombre Theognis de Megara9 y su obra poética. Este tema
le interesó tanto que lo prosiguió durante sus años de estudios uni­
versitarios. Así que al final de su época escolar se caracterizó por
un destacado rendimiento en el campo de la filología.
Siguieron en Bonn dos semestres de filología clásica poco pro­
vechosos. En los círculos estudiantiles de esta ciudad apenas po­
día encontrarse a gusto un hombre que se describe de la siguiente
11
manera: «Serio, fácilmente inclinado a los extremos, sí apasiona­
damente serio en la diversidad de las relaciones, en la tristeza y
en la alegría, incluso en el juego.» De todos modos el invierno
de 1864/65 le proporcionó en Bonn el encuentro con el arte de
Clara Schumann10, cuya interpretación de Mozart, Chopin y
Mendelssohn le causó una profunda impresión. Robert Schumann
ocupó el primer plano de su interés. Sus propias composiciones
llevan huellas de ello: ocho Heder según textos de Petófi y Cha-
misso, así como ensayos de música de Manfred". Actuó también
como corista en el Festival Musical del Rhin y figuraba entre sus
compañeros como una autoridad en el campo de la música.
El efecto de algunas piezas de música lo cstetizó Nietzsche,
todavía enteramente romántico, del modo siguiente:
La más sublime exaltación — gloria en la Misa de Beet-
hoven. Embriaguez genial de champán — fantasía de Beet-
hoven. Extasis cristalino — Canto de los muchachos biena­
venturados en el Fausto de Schumann. Impulso vital con
recordatorios dispersos — última parte de la séptima sinfo­
nía de Beethoven (báquico-órfico). Cálida autocompasión
— A ti, intocable, Fausto de Schumann. Estos son los efec­
tos que para mí hacen valiosa e inolvidable una pieza de
música.
Durante la Semana Santa de 1863 llegó a componer un trata­
do en dos partes sobre ‘Lo demoníaco en la música’. Mucho más
tarde, en ‘Ecce homo’, dice lo siguiente: «Desde el instante en que
hubo una partitura del Tristán para piano (mi enhorabuena, Herr
von Bülow) fui wagneriano.» Una y otra vez se planteaba Nietz­
sche la pregunta: ¿Qué es romanticismo musical? ¿Es fin, inci­
dente, preparación o transición? A su respuesta, en la que sospe­
chaba la clave del futuro de la música, le dedicó Nietzsche su vi­
da como filósofo. El mismo, romántico por excelencia, se convir­
tió en negador del romanticismo cuando, desde la negación, pre­
tendía hallar el camino al sí liberador, anticipándose así a un te­
ma que ocuparía la primera mitad de nuestro siglo.
Nietzsche padeció la enfermedad romántica en sí mismo. Sien­
do escolar recibió determinadas impresiones de Jean Paul, y amaba
la música de Schumann por encima de todo. Pero lo característi­
12
co es que le desagradaron el ‘Oberon’ y el ‘Freischütz’ de We-
ber. Fue Wagner el que ahogó su entusiasmo por Schumann.
Lo que cautivó a Nietzsche fue, en primer lugar, la vuelta del
romanticismo respecto del presente cotidiano. Aquí halló eco su
tendencia a la exaltación. Parecía desterrado todo lo prosaico. En
vez de la adoración a la razón se encontró con el culto al senti­
miento. Sobre todo la música alemana le parecía el templo de
la fantasía y de la nostalgia metafísica, con más éxito que to­
dos los .ittiM.is de la palabra. Mas, simultáneamente, se agitaban
dudas acerca de la máxima romántica de que el destino de la mú­
sica era despertar sentimientos. ¿No tenía que ser la misión de
la música realizarse a sí misma? ¿No se trataba de una misión
músico-biológica, en lucha constante con los errores románticos?
Tales dudas las refutaba el efecto de la música, la.cual parecía
una encarnación de ese algo inconcebible que sólo la música pue­
de transmitir al hombre. Era precisamente esta cualidad de la mú­
sica la que habían sacado a relucir los románticos. Jamás se ha­
bía revelado de manera tan incondicional el alma de la música
como en el romanticismo, el cual equivale a una última grada­
ción, quizá no de los sentimientos, pero sí de su sensibilidad. Con­
secuentemente, de estos nexos se derivaba para Nietzsche la cues­
tión de: ¿Por qué culmina la música alemana en la época del ro­
manticismo alemán?
Las fugas y sonatas hallaron su perfección con Bach y Beet-
hoven. Ahora, los compositores buscaban nuevas posibilidades de
expresión. Con el romanticismo entró el dominio de la lírica en
la música. En las formas pequeñas, en la miniatura, es donde,
en primer lugar, se dio con la expresión adecuada para las emo­
ciones íntimas del alma. Schubert, en su calidad de mediador en­
tre la vieja y la nueva época, dio al lied nuevas dimensiones y
creó la pieza poética para piano. También la ópera participó en
la revolución musical: lo inasequible, singular, exótico del tea­
tro, su armonía entre fantasía y realidad requerían inclinaciones
y emociones místicas como visiones escénicas. El amor a lo enig­
mático se transformaba, a su vez, en misticismo cristiano, la mú­
sica glorificaba el catolicismo de los sentimientos. Podía conjurar
espíritus, y al oponerse al dominio de la razón pura, la creativi­
dad de los románticos se convertía en protesta. El acento de los
sentimientos tuvo, por consiguiente, su cristalización más pura
13
precisamente en la música. Pese a todos los reparos, Nietzsche
tenía que admitir que, como romanticismo, la música alcanzó su
mayor madurez y plenitud de formas. Claro que, en su opinión,
el movimiento romántico sólo podía completarse como música;
en la literatura se había quedado en mera promesa. Si la música
hablaba de animación natural, ocaso, escisión, nostalgia eterna,
misterio y sueño, también era la defensora de los ideales román­
ticos y tenía que desarrollarse hasta llegar a ser lo que Nietzsche
odiaba en ella, a saber, la «menos griega de todas las formas del
arte». Claro que él apenas podía escapar a su profusión de senti­
mientos y a su extravagancia, tal como se manifiestan en el pre­
ludio de ‘Tristán’. En octubre de 1868 escribía lo siguiente a Er-
win Rohde,J: «No me atrevo a comportarme críticamente frío
ante esta música; me tiembla cada nervio, y desde hace mucho
tiempo no he tenido un sentimiento permanente de arrobamien­
to como el experimentado en la antes mencionada obertura.»
El estudio de la filología clásica en Bonn se veía perturbado
por la disputa entre los dos maestros Ritschl y Jahn. Tras ciertos
acontecimientos escandalosos, Ritschl se retiró a Leipzig y fue allí
donde Nietzsche, que le siguió en el otoño de 1865, volvió a en­
contrarse a sí mismo. El efecto directo del preludio de ‘Tristán’
pudo vivirlo ahora Nietzsche personalmente: en un concierto de
la Sociedad Euterpe de Leipzig. Hasta entonces sólo lo había co­
nocido por el arreglo para piano. El acontecimiento se efectuó en
el otoño de 1868, esto es, en una época en la que solamente unos
cuantos se interesaban aún por la sensación de semejante arte di­
soluto. Más tarde, Nietzsche superó también a Wagner, cuando
el gran público empezó a ocuparse de este arte.
Wilhelm Pinder ofrece un cuadro acertado de las discusiones
con los amigos, el cual, titulado ‘La música, hija de la poesía’,
contiene las frases siguientes:
No se puede reprender como quimeras el deseo de unión
de las diversas artes, pues, aunque el espíritu de un solo in­
dividuo no la llevase a cabo, puede, no obstante, efectuarse
si un artista le da la mano al otro y se une con ternura a
sus logros. Nunca podrá alcanzarse la unión armónica de
todo lo que hasta ahora ha estado separado, la obra de arte
del futuro es y sigue siendo un ideal irrealizable.
14
Nietzsche y Krug se oponían enérgicamente a este punto de
vista. Como cronista de su opinión y de la de Nietzsche, Krug
afirmaba:
Yo me pregunto, ¿por qué no debe alcanzarse? ¿No ha
puesto ya de manifiesto el mismo Wagner en ‘Tristán e Isol­
da* y en ‘Los Nibelungos’ que ha realizado prácticamente
su teoría? ¿Dado que en estas obras la poesía y la música
van íntimamente unidas, no sería también posible que el can­
tor se convierta en verdadero actor? ¿No tenemos a la
Schróder-Devrient13 y a la Johanna Wagner14 como ejem­
plos de que en una cantante excelente puede darse también
un actriz excelente?
Pinder se remite al editor de la revista, Brendel, quien había
escrito: «La ópera anterior encerraba la contradicción de preten­
der el concurso de todas las artes, pero no hacía justicia a su pe­
culiaridad. La obra de arte del futuro es la solución de esta con­
tradicción. Ahora también va en serio lo del concurso de las de­
más artes.»

15
El encuentro

Como los padres de los amigos Wilhclm Pinder y Gustav Krug


detestaban la música de Wagner, el arreglo del Tristán se tocaba
durante las vacaciones en casa de la madre de Nietzsche, para
quien la música sonaba también horrorosa. «¡Todo el mundo de­
bería estar encantado con ella!», oía clamar Elisabeth a su her­
mano. La madre de Nietzsche opinaba:
No, de ningún modo; por todas partes oigo decir cómo
los mejores conocedores de la música la rechazan. Por ejem­
plo, hay un círculo musical de Leipzig que se reúne en el
salón de la Sra Frege el cual no quiere oír un solo tono de
esta música. Sin embargo, cuando un artista extranjero, des­
conocedor de esta inclinación, empezó a tocar algo de Wag­
ner en el salón, tuvieron que llevarse desmayada a la Sra
Frege, y también los otros se sintieron miserablemente.
Nietzsche admitió lacónicamente que la música de Wagner era
difícil de entender. Los Frege mencionados por la madre de Nietz­
sche habían albergado hacía años al joven Hans von Bülow, y ha­
bían hecho la vida difícil a este ‘músico del futuro’ con su gazmo­
ñería musical. Sin embargo, el entusiasmo de Nietzsche no era
ciego, como demuestra una carta escrita a Gersdorff el 11 de oc­
tubre de 1866:
He practicado poco la música, ya que carezco de piano
en Kósen. Me ha acompañado, en cambio, el arreglo para
piano de la ‘Valquiria’ de R. W., sobre la que tengo sensa­
ciones tan mezcladas que no puedo emitir ningún juicio. Las
grandes bellezas y virtudes se ven anuladas por fealdades
y defectos igualmente grandes.
16
En la misma carta vemos que Wagner se ocupaba de una ópera
de Hohenstaufen en honor del ‘afectuoso protector de su vida’,
Luis II de Baviera, conteniendo la chocante frase de: «No perju­
dicaría nada en absoluto que el ‘rey se marchase con Wagner’
(que se marchase en el sentido más atrevido de la palabra). Pero,
naturalmente, con una renta vitalicia decente.»
Con la subida al trono del rey bávaro, Luis II, a los dieciocho
años, había subido la buena estrella de Wagner hacía algunos años.
Un mensajero enviado por el gobierno bávaro visitó a Wagner
el 2 de mayo de 1864 cuando pensaba desaparecer para escapar
de sus acreedores de Viena. Apartado, como en un cuento, a re­
giones donde no había deudas ni acreedores, el compositor veía
la posibilidad de dedicarse únicamente a sus objetivos artísticos
y reunir en torno suyo a quienes se habían confirmado ya como
sus paladines. A ninguno de los participantes podía ocultársele
que la situación creada por la anómala relación entre el rey y Wag­
ner tampoco carecía de peligro para los convocados por él y exi­
gía cuidado. Hans von Bülow15, uno de los amigos más próxi­
mos, también era consciente de ello. Los muniqueses creían te­
ner asegurada su relación artística, adoraban a su director gene­
ral de música, Franz Lachner, amigo de Wagner, y para muchos
de ellos el entusiasmo del joven rey les debía parecer en un prin­
cipio un capricho real. Sabían poco de la grandeza de Wagner,
y mucho más de su arrogancia y despilfarro. Que el rey hiciese
frente a las deudas de Wagner y le regalase una casa, podía pa­
sar. Pero que se encargase al arquitecto Gottfried Semper16 la
construcción de un teatro para festivales no sólo despertó la asom­
brada indignación de los burgueses mezquinos, sino también la
preocupación de la administración financiera real.
Al mes escaso del concierto vivido por Nietzsche en Leipzig,
llegó Wagner a esta ciudad procedente de Munich, en un miste­
rioso viaje de incógnito, y se alojó en casa de su cuñado, el profe­
sor Hermann Brockhaus y su mujer Ottilie. Nietzsche conocía al
matrimonio Brockhaus desde hacía algún tiempo y frecuentaba
su casa. El 9 de noviembre de 1868 se hallaba del mejor humor:
por la mañana había visitado al redactor jefe Zarncke17 y discu­
tido con él la ‘provincia de la reseña’ que le había transferido en
calidad de colaborador libre en su periódico, debiéndose ocupar
de toda la filosofía griega, a excepción de Aristóteles. De vuelta
17
a su habitación, se encontró con una carta de su amigo Rolul<
La amistad con el hamburgués, un año más joven que él, tuvo
una gran importancia. Más que su fugaz amor con Hedwig Raa-
be, actriz que actuaba en Leipzig durante el verano de 1868 y
cuyas facultades eran generalmente admiradas. El tímido joven
Nietzsche veneraba a la dama desde lejos y su exaltación se tra­
dujo en la composición de algunos cantos que él le hizo llegar pro­
vistos de una dedicatoria. Esta vivencia amorosa caracteriza la
relación no libre, distanciada y —hasta la relación con Lou von
Salomé"— sin implicaciones de Nietzsche con las mujeres. Con
Rohde había entrado en su vida una personalidad que no sólo se
contentaba con mera admiración y aprobación, sino que más bien
le parecía igual a la suya en algunos aspectos. Lo mismo que Nietz­
sche, Rohde había estudiado en Bonn durante el verano de 1865;
desde allí visitaron juntos el festival de música de Colonia. Lo mis­
mo que Nietzsche, Rohde había seguido al profesor Ritschl a Leip­
zig, donde se desplegó por primera vez la amistad con Nietzsche.
Rohde, interesado también en la filología antigua, suscitaba ar­
dientes debates en los que su discutible polémica ofrecía la otra
cara del ser de Nietzsche.
La carta de Rohde, con cuya lectura dejamos a Nietzsche, ha­
blaba de su mal estado y peor humor. El amigo se enfadó mucho
y se alegró de tener algo que hacer por la noche. Debía celebrarse
la primera conferencia de una asociación de estudiantes de filolo­
gía, fundada por el amigo, durante el semestre en curso. Nietz­
sche buscaba la oportunidad de ‘iniciarse en las armas académi­
cas’ y fue para hablar y, para placer suyo, se encontró con una
‘masa negra’ de cuarenta oyentes. El compañero Heinrich
Romundt" quedó encargado de observar cómo eran y qué efec­
to producían la conferencia, la voz, el estilo y la disposición de
Nietzsche. Con la sola ayuda de una pequeña papeleta, Nietz­
sche habló libremente sobre las sátiras de Varrón y el cínico
Menipo20. Al final de su intervención, Nietzsche tenía la sensa­
ción de: «¡Saldrá bien esta carrera académica!» Al llegar a casa
encontró un papel con esta escueta noticia: «Si quieres conocer
a Richard Wagner, ven a las cuatro menos cuarto al Café Thea-
tro. Windisch.» Inmediatamente se le olvidó el triunfo anterior;
la cabeza de Nietzsche zumbaba de excitación.
Días más tarde, encontró en el lugar de reunión indicado al
18
honrado Windisch, que le dio informaciones sobre la situación.
Esta vez, la prensa locuaz y, por lo demás, informada siempre de
las apariciones de Wagner, no había recibido nolicia ninguna de
su llegada, puesto que Wagner llegó de riguroso incógnito a casa
de sus parientes de Leipzig. A los criados de los Brockhaus se les
impuso el silencio incondicional: ‘Tumbas de librea’, los deno­
mina Nietzsche en secreto. La hermana de Wagner, descrita por
él como ‘mujer tímida’, le presentó también al asombrado prodi­
gio a su amiga Sophie, mujer del profesor de filología de Bonn
Friedrich Ritschl, aprovechando al hermano para presumir ante
la amiga y viceversa. A ruego de la señora Ritschl, Wagner tocó
un lied compuesto por Nietzsche, manifestando su alegría y ad­
miración por ello. Luego expresó su decidida voluntad de cono­
cer a Nietzsche de incógnito, recomendando que se le invitase para
el viernes siguiente. Windisch balbuceó que el joven no podía por
imperdírselo el cargo, los deberes y compromisos. Así que le pro­
puso a Wagner el sábado.
Nietzsche llegó puntualmente con Windisch a casa de los Brock­
haus. Encontraron a la familia del profesor, pero faltaba Wag­
ner: había salido, cubierto con un enorme sombrero. La ‘exce­
lente familia’ invitó amablemente a Nietzsche para la noche si­
guiente. Nietzsche calificó su estado de ánimo durante estos días
como ‘novelesco*. La preparación de este conocimiento le pare­
cía casi un cuento, puesto que sabía de las dificultades para acer­
carse al origina] Wagner. Creyendo que se había invitado a mu­
cha gente, decidió lucirse y se alegró de que su sastre le hubiera
prometido un traje nuevo precisamente para el domingo.
El día de la invitación llovía y nevaba mucho, así que no pu­
do calmarse la excitación con un paseo. A Nietzsche le vino bien
que por la tarde lo visitase un compañero que discutió con él el
tema de su tesis doctoral, ‘Evolución del concepto de Dios en Aris­
tóteles’, así como el de Dios en la filosofía. Anochecía, el sastre
no llegaba y el compañero se marchó. Nietzsche lo acompañó bas­
tante nervioso, buscó al sastre y vio a todos los oficiales ocupados
con su traje. Se le prometió enviarlo en tres cuartos de hora. Más
tranquilo ya, Nietzsche se metió en un café, abrió el ‘Kladdera-
datsch’21 y halló con cierto malestar una noticia, que Wagner es­
taba en Suiza y que en Munich se construía una hermosa casa
para él. Nietzsche estaba mejor enterado: esta noche vería al maes­
19
tro. También había oído decir que ayer había llegado una carta
del rey Luis, dirigida ‘Al gran poeta alemán de los sonidos Ri­
chard Wagner’.
Al llegar a casa no encontró a ningún sastre, mas, tras leer
algo de una tesis doctoral sobre Eudokia” , sentía como si alguien
estuviese ante la vieja cancela de hierro. Como se hallaba cerra­
da, igual que la puerta de la casa, Friedrich le gritó a la figura
que se hallaba al otro lado del jardín el nombre de un lugar de
reunión. Toda la casa se puso en movimiento y, por fin, se abrió
la puerta, entrando en la habitación de Friedrich un hombrecillo
con un paquete. ¡Efectivamente, el hombre traía el traje! El reloj
marcaba las seis y media, hora más que sobrada para vestirse.
Una vez comprobado que el traje le sentaba bien, el hombre le
presentó la factura y pidió que se le pagase inmediatamente. El
asombrado Nietzsche empezó a discutir con él; no era ninguno
de sus empleados sino el sastre el que recibiría el dinero. El hom­
bre y el tiempo apremiaban. Al intento de ponerse el traje res­
pondió el extraño con violencia. Nietzsche luchaba en mangas de
camisa.
Finalmente, ostentación de dignidad, amenaza solem­
ne, maldición de mi sastre y de sus ayudantes, juramento
de venganza: mientras tanto se aleja el hombrecillo con mis
cosas. Fin del segundo acto: medito en el sofá, en mangas
de camisa, y observo una chaqueta negra. ¿Bastará para
Wagner? Fuera llueve a cántaros.
Acto seguido se lanza en la noche, sin frac, pero lleno de
tensión.
Entró con Windisch en el confortable salón de la familia Brock-
haus. No estaban presentes más que los miembros más íntimos
de la familia y Richard Wagner. Una vez presentado, el joven
recién llegado, de negra melena, pronunció unas breves palabras
de veneración. Wagner, a quien generalmente le interesaban las
personas por referencia a su propia persona, se interesó ensegui­
da por saber hasta qué punto conocía Nietzsche su música. Lue­
go lanzó improperios contra todas las representaciones de sus ópe­
ras, salvo las de Munich, y se divirtió de los directores de orques­
ta. Estaba alegre y animado aquella noche, el círculo de la fami­
lia Brockhaus le hacía bien. En el mejor sajón, por ser ‘nativo’,
20
imitaba a los directores medios que gritaban a sus orquestas ya
dormidas: «¡Señores, ahora viene la pasión! ¡Señores míos, un
poco más de pasión!» El estudiante reía con los demás, encontra­
ba al famoso divertido y humano.
¿Cómo había transcurrido la vida de Wagner hasta este mo­
mento? A menudo se ha escrito con todo detalle a este respecto,
de suerte que podemos contentarnos aquí con algunos datos prin­
cipales. El año de nacimiento de Hebbel y de Otto Ludwig, po­
cos meses antes de la gran batalla de los pueblos, Richard Wag­
ner vino al mundo el 22 de mayo de 1813 en la casa del «León
rojo y blanco», en el Brühl de Leipzig, como hijo del funcionario
superior de policía Friedrích Wagner. En noviembre de ese mis­
mo año murió el padre de Richard, y la madre se casó con un
amigo de la casa, el actor Ludwig Grever. Como la familia se tras­
ladó a Dresden, él muchacho, que a los seis años perdió también
al padrastro, ascendido mientras tanto a actor de corte, entró muy
pronto en contacto con el teatro, teniendo en cuenta también que
su hermana Rosalie y su hermano Albert se hicieron actores. El
trato con el tío Adolf, que tenía intereses literarios, fomentó asi­
mismo los intereses artísticos del joven. En 1831, año de la muer­
te de Hegel, se matriculó Wagner en la Universidad de Leipzig
como ‘studiosus musicae et philosophiae’, permaneciendo en ella
durante cuatro años. Su formación en la técnica musical la reci­
bió con el cantor de Santo Tomás, Weinlig13.
Desde muy temprana edad se dedicó a los ensayos poéticos
y musicales. A los once años compuso una poesía premiada sobre
la muerte de un condiscípulo, y siendo adolescente tradujo can­
tos completos de la Odisea y escenas de los dramas de Shakespea­
re. También llevó al papel una tragedia titulada ‘Leubald’, en la
que aparece nada menos que 104 veces la palabra ‘canalla’ y cu­
yos personajes mueren casi todos antes del último acto, de mane­
ra que algunos tenían que reaparecer como espíritus. A los dieci­
nueve años se ejecutó, en 1832, una obertura en re menor, una
sinfonía en do mayor en la Gewandhaus y una escena con aria
en el Teatro de Leipzig.
La carrera del joven músico empezó con los años de viaje y
de director. En Würzburg se confirmó como director de coro, en
Magdeburg, Kónigsberg y Riga manejó la batuta de director de
orquesta. Debido a la disolución de estos tres teatros se vio obli­
21
gado una y otra vez a viajar. El Teatro Municipal de Leipzig le
rechazó a los veintiún años su primera obra ‘Las hadas’. A los
veintitrés años tuvo que ver cómo se retiró, tras una sola repre­
sentación, su segunda ópera, ‘Das Liebesverbot’. En Kónigsberg
se casó con la actriz Minna Planer, dos años mayor que él. Ini­
cióse así un matrimonio caracterizado por roces que habrían de
duran decenios. Una estancia transitoria en París no supuso nin­
guna posibilidad para afirmarse, pero produjo una obertura de
‘Fausto’. A los treinta años encontró un puesto como director áuli­
co de la orquesta de corte, vivió las representaciones de sus ópe­
ra. ‘Rienzi’, ‘Der fliegende Hollánder’ (El holandés errante) —que
desapareció, tras cuatro representaciones, de los escenarios du­
rante 22 años— y ‘Tannháuser’. En 1848, arrastrado por la ola
política del día, el músico pronunció un discurso en la Asociación
Patriótica de Drcsden, que aspiraba a ser república. Al año si­
guiente participó en la rebelión popular de Dresden, fue deste­
rrado como ‘individuo políticamente peligroso’ y buscado por la
policía. A través de Weimar huyó a Suiza, desde allí a París, afin­
cándose finalmente en Zurich, donde entró en trato con
Herwegh24, Wille” y Gottfried Keller26. Los trabajos literarios
ocuparon el tiempo que va desde 1849 a 1851, año de la primera
representación de su ‘Lohengrin’ con Franz Liszt en Weimar,
quien ya había dirigido allí el ‘Tannháuser’. A los 40 años, Wag-
ner se ocupaba de los textos y de la composición del Anillo del
Nibelungo, a los 44 se mudó a la casa de campo que le había de­
jado ‘para siempre’ Otto Wesendonk en la Colina Verde, cerca
de Zurich, compuso el ‘Tristán’ e inició su musicalización, que
terminó dos años más tarde en Venecia y Lucerna. Entre 1859
y 1866 tuvieron lugar el traslado a París, los conciertos dados en
esta ciudad y, por orden del emperador Napoleón, la primera re­
presentación francesa del ‘Tannháuser’, interrumpida con mu­
cho ruido. En 1862 oyó Wagner por primera vez, en Viena, su
‘Lohengrin’, y en el mismo año publicó el texto poético de los
‘Meistersingcr’ (Maestros cantores). A pesar de los 77 ensayos,
no se efectuó ninguna representación del ‘Tristán’ en Viena. A
los 55 años lo llamó a Munich Luis II. Wagner estaba jubiloso,
libre de la presión de las deudas: «Ahora se ha ganado todo, se
ha superado mi esperanza más audaz.»
El año en que conoció a Nietzsche se celebró la primera rc-
22
presentación de los ‘Maestros cantores de Nurenbcrg’ bajo la di­
rección de Hans von Bülow. Wagner tocó los pasajes más desta­
cados de la ópera nueva, todavía desconocida en Leipzig, en casa
de los Brockhaus, imitando todas las voces y en un estado muy
relajado.
Es un hombre fabulosamente animado y fogoso, que ha­
bla muy rápido, es muy chistoso y alegra mucho a una reu­
nión de este tipo privado. Mientras tanto, tuve con él una
larga conversación sobre Schopenhauer. ¡Tú comprendes el
placer que suponía para mí oírle hablar con un calor indes­
criptible acerca de lo que le debía, de cómo era el único fi­
lósofo que había reconocido la esencia de la música! Luego
se informó de cómo se portaban ahora los profesores con él,
se rió del congreso de filósofos de Praga y habló de los ‘cria­
dos filosóficos’. Después leyó un pasaje de su biografía, que
escribe en la actualidad, una escena sumamente deliciosa
de su vida estudiantil en Leipzig, en la que todavía no pue­
do pensar sin reírme. Además, escribe con extraordinaria
habilidad y riqueza intelectual. (Nietzsche a Erwin Rohde.)
Al marcharse, ya en la calle, Wagner estrechó calurosamente
la mano al joven estudiante de filología y lo invitó a visitarlo para
practicar con él la música y la filosofía. También le encomendó
que diese a conocer su música a la hermana y a los parientes. Es­
te brillante Nietzsche, apenas un año mayor que el regio amigo
Luis de Baviera, causó una profunda impresión en Wagner, que,
a su vez, era aproximadamente de la misma edad que el fallecido
padre de Nietzsche.
La amistad provocó, en primer lugar, que Nietzsche leyera
con entusiasmo las poesías y escritos estéticos de Wagner. Lo que
muy pocos miembros de las generaciones posteriores sabían y de
lo que Nietzsche enseguida se dio cuenta, fue de la admiración
de Wagner por la Antigüedad. En 1872 Wagner hizo esta profe­
sión de fe en una carta dirigida a Nietzsche:
No creo que pueda haber existido muchacho ni adoles­
cente más entusiasmado que yo con la antigüedad clásica,
cuando visitaba la escuela Kreuz de Dresden. Me encanta­
ba sobre todo la mitología y la historia griega, por lo que
23
me sentía muy atraído por el estudio del griego, al que me
dedicaba evitando en lo posible el latín. No puedo juzgar
hasta qué punto procedí regularmente en esto.
Sillig, su maestro preferido, le recomendó con toda seguridad
la filología. Pero parece que las inclinaciones de Wagner en este
sentido no eran lo bastante profundas, pues se esfumaron pron­
to. A lo sumo su reaparición ocasional hacía que Wagner tomase
conciencia de que la educación y el entorno reprimían algo en él.
Naturalmente vinculaba la indicación al alivio que significaba siem­
pre para él sumergirse en la Antigüedad con la afirmación de que
Mendelssohn27 tampoco debería haber puesto música a los dra­
mas de Sófocles, como hizo él mismo. Eli ‘respeto por el espíritu
de la Antigüedad’ se lo habría impedido.
En la misma carta, Wagner expresa de forma lúcida la opi­
nión de que «la filología actual no ejerce ninguna influencia en
el nivel general de la formación humana» y «no hace sino propor­
cionar filólogos que, en puridad, sólo son útiles entre ellos mis­
mos». Igualmente, la ocupación con la antigüedad griega, que con­
tribuyó a formar al joven Wagner y le parecía apropiada para la
carrera de filología, no tuvo influencia digna de mención en la con­
figuración de su obra. Habría que mencionar únicamente la
indicación nacionalista con que Wagner conjuraba el modelo he­
lenista en la presentación de la obra de arte que él se imaginaba
para el futuro. Opinaba que ese modelo podía hacer madurar el
conocimiento de que el arte formador de la esencia de un pueblo
nace de las necesidades del pueblo como quintaesencia de todos
los que sienten una necesidad común.
Distinta, sin acentos nacionalistas, fue la evolución de Nietz-
sche, que partió desde los monumentos lingüísticos del espíritu
griego y se mantuvo dominado por ellos. El discurso inaugural
de Basilea desembocaba, más tarde, en la confesión de «que toda
actividad filológica debe ser redondeada y cercada por una ideo­
logía filosófica en la que todo lo individual y aislado se evapora
como rechazable y sólo se mantiene el todo y lo unitario». Entre
los antecedores espirituales de Nietzsche se cuentan filósofos co­
mo Heráclito18, cuyo principio de 'todo fluye’ critalizó como rit­
mo de vida en la metafísica de Nietzsche, sobre todo en la frase:
«Sólo quien cambia sigue vinculado a mí.» El eco de la doctrina
24
de Empédocles” sobre el amor y el odio de los elementos resue­
na también en la teoría de Nietzsche, al decir que también el mal,
es decir, lo negativo, forma parte de los principios de crecimiento
del hombre y del mundo. En el mundo mental de los primeros
tiempos griegos radica ñnalmente el anuncio nietzscheano del re­
greso eterno, aunque elevado a lo ético. Su ‘Zaratustra’ refleja,
a su vez, a los estoicos en su insistencia en la libertad interior,
el orgullo y la dignidad.
A comienzos de 1869 volaron, con el viento de una gran espe­
ranza, los planes de Nietzsche del año anterior para marcharse,
tal vez con Rohde, por algún tiempo a París. Quería ‘haberse re­
lajado de verdad’ antes de atarse a la cadena profesional. Había
soñado con saborear la seriedad y el encanto de una vida errante,
pues quería una vez más ser espectador y no actor.
Me imaginaba para los dos cómo pasearíamos con mi­
rada seria y labios sonrientes en medio de la corriente de
París, un par de callejeros fílsóflcos que la gente se acostum­
braría a ver juntos en todas partes... portando siempre la
seriedad de su pensamiento y la tierna comprensión de su
pertenencia... Ah, querido amigo, creo que al novio le ocu­
rre lo que a mí: nunca me pareció tan envidiable como aho­
ra nuestra afectuosa espontaneidad, nuestra ideal holgaza-
naría veraniega.
Mas, a partir de Pascua, a Nietzsche se le abría la perspectiva
de ser nombrado muy pronto maestro académico de la Universi­
dad de Basilea. El filólogo Kiessling había informado al consejo
de educación de Basilea en el sentido de que deseaba cambiarse;
se fue a Hamburgo al Johanneum, y Ritschl debía responder ahora
si Nietzsche, ‘del que se tiene la impresión que procede de buena
escuela’, es apropiado para el puesto. El buen maestro mandó lla­
mar a su alumno y lo consternó felizmente. Rietschl escribió a
Kiessling: «Desde hace 39 años he visto crecer ante mí a tantos
jóvenes: nunca he conocido a un joven o nunca he procurado fo­
mentar en mi disciplina a otro que tan pronto y tan joven fuese
tan maduro como Nietzsche.» Tras la conversación con Ritschl,
Nietzsche estuvo paseando toda una tarde, cantando melodías del
‘Tannháuser’. Reprimió todas las dudas y aceptó. Wagner le en­
vió un saludo escrito desde Lucerna a través de los Brockhaus,
25
y la reacción de Nietzsche fue ésta: «Lucerna ya no es inalcanza­
ble para mí.» En enero de 1869 marchó a Dresden para oír los
‘Maestro cantores’, de lo que se alegró «más que de nada».
Esta primera representación dejó una impresión extraordina­
ria, y ¡joco antes del ‘gran miércoles de ceniza de la profesión’,
Nietzsche volvió a sentir que ‘tenía en el cuerpo un buen pedazo
de músico’. El acontecimiento de la ópera lo denominó ‘la mayor
juerga artística que me ha deparado este invierno’. Más tarde opi­
naba de esta época que «estar de repente en casa y mis demás ac­
tividades me parecían una niebla lejana de la que estaba redimi­
do». Veía su profesión más bien a la luz del fílisteísmo burgués.
Pero ninguno de sus conocidos observó nada de sus pensamien­
tos heréticos, se dejaban engañar por el título de ‘profesor’ y creían
que era el hombre más satisfecho del mundo.
A su vuelta de Suiza, Nietzsche fue invitado a una cena pri­
vada en el Hotel de Bologne de Leipzig para que conociera a Franz
Liszt50. Prueba de la atención que había despertado ya la entra­
da de Nietzsche en favor de la ‘música del futuro’, de que los par­
tidarios de los llamados ‘neoalemanes’ lo sondeaban con vigor:
en interés de ellos debería dedicarse a la literatura. Nietzsche, por
su parte, no mostraba gran placer en ‘cacarear en público’. En
este primer estadio echaba también en falta que los hermanos ‘in
Wagnero’ escribían por lo general de forma tonta y con mal esti­
lo. Creía ver lo poco que tenían en común con este genio, que
sólo parecían percibir la superficie. Y decía: «Ninguno de ellos
está maduro para el libro ‘Opera y drama’.»
Esta principal obra teórica la terminó de escribir Wagner el
10 de enero de 1851, esto es, en una época en que, tras la ruptura
total de sus relaciones con Jessie Laussot, volvió de nuevo y per­
manentemente con su mujer Minna a Zurich. Nietzsche leyó un
ejemplar de la segunda edición, a la que Wagner le había añadi­
do un ‘Prólogo’ en Lucerna el 26 de abril de 1868. Halló en la
obra un libro múltiple, que trataba con cierta generosidad los he­
chos históricos, pero de hábil argumentación, un libro que se ocu­
paba preferentemente de la relación entre la música y el arte dra­
mático. Debía haber cautivado especialmente al filólogo Nietz­
sche lo que se dice en él de la esencia del drama griego y cómo
en opinión de Wagner, su muerte y disolución en la cultura euro­
pea llevó consigo la separación en artes distintas. Wagner temía
26
que se habían alcanzado los límites extremos de la separación y
se tenía que confirmar la nostalgia de su conjunción final. La sal­
vación de esa nueva totalidad sólo puede radicar en una obra de
arte cuyo verdadero autor era el ‘pueblo’. A éste se le debería gri­
tar, como al legendario Wieland: ‘¡Forja tus alas y echa a volar!’
Wagner esperaba poder cumplir esta tarea con su ‘obra de arte
global’ del futuro, que restablecía la relación íntima de péndulo
entre la palabra y la música, atribuyéndole a la orquesta una fuerza
expresiva que comunica en sonidos lo indecible. Wagner definía
maravillosamente la síntesis entre verso y melodía. Resulta evi­
dente lo próximo que está Wagner al arte de Schubert en estos
puntos. Como parte poética, el verso constituye la infraestructu­
ra conceptual. Determina la melodía musical del compositor. El
músico tiene luego la tarea de restablecer la congruencia entre ver­
sos y música mediante su concepción de los puntos de acentua­
ción, configuración rítmica, altura y unión de los tonos entre sí.
La modulación y el timbre de la orquesta y la expresión dramáti­
ca de los cantores, mejor dicho, de los actores cantantes, apoyan
el acontencer en el escenario.
Para Nietzsche, la revelación de la música del siglo XIX cul­
minaba en la creación de Richard Wagner. Según él, en sus ma­
nos adquirió el romanticismo la fuerza para someter el mundo
a la fe en el artista como redentor.
De esta manera, el compositor de óperas se convirtió en­
teramente en el redentor del mundo, y en el compositor en­
tusiasmado, arrebatado irresistiblemente por la exaltación
autodestructora, hemos de reconocer en todo caso al mo­
derno Salvador, al Cordero de Dios que quita el pecado
original.
Así habla Wagner de Meyerbeer” en ‘Opera y drama’. Lo
que debía ser aquí ironía, incluso burla, se convirtió, cuando le
afectó a él mismo, en evangelio. Se había diseñado un autorre­
trato involuntario. Y más tarde, Nietzsche tuvo que presentarse
contra el que, armado con un arsenal de artes y efectos, con la
aureola del filósofo y el atractivo del santo, intentaba someter el
mundo a su obra de arte. Nietzsche lo hizo porque conocía el pe­
ligro romántico de buscar la salvación de la música, que para él
también era lo supremo, aunque en sentido distinto.
27
Schopenhauer

Cabe que el Nietzsche schopenhaueriano haya pasado gusto­


samente por alto que las teorías filosóficas de Wagner no se apo­
yaban en base muy sólida. Hasta 1854 no había conocido Wag­
ner la filosofía de Schopenhauer52 por su obra principal *E1 mun­
do como voluntad y representación’, en el mismo, por lo demás,
en el que se formó la primera concepción de ‘Tristón’. La músi­
ca como forma suprema y liberadora del arte, que puede expre­
sar la esencia de lo metafísico sin ninguna representación media­
dora, es la opinión que desplazó en Wagner la tesis anterior de
que las artes están reunidas por igual e impersonalmente bajo el
predominio de la palabra, idea procedente todavía de su interés
comunista de los años de Dresden. Mientras tanto, había desa­
parecido la fe de Wagner en las posibilidades de esta formación
social y, con ella, la consiguiente teoría del arte. La intuición y
su comprensión de la música lo llevaron al conocimiento de que
la música es lo predominante en la ópera. La modulación como
función de la poesía, tal como se postula en ‘Opera y drama’, pre­
cisamente ese reflejo de contenidos sentimentales en cambio cons­
tante, tenía que llevar necesariamente a esas casualidades de su­
cesiones de tonalidades en la estructura global que Nietzsche re­
chazara tan abruptamente más tarde.
No menos contrapuesta a la actitud de Nietzsche es la dedica­
toria de la nueva edición del libro a Konstantin Frantz, autor de
escritos políticos que entusiasmaban a Wagner. Nietzsche, el jo­
ven admirador de Wagner, no podía haber sabido nada de litó doc­
trinas antisemitas, antifrancesas y nacionalistas del portador de
la dedicatoria. El hecho de que Wagner defendiera tan franca­
28
mente a Schopenhauer lo interpretaba, sin embargo, el joven co­
mo confirmación de su propio camino.
Tanto para Wagner como para Nietzsche, Schopenhauer fue
un factor importante de su desarrollo intelectual. Cuando Wag­
ner conoció la obra principal del Schopenhauer de 41 años, le elogió
a Liszt este conocimiento como si se tratase de un regalo celestial
que le había caído en su soledad. Llamó al autor el mayor filóso­
fo desde Kant, frente al que Hegel y otros filósofos no eran más
que charlatanes. Quien comprenda esta filosofía tendrá que olvi­
darse de la filosofía anterior y de sus juicios. En una carta al pin­
tor Lenbach” , cuyo retrato de Schopenhauer era el único cua­
dro que colgaba sobre la mesa de trabajo de Wagner, dice lo si­
guiente: «Tengo una esperanza para la cultura del espíritu alemán,
a saber, que llegue la hora en que Schopenhauer se convierta en
ley de nuestro pensamiento y conocimiento.» En el epílogo a su
escrito ‘Religión y arte’, Wagner recomendaba hacer de Scho­
penhauer la base de toda cultura espiritual y ética. Si el encuen­
tro con este mundo filosófico no fue el acontecimiento más signi­
ficativo de la vida de Wagner —¿quiés es capaz de ponderar se­
mejantes superlativos?—, lo cierto es que la influencia de Scho­
penhauer en él fue permanente y fuerte, aunque no ilimitada.
Ninguna de las componentes que todavía faltaban en su mú­
sica la aportó Schopenhauer al desarrollo de Wagner. Ya en 1852,
antes de dar con la obra de Schopenhauer, se había terminado
el texto poético del ‘Anillo’. Claro que en él, lo mismo que en
el ‘Holandés’, se expresaban artísticamente concepciones para las
que Schopenhauer proporcionó la fórmula consciente. Así podía
escribir Wagner a Liszt que ‘el pensamiento terriblemente serio
de Schopenhauer, la negación final de la voluntad de vivir’, no
le era ‘naturalmente nuevo’, aunque hubiese adquirido claridad
por primera vez gracias al filósofo. Es comprensible que el pesi­
mismo de Wagner aumentase bajo la influencia de Schopenhauer.
Lo victorioso de su proyecto de los Nibelungos era ajeno al com­
positor. Tan sólo por amor a un sueño de su vida, como el joven
Siegfried, se decidió a terminar el texto poético, como confesó a
Liszt. Pero en la misma carta confiesa también que está ocupado
en otra composición más acorde con su estado de ánimo actual.
Ahora bien, como jamás he gozado en la vida la felici-
29
dad única del amor, quiero hacerle un monumento a este
sueño, el más hermoso de todos, en donde desde el princi­
pio al fin debe satisfacerse este amor: he diseñado en mi men­
te un Tristán y una Isolda, la concepción musical más sen­
cilla, pero más pletórica. Con la bandera negra que ondea
al final quiero cubrirme yo mismo — para morir.
El espíritu de Schopenhauer entra igualmente en la prosa de
Wagner, por ejemplo, en el tratado sobre Beethoven. En él dice
que es imposible que se pueda producir nada más claro sobre el
comportamiento de la música con las formas del mundo visible
y con los conceptos sacados de las cosas que lo que puede leerse
en la obra de Schopenhauer. El filósofo Schopenhauer ofrecía a)
artista Wagner —y aquí culmina su influencia— la clave para una
comprensión de su trabajo más profunda de la que podía tener
hasta entonces. Así lo atestigua la manifestación de Wagner a
Róckel:
Raras veces ha estado un hombre tan extrañamente con­
fundido con sus nociones y conceptos y tan alienado de sí
mismo como yo, quien tengo que afirmar que ahora com­
prendo realmente mi propia obra de arte gracias a la ayuda
de otro que me ha proporcionado conceptos congruentes con
mis ideas, es decir, haber captado con el concepto y haber
aclarado mi razón.
No obstante, la concordancia con Schopenhauer fue fragmen­
taria. El rasgo diferenciador radica sobre todo en el optimismo
que dominaba en última instancia en la naturaleza de Wagner.
Frente al pesimismo antropológico de Schopenhauer, para quien
el hombre es ‘en el fondo un animal salvaje, espantoso’, Wagner
valora como buena la ‘verdadera naturaleza humana’. Tampoco
encubre la degeneración del paraíso, que es como ve nuestro mun­
do, puesto que en ‘Religión y arte’ habla de ‘intentos de levanta­
miento del paraíso’. Entre estos intentos cuenta los esfuerzos re­
formadores como el vegetarianismo, la protección de los anima­
les, la frugalidad, el socialismo y, no en última instancia, la rege­
neración de la Humanidad por el arte. Aunque elogia a Schopen­
hauer como ‘filósofo que combate con la mayor dureza todo lo
falso’, que ha demostrado que ‘la compasión basada en la natu­
raleza profunda de la voluntad humana es la única base verdade­
30
ra de toda moralidad’, encuentra también en esa apreciación mo­
tivos que asimismo hicieron de Nietzsche discípulo de Schopen-
hauer.
Al analizar la filosofía de Schopenhauer, Wagner aprendió a
pensar de otra manera acerca de su propio arte. Antes tenía la
música como medio de expresión que necesita un objeto para su
realización, al que le presta expresión: el drama. La teoría de Scho­
penhauer acerca de la música le hizo cambiar de opinión. La vo­
luntad que anima las cosas sólo se encarna en las demás artes en
imágenes, en ideas; la música no es mera imagen de la voluntad,
sino que más bien es la voluntad la que puede manifestarse direc­
tamente. Lo que Schopenhauer percibía en la música como noti­
cia del más allá es lo que Wagner quería que sonase en su música
y es lo que luego ridiculizaba Nietzsche en la ‘Genealogía de la
moral’: «No sólo hablaba de música, este vertrílocuo de Dios, ha­
blaba de metafísica: ¿es de extrañar que, finalmente, hablase un
día de ideales ascéticos?» Pero por esa época Nietzsche había hui­
do ya del romanticismo; había dejado atrás a Wagner en lucha
contra su época.
También Nietzsche conoció a Schopenhauer en un momento
de depresión, cuando en 1865, desengañado de la estancia en
Bonn, descubrió en una librería de viejo de Leipzig ‘El mundo
como voluntad y representación*. Apuntó el acontecimiento en
su cuaderno de notas del modo siguiente:
No sé qué demonio me susurró al oído: llévate este libro
a casa. En cualquier caso, ocurrió en contra de mi costum­
bre de no precipitar las compras de libros. Una vez en casa
me eché en el sofá con el tesoro adquirido y empecé a dejar­
me influir por ese genio enérgico y sombrío. Cada línea gri­
taba renuncia, negación, resignación. Veía aquí un espejo
en el que contemplaba el mundo, la vida y el propio ánimo
en una grandeza terrible. Aquí me miraba el ojo solar, ple­
namente desinteresado, del arte. Aquí veía enfermedad y
remedio, destierro y refugio, infierno y cielo; me abordó vio­
lentamente la necesidad del autoconocimiento, de corroer­
se a sí mismo. Como testimonio de aquel cambio brusco,
me quedan todavía los días intranquilos, melancólicos, las
hojas del diario de aquellos tiempos con sus sencillas auto­
31
acusaciones y su búsqueda desesperada de curación y tranv
formación de método el núcleo humano. Al presentar las cua­
lidades y aspiraciones generales ante el foro de un sombrío
autodesprecio, me hallaba amargado y desenfrenado en el
odio dirigido contra mí mismo. Tampoco faltaban mortifi­
caciones corporales. Así, por ejemplo, durante catorce días
seguidos, me obligué a no acostarme hasta las tres de la ma­
drugada y volverme a levantar a las seis en punto. Se apo­
deró de mí una exitación nerviosa, y quién sabe hasta qué
grado de locura habría avanzado si no lo hubiesen contra­
rrestado los atractivos de la vida, la vanidad y la obligación
de estudiar regularmente.
La impresión fue tan profunda que Nietzsche elogió a Scho-
penhauer como maestro y educador suyo en la tercera de sus ‘Me­
ditaciones inoportunas’. En la ‘Fróhliche Wissenschaft’ (Gaya
Ciencia) se encarece a Schopenhauer como ‘primer ateo confesa­
do e inflexible que hemos tenido los alemanes’. En la ‘Gótzen-
dámmerung’ se le califica precisamente como el último alemán
«que entra en consideración, que, lo mismo que Goethe, Hegel
o Heine, es un acontecimiento europeo y no meramente un acon­
tecimiento local, nacional».
Así, pues, Nietzsche no llegó a la filosofía de la mano de
Platón” o de Aristóteles” , que conocía bien por sus estudios de
filología clásica, sino a través de las ideas de Arthur Schopenhauer.
En primer lugar, cabe que Nietzsche se sintiese cautivado por el
artista de la palabra, por el excelente estilo en que se expresaba
este profesor de filosofía, a diferencia de la mayoría de sus com­
pañeros. La claridad y lógica de su exposición superaban en mu­
cho los análisis de Kant y sus sucesores. En contraste con Kant,
el énfasis de Schopenhauer radicaba en el desprecio de la razón.
La razón no podía abrirle a Schopenhauer la esencia de las cosas,
no podía proporcionarle al hombre ningunos objetivos. Para él,
la razón era el instrumento de la voluntad para alcanzar lo deseado.
Mas, para Nietzsche, el mayor atractivo lo constituía el pesi­
mismo de Schopenhauer: la vida no vale la pena de ser afirmada.
La salvación, por lo demás tema favorito de Wagner, sólo puede
radicar en la capacidad de renunciar a los instintos como obra
ciega de la voluntad incontrolada. Entre ellos, cuenta Schopen-
32
haucr la compasión como otra forma de egoísmo. El hombre sólo
puede alcanzar la redención de sí mismo en la educación de la
voluntad para la renuncia, en la acción moral, pero sobre todo
bajo el efecto de la belleza. Entre las artes, que para él están na­
turalmente subordinadas al concepto de belleza, Schopenhauer
asignaba un lugar especial a la música, en tanto en cuanto él creía
que expresaba directamente la realidad y la forma de las cosas.
Cierto, no puede transmitir ningún conocimiento racional, pero
durante el tiempo en que está sonando nos libera de nuestras ne­
cesidades temporales, espaciales, causales y finales. En el entu­
siasmo de Wagner por esta tesis se nos revela el creyente del fu­
turo como persona vinculada a su siglo, pues antes y después de
Schopenhauer hubo otras opiniones sobre la posición de la música.
La personal desvinculación religiosa de Nictzsche se sintió atraí­
da por el pesimismo de Schopenhauer, que explica cómo la vi­
vencia de lo hermoso no dura mucho ni ofrece redención ningu­
na de las fatigas y de las coacciones naturales. Ni siquiera la diso­
lución del altruista en el bienestar de los demás puede marcar una
salida. Schopenhauer opone la ascética del individuo a la razón
y a la moral. Renuncia y acallamiento de la para él funesta vo­
luntad pueden ser quizá salidas apropiadas para esta existencia,
situada bajo la maldición de constelaciones falsas. Pues, para Scho­
penhauer, el conocimiento por la razón o la virtuosidad, confor­
me al modelo cristiano, por ejemplo, no significa escapar de esta
necesidad.
Cuando, dos años antes de conocer a Wagner, Nietzsche tu­
vo que hacer el servicio militar de un año, aguantó lo inevitable
con decoro y con Schopenhauer: «De vez en cuando susurro bajo
el vientre de un caballo: ‘¡Schopenhauer, ayúdame!’, y cuando
vuelvo a casa agotado y cubierto de sudor, me tranquiliza echar
una mirada al retrato que tengo en mi escritorio.»
Lo mismo que la influencia de Feuerbach36 en el joven Wag­
ner cedió ante Schopenhauer, tampoco fue siempre igual de in­
tenso ni ilimitado el efecto de Schopenhauer en Nietzsche. Este
dio sobre todo a su imagen ateísta del mundo un nuevo signo de
valor de la intuición vital, un ejemplo de que la misma metafísica
permite una actitud contrapuesta. Nietzsche trasformó el pesimis­
mo en optimismo metafísico, elevándose a la altura de una afir­
mación que tiene su expresión en el
33
ideal del hombre más arrogante, animador y afírmador del
mundo, que no sólo ha aprendido a aceptar y soportar lo
que era y es, sino que quiere volver a tenerlo como era y
es, clamando insaciablemente por toda la eternidad, no só­
lo a sí mismo, sino a toda la pieza y a todo el espectáculo
(‘Más allá del bien y del mal’).
Es característico, además, el rechazo radical de Nietzsche a
la moral de la compasión, que se esfuerza por superar o por lim­
piarla de quejas y estrecheces. En la última fase de su actividad
creadora, Nietzsche se dirige con toda acritud contra cualquier
arte pesimista en el sentido de Schopenhauer: es una contradic­
ción en sí, puesto que interpreta el arte en el sentido de ‘medio
para la redención de la vida’. Nietzsche se opone asimismo a la
definición schopenhaueriana de lo trágico en el sentido de vía pa­
ra la resignación. La concepción de la tragedia como arte nega-
dor y como síntoma de decadencia es ‘una de esas falsas monedas
con que Schopenhauer ha corrompido paso a paso toda su psico­
logía’, él, ‘que ha entendido muy mal el genio, el arte mismo,
la moral, la religión pagana, la belleza, el conocimiento y casi to­
do lo arbitrario’. Así se expresaba más tarde el Nietzsche scho-
penhaueriano, en un momento en que se había alejado ya de
Wagner.

34
Tribschen: «Isla de los Bienaventurados»

Cuatro semanas después de su primer encuentro con Wag-


ner, Nietzsche decía lo siguiente en una carta al amigo Rohdc:
Wagner, tal como lo conozco, es la ilustración viva de
lo que Schopenhauer llama genio... yo quería que pudiéra­
mos leer juntos los textos poéticos... podríamos recorrer jun­
tos el camino audaz, vertiginoso, de su estética revolucio­
naria y edificante, que podríamos dejarnos arrebatar por el
ímpetu sentimental de su música, por ese mar schopenhaue-
riano de sonidos, cuyo oleaje más secreto siento, de suerte
que mi audición de la música wagneriana es una intuición
jubilosa, un maravilloso encuentro conmigo mismo.
En estas líneas se refleja el entusiasmo de un encuentro que
acercó a dos de los hombres más importantes de su siglo.
Si lo improbable debía convertirse en realidad, a saber, que
el estudiante de filología, Nietzsche, y el famoso compositor vol­
vieran a encontrarse muy pronto en Lucerna, resulta que el nom­
bramiento a los veinticuatro años como profesor de la Universi­
dad de Basilea fue un verdadero milagro. El 13 de febrero de 1869
fue nombrado ‘profesor extraordinario de filología clásica y maestro
de griego en la clase superior del Pedagógico’. No le precedió nin­
gún doctorado ni habilitación. Ritschl opinaba lo siguiente ante
el presidente del consejo de educación, el profesor Dr W. Vischer:
«Su querida carta del 5 ha sido una verdadera obra de caridad
para mí..., puesto que por primera vez veo que una autoridad
es lo bastante clarividente como para sobreponerse a la ‘insufi­
ciencia formal’ y reconocer claramente los intereses objetivos. Eso
no ocurre de ninguna manera en Alemania...»
35
Sin examen ni disputa, solamente sobre la base de los traba­
jos que Nietzsche había publicado en el ‘Rheinischen
Museum’57, le reconoció el claustro de profesores de Leipzig el
título de doctor. Y el 17 de abril podía comprobar Nietzsche <1
‘licénciamiento de la asociación de súbditos prusianos’. Se hizo
suizo, partió el 12 de abril de Naumburg y viajó por Colonia,
Bonn, Wiesbaden, Karlsruhe y finalmente Heidelberg, donde re­
dactó su lección magistral. El 19 de abril llegó a Basilea, el 28
de mayo ponunció su lección magistral sobre ‘Homero y la filolo­
gía clásica’. Entre tanto, hizo su primera visita a Tribschen, en
el lago de los Cuatro Cantones.
Aquí hay que mencionar el hecho generalmente desconocido
de que Nietzsche fue el que desde esos primeros momentos puso
en estrecho contacto al posterior apóstol wagneriano, Hermann
Levi3#, con su ídolo. Cuando Nietzsche viajaba a Basilea, oyó el
domingo 18 de abril, poco antes de pasar por Karlsruhe, cómo
unos compañeros de viaje decían que en el teatro de la corte de esa
ciudad se representaba ‘Los maestros cantores’. Nietzsche interrum­
pió su viaje y asistió a la representación. Llevó la batuta el pri­
mer director de orquesta de Karlsruhe. Poco después contaba
Nietzsche en la casa de Wagner esta excelente ejecución suscitan­
do así los deseos de Wagner por conocer a Levi. Se le envió al
director una invitación para que se presentase en Tribschen. Le­
vi, asombroso mediador entre los campos hostiles de los partida­
rios de Schumann y los de Wagner, fue uno de los pocos que con­
siguió seguir siendo, por un lado, amigo de la radical adversaría
de Wagner, Clara Schumann, y dedicarse a la primera y a algu­
nas escenificaciones siguientes de la ópera de Schumann ‘Geno­
veva’, y, por otro lado, convertirse en paladín de la obra de Wag­
ner. A él se acercó Wagner con la idea de representar por prime­
ra vez el ‘Tristán’ en Karlsruhe, plan que se frustró luego en be­
neficio de Munich.
Poco después de comenzar el semestre, en una radiante ma­
ñana de primavera, llegó Nietzsche a orillas del lago de los Cua­
tro Cantones. Superó sus dudas acerca de si todavía se mantenía
vigente la invitación que le hizo el maestro el otoño pasado, y se
preguntaba por la casa de campo situada en la prominente orilla.
Al poco rato se hallaba bajo sus ventanas. Alguien tocaba el pia­
no dentro. El joven se quedó parado un buen rato y escuchó un
36
acorde que había oído muchas veces. Wagner estaba componien­
do el lamento de Brunilda, del ‘Sigfrido’: ‘Me ha querido el que
que me ha despertado’. Palabras que muy pronto adquirirían una
referencia significativa para el que escuchaba. Al llamar a la puerta,
Nietzsche supo por el criado que el Sr Wagner estaba trabajando
y no se le podía molestar antes de las dos. Pero el joven podía
dejar su tarjeta de visita. Acto seguido volvió a entrar en la casa.
Cuando Nietzsche se volvía para emprender la marcha, llegó el
criado corriendo tras él: el Sr Wagner preguntaba si el señor pro­
fesor era el mismo Nietzsche que había conocido en Leipzig, en
casa de su hermana, la Sra Brockhaus. Nietzsche dijo que sí y
a continuación recibió una invitación para almorzar, invitación
que tuvo que rechazar por estar ya comprometido para ese día.
Así que le rogaron que pasara por Tribschen a los dos días. Nietz­
sche apuntó en su diario: «Mientras tanto, días alegres con Och-
senbrüggen, Lontius, Echsner y su hermana en la pensión Im-
hof.» El lunes de Pentecostés resultó ser ‘el primero de esos días
deliciosos que se convirtieron más tarde en la felicidad de mi al­
ma y en mi consuelo’. Cuando Nietzsche se despidió, Wagner
le regaló una fotografía suya y lo acompañó a Lucerna.
El hombre mayor estaba destinado a despertar la pesonalidad
de Nietzsche, a jugar un papel decisivo en el desarrollo de uno
de los pensadores más significativos de la edad moderna. Claro
que las experiencias del choque con una naturaleza tan contra­
dictoria como la de Richard Wagner sacudieron y desesperaron
al admirador Nietzsche. El destino de éste sería derrocar ídolos.
Naturalmente, nadie pensaba en esto durante los días pasa­
dos a orillas del lago, días que, soleados y pacíficos, reforzaron
la adoración de Nietzsche por el maestro. Robaba gustoso las ho­
ras de su visita a los deberes de Basilea. Significaba mucho que,
una vez consumada la ruptura con Wagner, pudiera escribir: «Dejo
el resto de mis relaciones humanas; pero en modo alguno quisie­
ra olvidar los días de Tribschen, días de confianza, de serenidad,
de coincidencias sublimes, de instantes profundos.»
Wagner —31 años mayor que él— llevaba una casa nada con­
vencional, dirigida por Cosima, por entonces todavía esposa del
director Hans von Bülow, amigo de Wagner, e hija de Franz Liszt.
La pareja vivía en ‘concubinato’ del que habían nacido ya dos
hijos. Wagner había emigrado de Munich a Suiza huyendo, cosa
37
ya casi habitual en él, de los problemas políticos, financieros y
escandalosos. Cosima le siguió con sus hijas Daniela y Blandine
von Bülow. También la pequeña Isolde, nacida de la unión con
Wagner, se sumó al viaje. El año 1867 le regaló a la pareja la hija
Eva-Maria; y dos semanas después de la llegada de Nietzsche vi­
no al mundo su tercer hijo, Siegfried Helfferich Richard.
Nietzsche tuvo ahora ocasión de manifestar, sin timidez nin­
guna, un agradecimiento largamente retenido, y resulta evidente
lo mucho que tuvo que influir el joven erudito en Richard y Co­
sima. Nietzsche creía que debía vincular los momentos mejores
y más sublimes de su vida al nombre de Wagner. Sólo podía ve­
nerar con la misma entrega a un hombre: ‘a su gran hermano in­
telectual’ Schopenhauer. El amigo Rohde supo, como siempre,
lo que animaba a Nietzsche: «Lo que aprendo y veo allí, lo que
oigo y entiendo, es indescriptible. Schopenhauer y Goethe,
Esquilo” y Píndaro40 viven todavía, creedme.» Wagner y su in­
teligente compañera parecían comprender los trabajos de Nietz­
sche. Según el testimonio verbal de Wagner, Nietzsche llegó a la
casa como si se tratase de un mensajero procedente de un mundo
mejor y más puro. Cosima hizo saber a Nietzsche que gracias a
él se superaron 'estados de ánimo tristes’, puesto que él estimula­
ba la serenidad y alegría de Wagner.
Para el cumpleaños de Wagner, el 22 de mayo, Nietzsche con­
fesaba orgulloso:
Pues, si el destino del sabio consiste en ser durante un
tiempo patuorum hominum, resulta que estos pauci pueden sen­
tirse bienaventurados y distinguidos en grado especial puesto
que les es dado ver la luz y calentarse con ella, mintras la
masa permanece aún en la fría niebla y pasa frío. A estos
pocos tampoco les cae el goce del genio sin esfuerzo, sino
que, por el contrario, han de luchar contra los todopodero­
sos prejuicios y las propias inclinaciones contrarias; de ma­
nera que, en la feliz lucha, tienen por fin una especie de de­
recho de conquista sobre el genio.
Resalta cómo Nietzsche, posteriormente enemigo ferviente del
racismo y que, no en última instancia, intentó separarse de su
hermana Elisabeth por eso, se hallaba por entonces bajo la influen­
38
cia de los panfletos wagnerianos contra los judíos cuando prosi­
gue de esta manera:
Ahora me he atrevido a contarme entre esos pauci, tras
darme cuenta de la incapacidad de casi todo el mundo que
uno conoce cuanto se trata de concebir su personalidad co­
mo totalidad, de sentir la corriente unitaria, profundamen­
te ética que fluye por la vida, los escritos y la música, en
suma, notar la atmósfera de una ideología más seria y ani­
mada, tal como se nos había extraviado a nosotros, pobres
alemanes, a causa de todas las miserias políticas posibles,
las tonterías filosóficas y el judaismo rampante. A usted y
a Schopenhauer les debo el que, hasta ahora, me haya man­
tenido firme en la seriedad germánica de la vida, en la con­
sideración profunda de esta existencia tan enigmática y grave.
Me gustaría decirle verbalmente cuántos problemas pura­
mente científicos se me han aclarado con mirar su persona­
lidad curiosa y solitaria, cómo me habría gustado también
no tener que escribir todo lo que he escrito. Cómo me ha­
bría gustado aparecer hoy en su soledad del lago y la mon­
taña si la cadena dolorosa de mi oficio no me hubiera rete­
nido en mi perrera de Basilea.
(Nietzsche insinúa aquí la deplorable vivienda en que habitó
durante algunas semanas por aquella época.)
Bajo el supuesto de semejante veneración, la pareja le conce­
día una confianza cada vez mayor. Más o menos, Nietzsche em­
pezó pronto a formar parte de la generosa casa de Wagner. Se
le veía bien y se le asignaron incluso dos habitaciones permanen­
tes; podía ir y venir cuando quisiera. Por primera vez desde su
infancia experimentó Nietzsche algo parecido a un hogar. Am­
biente nada burgués y el encanto de Wagner, que se mostraba
aquí en su lado mejor y más acogedor, le hacían sentirse infinita­
mente bien. Incluso Cosima, que no podía concebir por su parte
ninguna simpatía real por Nietzsche, ponía enjuego todos los en­
cantos de que era capaz. La rodeaba el secreto; la frialdad conte­
nida fascinaba de igual modo a sus amigos que a su padre Liszt,
a quien tanto se parecía en lo físico. Lo que de muchacha le ha­
bía hecho parecer falta de gracia, a saber, su irradiación varonil,
subyugó de tal manera, junto con su brillantez intelectual y su
39
atención maternal, al débil Nietzsche, que se enamoró perdida­
mente de ella.
La influencia de Cosima dio constancia a la creación de Wag-
ner; desplazó sus ideas socialistas y revolucionarias, fomentando
en su lugar las ideas antifrancesas y antijudías, aunque judíos co­
mo Porges41, Tausig,4*, Mottl45 y luego Neumann44 y Levi se
contaron siempre entre los amigos más íntimos de Wagner.
Nietzsche no sólo estaba en Tribschen como receptor de ideas,
sino que muy pronto expuso también sus propios pensamientos.
En primer lugar, envió orgulloso su lección magistral ‘Homero
y la filología clásica’. Wagner le escribió lo siguiente a través de
Cosima:
Entre Goethe, Schiller y Beethoven hemos leído esta no­
che con sumo interés su conferencia. El señor Wagner le ex­
presa su agradecimiento y le dice que no puede sino estar
conforme con todas sus opiniones relativas a cuestiones es­
téticas, felicitándole por el tema de la conferencia y por ha­
ber planteado correctamente el problema, lo que constituye
el principio de toda sabiduría y tal vez el fin y en lo que ge­
neralmente no se piensa.
Sin embargo, la paz externa de la vivencia de Tribschen era
engañosa: Richard y Cosima se irritaron por la escenificación del
‘Rheingold’ (El oro del Rhin) en Munich. Wagner la tomó como
un atentado a su festival planeado en cuatro partes y por eso que­
ría quitarle al rey Luis II el estreno, para el que existía una ga­
rantía contractual. Naturalmente, Luis dudó en aceptar las razo­
nes artísticas aducidas por Wagner para su intromisión. Claro que
también jugaba un papel la preocupación de Wagner por la auten­
ticidad de la representación. De ahí que escribiera a Peter
Cornelius45: «El rey ama mi música; no importa cómo se le pre­
sente.» Surgieron pequeñeces e intrigas de las que Wagner se que­
jaba a Cornelius: «Lo que todos hemos sufrido y aguantado su­
pera cualquier imaginación.»
En esta situación llegó Nietzsche como consolador a la casa.
Al principio, Wagner veía el caso de Munich con más indulgen­
cia, puesto que esperaba que los amigos que se habían trasladado
a vivir allí discutirían la representación. Así, por ejemplo, los can­
tantes de Wotan, Loge y Alberich vinieron a Tribschen para in­
40
formar mímica y musicalmente, y Wagner corrigió lo que pudo.
Cuando se fueron, puso sus esperanzas en la orquesta de 107 mú­
sicos, dirigida por Hans Richter4®, deseando que evitase lo peor.
Pero enemigos declarados y ocultos de Wagner también frustra­
ron esto en Munich. Richter no pudo empuñar la batuta. En un
principio, debía retrasarse la representación, lo que supuso un res­
piro en Tribschen. A continuación Wagner viajó en secreto a la
ciudad bávara, pero habló con el secretario del rey, quien le dio
a entender claramente que se llegaría a los insultos y a las manos
si Wagner no permitía la representación e insistía en la dirección
de Richter. De buena o de mala gana, Wagner dejó que las cosas
siguieran su curso, y Cosima se quejaba así ante Nietzsche: «So­
portaría tranquilamente todas estas infamias, si no se viera tan
afectada la salud del maestro.» Ignorando los verdaderos senti­
mientos y motivos del rey, continuaba:
¡Y no es porque haya entregado de manera tan vergon­
zosa su obra, sino porque se ha perdido irremisiblemente
la última esperanza de su vida en este conflicto! Usted me
comprende: no sé nada de ruptura, pero sí de una fisura mu­
da e incurable, de la que nada sospecha una de las partes,
pero que la otra siente con tanta más tristeza. Ahora debe
seguir trabajando en su ‘Sigfrido’. Me sigo apoyando en
nuestra soledad de Tribschen para tranquilizar de nuevo las
fuerzas vitales sacudidas, si todo volviera a guardar silencio.
Nietzsche fue un gran consuelo para los Wagner. Se confiaba
en él. También estaba presente cuando Hans Richter llegó de im­
proviso para dar cuenta de las intrigas en torno a la representa­
ción de Munich. Cuando, por fin, ésta tuvo lugar, Cosima escri­
bió a Nietzsche: «... Ahora sabrá más que nosotros acerca del ‘Oro
del Rhin’; todo lo que se ha publicado coincide en hallar magní­
fica la representación, pero insoportable la obra. Puede imagi­
narse lo apenado y melancólico que está el corazón.» Claro que
no sólo fue la Prensa la que adoptó ese punto de vista. Entre el
público se hallaba, por ejemplo, el poeta ruso Ivan Turgeniev47,
quien, como amigo perpetuo de la cantante Pauline Viardot-
García4®, no sólo se interesaba por la música, sino que también
la entendía. Su preferida era la de Mozart, Beethoven y Shumann
y, por aquellos años, no comprendía en absoluto a Wagner. De
41
ahí que resumiera la impresión de la ejecución en la frase escueta
de: ‘Música y texto son insoportables.’ Sin embargo, esto lo de­
cía alguien que rechazaba igualmente lo ‘viejo’ de las grandes ópe­
ras del estilo de las obras de Meyerbeer, aunque estas óperas cons­
tituyeran éxitos brillantes de la Viardot.
Cosima, siete años mayor que Nietzsche, aceptaba gustosa los
servicios de éste. He aquí algunos ejemplos: se publicaron, sin
su permiso, algunas cartas privadas de Wagner. Se le pidió a Nietz­
sche que pusiera un anuncio en un conocido periódico indicando
que esas publicaciones no contaban con la aprobación del maes­
tro. Luego le rogó Wagner que buscase un retrato de su tío en
Leipzig. Al acercarse Navidad, Cosima le dio a Nietzsche toda
una serie de encargos, compró la mayor parte de los regalos en
Basilea, no sólo grabados de Durero, antigüedades y los objetos
más elegantes posibles, sino también un teatro de marionetas y
otros juguetes infantiles. Cosima parecía avergonzarse cuando lle­
gaba con nuevos ruegos, afirmando que el maestro se indignaba
por encargarle a Nietzsche tales cosas. Olvidaba, no obstante, que
Nietzsche era catedrático, doctor y Biólogo; no veía en él más que
al joven de 25 años. Considerando su carácter poco práctico, pro­
curaba facilitarle los encargos. Debía entregar solamente papeles
con descripción bien detallada de lo exigido en las tiendas. Pero
el amigo ‘Fritz’ no se tomaba su tarea a la ligera, examinaba crí­
ticamente libros y objetos de arte, así como los juguetes. Así, por
ejemplo, respecto de las figuras del teatro de marionetas adujo
que el rey parecía poco auténtico y que el diablo no era tan negro
como debía. Tenía su opinión propia sobre el vestido de un ángel
de Navidad y, no encontrándolo adecuado para el cielo de Basi­
lea, lo encargó a París.
El ‘maestro’ reconocía las dotes literarias de Nietzsche. Tam­
bién se aprovechaba de la entrega del joven encargándole toda
clase de trabajos auxiliares. Así, por ejemplo, le presentó a Nietz­
sche los primeros capítulos de Mi vida para que los revisara, aun­
que volvió a quitarle pronto el manuscrito. ¿Acaso temía desilu­
sionar con su biografía al educado doctor Nietzsche? Lo mismo
le había ocurrido con el rey Luis. Le había regalado partes del
manuscrito en la Residencia. La extrañeza del rey acerca del com­
portamiento de Wagner con los planes de Luis para Munich
aumentó en malestar al ‘conocer’ con más detalle la autobiografía.
42
La intención de Wagner de aprovecharse de las dotes litera­
rias de Nietzsche se le ocultaba al incauto doctor. La coinciden­
cia de ambos con respecto a Schopenhauer engañaba a Nietzsche.
Este escribía a Cari von Gersdorff:
Además, he dado con un hombre que revela como nin­
gún otro la imagen de lo que Schopenhauer llama genio y
que está totalmente penetrado de esa maravillosa filosofía
íntima. No es nada menos que Richard Wagner, sobre el
que no debes creer ningún juicio que se halla en la prensa,
en los escritos de los sabios de la música, etc. Nadie lo cono­
ce ni puede juzgarlo, porque todo el mundo se alza sobre
otros cimientos y no tiene su hogar en su ambiente. En él
impera una idealidad tan incondicional, una humanidad tan
profunda y conmovedora, una seriedad vital tan sublime,
que en su proximidad me siento como al lado de lo divino.
He pasado bastantes días en la encantadora casa de campo
del lago de los Cuatro Cantones, y esta naturaleza es siem­
pre nueva y maravillosa. Ayer, por ejemplo, leí un manus­
crito que me había dejado: ‘Sobre el Estado y la religión’.
Un ensayo mayor, profundo, destinado a aclararle a su ‘jo­
ven amigo’, el pequeño rey de Baviera, su posición interna
ante el Estado y la religión. Nunca se le ha hablado a un
rey de una manera tan digna y filosófica. Me sentí total­
mente sacudido por esta idealidad, que parecía plenamente
emanada del espíritu de Schopenhauer.
En julio de 1864, Wagner había querido esbozar su postura
política tras la participación en la rebelión de Dresden. El home­
naje, de apariencia oportunista, ensalza al rey como ‘represen­
tante del interés puramente humano’. Wagner protesta de que
se le ha presentado falsamente como revolucionario, los calum­
niadores se habían dejado engañar por las apariencias. Eso no pue­
de ocurrirle al estadista Luis. La seguridad de querer mantener­
se en lo sucesivo alejado de toda actividad política desemboca en
la definición de su drama musical que, «por cierto, no dimana
real y totalmente de la vida, pero, en cambio, se eleva dentro de
la vida por encima de ella y nos la ofrece como una pieza de tea­
tro que, aunque se presenta seria y terrible, aquí se nos muestra
solamente como quimera». La visión como concepción schopen-
43
haueriana de la realidad: con manifestaciones como éstas podía
sentirse aludido el joven Nietzsche, lo mismo que el joven rey se
dejó convencer por la inocuidad de las intenciones de Wagner,
aunque éste trabajaba entonces en los Maestros cantores con su
final nacionalista alemán.
La amabilidad y sinceridad de Wagner en los años de Tribs-
chen se vieron indudablemente favorecidas por el nacimiento de
su único hijo, del hijo de quien esperaba la conservación y conti­
nuación de su obra. Hacía tiempo que había cedido el cansancio
tras la terminación de ‘Los maestros cantores’. En el ‘Idilio’ de
Tribschen al lado de la amada, que en noviembre de 1869 se fue
definitivamente con él, una vez que Hans von Bülow se separó
definitivamente de Cosima, podía reunir de nuevo sus fuerzas.
Inicióse ahora un proceso de creación inesperado para él mismo.
Durante diez años había dejado el trabajo del ‘Anillo’, para
dedicarse primero al ‘Tristán’ y luego a ‘Los maestros cantores’.
Ahora volvió a tomar el hilo de la tetralogía de los Nibelungos.
Poco antes del nacimiento del hijo, venido al mundo ‘fuera del
matrimonio’ por seguir todavía el largo proceso de divorcio de
von Bülow en Berlín, escribió Cosima en su diario: «Nos quieren
arrastrar al fango. Quiero sufrirlo todo gustosa para estar a su
lado. Que me difamen para toda la eternidad; yo sólo le he ayu­
dado, le he alargado la mano y le he dicho: te seguiré hasta la
muerte. Mi única oración es rogar que muera unida a Richard
en la misma hora que él.» No se cumplió este deseo suyo: sobre­
vivió a Richard durante casi cincuenta años como guardiana ri­
gurosa de su herencia. Murió en 1930, el mismo año que su hijo
Siegfried y solamente tres meses antes que él.
Siegfried vino al mundo el domingo 6 de junio de 1869, a las
cuatro de la mañana, en Tribschen. El padre terminó eufórico
la composición del ‘Sigfrido’ ese mismo día. Le envió la noticia
de ambos acontecimientos al amigo Pussinelli44 de Dresden, aña­
diendo lo siguiente: «¡Un caso inaudito! Nadie creía que lo con­
siguiese.» Las palabras se refieren en realidad a ambas noveda­
des. Y continúa proféticamente: «Siegfried heredará el nombre
de su padre y conservará sus obras para el mundo.» El día del
nacimiento de Siegfried estaba Nietzsche en casa sin tener idea
ninguna del acontecimiento. Wagner lo había invitado por su fe­
licitación del 3 de junio:
44
Mi querido amigo, reciba, aunque algo tarde, mi since­
ro agradecimiento por su hermosa y significativa carta. Si
entonces quería que me visitase, le repito hoy la invitación
que le hice verbalmente al despedirnos ante el ‘Rossli’. Ven­
ga, por favor; tan sólo necesita enviarnos una línea notifi­
cando la llegada, por ejemplo el sábado por la tarde, quéde­
se el domingo y vuelva el lunes por la mañana temprano.
Esto puede hacerlo cualquier artesano, y mucho más un pro­
fesor. Se apea en mi casa y duerme las dos noches en la casa
de fideicomiso de Tribschen. Déjese ver tal como es. No he
tenido muchas experiencias felices con los compatriotas ale­
manes. Salve mi fe firme en lo que, junto con Goethe y otros,
llamo libertad alemana. Un saludo cordial de su Richard
Wagner.
Nietzsche aceptó la invitación y se quedó hasta el lunes. De­
bido a sus lecciones tuvo que partir muy temprano. Más tarde
se le comunicó el nacimiento de Siegfried, ocurrido aquella no­
che, y tomó la noticia como presagio feliz de la amistad.
Rohde recibió un informe inmediato de su estancia:
... Recientemente le he leído a él mismo, de forma in­
discreta, un hermoso pasaje de tus cartas anteriores sobre
W.: estaba muy conmovido y ha pedido una copia. Dale
(y dame) gusto y escríbele una carta detallada. Ya no eres
ningún desconocido para él. Su dirección: Sr Richard Wag­
ner, Tribschen, cerca de Lucerna. Recientemente he vuel­
to a pasar dos días en su casa y me he sentido maravillosa­
mente reconfortado. El convierte en realidad lo que noso­
tros sólo podíamos desear; el mundo desconoce la grandeza
humana y la singularidad de su naturaleza. Aprendo mu­
cho a su lado: este es mi curso práctico de filosofía schopcn-
haueriana. La proximidad de Wagner es mi consuelo.
Y mientras el recién nacido Siegfried llenaba la casa de vigo­
rosos gritos, Wagner inició el borrador para orquesta del ‘Ocaso
de los dioses’, la cuarta y última parte de la tetralogía. Tampoco
pudo enturbiar el trabajo la carta del rey de Baviera, celoso de
Cosima y del niño. Tras la representación del ‘Oro del Rhin’ pro­
hibida expresamente por Wagner, pero ordenada por el rey bajo
45
invocación de sus derechos contractuales, el soberano le escribió
a Richard:
Creo que (si puedo expresarme así) usted se imagina mi
puesto más fácil de lo que es. Estar tan total y absolutamen­
te solo en el mundo desconsolado, desolado, solo con mis
ideas, no es ninguna pequenez... Pobres de los que tienen
que ver con la masa, felices aquéllos que tienen que crear
con individuos, como puede hacer usted. ¡Oh!, he conoci­
do a los hombres, créame. Lo acogí con verdadero amor,
me sentí rechazado y tales heridas tardan en curar.
El joven soñador Luis —a sus 24 años— había dejado defini­
tivamente de existir, el solitario misántropo se alejaba cada vez
más de su ídolo Wagner. El trato y el intercambio de pensamien­
tos cesaron hasta el Festival de Bayreuth, es decir, durante ocho
años. Tan sólo se cruzaban cartas poco frecuentes y convencionales.
Cuando empezaron las grandes vacaciones de verano, Wag­
ner deseaba que Nietzsche las pasara en su mayor parte con él,
pero a Nietzsche le gustaba irse de excursión a la montaña. La
reacción de Wagner era entre molesta y chistosa: «El profesor se
vende caro». La carta de Cosima de fines de julio de 1869 revela
que desde Tribschcn se seguían con interés las excursiones vera­
niegas de Nietzsche:
Hemos compartido en verdad el sufrimiento de su aven­
tura en el Pilatus. Después de haber declarado en la ciudad
de Stanz, durante un juego de bolos, que le haría buen tiem­
po, nos hemos despertado todos, niños y viejos, con un ver­
dadero susto el lunes. Desde la cocina hasta la habitación
de los niños corría como el fuego la pregunta: ‘¿Qué pre­
tende el profesor N.?’ Isolde viene hacia mí y me dice: ‘Pe­
ro el señor del tío Richard está allí arriba.’ Era lunes; el mar­
tes, como hacía sol, creíamos que se tenía que haber queda­
do allí arriba y a mediodía lo hemos esperado realmente.
Sólo mucho, mucho más tarde se nos ocurrió que al fin y
al cabo ha sido castigado por haber menospreciado Tribs-
chen y no querer o no poder aplazar en un día su excursión
al Pilatus. Castigo o destino, es horrible.
Sin embargo, Nietzsche volvió a recibir inmediatamente otra
46
invitación: «... ahora debo preguntarle si le gustaría venir a Tribs-
chen el próximo sábado y domingo. El mal tiempo se sobrelleva
mejor aquí que en el Pilatus, y Ud sabe que su presencia siempre
es grata. Asegurándole el Sr Wagner que así es, le saluda cordial­
mente. La semana pasada recibió una carta del profesor Brock-
haus anunciando su salida y también su posible visita a Tribschen.»
Naturalmente, Nietzsche no quería herir esta vez a Wagner
y fue. Y cuando poco después llegaron de Leipzig el cuñado y
la hermana de Wagner, se le volvió a llamar a toda prisa. Wag­
ner telegrafió lo siguiente: «27.8.69. Los Brockhaus comen ma­
ñana (sábado) a las 2 en mi casa, le ruego encarecidamente su
presencia, prometiéndole entera libertad para el domingo por la
tarde. Wagner.» Con cualquier motivo se manifestaba el deseo
de la presencia de Nietzsche. Incluso el personal parecía alegrar­
se: «Vuelva a Tribschen pronto. Ya sabe que Jakob lo hace todo
gustoso, y espero sepa con más certeza aún lo bienvenido que es
para el maestro y para mí.»
Además de sus dos cómodas habitaciones, se le dejó a Nietz­
sche el pequeño salón, llamado en su honor ‘Cuarto de Pensar’.
Pero ni Wagner ni Cosima tenían idea del tiempo precioso que
les regalaba Fritz, no sólo con la solución de encargos de todo ti­
po, sino también haciendo que dispusieran de sus únicos días li­
bres, llevándoselo siempre que podían a Tribschen. Nietzsche tra­
bajaba en exceso debido a su nuevo puesto con muchos cursos
y los trabajos privados que tanto le exigían. Tan sólo una perso­
na para quien, como él, el trabajo era una necesidad, podía con­
tentarse con tales exigencias. Su hermana lo confirma: «Ha sido
lo único de lo que se quejaba un poco mi hermano, que Wagner
y la señora Cosima no tenían ¡dea del trabajo que tenía.»
Para las Navidades de 1869, Nietzsche volvía a ser huésped
de Tribschen, un ‘recuerdo hermosísimo y sublime’, como le es­
cribió a Rohde en enero de 1870. Wagner leyó en esta ocasión
el gran borrador del ‘Parsifal’, circunstancia que pone en duda
la afirmación posterior de que Nietzsche se soprendió ante el cam­
bio religioso de Wagner en el ‘Parsifal’.
Wagner había encontrado en Nietzsche a un nuevo *Walther
von Stolzing’ que le podía ser útil. En abril de 1870 el Rectorado
de la Universidad de Basilea y el gobierno suizo le habían conce­
dido al joven profesor el título de catedrático ordinario de Filolo­
47
gía clásica, cosa que deslumbró al compositor, aunque sólo fuese
porque hasta entonces le habían prestado poca atención los sa­
bios. Los trabajos de este joven genio llamado Nietzsche le pro­
metían la posibilidad de llevar sus propios pensamientos a los cír­
culos académicos. Wagner atraía también en lo humano al joven
sensible y extraordinariamente activo. Ambos mantenían largas
conversaciones, y no sólo sobre temas artísticos.
Así, por ejemplo, Nietzsche se había acostumbrado a la co­
mida vegetariana junto con su compañero de estudios de Leipzig
Cari von Gersdorff. Mientras tanto, estaba ya convencido de que
no era más que un capricho, y uno muy inquietante. Wagner tam­
bién había sido vegetariano durante años y podía discutir con él
los pros y los contras. Wagner —más tarde adversario apasiona­
do de la vivisección— se acaloraba ahora cuando discutía en voz
alta la divergencia entre teoría y práctica del vegetarianismo. Nietz­
sche reconoció que en ese terreno volvía a asir un trozo de ese
optimismo que aparece una y otra vez como socialismo, crema­
ción de cadáveres, vegetarianismo e incontables fonnas ideológicas,
como si con la eliminación de un fenómeno pecaminoso y
antinatural, se restableciera la felicidad y la armonía. Mien­
tras nuestra sublime filosofía enseña que en cualquier sitio
que toquemos encontramos la corrupción total, la pura vo­
luntad de vivir, siendo absurdas todas las curas paliativas...
y entre nosotros, entre personas especialmente fuertes y cor-
poralemente muy activas, el vegetarianismo puro sólo es posi­
ble rebelándose violentamente contra la naturaleza.
Wagner opinaba, además, que la naturaleza se venga a su ma­
nera, como él mismo había experimentado. Uno de sus amigos
fue víctima del vegetarianismo y, personalmente, creía que ha­
bría dejado de existir hacía muchos años de no haber abandona­
do esa forma de alimentación. Ambos llegaron al resultado de que:
«Naturalezas intelectualmente productivas y afectivamente intensas
tienen que comer carne.» Nietzsche le decía al amigo Gersdorff:
«¡Luchemos, y si es posible, no por molinos de viento. Pensemos
en la lucha y el ascetismo de hombres realmente grandes, en Scho-
penhauer, Schiller, Wagner!» Mencionemos sólo de pasada el cam­
bio total de lo que Wagner pensaba a este respecto, tal como se
manifestó en el ‘ParsifaT.
48
La vida con los amigos

La cosmovisión (Weltanschaung) de Schopenhauer penetra­


ba cada vez más e] pensamiento de Nietzsche. Tras el primer se­
mestre ya se hallaba realmente satisfecho con su actividad acadé­
mica, incluso con respecto a la disciplina científica representada
por él. La participación y simpatía de sus oyentes se manifesta­
ban en que solían acudir a él para pedirle consejo. Tampoco fal­
taban invitaciones al principio, y a Nietzsche le gustaban incluso
los bailes y las reuniones. Pero, como en ocasiones anteriores, no
tardó en ver las dificultades de adaptación. Le faltaba sobre todo
el ‘amigo más querido’, Rohde. Cierto, los Brockhaus lo visita­
ron en Basilea y lo acompañaron a Tribschen. Y las vacaciones
de Navidad de 1869 que pasó en casa de Wagner, le parecieron
hermosas y sublimes. A pesar de todo, se sentía solitario y llama­
ba como un enfermo a Rohde, que vivía en Roma: «¡Vente a Ba­
silea!» Y le anunciaba: «Si eres primero mi huésped, iremos lue­
go juntos a casa del amigo Wagner. Si pudieras hacer el viaje de
vuelta por el lago Como, sería una buena ocasión de darnos una
alegría a todos. Nosotros, es decir, los de Tribschen, hemos echado
el ojo a una villa situada a orillas del lago, cerca de Fiume, llama­
da ‘Villa Capuana’, dos casas. ¿No podrías someter esta villa a
inspección y crítica?»
El año 1870 empezó con mucho trabajo para Nietzsche. Para
el 18 de enero y el 1 de febrero tenía que dar conferencias en el
Museo de Basilea y, a decir verdad, sobre ‘El drama musical grie­
go’ y sobre ‘Sócrates y la tregedia’. Tribschen le había robado
tanto tiempo de sus deberes oficiales que ahora tenía que apurar­
se con los preparativos. Como se retrasaba su carta de agradeci-
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gía clásica, cosa que deslumbró al compositor, aunque sólo fuese
porque hasta entonces le habían prestado poca atención los sa­
bios. Los trabajos de este joven genio llamado Nietzsche le pro­
metían la posibilidad de llevar sus propios pensamientos a los cír­
culos académicos. Wagner atraía también en lo humano al joven
sensible y extraordinariamente activo. Ambos mantenían largas
conversaciones, y no sólo sobre temas artísticos.
Así, por ejemplo, Nietzsche se había acostumbrado a la co­
mida vegetariana junto con su compañero de estudios de Leipzig
Cari von Gersdorff. Mientras tanto, estaba ya convencido de que
no era más que un capricho, y uno muy inquietante. Wagner tam­
bién había sido vegetariano durante años y podía discutir con él
los pros y los contras. Wagner —más tarde adversario apasiona­
do de la vivisección— se acaloraba ahora cuando discutía en voz
alta la divergencia entre teoría y práctica del vegetarianismo. Nietz­
sche reconoció que en ese terreno volvía a asir un trozo de ese
optimismo que aparece una y otra vez como socialismo, crema­
ción de cadáveres, vegetarianismo e incontables formas ideológicas,
como si con la eliminación de un fenómeno pecaminoso y
antinatural, se restableciera la felicidad y la armonía. Mien­
tras nuestra sublime filosofía enseña que en cualquier sitio
que toquemos encontramos la corrupción total, la pura vo­
luntad de vivir, siendo absurdas todas las curas paliativas...
y entre nosotros, entre personas especialmente fuertes y cor-
poralemente muy activas, el vegetarianismo puro sólo es posi­
ble rebelándose violentamente contra la naturaleza.
Wagner opinaba, además, que la naturaleza se venga a su ma­
nera, como él mismo había experimentado. Uno de sus amigos
fue víctima del vegetarianismo y, personalmente, creía que ha­
bría dejado de existir hacía muchos años de no haber abandona­
do esa forma de alimentación. Ambos llegaron al resultado de que:
«Naturalezas intelectualmente productivas y afectivamente intensas
tienen que comer carne.» Nietzsche le decía al amigo Gersdorff:
«¡Luchemos, y si es posible, no por molinos de viento. Pensemos
en la lucha y el ascetismo de hombres realmente grandes, en Scho-
penhauer, Schiller, Wagner!» Mencionemos sólo de pasada el cam­
bio total de lo que Wagner pensaba a este respecto, tal como se
manifestó en el ‘ParsifaT.
48
La vida con los amigos

La cosmovisión (Weltanschaung) de Schopenhauer penetra­


ba cada vez más el pensamiento de Nietzsche. Tras el primer se­
mestre ya se hallaba realmente satisfecho con su actividad acadé­
mica, incluso con respecto a la disciplina científica representada
por él. La participación y simpatía de sus oyentes se manifesta­
ban en que solían acudir a él para pedirle consejo. Tampoco fal­
taban invitaciones al principio, y a Nietzsche le gustaban incluso
los bailes y las reuniones. Pero, como en ocasiones anteriores, no
tardó en ver las difícultades de adaptación. Le faltaba sobre todo
el ‘amigo más querido’, Rohde. Cierto, los Brockhaus lo visita­
ron en Basilea y lo acompañaron a Tribschen. Y las vacaciones
de Navidad de 1869 que pasó en casa de Wagner, le parecieron
hermosas y sublimes. A pesar de todo, se sentía solitario y llama­
ba como un enfermo a Rohde, que vivía en Roma: «¡Vente a Ba­
silea!» Y le anunciaba: «Si eres primero mi huésped, iremos lue­
go juntos a casa del amigo Wagner. Si pudieras hacer el viaje de
vuelta por el lago Como, sería una buena ocasión de damos una
alegría a todos. Nosotros, es decir, los de Tribschen, hemos echado
el ojo a una villa situada a orillas del lago, cerca de Fiume, llama­
da ‘Villa Capuana’, dos casas. ¿No podrías someter esta villa a
inspección y crítica?»
El año 1870 empezó con mucho trabajo para Nietzsche. Para
el 18 de enero y el 1 de febrero tenía que dar conferencias en el
Museo de Basilea y, a decir verdad, sobre ‘El drama musical grie­
go’ y sobre ‘Sócrates y la tregedia’. Tribschen le había robado
tanto tiempo de sus deberes oficiales que ahora tenía que apurar­
se con los preparativos. Como se retrasaba su carta de agradeci-
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miento por la estancia de Navidad, Wagner manifestó muy pronto
una impaciencia celosa: «¡Mi querido amigo! Su silencio me ex­
traña; pero disipará esta extrañeza. De paso, tengo un ruego pa­
ra hoy. Por las viejas cartas de mi familia, que me llegaron como
regalo de Navidad, he descubierto un error cronológico en mi bio­
grafía. Espero que el primer folio no se haya copiado definitiva­
mente, y le ruego que corrija los datos cronológicos en los márge­
nes. ¡Ahora no se enfade conmigo! Como el que se había queda­
do, no quería en realidad comunicarle nada antes de que usted,
el que se marchó, enviara sus noticias. Mas como la cronología
así lo ha dispuesto, quiero añadirle que en Tribschen están todos
algo enfermos. Tos, refriado, catharro —¿o cómo se escribe?—
tienen a todos en cama. He vuelto a tomar las Normas. También
ha vuelto a escribir el rey, en su habitual estilo salvaje. Es posible
que este año represente ‘El oro del Rhin’ y ‘Las Valquirias’ en
Munich: todo esto sucede como yo quiero, pero no es probable.
Así están las cosas.—De Berlín vino el nombramiento académi­
co: le he comunicado a Jakob que sólo debe recibir a quienes pre­
gunten por el ‘Señor académico correspondiente de número’ R. W.
Este es mi nuevo título.—Pero basta ya, pues me está resultando
usted dudoso. Su R. W.»
Nietzsche contestó a vuelta de correo. Parece que Wagner te­
nía también la ¡dea de que no se debía pedir demasiado a Nietz­
sche. Cosima estaba aún lejos de semejante opinión, pues escri­
bió: «... No le guardo rencor, pero quisiera empezar diciéndole
que estaba realmente preocupada de que estuviese enfermo. Es­
toy contenta de que sea injustificada mi desconfianza hacia el des­
tino, que siempre me echa a perder esta satisfacción. También
me ha dicho el maestro lo mucho que tiene que hacer.» Reconci­
liado y de buen humor, volvió a escribir Wagner:
¡Querido inofensivo!—Hay gente que siempre es algo
sospechosa. Ya veremos. Por ahora le deseo toda suerte de
alumbramientos y le envío también, para suavizar los dolo­
res, los dos últimos números de ‘Uber das •Dirigieren’. El
escudo ha caído muy bien y tenemos toda la razón para agra­
decerle sus cuidados a este respecto. Sólo que me ha vuelto
a la memoria mi viejo proyecto contra el buitre que, de mo­
mento, se tomará por águila, hasta que por la historia na­
50
tural se le explique que existe un ‘buitre monje’ que se pa­
rece mucho al águila. Mas como, por la relación, es preci­
samente importante que se reconozca el ‘buitre’, le roga­
mos que influya en el grabador para que, con ayuda de la
primera y mejor imagen de esa bestia, le coloque a nuestro
pájaro la gola característica. No le vendrá bien la modifica­
ción del cuello, pero tal vez se logre.
El dibujo mencionado debía adornar, a propuesta de Nietz-
sche, las memorias de Wagner como viñeta del título.
La hermana Elisabeth tuvo que participar también en la bus­
ca de una reproducción del buitre y no podía concebir al princi­
pio que no pudiera ser un águila la que llevase el escudo. Nietz-
sche le confió que Wagner señala a su padrastro Geyer* como
su verdadero padre. No hay razón ninguna para no creer esta ma­
nifestación de los días más íntimos, y por eso no compartimos las
sospechas que se exponen siempre en torno a este ‘secreto’, in­
cluida la última gran biografía de Wagner de Robert Gutman50.
De esta época de amistad data ya el conocimiento que tenía Nietz-
sche del origen judío de Wagner. En su polémica obra ‘El caso
Wagner’ volvió a tocar Nietzsche este punto, aunque se le califi­
có de increíble por su ‘parcialidad’. Geyer fue, por lo demás, un
hombre polifacético: pintaba, escribió una comedia, ‘Der bethle-
hemische Kindermord’, y también parece que tenía dotes musi­
cales. Su padre fue organista de Eisleben. Gutman apunta con
razón que nada mejor que el furioso antisemitismo de Wagner,
bien alimentado por Cosima, da fe de su origen judío.
Las conferencias de Nietzsche en el Museo de Basilea produ­
jeron ‘temor y malosentendidos’ entre los oyentes. Wagner re­
sultó ser ahora, con su consuelo, un alentador perspicaz, aunque
no totalmente desinteresado, del trabajo literario de Nietzsche,
para el que éste carecía aún de confianza propia. «Ciencia, arte
y filosofía se desarrollan ahora tan unidos en mí que seguramen­
te daré a luz centauros.» Nietzsche envió inmediatamente el ma­
nuscrito de las dos conferencias a Tribschen, donde causaron al
principio cierta agitación. Por primera vez se desarrollaban aquí,
* Geyer, apellido del padrastro, es, fonéticamente, casi idéntico a
geier ■ buitre. (N. del T.)
51
con más detalle y precisión que en la conversación, las ideas so­
bre la destrucción de la vieja tragedia dionisíaca por el espíritu
de Sócrates51 y Eurípides52. Wagner tuvo que tranquilizar a Co­
sima: Nietzsche se había modernizado de manera sorprendente
con los nombres sublimes de los atenienses. Ante el amigo Wag­
ner expresó su propia opinión del modo siguiente:
Por mi parte, me asustó la audacia con que tan breve
y categóricamente comunica usted una idea tan nueva a un
público supuestamente indispuesto para la formación, de
suerte que en favor de su absolución sólo se puede contar
con su incomprensión total de ese lado. Hasta los iniciados
en mis ideas se asustarían si con éstas entrasen en conflicto
con su fe en Sófocles e incluso Esquilo. Yo, por mi parte,
le grito: ¡así es! Usted ha dado en el clavo y designado con
la mayor precisión el punto propiamente dicho, de manera
que no veo más que su ulterior desarrollo, para convicción
del prejuicio dogmático común.
Pero aconseja que no siga expresando esos pensamientos en
tratados breves que producen un efecto demasiado fácil, sino que
el amigo debe concentrarse en un trabajo más amplio.
La respuesta de Nietzsche a las dos cartas de Wagner ha de­
saparecido víctima de la destrucción, lo que resulta especialmen­
te doloroso al leer el eco de Wagner. Este escribe lo siguiente:
¡Querido amigo! ¡Es bueno que se escriban tales cartas!
Exceptuando a la única, no hay nadie con el que pueda to­
marme las cosas tan en serio como con usted. ¡Dios sabe
cómo empezaría! Si, roído por el disgusto, vuelvo siempre
a mi trabajo, tengo que recuperar a menudo el buen humor
porque realmente apenas puedo comprenderlo y tengo que
reírme. Me viene de repente el conocimiento de la causa,
sólo que inmediatamente siento que me gustaría entregar­
me a él para transformarlo totalmente en saber socrático.
Para ello necesitaría disponer de muchísimo tiempo y no te­
ner ningún proyecto mejor. Pues hacer comprender a otros
el saber de tales razones requiere al menos la renuncia a to­
da creación. Pero la división actual del trabajo es buena.
Usted podría quitarme mucho, la mitad de mi determina­
ción. Y tal vez siguiera usted su propia definición. Ya ve
52
lo mal que me va con la filología y lo bueno que es que a
usted le haya ¡do de forma parecida con la música. Si se hu­
biera hecho músico, sería aproximadamente lo que habría
llegado a ser yo si me hubiese obstinado en dedicarme a la
filología.
Por mucho que afectase este cumplido a Nietzsche, converti­
do en indirecta involuntaria, tiene que haber sonreído ante el con­
sejo de concentrarse en un trabajo mayor. Y es que, por elocuen­
te que pareciera en el trato diario, sólo se presentaba con planes
ultimados cuando los había madurado en silencio.
El asombro de los Wagner ante los nuevos pensamientos de
Nietzsche tuvo, por demás, una reacción placentera que Cosima
describe así: «Su envío y la ocupación consiguiente indica un gi­
ro del estado de ánimo en Tribschen. Estábamos tan aturdidos
que ya no leíamos por las noches. La peregrinación que tuvimos
que emprender gracias a usted a los tiempos más hermosos de la
humanidad ha tenido un efecto tan benéfico en nosotros que, a
la mañana siguiente, el maestro hizo que su Sigfrido, acompaña­
do de la figura de violín más atrevida e insolente, tocara en el Rhin
su tema alegre, mientras las hijas del Rhin entonaban con alegría
y vigor su motivo.» Se trata aquí —en el ‘Ocaso de los dioses'—
del intermedio del ‘Viaje de Sigfrido por el Rhin’ tras su despe­
dida de Brunilda.
‘Turbaba’ sobre todo la representación de la ‘Walkiria’, pla­
neada en Munich, en la que insistía el rey sin preocuparse de los
contraargumentos de Wagner, remitiéndose al derecho escrito del
estreno. El maestro se resignó definitivamente a que la Intenden­
cia tampoco se rigiese por los deseos de Wagner. Escribía así a
Karl Klindworth53: «Este sería el precio al que me compro tanta
tranquilidad burguesa para, al menos, poder representar mis
obras.» Ante Nietzsche se desahogaba denunciando con dureza
la representación de Munich. Quien allí fuese tenía que contar
con la animosidad de Wagner, igual que Liszt, que emprendió
el camino a Munich rodeado de un enjambre de admiradores. Des­
graciadamente, las representaciones de ‘Los maestros cantores'
en Viena y Berlín tampoco aportaron ninguna alegría. Según el
Bechmesser-Stándchen, los vieneses silbaron al saber que Wag­
ner quería parodiar una vieja canción del rito judío. La señora
53
Schleinitz51 y Gersdorff le informaron del gran éxito de Berlín,
así como de 'defectos colosales de la representación’.
Las relaciones amistosas con los Wagner apenas podían redu­
cir las tensiones de Nietzsche, creadas en él por la conciencia de
sus opiniones sin compromisos, opiniones que lo convertían en
exiliado social. De ahí sus esfuerzos por atraer a su gemelo ‘Dios-
curo’ Rohde, como solía llamarlo el maestro Ritschl, a la cátedra
de Basilea, mientras que él mismo quería ocupar la de filosofía.
Cierto, los intentos fracasaron, pero al poco tiempo tuvo al me­
nos la satisfacción de saludar a Rohde en Basilea. También Gers­
dorff le faltaba a Nietzsche. El amigo no sabía qué hacer con la
pasión por Wagner. No obstante, en marzo de 1870 parecía estar
convencido, pues Nietzsche confirma la recepción de una carta
como «prueba de nuestra afinidad».
Como ocurre siempre en torno a un espíritu determinado, se
habían formado partidos en pro y en contra de Wagner, e incluso
Nietzsche necesitó algún valor para no perderse en medio del gri­
terío. No podía entender que tantas personas importantes no se
pusieran del lado de Wagner. El gesto de ‘renuncia’ de Wagner
en el sentido de Schopenhauer le scrvió a Nietzsche de acicate para
superar teóricamente este conflicto. Se consoló pensando que la
increíble seriedad de Wagner para el trabajo y su intento de do­
minar intelectualmente la expresión artística debía suponer para
la mayoría de las personas un horror semejante al ascetismo y a
la negación de la voluntad de Schopenhauer. Nietzsche no veía,
en primer lugar, las emociones imponderables que determinaban
a escondidas el hábito idealista de Wagner, un hábito que al jo­
ven profesor de Basilea le recordaba a Schiller. «Este batallar ar­
diente, magnánimo para que por fin llegue el día de los nobles,
en breve, lo caballeresco, que se opone todo lo posible a nuestro
plebeyo ruido cotidiano político» y que él suponía en Wagner, lo
indujo a sus ensoñaciones juveniles. Quien no se mostrase con­
forme con la música y las ideas del maestro le parecía a Nietzsche
indolente, incapaz de entender a través de un estudio detallado
a un artista tan importante y obras de arte tan trascendentales.
Así, pues, Nietzsche se comporta exactamente igual que los wag-
nerianos que tanto odiaría después. Así, por ejemplo, se alegra
de que Gersdorff estudiase el cuaderno ‘Opera y drama’ que le
54
había enviado Wagner. Y con rapidez informaba de este ‘aconte­
cimiento’ a los amigos de Tribschen.
Nietzsche tenía toda la razón para afirmar: «Es un enriqueci­
miento increíble de la vida conocer de cerca a semejante genio.
Para mí, todo lo mejor y más hermoso va vinculado a los nom­
bres de Schopenhauer y Wagner, y estoy orgulloso y feliz de con­
cordar en esto con mis mejores amigos.» Los escritos de Wagner
‘Arte y política’ y ‘Sobre la dirección’ se los envió Nietzsche a
todos los conocidos, colocando este último al mismo nivel que el
ensayo de Schopenhauer ‘Profesores de filosofía’.
A primeros de abril de 1870, la madre y la hermana de Nietz­
sche visitaron a su Fritz en Basilea y fueron con él al lago Lé-
man, donde pasaron unos hermosos días de primavera en la pen­
sión Ketterer de Clarens-au-Basset. El reciente catedrático iba
acompañado en su viaje por la simpatía de Tribschen. Wagner
se sintió aliviado, pues el amigo se había tomado tan en serio los
adversos sucesos del invierno que incluso quería abandonar su cá­
tedra para dedicarse a defender al querido maestro. De cuando
en cuando Wagner se manifestaba contra tales intenciones, pues
le importaba mucho ser defendido precisamente por un profesor
universitario, ya que el puesto y el título eran importantísimos
para él. Cuando Nietzsche volvió de Ginebra, reconciliado inte­
riormente con su puesto, y se dedicó a una nueva tarea filológica,
Wagner manifestó su alegría al final de su carta, después de ha­
blar de toda suerte de apremios de los impresores:
Me alegro de que la excursión al lago Léman lo haya
serenado. Los mismos lugares que ha pisado y observado
usted ahora quedaron también marcados de manera signi­
ficativa en mí a lo largo de diversos periodos de mí vida.
En el Hotel Byron de Villeneuve viví una catástrofe curiosa
de mi destino. En Montreux tuve experiencias peculiares
con un amigo joven y muy inteligente. En Vevey busqué
asilo en invierno hace cuatro años y medio y conversé allí
con el Gran Duque de Badén, mientras paseábamos, acer­
ca de la política alemana, etc. Ahora, cuando, como puedo
ver, la filología se ha adueñado ‘sombría y corporalmentc’
de su norma de vida, e incluso deben resultarle enojosas las
excursiones divertidas, permítame callar algunas travesuras:
55
tal vez contribuya a desviarlo de nuevo de algunas impre­
siones extraviadas que le afluyen desde una esfera en la que
otro puede —o tiene que— considerarse llamado a obser­
var el mundo con toda su voluntad. Trabajo despacio pero
‘seguro’ en mi obra y me entrego al placer consciente de
que con ‘Los Maestros cantores’ he entrado en contacto por
última vez con el teatro y la ópera. Le saluda muy cordial­
mente su Richard Wagner.
Poco después mostró Wagner su asombro de encontrar a Nictz-
sche con tan buen humor tras el viaje a Ginebra, indicando tam­
bién otros casos en los que le había llamado la atención la rápida
superación de las fases pesimistas por parte de Nietzsche.
La amistad alcanzó su punto culminante a lo largo de 1870.
Wagner, que sabía muy bien que no podía vigilar la formación
de su hijo Siegfricd hasta que éste fuese mayor de edad, pensó
temporalmente en nombrar a su amigo tutor legal de su hijo.
Como en el año anterior, los deberes oficiales impidieron a
Nietzsche felicitar personalmente a Wagner en el día de su cum­
pleaños. Envió a Tribschen, junto con la carta, doce rosales flori­
dos; pero su principal regalo, la ‘Melancolía’ de Durero, quiso
llevarlo personalmente, pues creía que no debía enviar este som­
brío cuadro al maestro para su cumpleaños. Adjuntando su foto­
grafía, escribía el 21 de mayo:
‘Pater seraphice’, ,igual que el año pasado no pude ser
testigo ocular de su fiesta de cumpleaños, una constelación
desfavorable me lo impide también ahora; la pluma se re­
siste en mis manos, mientras esperaba visitarle en mayo.
Permítame que hoy concentre lo más estrecha y personal­
mente posible el círculo de mis deseos. Otros pueden felici­
tarle en nombre del arte sacrosanto, en nombre de las más
hermosas esperanzas alemanas, en nombre de sus deseos más
íntimos. A mí me basta el más subjetivo de todos los de­
seos: que siga siendo para mí lo que ha sido el año pasado,
mi mistagogo en las doctrinas secretas del arte y de la vida.
Aunque temporalmente parezca algo alejado de usted por
la niebla gris de la filología, no lo estoy nunca, mis pensa­
mientos giran siempre en torno suyo. Si es verdad que lo
que, para orgullo mío, escribió una vez, que la música me
56
dirige, es usted entonces el director de esta música mía. Y
usted mismo me ha dicho que algo mediocre, si está bien di­
rigido, puede causar una impresión satisfactoria. En este sen­
tido le expreso el rriás raro de los deseos: que siga así, que
se mantenga el instante: ¡es tan hermoso! Sólo exijo esto para
el año próximo, que no me haga indigno de inapreciable
participación y de su valiente consuelo. ¡Acoja este deseo
con los que inicia el nuevo año! Uno de los ‘muchachos
bienaventurados’.
Nietzsche sintió después no haber ido a Tribschen, pues le con­
taron maravillas de la fiesta. Cosima transformó la casa en un
jardín, y las cuatro niñas, vestidas de blanco y coronadas de ro­
sas, andaban como llores vivas. A las ocho de la mañana, 45 sol­
dados colocados en el jardín tocaron la ‘Marcha del homenaje’.
Cosima había estado antes en el cuartel y había supervisado mi­
nuciosamente los ritmos. Wagner, conmovido, no podía decir ni
palabra, y casi se arrepentía ya del arreglo. A ello se sumó una
adversidad imprevisible: Daniela, la hijita mayor de Cosima, quiso
devolverles ese día la libertad a sus cinco pájaros, que tanto que­
ría. Después de recitar unos versos, Daniela dejó volar a cuatro
de los pájaros. Pero el quinto no quería abandonar de momento
la jaula. Por fin, tras ponerlo en un arbusto, saltó al suelo y el
perro lo cogió y mató. Richard y Cosima se entristecieron tanto
con el incidente que ésta opinaba que Nietzsche podía haber en­
viado tranquilamente la ‘Melancolía’. Wagner expresó su agra­
decimiento a Nietzsche con estas palabras: «Mi querido amigo:
Una mano querida le habrá comunicado ya lo bienvenido que el
‘muchacho bienaventurado’ le era al ‘pater seraphicus’. Seguro
que duda de ello. También le contaron el feliz cuarto de hora que
inc causaron sus impresiones y que durará mientras tenga sensi­
bilidad. Por eso no le digo nada al ‘bienaventurado’ y le informo
únicamente lo que, desde otra esfera de la vida, me obliga a es­
cribirle.» Se trataba de Pussinelli, el editor de las memorias, vol­
viendo Wagner a pedir a Nietzsche que se preocupase de la mar­
cha de los trabajos de impresión. No olvidó añadir
que, por mi parte, está usted destinado a ser guardián de
este recuerdo mío después de mi muerte. Aquí todo va bien.
Mañana pienso terminar los esbozos del primer acto de ‘Sig-
57
frido’ (quería decir ‘El ocaso de los dioses’). Pasado maña­
na celebro el primer cumpleaños de mi hijo y, al mismo tiem­
po, el ‘aniversario* de su primera estancia en mi casa. ¡Que
las estrellas sean propicias en este doble aniversario! Entonces
me pareció que usted le trajo suerte a mi hijo. Desde enton­
ces ha pasado un año difícil, pero interiormente muy feliz,
y al fin parece que también debe tenerse en cuenta la cons­
telación de mi nacimiento, Tauro: al que perservera se le
dará lo suyo. En pocos meses espero ver convertida en mi
esposa a la generosa madre de mi hijo. Que le vaya bien
y alégrese sobre todo, y, por cierto, a la vieja manera grie­
ga, no a la nueva. Cordialinente le saluda su Richard
Wagner.
Nietzsche estuvo de huésped con Erwin Rohde del 11 al 13
de junio de 1870 en Tribschen. Rohde se hallaba en un «viaje al
azul» de quince meses y calificó su visita como el punto culmi­
nante de su viaje por Europa.
También Nietzsche escribió de manera exuberante a la ‘esti­
madísima baronesa’ Cosima tras esta visita: «Comprendo cómo
los atenienses pudieron edificar santuarios de holocaustos a su Es­
quilo y a su Sófocles, cómo le dieron a su Sófocles el nombre he­
roico de Dcxion, porque acogió y atendió a los dioses en su casa.
Esta existencia de los dioses en casa del genio despertó ese senti­
miento religioso del que hablaba.» Durante estos días, animado
por tal entusiasmo, Wagner movió a su joven admirador a que
postergase por un par de años su actividad académica y le acom­
pañase a preparar los festivales de Bayreuth. Mas no dejó de ser
una esperanza del profesor Nietzsche el sentirse liberado, al me­
nos temporalmente, de las cadenas filológicas.
Los de Tribschen discutieron vivamente la agitación en que
los había sumido la nueva comprensión nietzscheana de la Anti­
güedad griega. Resultó que la primera de sus dos conferencias,
‘El drama musical griego’, sólo existía fragmentariamente en
Tribschen. De ahí que Nietzsche copiase con diligencia los dos
tratados y dedicase las copias a Cosima. Esta se lo agradeció tan­
to más cuanto que Wagner le había reprochado haber expresado
demasiado pronto y con demasiada vehemencia su admiración,
sin saber realmente lo que Nietzsche opinaba. Cosima escribió:
58
«¡Cómo me ha conmovido la dedicatoria de las conferencias que
tan amablemente me ha enviado...! Durante estos días he leído
la conferencia sobre el drama musical y sólo puedo repetirle que
la considero el atrio imprescindible del edificio de su Sócrates, y
que entonces me habría ahorrado mi agitación superficial si hu­
biera conocido la cálida descripción de la obra de arte de los grie­
gos que la precedía.» Claro que la vista de Cosima seguía dirigi­
da a la utilidad para Bayreuth. «Usted escribe su libro en Bay-
reuth y nosotros hacemos honor al libro. Y aunque diseñe casti­
llos en el aire, si su luminosa imagen favorece, como techo protec­
tor, el crecimiento de la planta más espléndida, puesta siempre
en peligro por el tiempo exterior, la cuidaré y haré productiva,
como jamás ha ocurrido con ningún bien real.»
Munich significaba un peligro especial puesto que allí no po­
dían verle ni en pintura. A pesar de la indignación del maestro,
que temía por los derechos de estreno de su teatro de festivales,
el estreno de la ‘Valkiria’, logrado y con un éxito extraordina­
rio, se celebró en el Teatro Nacional Bávaro de Munich. Había
intentado evitarlo por todos los medios, incluida una demanda
de auxilio al rey Luis: «Una vez más le suplico que se represente
la ‘Valkiria’ por sí sola, pero excluya al público.» No obstante,
Franz Wüllner55 dirigió tres veces, con un llenazo, las represen­
taciones altenativas de ‘El oro del Rhin’ y ‘Valkiria’, y Wagner
no pudo impedir que la vieran, entre otros, Brahms, Liszt y ami­
gos franceses.
La presencia de Nietzsche volvió a tranquilizar los nervios de
Tribschen, y por primera vez vio también al ‘Fidi’, como llama­
ban los padres a Siegfried, retenido hasta entonces en las habita­
ciones superiores. La cama infantil estaba bajo los altos álamos
o entre los árboles frutales del prado. El profesor —un tanto
desinteresado— encontró al bebé ‘sano y esperanzador’. Cosima
se guardó el juicio del huésped Rohde y se remitía a la opinión
de su marido cuando escribió a Nietzsche: «Nos queda un recuerdo
muy grato de estos días, al maestro le gustó mucho su amigo, su
seriedad varonil, su significativa participación, y la verdadera ama­
bilidad que a veces ilumina sus duros rasgos, era en términos ge­
nerales simpático. Si se le nombra profesor de Freiburg» (como
deseaba Nietzsche), «vengan siempre los dos a Tribschen, pues,
59
‘con dos piernas es como mejor camina el hombre’ dice nuestra
autoridad.»
Poco después esperaba Wagner en Tribschen al director de
orquesta Hans Richter, que debía ayudarle en la redacción de la
partitura del ‘Anillo’. Las invitaciones engolosinaban a Nictzsche
con noticias de música en casa. Wagner no le apremió demasia­
do, debido a sus muchas ocupaciones, pero Nictzsche sabía lo bien­
venido que era en cualquier momento. El profesor tuvo que ad­
mitir suspirando que su deber le robaba el goce del arte.
A finales de junio de 1870, la madre de Nietzschc abandonó
a su hijo tras pasar bastante tiempo juntos en Basilca, mientras
que la hermana de Nietzsche se quedó. Entre Tribschen y Basi-
lea iban y venían cartas y envíos; de Wagner llegaban general­
mente deseos. Pero Nietzsche se había torcido el pie y tenía que
yacer inmóvil. Así que Elisabeth se encargaba de realizar lo que
Wagner deseaba tener, telegrafiando chistosamente: «En Tribs-
chen se exigen urgentemente nueve arenques holandeses... Di­
rector Richter instalado permanentemente en casa. ¿El profesor?
Wagner.» Nietzsche debía volver, pues, lo antes posible.
El 15 de julio, el día de ‘Bündeli’, en el que todas las escuelas
y la universidad de Basilea permanecían cerradas, los hermanos
Nietzsche viajaron a Lucerna. Friedrich fue a Tribschen, mien­
tras que Elisabeth permaneció prudentemente en casa de un pro­
fesor que poseía una villa en la orilla opuesta del lago. Sus hués­
pedes miraban la península de enfrente con el telescopio y un día
«se me anunció», informa Elisabeth: «Su hermano se acerca en
bote para recogerla.» ¿Pero se podía ir a visitar gente tan escan­
dalosa como los Wagner? La hermana le pidió consejo a la seño­
ra de la casa. «Puede ir a todas partes donde vaya su hermano»,
se le respondió. A Elisabeth le golpeaba el corazón cuando se sentó
en la canoa que Hans Richter llevó a remo a Tribschen. Wagner
y la señora Cosima la recibieron amablemente en el embarcade­
ro. Al principio, Elisabeth estaba un poco confusa de que Wag­
ner fuese pequeño y la señora Cosima mucho más alta que él.
La visita no duró mucho y la disposición interna de la vieja y sen­
cilla casa de campo causó una impresión sospechosa en la herma­
na de Nietzsche, puesto que un ‘meubleur’ de París con atlas ro­
sa y amorcillo había despilfarrado el dinero de forma poco agra­
dable. Pero encontró adorables a Wagner y a la señora Cosima,
60
encantadores a los niños, especialmente al pequeño Siegfried, de
cuya existencia nada le había dicho el hermano hasta entonces.
Sospechaba con razón de que a Nietzsche se le quitaba un gran
peso de encima por haber transcurrido tan felizmente esta visita
y no haberlo puesto en ningún apuro con una pregunta impru­
dente. Al final, el hermano y la hermana viajaron a Axenstein
y al valle de Maderaner.
Un trueno interrumpió la comunión del idilio de Tribschen.
Mientras los Wagner emprendían una excursión al Pilatus, se rom­
pieron las negociaciones del emperador Wilhelm I con Francia so­
bre la candidatura al trono español. La publicación del comuni­
cado entregado por Wilhelm I en Bad Ems y muy acortado por
Bismarck suscitó fuerte irritación en Francia. El 19 de julio le de­
claró la guerra a Prusia, «y nuestra raída cultura salta al pecho
del demonio atroz» (Nietzsche a Rohde). Como portavoz de la
declaración de guerra a Prusia actuó el político francés Emile Oili-
vier, cuñado de Cosima. Los amigos franceses de Wagner:
Mendés5*’, Gautier” , Villiers de l’Isle-Adam58, Saint-Saéns**,
Duparc60 y Joly61 pasaron por Suiza a la vuelta de las represen­
taciones de Wagner en Munich y se pararon en Tribschen. Por
tensas que fuesen las discusiones políticas, resultaba fácil enten­
derse en las cosas artísticas. Saint-Saéns acompañó a Wagner al
piano para cantar partes del 'Anillo’.
Nietzsche se alistó voluntario al ejército, pero sólo participó
durante dos meses en la guerra como sanitario. En su calidad de
ciudadano suizo, las autoridades cantonales no le permitieron pres­
tar servicio activo en el ejército prusiano. Así que solicitó un ‘per­
miso para el servicio de sanidad’, que le fue concedido. El 12 de
agosto encontró en Lindau al amigo MosengelM, pintor de Ham-
hurgo, y al día siguiente marchó a Erlangcn, donde ambos se ins­
truyeron en la asistencia a los enfermos. Antes, a su vuelta a Ba-
silea, estuvo brevemente en Tribschen y halló tiempo para leer
su ensayo ‘Sobre la visión dionisíaca del mundo’. Sólo hipotéti­
camente mencionó a Cosima y a Wagner su intención de partici­
par en la guerra, pues ellos, tan entusiastas de la guerra, no que­
rían perder al amigo y creían que no era como en 1813, cuando
los jóvenes formaron un cuerpo de Lützow. Mas cuando los Wag-
ncr oyeron que el gobierno sólo le había permitido un servicio
de enfermero, retiraron sus objeciones.
61
Pero lo mismo que la instrucción militar anterior de Nictz-
sche tuvo un fin rápido gracias a una caída del caballo, ahora tam­
bién tuvo que interrumpir prematuramente su servicio por en­
fermedad. Como acompañante de un transporte de heridos ad­
quirió disentería y difteria faríngea, de la que se curó lentamen­
te, primero en Erlangen y lugo en Naumburg, con la madre.
Guardando todavía cama en Erlangen recibió Nietzsche la no­
ticia de la boda de Wagner. A las cinco semanas de anunciarse
el divorcio, casualmente en el cumpleaños del rey Luis, el 25 de
agosto, a las ocho de la mañana, en la pequeña parroquia protes­
tante de Lucerna, se celebró la boda de Richard con Cosima, di­
vorciada de von Bülow, nacida Condesa d’Agoult. Actuaron de
testigos Malwida von Meysenburg63 y Hans Richter, que sustitu­
yó a Nietzsche, originariamente previsto para tal acto.
A la hora de la boda, Cosima se vio afectada por sentimientos
contradictorios: brillaron por su silencio el padre y la madre, Con­
desa Marie d’Agoult6*, que degeneraba mentalmente; se abstu­
vo también la vieja y rencorosa señora von Bülow, que miraba
con desprecio a la ‘infame’. Pero lo que más le dolía a Cosima
era el odio de la amiga y compañera de su padre, la Princesa Sayn-
Wittgenstein65, una mujer fría, mala y cada vez más mojigata a
medida que envejecía, que parecía olvidar que ella misma había
abandonado familia, dinero y honor por Liszt.
Por otro lado, Cosima podía considerar ahora a Wagner, an­
te la ley, como objeto del «cumplimiento de su puesto». En su diario
se deseaba lo siguiente: «Que sea digna de llevar el nombre de
Wagner. Mi devoción se ha centrado en dos puntos: el bienestar
de Richard, que siempre pueda aumentarlo, la felicidad de Han-
sen, que lejos de mí lleve una vida serena.» Un deseo más devoto
que realista.
Malwida von Meysenbug cuenta en sus memorias lo alegre
que estaba Wagner de ver, por fin, bien ordenados sus asuntos
domésticos. Se quejó vivamente de la ausencia de Nietzsche en
la ceremonia, ‘puesto que nadie se habría alegrado tanto como
él’. Wagner le había confiado a Malwida que el ‘querido Nietz-
sche’, procedente de una familia que se remontaba a varias de
las generaciones más virtuosas, había ‘sufrido terriblemente’ ba­
jo las relaciones ilegales de Wagner. Parece también creíble que
este último año, desde que se conocieron más de cerca, le había
62
costado algo a Nietzsche circular en una casa tan libre como ami­
go íntimo. Claro que consideraba a Wagner y a Cosima muy por
encima de los demás mortales, especialmente por encima de to­
das las relaciones burguesas. En aquella época significaba ya al­
go que Nietzsche escribiera: «Nuestros artistas viven de una for­
ma más atrevida y honrada; y el ejemplo más contundente que
tenemos ante nosotros, el de Richard Wagner, pone de manifies-
to cómo el genio no debe temer entrar en contradicción con las
formas y órdenes existentes si quiere sacar a la luz el orden y la
verdad superiores que viven en él.» Pero también hay que decir
que Nietzsche creía que las naturalezas especiales hallaban preci­
samente en la tradición una fuerte protección para ascender tan­
to más alto en el mundo del espíritu, libres de las luchas cotidia­
nas. Esto lo sabía muy bien Wagner, y en consideración al carác­
ter de Nietzsche y a sus sentimientos se calló muchas cosas desa­
gradables, precisamente de los últimos años de su amistad, razón
por la cual lo eximió de la corrección de su autobiografía. Pero
había momentos en los que a Wagner enojaba evidentemente la vir­
tuosidad de Nietzsche. Entonces podía hacer de repente chistes
groseros sobre Cosima y él mismo. Poco después juzgaba severa­
mente su inclinación por lo ordinario, puesto que la cara de Nietz­
sche lo reprimía. Este corregiría por sí mismo, al poco tiempo,
la imagen transfigurada de la vida y del carácter de Wagner.
El novio, que ya no era precisamente joven, se sintió orgullo­
so y aliviado. Ya no se dirigirían más gemelos a la península para
obtener una vista de ambos adúlteros. Los botes de turistas o di­
ligencias abandonarían ahora sus intentos de penetrar en la fin­
ca. Y la comunidad vecina de Horw podía tranquilizarse ahora,
esforzada desde hacía cierto tiempo por expulsar a la pareja de
Lucerna por razones morales. Poco a poco remitía la marea de
cartas injuriosas anónimas.
Wagner no comunicó al rey, sino a un cortesano, la boda ‘tras
superación de todos los impedimentos’. Ante Hans Richter pro­
nosticó muy consciente de sí mismo: «Lo que el mundo habrá de
agradecer a esta felicidad, ya se lo pensará alguna vez, creo yo...»
Fue Cosima la que notificó por escrito a Nietzsche acerca de
la fiesta. Desde el hospital de Erlangen hizo saber a la pareja có­
mo le había ido entre tanto. Sus diversas tareas lo habían llevado
hasta las proximidades de Metz. En Ars-sur-Moselle se ocupa-
63
ron él y Mosengel del cuidado de los heridos, con los que volvie­
ron luego a Alemania. Estos tres días y tres noches con heridos
graves significaron el punto culminante de los esfuerzos. Nietz-
sche tenía que atender a seis heridos con vendas y cuidados, ya­
centes en un miserable coche de ganado. Le parecía ‘una obra
de magia’ que pudiera dormir y comer entre estas pestilencias.
Mas, apenas hubo entregado su transporte al hospital de Karls-
ruhe, se le presentaron síntomas graves de malestar. Con gran
esfuerzo llegó a Erlangen para presentar su informe, teniendo que
guardar cama a continuación. «He trabado conocimiento con dos
de esas tristemente célebres enfermedades contagiosas del hospi­
tal: me han debilitado de tal manera en breve tiempo que, por
de pronto, tengo que abandonar todos mis planes de ayuda, vién­
dome obligado a pensar exclusivamente en mi salud... No que­
rría decir nada de las victorias alemanas: se trata de marcas de
fuego en el muro comprensibles para iodos los pueblos.»
El 2 de septiembre capitularon los franceses en Sedan. Luis II
firmó en noviembre de 1870 el documento en el que se requería
al rey de Prusia para que se ciñera la corona de emperador. Mien­
tras tanto, trabajaba Wagner en ‘La capitulación, comedia de Aris­
tófanes’, que representó luego con el título de ‘Una capitulación,
comedia a la manera antigua’. Le ofreció la chapuza a Richter
para que le pusiera música y le propuso que la compusiera al es­
tilo de Offenbach. Pero, después de haberla rechazado un teatro
de Berlín, abandonó el manuscrito. Ridiculizaba en él a la Fran­
cia vencida haciendo presentarse a Perrin66 y a Hugo67, pero pa­
rodiaba también al público alemán, que capituló ante la opereta
de París.
Una vez que se hubo recuperado hasta el punto de poder via­
jar de nuevo, llegó Nietzsche, procedente de Erlangen, a Naum-
burg para reponerse en casa de su madre. Pero la enfermedad
le dejó para el resto de su vida un estremecimiento del cuerpo y
el debilitamiento del estómago a causa de los fuertes medicamen­
tos aplicados. Movido por el sentido del deber, el amor al trabajo
científico y para encontrar alivio en el estudio, comete el error,
confiando en su constitución, de volver a Basilea a medio curar.
De vuelta a Basilea y saludado con alegría por compañeros
y estudiantes, Nietzsche recibió a principios de noviembre de 1870,
de manos de Wagner, el regalo del manuscrito del artículo ‘Beet-
Ii4
hoven’, escrito hacía dos meses. «He aquí una profunda filosofía
de la música, continuación rigurosa de Schopenhauer», opinaba,
creyendo que Wagner le había hecho así a Beethoven el gran ho­
nor que podía ofrecerle la nación. El encuentro de Nietzsche con
la música de Beethoven se limitaba básicamente a las veladas de
Tribschen. El cuarteto de cuerda de Friedrich Hegar68 venía de
cuando en cuando de Zurich a Tribschen para tocar música de cá­
mara. Una y otra vez intentaba demostrarles que, en cuanto
sordo, Beethoven apenas podía haberse preocupado de la forma:
«Tenía que haber abandonado aquí o allí», es una de las manifes­
taciones de Wagner con tal motivo, notificada por Nietzsche en
1883 a Peter Gast. La excepción a este modo de ver las cosas la
constituye el último cuarteto, que los wagncrianos calificaron,
prontamente, de ‘retroceso’.
La manifestación de Wagner lo caracteriza más a él que a las
piezas de Beethoven, especialmente si se tiene en cuenta que a
lo sumo parece aplicable a las partes que se han conservado en
forma de variaciones, de las que tanto gustaba servirse Beetho­
ven al final. Así, por ejemplo, casi todos los adagios de este pe­
riodo de creación son variaciones. Pero precisamente las frases
angulares demuestran que el Beethoven de la última época tam­
bién se sentía obligado con la forma.
Para Nietzsche, la filosofía musical de Wagner era la filosofía
de la música en general. Su propio artículo del verano anterior
‘Sobre la concepción dionisíaca del mundo’ lo degradó a estudio
preliminar para la comprensión de las reflexiones de Wagner so­
bre la música. Y ello aunque a menudo consideraba ‘distantes’
las ideas de Wagner y se sorprendía y extrañaba de las explica­
ciones que daba Wagner a la peculiaridad de Beethoven. En su
carta de agradecimiento del 10 de noviembre de 1870, Nietzsche
expresaba a Wagner el temor de que «usted les parecerá un so­
námbulo a los estetas de ahora, un sonámbulo al que no es acon­
sejable, y sí peligroso, seguir, que debe figurar como imposible.
Hasta los conocedores de la filosofía de Schopenhauer no estarán
en condiciones de traducir en conceptos y sentimientos la profunda
armonía existente entre sus pensamientos y los de su maestro».
Sólo está en condiciones de seguir al pensador Wagner «el que
haya desvelado el Tristán».
Cabe que Wagner se sintiera adulado, pero también se mani­
65
fiestan aquí sensaciones discrepantes del lector Nietzsche, quien,
lo mismo que Wagner, estaba ocupado en una obra mayor que
refleja la época más feliz de su coincidencia amistosa. Richard
Strauss reconocía aquí uno de los instantes más esenciales del si­
glo. Hay que preguntarse, naturalmente, hasta dónde llegaba real­
mente la fidelidad de Nietzsche a Wagner en esos momentos. Claro
que Nietzsche debía alegrarse al reencontrar en el ‘Beethoven’
una estilística suscitada por él mismo. La manera wagneriana de
interpretar poéticamente a Schopenhauer respondía también a sus
conversaciones de Tribschcn. ¿Pero podían injertarse realmente
principios de la ópera en unas bases filosóficas con las que en ver­
dad eran incompatibles? Con conceptos schopenhauerianos de­
bían expresarse nexos que no respondían en absoluto al gusto ni
a la manera de pensar de su autor. En el ‘Beethoven’, por ejem­
plo, Wagner vincula su teoría de la obra de arte global a las con­
cepciones schopenhauerianas sobre el simbolismo de los sueños
y los rostros. La música se celebra como superior a las demás ar­
tes por su clairvoyance, y su relación con la poesía se considera ‘to­
talmente ilusoria’. Wagner postula que la unión entre texto y mú­
sica debe producir siempre la total subordinación del texto, adu­
ciendo como ejemplo que, en la Novena Sinfonía, al texto de Schil-
ler se le ha puesto música sin tener en cuenta realmente la pala­
bra. En el fondo, al oyente sólo lo entusiasma la melodía hímnica
que, de manera muy característica, sólo lleva al principio la or­
questa. A lo sumo, el texto puede llevar al compositor al estado
de ánimo favorable para la inspiración. El artículo termina con
la intepretación del ‘eterno femenino’ de Goethe como el espíritu
de la música capaz de redimir al poeta.
El que Nietzsche pensara entonces de forma parecida lo cali­
ficó después, en su primer ‘libro imposible’, como un ‘error de
juventud’. Pero ahora opinaba que la filosofía musical de Wag­
ner era «una posesión preciosa que, mientras tanto, sólo benefi­
cia a muy pocos».
Quien se aproximaba aquí a las cuestiones de la música había
alcanzado ya en la filología clásica todo lo que podía constituir
una carrera académica. Aunque no sin algunas contradicciones,
el mundo especializado se tomaba en serio las manifestaciones y
los juicios del joven sabio. Nietzsche era un buen maestro para
sus alumnos, no demasiado numerosos. Al convertirse en cate­
66
drático había alcanzado antes que otros el escalón máximo de la
carrera y podía llevar una vida independiente. También dispo­
nía de verdaderos amigos. Pero estos hechos no significaban para
él más que presupuestos secundarios para la propia realización
intelectual y humana. £1 volumen más bien pequeño de sus obli­
gaciones y la existencia asegurada le dejaban espacio para traba­
jos propios. Concibió una serie de libros que pronto lo pondrían
en oposición extrema con las convenciones sociales, con la cien­
cia y la filosofía contemporáneas. De momento no sufrió, claro
está, las peores soledades de los años posteriores.
Siguió participando de la felicidad de la familia Wagner en
Tribschen y se entusiasmó igualmente con las lecciones y el co­
nocimiento personal de Jacob Burckhardt*9. Mientras tanto, la
guerra volvía a relampaguear, aunque Wagner se interesaba apa­
sionadamente por ‘el ataque de Prusia’, incurriendo así en la pri­
mera contradicción con Nictzsche, que sentía un odio fervoroso
contra la guerra. Le confesó a Rohde lo preocupado que estaba
por el futuro que se avecinaba, en el que creía ver una Edad Me­
dia disfrazada. Prusia le parecía fatal y anticultural, «donde los
gañanes y los curas brotan como hongos y pronto oscurecerán to­
da Alemania con su vaho».
A Wagner, en cambio, le habría gustado muchísimo conocer
personalmente a Bismarck y a Moltke. Cosima se apuntó que que­
ría organizar el encuentro de tal manera «que ellos no supieran
quién era. Quería acercarse a ellos como un subordinado total­
mente oscuro». De todos modos, el chauvinismo de Wagner se
moderó un poco cuando se consiguió la victoria fácil de Prusia.
Richard le manifestó a Cosima: «Con razón no podemos sino ca­
llar ante la terrible grandeza de lo que acontece: nada de jactarse
ante la victoria, nada de quejarse de los sufrimientos, reconoci­
miento silencioso, profundo, de que Dios gobierna.»
En Tribschen imperaban, por tanto, los sentimientos patrió­
ticos. Wagner, que con la victoria de los alemanes esperaba tam­
bién el triunfo de su arte, trabajaba entusiasmado en su ‘Kaiser-
marsch’. Los niños tuvieron que aprender el canto popular y gri­
taban jubilosos su ‘Heil dem Kaiser’ por toda la casa de campo,
no siempre para alegría de los visitantes, como la madre de Cosi­
ma, que se hallaba por entonces en Tribschen. Según manifesta­
ción de Wagner, la Condesa d ’Agoult poseía esa cualidad france­
67
sa que se denomina ‘irreflexión heroica’, aunque no dejaba de
ser una francesa fanática. Nietzsche no tenía la menor simpatía
por el 'gran sentimiento alemán’ de los Wagner. El nacionalismo
le era esencialmente ajeno. Sus cartas a Tribschen hablan de los
temores del futuro; el militarismo lo aplastará todo. Ante tales
pensamientos, el maestro aducía: «Todo lo consiento, gendarmes,
soldados, amordazamiento de la prensa, reducción del parlamen­
tarismo, pero ningún oscurantismo.»
El cumpleaños de Cosima el 25 de diciembre de 1870 se cele­
bró de una manera especial. Richard le preparaba una sorpresa
desde hacía varias semanas. Salieron telegramas para todo el mun­
do. Nietzsche recibió una invitación. Se negociaba con músicos,
y en el Hotel du Lac de la ciudad se cuchicheaba acerca de reu­
niones misteriosas. Inteligente y entregada, Cositna hacía como
si no notase nada.
La partitura del Idilio de ‘Sigfrido’, terminada el 4 de diciem­
bre, resonó muy temprano en la mañana del cumpleaños, cuan­
do todavía no se habían desvanecido las sombras de la noche en
el lago. Nietzsche, tiritando de frío, olvidó pronto la desabrida
mañana con la música. El diario de Cosima apunta:
Hijos míos, no os puedo decir nada de este día, nada
de mis sensaciones, nada de mi estado de ánimo, nada de
nada. Sólo quiero deciros con toda sequedad lo que ocurrió:
cuando me despierto, mis oídos perciben un sonido que crece
por momentos, ni en sueños podía imaginario. Resonaba
música, ¡y qué música! Cuando se extinguió, entró en mi
dormitorio Richard con los cinco niños y me entregó la par­
titura de la poesía sinfónica de cumpleaños. Me corrían las
lágrimas, pero también lloraba toda la casa. Richard había
colocado su orquesta en la escalera y de esta forma se con­
sagró eternamente nuestro Tribschen.
Nietzsche había vuelto a conseguir un grabado en cobre de
Durero como regalo de Navidad, esta vez su favorito, ‘Caballe­
ro, muerte y diablo’. Como les dijo a la madre y a la hermana,
le había caído en las manos gracias a una feliz casualidad. Desde
este momento, este grabado en cobre le acompañaría cada vez
con más frecuencia en su vida. El teólogo Franz Overbeck70 lo
recibió en recuerdo y confirmación de su común servicio a la ver­
68
dad. Cuando años más tarde emigró la hermana con su marido
a Paraguay, Nietzsche creyó que no podía darle otro regalo de
boda y de viaje mejor que este grabado. El primer signo de su
amor por este cuadro de Durero aparece en un pasaje del ‘Naci­
miento de la tragedia’. Un agradecido lector de Basilea le había
enviado este grabado con motivo de este libro, y el pasaje que
se refiere a él es el que más admiraba Cosima. En él se describe
precisamente el encuentro de la filosofía de Schopenhauer y la vo­
luntad configuradora de Wagner en el ánimo de Nietzsche:
Un desconsolado solitario no podía haber elegido nin­
gún símbolo mejor que el caballero con la muerte y el dia­
blo, tal como lo ha dibujado Durero, el caballero armado,
de mirada dura, que sabe emprender su senda del terror solo
con el perro y el caballo, sin que lo perturben sus crueles
compañeros, y, no obstante, sin esperanza. Nuestro Scho­
penhauer era uno de estos caballeros de Durero: no tenía
ninguna esperanza, pero pretendía la verdad. No hay nada
semejante.
Esta cita se corresponde con la manifestación existente en la
carta de Nietzsche a Rohde de octubre de 1868: «Me gusta de
Wagner lo que me gusta de Schopenhauer, el aire ético, la fra­
gancia fáustica, la cruz, la muerte y la tumba...»
El regalo de cumpleaños de Cosima para el segundo día de
Navidad, el manuscrito ‘El origen del pensamiento trágico’, se
lo entregó Nietzsche a Wagner, pues, en realidad, sólo quería acer­
carse desde Basilea durante un par de horas la noche de Navi­
dad. Cosima se mostró muy contenta: «La profundidad y gran­
diosidad de las nociones ofrecidas con la mayor concisión es muy
notable. Seguimos con el mayor y el más vivo interés sus ideas.
Me alegra especialmente que puedan ampliarse las ideas de Nietz­
sche en este terreno.» Esta esperanza parecía justificada, y Cosi­
ma no cesaba de protestar ante Nietzsche de la manera de expo­
ner sus pensamientos. Creía que pensamientos inteligentes y gran­
des puede tenerlos cualquiera, pero lo que importa es expresarlos
en forma resuelta y desarrollada. Nietzsche escuchaba fielmente
esta advertencia. Estaba imbuido de la verdad y justicia de sus
concepciones.
La horas de su presencia se convirtieron en días y Nietzsche
69
se quedó durante toda la fiesta. El 28 de diciembre sintió el maes­
tro la necesidad de leerles a ambos el tercer acto del ‘Tristán’,
y andaban declamando de una habitación a la otra. En las habi­
taciones de abajo hacía frío, el ‘cuarto de pensar’ lo habitaba Nietz-
sche, así que se fueron arriba, donde dormía ‘Fidi’. Wagner leía
en voz baja para no despertar al niño. «Tremenda impresión del
grande en mí», se dice en el diario de Cosima.
Mientras terminaba la campaña de Francia, caía París y se
proclamaba el Imperio alemán precisamente en Versalles, Wag­
ner terminó la partitura del ‘Sigfrido’ en Tribschen. Tras la con­
clusión de la composición propiamente dicha, la producción de
la partitura supuso un trabajo largo, difícil y responsable que no
ultimó hasta el 5 de febrero de 1871.
Nietzsche seguía sin encontrarse del todo bien en la primave­
ra. De dos noches, una la pasaba sin dormir. Anhelaba salir del
ajetreo académico, también para tener más tiempo para su libro.
Finalmente se le concedieron vacaciones, puesto que se quejaba
de agotamiento regularmente recurrente y, por último, también
quería ‘seguir la voz de su naturaleza’. «Concedido permiso has­
ta finales del semestre de invierno al objeto de restablecer su sa­
lud», proclamaba la autoridad. En Tribschen se asustaron por el
estado de salud de Nietzsche, pues Wagner había esperado que
el amigo viniera todos los sábados y domingos para participar en
las veladas de los cuartetos de Beethoven, organizados por Hans
Richter y fijados para los fines de semana en consideración a Nietz­
sche. ‘¿Tiene que ser?’, preguntaba Nietzsche con los sonidos del
cuarteto en FA mayor de Beethoven, y la necesidad exigía: ‘Tiene
que ser.’ (Así está en el manuscrito del cuarteto de Beethoven.)

70
Tragedia y drama musical

El médico, profesor Liebermeister, se había opuesto ya a que


Nietzsche volviera prematuramente a su actividad oficial, e insis­
tía ahora, primavera de 1871, en unas vacaciones largas en los
lagos italianos. Nietzsche fue a Tribschen para despedirse e in­
mediatamente después partió para Lugano. Hasta primeros de
abril se hizo acompañar por la hermana durante su estancia en
Italia, pero como los viajes lo fatigaban mucho, se quedaron en
el Hotel du Pare de Lugano. También tuvieron mala suerte con
el tiempo. A Nietzsche le preocupaba que aún no se hubieran da­
do ningunos pasos en Basilea para concederle a Rohde su cátedra
de filología, y le escribió que estaba irritado y descontento por
ello. Además, se quejaba en estos términos: «Ni siquiera he co­
nocido el lago de Como ni el Largo, y ya llevo más de seis sema­
nas en Lugano. En general, el tiempo es poco italiano; todavía
no he notado nada de una primavera que sea más que la nuestra
alemana.»
Pero los momentos de entusiasmo interrumpían también las
depresiones. Entonces trabajaba en su ‘justificación filosófica’, un
escrito sobre ‘Origen y meta de la tragedia’, que al mismo tiem­
po debía preparar su despedida de la filología y debía servir para
su trabajo en el libro mayor. De forma cada vez más consecuente
se dedicaba al trabajo filosófico. Su concepción filosófica la veía
trazada en los rasgos principales. «Sí, aunque me convierta en
poeta, estoy decidido a ello.» Sin embargo, todavía dudaba del
rumbo que debía tomar para llegar a la meta. Tan pronto le ocu­
paba parte de una nueva metafísica como una nueva estética, pa­
ra volver luego a un nuevo principio educativo con el pleno re­
chazo de los institutos y universidades existentes.
71
Lo que más siento es el crecimiento de este mundo pro­
pio, cuando, no con frialdad, pero sí con tranquilidad, con­
templo toda la llamada historia universal de los últimos diez
meses y la aplico sin demasiado respeto como medio para
mis buenas intenciones. Orgullo y locura son realmente tér­
minos demasiado suaves para expresar mi insomnio espiri­
tual. Este estado me permite contemplar toda la posición uni­
versitaria como algo secundario, incluso penoso, y hasta esa
cátedra de filosofía me estimula, especialmente por ti, puesto
que no considero esta cátedra más que como algo provisio­
nal. (A Rohde.)
Hasta el verano de 1871 no cedieron sus molestias: insomnio,
hemorroides y sabor a sangre en la boca. Inmediatamente leyó
partes de su libro en Tribschen. Recibiría el título de ‘Origen y
meta de la tragedia’. Para consternación de Nietzsche, Wagner
dio a entender que estaba levemente defraudado. Muy pocas ve­
ces se había hablado de la referencia a su propia obra. Pues, a
pesar de todo el entusiasmo por Wagner y su arte, la conciencia
sabia de Nietzsche se oponía a adoptar en esta obra pensamien­
tos contrarios al tema.
El borrador, entregado a Cosima en Navidad como regalo de
cumpleaños, presentaba a un discípulo de Wagner por excelen­
cia, como apenas sospechaba el propio Nietzsche. Ahora una re­
visión seguía a la otra. El primer libro de su hermano lo describió
más tarde la hermana como surgido de ‘problemas y respuestas
estéticas’ que ‘desde hacía años anidaban en él’. Dos conferen­
cias pronunciadas a comienzos de 1870 habían preparado el tra­
bajo filosófico. Una de estas conferencias la publicó ahora en 1871
por su cuenta: ‘Sócrates y la tragedia’. El escepticismo de los dos
Wagner ante este escrito tuvo ya su expresión en el hecho de que
Cosima objetó que no se podía ver el racionalismo de Sócrates-
Eurípides como contrario a la tragedia de los griegos. Nietzsche
incorporó a toda prisa en sus teorías sobre la tragedia de los grie­
gos una glorificación de} drama musical wagneriano. Plenamen­
te convencido y con toda sinceridad afirmaba ahora el autor que
la tragedia, surgida antes de la música, había vuelto a nacer con
Wagner. A comienzos de 1872 se publicó el ensayo con el nuevo
título de ‘Die Geburt der Tragódie oder Griechentum und Pessi-
72
mismus’ (£1 nacimiento de la tragedia o Helenismo y pesimismo).
Dos años después tuvo su segunda edición en una versión en par­
te modificada cuyo largo epílogo ensalzaba a Wagner y su
‘Tristón’.
Se basara en lo que se basara este libro, calificado más tarde
por el propio Nietzsche como ‘cuestionable’, para él trataba te­
mas de importancia vital que afectaban a toda su existencia. La
época que surgió a pesar de ello, la de la guerra franco-prusiana,
lo atestiguaba con demasiada claridad. Mientras que en Wórth
Europa temblaba ante los cañonazos de la batalla, Nietzsche es­
taba sentado ‘en algún ricón de los Alpes... muy preocupado y
despreocupado al mismo tiempo’, trazando sus pensamientos acer­
ca de los griegos. Unas semanas más tarde se hallaba él mismo
«bajo las murallas de Metz, presa todavía de las interrogantes»
que «había planteado en relación con la supuesta ‘alegría’ de los
griegos...» El estudio de los griegos, la entrega a la música, basa­
dos creativamente en el instante, pero presentes siempre para él
gracias a la obra de Wagner, y finalmente la apasionada venera­
ción por Schopenhauer, de esta mezcla todavía no fermentada de
trabajo filológico profesional, conocimiento filosófico propio y ve­
neración desarrolló luego Nietzsche su posición solitaria en la his­
toria del espíritu de la edad moderna. Entre muchos grandes es­
píritus del pasado, así como en Goethe, Schiller y Heine, encon­
tró apuntada Nietzsche la confrontación de los conceptos ‘apolí­
neo’ y ‘dionisíaco’, términos que ocuparían pronto una posición
clave en el pensamiento de Nietzsche.
Para Nietzsche, la discrepancia entre ambos conceptos se anu­
laba en el drama griego. Los discutibles dioses gemelos griegos
Apolo y Dionisios se unían en necesaria dependencia mutua. La
vivencia de ‘Tristán’ fue la que le permitió al joven Nietzsche co­
nocer de cerca lo dionisíaco y lo que le impuso a reflexionar sobre
ello. En la embriaguez y lo orgiástico del lenguaje de Tristán, el
dolor parecía provocar la alegría, la alegría parecía convertirse
en dolor. Apenas habría necesitado mencionarse en el ‘Prólogo
a Richard Wagner’ que el libro se proyectó cuando el maestro
trabajaba en su homenaje a Beethoven: en cualquier parte del texto
se manifiesta la experiencia del intercambio de pensamientos en­
tre ambos hombres. Así, por ejemplo, leemos en Nietzsche que:
73
Bajo el encanto de lo dionisíaco no sólo vuelve a fusio­
narse el vínculo que existe entre un hombre y otro: tam­
bién la naturaleza alienada, hostil o subyugada celebra de
nuevo su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hom­
bre. Claro que la naturaleza sacude sus dones y las alima-
ñanas se acercan pacíficamente a las rocas y al desierto. El
canto de júbilo de Beethoven, el ‘canto de la alegría’ se trans­
formó en un cuadro y no pierde imaginación porque millo­
nes se hundan temerosos en el polvo: así es como uno pue­
de aproximarse a lo dionisíaco. Ahora el esclavo es hombre
libre, ahora se rompen todos los límites fijos, hostiles que
han impuesto a los hombres la necesidad, la arbitrariedad
o la ‘moda insolente’. Ahora, ante el evangelio de la armo­
nía de los mundos, cada cual se siente unido a su prójimo,
como si se hubiera roto el velo de la maja y sólo revolotease
en harapos ante el misterioso Uno primitivo. Cantando y bai­
lando se manifiesta el hombre como miembro de una co­
munidad superior: se ha olvidado de andar y de hablar y,
bailando, empieza a elevarse por los aires. El encantamien­
to habla por sus gestos. Lo mismo que ahora hablan los ani­
males y la tierra da leche y miel, también resuena en él algo
sobrenatural: se siente como Dios, camina ahora tan arro­
bado y exaltado como vio caminar en sueños a los dioses.
El hombre ya no es artista, se ha convertido en obra de ar­
te: la fuerza artística de toda la naturaleza se revela aquí
bajo el estremecimiento de la embriaguez. El sonido más
noble, el mármol más precioso es sometido y esculpido aquí,
el hombre, entre los golpes de cincel del artista universal dio­
nisíaco resuena el clamor eleusino de los misterios: ‘¿Os de­
rrumbáis, millones? ¿Adivinas, mundo, quién es el creador?’
Dos formas del arte, a saber, la tragedia y la música, estaban
representadas para Nietzsche en la primitiva cultura griega, for­
mas que pueden distinguirse con los conceptos de lo apolíneo y
lo dionisíaco. Ambas desembocaron en la tragedia ática, la impe­
tuosidad dionisíaca se irguió en rigor apolíneo. En opinión de
Nietzsche, la tragedia evolucionó del coro dionisíaco, y la música
alimentó el mito que ató el teatro en la representación. El carác­
ter terrible y el misterio de lo trágico, revelado así en el teatro
74
helénico, lo veía Nietzsche, para enojo de Cosima, como oposi­
ción a la duda y a la crítica de la filosofía ilustradora desde Sócra­
tes. Las cuestiones de la ciencia, el análisis de los problemas, en­
cerraban para Nietzsche el germen mortal de toda cultura. El em­
pobrecimiento con que amenaza hoy día al arte occidental la vi­
sión puramente científica del mundo surgió ya por aquellos años,
y el joven Nietzsche vivía con la esperanza de que una nueva for-
má artística irrumpiría para salvarlo. La revivificación de la mú­
sica, naturalmente por el genio de Wagner, debía infundir nueva
vida al mito trágico, declarado por muerto. La autosuficiencia y
justicia propia de la tecnología serían, tal vez, vencidas, así como
el dogmatismo de la fe, tal como se presentaba en el anticuado
cristianismo.
Por primera vez también, Nietzsche polemizaba en público
contra la Iglesia; calificaba el cristianismo como una forma más
de la descomposición intelectual socrática. La moral apenas po­
día justificar ya el mundo, había que superar la exigencia de re­
nuncia de Schopenhauer y la compasión como quintaesencia de
la doctrina cristiana. Así, pues, el pensamiento de Nietzsche se
hermanaba con el de Wagner desde otra posición, surgida de la
frustración filosófica. El mundo no debía justificarse ya moral-
mente, un nuevo comienzo del estatúo primitivo: había que ayu­
dar a que Dionisios volviera de nuevo al poder.
Nietzsche presenta las fiestas de primavera de los hombres pri­
mitivos en las que, en la embriaguez de la excitación sexual, lo
subjetivo desaparece en olvido de sí mismo, en las que se renue­
va el vínculo entre un ser humano y otro, como si se tratase de
recuperar la unidad primitiva. Esta es la noción del encanto de lo
dionisíaco. A ello se opone lo apolíneo: dominio formador de
la fantasía poética en el sueño, como limitación, como liberación
de la brutalidad. Allí autoenajenación mística, aquí comprensión
del estado individual, cuya unidad con la razón más íntima del
mundo se revela como alegoría en la quimera.
Lo dionisíaco puede manifestarse sobre todo en la música, lo
apolíneo en las artes plásticas, pero también en el arte poético.
El expresionismo del carácter del género y el impresionismo de
la manifestación individual los ve Nietzsche unidos, y de esta unión
surge la tragedia de los griegos. Así, pues, cuando habla de la ale­
gría griega, no nos encontramos, ni mucho menos, con un opti-
75
fiiismo, corno el de la autocomplacencia de la civilización actual,
por ejemplo. Esta alegría es más bien el contrario necesario del
conocimiento trágico. La ilusión del placer vence al terror de la
contemplación del mundo: «Aquí no hay nada que recuerde el
ascetismo, la espiritualidad y el deber: aquí sólo nos habla la exis­
tencia triunfante, en donde está divinizado todo lo existente, ya
sea bueno o malo.»
¿Cómo surgió, según Nietzsche, la tragedia griega? Nietzsche
dice que: del coro griego. Para entenderlo, volvamos al origen
de la palabra. La designación propiamente dicha del coro como
lugar circunscrito de danza evolucionó, por de pronto, la aplica­
ción figurada del término a la danza en corro, que, unida al can­
to, se ejecutaba durante las fiestas en honor de una divinidad, hasta
que al final sólo se llamaba ‘coro’ a este canto. En este contexto
es interesante la confesión de Schiller en el sentido de que: «En
un principio, la sensación carece de objeto definido y claro en mí;
éste se constituye más tarde. Lo primero es cierto sentimiento mu­
sical, y luego sigue en mí la idea poética.» De forma parecida de­
be imaginarse uno la producción musical en las fiestas dionisía-
cas, como una comunidad de sentimientos conducente al olvido
de sí mismo, comunidad que tuvo su primera expresión en bailes
y cantos, prolongándose hasta que la música se hacía visible a los
discípulos de Dionisios.
Esta perspectiva (la de ver el origen de la tragedia en el coro
dionisíaco) confiere también un significado profundo a la orques­
ta antes de la escena. Pues, originariamente, escena y acción cons­
tituían el contenido del canto. Wagner explicaba de forma pare­
cida la relación entre música y acción, sólo que ahora ya no era
el coro, sino la orquesta, la que debía cumplir la misión creadora
de la música. «Suena, y lo que suena debéis contemplarlo en el
escenario.» La profecía de Nietzsche se encamina ahora hacia la
desaparición de la música de la tragedia, que él ve amenazada
por la dialéctica optimista. Sócrates, como expresión grandiosa
de lo antidionisíaco, es para Nietzsche el tipo de hombre teórico
que no ve ya el remedio en la inconsciencia de la creación artísti­
ca, sino en la consciencia del conocimiento científico. La espe­
ranza de sustituir el sentimiento helénico por el espíritu de la mú­
sica alemana engañó a Nietzsche lo mismo que a Wagner. Preci­
samente porque imaginaba que todavía no había pasado la época
76
del hombre socrático clamaba: ‘¡Atreveos a ser hombres trágicos!'
La fe de Wagner en su éxito personal futuro no podía sacudir ya
el conocimiento posterior de Nietzsche de que el hombre estaba
condenado a la ciencia.
Nietzsche se encontró a sí mismo, asombrado, en su primer
libro, empezando a vislumbrar ahora sus tareas y posibilidades.
Su obra es un monumento a la inmortalidad de semejante mo­
mento, uno de los testimonios de amor más curiosos de todos los
tiempos y, tal vez, todavía el más puro de Nietzsche, aunque no
su libro más importante.
Inmediatamente después de su visita navideña a Tribschen
en 1870 leyó Nietzsche a su regreso de Lugano lo que el agrade­
cido Wagner le había escrito: «¡Todavía no he leído nada tan her­
moso como su libro!» Y, tras la publicación del libro, Cosima le
dijo el 18 de enero de 1872: «En este libro ha conjurado usted
espíritus que creía debían estar al servicio exclusivo de nuestro
maestro.»
Esta exhortación tuvo inmediatamente el efecto deseado. Mien­
tras Richard y Cosima iniciaron su primer viaje al Imperio el 15
de abril de 1871 en unión de Hans Richter, que se separó de ellos
en Augsburg, y llegaron a Bayreuth al anochecer del día 16, Nietz-
schc, que se había quedado de mala gana, pensaba cómo podía
reclutar una falange de amigos partidarios de Bayreuth que pu­
dieran apoyarlo activamente en la realización del plan del festi­
val. Sostenía incondicionalmente la idea de dar nuevos impulsos
al arte desde Bayreuth.
En el sentido de este plan, Wagner se había decidido en el ve­
rano de 1870 a no permitir en ningún otro sitio ninguna repre­
sentación de sus obras. Mientras no se lograse la perfección de
la reproducción prefería renunciar a ellas. Pero al mismo tiempo
pedía enérgicamente un teatro propio, como hizo, por ejemplo,
ante el rey Luis en estos términos: «Entiéndase que para mis obras,
que la casualidad externa ha lanzado al género de la ‘ópera’, de­
bería tener un teatro sólo para mí al que deberían invitarse, no
el público de ópera holgazán, acostumbrado a lo más trivial, sino
únicamente los que hasta ahora se han mantenido totalmente ale­
jados de esos entretenimientos superficiales.»
Esta manifestación de mayo de 1870 caracteriza la primera
definición de la idea del festival de cuño moderno, tal como se
77
ha llevado de nuevo ‘ad absurdum’ en nuestros días con la imita­
ción incalculable. Durante mucho tiempo Wagner había espera­
do poder realizar sus planes junto con el rey. Pero tuvo que aban­
donar esta esperanza, debido también a sus propias deudas. Tam­
bién abandonó pronto los planes para desplazar los festivales a
Nurenberg. No podía ser ninguna gran ciudad, ningún centro in­
dustrial; buscaba el idilio de una pequeña ciudad.
Wagner había conocido Bayreuth veinticinco años antes. Vi­
no casualmente a Bayreuth antes de casarse con Minna Planer
y antes de componer su primera ópera, ‘Das Licbesverbot’, co­
mo modesto director de orquesta con el director de teatro Beth-
mann, que actuaba en Magdeburg durante el invierno y en
Lauchstádt y Rudolfstadt durante el verano. Inmediatamente se
enamoró de esta noble ciudad adormecida. Debido a su inquieta
vida, se olvidó de ella durante decenios. Ahora, al sentir que su
obra debía asegurarse para la posteridad, y como tampoco que­
ría saber nada de los teatros corrientes, el pensamiento de la ciu­
dad de Franconia suponía un sueño dorado para él. Así, ‘silen­
ciosa e inadvertidamente’, fue con Cosima desde Suiza a Alema­
nia, animado por la esperanza de hallar el lugar para su propio
teatro.
Inspeccionó la famosa ópera del margraviato, uno de los últi­
mos teatros estilísticamente puros del barroco italiano en suelo
alemán. Y reconoció enseguida que este teatro no servía para sus
tiñes. Era demasiado pequeño, el escenario demasiado primitivo
y sin posibilidad de ampliación. Mas ‘la peculiaridad y ubicación
de la amable ciudad’ respondía justamente a sus ideas. Cosima
apuntó en el diario que la población de Bayreuth se alborotó con
la estancia de Wagner.
A finales del otoño, repitió Wagner su visita a Bayreuth a fin
de iniciar las negociaciones con las autoridades. Y ocurrió algo
sorprendente: en contraste con Munich, aquí se le abrieron todas
las puertas. Su atrevida empresa tuvo ‘una acogida superior a cual­
quier expectativa’, como afirma en su biografía. Con una previ­
sión poco común en las demás autoridades municipales, las de
Bayreuth reconocieron el futuro que tendría el plan de Wagner.
En el acta de la sesión del concejo municipal de Bayreuth del 16
de noviembre de 1871 aparece la frase siguiente: «La corporación
municipal se pronuncia unánimemente por apoyar de cualquier
78
forma posible para el municipio la grandiosa empresa de Richard
Wagner.» Poco después la resolución se convirtió en realidad. La
ciudad le regaló a Wagner ‘un solar amplio e incomparablemen­
te hermoso, en las proximidades de la ciudad misma para cons­
truir un teatro’.
Mientras tanto, Wagner siguió con Cosima hasta Berlín a fin
de ofrecer sus respetos al canciller von Bismarck, que mantenía
muchas reservas ante el rey Luis de Baviera. Cierto, Wagner fue
recibido amablemente en el círculo familiar, pero el canciller pa­
recía poco afectado por el pequeño y vivaz sajón. No obstante,
la visita de Wagner sirvió principalmente para la puesta en mar­
cha del patronato de Berlín, al que también pertenecía el amigo
de Nietzsche, von GersdorlT. Hubo conversaciones preparatorias,
especialmente con Cari Tausig, en calidad de gerente provisional
de la futura empresa del festival, y con María, Condesa von Schlei-
nitz, influyente e incansable patrocinadora. Había conocido a Wag­
ner en 1863 en Breslau, cuando se llamaba Maria von Buch, y
se había casado con un funcionario de la corte que satisfacía cual­
quier deseo de su hermosa mujer por Wagner. Hizo de Berlín el
centro comercial de la empresa de Bayrcuth. Tausig consiguió reu­
nir el número necesario de ‘patrocinadores’ para Wagner, el fer­
viente admirado. Desgraciadamente, este brillantísimo pianista
murió medio año más tarde, víctima del tifus, con sólo veintinueve
años. El principal sostén de la acción siguió siendo ahora la seño­
ra von Schleinitz.
Más tarde confesó Wagner que la creación de Bayreuth se la
debía en realidad a esta señora, muy estimada en la nueva socie­
dad del Imperio. Hacía propaganda y recolectaba fondos sin pa­
rar, no sin que la gente se riese de ella y la prensa la ridiculizase.
Pues: apenas se creía en la realización de su sueño dorado; crear
un teatro para un solo compositor, un teatro que, lejos de las gran­
des ciudades, debía destinarse a ejecutar sus obras durante unas
cuantas semanas de verano cada dos o tres años. El plan parecía
absurdo, el riesgo grande. Pero era difícil resistirse al entusiasmo
de esta mujer. Antes de la primavera de 1872, y sin la ayuda del
rey Luis, Wagner disponía ya de un capital de 300.000 táleros.
Entre los primeros signatarios del patronato se contaban el em­
perador Wilhelm 1 y el jedive de Egipto.
El traslado a Bayreuth resultaba, por tanto, inminente. Al año
79
de firmarse la paz se había conseguido lo imposible. Los planes
de Wagner tenían más de un objetivo. En la sesión plenaria de
la ‘Academia Prusiana de las Artes’ de Berlín, Wagner pudo leer
su ensayo ‘sobre el destino de la ópera’. En la Opera Real dirigió
un concierto ante el emperador, la emperatriz Augusta y la corte
en pro del ‘Kónig-Wilhclm-Verein’, un concierto que constaba
de la Marcha imperial y fragmentos de los dramas musicales pro­
pios, además de la Quinta Sinfonía de Beethoven.
Los Wagner se pararon también en Leipzig. Clemens Brock-
haus contó a la pareja la noticia fatal de que Nictzsche había de­
dicado también a su hermana, y con la misma poesía, su escrito
‘La competición de Homero’, que estaba dedicado a Cosima. Esta
se sintió ofendida en su pretensión de exclusividad: «En un prin­
cipio tuve que reírme, pero luego, hablando de ello con Richard,
me parece un rasgo inquietante, como una pasión traicionera, co­
mo para protegerse contra una gran impresión.»
En Mannheim existía también una Wagner-Verein, fundada
por el fabricante de pianos Heckel, y en septiembre de 1871 Wag­
ner dirigió allí un concierto. Nietzsche vino desde Basilea y con­
fesó a Gersdorff lo siguiente: «¡Qué significan todas las demás ex­
periencias artísticas comparadas con esta última! Me sentía co­
mo alguien a quien se le hubiera cumplido un presagio. ¡Esto pre­
cisamente es música y nada más! Y esto es precisamente lo que
quiero decir con la palabra música cuando describo lo dionisíaco,
y nada más!»
Karl, el hijo de Heckcl, nos ha transmitido lo que ocurrió en
Mannheim ocho días antes de las Navidades de 1871. Fue hacia
medianoche, cuando la ciudad dormía. Pero la estación estaba
todavía animada: los amigos se saludaban con animados gritos,
los curiosos se reunían en grupos. Se esperaba con expectación
el tren que debía venir del este. Entró en la estación, y cuando
una figura pequeña, peculiar, de movimientos muy ágiles, se ba­
jó del tren, resonó el clamor de: ‘¡Viva Richard Wagner, viva,
viva!’ —‘¡Señores míos’, gritó divertido el que así saludaban, en
acento sajón, ‘yo no soy ningún príncipe!’ Y acto seguido estre­
chó la mano de los miembros de la recién fundada Wagner-Verein
allí reunidos. Contó que unos días antes había visitado en Bay-
reuth el lugar de la construcción y confesó que el anuncio del con­
cierto de Mannheim, que él mismo iba a dirigir, en primer lugar
80
en beneficio de su empresa de Bayreuth, había reforzado la con­
fianza en su causa. Poco después de la llegada de Wagner llegó
también la señora Cosima desde Tribschen. Su acompañante, en
cuya mano se apoyaba ella al abandonar el tren, era un hombre
joven de estatura mediana, pelo moreno y bigote abundante. Las
gafas que llevaba hacían pensar en un sabio, mientras que su es­
merada vestimenta, la pose casi militar y su voz clara parecían
contradecirse con aquél. Al día siguiente se supo que Nietzsche
había venido a Mannheim desde Basilea sólo para oír el concier­
to. No faltó a ningún ensayo y se contaba entre los pocos ante
los que Wagner tocó, por el manuscrito, su Idilio de ‘Sigfrido’,
teniendo así en Mannheim una especie de estreno. Nietzsche, si­
gue diciendo Karl Heckel, acompañaba a veces a los Wagner cuan­
do iban a ver al viejo Heckel, y en aquellos días se mantuvieron
conversaciones profundas entre Wagner, Cosima y Nietzsche.
Principalmente parecía tratarse de los griegos y de Schopenhauer,
y también de las condiciones culturales de Alemania. Se había
despertado el interés del joven Heckel por el profesor de Basilea,
tan fielmente entregado a Wagner, y que tan activamente había
participado en los deseos de la Wagner-Verein. Cuando tras la
marcha de Wagner se difundió la noticia de que el maestro esta­
ba enfermo de muerte en Tribschen a causa del tifus, Nietzsche
telegrafió inmediatamente a Emil Heckel: «Rumor totalmente in­
justificado; inmejorables noticias de Tribschen. Con los mejores
deseos de Año Nuevo para la Wagner-Verein.»
Antes de marcharse de nuevo, Wagner invitó cordialmente
a los hermanos Nietzsche para que pasaran las vacaciones de Pen­
tecostés en Tribschen. He aquí la versión de Elisabeth Nietzsche
sobre la última noche pasada allí, digno de mencionarse por el
colorido de la época.
El sol se ponía, pero ya estaba luciendo la luna llena so­
bre el brillante campo nevado del Titlis; a medida que la
luz del sol se convertía gradualmente en la pálida luz de la
luna, a medida que el lago y las montañas tan pictóricas y
claramente definidas se hacían cada vez más suaves, vapo­
rosas y transparentes, conforme se espiritualizaban más y
más, se detenía nuestra conversación y todos nosotros nos
sumimos en un silencio soñador. Nosotros cuatro (en reali­
81
dad cinco) paseábamos por el llamado camino de los bandi­
dos, muy cerca del lago, primero la señora Cosima y mi her­
mano, Cosima vistiendo una túnica rosada de Cachemira
con vueltas anchas y auténticas de puntillas que colgaban
hasta el borde del vestido, en su brazo llevaba un gran som­
brero florentino con una corona de rosas; detrás caminaba
digno y pesado el gigantesco perro de Terranova, ‘Rusz’,
luego seguíamos Wagner y yo, Wagncr en traje de pintor
holandés: chaqueta negra de terciopelo, pantalones de sa­
tén negro hasta la rodilla, calcetines negros de seda, una cor­
bata de satén azul claro ligeramente doblada, con hilo fino
y puntillas en medio, la boina de artista sobre su pelo toda­
vía abundante. Veo aún cómo caía la luz sobre las diversas
flguras a través de los árboles, cómo pascábamos en silen­
cio y mirábamos por encima del lago plateado; escuchába­
mos el suave susurro de las olas, y recibíamos cada sonido
de esta dulce y monótona melodía como si saliera de la trom­
peta mágica la canción de sus propios pensamientos. La meta
de nuestro paseo era la Einsiedeley, una casita de cortezas
de árbol situada en el punto más alto de la propiedad y que
a la clara luz de la luna ofrecía una vista preciosa con el la­
go y las montañas circundantes. Poco a poco se fue rom­
piendo el silencio; Wagner, Cosima y mi hermano empeza­
ron a hablar de la tragedia de la vida humana, de los grie­
gos, de los alemanes, de planes y deseos.
En la persona de Wagner parecía haber tomado forma lo que
la influencia de Schopenhauer había preparado en Nietzsche. Pa­
recía haberse traspasado la última y débil barrera que separaba
el ideario de Nietzsche y su alter ego musical. Aquí radica una
causa principal del profundo agradecimiento del discípulo hacia
su maestro por la corriente de obras que no sólo se afincaban en
el juicio del autor de música plena, como, por ejemplo, ‘El naci­
miento de la tragedia’ y los escritos que la enmarcan. Wagner
dejó participar de tal manera a Nietzsche en su vida y en su tra­
bajo del taller artístico que, superando sus inhibiciones como mú­
sico poco formado, Nietzsche halló valor para liberar al músico
del lenguaje que llevaba dentro. Y esto jamás lo olvidó ‘al gran
benefactor de mi vida’, el Nietzsche de la última época, alejado
interiormente de Wagner.
82
El interés principal de Nietzsche durante el verano de 1871
estuvo centrado en ‘El nacimiento de la tragedia’. Durante mu­
cho tiempo guardó silencio el editor de Leipzig, Engelmann. Por
fin, comunicó que su experto había sentido un ‘leve escalofrío’
al leerlo. Acto seguido, Nietzsche, impaciente, retiró el manus­
crito, aunque luego resultó que Engelmann estaba muy bien dis­
puesto a aceptarlo. Durante las vacaciones de otoño, Nietzsche
celebraba relajado su cumpleaños en Naumburg con Gersdorff
y Rohdc, y los amigos decidieron viajar juntos unos días más a
Leipzig. Una pieza de piano debía conservar el ‘recuerdo radiante
del sentimiento de felicidad de sus vacaciones de otoño’. Para la
transcripción de las notas, Nietzsche se sirvió de un copista que
estaba muy necesitado. En su deseo por ayudar al hombre, le re­
comendó también a Wagner, que, sin embargo, no reaccionó.
Los amigos convencieron a Nietzsche de que intentase sacar
el libro con el editor de Wagner, E.W. Fritzsch, que, como di­
rector de una editorial musical de Leipzig, no se sentiría escan­
dalizado de introducir ‘problemas modernos’. Fritzsch aceptó el
escrito, tras ciertas dudas. Al principio, Wagner se mostró algo
preocupado con la elección de un editor de exclusiva orientación
musical y en el otoño de 1871 escribió lo siguiente: «¡Mi querido
y estimado amigo! Como verdadero amigo le ruego cordialmente
me indique francamente las razones que lo han movido a ofrecer­
le al comerciante de música Fritzsch su manuscrito, tan altamen­
te estimado por mí. El hecho de que lo retirase de Engelmann
me infunde sospechas a propósito de las cuales, y por pura parti­
cipación en ellas, me gustaría recibir su comunicación confiden­
cial.» A la explicación de Nietzsche siguieron luego las palabras
de recomendación de Wagner a Fritzsch.
Nietzsche no aceptó la invitación de pasar los días de Navi­
dad de 1871 en Lucerna; necesitaba soledad y tranquilidad para
elaborar seis conferencias ‘Sobre el futuro de nuestros estableci­
mientos de enseñanza’. A cambio de ello, Cosima recibió el pri­
mer día de Navidad, para su cumpleaños, la pieza de Nietzsche
para piano y violín ‘Eine Silvesternacht’ (Una Nochevieja), con
dedicatoria. «Tengo curiosidad por saber lo que dicen de mi tra­
bajo musical, puesto que jamás he oído nada competente.» No es
nada de extrañar, puesto que la música de Nietzsche apenas re­
cuerda algo de la de Wagner. Más bien revela la influencia de
83
Schumann. Más tarde aparecen en detalles el estilo de Mahler
y de Webern. Estas construcciones gratuitas, de filigranas, eran
seguramente muy ajenas al gusto de Wagner. Todavía en 1886
se acuerda Cosima ante Félix Mottl: «Piense tan sólo, mi querido
Félix, en que una vez recibí ‘campanas de Nochevieja’ en Tribs-
chen. Me senté y toqué. Jakob Stock, mi criado de entonces, ...
se quedó en medio de la habitación después de quitar la mesa,
escuchó con atención y finalmente se dirigió a mí para decirme:
«No me parece bueno». Confieso que la risa me impidió seguir
tocando.»
El talento musical de Nietzsche, sin embargo, era extraordi­
nario, y formaba parte determinante de su pensamiento y de su
filosofía. Así, por ejemplo, fueron músicos los primeros que cre­
yeron entenderlo. Especialmente lo dionisíaco, según la nueva vi­
sión de Nietzsche, estaba más próximo de su voluntad creadora
que las ideas de los filólogos, moralistas y biólogos. Claro que sus
amigos músicos no sospechaban que Nietzsche apuntaba más allá
de una interpretación del arte con su interpretación de Dionisios:
como visión del futuro veía más bien el destacado hombre del afec­
to, tal como se lo imaginaba cuando en ‘El nacimiento de la tra­
gedia’ medía por él los prototipos de la negación del mundo y del
intelectualismo. Aunque las consecuencias de estos pensamien­
tos escapasen al entendimiento tradicional de la música, es de su­
poner, sin embargo, que respondieran al impulso del que en los
decenios siguientes se derivó la música ditirámbica de un Gustav
Mahler o de un Arnold Schónberg: ese éxtasis y esa exaltación
visionaria que engendraban la expresión musical creciente. Pero
el análisis psicológico-artístico de Nietzsche debe entenderse tam­
bién de manera análoga a su sentido musical y a su alegría por
la polifonía. Su afán por iluminar las profundidades de la psique
responde a la voluntad del músico por sacar a la luz procesos aní­
micos que sólo parecen representables a través de la música.
En este sentido prestó una ayuda creadora el libro de Nietz­
sche ‘El nacimiento de la tragedia’. Este primer escrito solía pro­
ducir en los no preparados el efecto de una vivencia musical. El
mismo Nietzsche calificó el libro de «música para aquellos que
han sido bautizados en la música, que desde un principio están
vinculados por experiencias comunes y raras del arte».
En un principio, el lector mejor dispuesto fue Richard Wag-
84
ner, a quien Nietzsche le había enviado el 2 de enero de 1872 un
ejemplar todavía sin encuadernar. El maestro podía considerarlo
escrito prohomo sua, aunque no en la forma pretendida original­
mente. A principios de abril de 1871, a su vuelta de Lugano a
Basilea, Nietzsche pasó también por Tribschen y encontró a Wag-
ner sin esperanzas con respecto a sus empresas alemanas; fue en­
tonces cuando se decidió a defender públicamente al amigo y, ade­
más del ‘Nacimiento de la tragedia’, que tocaba la temática clási­
ca, conjurar también el renacimiento de la tragedia por el espíri­
tu de la música alemana.
Nietzsche añadió al manuscrito algo que Rohde anunció de
esta manera: «La última parte, aún desconocida para ti, te asom­
brará con toda certeza. Me he atrevido a mucho, pero puedo gri­
tar en un sentido muy enorme: Animam salvavi; por lo que, con
gran satisfacción, pienso en la obra y no me intranquilizo, aun­
que ha producido todo el escándalo posible y, en algunos aspec­
tos, producirá un grito de indignación cuando se publique.» Con
ello no haría sino tener toda la razón del mundo.
En la carta de Rohde se revelan también las muchas ideas pro­
pias que reprimió por amor a Wagner: «Nadie tiene ¡dea de la
manera en que surge un libro semejante, del esfuerzo y tormento
por mantenerse puro frente a las otras ideas afluyentes desde to­
dos los lados, del valor de la concepción y de la honradez de la
exposición; y, sobre todo, de la misión enorme que tenía ante Wag­
ner y que, en verdad, ha provocado en mi interior muchas y gra­
ves consternaciones.»
Wagner no entendía muy bien hasta qué punto tenía que ver
con él la nueva versión del escrito. En la última visita a Tribs­
chen sólo se había hablado de problemas editoriales. Antes de la
visita de Pentecostés, Nietzsche no quería traslucir aún lo mucho
que había tenido en cuenta a Wagner. Se le advirtió a la herma­
na de que no dijera nada en absoluto. Así, por ejemplo, la carta
de Wagner del 21 de noviembre trata exclusivamente del com­
portamiento de Nietzsche en la cuestión de los honorarios y sólo
añade esto: «Mucha suerte con la epigrafía y Platón, del que tam­
bién se habla ahora en Tribschen.»
Nietzsche tuvo que aguantar mil molestias para poder estar
con la sublime pareja. Eli maestro le decía ‘mi Nietzsche’, y este
‘mi’ era el mayor honor que podía conceder.
85
La posterior ‘intromisión de las cosas más modernas’ despla­
zó la ‘dirección’ del libro. Nietzsche había querido ganarse sobre
todo a los filólogos e historiadores para su comprensión de los grie­
gos, pero éstos lo rechazaron secamente. En cambio, los partida­
rios de Wagner se lanzaron al libro, tomando lo secundario por
lo principal e ignorando la diferencia básica en la concepción que
ambos tenía del arte. Hans von Bülow persistió también en la glo­
rificación wagneriana de la obra. Seguía creyendo en el ídolo de
su vida y lo seguía recomendando apasionadamente a la compren­
sión del mundo. No existe ninguna manifestación escrita de Bu-
low que entre más a fondo en ‘El nacimiento de la tragedia’. Mas,
con motivo de su visita a Basilea a últimos de marzo de 1872,
tuvo que hablar del libro con Nietzsche. Nietzsche recordaba siem­
pre con alegría estos días, pues von Bülow le pidió que tocase al­
gunas piezas en señal de agradecimiento, como, por ejemplo, pa­
ra mayor encanto de Nietzsche, la Barcarola de Chopin. Varias
veces menciona Nietzsche en sus cartas el entusiasmo de von Bü­
low por ‘El nacimiento de la tragedia’. El 11 de abril de 1872 es­
cribe a Rohde: «Hans von Bülow, al que no conocía, me ha visi­
tado y me ha preguntado si me puede dedicar su traducción de
Leopardi (el resultado de sus horas italianas de ocio). Está tan
entusiasmado con mi libro que viaja con numerosos ejemplares
para regalarlos.» El día de la visita envió von Bülow el libro a)
compositor Félix Draeseke71, a quien cinco días después escribió
lo siguiente: «¿Has recibido desde Basilea mi saludo en forma de
‘El nacimiento de la tragedia’ de Nietzsche? Tienes que leer/o,
es muy famoso; el autor es, además, una persona encantadora,
todavía bastante joven.»
La estima de Nietzsche por von Bülow se remontaba hasta el
decenio de los cincuenta. Con su olfato para lo extraordinario había
reconocido en el concentrado y literario von Bülow al hombre va­
liente y agudo. En el director de orquesta y virtuoso descubrió
también al hombre polémico. Cada concierto y cada manifesta­
ción de von Bülow actuaba, en opinión de Nietzsche, como un
golpe contra la rutina y la hipocresía. El celo de von Bülow no
se aplicaba solamente a la introducción de lo nuevo (piénsese en
su imposición de Tchaikovsky en Occidente); también supo reve­
lar obras de viejos maestros. Pero no se establecieron relaciones
más estrechas, personales, entre Nietzsche y von Bülow. Tras la
86
visita descrita y la reunión de Munich en marzo de 1872 no vuel­
ven a verse. Esto es tanto más de lamentar cuanto que von Bü-
low habría supuesto una buena compañía para el filósofo: inte­
riormente serio, casi riguroso, extcriormente lleno de un alocado
humor que también podía brillar en chistes agresivos. Pero von
Bólow inició precisamente a finales de 1871 y comienzos de 1872
su viaje de virtuoso, principalmente para adquirir una fortuna pri­
vada para sus hijas. Viajó a lo largo y a lo ancho del viejo y del
nuevo mundo, hasta que en septiembre de 1877 ocupó el cargo
de director áulico de la orquesta de Hannover. A pesar de lodo,
von Bülow fue uno de los pocos lectores de Nietzsche cuyo reco­
nocimiento le importaba al final de su vida tanto como antes.
La señora von Schleinitz se sintió también cautivada por el
libro de Nietzsche. Cosima le insinuó que le describiera su im­
presión al autor, «pues, por propio impulso y sin que nosotros
le hayamos requerido para ello, ha puesto enteramente el libro
a su pies. También es justo que quienes sienten con él le expre­
sen su reconocimiento, puesto que, de parte de la escuela, como
sería de esperar, recibe poca alegría.»
Del deseado descanso en Basilea no resultó ningún trabajo de­
bido a la visita de Romundt y Overbeck. Se reunían en casa de
Nietzsche en Basilea, sumándose también Wagner. Leyeron jun­
tos ‘Leute von Seldwyla’, de Keller, y cuando Nietzsche se califi­
có a sí mismo y a los amigos como «los tres peineteros», Wagner
se partía de risa. Justo es decir que a Gottfried Keller, con quien
más tarde surgió una fugaz relación, no le caía muy bien Nietz­
sche por aquella época. Al publicar la tercera ‘Meditación ino­
portuna’ escribió esto: «Nietzsche es un joven profesor de apenas
26 años, discípulo de Ritschl en Leipzig y Biólogo, pero impulsa­
do por una megalomanía por llamar la atención en otro terreno.
Por lo demás, inteligente, obstinado en Wagner y Schopenhauer,
practica un culto en Basilea con otros dos o tres obstinados.»
Efectivamente, salvo la aprobación del matrimonio Wagner,
Hans von Bülow y los amigos más íntimos, ‘El nacimiento de la
tragedia’ apenas tuvo eco en un principio. Los colegas de Nietz­
sche no se sumaron a la aprobación del estrecho círculo de ami­
gos, reaccionaron con reservas o con el silencio helado. En la No-
chevieja de 1871 llegó el manuscrito al profesor Ritschl por me­
dio del editor de Leipzig. Mas el sabio no se entusiasmó por el
87
libro; sacudió desilusionado la cabeza y guardó silencio. Ante las
inquietas demandas de Nietzsche respondió así: «No puede pe­
dirle al sabio que juzge el conocimiento y sólo vea en el arte la fuer­
za transformadora del mundo, redentora y emancipadora.»
Lo que Ritschl apuntó un mes antes en su diario, ‘charlata­
nería ingeniosa’, es lo que pensaba también el público del libro.
La nueva creación le hacía la vida difícil a su autor. La Litte-
rarische Centralblatt rechazó en seco una reseña del libro efec­
tuada por Erwin Rohde. Y en el mes de mayo siguiente, un jo­
ven condiscípulo de Nietzsche, de los tiempos de Schulpforta, Ul-
rich von Wilamowits-Mocllendorff72, se atrevió a defender la
ciencia de la antigüedad clásica contra la servidumbre a Wagner
en un panfleto titulado «Filología del futuro, respuesta al ‘Naci­
miento de la tragedia’ de Friedrich Nietzsche». En él se decía:
«Aquí se han hecho trizas las imágenes de los dioses, con que la
poesía y las artes plásticas han poblado nuestro cielo, para adorar
en su polvo al ídolo Richard Wagner.» Vilamowitz negaba a Nietz­
sche el conocimiento de la investigación y le reprochaba haber des­
preciado los datos históricos.
La derrota de Nietzsche como filólogo y filósofo parecía sella­
da; ningún estudiante se matriculó con él para el semestre de in­
vierno. Al joven erudito no se le perdonaba que su primer libro
fuese una apología de la sospechosa causa de Wagner. Entre los
investigadores arribistas tan sólo Jacob Burckhardt no le retiró
su simpatía, aunque también rechazaba a Wagner. Lo que Nietz­
sche tenía que decir de los griegos merecía su admiración.
De nada sirvió que Wagner defendiera a Nietzsche en una carta
abierta publicada en el ‘Norddcutsche Allgemeine Zeitung’. La
crítica efectuada por parte de la ciencia no podía refutarse con
ella. En su ‘misiva’, Wagner respondía polémicamente a los ata­
ques y desafiaba a su joven amigo a «dar una explicación y un
consejo, sacados de la fuente más noble del espíritu alemán, so­
bre cómo debe ser la formación alemana si debe ayudar a la na­
ción resucitada a conseguir sus más nobles objetivos». Cuando
Nietzsche le envió el panfleto de Wilamowitz, Wagner creía pa­
téticamente no poder reconocer que el hacer música fuera aún ne­
cesario. Los profesores que educaban a su vez a profesores espe­
ciales carecían de toda formación humanista.
En octubre de 1872, Rohde intentó redactar aún una respuesta
88
al escrito de Wilamowitz con el título de ‘Postfilología’. Sus re­
proches de que Wilamowitz había falseado sin ningún respeto las
intenciones de Nietzsche de nada sirvieron a favor de éste. Tras
cierto tiempo volvieron los oyentes de Nietzsche, pero su fama
de científico se había resentido sensiblemente. El ‘National-
zeitung’ lo degradó incluso a ‘lacayo literario’. ¿Quién podía de­
cir que sin el añadido de la parte propagandística de Wagner en
el libro habría salido Nietzsche mejor parado?
Nietzsche no se arredró. En las mencionadas conferencias fue
más allá de las insinuación del libro. Se dedicó a atacar la hipo­
cresía en la enseñanza y la mezquindad de los eruditos. Para gran
sorpresa de todos, ello le hizo popular en ese mundo de la erudi­
ción. Desde Greifswald se le insinuó si estaría dispuesto a aceptar
una cátedra. Cosima se dio cuenta enseguida de que la negativa
de Nietzsche se debía a que no quería abandonar el trato perso­
nal con Jacob Burckhardt. Wagner se mostró celoso de este sabio
caracterizado por él, sin razón, de ‘historiador frío’. En Buck-
hardt se dividían los espíritus, y al corazón amable de Nietzsche
le costaba mucho no apartarse del camino emprendido y discre­
par alguna vez de su mistagogo. Más tarde lo describe así: «He
efectuado mi prueba, cuando no me he dejado apartar de mi asunto
principal por el gran movimiento político de Alemania, ni por el
artístico Wagner, ni por el filosófico Schopcnhauer. Pero me re­
sultó difícil y a veces afectó mi salud.» Lo que dice su carta de
Año Nuevo de 1872 a Wagner da la impresión de aferrarse de­
sesperadamente al tema. Toda la esperanza de Nietzsche de pa­
sar de investigador a filósofo (de momentáneo cuño wagneriano)
se cifraba en Bayrcuth y su actividad para el maestro. En la mis­
ma carta Nietzsche dice acerca de su libro: «Y si creo que tengo
razón en lo principal, esto sólo significa que usted debe tener ra­
zón por toda la eternidad con su arte.» Consideraba la publica­
ción de su libro como una característica del camino que ya no pen­
saba abandonar.
Wagner volvió a sentirse estimulado y dirigido a componer
por los pensamientos de Nietzsche, lo mismo que en 1870, cuan­
do las conferencias de Nietzsche lo confrontaron por primera vez
con sus nuevas ideas. Entusiasmada, Cosima hizo saber al joven
amigo que el maestro acometía por la mañana el segundo canto
de la hija del Rhin, que por la noche leían juntos a Schopenhauer,
89
pero a mediodía cada uno leía a solas 'El nacimiento de la trage­
dia’. Lo que todavía le quedaba de tiempo a mediodía lo dedica­
ba a conversar sobre la inminente ejecución de la Novena Sinfo­
nía de Beethoven con motivo de la colocación de la primera pie­
dra del teatro de Bayreuth. Se redactó un llamamiento a los mú­
sicos alemanes para que colaborasen gratuitamente. Todavía no
era seguro que se llegara a realizar esta nueva idea, ‘pero casi es
indiferente, nosotros podemos defender nuestra voluntad’, aña­
día Cosima.
Nietzsche volvió a enfermar y temía que se reprodujera el es­
tado del año anterior. Ello le impidió también aceptar una invi­
tación urgente para ir a Tribschen, principalmente por el tiempo
que le requerían las conferencias ‘Sobre el futuro de nuestros es­
tablecimientos de enseñanza’. Wagner sopesaba lo que debía pen­
sar de Nietzsche, quien, de momento, le había entregado tan tem­
pestuosamente su admiración, pero que ahora no acudía a su la­
do apresuradamente. Lleno de desconfianza recelaba que Nietz­
sche podía arrepentirse ya de su escrito y especialmente de su pu­
blicación, y le escribió así: «¡Qué difícil me hace que le testimo­
nie mi alegría! Me ha afectado mucho que se encuentre enfermo.
Debe perdonarnos que contemplemos con gran angustia las peri­
pecias de las fases de evolución o afirmación de su profesión, en
tanto en cuanto se refieren a su vida afectiva interna.»
Las observaciones de los Wagner respondían a los hechos. Des­
de que conocieron a Nietzsche hubo siempre extrañas inquietu­
des. Sus explicaciones eran dignas de confianza, pero revelaban
ante todo las causas externas, y menos las profundas. Wagner se
sentía alarmado de que el joven se fuera liberando de su influen­
cia hacia una mayor independencia y le confesó francamente a
Nietzsche que se le había cumplido el deseo ferviente de ‘ver lle­
gar desde fuera a nosotros algo que nos cautivase totalmente’. Pero
si dejaba la obra y contemplaba al autor, le entraba miedo. «Es­
tas enfermedades nos han asustado muchas veces, porque han des­
pertado en nosotros temores serios no por su estado físico, sino
por su estado anímico.» A estas palabras sinceras Wagner recibió
una respuesta ‘verdaderamente conmovedora’ que, por desgra­
cia, se ha perdido. ¿Lamentaba ya Nietzsche su himno? ¿Llega­
ría un tiempo en que habría que proteger el libro contra su autor?
El camino de los festivales parecía estar empedrado de obs­
90
táculos. En enero de 1872 la adquisición del lugar en el Stuck-
berg, cerca de Bayreuth, pareció chocar con dificultades insalva­
bles. De ahí que los dos consejos municipales de Bayreuth deci­
dieran, en una sesión conjunta, comprar otro solar situado en la
llamada Bürgerreuthe, la colina actual de los festivales. El alcal­
de Muncker y el banquero Feustel73 visitaron Tribschen para re­
cabar la aprobación de Wagner al nuevo lugar. Wagner, que se
exponía incansablemente a las fatigas del viaje, abandonó Lucer­
na el 24 de enero y fue a Basilea —donde se reunió con Nietzs-
che—, Berlín y Weimar, para terminaren Bayreuth. Inmediata­
mente después de marchar le escribió Nietzsche: «Parece haber
llegado el momento en que por fin se tensa el arco, después de
haberlo anhelado durante tanto tiempo. ¡Pero que también ten­
ga que ser usted el que lo haga! ¡Que todo tenga que volver a us­
ted! Siento mi existencia actual como un reproche y le pregunto
francamente, ¿me necesita usted para algo?» Y cuatro días más
tarde Erwin Rohde recibía la noticia siguiente: «He concertado
una alianza con Wagner. No puedes imaginarte lo próximos que
estamos ahora y cómo se tocan nuestros planes.»
A comienzos de 1872 Wagner anunció a Nietzsche su visita
en el viaje a Berlín para desahogar sus penas con él. Había reci­
bido una comunicación para ir a Berlín, ya que alguien quería
reunir 200.000 táleros, de manera que, antes de la firma del reci­
bo del patronato, pudiera iniciarse la construcción de su casa y
del teatro de los festivales. La petición de ir a Berlín arrancó a
Wagner de su trabajo en el tercer acto de ‘El ocaso de los dioses’,
y su resistencia a hacer el viaje se vio reforzada con su falta de
confianza en la empresa. En el curso de su conversación con Nietz­
sche, informa Gersdorff, mostró Wagner sus quejas, preocupa­
ciones y disgusto porque ‘todo recaía sobre él, porque nadie le
echaba una mano en tales cosas’. Nietzsche sintió mucho de ver
padecer al amigo, lo consoló porque, en contraste con Wagner,
creía en la posibilidad fantástica de una ayuda en el último ins­
tante, especialmente porque acababa de llegar una buena noticia
de malos patrocinadores de Basilea. Le habría gustado viajar con
él a Berlín. Mas, como se lo impedía el cargo, le rogó a GersdoríT
que ocupase su lugar junto a Wagner: «Te sorprenderá que Wag­
ner se presente en tu casa de repente. Te suplico que hagas todo,
que anheles y sientas lo que pueda serle de valor en un momento
91
tan importante. Te transfiero en estos días todo lo que siento por
él, y te ruego que actúes como si fueras yo mismo.» El telegrama
de Wagner trasluce que Gersdorff hizo honor a esta confianza:
«El alejandrino Gersdorff se ha hecho imprescindible.» Nietzsche
se lo agradeció al amigo con estas palabras: «Hagas lo que hagas,
piensa que nosotros dos estamos llamados a combatir y trabajar
entre los primeros en un movimiento cultural que, tal vez en la
próxima generación, quizá más tarde, se comunicará a la gran
masa. Esto es nuestro orgullo, esto es lo que nos anima. Además,
creo que no hemos nacido para ser felices, sino para cumplir con
nuestro deber; nos bendeciremos cuando sepamos dónde está nues­
tro deber.»
Wagner volvió muy animado de su viaje a Berlín. La prime­
ra carta tras su llegada a Tribschcn fue para Nietzsche. De ella
se deduce que dudaba de aceptar su sacrificio.
En la noche del 5 de febrero escribía: «Mi querido ami­
go, lo mismo que sus líneas fueron las primeras en saludar­
me en Berlín, debe ser usted el primero en recibir mis salu­
dos a mi regreso (este mediodía). ¡Casi me asusté de ser tan
bien comprendido por usted en Basilea! Gersdorff le habrá
contado muchas cosas; ante él se abrió todo. Sólo que aún
no conoce Bayreuth: allí he recibido grandes muestras de
amistad. Tengo bien claro que, conforme al lado real de mi
acción, Bayreuth ha sido el mayor logro de mi instinto.
¡Cuánto podría hablarle de esto! Todo está en el orden de­
seado. Se ha establecido mi gobierno.»
Y luego le ruega a Nietzsche que se encargue de enviarles al­
gunos libros a conocidos ya que él tiene muchas cartas que escri­
bir a fin de reunir a la ‘orquesta de élite’ para la Novena en Bay­
reuth. La feliz disposición de Wagner se debía a la adquisición
del solar para su casa en el Hofgarten de Bayreuth al precio de
12.000 florines. También se había constituido la junta directiva
de los festivales, de suerte que podía empezarse con la distribu­
ción de los bonos del patronato. El 4 de abril de 1872, von Bülow
dirigió en Munich un concierto a beneficio de Bayreuth. Con tal
motivo, Luis 11 manifestó el deseo de que von Bülow regresara
en el verano para dirigir, como antes, el ‘Tristán’ y ‘Los maes­
tros cantores’. A pesar de todos los problemas particulares, von
92
Bülow se dispuso a pasar una temporada de tres meses en Munich.
Nietzsche sabía lo de las representaciones previstas. Estaba de­
cidido a escuchar el ‘Tristán’ junto con Gersdorff, que sólo cono­
cía desde hacía diez años por el arreglo para piano y sobre el que
con tanto entusiasmo se había manifestado en ‘El nacimiento de
la tragedia’. Efectivamente, el 3 y el 9 de junio asistió a las repre­
sentaciones del ‘Tristán’, junto con Gersdorff y la señorita Mal-
wida von Meysenbug. Estas representaciones se efectuaron a los
siete años de los primeros ‘festivales’ en el escenario del Teatro
Nacional, en donde el matrimonio de cantantes Schnorr von Ca-
rolsfeld fueron los protagonistas, sólo cuatro veces, puesto que Lud-
wig Schnorr murió de una fiebre tifoidea. Wagner se desesperó
entonces, puesto que jamás encontraría una pareja tan ideal por
la música, la actuación y la voz. Ahora bien, en 1872 ‘Tristán’
causó también una buena impresión y de nuevo volvió a llevar
la batuta Hans von Bülow.
En abril de 1872 la ‘sagrada familia’ decidió trasladarse a Bay-
reuth. Wagner había dejado tras sí doce meses de planes apasio­
nados. No le resultó fácil despedirse de Tribschen, que durante
seis años lo había protegido de tormentas y donde definitivamen­
te se había unido a Cosima. También hubo de sacrificar la vecin­
dad de Nietzsche.
Nietzsche, a sus veintiocho años, había publicado su libro 'El
nacimiento de la tragedia’ en enero de 1872. Abnegación, y no
manía de disputar, fue lo que le impulsó a emprender la lucha
agotadora contra la falta de ideas de la época, aunque su sensibi­
lidad parecía desaconsejárselo. Una exclamación de ‘El nacimiento
de la tragedia’ denuncia que era plenamente consciente de ello:
«¡Ah! ¡Es el encanto de estas luchas por el que también tiene que
luchar quien las contemple!»
Wagner viajó antes a Bayreuth el 22 de abril, adonde, pasan­
do por Darmstadt, llegó el 24 de abril a mediodía. Cosima segui­
ría unos días más tarde. El 25 de abril hizo Nietzsche la última
visita a Tribschen, su vigesimotercera. Encontró a Cosima ha­
ciendo las maletas. Ambos deambularon por la casa como si es­
tuvieran entre ruinas. «La emoción flotaba por todas partes, en
el aire, en las nubes», escribía a GersdoríT; «el perro no comía,
la familia de criados no cesaba de sollozar cuando se les dirigía
la palabra. Empaquetamos los manuscritos, las cartas y los libros,
93
¡ah, era tan triste! Los tres años que había pasado en las cerca­
nías de Tribschen... ¡cuánto significaron para mí! Soy feliz de ha­
ber petrificado en mi libro, y para mí mismo, ese mundo de
Tribschen.»
Al despedirse de la ‘Isla de los bienaventurados’ expresó su
melancolía fantaseando en el piano, mientras Cosima andaba de
un lado para otro. Años más tarde, cuando ya había dejado de
existir la amistad desde hacía mucho tiempo, Cosima recordaba
aún esa improvisación. Y tras la inquietud de los primeros festi­
vales, que no alcanzaron la perfección que se pretendía, recorda­
ba Tribschen con nostalgia. El día de Año Nuevo de 1877 escri­
bía a Nietzsche en estos términos: «Piense tan sólo que, de las
tres noches sin ópera, Richter ha pasado aquí veinticuatro horas:
no podía soportar que pasara más tiempo sin vernos. El día de
Nochevieja por la mañana rememoramos toda nuestra vida de
Tribschen, con risas y gran emoción. También pensamos en sus
visitas, y era como si los mismos festivales no pudieran compen­
sar el encanto de esta soledad, que ahora contemplamos como un
paraíso perdido.»

94
Sueños rotos

Resulta difícil calcular cuándo empezaron los recelos de Nietz-


sche hacia la persona y las obras de Wagner. Es probable que le
surgieran ya dudas cuando se mudaron a Bayreuth. El ambiente
de Tribschen había creado serenidad y confianza. El sueño se des­
vanecería en la Bayreuth gris, lluviosa.
El curso de Burckhardt y la alegría anticipada de los ensayos
de Bayreuth consolaron la depresión momentánea de Nietzsche.
Junto al trabajo del semestre de verano halló tiempo para tocar
para sí los arreglos para piano de ‘El anillo del Nibelungo’, ‘para
hacernos dignos de cosas tan inauditas’. Así, pues, mientras Nietz­
sche volvía de Tribschen a Basilea el 27 de abril, Wagner se mu­
daba el mismo día a Bayreuth. La ciudad del margraviato reci­
bió a su nuevo ciudadano con radiante primavera. Nunca es Fran-
conia tan jovial como cuando por fin entra la primavera tardía.
Con el instinto de saber lo que le convenía, Wagner no paró en
una de las viejas fondas de la plaza del mercado, sino que lo hizo
en el Hotel Phantasie de Donndorf, a una hora de camino del cen­
tro de la ciudad. Esta residencia provisional era una pequeña
Ibnda-castillo, una joya más del paisaje pasado el castillo Ermita-
ge, situada al oeste de la ciudad. Cosima llegó cuatro días más
(arde con los cinco niños y el perro ‘Rusz’.
La pareja Wagner no estuvo mucho tiempo en la residencia
provisional, pues el 6 de mayo se le esperaba ya en Viena, donde
Wagner debía dirigir el 12 un gran concierto de la Wagner-Verein
de Viena. Hans Richter había llegado desde Budapest para pre­
parar este concierto.
Mientras tanto, Nietzsche contrajo un herpes en el cuello. Pero
95
esperaba que ‘a la hora justa se concertaría la paz’ entre la afec­
ción cutánea y la función cerebral, pues ‘tenía que ir’ a Bayreuth.
A Rohde le decía por carta: «¡Ah, es realmente increíble lo que
vivimos! ¡Y juntos! ¡Qué gran día! ¡El concierto de Wagner en
Viena! ¡Y el día de la riforma fedérale de Suiza!»
Durante el mes de mayo, Wagner se dedicó a su empresa sin
descanso y a un ritmo asombroso, asistido diligentemente por los
hombres de la ciudad ‘que husmeaban el aire matutino’. Dispu­
so la fiesta de la colocación de la primera piedra del teatro para
el 22 de mayo de 1872, día en que cumplía cincuenta y nueve
años. Los viejos planes del arquitecto Gottfried Semper, que de­
bería haber construido el templo de Wagner en Munich, se com­
plementaron o se sustituyeron con los proyectos de Otto Brück-
wald, de Leipzig, quien inmediatamente comprendió lo que Wag­
ner imaginaba. No debía ser ningún teatro como los habituales;
había que arreglárselas sin el acostumbrado ‘estilo de oropel de
las óperas y ballets’. Wagner quería un ‘teatro de la más perfecta
utilidad para la representación de las escenas más complicadas’.
Debía interpretarse como novedad revolucionaria en la historia
de la arquitectura teatral europea el que la sala de los espectado­
res no tuviese anfiteatros ni palcos y la orquesta permaneciese in­
visible. Desde la Antigüedad no había existido nada semejante,
y Wagner se prometía fomentar la impresión cultista con esta re­
novación de viejas ideas. Lo que se había tomado de los palcos
y anfiteatros del teatro barroco en la construcción de óperas del
siglo XIX servía más para la autopresentación del público que para
la entrega a los acontecimientos del escenario. Wagner definió la
nueva disposición de esta manera:
Una vez que ha tomado su asiento, el espectador se en­
cuentra ahora en un ‘theatron’ propiamente dicho, es de­
cir, en un espacio que no está calculado nada más que para
mirar y, por cierto, allí donde su puesto le indica. Entre él
y la imagen que debe mirar no se halla nada claramente per­
ceptible, sino tan sólo una distancia que le presenta la ima­
gen alejada en la inaccesibilidad de una visión, mientras que
la música, resonando fantasmalmente desde las ‘profundi­
dades místicas’, lo traslada a ese estado arrobado de la vi­
dencia en que la imagen escénica contemplada se convierte
en una verdadera copia de la vida misma.
96
Estaba fuera de duda que von Bülow no podía venir a la colo­
cación de la primera piedra. ¿Pero vendría el rey Luis, que tan
fría reserva mostraba? ¿Vendría Franz Liszt, el suegro de Richard,
que sólo le llevaba dos años de edad? A Wagner tenía que impor­
tarle mucho la presencia de ambos. La carta de invitación envia­
da a Liszt una semana antes de la ceremonia terminaba así: «Si
ahora te digo: ¡Ven!, quiero decir: ¡ven a mí! Pues aquí te en­
cuentras a ti mismo. ¡Que Dios te bendiga y recibe nuestro amor,
decidas los que decidas!»
¿En qué se basan estas palabras? ¿Cuál era el motivo de la
desavenencia entre ambos? El comienzo de la estrecha amistad
entre Liszt y Wagner se remontaba a sus tiempos de director de
orquesta de Weimar. Tras su encuentro en París en 1841, al prin­
cipio sólo se veían de cuando en cuando, y en las cartas de Wag­
ner se trataba por lo general de dinero. A comienzos de 1849, con
la representación del ‘Tannháuser’ inició Liszt su admiración por
el otro genio. Wagner no pudo asistir al estreno en febrero, ni
tampoco pudo ver ninguna de las reposiciones; tan sólo pudo pre­
senciar furtivamente un ensayo, pues la policía lo buscaba por
su participación en la rebelión de Dresden. Liszt ocultó al fugiti­
vo, le facilitó un pasaporte extendido a favor de un tal «Doctor
Widmann» y lo llevó a París pasando por Zurich. Las cartas de
recomendación que se le dieron debían abrirle allí todas las puer­
tas. Un artículo de Liszt sobre ‘Tannháuser’ también le ayudó
gracias a la iniciativa periodística de Héctor Berlioz74.
Liszt no sólo le proporcionó a Wagner una gran parte de ma­
terial musical, sino que fue también uno de los primeros en reco­
nocer a este genio y contribuyó poderosamente a que fuera reco­
nocido. En su total entrega llegó a postergar a menudo su propia
obra. Siempre que podía respondía a las peticiones de dinero por
parte de Wagner, circunstancia de la que éste no dejó de aprove­
charse. Quien quisiera ser amigo de Wagner tenía que aceptarlo
sin reservas, tal como era, principio que también regía para Nietz-
sche. La amistad con Liszt duró más que la habida con Nietz-
sche, a saber, más de veinte años, a pesar de todos los intentos
de la compañera de Liszt, la Princesa Sayn-Wittgenstein, que que­
ría separarlos por celos.
Con el estreno de ‘Lohengrin’, Liszt abrió en 1850 un nuevo
capítulo de la historia de la música, y ello con los limitados me­
97
dios de su teatro de la corte de Weimar. Aunque con menos éxito
que el ‘Tannháuser’, ‘Lohengrin’ dirigió la atención del mundo
musical hacia el bastión de la ‘Nueva escuela alemana’. El apoyo
de Liszt a Wagner fue especialmente importante cuando éste vi­
vía en el exilio de Suiza. Liszt negoció las obras de Wagner, y
defendió también el indulto. Aunque los amigos rara vez se vetan,
se escribían con frecuencia, comentando recíprocamente sus obras,
sobre todo las de Wagner. Volvieron a verse en 1853, cuando Liszt
viajó a Basilea con la Princesa Sayn-Wittgenstein y su hija, y se
llevó luego a Wagner a París. Allí vivieron al cuidado de una ins­
titutriz de los niños de Liszt, Blandine, Cosima y Daniel, que no
había visto desde hacía ocho años, siguiendo el deseo de la despó­
tica princesa. Allí encontró Wagner, por tanto, la muchacha que
diecisiete años después sería su mujer. Luego, los temperamen­
tos y los objetivos artísticos de ambos músicos se apartaron tan­
to, que las tensiones se hicieron inevitables. La correspondencia
disminuyó de manera notable, la princesa dominante no sólo te­
nía celos de Wagner, también le tomó a mal que no defendiese
a Liszt. Wagner, a su vez, no necesitaba preocuparse por ello,
puesto que tenía al rey Luis. La decisión de Cosima de abando­
nar a Hans von Bülow y casarse con Wagner provocó la ruptura
abierta entre los amigos. La princesa culpaba sólo a Wagner y
Liszt también tomó el partido de von Bülow, y durante algunos
años se cortó el trato del gran hombre de Weimar con la hija y
el amigo.
No obstante, Liszt respondió favorablemente a la invitación
para la colocación de la primera piedra, y la amistad se renovó
de forma vacilante, aunque bajo otros signos. El antiguo ‘León
del podio’, que poco antes había recibido las órdenes menores,
vino a Bayreuth vestido de ‘abbé’, junto al Wagner aclamado por
todo el mundo. Se sumió entre la muchedumbre de wagnerianos.
Claro que los dos hombres se entendían ahora mejor, pues Wag­
ner podía expresarle libremente su agradecimiento por tanto co­
mo había hecho antes por él. Así se renovó la amistad que se ha­
bía roto tras la separación de Hans von Bülow.
Por otro lado, al amigo rey Luis le disgustó evidentemente más
de lo que era de esperar lo que Wagner había conseguido sin su
ayuda. El mecenas superado y abandonado por su protegido.
En la mañana del solemne acto, llovía en la Colina Verde de
98
Bayreuth. Los entusiastas del arte y los orgullosos de su mece­
nazgo abrieron los paraguas. En el suelo reblandecido se pusie­
ron tablas, y cabe que cantantes, directores, prensa, notables po­
líticos y adoradores de la obra de Wagner se vieran a sí mismos
como mártires del fin sagrado. El grupo de creyentes que rodea­
ba al innovador del arte demostró su fuerza: habían confluido a
millares. Desgraciadamente, tan sólo vinieron unos cuantos de
los viejos amigos, entre ellos, claro está, Nietzsche con algunos
‘reclutados’. Bajo el cielo encapotado, la marcha de homenaje para
el rey ausente sonaba algo lastimera. De todos modos, pudo leer­
se un telegrama del soberano, llegado aún a tiempo, que decía
lo siguiente: «Desde lo más profundo del alma le expreso, mi que­
rido amigo, mi felicitación más cordial y sincera por un día tan
significativo para toda Alemania. Hoy estoy espiritualmente unido
a usted más que nunca.» Mientras se metían con la piedra la cáp­
sula de hojalata con el símbolo documental, imperaba un sileiu u>
solemne. Wagner resumió así el texto del documento, que hasta
hoy no ha perdido nada de su verdad:
Hier schliess ich ein Geheimnis ein,
da ruh es viele hundert Jahr:
so lange es verwahrt der Stein,
machi es der Welt sich offenbar*.
Cuando el rostro de Wagner empalideció y las lágrimas ha­
cían temblar su voz, no se trataba de ninguna pose. «Que Dios
te bendiga, piedra mía. ¡Mantente firme durante mucho tiem­
po!» intentó clamar durante los tres primeros martillazos. El dis­
curso siguiente de Wagner se dirigía, como se notaba claramen­
te, a Alemania; en realidad podía escucharlo todo el mundo.
Recientemente se ha calificado nuestra empresa como
la construcción de un teatro nacional en Bayreuth. No es­
toy facultado para reconocer como válida esta calificación.
¿Dónde está la nación que se construye este teatro? Sólo tiene
que agradecérselo a los amigos de su manifestación artísti­
ca tan especial, a los partidarios de la acción de su indivi­
dualidad, que reaccionaron enérgicamente a la solicitud de
* Aquí encierro un secreto / que descanse por muchos siglos; / mien­
tras la piedra lo custodie / se revelará al mundo.
99
ayuda, y únicamente de esta relación personal se ha creado
el suelo que sostendrá el edficio de las más nobles esperan­
zas alemanas.
Nietzsche, Gersdorff y Emil Heckel acompañaron a Richard
y Cosima en el coche cuando volvieron a la ciudad, y el sensible
Nietzsche buscó palabras en un informe posterior (‘Richard Wag-
ner en Bayreuth’) para calificar la mirada conque Wagner se mi­
raba a sí mismo. «Iniciaba en estos días sus sesenta años: todo
lo anterior fue la preparación para este momento. Se sabe que
en un momento de peligro extraordinario o en una decisión im­
portante de su vida los hombres concentran todo lo vivido me­
diante una introspección infinitamente acelerada y reconocen con
la mayor precisión lo próximo y lo lejano.» Ser testigo de esta mi­
rada solitaria significaba para Nietzsche la sospecha de que, jun­
to con unos cuantos, comprendería la acción de Wagner y con
la comprensión garantizaría su fecundidad.
A las cinco de la tarde resonaba en el Teatro de la Opera la
Novena Sinfonía de Beethoven bajo la dirección de Wagner. Es­
te la había llamado la ‘sinfonía maravillosa’, y había dedicado mu­
chos pensamientos a su ejecución. El simbolismo de este progra­
ma subrayaba la fe de Wagner en Beethoven como ‘músico dio-
nisíaco’. Beethoven, reconocido como el más grande, debía con­
sagrar el nuevo teatro. Antes de que Wagner tomase la batuta,
se volvió y les dirigió una sonrisa a Cosima y a los niños, senta­
dos en el palco que daba al escenario. Entre la orquesta y los so­
listas debían estar a su lado en esta hora.
Con ocasión de este concierto, Nietzsche conoció a la señorita
Malwida von Meysenbug. Había nacido en 1816 en Kassel, hija
de Philipp Rivalier, a quien el Elector Wilhelm I de Hessen-Kassel
había convertido en barón de Meysenbug. Malwida fue consa­
grada en los ideales revolucionarios de 18+8 gracias al amor por
un tal Dr Althaus, y a edad avanzada hablaba aún de esta rela­
ción y de sus ideales políticos, que iban en contra de los tiempos.
Por esto se la expulsó de Berlín en 1852 y, a través de Hambur-
go, huyó a Londres. Allí conoció a AJexandr Herzen”, el adep­
to ruso a la filosofía alemana de la revolución, cuyos hijos educó
a la muerte de su mujer. Amaba en particular a la hija menor,
Olga, y la tomó como hija adoptiva. Para los hijos de ésta seguía
100
siendo una abuela llamada cariñosamente ‘Mou-Mou’. La apa­
sionada wagneriana vivía en Florencia, donde Cosima le había
llamado la atención acerca de ‘El nacimiento de la tragedia’. In­
mediatamente leyó el libro a los amigos y el entusiasmo alcanzó
cotas altas. En su ensayo ‘Individualitáten’, Malwida afirma lo
siguiente: «Con verdadera delicia se realizó el pensamiento de saber
que una personalidad joven tan excelente, dotada en lo científico
y en lo creativo, está al lado de la obra que se preparaba en Bay-
reuth.» Naturalmente, la vieja dama asistió también a la ejecu­
ción de Beethoven por la tarde. En una pausa del ensayo general
se acercó Cosima con el joven profesor a Malwida y se lo quiso
presentar. «¿Cómo, el Nietzsche?», gritó de alegría la pequeña da­
ma. «¡Sí, el Nietzsche!», rieron los demás.
A las pocas semanas de la colocación de la primera piedra en
Bayreuth, volvieron a encontrarse en Munich, en el ‘Tristán’,
y el conocimiento de Nietzsche se convirtió en amistad que se ma-
tuvo con altibajos hasta la aparición de ‘El caso Wagner’. En su
libro cita Malwida una frase de Nietzsche tras la representación:
«Este drama de la muerte no me entristece, al contrario, me sien­
to feliz y redimida.» Cuando Malwida trasladó su domicilio a Bay-
to feliz y redimido.» Cuando Malwida trasladó su domicilio a Bay-
ba, por lo general improvisaciones libres, sobre las que Wagner
hizo una vez la divertida observación de: «¡No, Nietzsche, usted
toca demasiado bien para un profesor!» Brockhaus, de Leipzig,
cuñado de Wagner como ya sabemos, venía también a la casa de
Malwida y contó que las obras de Schopenhauer habían estado
tiradas durante muchos años por el suelo de su casa como inven­
dibles, que había estado a punto de utilizarlas como maculatura,
hasta que de repente se elevó la estrella de Schopenhauer.
En la noche del estreno se reunió a cenar un pequeño círculo
en el Sonne, el agradable hotel de Bayreuth. Wagner tocó el vaso
de cristal y, sin previa preparación, como para franquear la sepa­
ración con el amigo real, formuló su agradecimiento por la reali­
zación de un sueño: «Para mí es más, infinitamente más, que pa­
ra nadie de este país. Lo que significa para mí trasciende mi pro­
pia existencia. Lo que impulsa en mí y conmigo representa un
futuro que nos afecta en amplios círculos, que va mucho más allá
de lo que se entiende por vida burguesa y estatal: una elevada
cultura espiritual, un arranque hacia lo más excelso que determi­
101
na a una nación, eso es lo que se expresa en la maravillosa rela­
ción de la que aquí hablo.» Solícitamente uno escribió lo que el
maestro proclamaba: se había ocultado la verdad sobre el fin, ya
rebasado, de esta amistad.
Sólo poco después de esta fecha tan significativa para Wag-
ner y para Nietzsche, el 22 de junio de 1872, apareció la carta
abierta de Richard Wagner a Friedrich Nietzsche en el ‘Norddeut-
schc Zeitung’. Es imaginable que la carta de agradecimiento de
Nietzsche, destruida más tarde, contuviera toda clase de home­
najes. Al menos el investigador debía sentirse aliviado al no tener
que padecer ninguna traba más a su posición en el mundo de la
erudición. Pero Wagner no se hizo ilusiones sobre el perjucio que
había sufrido Nietzsche al tomar partido por él, y temía que su
‘carta abierta’ no pudiera arreglar ya nada. El 25 de junio escri­
bía desde el Hotel Phantasie de Donndorf:
¡Oh amigo, ahora me preocupa usted realmente, preci­
samente porque lo estimo tanto! En realidad es usted, des­
pués de mi mujer, el único premio que me ha proporciona­
do la vida: ahora, afortunadamente, se suma también Fidi.
Pero entre él y yo se requiere un eslabón que sólo usted puede
constituir, como el hijo con respecto al nieto, por ejemplo...
Deseo su bienestar común y corriente, puesto que lo demás
me parece que lo tiene asegurado. Ahora he vuelto a leer
con verdadera atención el ‘Nacimiento’, y vuelvo a decir­
me una y otra vez: ¡Que esté y se conserve sano, y que le
vaya bien, pues no le puede ir mal! No deduzco de mis ‘car­
tas’ que le haya abierto los caminos y debo suponer que no
he hecho sino dejarle una bonita carga al cuello. Tampoco
quería decir que debe usted ‘madurar’ para su tarea, sino
únicamente que durante toda su vida tendrá que hacer con
ella. El ‘Tristán’ será interesante para usted, pero: ¡quítese
las gafas! — No debe oír nada más que la orquesta. ¡Adiós!
¡Querido amigo! ¿Volveremos a vernos pronto?
Ahora bien, el ‘Tristán’ era y siguió siendo ¡jara Nietzsche
la más fascinante de todas las obras de Wagner. Todavía en 1888,
tras la ruptura, podía escribir estas palabras: «Sigo buscando hoy
una obra de fascinación tan peligrosa, de infinitud tan espantosa
y dulce como el ‘Tristán’, busco inútilmente en todas las artes.
102
Todas las extrañezas de Leonardo da Vinci pierden su hechizo
al resonar la primera nota del ‘Tristán’. Esta obra es el non plus
ultra.»
Cuando Nietzsche se disponía a escribirle a von Bülow su agra­
decimiento por la impresión de la ejecución de ‘Tristán’ en Mu­
nich, se le ocurrió no agradecérselo únicamente en palabras. Hi­
zo copiar su ‘Meditación sinfónica Manfred’ y se la envió con una
cordial dedicatoria. En la carta adjunta habla Nietzsche de su ‘du­
dosa música’: «¡Ríase de mí, lo merezco!» Peter Gast, el amigo
compositor de Nietzsche, calificó la pieza, después de haberla oído,
evidentemente parcial, de ‘destacado trabajo sinfónico, en todos
los aspectos, en inventiva, contrastes, construcción, técnica del
detalle, de una veracidad y grandeza de expresión como sólo po­
día ofrecer el creador del Zarathustra’.
El juicio de von Bülow era diferente, y no ocultaba su disgus­
to. En cuestiones musicales, Nietzsche no era, ciertamente, más
que un empírico y diletante. Von Bülow descubrió faltas, infrac­
ciones contra la ortografía musical. Hablaba de voluptuosidad de
‘sonidos wagnerianos’ y le dio el consejo correcto de componer
música de canto y dejarse llevar por el texto. No obstante, afir­
maba que «en esta composición se notaban las huellas de ‘un es­
píritu extraordinario, muy distinguido’». Nietzsche dio a cono­
cer sinceramente la carta de von Bülow a sus amigos. Así, por
ejemplo, el 2 de agosto de 1872 a Rohde:
«Por fin me han dado una verdadera lección acerca de
mi última composición, que os toqué para Pentecostés en
Bayreuth. La carta de von Bülow es inapreciable para mí
en su sinceridad. Léela, ríete de mí, y créeme, yo mismo
me he asustado tanto de mí que desde entonces no puedo to­
car ningún piano». Nietzsche no contestó hasta octubre, cuan­
do llegó a sus oídos que algunos, de acuerdo con Liszt, lla­
maban a von Bülow ‘crítico desesperado’, le respondió sua­
vemente que creía ‘que usted habría juzgado un punto más
favorable, un punto menos natural, si hubiese tocado a mi
manera, mal, pero de forma expresiva, esa música mons­
truosa: debido a la impericia técnica, algunas cosas llega­
ron tan mal al papel que el sentimiento de decencia y pure­
za del verdadero músico deben sentirse ofendidos. Piense
103
que hasta ahora, desde mi más temprana juventud, he vivi­
do con la ilusión más demencia! y me he alegrado mucho de
mi música. Mas siempre he tenido un problema: ¿de dónde
provenía esta alegría? Tenía algo de irracional en sí misma,
en esta relación no podía ver ni a izquierdas ni a derechas,
la alegría se mantenía. Precisamente con esta música de
Manfrcd tenía una sensación tan rabiosa, sarcástico-patética,
que era un placer, como si se tratase de una ironía diabóli­
ca. Incluso el título era irónico, pues ante el Manfred byro-
niano, que admiraba de muchacho como poesía favorita, ape­
nas podía imaginarse otra cosa que un asbsurdo deforme
monótono.»
Pero se ha conservado un borrador de esta carta que no coin­
cide con la carta efectivamente escrita. En él confiesa Nietzsche
lo alejado que está de la ‘emoción musical semipsiquiátrica’ para
juzgar y adorar la música de Wagner. Insinúa que la crítica de
von Bülow lo induce a someter sus conocimientos musicales a una
‘cura de saltfd’. «Además, todo esto es para mí una experiencia
sumamente ilustrativa, la cuestión de la educación, que me preo­
cupa en otros terrenos, se me plantea con especial energía en el
ámbito del arte. ¡A qué horribles extravíos está expuesto ahora
el individuo!»
Ante semejante exclamación hay que recordar que la teoría
musical de Nietzsche se había sustentado en el estudio autodidáctico
de las teorías de Georg Albrechtsberger’6, que había enseñado a
Becthoven, y con la incesante redacción de fugas se creía en cier­
to modo capaz de pureza. El conocimiento manual no adquirido
lo hacía ocasionalmente obstinado e irónico. La seriedad, ironía
y caricatura se confundían entre sí, lo mismo que ocurrió con otros
músicos de nuestro siglo que pronto le seguirían. En el terreno
musical sufrió también las discrepancias del tiempo venidero.
Mientras durante el verano de 1872 los albañiles se ponían
a trabajar en la colina de Bayreuth, Nietzsche analizaba las con­
secuencias del panfleto de Wilamowitz-Moellendorf. Su seguri­
dad es asombrosa: «Lo siento de veras por este joven, y muy a
pesar mío, si pienso en su buena reputación.» (A GersdorfT.) Queda
por ver si respondía enteramente a los hechos la afirmación de
Nietzsche de que ahora iba mejor armado y con más valor hacia
104
el futuro. De todos modos, las ‘cosas comunes de Bayreuth’ fun­
dieron a los amigos, aunque sólo estuvieran poseídos por la em­
briaguez. Rohde redactó en el verano de 1872 su escrito polémi­
co contra Wilamowitz; Nietzsche, por su parte, pasó el tiempo
con estudios filológicos y psicológicos de los griegos, y el trabajo
tranquilo lo hacía feliz.
Mientras tanto, Wagner no tenía menos razón para polemi­
zar interiormente con los ataques. Se enfadó muchísimo por el
escrito de un tal Dr Puschmann, titulado ‘Richard Wagner, un
estudio psiquiátrico’, en donde imputaba a Wagner alucinaciones.
El escenario donde debían aparecer las cosas comunes de los
amigos era algo provisional, pues, desde un principio, Wagner
consideraba el teatro de los festivales como provisional; los me­
dios privados no bastaban para realizar definitivamente un tea­
tro nacional alemán en Bayreuth. Las esperanzas se encamina­
ban hacia la ayuda posterior por parte del Estado. Claro que has­
ta el día de hoy jamás llegaron realmente los medios esenciales,
tan sólo una reforma modesta del escenario, restaurantes para los
descansos, y reforma de los asientos de los espectadores, hasta en­
tonces insoportables, aunque siguen siendo molestos. Se vivía al
día, y eso ha excluido hasta ahora la construcción del teatro. Tam­
poco realizaron el sueño los ‘mil años’ del Tercer Reich ni la amis­
tad de la ‘señora de Bayreuth’, Winifred Wagner” , con Adolf
Hitler. No obstante, en 1939 el dictador quiso reconstruir ‘repre­
sentativamente’ el teatro. Estaban listos los planes del arquitecto
Emil Mewes, que pretendían conservar el escenario, la orques-
que y el anfiteatro para la ‘acústica única’, pero el observador,
de los edificios pomposos de aquella época no puede sino sentir
alivio de lo que la guerra ahorró aquí a la posteridad.
Wagner reemprendió en el hotel Phantasie el trabajo sobre la
partitura del acto III de ‘El ocaso de los dioses’. El 22 de julio
estaba terminado.
Desde Basilea, Nietzsche devolvió sus composiciones a su ami­
go de la escuela Gustav Krug. Le costó mucho separarse de ellas;
se había enamorado locamente de ellas debido a su actitud total­
mente emocional ante la música. La mera lectura de una partitu­
ra apenas le decía nada y deseaba un arreglo hermoso, a cuatro
manos, ‘para sorber libremente’. Hemos de creerle que ‘la gra­
cia y la melancolía’ eran para él las notas del amigo. Vocaliza­
105
ción y contrapunto de la música de Krug hicieron que los propios
fortissimi y tremoli le parecieran a Nietzsche groseros y torpes.
Hacía seis años que, después de la ‘Meditación de Manfred’, no
había compuesto. Mas su musicalidad hizo que, de repente, le
pareciera ridículo su trabajo filosófico; su ‘apolíneo’ y ‘dionisía-
co’ eran para él absurdos en comparación con lo que se imagina­
ba por ‘producción real’. Había que tener una ‘profesión’ que
le negase a uno ‘yacer melancólicamente sobre el vientre como
un oso en su madriguera’. Mas no le era sospechoso lo que había
producido musicalmente de fantástico-deforme y de incorrecta­
mente disoluto, incluso para los conceptos de entonces. Se sentía
obligado a advertir al amigo de ‘esta música mía mala. No per­
mitas que en tu sensibilidad musical caigan ningunas gotas fal­
sas, al menos de la esfera barbarizante de mi música’. El ‘buen
gusto’ tradicional era ciertamente algo que no quería tener. Ca­
be que fuese consciente que musicalmente penetraba tierra virgen.
En el ‘Tristón’ resonaba mucho de lo nuevo que Nietzsche
no fue capaz de escribir, y no sólo desde el punto de vista de la
técnica. Por eso concluía su carta del 24 de julio de 1872 a Krug
con estas palabras: «Se me ocurre que todavía no te he dicho que
el ‘Tristón’ debes oírlo necesariamente. Es una obra inmensamente
grandiosa y le presta al hombre la mayor felicidad, la más subli­
me excelsitud, la mayor pureza.» Juicio este que mantendría hasta
el final, aunque no sin esfuerzo.
Tal vez puede calificarse 1872 como año crítico en la vida de
Nietzsche, aunque no contiene ningún acontecimiento destaca­
do. Estuvo lleno de inquietud. La tendencia de Nietzsche a dis­
persarse subió de punto con la separación externa de los Wagner
y la irritación de los ataques públicos; su delicada salud ponía el
resto. En los descansos entre sus obligaciones docentes viajaba de
un lado a otro.
Tampoco Wagner estaba bueno por entonces...; arreglaba to­
dos sus asuntos. Entre ellos se contaba la renovación de las rela­
ciones con Liszt, interrumpidas desde hacía muchos años. A co­
mienzos de septiembre de 1872 visitó Weimar con Cosima, y la
pareja concertó una trabajosa paz con el padre. Liszt trabajaba
sin descanso de maestro de piano y director musical del Gran Du­
que y parecía muy envejecido. Prometió ir a Bayreuth unos cuantos
días de octubre. Apenas de vuelta, la familia Wagner se cambió
106
del Phantasie de Donndorf a la ciudad. La espaciosa casa del nú­
mero 7 de la Dammallee era, por supuesto, provisional. Wagner
quería construir él mismo, el rey Luis le había cedido una zona
marginal del Hofgarten. Y esto lo hacía precisamente el rey que
evitaba cualquier contacto personal con Wagner y, por amor, se­
guía pagando todavía.
Cuando Liszt vino de visita a Bayreuth se mostró conciliador,
pero insistía en que Wagner y Cosima debían tener sobre su con­
ciencia a Hans von Bülow. Cuando Cosima intentaba compren­
der al padre había desavenencia entre el matrimonio, y Cosima
dejó solo a Wagner por una noche.
Liszt inquietaba también al maestro porque, a pesar de todos
los intentos, no se dejaba atar a Bayreuth. En realidad no le gus­
taba a Wagner este hombre, que una vez había calificado de ‘medio
franciscano, medio gitano’. El protestante Wagner se defendía con­
tra el servidor de Roma, el burgués contra el eterno bohemio, el
tosco alemán contra el cosmopolita húngaro, y, sin embargo, le
irritaba que Liszt no buscase definitivamente asilo en Bayreuth.
El 24 de octubre Wagner hizo saber a Nietzsche: «Durante ocho
días hemos tenido a los Liszt en casa: los hemos vuelto a ganar
para nosotros; la despedida tuvo que disolverse de nuevo en te­
mores. La de cosas que nos ha vuelto a contar de este mundo,
cosas que, sin embargo, se conocen perfectamente, pero que al
exponerlas en detalle uno vuelve a asustarse siempre. Podía con­
tar muchas cosas, puesto que se nos tenía por enemistados con
él, y ahora pensaba alegrarse de las vilezas.»
Entre tanto, fracasó el intento de Nietzsche de emprender un
viaje por Italia. En Bérgamo, tras vivir la belleza de los valles al­
pinos, se sintió poseído por una caprichosa animadversión contra
todo lo italiano y, de repente, le agradó más que nunca calentar­
se en su cuarto de Basilea para el otoño venidero. Llegaron a sus
oídos toda clase de reacciones indignadas o despectivas ante su
escrito, difundido ahora en todas partes, y la molestia del ataque
de Wilamowitz no se le fue del todo hasta que pensó en el esfuer­
zo que le costó a Rohde defenderlo públicamente.
Nietzsche se resistía a prescindir del trato con los Wagner. Leyó
la última obra de Wagner, ‘Sobre actores y cantantes’, y sintió
que este tema era un nuevo campo recién descubierto de la esté­
tica. ‘Fecundamente aplicado’ encontró algún que otro pensamien­
107
to de su ‘Nacimiento de la tragedia’, reencontrado allí. Los po­
cos amigos cuya admiración por Wagner se debía más al afecto
por Nietzsche, los imaginaba en la misma carrera hacia metas más
nobles. La primera era la confirmación de Wagner. Satisfacerlo
estimulaba en aquel momento a Nietzsche ‘más que ningún otro
poder’. (A Rohde.) Y si costaba trabajo que el maestro plantease
sin rodeos sus demandas y el admirador fuese complaciente con­
tra su propia convicción, Nietzsche interpretó la crítica de Wag­
ner como una ‘buena conciencia, castigadora y prendadora*. El
día de su propio cumpleaños, el 15 de octubre, le abrió su cora­
zón a Wagner. Por desgracia, sólo se ha conservado la respuesta
de Wagner del 24 de octubre. Hace suponer que Nietzsche ex­
presó el estado de ánimo en el que se encontraban ahora todos
los interesados por Bayreuth. Wagner escribe así:
Sería casi un miedo derivado de la repugnada de todo
lo que percibimos, y con el que volvemos luego a nosotros
mismos con la pregunta, por ejemplo, de: ¿qué se debe ha­
cer con este mundo escandaloso?... En general tengo el sen­
timiento de que cada vez conozco menos el mundo contem­
poráneo; tal vez sea necesario si se debe crear para la poste­
ridad. ¡Pero es curioso cómo me siente a menudo, como un
novel recién despertado! La soledad individual es ilimitada
cuando uno se mete así en los elementos. Puedo compren­
der lo que tan a menudo le angustia y casi pretende aplas­
tarlo: ¡usted ha mirado mucho a su alrededor! Es decir: ¡ver
y no ver! Cuando se abandona la esperanza, también se quita
uno de encima la desesperación. Al final uno siente que es
el único medio para ser consciente de sí mismo, si uno se
distingue claramente de todos los contemporáneos y, por cier­
to, arremetiendo estrictamente contra su vileza. Yo, al me­
nos, he llegado ahora a no morderme la lengua: y si la em­
peratriz Augusta se cruzase conmigo, se iría bien servida.
Nietzsche había conocido en Munich al director general de
\

música de la orquesta de Ginebra, Hugo von Senger, quien le


plicó a Senger sus propios pensamientos acerca de la evolución de
chazó alegando que no era ni poeta ni músico, sino filósofo. Ex­
plicó a Senger sus propios pensamientos acerca de la evolucón de
la música, especialmente sobre la composición de dramas musi­
108
cales. Había que proteger a Wagner contra el reproche de que
había deshecho las formas clásicas de la música. De la afirmación
de que con Wagner había llegado el fin de la música pura no de­
bía deducirse que el compositor tuviera que pasar ahora, necesa­
riamente, a la música de teatro. Se distingue ya la intuición del
negador de Wagner cuando Nietzsche escribe así:
Una vez inventada la forma superior de arte, las meno­
res resultarán entonces necesarias, en mi opinión, hasta la
más pqueña, para que los artistas puedan expresarse con­
forme a diferente género sin que continuamente se les ful­
mine. La veneración más pura por Wagner se manifiesta
ciertamente en que, como artista creador, se le evita en su
campo y en su espíritu, quiero decir que con toda severidad
contra sí mismo, con la energía de dar en cada instante lo
más que se puede, se reaviva y anima otra forma, más pe­
queña, la más pequeña.
Ante Wagner, Nietzsche reducía su carta a Senger como ‘epísto­
la blanca* y subrayaba un pasaje contra Mendelssohn que le gus­
taba mucho a Wagner: «Le he disuadido... mucho: en cambio,
debía componer una buena cantata, a saber, la Noche de Wal-
purgis de Goethe, ¡sólo que mejor que Mendelssohn! ¿Me hará
caso?
En un ‘viaje de inspección por Alemania’ adquirió una idea
general de lo que hacían los teatros de ópera, y al mirar más de
cerca se sintió desanimado. Los conciertos que añadió en algunas
de sus paradas el director Wagner a fin de conseguir nuevos me­
dios para la construcción le dieron más trabajo que dinero.
La visita de ocho días a Nietzsche se anunció para la tercera
semana de noviembre, la ‘visita en sí’: Wagner y su mujer. Nietz­
sche creía estarle muy agradecido al famoso dentista de Basilea
al que pensaba visitar Wagner. Recomendó como alojamiento el
Hotel Zu den Drei Kónigen, donde en el verano había pasado
un día placentero con Malwida von Meysenbug y su hija adopti­
va, recién prometida, Olga Herzen. La primera reunión no tuvo
lugar hasta el 22 de noviembre. ‘Tras un largo relampagueo tele­
gráfico’ Nietzsche viajó un viernes a Estrasburgo, donde pasaron
dos días juntos, sin atender ningún asunto más: contando, pa­
scando, fundiendo planes. Parecía existir toda la razón del mun­
109
do para alegrarse de la amistad más cordial. Se habló de lo que
inquietaba a Nietzsche en esc momento: aún no se habían apun­
tado ningunos estudiantes, aunque hacía tiempo que se inició el
semestre de invierno. A Wagner le fue sincero, tanto por escrito
como oralmente, en este hecho, que Nietzsche procuraba ocultar
penosamente a todo el mundo. Las cartas denuncian fácilmente
lo mucho que le importaba haber perjudicado a su pequeña uni­
versidad. Esta circunstancia le torturaba mucho, puesto que es­
taba entregado a ella y muy agradecido, y de ningún modo que­
ría perjudicarla.
Había ocurrido algo insólito: hasta el último semestre había
ido en aumento el número de sus oyentes, pero ahora, en el se­
mestre de invierno, no se había matriculado ninguno. La expe­
riencia actual respondía exactamente a la que oía de envidiosa
condena procedente de otras universidades. Así, por ejemplo, en
Bonn se retenía al estudiante que quería matricularse en Basüea
con Nietzsche, hasta que hacía saber a sus familiares de Basilea que
daba gracias a Dios por no haber ido a una universidad donde
enseñaba un Nietzsche. Nietzsche creía que también debía dis­
culparse ante Wagner porque el odio defensivo y la envidia pú­
blicos de Rohde podían afectarle a él. El joven entusiasta no pa­
recía tener en cuenta que fue Wagner quien lo había metido en
este dilema.
A Wagner le gustaba muchísimo oír elogiar como ‘magnífi­
ca’ su obra ‘Sobre actores y cantantes’. Nietzsche deseaba de to­
do corazón que «alguien haga alguna vez un resumen de sus in­
vestigaciones y tesis estéticas para poner de manifiesto que, mien­
tras tanto, toda la reflexión sobre el arte se ha cambiado, ahon­
dado y determinado de tal manera que, en el fondo, ya no queda
nada de la ‘estética’ tradicional».
Durante el verano Nietzsche había meditado en Splügen so­
bre el aspecto coreográfico de la tragedia griega, sobre la relación
entre plástica y mímica y la agrupación de los actores. Creía ha­
ber reconocido que el propio Esquilo había dado un ejemplo de
lo que Wagner realizaba ahora en su música gcstual. El estilo dra­
mático de Wagner parecía ser baremo, meta y norma para un
movimiento músico-teatral que debía perdurar mucho tiempo.
Tras estos pensamientos preparatorios, la obra con la estética pro­
110
gramática del actor y del cantante fue como una revelación para
Nietzsche.
Wagner parecía estar en un estado de ánimo relajado y con­
tento con su viaje. Cierto, en los teatro de provincia había encon­
trado malas condiciones, pero buenas voces y personas disponi­
bles, lo cual le animaba. Así, por ejemplo, en Mannheim había
dado con Louise Jaíde, su primera Erda y Waltraute de Bayreuth.
Tenía la inención de pasarse todo el invierno buscando, y para
Berlín había previsto una estancia de tres semanas. En enero de
1873 se quedó reducida a tres días durante los cuales recitó el texto
de ‘El ocaso de los dioses’ en casa del ministro von Schleinitz an­
te una audiencia escogida; entre los huéspedes se contaban el ma­
riscal conde Molke y Adolph Menzel. Se vino abajo, en cambio,
la perspectiva de inspeccionar también la Scala de Milán. En Karls-
ruhe, Wagner consiguió audiencia con el Gran Duque Friedrich
I. Luego, pasando por Colonia, DGsseldorf, Hannover, Bremen
y Magdeburg, fue a Dessau, donde descubrió al director coreo­
gráfico de los dos primeros festivales, el maesto de ballet Richard
Fricke. Tras el cambio de año fue a Dresde, donde presenció una
representación del ‘Rienzi’ y volvió a ver al matrimonio
Wesendonk78, asentados mientras tanto en aquella ciudad. Tras
dos conciertos en Hamburgo, los Wagner vieron una representa­
ción del ‘Holandés errante’ en el teatro de Schwerin, conocido
por sus excelentes producciones. El protagonista lo cantó Karl Hill,
y Wagner lo contrató inmediatamente para el papel de Alberich.
De regreso a Bayreuth, volvieron a manifestarse en Wagner
los síntomas de su enfermedad cardíaca y un agotamiento gene­
ral. Su balance del viaje por Alemania consistía, por lo general,
en una dura crítica a las representaciones vistas. Tan sólo expre­
só su reconocimiento por la ópera de Glück, ‘Orfeo’, en Dessau:
«Confieso en voz alta que jamás he visto en el teatro una produc­
ción global más noble y perfecta que esta representación.»
Por consiguiente, no parece haber valorado tan alto las tras­
cendentales representaciones de Wagner en el teatro de Weimar.
Nietzsche presenció allí, el 26 de diciembre de 1872, el ‘Lohen-
grin’, bajo la batuta de Liszt, que, igual que el ‘Tannháuser’,
nunca había visto en el escenario. «Jamás! ¡Es increíble! ¡Y has­
ta ahora he vivido en Europa!»
Para Año Nuevo de 1873 no aceptó Nietzsche una invitación
111
de Wagner para ir a Bayreuth, ganándose así el disgusto del que
con tanta facilidad se ofendía. En el último encuentro Wagner
había manifestado más de una vez que, con la distancia, habían
surgido malentendidos en su relación. Nietzsche no le contradijo
con la energía que Cosima deseaba, pues a primeros de diciem­
bre de 1872 concluía todavía una carta con estas palabras: «Créa­
me, no puede darse aquí ningún extrañamiento más, ni tampoco
ningún malentendido; yo, que por lo demás tengo tanto miedo,
estoy felizmente convencida de ello.» Vale la pena anotarlo: 1873
empezaba con un malentendido grave. Durante las cortas vaca­
ciones que había pasado con su madre en Naumburg, Nietzsche
se había sumido en el trabajo de nuevos tratados. Sin darse cuen­
ta, Wagner envió la mencionada invitación en el sentido de que
Nietzsche debía aprovechar el viaje de vuelta para pasarse por
Bayreuth. Pero éste no tenía intención de reducir su ya corto pe­
riodo de trabajo, aunque sin sospechar que en Bayreuth se ofen­
derían mucho por este comportamiento. Más tarde le dijeron una
vez lo mucho que se había molestado Wagner con Peter Corne-
lius cuando lo llamó a Munich y Cornelius rechazó la invitación
porque quería terminar de escribir su ópera ‘El Cid’. «Como si
no hubiera podido escribir en Munich», refunfuñó entonces Wag­
ner, quien rara vez se hacía una idea de lo molesta que podía ser
su irradiación en las producciones de sus más fieles. Mas, al poco
tiempo, las cartas más amistosas ahuyentaron los nubarrones, aun­
que Nietzsche no podía entender en absoluto que su comporta­
miento diera pie a la desavenencia. Cuando en febrero se refugió
en el lago de los Cuatro Cantones huyendo de los tambores de
carnaval de Basilea, en la niebla y en la lluvia, sin la posibilidad
de salir a pasear, ‘moderadamente descontento’, pero al menos
en paz, le pidió su parecer por carta al amigo Gersdorff:
No puedo imaginarme cómo se puede manifestar más
lealtad a Wagner en todas las cuestiones principales y cómo
se puede estar más entregado a él que lo estoy yo: si me lo
pudiera imaginar, lo estaría más aún. Mas en los pequeños
puntos secundarios y en una abstención, para mí casi ‘sani­
taria’, de convivencia personal másfrecuente, debo preservarme
cierta libertad, realmente sólo para poder mantener esa leal­
tad en sentido superior. Naturalmente no debes decir nada
de esto, pero uno lo siente, y desespera que conlleye contra­
112
riedades, desconfianza y silencio. Esta vez no había pensa­
do ni un instante en haber dado un escándalo tan grande;
y temo que con estas vivencias me haga más tímido de lo
que ya soy. —¡Por favor, querido amigo, tu opinión sincera!
Mucho tuvo que haber ayudado el aliento del amigo, pues in­
dudablemente espantó por el momento las ‘moscas tontas’ que
acosaban a Nietzsche. Ahora Nietzsche pensaba sorprender para
el próximo cumpleaños a Wagner con una de las ‘Meditaciones
inoportunas’ titulada ‘El filósofo como médico de la cultura’. La
próxima boda de Olga Herzen con un tal monsieur Gabriel
Monod79 lo excitó de nuevo a componer. ‘Une Monodie á deux’
salió para la residencia de Malwida en Florencia como pieza
para piano a cuatro manos y como feliz augurio de un buen ma­
trimonio.
Para el cumpleaños de Cosima el 25 de diciembre había en­
viado Nietzsche pequeños ensayos que llamó ‘Cinco prólogos a
cinco libros no escritos de Friedrich Nietzsche’ y que llevaban los
títulos siguientes: ‘1. Sobre el pathos de la verdad, 2. Sobre el
futuro de nuestros establecimientos de enseñanza, 3. El estado grie­
go, 4. Sobre la relación de la filosofía de Schopenhauer con una
cultura alemana, 5. La competición de Homero’. Esmeradamente
encuadernados y provistos de prólogos, el tomo llevaba la dedi­
catoria: «A Cosima Wagner con cordial admiración y como res­
puesta a preguntas orales y escritas redactado con alegría en las
Navidades de 1872.» No hubo una palabra de agradecimiento a
este envío ni el habitual saludo de Año Nuevo. De momento,
Nietzsche no se extrañó por ello, puesto que sabía que en enero
de 1873 los Wagner se hallaban nuevamente en una gira de con­
ciertos por Alemania. Su veneración no había cambiado, como
se deduce de un breve artículo agresivo que esbozó contra un ad­
versario de Wagner, aunque entonces se oponía a la polémica.
Un psiquiatra había pretendido demostrar en ‘lenguaje noble’ que
Wagner estaba loco. En su ensayo, Nietzsche se adaptaba inclu­
so al estilo de Wagner.
El maestro no podía perder, claro está, al discípulo por una
malhumorada, y Cosima tomó una pluma conciliadora por en­
cargo de Wagner. Pero en su carta a Nietzsche hay un pasaje en
donde admite ‘no poder hacer nada’ con las palabras ‘con ale­
113
gría’ puestas en la dedicatoria del regalo de Año Nuevo. Apenas
podía observar en su marido una felicidad semejante producida
por el trabajo de investigación; su gesto creador tendía hacia la
expresión patética, si no teatral. Lo mucho que Nictzsche se efor-
zaba por que no surgiera ningún extrañamiento en Bayreuth lo
demuestra su pregunta de si podía visitar a los Wagner en las va­
caciones de Pascua con Rohde. Wagner respondió telegráficamen­
te: «Las propuestas razonables alegran siempre, sobre todo en for­
ma de noticias de visita aceptadas, o sea, el domingo. Richard
Wagner.» Al profesor de Basilea empezaba a pesarle la carga de
las pretensiones de Bayreuth. ¿De qué dependía realmente que
el maestro estuviera siempre descontento? ¿Cómo se le podía ser­
vir más fielmente?
Tras cierto intercambio de telegramas entre Heidelberg, Nu-
remberg y Bayreuth, Nietzsche tomó el tren para Bayreuth y pensó
emocionado que cada paso significaría un recuerdo de los días más
felices; pues en Tribschen había algo en el aire que nunca se vol­
vería a sentir, ‘algo totalmente inefable, pero de lo más esperan-
zador’. Luego volvía a parecerle absurda su alegría de que todo
volvería a ser como antes, ‘como no podría deseárselo mejor nin­
gún dios’. Abrigaba el deseo de que su visita podría arreglar lo
que había motivado su ausencia de las Navidades.
En la vivienda provisional de Wagner de la Dammallee ha­
blaron mucho de Malwida y de Gersdorff, a quien Wagner lla­
maba ‘caballero errante en el laberinto del amor’. Nietzsche tu­
vo ocasión de leer su manuscrito ‘La filosofía en la época trágica
de los griegos’, muy lejano aún de la forma definitiva. Se trataba
de la cuarta exposición del mismo tema, pero tampoco bastaba
para su autocrítica. «Había querido efectuar los ‘estudios más ra­
ros’, matemáticas, mecánica, atomismo químico... Me he con­
vencido de la forma más excelente de lo que son y fueron los grie­
gos. El camino que va de Tales*1a Sócrates es algo monstruoso.»
También le contó a Wagner cómo Gersdorff se había encon­
trado fortuitamente con Wilamowitz. ¡Tableau! «El bromista» ha­
bía sacado un segundo panfleto
con insultos y sofisterías, indigno de una refutación. Dirigi­
do especialmente contra Rhode, el escrito se vuelve al final
en general contra los dos ‘cerebros corruptos’; las palabras
114
de David Strauss contra Schopcnhauer se aplican literalmente
contra mí, resultando así una imagen mía como si fuese He-
róstrato, profanador de templos, etc. El escrito está fechado
en Roma. Recientemente me calificaron en un periódico de
‘darwinismo y materialismo traducido a lo musical’, lo im­
puro se comparaba a la ‘célula primitiva de Darwin’: ¡y que
enseñó el ‘evolucionismo’ del ‘fango primitivo’! Creo que
los estimados adversarios empiezan a enloquecer. Un tal Bo-
nus Meyer manifestó recientemente su opinión de la obra
de Wagner en el sentido de que ni siquiera el ‘brutal furor
por la construcción de los romanos’ se atrevió a algo seme­
jante. El odio parece estar en llamas. (A Gersdorff, 5 abril
1873.)
No hay ningún motivo para suponer que todo esto no se sus­
citó en las conversaciones de la Dammallee. Es de suponer que
Wagner volviera a tomar conciencia de lo mucho que necesitaba
a Nietzsche como apoyo propagandístico, por un lado, y lo peli­
groso que debía ser, por otro, tener de portavoz precisamente a
este ‘enfant terrible’, contra quien tan hostil se manifestaba el mun­
do de la erudición.
‘No contento’, es la expresión que se encuentra en la carta
de agradecimiento de Nietzsche del 18 de abril para caracterizar
el estado de ánimo de Wagner durante su estancia allí. Nietzsche
define su distancia respecto del malestar de Wagner, originado
por las preocupaciones financieras y el shock de la actitud crítica
del discípulo. Sin darse cuenta, los interlocutores ya no estaban
de acuerdo. Desconcertado, Nietzsche confesaba a su amigo: «Lo
comprendo demasiado bien, sin poder cambiar nada; pues aprendo
y con mucha lentitud y en cada momento que paso con ellos ex­
perimento algo en lo que no he pensado y que deseo inculcarlo
en mí. Me deseo tantas veces la apariencia, al menos, de una ma­
yor libertad e independencia, pero en vano.» En pro del entendi­
miento le había gustado realmente volver al papel del alumno,
«a ser posible con la pluma en la mano y el cuaderno por delante».
Wagner pensaba pedirle ayuda económica a Bismarck, pero
se asustó del escepticismo de Nietzsche ante la causa prusiana.
Este escepticismo había desvanecido ya el entusiasmo juvenil por
el nuevo Imperio.
115
Hasta ahora, además de los continuados estudios clásicos, ape-
ñas había en los escritos de Nietzsche una huella de crítica de ac­
tualidad. Esto cambió evidentemente cuando en 1872 se vio em­
pujado hacia el aislamiento científico. Nietzsche se mostraba me­
nos ambicioso por defender sus convicciones en el marco de la
filología clásica. No obstante, cabe que el camino elegido estu­
viera también determinado por el notable empeoramiento de su
salud. La carga que las enfermedades suponían para la existencia
dejaban sentir sus consecuencias.
Así, pues, el manuscrito leído en Bayreuth estuvo siempre vin­
culado, para Nietzsche, a un recuerdo desagradable. Su anuncio
de que ‘con la lectura de un nuevo manuscrito esperaba dar una
alegría’ no hizo sino provocar la reacción desilusionada de Wag-
ner de que le ofrecieran algo tan lejano como ‘la filología de los
griegos’, que nada tenía que ver con el presente práctico, los ene­
migos de su obra o los planes de Bayreuth. ¡Qué desviación del
tema Wagner!
Wagner pareció notar claramente las angustias de Nietzsche
durante la visita, pues tras la recepción de la mencionada carta
sumisa del 18 de abril, volvió a escribir: «Su... carta no debo con­
testarla yo en primer lugar: usted mismo debe saber lo mucho
que me ha afectado, y no hay nada más que decir, salvo, quizá,
que no debe dejarse asustar por ideas molestas y continuar tran­
quilamente ‘molestándome’ a menudo en el mismo sentido.»
Refiriéndose al escrito de Nietzsche sobre el filósofo de la reli­
gión David Friedrich Strauss*1, Wagner opinaba:
Con respecto a su Straussiana sólo siento el tormento de
que no puedo esperarla. Así que: ¡fuera! Tras diez días de viaje
volvimos ayer a la Dammallee, para no abandonarlo tan
pronto. Mañana, si Dios y Strauss quieren, debe colocarse
la primera piedra de la instrumentación del ‘Ocaso de los
dioses’.— Lo último de Fidi es que cuando colocaba mis li­
bros se quedó atentamente a mi lado y, al decirle: ‘¡Fidi,
alcánzame el simbolismo de Creuzer!’, me dio el simbolis­
mo de Creuzer.— Saludos de todos. Eva y Fidi jugaron es­
ta mañana a ‘Nietzsche y Rohde’. Salude también a Roh-
de. Fue muy divertido que los dos me visitaran en Pascua.
Cordialmente suyo R. Wagner.
116
El trabajo en la ‘Meditación inoportuna’ se detuvo debido a
que el dolor de ojos de Nietzsche hacía aun más desagradable su
creciente miopía. GersdorfT se apresuró a ayudarle. También lo
acompañó al oculista. Este diagnosticó una debilidad de la vista
del ojo derecho, que obligaba a la inactividad, y un grado máxi­
mo de miopía en el izquierdo. Prescribió lavado de ojos y un des­
canso de dos semanas sin leer ni escribir nada. El descanso tuvo
que ampliarse hasta las vacaciones de verano, pero la atropina
y el cuidado debido a la inactividad mejoraron algo la vista.
Entre 1873 y 1876 aparecieron las ‘Meditaciones inoportunas’
de Nietzsche como publicaciones aisladas. Los cuatro escritos ter­
minados no son, por cierto, parte de las manifestaciones más esen­
ciales de Nietzsche, ya que están muy mutiladas por las conside­
raciones habidas con Wagner. Pero adquieren un gran significa­
do ante el fondo vital en que se redactaron y apuntan hacia la
metamorfosis intelectual y hacia nuevos objetivos. Discurren pa­
ralelas al cambio de su relación con Wagner. Con la presenta­
ción del manuscrito que tenía entre las mano, Nietzsche espera­
ba agradar a Wagner. El ensayo ‘David Strauss, confesor y es­
critor’ analizaba las agravantes impresiones juveniles que había
recibido Nietzsche de su obra. A la edad de veintisiete años, el
pastor protestante Strauss había escrito su libro ‘La vida de je­
sús’, que dio lugar a controversias y finalmente condujo a su se­
paración de la teología. La nueva versión del libro, ‘revisado pa­
ra el pueblo alemán’, suscitó el desacuerdo de Nietzsche. Strauss
se había construido una religión sustitutiva científica; un optimismo
complaciente interpretaba el mundo como algo bueno y racional.
Además, la obra posterior de Strauss omitía el reconocimiento de
Wagner. Nietzsche se indignó ante la ‘torpeza y villanía del autor
y pensador’. Nietzsche remata a Strauss, estimado generalmente
como clásico, presentando una colección de pruebas de estilo ‘de
la peor especie’.
La sección introductoria del trabajo de Nietzsche conserva hoy
su frescura, independientemente de su motivación (el pensamiento
político formulado en el, ¿sabía Nietzsche exactamente hasta qué
punto se alejaba ya de Wagner?): «La opinión pública alemana
parece casi prohibir que se hable de las consecuencias graves y
peligrosas de la guerra, sobre todo de una guerra terminada en
victoria; pero con tanto más agrado se oye a esos escritores que
117
no conocen otra opinión más importante que la pública y por eso
se aplican celosamente a ensalzar la guerra y a perseguir jubilo­
samente el fenómeno poderoso de sus efectos en la moralidad, la
cultura y el arte.» Nietzsche trató de enviar apresuradamente el
manuscrito de este texto al maestro para su sesenta cumpleaños.
Mas ante el cúmulo de trabajo del nuevo semestre no pudo revi­
sarlo. Otra razón más se deduce de la felicitación bastante con­
vencional del 20 de mayo: «... especialmente porque sufro de una
debilidad repentina y dolorosa de los ojos y estoy bastante preo­
cupado».
El día del sesenta aniversario de Wagner se reunieron cuatro
amigos en casa de Nietzsche, en Basilea, para conmemorarlo to­
cando a cuatro manos la Novena Sinfonía y la Marcha imperial
de Wagner, como si se tratase de una pequeña ‘escuela Wagner’.
Se trataba de Gersdorff, Overbeck, Romundt y Rée82 — compa­
ñeros de la docencia, oyentes del curso, convertidos todos a Wagner
por Nietzsche.
Sus discípulos ‘neoalemanes’ celebraron mientras tanto al
maestro con una ‘representación-festival* en la ópera de Bayreuth.
Peter Cornelius dirigió con este motivo un arreglo de composi­
ciones wagnerianas que llevaba el título oportuno de ‘Consagra­
ción de artista’. Inmediatamente después los Wagner marcharon
a Weimar para reforzar la reconciliación con Liszt mediante la
audición evaluada de la primera ejecución completa del oratorio
‘Christus’ bajo la dirección del compositor. Cuando volvió el ma­
trimonio, ondeaba ya la bandera en el tejado del teatro de los fes­
tivales. Para la fiesta de la terminación, el 2 de agosto, el propio
Wagner compuso la alocución de los artesanos.
Mas también se terminó en el verano la otra casa que se con­
virtió en el hogar de generaciones de hijos de Wagner. Su nom­
bre simbólico, ‘Wahnfried’ (paz de la imaginación), se constitu­
yó en un concepto del mundo musical. Además del solar, Luis
regaló también la casa, con tanta más generosidad cuanto que mi­
raba celoso y escéptico la idea de Bayreuth. Wagner se había des­
terrado él mismo de todos sus demás refugios: del asilo de Zu-
rich, de la casa de la Brienner Strasse de Munich y del ‘Hafen’
de Tribschen. Su patria definitiva la veía ahora en el teatro de
los festivales y en la propiedad del Hofgarten.
Así que también preparó aquí la tumba para él y para Cosi­
118
ma. Desde su casa podía utilizar, con permiso real, el Hofgarten,
y a su lado quería ser enterrado. En junio hizo saber al rey lo
siguiente: «Este pensamiento nos hace un bien inefable, conocer
exactamente el sitio y cuidarlo diariamente, el sitio que nos aco­
gerá en reposo divino, en el suelo que le debemos a la magnani­
midad de su amor, y que, a su vez, se transferirá a mi hijo como
patria inalienable.»

119
Preocupaciones y dudas

Bandera y cintas de colores no podían ocultar el estancamien­


to de la obra. Las altas aportaciones, como se apuntaron hace poco
por parte de los ‘señores del patronato’, no llegaban o sólo con
muchas dudas. ¿Es que lamentaban haber sido generosos?; ¿se
desvanecía la fe en la idea fantástica? Wagner advertía con voz
tronante a sus alemanes; pero no se le oía. Un escrito, largo, de­
voto y excepcionalmente torpe, acompañó el envío de ‘Arte ale­
mán y política alemana’ al príncipe Bismarck. No obtuvo respues­
ta. Para el estreno del ‘Anillo’ habrían afluido en cualquier gran
ciudad los fondos necesarios, suponiendo que hubiera abandona­
do su idea del festival. Mas apenas cabía esperarse tal cosa dada
su tenacidad. Tan sólo tuvo que contentarse con un aplazamien­
to de un año de la representación planeada para 1875. Mientras
tanto, seguía tocando el tambor, junto con la señora von Schlei-
nitz y unos cuantos fíeles.
Nietzschc, quien por cariñosa solidaridad, temía en Basilea
por el destino de Bayreuth, estaba impresionado por el valor de
Wagner. El 29 de octubre de 1873 viajó a Bayreuth, pues le ha­
bían invitado a redactar un ‘Llamamiento a los alemanes’ para
los festivales. El gran amigo necesita ayuda, y no se le negó. Miem­
bros del patronato de Bayreuth y delegados de las Wagner-Verein
encargaron ahora, precisamente a Nietzsche, redactar un llama­
miento que moviera a las grandes masas a la firma de gastos. Pa­
ra esta tarea política, los señores se sirvieron de un hombre cuyo
mero nombre producía indignación o se ignoraba, y que era ina­
decuado para semejante misión. Cuando Emil Heckel propuso
a Wagner colocar en las librerías listas de inscripción para patro-
120
tinadores de los festivales y publicar al mismo tiempo el llama­
miento, éste le pidió que recabara el consejo de Nietzsche, puesto
que a este respecto «tenía una confianza plena, precisamente en
él». Antes de redactar la 'Exhortación a los alemanes’, Nietzsche
escribió a Mannheim: «Estimado Sr Heckel, lo que me pide se
hará. Me parece excelente su proyecto para los libreros, lo mis­
mo que, en general, el plan entero habla bien de su autor... En
caso de que mi salud lo permita de alguna manera, llegaré a Bay-
reuth el 30 de este mes. Haré copias impresas de mi borrador:
así se podrá leer mejor y, en caso de necesidad, corregir.»
Ahora bien, Nietzsche no hacía propaganda por una empre­
sa, sino que se dirigía, irritado, contra los indiferentes a quienes
poco o nada les decía el arte de Wagner. La asamblea de donan­
tes de dinero reconoció entonces que el placet prematuro otorga­
do a la ‘Exhortación’ de Nietzsche se le debía retirar. Formal­
mente se rechazó y se utilizó un llamamiento más suave salido
de otra pluma, a saber, de un tal Dr Adolf Stern. Wagner, por
otro lado, autorizó la redacción de la ‘Exhortación’. Parece que
incluso montó en cólera ante el rechazo de los delegados. Mas és­
tos eran de la opinión de que Nietzsche hablaba al corazón de
todos los amigos, pero que apenas convertiría a adversarios e in­
diferentes. En una carta a Gersdorff dice Nietzsche: «Así, pues,
desde la noche del miércoles hasta la mañana del lunes de viaje,
en la ida solo, en la vuelta con Heckcl. En Bayreuth se habían
reunido unas doce personas, simples delegados de los Vereins, y
yo, el único patrocinador en sí. Tras visitar las obras en medio
del fango, la niebla y la oscuridad, se celebró la sesión principal
en la sala del ayuntamiento, en donde los delegados rechazaron
astuta pero decididamente mi ‘Exhortación’. Yo mismo protesté
contra su transformación y recomendé al profesor Steme que rá­
pidamente elaborase otro producto. En cambio, se aprobó la ex­
celente propuesta de colocar listas de firmas en todas las librerías
alemanas.» Ambos llamamientos, el del Dr Stern y el de la plu­
ma de Nietzsche, se los envió Nietzsche al rey para que diese su
visto bueno, mencionando que ‘el excelente amigo’ pretendía así
ganarse ‘firmas importantes de todos los estamentos’. Pero el ruego
de revisarlo pasó a la única posibilidad de ayuda real, se convir­
tió en ruego de ayuda financiera por parte del amigo real, que,
de momento, no atendió al ruego.
121
Ante el activo maestro, Nietzsche se veía una y otra vez con­
denado a la pasividad. Hasta el verano de 1876, justo antes del
comienzo de los primeros festivales de Bayreuth, la publicación
de su cuarta ‘Meditación inoportuna’ (‘Richard Wagner en Bay­
reuth’) volvió a darle la oportunidad de participar activamente
en la causa del maestro.
La creencia de Wagner en el sentido de que la empresa —de
momento la producción de la maquinaria y los decorados— esta­
ba asegurada, produjo la admiración de Nietzsche. Cuando Mal-
wida von Meysenbug, que ante las inclemencias del clima de Bay­
reuth se había ido a Italia, expresó a Nietzsche su solidaridad en
la preocupación por Bayreuth, no podía sospechar que semejante
simpatía afectaría de muchas maneras al joven investigador. «¡Ah!,
¡nuestras esperanzas eran demasiado grandes!» Esta exclamación
de Nietzsche, incluida en su respuesta, no sólo se refería a lo ma­
terial. Las razones de la indecisión de la empresa se las explicaría
a la vieja dama en una carta posterior, tal era su intención. Pero
quedó sin hacerlo, en una época en que Malwida arrugaba ya el
entrecejo preocupada por la herejía de Nietzsche.
Durante la primavera y el verano de 1874, tras sus anotacio­
nes críticas a la historia en la segunda ‘Meditación inoportuna’,
Nietzsche pretendía poner como modelo en la tercera, ‘Schopen-
hauer como educador’, a una personalidad vigorosa, apoyada en
sí misma, aunque ya no compartía los principios de Schopcnhauer,
proceso este que se corresponde con el nivel de su veneración por
Wagner. Lo que le atraía de Schopenhauer y lo que deseaba
en Wagner era la imagen rectora de un filósofo tal como lo exigía
Nietzsche: honrado, sereno y constante debía ser el que estable­
ciera los puntos de referencia para los jóvenes. Nietzsche prefería
la serenidad de Schopenhauer como autoconocimiento crítico a
la ingenuidad de un David Friedrich Strauss.
El animoso organizador de Bayreuth tenía, como Schopen­
hauer, rasgos de esta imagen ideal, y uno parece leer una defini­
ción de la opinión de Nietzsche sobre Wagner, cuando escribe así:
«El hombre heroico desprecia su bienestar y malestar, sus virtu­
des y vicios y, en general, el medir las cosas por su rasero.»
Pero Nietzsche albergaba celos secretos precisamente de este
heroísmo de la praxis, tal como lo ponía de manifiesto Wagner.
La veneración y admiración por Wagner estaban en pugna con
122
su propia incapacidad de subordinarse y con la tendencia a en­
carnar la iniciativa en sus relaciones con otras personas, preci­
samente en amistades. Mas las rivalidades eran para él el camino
de conocerse mejor a sí mismo y de poder adquirir una visión in­
dependiente de las cosas. Sin apenas notarse al principio, su en­
tusiasmo por Wagncr se transformó en un odio-amor de lo no com­
prendido, tal vez también del músico frustrado.
Claro que todavía no había llegado la crisis seria de la amis­
tad, a pesar de todas las heridas ya abiertas. En la observación
que elogia a Schopenhauer como educador, que toma sobre sí el
dolor voluntario de la veracidad, Nietzsche menciona entre los
artistas a Wagner como el ejemplo más poderoso de que «el genio
no debe temer entrar en contradicción con las formas y órdenes
existentes si es que quiere sacar a la luz el orden superior y la
verdad que lo anima». Se manifiesta aquí una postura revolucio­
naria que, influida por Heine, trasciende la rotura de las cadenas
interhumanas y apela a la nueva ubicación del pensador y del ar­
tista creador. La relación con Wagner tampoco es excepción.
El 8 de agosto de 1874 pudo publicarse, gracias al empeño
aunado de los amigos, el primer ejemplar del ensayo de Nietz­
sche sobre Schopenhauer. Gersdorff se había encargado transito­
riamente de la correspondencia con Bayreuth, quien por ese mo­
tivo recibió también el primer agradecimiento y la expresión de
satisfacción de Wagner por el libro.
Mientras tanto, Nietzsche se había restablecido hasta el pun­
to de poder permitirles a sus ojos cartas largas. Una de las prime­
ras y más largas, desgraciadamente destruida en Bayreuth, iba
dirigida a Wagner, a la que éste respondió enseguida:
¡Querido amigo! ¡Qué hermosa sorpresa ver de nuevo
su caligrafía! Y, sin embargo, al verla sólo sentí preocupa­
ción, pues ahora me causa usted en general más preocupa­
ción que alegría, lo que quiere decir mucho, ya que nadie
puede alegrarse tanto como yo de que le vayan bien las co­
sas. Así que, en el fondo, hoy no puedo notificarle más que
esta preocupación dominante y empiezo inmediatamente con
ella: ¿le ha permitido realmente el médico escribir cartas tan
apretadas? Yo, por mi parte, al responderle, me esfuerzo
al menos por escribir ampliamente en contra de mi costum­
123
bre para, en cierto modo, disculparme de que le escribo.
Aunque sintiéndolo, lo he dejado adrede durante mucho
tiempo porque, a pesar de la intervención de GersdorfT, siem­
pre supuse, por pura vanidad, que querría leer personal­
mente una carta mía, cosa que no le vendría bien. Pero ahora
lo hago, aunque no me fío de lo que dice su médico: Pues
por mi médico veo lo que son estos señores, ya que éste siem­
pre me asegura que tengo una salud de roble, mientras que
día y noche me arrastro en condiciones miserables de las que
afirma sonriendo que son sufrimientos habituales del
‘genio*.— ¡Ahora bien, Dios quiera que su médico sea una
persona menos entusiasta y tenga razón! Por lo que a usted
respecta, repito la ocurrencia que manifesté hace poco con­
tra las opiniones, a saber: que preveo el tiempo en el que
tendré que defender su libro en contra suya.— Lo he vuel­
to a leer y le juro por Dios que lo considero el único que
sabe lo que yo quiero. A 31 de octubre (Fiesta de la Refor­
ma), hasta pronto y todo lo demás.
Pero en Bayreuth aumentaban las preocupaciones por la rea­
lización de la idea de los festivales. El llamamiento del Dr Stern
no tuvo efecto. Luis II no puso más medios a disposición y Wag-
ner pensaba en serio inaugurar el fracaso de su plan con una cir­
cular de los participantes. Pero lo impidió Emil Heckcl: se apre­
suró a ir a Bayreuth y, en contra de todas las decisiones de Wag-
ner, se mantuvo firme: «¡Eso no puede ser!» En primer lugar pi­
dió que se tantease en Berlín al Gran Duque de Badén para ver
si el Imperio quería sufragar una parte de los gastos necesarios
para que con motivo del quinto aniversario de la paz en 1877 pu­
diera representarse en Bayreuth el ‘Anillo del Nibelungo*. Se ha­
bían gastado ya 100 000 táleros, en su mayoría de subvenciones
privadas, y se habían contraído deudas. Se necesitaban otros
100 000 táleros para los preparativos y las construcciones. Mas
el Gran Duque rechazó el ruego por recelar que los planes de Wag-
ner no encontrarían ninguna simpatía en Berlín. Tras ciertos ti­
ras y aflojas fue finalmente el rey de Baviera quien volvió a sacar
de apuros. Su disgusto y su primera negativa tenían explicación:
el escritor Félix DahnM había enviado un himno a la residencia
bávara, himno que Luis había enviado a Wagner sin un escrito
124
personal en la esperanza de que éste le pusiera música. Wagner
no sabía que se trataba de un deseo personal del rey, que se había
callado por vergüenza, y se negó, con lo que Luis volvió a sentir­
se ofendido. Un cortesano amigo, del entorno del rey, aclaró el
malentendido, con lo que salieron los anticipos de la caja real.
Nictzsche opinaba, sacudiendo la cabeza, que no entendía ‘de dón­
de iba a devolver Wagner estos anticipos’.
En la carta de Luis a Wagner del 24 de enero de 1874 resuena
la desunión casi estremecedora de los admiradores de Wagner:
«¡No! ¡No y no! Así no puede terminar. ¡Hay que ayudar! ¡Nuestro
plan no debe fracasar!» Y Wagner respondía adulador: «¡Oh, mi
rey benevolente! Si echáis un vistazo a los demás príncipes ale­
manes veréis que sólo vos es el único al que el espíritu alemán
mira con esperanza.» Entre la junta ejecutiva de Wagner y la se­
cretaría de la corte se estableció un contrato sobre el crédito.
La opresión de los cuatro últimos meses no había impedido
trabajar a Wagner; su melancolía no tuvo ninguna oportunidad
de imponerse. En las breves pausas que le quedaban entre la vo­
luminosa correspondencia y las negociaciones, Cosima se ocupa­
ba de la obra de Nietzsche ‘Ventajas e inconvenientes de la histo­
ria para la vida’, su segunda ‘Meditación inoportuna’. La opi­
nión de Cosima expresada a su amiga Marie von Schleinitz ape­
nas se puede explicar por la antipatía personal y la falta de cono­
cimientos exclusivamente: «El principio es algo difícil y hay que
estar algo informado acerca del cambio que ha efectuado el estu­
dio universatario en Alemania para seguirlo con facilidad. Tam­
poco su forma está libre de afección clasicista (romana y griega),
pero es muy notable, me parece, por su ardor, su humor y la agu­
deza que muestra por los defectos de una época en la que, por
decirlo con términos de Schopenhauer, la filosofía brota de la far­
macia y de las clínicas y el alma debe tener su sede en el cerebro.»
El que Nietzsche, sin preocuparse de su propio destino, hubiese
roto con la jerarquía universitaria lo comparaba, injustamente,
con el ejemplo de Wagner, cuya repugnancia por las ‘altas e in­
fladas corporaciones de sabios’ se basaba más en su vanidad
enfermiza.
Igual que Cosima, Wagner parece haberse manifestado al prin­
cipio con vieja cordialidad sobre la obra. Nietzsche le expresó a
GersdorfTel mucho bien que le hacían sus cartas: «¡Cartas estu­
125
pendas de Bayreuth!» Mas, para la Pascua de 1874, el editor le
dijo que Wagner se había manifestado frío y negativamente ha­
cia el libro.
Tras la victoria de su plan, el maestro exigió de todos sus ami­
gos que aplazaran sus propios asuntos y se dedicasen exclusiva­
mente a su causa. Debían sufrir cuando él sufriese, y alegrarse
cuando pudieran superarse las dificultades. Cierto, Nietzsche se
esforzaba por hacerlo, pero también escribía libros que no tenían
nada que ver con Bayreuth. Ritschl había afirmado ya que Nietz­
sche apenas servía para luchas partidistas, pero Bayreuth exigía
cada vez más toma de partido y le apremiaba en las polémicas
de los partidos políticos. Sin embargo, se confirmaría el temor
de Wagner: «Nietzsche va a su manera, hay que tomarlo como
es.» La carta de agradecimiento de Wagner por el libro parece
aún cordial:
¡Mi querido amigo! Hace ocho días que recibimos del
librero su nueva obra, a la que le dedicamos tres noches de
buena lectura. Quise escribirle durante estos días, pero lo
malo es que la excitación es siempre mucha y al final se ha­
lla uno ante ensayos enteros que no sirven de cartas. En bre­
ve, tan sólo le habría dicho que estoy muy orgulloso de no
tener nada más que decirle y poder dejar en sus manos todo
lo demás. ¿Todo lo demás? ¡Sí, uno llega a asustarse! Pero
siempre es un consuelo saber que la cosa se ha abordado en
el punto correcto. ¿Espera que lo elogie? ¡Sería bonito que
yo quisiera elogiar su fuego, su humor! Mi mujer encuen­
tra la forma adecuada para eso, al fin y al cabo es una hem­
bra. ¡No lo echará en olvido! ¡Que Dios nos bendiga a to­
dos! ¡No tiene mucho trabajo, pues somos sus pocos escogi­
dos! Mi gran causa saldrá adelante. Será en 1876. El año
próximo habrá ya ensayos completos, de ahí la necesidad
de disponer de todo el tiempo. En mayo terminan nuestra
casa: su cuarto estará entonces listo. Espero que alguna vez
descanse también aquí, hay montañas bastante cerca.
En una carta a Rohde describía más tarde Nietzsche cómo en
esta época superó las noticias alarmantes acerca del posible fraca­
so de la causa de Bayreuth: «Era una situación desconsolada, desde
Año Nuevo, de la que finalmente me pude salvar de la forma más
126
maravillosa: con la más fría observación empecé a analizar por
qué había fracasado la empresa; de paso he aprendido mucho,
y creo que ahora comprendo a Wagner mucho mejor que antes.»
Estos apuntes parecen haber estado destinados a un libro, aun­
que no para su publicación inmediata. Los epígrafes de los capí­
tulos y algunos aforismos adicionales están ya en el título de la
cuarta 'Meditación inoportuna’ (‘Richard Wagner en Bayreulh’).
En las notas parecen las siguientes palabras clave:
1. Causas del fracaso, entre ellas sobre todo lo extraño.
Falta de simpatía por Wagner. Difícil, complicado.
2. Naturaleza doble de Wagner.
3. Afecto, éxtasis, peligros.
4. Música y drama. Lo yuxtapuesto.
5. Lo presuntuoso.
6. Virilidad tardía. Evolución lenta.
7. Wagner como escritor.
8. Amigos (suscitan mis reparos).
9. Enemigos (no despiertan ninguna atención, ningún
interés por lo hostilizado).
10. La extrañeza aclara: ¿tal vez eliminado? Wagner in­
tenta la renovación del arte desde la única base todavía exis­
tente, desde el teatro: aquí se excita realmente toda una masa
y no se enseña nada como en los museos y conciertos. Claro
que es una masa muy tosca y volver a dominar la teocracia
ha resultado hasta ahora imposible. Problema: ¿debe seguir
viviendo el arte sectaria y aisladamente? Aquí subyace el sig­
nificado de Wagner, intenta la tiranía con ayuda de las ma­
sas teatrales. No hay ninguna duda de que, como italiano,
Wagner habría alcanzado su meta. El alemán no tiene idea
de la ópera y la considera siempre como importada y no ale­
mana. Ni siquiera se toma en serio el teatro.—Hay algo có­
mico en esto: Wagner no puede persuadir a los alemanes
a tomarse en serio el teatro. Permanecen fríos e incómodos.
Se excita como si la salvación de los alemanes dependiera
de ello. Ahora los alemanes creen estar más seriamente ocu­
pados y les parece una divertida exaltación que alguien se
dedique tan solemnemente al arte.—Wagner reformador no.
Pues, hasta ahora, todo ha seguido igual que antes. En Ale-
127
manía todo el mundo se toma en serio lo suyo: se ríen de
quien pretende exclusivamente para sí lo serio. Influencia
de las crisis monetarias.—Inseguridad general en la situa­
ción política. Duda en la sensata dirección de la historia ale­
mana. Ha pasado la época de las emociones artísticas (Liszt,
etcétera.)... Una nación seria no dejará languidecer unas
cuantas frivolidades, los alemanes no están impuestos en las
artes teatrales.— Lo principal: el significado del arte, tal co­
mo lo tiene Wagner, no se ajusta a nuestras condiciones so­
ciales y laborales. De ahí la animadversión contra lo
inadecuado.— El primer problema de Wagner: ¿por qué
queda fuera el efecto, siyo lo recibo? Esto lo impulsa a criti­
car al público, al Estado, a la sociedad. Establece de una
forma totalmente ingenua entre artista y público la relación
entre sujeto y objeto.—Una cualidad de Wagner: indepen­
dencia, inmoderación, va hasta el último germen de su fuer­
za, de su sensación. Otra cualidad es un gran talento tea­
tral, que está fuera de lugar, que se abre camino de formas
distintas a la más próxima: para eso le falta forma, voz y
la modestia necesaria.—Wagner es un actor nato, más, co­
mo Goethe, un pintor sin manos de pintor, su talento busca
y encuentra salidas.—Piénsense ahora estos impulsos fra­
casados actuando juntos.—Wagner aprecia lo sencillo de la
aptitud dramática porque es lo más efectivo. Reúne todos
los elementos efectivos en una época que necesita medios
muy toscos y fuertes a causa de su embotamiento. Lo fas­
tuoso, embriagador, confuso, grandioso, terrible, ruidoso,
feo, arrobado, nervioso, todo está bien para él. Dimensio­
nes enormes, medios enormes.—Lo irregular, el exceso del
brillo y ornato produce la impresión de riqueza y exuberan­
cia. Sabe lo que todavía hace efecto en nuestros hombres:
pero ha idealizado y sobrestimado a ‘nuestros hombres’.—
Como actor sólo quería imitar al hombre como lo más efec­
tivo y lo más real: en el más alto afecto. Pues su naturaleza
extrema veía en todas las demás condiciones debilidad y fal­
sedad. El peligro de la pintura afectiva es extraordinario para
el artista. Lo embriagador, lo sensual, extático, lo momen­
táneo, lo emotivo a cualquier precio —tendencias terribles.—
El arte de Wagner concentra todo lo que aún tiene de estí-
muios para los alemanes modernos, carácter, saber, todo se
junta. Un enorme ensayo para afirmarse y para dominar,
en una época antiartística. Veneno contra veneno, Todas
las sobretensiones se dirigen polémicamente contra grandes
fuerzas antiartísticas. Incluidos elementos religiosos, filosó­
ficos, nostalgia de lo idílico, todo, todo.—Sin olvidar que:
es un lenguaje teatral el que habla el arte de Wagncr, no
forma parte del cuarto, de la camera. Es un discurso popu­
lar, y no se puede imaginar sin un enrudecimiento incluso
de la piedra preciosa. Debe actuar en la lejanía y pegar el
caos popular. Por ejemplo la ‘Marcha Imperial’.—Wagner
es una naturaleza legisladora: pasa por alto muchas relacio­
nes y no se queda en lo pequeño, ordena todo a lo grande
y no puede juzgarse por el detalle aislado.—Música, dra­
ma, poesía, Estado, arte, etc.—La música no vale mucho,
la poesía tampoco, la interpretación dramática no es, a me­
nudo, más que retórica, pero todo es una misma cosa en
grande y en nivel. Tiene el sentido de la unidad en lo diverso. —
Por eso lo tengo por un portador cultural.
Este análisis marcado por la compasión, la admiración y la
antipatía, a partes iguales, lo citamos completo, no sólo porque
informa acerca del carácter de Wagner. También presenta la pre­
visión de Nietzsche respecto a la situación artística de las genera­
ciones siguientes. Indudablemente está codeterminado por un te­
mor rayano en la desesperación de que Wagner no podía conver­
tir sus planes en realidad. De ahí que sintiera el giro como ‘mila­
gro’, sobre todo al llegarle la noticia del mismo, escribiéndole a
Rohde: «Si el milagro es cierto, no por eso refuta el resultado de
mis observaciones. Pero queremos ser felices y celebrar una fies­
ta si es verdad.»
No obstante, le quedó el sentimiento de una dolorosa melan­
colía al pensar en este ensayo. ¿Quién conoce la historia de sus
innumerables resistencias secretas?
Hacía tiempo que el punto de orientación de Nietzsche no lo
constituía el compromiso por darle amplitud al maestro. Al con­
trario, encontraba restrictiva su propaganda anterior por la mú­
sica de Wagner y demasiado limitado el círculo al que se había
dirigido hasta entonces. Su vista por lo superior se agudizaba ca­
129
da vez más. Rechazó el elogio del amigo Gersdorff y le confesó
su desaliento.
Wagner se manifestó como era de esperar, primero exacta­
mente igual que Cosima, con cordialidad acerca del ensayo ‘Ven­
tajas e inconvenientes de la historia para la vida’. Las hermosas
palabras de la carta de Cosima le parecieron a Nietzsche flores
que debían ocultar la ruda negativa. Este escrito debía ser ‘inac­
cesible’ al maestro. Y, como en ocasiones anteriores, Nietzsche
podía contentarse con que Cosima criticase su estilo. En las con­
versaciones la solía ridiculizar como la francesa del nacimiento
que, por lo que respetaba al estilo alemán, debía aplicar su celo
de perfeccionamiento, en primer lugar, a los escritos de Wagner.
Nietzsche no se sentía libre y se resistía. Pero también temía
consumir sus fuerzas en la lucha por la libertad interna: «Se llega
a la libertad y por la noche se está abatido como mosca de un día.»
Imprudentemente parece haber manifestado la misma depresión
en sus cartas a Bayreuth. Wagner habría preferido llevarse es­
pontáneamente a Nietzsche con él.
Los de Bayreuth tuvieron que aplazar de momento la solici­
tación de Nietzsche. A pesar de las distracciones del año de cons­
trucción del teatro de los festivales y de la villa privada, Wagner
orquestó *E1 ocaso de los dioses’, y escribió el texto del ‘Parsifal’.
En la primavera de 1874 se terminó también la Wahnfried, una
villa majestuosa incluso para entonces. Desde el cuarto de traba­
jo del señor se miraba a los jardines, las ventanas de la gigantesca
habitación se abrían en semicírculo a una escalinata, alrededor
estaban las estanterías llenas de libros. Al cuarto de trabajo se lle­
gaba por un vestíbulo rectangular, recubierto de mármol. El sa­
lón y el comedor estaban a la derecha y a la izquierda. Los dor­
mitorios y las habitaciones de los niños, en el primer piso. Cince­
lada en tres planchas del frente de la casa, la máxima: ‘Hier, wo
me¡n Wáhnen Frieden fand, Wahnfried sei dieses Hans von mit
benannt’ (‘Aquí, donde mi imaginación halló la paz, llamaré es­
ta casa paz de la imaginación’).
El pomposo edificio respondía a las nociones que se tenían en­
tonces de la suntuosidad. Los paños de terciopelo y damasco, ama­
dos patológicamente por Wagner, dominaban la escena. El in­
ventario que hasta 1939 podía admirarse casi intacto, lo destruyó
una bomba pocos días antes de terminar la II Guerra Mundial.
130
Quien haya visto la vieja Wahnfried no se cansa de exaltar su uni­
cidad y de la impresionante aparición de la anciana Cosima que
deambulaba con actitud regia, ensimismada en su mundo, natu­
ralmente con agilidad mental e interesada por todo lo que la
rodeaba.
A principios del verano de 1874, los Wagner invitaron amis­
tosamente a Nietsche para que hiciera acto de presencia. Nietz-
sche volvió a rechazar la invitación, yendo en cambio a una aldea
de los Alpes, donde terminó su ensayo sobre Schopenhauer. El
esfuerzo de Gersdorff por mover a Nietzsche a aceptar la invita­
ción de Bayreuth, lo rechazó igualmente: ¿Para qué atizar nece­
sariamente una desconfianza a la que tendía sin más el carácter
de Wagner? «Piensa tan sólo en que tengo deberes para conmigo
mismo que son muy difíciles de cumplir con una salud muy dé­
bil. Francamente, nadie debería obligarme a nada.»
Nietzsche se abrió lleno de confianza a la señorita Meysen-
bug, al confesarle:
Hasta las reacciones hostiles me hacen bien y feliz aho­
ra, pues a menudo me aclaran más que la colaboración amis­
tosa; y no deseo otra cosa que aclararme sobre todo el siste­
ma, sumamente complicado, de antagonismo de que cons­
ta el ‘mundo moderno’. Afortunadamente, falta toda am­
bición política y social, de suerte que no debo temer ningún
peligro de esta parte, ningunas deducciones, ninguna obli­
gación de compromisos y consideraciones; en suma, puedo
decir lo que pienso, y por una vez quiero comprobar hasta
qué punto aguantan los pensamientos libres nuestros con­
temporáneos orgullosos de la libertad de pensamiento. No
exijo demasiado de la vida, nada excesivo. A cambio, todos
nosotros viviremos en los años próximos algo por lo que pue­
den envidiarnos quienes vivieron antes que nosotros y vivi­
rán después. En cualquier caso y sin merecerlo, dispongo
de excelentes amigos. Hablando en confianza, ahora deseo
una buena mujer, y entonces se habrán cumplido los de­
seos de mi vida.
El futuro demostraría lo desesperadamente teóricos que serían
los deseos matrimoniales de Nietzsche. La madre y la hermana
lo protegían de cerca y celosamente durante el verano. En la fa­
131
milia Wagner surgieron planes matrimoniales para el profesor a
fin de encaminar la exaltación del ‘morbosamente’ excitado Nietz-
sche y vincular a la causa de Bayreuth al que se alienaba progre­
sivamente. Cosima, Wagner y Gersdorff celebraron en Bayreuth
un cónclave para ver cómo podía ayudarse a Nietzsche. El inte­
resado se divertía así en una carta a Gersdorff: «¡Realmente pue­
ril la idea de imaginaros reunidos a ti y a los de Bayreuth en una
comisión matrimonial! ¡Sí, pero..A, también yo tengo algo que ver
al respecto, especialmente si al cónclave se le ocurre que hay mu­
chas mujeres y quedar con la correcta es asunto mío. ¿Debo ha­
cer una cruzada por el mundo, cual caballero andante, a fin de
llegar a la tierra ensalzada por ti? ¿O crees que las mujeres ven­
drán a mí para que les pase revista y ver si son adecuadas? En­
cuentro el tema algo imposible. O demuestra lo contrario y haz
para ti la aplicación práctica.»
Cuando, por fin, en agosto de 1874 los hermanos Nietzsche
llegaron a Bayreuth para satisfacción de los Wagner, Nietzsche
era más bien un huésped taciturno que hablaba poco. Los her­
manos se habían alojado en el Hotel Sonne. En la primera no­
che, Nietzsche envió ya una tarjeta a casa de los Wagner dicién-
doles que no se sentía bien. Wagner llegó enseguida al hotel, se
llevó a Nietzsche a su casa y pasaron, a pesar de todo, una velada
estimulante, una vez que Nietzsche se recuperó rápidamente. «Pero
lo que dice de los universitarios es terrible. Sabe hablar, como
siempre, de los artículos aparecidos en la Neue Freie Presse y co­
sas por el estilo, y también habla de Du Bois-Reymond, que, en
un 'Discurso sobre la lengua alemana’, coloca a Lessing contra
Goethe y califica a Goethe, en cierto modo, de dañino para el pue­
blo alemán.» Esto escribía asombrada Cosima en su diario.
Al día siguiente, Nietzsche se sentía molesto con el tono im­
personal de la conversación y se dispuso a provocar a Wagner.
Cuando en junio del año anterior, Johannes Brahms dirigió en
el monasterio de Basilea su ‘Canto triunfal’ para coro y orques­
ta, Nietzsche se procuró inmediatamente un arreglo para piano.
Estas notas, metidas en su equipaje, le venían muy bien ahora
para enfadar a Wagner, del que sabía la antipía que sentía contra
la música de Brahms, totalmente tradicional. Puso la partitura
en el piano del gran salón de Wahnfried, de suerte que el maes­
tro tenía que mirarla burlonamente. Wagner no aguantó mucho:
132
«Noté que Nietzsche quería decirnos: Ved, aquí tenéis a alguien
que también puede hacer algo bueno.— ¡Bien, y una noche esta­
llé, y cómo estallé!» Nietzsche no respondió, se sonrojó como de
costumbre y contempló asombrado al heraldo de la música del
futuro. Wagner dijo más tarde a este respecto: «Daría cien mil
marcos por tener el hermoso comportamiento de Nietzsche, siem­
pre elegante, siempre digno»; y con pose de mártir añadía: «Eso
sirve de mucho en el mundo.» Mientras que la cólera de Wagner
se esfumó al instante, Nietzsche retuvo la ‘ofensa’ durante mu­
cho tiempo: hasta julio de 1876, cuando se hacían ya los últimos
ensayos del ‘Anillo’, duró la interrupción de visitas que se impu­
so, dos años de abstinencia para su afecto, todavía bien predis­
puesto.
Nietzsche no describió nunca él mismo la escena de la parti­
tura de Brahms, aunque evidentemente le fue mucho más dolo-
rosa de lo que Wagner podía suponer. Si se le hablaba a Nietz­
sche del incidente, solía responder: ‘En eso no estuvo grande Wag­
ner. ’ El acontecimiento tiene una nota especial si se tiene presen­
te que en aquella época estaba bastante frío el amor de Nietzsche
por la música de Brahms. Robert Schumann, el ídolo musical de
su juventud, lo derribó al encontrar otro ídolo musical bajo el sol
de Italia. Pero este amor juvenil por Schumann siguió siéndole
necesario. A Schumann le siguió Brahms, tan exaltadamente ama­
do y admirado por su música poética. Nietzsche saludó a Brahms
como todos los que sufrían por Wagner. Encontró saludable la
aparición de Brahms y, en realidad, lo consideraba más alemán
que Wagner, con lo que en modo alguno quería decir algo positi­
vo. Pues pronto tuvo la sospecha de que la ‘honrada mediocri­
dad’ de Alemania se sentía más identificada con la música de su
Brahms. Para Nietzsche, Brahms era el portavoz de un alma nor-
tcalemana, no era «ningún acontecimiento, ninguna excepción,
ninguna ruptura de la cadena anterior a Wagner, sino un anillo
más. Si se prescinde de lo que ocasionalmente ha sacrificado a un
genio hospitalario de géneros y personas extraños, incluido tam­
bién el sacrificio de la piedad frente a grandes maestros, viejos
y nuevos, resulta que es el músico que hasta ahora tiene derecho
exclusivo a la calificación de ‘músico nortealemán’». Nietzsche
acuñó también para Brahms el término de «menlancolía de la im­
potencia», tomado más tarde por Hugo Wolf en una reseña. Le
133
parecía que Brahms no creaba de la abundancia, sino que estaba
sediento de ella; un malentendido cuyo origen puede buscarse tam­
bién en los celos del casi-músico Nietzsche.
A la vuelta de Bayreuth en agosto de 1874 reelaboró una par­
te de su ‘Schopenhauer como educador’. Desgraciadamente ya
no existe la primera versión, de suerte que resulta difícil saber
cuánto y qué se modificó por amor a Wagner. El 24 de septiem­
bre le dice a GersdorfT: «... La inevitable afectación y conmoción
espiritual que conllevan en el fondo tales esfuerzos y manejos ca­
si solía acabar conmigo, y todavía no he terminado de salir de
la fiebre puerperal. Mas, a pesar de todo, se ha traído al mundo
algo ordenado y me alegro de que tú te alegres.»
En Bayreuth, Nietzsche anunció la pronta llegada del libro,
cosa que se deduce de un borrador de carta que luego se destruyó
en Bayreuth:
El verano ha pasado ya del todo, también mi libertad
otoñal; de la reunión con mis amigos, tal como la había pro­
puesto precisamente para esta época, no ha resultado nada
o algo distinto: Gersdorff era esperado de un día para otro,
pero vino ya en mi época de clases; con Rohde fue peor aún
al quedarse dos semanas en mi casa. Pues todos nosotros
estábamos desgraciadamente recargados de trabajo y podía­
mos ayudar poco al amigo... Creo que en los próximos días
le llegará mi número 3, que quisiera recomendar cordial­
mente a su costumbre participativa. Los demás lectores opi­
narán que hablo del hombre de la luna.
Wagner cablegrafió inmediatamente: «Telegráficamente: pro­
fundo y grande. Lo más atrevido y novedoso la exposición de Kant.
Verdaderamente comprensible sólo para los poseídos.»
No puede afirmarse que el lector ‘poseído’ Wagner hubiese
mostrado el menor esfuerzo por la amistad de Nietzsche. ‘Scho­
penhauer como educador’ lo tenía en gran estima. Los de Bay­
reuth debieron levantar las cejas ante las frase siguiente: «Quiero
hacer el intento de alcanzar la libertad, se dice el alma joven; ¿y
debe impedírselo el que casualmente se odien y combatan dos
naciones?»
Pero este libro está ampliamente marcado por el amor a Wag­
ner. Igual que Schopenhauer, Wagner significaba para el joven
134
Nietzsche un acontecimiento que podía compararse con el entu­
siasmo de Goethe por Herder, incluso con respecto a su alejamiento
posterior. Era en la persona de Wagncr donde por primera vez
se cumplía para Nietzsche lo que el ya enmudecido Schopenhauer
no podía producir. El filósofo y el músico Wagner se fundían pa­
ra él en la vivencia de una persona, y lo mismo que Wagner pare­
cía encarnar, de momento, lo que Schopenhauer llama genio, en
‘Schopenhauer como educador’ —y no sólo aquí— el filósofo re­
sulta sinónimo de Wagner, camuflaje bajo el que Nietzsche ocul­
taba su pensamiento y su entrega a Wagner. Cabe que Nietzsche
buscase más al hombre que a la doctrina, más al pensador que
al conjunto de sus pensamientos, más al maestro que al legado.
En un principio creía haber encontrado en Wagner al digno de
veneración, al intemporal deseado.
Germinaban ya las ideas de la cuarta ‘Meditación inoportu­
na’, del escrito ‘Richard Wagner en Bayreulh', que, de momen­
to, no prometía ser ningún canto de alabanza a Wagner. Como
para desprenderse del plan de este libro, Nietzsche inició el ma­
nuscrito de ‘Nosotros los filólogos’, que se agotó en resumir los
pensamientos planteados anteriormente sobre la educación según
el modelo griego. Pero apenas le interesaba ya el tema propia­
mente dicho, de ahí que la obra quedase sin terminar. Los signos
de este año se presentaban inciertos y críticos. El trato algo más
intenso con los compañeros de Basilea sólo ayudó temporalmente.
Pero Nietzsche notaba que se avanzaba, aunque la atmósfera
sofocante de la ocupación académica ‘cambiase de sitio el sol’.
De las trece ‘Meditaciones inoportunas’ que se le ocurrieron, ha­
bía terminado tres y la cuarta estaba ya concebida. Mas su profe­
sión de Basilea se había convertido para él en una notable cala­
midad. Los trabajos preparatorios para el próximo semestre re­
sultaron aturdidores y lo alejaron de lo que consideraba sus ‘de­
beres’ propiamente dichos. Entre ellos contaba también su rela­
ción con las pocas personas animadas por los mismos pensamien­
tos que él y cuya existencia le recordaba siempre lo que había que
hacer. Pues no sólo Wagner había notado lo fuerte que era en
Nietzsche el impulso creador, reforzado mientras tanto en su
soledad.
El segundo día de Navidad de 1874 escribió Wagner a Basi-
iea, y su carta trasluce la misma cordialidad, aunque también preo­
135
cupación por la amistad. Se manifiesta aflicción y el temor (justi­
ficado) de enfadar al destinatario de la carta al confiarle lo que
todo el mundo decía de él. Pero Wagner intentaba también con­
solarlo indicando que jamás le fue dado a él mismo el trato mas­
culino de que disfrutaba Nietzsche en sus veladas de Basilea. «Que­
ría decir que tendría usted que casarse o componer una ópera;
cualquiera de las dos cosas podría serle tan buena o tan mala co­
mo la otra. Pero creo que sería mejor casarse.» Wagner seducía
a Nietzsche con la perspectiva de una vida juntos que parece ya
caduca: se puso de acuerdo con Cosima en ordenar la casa de tal
manera que «también usted» encuentre alojamiento en ella. Me­
lancólico —y olvidadizo— recuerda Wagner que jamás le ofre­
cieron a él nada parecido en sus momentos de mayor necesidad.
En el verano había reconocido ya las necesidades contrarias de
Nietzsche, cuando todavía esperaba que el amigo pasara todas
las vacaciones de verano en su casa. Y seguro que no se había
equivocado al interpretar la resistencia de Nietzsche como medi­
da de precaución contra una invitación para ir a Bayreuth. «Po­
demos servirle de algo; ¿por qué desdeña la oportunidad? Gers-
dorff y todo el grupo de Basilea podían pasar el tiempo aquí...
Y no quiero seguir hablando de usted, pues de nada sirve. ¡Oh,
Dios! ¡Cásese con una mujer rica! ¡Por qué tiene que ser Gers-
dorff precisamente un hombre! Luego, viaje; componga su ópe­
ra, que seguramente será difícil de representar por escandalosa.
¿Qué demonio lo ha hecho pedagogo?»
¿Una ópera? ¿A qué puede referirse aquí Wagner? Nietzsche
había pasado diez días de vacaciones en su casa de Naumburg,
y se sentía recuperado, principalmente porque todos «los pensa­
mientos y sentidos» volvían a encaminarse hacia la música. Pintó
muchas cabezas de notas y, a pesar de todo, había terminado un
trabajo: el ‘Himno a la amistad’. Lo había iniciado el año ante­
rior cuando, tras el mal tiempo de Bayreuth, se quedó solo, a la
vuelta, en Nürenberg durante la Semana Santa.
Expuso a Malwida de Meysenbug la forma del ‘Himno’ que
se ofrecía como pieza para dos o para cuatro manos:
Preludio de los amigos al templo de la amistad
Himno, primera estrofa
Intermedio —como en recuerdo triste-feliz
136
Himno, segunda estrofa
Intermedio, como una profecía del futuro
Una mirada en la lejanía
Al marcharse: canto de los amigos, tercera estrofa y final.
¿Estaba contento con el resultado, puesto que al fin había em­
pezado a decir algo acerca de su relación con Wagner, al menos
en notas musicales? La pieza de quince minutos, ¡si les gustase
a los demás tanto como a su creador! ¡Olvidar el tiempo, retener
la idealidad del hombre!
Además, he revisado y ordenado mis composiciones ju­
veniles. Me sigue extrañando cómo se revela en la música
la invariabilidad del carácter; lo que expresa un muchacho
en ella es tan claramente el lenguaje del carácter fundamental
de su entera naturaleza que el hombre tampoco quiere cam­
biar nada de ella. Descontando naturalmente la imperfec­
ción de la técnica, etc.
Aquí, en lo técnico, radicaba el gancho, el acicate de haberse
quedado tras lo grande, que, tras el comienzo como poeta, lo ha­
bría llevado a ser un verdadero compositor. De nada servía, asi­
mismo, una indicación desesperada a la posibilidad del talento
heredado. «Si, según Schopenhauer, la voluntad se hereda del pa­
dre y el intelecto de la madre, me parece entonces que la música,
en cuanto expresión de la voluntad, también es herencia del pa­
dre. Mire a su alrededor: en el círculo de los míos se confirma
el principio.»
Todavía en 1886 explicaba Cosima en una carta a Félix Mottl
que este ‘Himno a la amistad’ introdujo la ruptura propiamente
dicha, hecho este que ‘la entristecía mucho’. Pero a esta observa­
ción unía Cosima un juicio peyorativo sobre el lenguaje musical
de Nietzsche.
Nietzsche lo continuó al poco tiempo con un ‘Himno a la so­
ledad’, sobre el que se manifestaba al amigo Rohde en estos tér­
minos: «Trabajo ahora en las horas más raras, diez minutos cada
dos semanas, en un himno a la soledad. Quiero captarla en toda
su horrible belleza.» Se ha perdido el manuscrito. Peter Gast con­
servó un recuerdo de la obra: «En la memoria me quedó su ‘Himno
a la soledad’, una pieza llena de áspera grandeza y deslealtad,
137
en donde seductoramente, aunque rechazándolo enseguida con
obstinación, se mezclaban pasajes dulces y fascinadores.»
En el viaje de vuelta de Naumburg a Basilea, en medio de
nieve abundante y fuerte frío, leyó Nietzsche una carta de Gers-
dorff en la que se hablaba de la alegría anticipada en los ensayos
de Bayreuth. Cosima había adjuntado un escrito en el que pedía
a la hermana de Nietzsche que durante un viaje de Wagner a Viena
y Budapest se acercase a Bayreuth y ‘se quede de madre de mis
hijos’. Al sopesar una respuesta afirmativa, a Nietzsche le pare­
ció bien la idea, en su rincón del departamento del tren, atender
a los amigos, aunque sin comprometerse demasiado él mismo.
En marzo de 1875 la hermana de Nietzsche estuvo realmente
en Bayreuth, ‘en una especie de alta escuela’, como confirmaba
algo burlón el hermano. Se alegró de que Elisabeth se hubiera
decidido por la empresa. Como ya sabemos por cartas anterio­
res, Wagner tenía la intención de nombrar a Nietzsche tutor de
Siegfried en su testamento. De ahí que a Nietzsche le pareciera
importante que la hermana conociera también, más de cerca, las
condiciones que imperaban en Wahnfried. Pues él se tomaba muy
en serio las ‘múltiples obligaciones’ que podía tener para con la
familia Wagner.
Los Wagner recibieron amablemente a Elisabeth en Wahn-
fried. Cosima hizo con ella treinta y dos visitas, como contó lue­
go, orgullosa, la hermana, de suerte que casi conoció todo lo que
de alguna manera estaba relacionado con la casa; Wagner se mos­
traba como un buen padre de familia. En medio de su trabajo
salía de improviso para jugar al caballo y al carro con los niños
y esparcir alegría. Los extraños le importunaban con sus pesadas
pretensiones, sobre todo los que pedían que examinara sus com­
posiciones, y en esas ocasiones podía ser, naturalmente, muy im­
paciente. Un día líegó un abultado paquete y Wagner dijo, di­
vertido, que contenía una ópera compuesta por un director de ban­
co. La hermana de Nietzsche confesó afectada que había deposi­
tado sus acciones precisamente con él. Wagner le advirtió con el
dedo en alto: «¡Hijita! ¡Venda esas acciones! Un director de ban­
co que escribe óperas no se preocupa bastante de su banco.» En
efecto, el banco quebró más tarde y la joven tuvo que pagar con
varios miles de marcos no haber seguido el consejo de Wagner.
Entre Cosima y Elisabeth se llegó a un 'tuteo fraternal’, co­
138
mo se deduce por las cartas de Cosima a Malwida. Cierto, Elisa-
beth afirma que Cosima era muy larga y delgada para mujer, y
que su boca y su nariz también eran muy grandes. Pero la descri­
be asimismo como ‘encamación de la voluntad y de la nostalgia
de poder en su más noble significado’.
En vida de Wagner, Cosima ejercia.su poder a través de él.
Tras su muerte reveló su talento eminente para ser la dueña y
señora de toda la empresa de Bayreuth. Nietzschc oía interesado
los detalles de Bayreuth que le contaba Elisabeth en sus canas y
luego personalmente. Reconocía la amistad que seguían mostrán­
dole los Wagner. Lo mismo le expuso Gersdorff, que visitó du­
rante varias semanas a Nietzsche en Basilea y a quien, evidente­
mente, Wagner consideraba el único a quien podía comunicar sus
pensamientos sobre Nietzsche. En mayo de 1875 escribía Wag­
ner a Gersdorff:
¡Cuántas veces... el encuentro íntimo con otro no ha te­
nido más que una influencia perturbadora! Esto no debe re­
gir, ciertamente, con nuestro querido Nietzsche, del que no
podía imaginarme que hubiera sido más feliz sin su amis­
tad conmigo. Pero me encontró en un campo de la vida que
fácilmente se convierte en ciénaga para nosotros si no po­
demos volar a veces. Dentro de seis días celebramos el sex­
to aniversario de la primera estancia de Nietzsche en Tribs-
chen!
En las fiestas era donde los creadores de los festivales se mos­
traban realmente como verdaderos virtuosos. Mayo y diciembre
eran los meses de los grandes cumpleaños: en la primavera se ce­
lebraba el cumpleaños de Siegfried y el del padre, y a últimos de
año Cosima celebraba la Navidad con énfasis religioso. En gene­
ral, todas las festividades servían al culto de Wahnfried, ya fuese
como manifestación pagana o cristiana. Se montaban cuadros vi­
vos, la imagen de felicidad familiar se enviaba retratada a todo
el mundo en forma de postales, y así los Wagner vivían felices
con su colección de pájaros en el jardín y pompa para recibir a
las altéis señorías.
De vuelta en Basilea, Nietzsche escribió a Erwin Rohde:
También desde Bayreuth se me ha pedido que dé noti­
cias tuyas. Tú sabes, y lo sabes bastante bien, con qué cor­
139
dialidad y calor se piensa en ti allí y cómo se preocupan.
Mi hermana está actualmente en Bayreuth y se quedará allí
unas semanas. También quiero comunicarte inmediatamente
el requerimiento de la señora Wagner en el sentido de que
te dirijas lo antes posible y con cierta impetuosidad al bur­
gomaestre de Bayreuth para que te aloje este verano allí;
costará trabajo encontrar alojamiento para todos, y hay que
planteárselo al alcalde, puesto que la cuestión de la vivien­
da va por mal camino. No pidas ‘una vivienda modesta’.
Mi hermana se esfuerza por encontrar algo para ella y para
mí, aunque sin éxito hasta ahora.
Para entonces había que terminar el semestre, tres semanas
en la Universidad y cinco en el Pedagógico. En Basilea reinaba
gran excitación, pues la nueva Constitución de la ciudad se dis­
cutía punto por punto en el gran consejo, todos los partidos se
enconaban unos contra otros y en la primavera debía decidir el
pueblo. En la lucha política tuvo aplicación un pasaje de ‘Scho-
penhauer como educador’. Criticaba la omnipotencia del Estado
y Nietzsche se alegró tanto más cuanto que se sentía «como si fuese
un castellano, tan fortificado e independiente se hace paulatina­
mente mi manera de vivir. En la Pascua estará terminado el nú­
mero 4».
El ensayo ‘Richard Wagner en Bayreuth’ lo empezó con la
sincera intención de hacer algo por la causa de Wagner. Pues,
una vez más, se había dado un momento de entusiasmo auténti­
co cuando se hizo con el arreglo para piano del ‘Ocaso de los dio­
ses’. He aquí su juicio; «Es el cielo en la tierra.» Partes del ‘Ani­
llo’ resonaron mientras tanto en la presentación conjunta de Wag­
ner y Liszt en Budapest. Liszt dirigió sus ‘Campanas de Estras­
burgo’ y tocó el Concierto en MI bemol mayor de Beethoven ba­
jo la dirección de Hans Richter. Luego siguieron extractos del ‘Ani­
llo’ con Wagner como director. Las recaudaciones dé estos con­
ciertos de Viena y Pest sirvieron para cubrir los gastos de los en­
sayos previos, iniciados en Bayreuth el 1 de julio bajo la supervi­
sión de Richter, un año antes de los primeros festivales, previstos
para el verano de 1876.
Para el cumpleaños de Wagner, Nietzsche le escribió lo mu­
cho que admiraba la entereza con que el maestro había aguanta­
140
do el barullo de tareas, quejas, enfados y cansancio. Cada vez que
Nietzsche pensaba en la vida del amigo, le parecía dramática,
como si usted fuese tan dramático que sólo puede vivir en
esta forma y como si no pudiera morir hasta el final del quinto
acto. Donde todo empuja hacia un solo objetivo, no hay azar
de ninguna clase y parece como si temiera hacer acto de pre­
sencia. Todo es necesario y férreo, a pesar de la mayor mo­
vilidad, tal como lo veo expresado en el medallón con que
me han obsequiado recientemente...
Trasluce amargura esta adición de Nietzsche: «Nosotros, hom­
bres diferentes, siempre flameamos algo, resultando que ni siquiera
la salud es algo permanente.» Y no hace sino poner de manifiesto
su trágica clarividencia cuando Nietzsche adjunta a su carta una
poesía de Hólderlin, en la que se dice:
Du Land der Liebe! bin ich der deine schon,
Oft zürnt ich weinend, dass du immer
Blóde die eigene Seele leugnest.

Noch sáumst und schweigst du, sinnest cin freudig Wcrk,


Das von dir zeuge, sinnest ein neu Gebild,
Das einzig, wie du selber, das aus
Liebe geboren und gut, wie du, seiM.
Su estado de salud echó por tierra sus planes de viajar a Bay-
reuth; se le avecinaban tiempos difíciles.
El estómago ya no se podía dominar, incluso con la die­
ta ridiculamente rigurosa, dolores de cabeza de la peor es­
pecie que duraban varios días y se repetían al poco tiempo,
vómitos de horas sin haber comido nada, en suma, la má­
quina parecía querer deshacerse en pedazos, y no pretendo
negar haber deseado algunas veces que así fuese. Gran can­
sancio, penoso andar en la calle, fuerte sensibilidad a la luz.
El médico, el profesor Hermann Immermann, le prohibió via­
jar a Bayreuth. «Yo no digo nada, puedes imaginarte cómo me
siento.» (A Gersdorff.) Bajo estas circunstancias no podía menos
141
que asegurarse la presencia de su hermana. Tras las vacaciones
de verano, ambos se mudaron a una nueva vivienda próxima a
la vieja a fin de hallar «una foma de vivir perfectamente adecua­
da. Wagner estará muy enojado, yo también lo estoy».
En primer lugar, debía mejorarse con un tratamiento en la
Selva Negra, en Steinabad, un pequeño balneario para enfermos
del estómago. Pero antes de que Nietzsche marchase allí con la
hermana, quería discutir una vez más la situación de Bayreuth
con Gersdorff. El acosado amigo se sintió algo desconcertado an­
te la ‘desvergonzada insistencia’ de Nietzsche, pues no podía efec­
tuar el viaje a Basilea. Mientras tanto, Nietzsche vagaba por los
bosques soñando con esperanzadoras perspectivas de futuro y, a
pesar de la dieta y de los dolores de cabeza, mejoró pensando en
el trabajo venidero. La vida hogareña establecida por la herma­
na se la imaginó precipitadamente como una ‘piel nueva y sóli­
da’, una concha de caracol en la que creía meterse.
Pero la mayoría de sus pensamientos estaban dedicados a Bay­
reuth. Gersdorff y Rohde recibían cartas conminándolos a que
le contasen cómo iban los ensayos. En sus solitarios paseos tara­
reaba y dirigía Nietzsche pasajes enteros de la música que se sa­
bía de memoria. Pero, en general, yacía en cama con dolores de
cabeza y por la noche tenía que vomitar. La enfermedad, diag­
nosticada como dilatación de estómago, parecía exigir una tera­
pia muy rigurosa. Se quejaba a Rohde en estos términos: «La preo­
cupación y el malhumor me torturan más donde veo que uno no
sirve para nada y tiene que dejar correr las cosas por implacables
que sean. Y a veces me parece como si yo mismo fuese una espe­
cie de hombre afortunado y siguiera escapando a los más duros
ataques del dolor.» Rohde estaba enredado en una triste historia
amorosa. A Nietzsche le habría ‘gustado mucho regalarle algo de
felicidad’, denunciando así que su ausencia de Bayreuth no sólo
lo hacía desgraciado, sino que también podía interpretarse como
una especie de evasión de la amenazadora vivencia que estaba
pasando allí. Tampoco les iba a bien a otros amigos, y Nietzsche
le preguntaba asombrado a Rohde: «¡Por todas partes desespera­
ción! ¡Y yo no la tengo! ¡Y no estoy en Bayreuth! Y, sin embar­
go, estoy allí en espíritu más de tres cuartas partes del día y siem­
pre ando dando vueltas en torno a Bayreuth como un fantasma...»
La música que tarareaba Nietzsche en sus paseos resonaba aho­
142
ra en los pianinos de las salas de ensayos y en el escenario de Bay-
reuth. Poco antes se había ultimado la monumental partitura del
‘Anillo’. Wagner anotó en la última página: «Ultimada en Wahn-
fried, no digo nada más.» La partitura general iba precedida de
estas palabras: «Concebida en confianza en el espíritu alemán y
ultimada para gloria de su sublime benefactor Luis 11 de Bavie-
ra», frase que refleja la agitada historia de la obra a través de si*
glo y medio. A todas las voces maliciosas que aún no han callado
y son hostiles al donante del dinero y a su receptor cabe pregun­
tarles: ‘¿Hay algún mecenazgo que haya valido la pena más que
el de Luis II de Baviera? La irritación de las autoridades finan­
cieras de Munich, que bien puede entenderse, pero sin el «despil­
farro» de este rey el mundo dispondría de unas cuantas obras maes­
tras menos. ¿Y los táleros ahorrados, que significarían hoy día?’
Wagner diseñó un plan para los años venideros. El impacien­
te mostraba de repente paciencia, sabiendo que el éxito sólo se
podía conseguir sin precipitaciones. La disposición totalmente nue­
va de un ‘año de ensayos’ se mantendría durante decenios en Bay-
reuth y no se abandonaría hasta la II Guerra Mundial. Cada dos
años, escribió Wagner, habrían de reunirse los cantantes duran­
te julio y agosto en Bayreuth ‘para estudiar detalladamente sus
partes, durante el primer mes al piano, durante el segundo en el
escenario provisto de las decoraciones más importantes’. Duran­
te el año del festival, Wagner quería pasar inmediatamente a los
ensayos generales después de haber trabajado durante dos meses
con la orquesta, la maquinaria y la iluminación, pero sin los can­
tantes. En doce noches se debería representar, tres veces en total,
la tetralogía del ‘Anillo’.
Para 1874 se habían fijado ya todos los detalles, y todavía hoy
se siguen, de manera grandiosa y sorprendente, los detalles que
Wagner definía así al rey Luis:
Cada representación debe comenzar a las cuatro de la
tarde; el segundo acto sigue a las seis, el tercer acto a las
ocho, de suerte que entre cada acto haya un descanso im­
portante que la audiencia debe aprovechar para pasear por
el parque que rodea el teatro, tomar refrescos al aire libre
en el atractivo paisaje y volver a ocupar, bien reconforta­
dos, sus localidades a la señal de las trompetas, desde lo al­
143
to del teatro, con la misma sensibilidad qne para el primer
acto. Creo que la puesta del sol antes del último acto creará
un ambiente de especial solemnidad.
Como para Wagner, cantar en Bayreuth, era un honor para
todo cantante, éstos debían renunciar generosamente a ‘toda ga­
nancia o idemnización por los festivales y similares’. Los cantan­
tes comprometidos el año anterior le ofrecían tal variedad de vo­
ces y talento dramático que ‘también tenía que fijarse en la figu­
ra’. «Mis dioses, gigantes y héroes son todos de estatura extraor­
dinaria, de manera que en estas estaciones, cuando llega uno de
estos gigantes, inmediatamente se dice: ‘Ahí viene otro Nibe-
lungo’.»
Los preparativos seguían su marcha a las órdenes de Wag­
ner. Lejos de todo nerviosismo o capricho parecía ser uno más
de su compañía. Los ensayos eran relajados. £1 último ensayo al
piano, en la sala del Hotel Sonne; Wagner, a sus 62 años y des­
bordante de alegría, lo puso todo patas arriba. Como hasta en­
tonces había exigido lo imposible de sus cantantes sin recompen­
sa material, mantuvo su humor acentuando la comunidad del tra­
bajo y la gran meta que todos ellos pretendían alcanzar.
El 7 de junio empezó Hans Richter con los ensayos en el esce­
nario del teatro de los festivales. No podemos imaginar cuántos
cuidados y preparativos técnicos le precedieron para erigir en la
provinciana ciudad de Bayreuth un teatro de gran estilo con me­
dios técnicos que, por primitivos, hoy día no merecen más que
una sonrisa. £1 frenesí de Wagner superó todas las dificultades.
Era poeta, compositor, director de escena, de teatro y de orques­
ta en una misma persona. Una vez se le hinchó la cara a causa
de una muela infectada y, tras un par de noches sin dormir por
el dolor, apenas podía ver. Nada más empezar el ensayo de la
‘Valkiria’, se olvidó de todas sus molestias. Con algodón y un pa­
ñuelo atado al carrillo andaba saltando entre las rocas, arreglan­
do muchas cosas y desechando ideas anteriores. Sieglinde debe
arrojarse fervorosamente a los brazos de Siegmund con estas pa­
labras: «¡No rechaces el beso de la mujer repudiada!» La cantan­
te no lo hizo con suficiente vehemencia para el maestro. El pro­
pio, Wagner, con su pequeña estatura, se colgó con tal ímpetu
del cuello del gigantesco cantante Niemann que casi se cayó ante
144
el impacto. Wagner cantaba, agarraba a Niemann y daba indi­
caciones para otra posición. Poco después, estaba en lo alto del
peñasco y «capitaneaba» el combate de Siegmund con Hunding.
Niemann suspiró temblando: «¡Dios santo, que se baje! ¡Si se cae,
todo se acabó!» Pero Wagner no se cayó, sino que saltó al valle
como una cabra montesa. Al pasar, les gritó a los jóvenes ayu­
dantes que se habían sentado tras una pared de piedra con su par­
titura de piano: «¿Por qué habéis de tener en las manos esos vie­
jos mamotretos? ¿Es qué todavía no os lo sabéis de memoria?»
Cuando los amigos escribieron entusiasmados desde Bayreuth
en el verano de 1875, Nietzsche volvió a recuperar su vieja admi­
ración y durante un tiempo se olvidó de toda crítica. En su cua­
derno de apuntes escribió el siguiente aforismo:
No sabía de qué manera participaría de la felicidad más
pura y clara que no fuese a través de la música de Wagner;
y ello aunque no siempre habla de felicidad sino de las te­
rribles y funestas fuerzas subterráneas de la agitación hu­
mana, del dolor de toda felicidad y de la fínitud de nuestra
felicidad; por tanto, la felicidad que irradia tiene que estar
en la forma en que habla.
Nietzsche se remitía a los dieciséis años de felicidad con que
le había obsequiado la música de Wagner desde que tenía quince
años, así como las horas de amistad de Tribschen.
Así, pues, empezó a escribir su cuarta ‘Meditación inoportu­
na’, (‘Richard Wagner en Bayreuth’), cuyo tema estaba destina­
do en un principio para la quinta de las meditaciones y que ahora
sustituía a la de ‘Nosotros los filólogos’. En los estudios prepara­
torios se encuentra una frase que Ernst Bertram destacó en su li­
bro ‘Nietzsche’85 como determinante de la imagen del filósofo:
«Podría imaginarme también un arte que mirase hacia adelante, que
buscase sus imágenes en el futuro. ¿Por qué no existe arte seme­
jante? El arte arranca de la Pietá.»
El discípulo de Wagner, animado aún por la esperanza, para
quien el arte de su maestro significaba, de momento, la única mú­
sica del futuro, no era ningún iconoclasta. Su polémica contra la
decadencia no excluía un profundo respeto por la aportación de
los antecesores intelectuales. El ensalzador del instante predicaba
al mismo tiempo la duración de la alta sensación. Y la inquietud
145
que desataba su sacudida debía producir la tensión creadora de
la que podría salir una cultura nueva y estable.
Elisabeth Nietzsche sospechaba el conflicto íntimo de su her­
mano a favor y en contra de Wagner, cuando en el otoño de 1875,
en medio de su ensayo sobre Wagner, abandonó el manuscrito
sin terminarlo. Le había leído los ocho primeros apartados, y és­
tos exigían su continuación. Dice así: «Cuando me permití pre­
guntarle por el trabajo (no lo hacía nunca porque, en general, a
mi hermano no le gustaba hablar de obras no terminadas), dijo
muy triste: ‘¡Ah, Lisbeth, si al menos pudiera!’» Es decir: Nietz­
sche debía tener conciencia de su propio fracaso ante el fenóme­
no Wagner en el ‘punto más difícil’, si bien terminó el trabajo
en la primavera siguiente y en julio de 1876 lo entregó ya a la
imprenta. «Pero me he quedado muy por detrás de lo que yo mis­
mo me exijo; de ahí que para mí sólo tenga el valor de una nueva
orientación sobre el punto más difícil de nuestras vivencias ante­
riores. No estoy por encima de él y veo que no he conseguido del
todo la orientación para mí mismo, sin mencionar que podría ayu­
dar a otros.» (A Rohdc.)
Para finales de año de 1875 Nietzsche se sentía tan mal que
abandonó una parte de sus deberes oficiales y por óltimo se mar­
chó con Gcrsdoríí al lago Léman para pasar una larga tempora­
da de recuperación. Volvió reanimado y al ver que ahora se dis­
cutía incesantemente de los festivales de Bayreuth, le parecía im­
posible callarse ante este acontecimiento tanto tiempo anhelado:
el agradecimiento por tantas cosas como Wagner había desperta­
do en él lo impulsó a terminar el manuscrito.
Quien defiende una causa por la causa misma suele aprender
en el curso de la polémica que no le importa en absoluto el adver­
sario, que sólo lo mueven motivos personales. Wagner se ha ma­
nifestado repetidas veces sobre esta experiencia. Efectivamente,
por vanidad y malicia, los ataques se solían dirigir más contra su
persona que contra su arte. Sus contraataques a menudo produ­
cían fastidio o incomprensión en los extraños. Nietzsche, en cam­
bio, no tuvo enemigos personales y le tocó defender ideas contra
ideas. Cuando el atacante era él mismo, la lucha no era contra
una persona sino contra un tipo. En ‘El nacimiento de la trage­
dia’, Sócrates se había convertido para él en optimista teórico,
y cuando se decidió a escribir las ‘Meditaciones de Bayreuth’, veía
146
a David Friedrich Strauss, autor del ‘Evangelio de Bierbank’ so­
bre la ‘Vieja y nueva fe’, el tipo de filisteo de la educación. «Cul­
tura es sobre todo unidad del estilo artístico en todas las manifes­
taciones de la vida de un pueblo.» Nietzsche sabía lo lejos que
estaba todavía su tiempo de tal cultura.
El llamamiento de Goethe a considerar la causa de la Huma­
nidad como causa propia no encontró entre los grandes a nadie
con más entrega que Nietzsche. Si denominamos idealismo el deseo
de realizar individual y socialmente las ideas, resulta que idealis­
ta será sobre todo el que se crea con la misión de renovar radical­
mente la vida cultural.
En este sentido, los modelos que Nietzsche veneraba eran Scho-
penhauer y Wagner. Mientras que la separación entre idea y rea­
lidad llevó a Schopenhuer a negar la vida en general, Nietzsche
rechazaba el optimismo superficial que se conforma con los lo­
gros de las condiciones de vida dadas. Tenía que apartarse de Scho-
penhauer, aunque ello no exigiese necesariamente apartarse de
Wagner. Pues, como artista, éste afirmaba con toda evidencia la
vida. Cabe preguntarse: ¿Era compatible la veneración de Nietz­
sche por Wagner con su alta estima de la Antigüedad y con la
‘higiene de la vida’ sacada de ella? ¿Reunía ahora, verdadera­
mente, la obra de Wagner lo dionisíaco y lo apolíneo como hacía
la tragedia antigua? ¿O se apoyaba, tal vez de manera incons­
ciente, más bien en suelo burgués-cristiano? Antigüedad y cris­
tianismo, Renacimiento y Reforma, afirmación y fomento de la
vida, negación de la vida para alcanzar la salud del alma; para
Nietzsche, estas contradicciones se excluían mutuamente y exi­
gían la decisión del que profesa una fe. Nietzsche creía que el ar­
te de Wagner podía quitarles a los alemanes el gusto por el ‘ran­
cio cristianismo', que su mitología alemana podía conducir a un
conocimiento antiguo-pagano del mundo. Pero no fueron las ten­
dencias seudocristianas de la obra tardía de Wagner las que deci­
dieron el apartamiento de Nietzsche, éste se efectuó antes y prin­
cipalmente en el terreno de la estética. La cuestión decisiva era
ésta: ¿Arte en el sentido de la tragedia antigua o teatro moderno
obedeciendo las exigencias del día? ¿Visión apolínea desde el es­
píritu dionisíaco de la música o escenario naturalista al que se so­
mete la música? ¿Sería en el futuro el acontecimiento escénico ilus­
tración de los procesos interiores, como aspiraba Beethoven en
147
sus sinfonías, o determinarían la escena y los cantantes el carác­
ter de la música?
Cuando Wagner veía rebasados los límites de la música abso­
luta al aparecer el coro en la Novena Sinfonía de Beethoven y lo
celebraba como redención del arte total, Nietzsche lo llamó «mons­
truosa superstición estética», pues el sinfónico no ha utilizado la
palabra declamada, sino el sonido «más agradable y placentero».
Esta sentencia subjetiva demuestra con elocuencia que, aun en
sus tiempos de mayor veneración por Wagner, Nietzsche no con­
templaba el teatro como objetivo en el que se fundieran artes igua­
les, que superaran el valor de la música absoluta. En la circuns­
tancia de que en Wagner la palabra incide de manera determi­
nante en la música, Nietzsche no veía más que la repercusión de
la vieja tendencia de la ópera y llamaba antinatural la exigencia
de que un cantante dramático se impusiera a la música. En la de­
cidida antipatía contra todo lo teatral se nos presenta el verdade­
ro carácter de la concepción de Nietzsche. Oe ahí que para noso­
tros la cuestión no sea: ¿Cómo podía convertirse Nietzsche en ad­
versario de Bayreuth? Sino más bien: ¿Cómo no se dio cuenta
desde un principio de que estaba en contradicción con Wagner?
Cabe razonarlo así: Se sabía unido a Wagner en la venera­
ción por Schopcnhauer. En Wagner encontró el mismo despre­
cio por lo que los ilustrados de Alemania llamaban cultura y lo
que Wagner calificaba de ‘civilización de la guerra’. Nietzsche
se entusiasmó por ‘Tristán’, la pieza menos teatral de Wagner,
cuando la dominó en forma de arreglo para piano, como absolu­
to musical, antes de oírla en Munich, bajo la dirección de von
Bülow. Y, por último, su amor a Wagner hizo surgir en él la ima­
gen del genio en el que había que creer cuando declaró Bayreuth
escenario de la victoria de una nueva forma de arte que parecía
prometer la victoria definitiva sobre todo lo teatral.
¿Cómo se imaginaba Nietzsche esta forma de arte? Llegó a
la falsa conclusión de que Wagner aspiraba inconscientemente a
la ‘sinfonía más grande de todas las sinfonías’, en la que se supe­
raba el mal primitivo de la ópera y donde los instrumentos prin­
cipales entonan un canto que se ilustra con la acción. Nietzsche
reconocía cada vez con mayor claridad lo contrapuesta que era
su concepción a la de Wagner y se veía ante la necesidad de acep­
tar el objetivo de Wagner o admitir que ahí se separaban sus ca­
148
minos. Es evidente que a su carácter no le quedaba más que esta
última opción si se tiene en cuenta el fervor con que acentuaba
el ‘aspecto desagradable del cantante’, con que se oponía a la ‘fal­
sedad’ del concepto ‘música dramática’, y si, además, se toma
en consideración el sintomático significado que atribuía a la re­
sistencia que se opuso en todas partes a la obra de Wagner. No
podía tratarse ya de ningún malentendido, sino más bien de una
profunda animadversión.
Comprensión y veneración que pugnaban entre sí mucho an­
tes de que Nietzsche fuese consciente de ello. Su idea iba encami­
nada a dirigir la lucha por la regeneración del arte en amistad
afectuosa con Wagner, pero sin perder la independencia de jui­
cio. Wagner, conocedor de la vida, advirtió antes que Nietzsche
los peligros que encerraban las incompatibilidades subconscien­
tes. Siempre surgían discrepancias que, sin embargo, en la ma­
yoría de las biografías de Nietzsche se desechan como malenten­
didos sin fundamento. Así, por ejemplo, Elisabeth Fórster-
Nietzsche lo achaca todo a la desconfianza natura] de Wagner,
pero hoy vemos cómo Nietzsche tenía cada vez más claro el con­
flicto con su propia naturaleza. Por las obras postumas sabemos
que en 1874, esto es, dos años antes de ios primeros festivales,
confesó todo lo que Wagner tenía de extraño para él.
Curiosamente, entre las pocas cosas positivas de la represen­
tación teatral de Bayreuth estaba para Nietzsche la orquesta hun­
dida, aunque sólo fuera porque se lograba así una mejor concen­
tración en los sucesos del escenario, cosa por demás que rechaza­
da por completo. Los amigos de Nietzsche, Rohde, Overbeck y
von Gersdorff, también admiraban esta innovación y así lo dije­
ron en una fiesta ofrecida a 140 invitados en los jardines de Wahn-
fried, la villa de Wagner, un día después de terminar los ensa­
yos. El director de orquesta Hermano Levi, huésped de los Wag­
ner durante todos los días de los ensayos, escribe el 30 de agosto
de 1875 a su padre, el gran Rabino Dr Levi, de Giessen: «Del
9 al 13 estuve en Bayreuth, he escuchado los ensayos de ‘Sig-
frido’ y del ‘Ocaso de los dioses’... Soy lo bastante viejo como
para no dejarme engañar, y te digo que lo que se llevará a cabo
el año que viene en Bayreuth producirá una transformación ra­
dical en nuestra vida artística.»
El distanciamiento interior de Nietzsche respecto de Bayreuth
149
lo alejó al mismo tiempo de su firme creencia de que el arte podía
influir en la cultura de un modo creador. La pregunta acerca de
la misión del arte moderno la respondía así: «Sólo puede trans­
mitir embotamiento o embriaguez.» De esta manera habla ya pa­
ra el siglo venidero, aunque afirma que el «alma de hoy» exige,
de cualquier modo, callar la conciencia al menos en algunos mo­
mentos. El arte no debe devolvernos a la inocencia, sino apartar­
nos del trauma de la culpabilidad. En ‘Richard Wagner en Bay-
reuth’, Nietzsche exige del hombre nuevo que se libere, en pri­
mer lugar, del alma moderna, porque sólo así podrá llegar a en­
tender y continuar el arte de los griegos. Las contradicciones con
Wagner suenan a traición en las palabras de Nietzsche: «Al estar
sometido aparentemente el observador a la naturaleza radiante
y arrolladora de Wagner ha participado él mismo en su fuerza
y al mismo tiempo se ha adueñado a través de él contra él. Y todo
el que se examine a fondo sabe que para meditar se necesita una
oposición secreta, la que observe lo contrario.»
De todos modos, Nietzsche se siente todavía justificado para
rechazar al dramaturgo, pues, de momento, Bayreuth debe con­
vertirse en una realidad. Pero al mismo tiempo se le plantea la
cuestión de: ¿Hasta qué punto puede convertirse el arte en una
amenaza? Si el que goza se toma el arte tan en serio como debe
y puede el que crea, es natural sentir la tentación de no tomarse
en serio la vida. La supravaloración del arte aumenta la nostalgia
de las alturas, pero se une a un instinto totalmente diferente: la
nostalgia de volver a lo profundo, el deseo de felicidad de la co­
munidad. «¡Amigos, permaneced fieles a la tierra!»
En ‘Richard Wagner en Bayreuth’ Nietzsche se dirige sobre
todo contra el aspecto sibarita del culto a Wagner de los wagne-
rianos. A los discípulos de Wagner no debe importarles única­
mente el arte, pues no es ningún medicamento ni estupefaciente
con que se puedan remediar las condiciones de miseria. Lo que
en Schopenhauer significaba todavía una forma de redención y
elevación del alma que sólo puede transmitir el arte, un gozo mo­
mentáneo, es lo que comprende ahora también esa transforma­
ción que Nietzsche exige del arte y afirmó ya en sus años de ju­
ventud. Es capaz de preparar y crear nuevas formas del ser, de
las comunidades. Y lo que dijo a Rohde con el Idilio de ‘Sigfrido’
tras el concierto de Mannheim, esa idea, recurrente en él, del rao-
150
naquismo del arte, del grupo de orden que, para salvar el arte
del futuro, se conjura en un centenar de elegidos del espíritu, es­
te es el pensamiento que resuena en el epílogo de ‘Richard Wag-
ner en Bayreuth’ cuando, en la conjunción de los mundos de Scho-
penhaucr y Wagner, Nietzsche apunta la noción de que, dentro
de poco tiempo, la cultura sólo seguirá viviendo en forma de sec­
tas separadas a modo de conventos que tienen que rechazar el mun­
do que las rodea.
El propio Wagner se defendía inúltimcnte (y también contra
la propia naturaleza) contra toda clase de arte que se presentase
como lujo. Pero una obra tras otra de la serie de sus dramas mu­
sicales servía al mundo sobre todo de satisfacción de sus necesi­
dades aparentes. ¿Podía presentarse este arte como servicio para
la preparación de una vida nueva? De esta pregunta arrancaba
para Nietzsche no sólo la importancia de Bayreuth, sino también
el arte en general. Creyendo, dudando, esperando y temiendo,
Nietzsche tomó el partido de Bayreuth con elocuencia, con entu­
siasmo y como promotor y ordenó sus reparos de si el arte podía
regenerarse en absoluto desde el teatro un ‘silencio pitagórico de
cinco años’.
Alusiones enigmáticas de Nietzsche de por qué precisamente
a comienzos de 1876 llegó a tiempo el ofrecimiento de la señorita
von Meysenbug de pasar un año sin trabajar en Italia, se refe­
rían sólo en parte a su salud, cuya mejoría transitoria acentúan
sus cartas de aquella época. Lo movieron a aceptar principalmente
las dudas que le habían surgido con respecto a Wagner y su arte.
Si ahora se pronunció con tanta urgencia por una reunión con
Malwida fue porque esperaba volver a encontrar a su lado sus
viejos sentimientos por Wagner, puesto que podía estar seguro
de que ella no diría de él más que las cosas más cariñosas y
elogiosas.
Por deseo del hermano, Elisabeth se encargó de la necesaria
correspondencia con Malwida sobre la planeada reunión en Ita­
lia. La idea de Fano, que tras una inspección no pareció satisfa­
cer a Malwida, se convirtió finalmente en Castella Mare o Bo­
rren to. La decisión final quedó aún pendiente. No obstante, Mal­
wida y Friedrich decidieron pasar juntos un año en Italia. Man­
teniéndole todo el sueldo, la Universidad le concedió doce meses
de vacaciones, desde octubre de 1876 a octubre de 1877, a condi­
151
ción de que buscase un suplente para sus seis horas de griego en
el Pedagógico y le pagase los honorarios. Todo se arregló y, con
la exaltación de la perspectiva de un año de libertad, volvió a echar
un vistazo al manuscrito incompleto de ‘Richard Wagner en Bay-
reuth’. Peter Gast, que, debido a Nietzsche, estudiaba el segun­
do semestre en Basilea, copió en mayo de 1876 los ocho primeros
apartados del manuscrito. Su admiración por el manuscrito y el
deseo de Nietzsche de no quedarse mucho para los festivales de
Bayreuth que se iniciaban en agosto de 1876, lo indujeron a dar
a la imprenta esta copia, destinada en un principio a regalo de
cumpleaños para Wagner. Por ello, el 22 de mayo Wagner reci­
bió sólo una carta de felicitación. Es uno de los pocos documen­
tos de la mano de Nietzsche que escaparon a la destrucción de
Wahnfried:
En un día como el de su cumpleaños, estimadísimo se­
ñor, sólo tiene derecho la manifestación más personal. Pues
cada uno ha vivido a través de usted algo que le afecta a
él exclusivamente en su fuero más íntimo. Vivencias seme­
jantes no se pueden sumar, y la felicitación en nombre de
muchos sería hoy menos que la más modesta palabra del in­
dividuo. Hace exactamente siete años que le hice mi prime­
ra visita en Tribschen, y no sé decirle para su cumpleaños
más que, desde aquel entonces, yo también celebro en ma­
yo de cada año mi cumpleaños espiritual. Pues desde en­
tonces vive usted en mí y actúa incesantemente como una
gota enteramente nueva de sangre que antes no tenía con
toda seguridad. Este elemento que tiene su origen en usted
me impulsa, avergüenza, anima y aguijonea, y no me ha
dejado en paz, de suerte que casi tendría ganas de enojar­
me con usted por esta intranquilidad si no sintiera con toda
certeza que esta inquietud me estimula incesantemente a ser
más libre y mejor. Así que debo estarle profundamente agra­
decido a aquel que lo suscitó. Y las esperanzas más hermo­
sas que pongo en los acontecimientos de este verano son que
muchos sientan de igual manera esa inquietud gracias a us­
ted y a su obra y participen así en la grandeza de su ser y
de su vida. Que así sea es la única felicitación que le envío
(¿dónde está, si no, la felicidad que uno pudiera desearle
152
a usted?). Acéptela amablemente, por boca de su amigo ver­
daderamente fiel Friedrich Nietzsche.
Wagner respondió que la mala salud de Nietzsche en esos sie­
te años había significado los peores males para la amistad. De to­
dos modos añade:
¡Desgraciadamente estoy en tilles condiciones que sólo
puedo superar la ciénaga de los días con chistes buenos y
malos! Ayer (el 22 de mayo) hubo un banquete improvisa­
do en el recién terminado restaurante de artista del teatro:
uno brindó por el imenso auge de mi fama gracias a los fes­
tivales... Me tropecé con mi cochero y le pregunté por qué
no me felicitaba. Por lo demás, todo estuvo muy bonito por­
que ya pasó. La empresa me ha creado finalmente bastan­
tes problemas: ¡Todos los empleados me temen más que al
diablo!
La extensión de esta carta resulta extraordinaria, puesto que
sólo solía enviar telegramas.
A Bayreuth fueron dos ejemplares manuscritos del nuevo tra­
bajo, aún sin acabar, ‘Richard Wagner en Bayreuth’. Lo poco
seguro que Nietzsche estaba de su causa se lee entre las líneas de
uno de los borradores de la carta adjunta a Wagner:
... Es como si yo me hubiera vuelto a representarme a
mí mismo. Le ruego encarecidamente que deje que pase lo
que ha pasado, y permítale a uno que no ha tenido conside­
ración consigo su compasión y su silencio. Lea esta obra como
si no tratase de usted y como si no fuese mía. En realidad,
los vivos no deben hablar de mi obra, es algo para el reino
de las sombras.— ... Si vuelvo la vista a todo un año ator­
mentado, me parece como si hubiese dedicado realmente to­
das las buenas horas del mismo a pensar y elaborar esta obra.
Hoy estoy orgulloso de haber sacado un fruto de este inter­
valo de tiempo. Tal vez no hubiera sido posible, a pesar de
toda la buena voluntad, si desde mis catorce años no hubie­
ra llevado conmigo las cosas de las que me he atrevido a ha­
blar aquí.
La preocupación de Nietzsche por que Wagner pudiera to­
mar a mal las confesiones de su último escrito resultó infundada.
153
Totalmente ocupado en el trabajo de los últimos ensayos del ‘Ani­
llo’ (así como la entusiasmada Malwida von Meysenbug), es evi­
dente que no advirtió el cambio de concepción y la crítica explíci­
ta. De otro modo Wagner no habría replicado: «¡Amigo! ¡Su li­
bro es enorme!—¿Cómo sabe tanto de mí?—Venga pronto y ha­
bitúese a las impresiones a través de los ensayos.»
Hacia mediados de junio de 1876, cuando estaba a punto de
terminar la impresión de ‘Richard Wagner en Bayrcuth’, Nietz-
sche decidió añadirle unos capítulos finales que esbozó el 17 y 18
de junio, durante su estancia en Badenweiller. A últimos de ju­
nio se terminó la impresión, de suerte que el libro se publicó to­
davía a tiempo para los festivales. El rey Luis leyó el libro en Ho-
henschwangau, adonde Wagner se lo había enviado. Telegráfi­
camente le aseguraba al amigo que la lectura lo ‘cautivaba ex­
traordinariamente’.

154
Los primeros festivales

Hacia finales de julio de 1876 Nietzsche peregrinó a Bayrcuth.


No debería haberlo hecho. Para él, Bayreuth seguía siendo la es­
peranza de que Wagner y su arte se mostrarían allí de nueva ma­
nera. La visión de una fiesta en la que actores y espectadores eran
igualmente extraordinarios y admirables, coincidían en su sensa­
ción y alcanzaban un efecto inmenso, lo hacía feliz. Pero más tarde
anotó esto: «Mi error fue que llegué a Bayreuth con un ideal. Así
que tuve que sufrir la más amarga desilusión. La profusión de
lo feo, deforme, sobreexcitante me repelió violentamente.»
Cuando el visitante de Bayreuth Nietzsche estaba sentado en
la casa que Malwida tenía allí y se tomaba un vaso de leche no
dejó traslucir a la anfitriona nada de sus luchas internas, pues la
casa estaba casi siempre llena de gente. La hija adoptiva de Mal­
wida, Olga Monod, pasó allí toda la época de los festivales con
' el marido y el hijo pequeño; casi todos los días se sumaban Edouard
Schuré86 de París y algunos de los profesores compañeros de
Nietzsche en Basilea, de suerte que Wagner, al acercarse un día
desde Wahnfried, dijo bromeando: «En vuestra casa, tras cada
matorral surge un profesor.»
Lo que Nietzsche había esperado para sí mismo y los que pen­
saban como él lo describe en la cuarta ‘Meditación inoportuna’:
En la imagen de esta trágica obra de arte de Bayreuth
vemos precisamente la lucha de los individuos con todo lo
que se les enfrenta como necesidad aparentemente invenci­
ble, con poder, ley, tradición, contrato y órdenes enteros
de las cosas. Los individuos no pueden vivir mejor que cuan­
do maduran para la muerte y se sacrifican en la lucha por
155
la justicia y el amor. La mirada con que nos contempla el
ojo misterioso de la tragedia no es ningún encantamiento
debilitador y enervante. Aunque exige sosiego mientras nos
contempla; pues el arte no está para la propia lucha, sino
para los descansos de antes y de en medio de la misma, pa­
ra esos minutos, puesto que se entiende lo simbólico miran­
do hacia atrás y presintiendo el futuro, puesto que se nos
aproxima el sueño reparador con el sentimiento del cansan­
cio quedo. Ya rompe el día y la lucha, se desvanecen las som­
bras sagradas y el arte vuelve a alejarse de nosotros; pero
su consuelo yace sobre los hombres desde las primeras ho­
ras del amanecer.
Semejante estética del arte lo sustrae decisivamente del cam­
po de la agitación y propaganda, campo que siempre tiende a to­
car, especialmente en el caso de Wagner.
Es indudable que la colocación de la primera piedra de Bay-
reuth en 1872 había hecho surgir la esperanza de que en los festi­
vales se reunieran todos los que estaban animados de los mismos
sentimientos. Pero, naturalmente, no vinieron los ‘singulares’,
sino la masa. Ella fue la que dio carácter al teatro y a Wahnfricd.
Lo ilusorio del ‘ideal’ wagneriano era claro para Nietzsche cuan­
do contempló a las personas que encontró en la villa de Wagner.
Sobre todo, tuvo que reconocer cómo este ideal no era lo princi­
pal ni siquiera para los más afectados. Señores y damas del pa­
tronato, enamorados, aburridos, amusicales, se mezclaban con
los ociosos de Europa como si en Bayreuth se tratase de un festi­
val deportivo. A los ojos de Nietzsche no era sino otro pretexto
para el ocio, además de los ya conocidos, y en la música de Wag­
ner, persuasiva con su secreta sexualidad, le parecía ver el agluti­
nante de una sociedad en la que cada uno perseguía exclusiva­
mente su placer. Las personas que importaban apenas se nota­
ban entre los elegantes tocados y los brillantes.
Wagner tuvo que conceder audiencias masivas, dado que la
afluencia de visitas personales a Wahnfried era demasiado gran­
de. A los wagnerianos comprometidos se les veía reunidos por las
noches en la cervecería de Angermann, donde sacudían puñeta­
zos en las mesas, alzaban amenazadoramente jarros de cerveza
y estaban dispuestos a cualquier argumento contundente si alguien
156
se permitía el menor desvío del riguroso código wagneriano. Esta
gente le parecía a Nietzsche una parodia. ¡Qué lástima que Roh-
de y Gersdorff parecieran estar absorbidos por sus amoríos! Así
que Nietzsche se recluyó con sus sensaciones, apartado del mun­
do exterior. No le gustaba que le hablasen de su último libro y
opinaba así: «¡Ah, la gente debe dejar las viejas historias!» Si le
replicaban que hacía apenas cinco semanas que se había publica­
do, respondía: «A mí me parece que son cinco años.»
Más tarde comparó su 'Schopenhauer como educador’ con ‘Ri­
chard Wagner en Bayreuth’ y reconoció que su tercera ‘Medita­
ción inoportuna’ había sido su primer paso hacia la liberación:
El hombre schopenhaueriano me llevó al escepticismo con
todo lo venerado, altamente estimado, hasta ahora defendi­
do (incluso con los griegos, Schopenhauer, Wagner), genio,
santos, pesimismo del conocimiento. Gracias a este rodeo,
llegué a las alturas donde sopla un viento más puro. El li­
bro sobre Bayreuth no era más que una pausa, una recaí­
da, no fue ningún descanso. Allí se me ocurrió la inutilidad
de Bayreuth.
Nietzsche no encontró la fiesta de idealidad esperada, ningu­
na fiesta en la que participasen solamente ‘inoportunos’. Con miras
a los apuros financieros, Wagner había abierto también las puer­
tas de la casa a los curiosos y malpensados. Y éstos fueron los que,
a los ojos de Nietzsche, dieron su impronta a la fiesta. La carta
de Wagner a Emil Heckel, escrita antes de los festivales, trasluce
el dolor que también sufría Wagner: «Así, pues, la empresa pro­
yectada en un principio ha sido en realidad un fracaso comple­
to.» Pero Nietzsche tampoco encontró la más grande de las sinfo­
nías, sino la gran ópera. Observó el ímpetu de su efecto nervio­
so. La influencia embriagadora, considerada funesta, de la músi­
ca no respondía a esa moderación que tenía por elemento esen­
cial de la naturaleza humana. Le asustaba el naturalismo de los
gestos, del canto. «Se despliega un reino de la bondad», había anun­
ciado precipitadamente. Esta expectativa no se cumplió.
A los pocos días de llegar se quejaba ya por carta a su herma­
na: «Anhelo marcharme... Me horroriza cada una de estas largas
veladas del arte... Estoy harto de todo esto.» Las orondas matro­
nas de Marienbad respondían, en macabra parodia, a lo que de­
157
cía en su homenaje: «¡En Bayreuth, también el espectador es digno
de contemplación!» El malestar de Nietzsche no se limitaba a la
estética, y su salud también había empeorado. Antes de que pa­
sara por el escenario el primer ensayo general, hizo una escapada
a Klingenbrunn, en la Selva Bávara. No hay nada que revele más
claramente su distanciamiento interior del ajetreo que rodeaba a
Wagner que los esbozos, iniciados allí, de ‘Humano, demasiado
humano’.
Desde Klingenbrunn escribió a la hermana el 6 de agosto
de 1876:
Queridísima hermana, espero que estés en Bayreuth y
encuentres allí buenas personas que cuiden de ti después de
haberme marchado. Sé exactamente que no puedo aguan­
tar aquello y que en realidad debiéramos haberlo previsto.
Piensa tan sólo en el cuidado con que he tenido que vivir
durante los últimos años. Me cansan y agotan tanto las cor­
tas estancias que paso allí que no vuelvo a encontrarme. He
tenido un mal día aquí, he estado en cama; pero con dolores
continuos de cabeza, como en ciertos tiempos de Basilea. El
lugar es muy bueno, bosques espesos y aire de las alturas,
como en el Jura. Quiero quedarme aquí, quizá, diez días,
pero no quiero volver a Bayreuth, pues, para ello, hará fal­
ta dinero... ¡Cómo marchan las cosas! Tengo que concen­
trar todas mis fuerzas para soportar la infinita desilusión de
este verano. Tampoco veré a mis amigos; ahora todo es ve­
neno y daño para mí.—Me alegra saber que estás en casa
de la señorita von Meysenbug y su familia. Es gente dema­
siado buena: agradéceselo en mi nombre de todo corazón.
No llegó la deseada separación entre Wagner y la hermana.
A insistencia de su hermana, Nietzsche volvió a los diez días para
asistir a la primera representación pública de ‘El oro del Rhin’.
Cierto, se quedó cortésmente en Bayreuth durante el resto del fes­
tival, pero envió a unos parientes las entradas de las otras repre­
sentaciones. ‘¡Y esto es Bayreuth!’, dijo con lágrimas en los ojos
antes de marcharse.
Mezclémonos por un momento en el ajetreo del festival. En
la noche del 6 de agosto había llegado el rey Luis a Bayreuth en
un tren especial. En ningún sitio debía notificarse su llegada. Su
158
extremada timidez le impedía cualquier contacto con la masa. El
paseo por las engalanadas calles de la ciudad le era insoportable.
VVagner recibió al amigo de otros tiempos en la estación. Le ex­
presó emocionado su agradecimiento porque el rey hubiese acce­
dido, por amor a la obra, a participar en los ensayos generales.
Subió con el egregio huésped por la avenida, pasando por la ‘Roll-
wenzelei’ —antes refugio de Jean Paul— y llegando al ‘Ermita-
ge’. Aquí, en el palacio de recreo de la margravina de Bayreuth,
se posentó el rey, bastante lejos de la ciudad, en medio de un par­
que fácilmente ‘acordonable’. El rey, habituado a trabajar por
las noches y dormir por el día, retuvo hasta la mañana a Wagner
en conversación íntima. El siguiente potentado llegó una semana
después, el 13 de agosto, junto con la corriente de asistentes al
festival: el emperador Wilhelm I. Aunque alejado del arte de Wag­
ner, el viejo señor consideraba su deber asistir a la inauguración
de los festivales. Luis, el soberano de Baviera, no podía soportar
el recibir al emperador alemán. Al finalizar los ensayos, abando­
nó Bayreuth con el mismo secreto con que había llegado.
A las 16 horas en punto del 13 de agosto de 1876 se levantó
el telón para presenciar ‘El oro del Rhin’. Lo que, salvo un pu­
ñado de fieles, todo el mundo había tenido por absurdo hacía cinco
años, a saber, un teatro propio de Wagner apartado del mundo,
era ahora una realidad, con ciertas limitaciones. El éxito político
fue mayor de lo esperado. Había que descubrirse ante el trabajo
de Wagner. Ya había ocurrido que los príncipes llamasen a los
artistas, pero jamás se había dado antes que los príncipes pere­
grinasen a ver a un artista y a su obra en una ciudad de provin­
cias. A pesar de toda la crítica que se hizo a algunas debilidades
artísticas, la mayoría admiraba el valor y el aguante con que Wag­
ner había llevado su empresa hasta el final. La desilusión de Wag­
ner se basaba, en parte, en su sospecha de que no era tanto su
hazaña artística como esta admiración por su energía lo que cons­
tituía la verdadera causa del interés general. Sorprendió al públi­
co que el rey Luis apareciera de nuevo en Bayreuth para la re­
presentación del ‘Sigfrido’ la tercera de las cuatro noches del ‘Ani­
llo’, y que, como antes en el estreno de los ‘Maestros cantores’
en Munich, se volviera a sentar Wagner al lado del rey. Al finali­
zar el ‘Anillo’ con el ‘Ocaso de los dioses’, Luis volvió a retirarse
a su soledad nocturna.
159
Muchas cosas de estos festivales no eran aún más que un prin­
cipio vacilante. Nadie lo sabía mejor que Wagner. Lo embarga­
ba el agradecimiento hacia sus artistas. Así, por ejemplo, confe­
saba que: «Aquí era todo una hermosa y entusiasmada voluntad,
y ésta engendraba una obediencia artística que no era fácil de volver
a encontrar por segunda vez... Un hermoso encantamiento hizo
que todo nos saliera bien.» No obstante, Wagner tuvo que acep­
tar que los cantantes no estuviesen en condiciones, salvo unas cuan­
tas excepciones, de apropiarse el deseado estilo declamatorio, lla­
mado más tarde ‘estilo de Bayreuth’. El escenario estaba grotes­
camente recargado y conmovedoramente primitivo, aunque su­
ponía un progreso frente a lo que se veía en los escenarios de las
óperas. El dragón del ‘Sigfrido’ provocaba la risa del público, to­
mándose totalmente en serio desde el punto de vista musical, co­
sa que constató para su satisfacción Eduard Hanslick*7, del par­
tido vienés de Brahms. A este respecto, Nietzsche expresó lacóni-'
camente su impresión del ensayo general: «El dragón pierde mu­
cho cuando se le mira a la cara.» Se apartó con repugnancia de
la ralea de los nibelungos, «animales salvajes con accesos de su­
blime ternura y profundidad de pensamiento».
La orquesta hundida en el foso salió airosa. El auditorio, en
forma de anfiteatro ascendente, causó sensación, especialmente
su oscurecimiento durante la representación, una innovación re­
volucionaria. Se sentía como algo opresivo el estar sentado en la
oscuridad, es decir, no ser visto. Extrañaba que se hubieran su­
primido los aplausos ante el escenario abierto y la reverencia de
los cantantes después de cada aria (que no existía sin más). No
se contaban los ‘telones’ al final, y se despedían solemnemente.
La organización falló de forma considerable. Cierto, la ciu­
dad había hecho todo lo posible, pero no estaba preparada para
tantos huéspedes y tan mimados. Faltaban hoteles. En los des­
cansos había un puñado de gente para cada bocadillo de jamón.
Los ‘wagnerianos’ fanáticos ponían una nota algo cómica con sus
chambergos y pelo largo. Todo esto tuvo una crítica hostil.
En previsión de las reacciones desfavorables de la prensa, Wag­
ner había dirigido desde el escenario unas palabras a los especta­
dores que no se interpretaron bien: «Deben esta hazaña a su fa­
vor y a los ilimitados esfuerzos de los colaboradores, mis artistas.
Lo que podría añadir puede decirse en un par de palabras, resu­
160
mirse en un axioma. Acaban de ver lo que podemos hacer: ahora
les corresponde a ustedes querer. ¡Y si ustedes quieren, tendre­
mos un arte!» Pie para la polémica de los adversarios que lo in­
culpaban de megalomanía. Lo que escribió Ludwig Speidel8* en
su ‘Epílogo crítico’ se correspondía en el fondo con la concepción
de Nietzsche:
Cuando el festival de Bayreuth aún se estaba desarro­
llando, cuando el entusiasmo activo de los adeptos arrastra­
ba también a naturalezas más frías, podía creerse que el pue­
blo alemán tenía que contribuir a la causa. ¡Pues no, no y
no! El pueblo alemán no tiene nada que ver con esta ver­
güenza indignante, y si encuentra placer en el oro falso del
‘Anillo del nibelungo’, con este hecho tendría que borrarse
de la lista de pueblos civilizados de Occidente.
Los primeros festivales de Bayreuth terminaron felizmente.
Un gran banquete reunió una vez más al círculo de amigos que
se quedaron hasta el final y a los que Wagner les dirigió un dis­
curso. Después de él habló Liszt, al que Wagner había elogiado
como uno de los promotores espirituales y materiales más exce­
lentes de su obra. Liszt pronunció con gracia unas cuantas pala­
bras: Igual que se inclina ante Dante y Miguel Angel, tiene que
hacerlo también ahora ante el genio cuya hazaña acaba de
presenciar.
Durante las representaciones siguientes no se mantuvo la es­
perada asistencia. Las filas de butacas vacías demostraban el efecto
de las reseñas hostiles de la prensa y los precios excesivos de las
entradas. Wagner tuvo que aceptar que no se tuvieran en cuenta
las mejoras previstas para las últimas representaciones, pero du­
rante meses los periódicos habían expuesto todas las dificultades
y predicho una catástrofe. Wagner también se mostró desconten­
to con la ejecución técnica de Cari Brandt y con la interpretación
musical. En el diario de Cosima se dice que «Richter no estaba
seguro de ningún tempo», que «Richard dice muy triste que que­
rría morir». Además, el catastrófico déficit ascendía a cientos de
miles de marcos al año. En diciembre de 1876, Wagner concibió
el plan de enajenarlo todo y transferir Bayreuth al teatro de la
corte de Munich.
Mientras el supuesto triunfador descansaba con los suyos en
161
Italia poco después de terminar los festivales, seguían llegando
malas noticias sobre el fracaso financiero del verano. No podía
pensarse en una repetición. Como en 1874, la empresa se hallaba
ante la bancarrota. El llamamiento a los ‘patronos’ no tuvo eco.
Una parte del déficit la cubrió Wagner entregando de mala gana
el ‘Anillo’ para que se representase fuera de Bayreuth. Viena, Mu­
nich y Leipzig obtuvieron el permiso.
La estancia en Bayreuth había perjudicado los débiles ojos de
Nietzsche. Sólo con gran esfuerzo podía reconocer la escena, y
hasta la lectura de la partitura en la penumbra fatigaba su vista.
Como el médico tuvo que prohibir ahora toda clase de lectura y
escritura, el amigo Rée le leía, y Peter Gast escribía al dictado
las máximas que había esbozado primeramente en Klingenbrunn
y que luego se incluyeron en el libro ‘Humano, demasiado
humano’.
Este libro suponía una primera escaramuza abierta que luego
llevaría a atacar el wagnerismo, sin más. En el prólogo a la ‘ge­
nealogía de la moral’ de 1887 describe Nietzsche los meses que
siguieron hasta la primavera de 1877 como el periodo que le per­
mitió echar una ojeada al ‘país amplio y peligroso’ que conside­
raba hasta entonces. Los valores e ideas que durante muchos años
le habían ofrecido suelo seguro se le vinieron abajo, pero no sólo
el hecho de que volviera a Bayreuth para la primera representa­
ción del ciclo del ‘Anillo’ demuestra lo mucho que le costaba se­
pararse de Wagner. Las representaciones alimentaron las dudas.
Le asustó el antisemitismo tan abiertamente manifestado en Wahn-
fried y la repugnancia consiguiente aceleró la ruptura. Su her­
mana se había casado en 1885 con el Dr Bernhard Fórster89, uno
de los más ruidosos en el movimiento antisemita, y Nietzsche le
escribió entonces en estos términos: «Tu unión con un destacado
antisemita expresa un alejamiento hostil de tu manera de ser, y ello
me llena siempre de rencor o melancolía.»
El corto periodo después de las vacaciones del verano y del
tormento de los festivales de 1876 lo pasó Nietzsche con los ami­
gos en Basilea, ya que la hermana se había ido con la madre a
Naumburg. El 27 de septiembre se sobrepuso para escribirle una
carta a Wagner:
Ahora tengo tiempo para pensar en el pasado, tanto le­
jano como próximo, pues paso mucho tiempo sentado en
162
la habitación oscura, debido a una cura de atropina de los
ojos que se consideró necesaria a mi llegada. Para mí, y no
sólo para mí, después del verano el otoño es más otoño que
los de antes. Tras los grandes acontecimientos hay un ra­
malazo de la más negra melancolía de la que uno no puede
escapar con bastante rapidez para marcharse a Italia o po­
nerse a crear, o ambas cosas.
No se sabe si Wagner captó el sentido de estas palabras cuan­
do, unas semanas más tarde, llegó a Sorrento con su familia y
se reunió allí con Malwida y —por última vez— con Nietzsche.
La amargura de Wagner se nutría de otra fuente cuando el
30 de noviembre escribía desde Roma al cantante Albert Nicmann,
a quien le estaba agradecido especialmente por su trabajo en Sieg-
mund: «¿Cree usted que he tenido un solo día de descanso y re­
creo? Jamás lo he tenido. Todo lo que siempre me ha torturado
me sigue: la eterna preocupación por lo insuficiente.
Incluso aunque no piense en las preocupaciones materiales por
mi empresa, usted me comprenderá si, tras todo el fervor extraor­
dinario, que tan hondo ha calado en mi corazón, y que dio vida
a estas representaciones, no veo la obra de nuestros esfuerzos más
que como un despilfarro de energías sin ningún fin ni utilidad.»
Cuando Wagner, también desde Roma, le encargó ingenua­
mente a Nietzsche que le consiguiera ropa de un comercio de Ba-
silea, le dio a su delicado heraldo una alegría, al recordarle este
tipo de contactos los tiempos de Tribschen. ¡Wagner en Italia!
A Nietzsche le traía el recuerdo del amigo que había tenido allí
la inspiración del preludio de ‘El oro del Rhin’ con su intermina­
ble acorde en MI bemol mayor, y le escribió:
¡Que siempre sea para usted el país de los comienzos!
Luego quítese a los alemanes de encima durante un tiem­
po, cosa que parece necesaria para poder hacer por ellos al­
go decente.—Tal vez sepa que el mes que viene también
me voy a Italia, aunque no a un país de los comienzos, co­
mo yo creo, sino del fin de mis dolores. Estos han alcanza­
do de nuevo un punto culminante; ya no puedo esperar más:
mis superiores saben lo que hacen cuando me conceden to­
do un año de vacaciones, aunque este sacrificio es inmensa­
mente grande para una comunidad tan pequeña; me per­
derían de una u otra manera si no me abriesen esta salida;
163
debido a la paciencia de mi temperamento, he soportado do­
lor tras dolor, como si hubiera nacido para eso y nada más.
Prácticamente he pagado mi tributo abundante a la filoso­
fía que enseña esto. Esta neuralgia actúa tan a fondo, tan
científicamente, explora formalmente hasta qué límite pue­
do aguantar el dolor, y para este análisis se toma cada vez
treinta horas. Cada qpatro a ocho días tengo que contar con
este estudio: usted ve que es la enfermedad de un investiga­
dor; pero ya estoy harto, y viviré sano o no viviré. Reposo
completo, aire suave, paseos, habitación oscura, eso es lo
que espero de Italia; me asusta tener que ver u oír algo allí.
No crea que soy moroso; no son las enfermedades sino las
personas las que pueden callarme.
Muchos autores se han empeñado por investigar las causas
y la peculiaridad de las enfermedades de Nietzsche. Los resulta­
dos son muy divergentes. Algunas de las afirmaciones más im­
portantes las resume cautelosamente Karl Jaspers en su biografía
de Nietzsche90. Ha puesto de manifiesto las numerosas interro­
gantes que tienen que quedar abiertas. La parálisis generalmente
reconocida del colapso nervioso se derivaba de una temprana in­
fección sifilítica, pero al informe de Paul Deussen sobre esto le
faltan pruebas de que la causa de la afección cerebral hay que bus­
carla en una infección de este tipo. También se supuso que la mo­
tivaron el abuso de medicamentos y venenos. Otros afirmaban,
como Cosima, que desde 1873 se observaba un proceso psiconeu-
rótico que estaba relacionado con la separación interior de Nietz­
sche respecto de Wagner. Probablemente puede afirmarse con más
razón que el estado crítico de salud de Nietzsche contribuyó a pro­
ducir la ruptura en aquellos años, puesto que él se dejaba llevar
por reacciones abruptas debido a la hipersensibilidad e irritabili­
dad motivadas por la enfermedad. Es de suponer que los hábitos
y reacciones de una persona, expuesta desde la primera juventud
a los dolores más diversos, vienen codeterminados por la
enfermedad.
Afortunadamente, tenía amigos considerados y dispuestos a
ayudar. En primer lugar, a su vuelta de Bayreuth, al filósofo mo­
ralista Dr Paul Rée, luego al músico Heinrich Kóselitz, que se
había puesto el nombre artístico de Peter Gast. Cuando Gast es­
164
tudiaba contrapunto y composición en Leipzig entre 1872 y 1874,
su amigo Wiedemann le recomendó ‘El nacimiento de la trage­
dia del espíritu de la música’, de Nietzsche. Gast sintió que se
le habían revelado ‘los impulsos más secretos de la cultura’. Si
Nietzsche remitía en última instancia las fuerzas apolíneas y dio-
nisíacas del arte a la tendencia utilitaria y racionalista, tal como
habla por boca de Sócrates, a Gast se le ocurrió una idea de por
qué era realmente imposible el florecimiento del arte bajo el do­
minio de nuestra cultura marcada por el saber y el entendimien­
to. En 1874 Gast conoció también al amigo de Nietzsche, Franz
Overbeck. A través de él supo más cosas del admirado, de quien
lo que más le interesaba era la relación con Wagner, a la que ya
había apuntado el prólogo del ‘Nacimiento de la tragedia’.
A causa de Nietzsche, Wiedemann y Gast decidieron en 1875
marchar a Basilea, adonde, con las recomendaciones del editor
de Nietzsche en el bolsillo, Schmeitzncr, llegaron a mediados de
octubre procedentes de Bayreuth. Varias veces, generalmente por
las noches, Nietzsche los invitaba ese semestre a su casa del Spa-
lentorweg 48, donde vivía tranquilo con su hermana. Como ya
se dijo, Gast se quedó sobre todo con el ‘Himno a la soledad’,
que calificó como pieza plena de grandeza e inflexibilidad.
Nietzche pareció haber intimado tan pronto con el joven K6-
sclitz, alias Gast, que lo invitó para las Navidades e incluso lo sor­
prendió con regalos. Pero las relaciones íntimas no empezaron
hasta finales de abril de 1876, cuando le comunicó a Gast que
tenía una ‘Meditación inoportuna’ sobre Richard Wagner que
había iniciado, pero que tenía abandonada. Nietzsche notó el gran
deseo de Gast por el fragmento sobre Wagner y se lo dio para
que se lo llevase a casa. Cuando Gast devolvió los folios, le ex­
presó su sentimiento de que precisamente esta obra se quedase
en mero torso. Por entonces, Nietzsche consideraba todavía el es­
crito demasiado personal como para publicarlo. Unos días más
tarde se le ocurrió darle una alegría de cumpleaños a Wagner con
él, y dejó que Gast hiciera una copia. Esto reavivió el interés de
Nietzsche por su obra, de tal manera que, como ya hemos dicho,
en vez de enviar la copia a Bayreuth, se la entregó al editor Sche-
meitzner, le añadió en junio los tres capítulos Anales que falta­
ban y publicó luego el libro como homenaje. A continuación, Gast
tuvo siempre oportunidad de demostrarle prácticamente su ve­
165
neración por el genio de Nietzsche. Con su hermosa y legible ca­
ligrafía, escribió al dictado de Nietzsche y sacó copias en limpio
antes de la impresión. Meritoriamente pospuso siempre su acti­
vidad creadora, ganándose así la ilimitada confianza de su ami­
go. También le escribió a Wagner en septiembre la noticia dicta­
da de que ‘Richard Wagner en Bayreuth’ se hallaba a punto de
imprimirse en francés. Marie Baumgartner", madre de un
alumno de Nietzsche, se encargó de la traducción. También reci­
bió la traducción una dama casada que vivía en París, Louise
Ottw. Esto hace suponer que en la existencia de esta dama Nietz­
sche tenía un motivo más para su abandono prematuro de Bay­
reuth. Se habían conocido en los paseos de los descansos, y los
sentimientos del enamorado Nietzsche se ensombrecieron cuan­
do la dama volvió con sus hijos a París. «Sentí como si alguien
me hubiese arrebatado la luz. Tenía que volver a encontrarme
a mí mismo...»
Nietzsche parece haber sentido lo dependiente que se había
hecho de algunos amigos y de su sacrificio a causa de su progresi­
va enfermedad. Y también sabía que no se trataba de una situa­
ción transitoria sino que más bien necesitaría cuidados continuos.
Unicamente este estado de cosas pudo haber permitido que la her­
mana de Nietzsche penetrase cada vez más en su vida y que se
hiciera cargo de muchos de sus asuntos. Desde agosto de 1875
vivían los hermanos en la misma casa en Basilea. Pero en Naum-
burg vivía la madre, por la que Elisabeth también tenía que preo­
cuparse, de suerte que su ayuda era siempre corta.
La existencia de Nietzsche adquirió la forma de intranquili­
dad constante, a la búsqueda de lo espiritual y corporalmente so­
portable. Siempre de camino entre Basilea y muchos lugares de
Alemania, Italia y Suiza, visitas de los amigos o curas en los bal­
nearios, huía de los dolores insoportables, que más bien empeo­
raban por el cambio continuo de clima. Tal como le había reco­
mendado Wagner, quería resolver ahora el problema de su nece­
sidad de ayuda, y pensó en casarse. Precipitadamente y sin nin­
gún cariño, se lo propuso a una joven llamada Mathilde Ram-
perdach en la primavera de 1876 a orillas del lago Léman, pero
fue rechazado. Kn junio de 1877 dice ya lo siguiente: «¡El matri­
monio, por cierto muy deseable, es muy improbable, lo sé muy
bien!»
166
Ultimo encuentro

Durante el invierno de 1876/77 se quedó Nietzsche en Sorrento,


sin que mejorase su salud. No se le notaba nada, tenía un aspecto
bronceado y vigoroso, se manifestaba alegre y lleno de vitalidad.
Cuando el siroco empezó a soplar en Italia, se marchó a Suiza,
donde pasó en primer lugar dos semanas en Lucerna. Allí le so­
brevino una certeza del futuro que se refleja en sus notas:
Siento como si me hubiese curado de una enfermedad;
pienso con inefable dulzura en el Requien de Mozart. Vuel­
ven a gustarme las comidas sencillas.—El ‘Canto de la ale­
gría’ (22 de mayo de 1872), uno de mis mejores estados de
ánimo. Ahora es cuando me siento en esta senda. ¡Qué fies­
ta más deprimida y falsa la de 1876! Pero tras ella se me
abrieron los ojos a las mil fuentes del desierto. Ese periodo
fue muy útil contra la precocidad.— Ahora me amanece la
Antigüedad y el conocimiento que Goethe tenía del gran arte;
ahora es cuando podía adquirir la visión escueta de la vida real
de los hombres: disponía del antidoto para que no se convir­
tiera en pesimismo envenenado.
Como ya se ha dicho, Wagner y Nietzsche se encontraron por
última vez en este otoño de 1876. Doce años más tarde, Nietz­
sche lo resumía así en su obra ‘Nietzsche contra Wagner’:
En el verano de 1876, en medio de los primeros festiva­
les, me despedí ya de Wagner. No soporto nada ambiguo;
desde que Wagner estuvo en Alemania, empezó a condes­
cender paso a paso en todo lo que yo desprecio, incluido el
antisemitismo... En realidad era ya hora sobrada de despe­
167
dirse: bien pronto recibí la prueba. Richard Wagner, en apa­
riencia el vencedor, en realidad un décadent caduco y deses­
perado, se humilló, desvalido y roto, ante la cruz cristiana...
Nietzsche pasó todo el invierno en casa de Malwida von Mey-
senbug en Sorrento junto con Rée y el estudiante Albert Bren-
ner. No debe ocultarse ninguna intención tras el hecho de que
los Wagner también pasaran sus vacaciones en Sorrento entre el
5 de octubre y el 5 de noviembre de 1876. Residían en el Hotel
Victoria, a pocos pasos del domicilio de Malwida, la Villa Rubi-
nacci. Wagner leyó allí, totalmente entusiasmado, la ‘Historia de
las repúblicas italianas’, del historiador suizo Jcan Charles Sis-
mondi. Solía llamar a Cosima y a Malwida para leerles episodios
del libro. Uno de ellos se lo recomendó más tarde, en Roma, al
poeta italiano Cossa para que hiciera una versión dramática, que
no llegó a efectuarse. Los Wagner invitaban con frecuencia a los
cuatro vecinos. Malwida observó, asombrada, en Nietzsche una
forzada serenidad y naturalidad que le eran ajenas. Mas, como
no mostraba ninguna renuencia a reunirse con Wagner, no se le
ocurrió que podía haber cambiado de opinión.
El paraíso de Sorrento tenía sus inconvenientes. Al principio,
Nietzsche se horrorizó ante la noticia de que los Wagner vendrían
a Sorrento, pero luego se alegró porque esperaba contarle todo
a Wagner. En Bayreuth aún no se había separado por completo
del maestro, las luchas entre la lealtad al amigo y su propia con­
vicción no habían desembocado todavía en ninguna resolución.
De momento mostraba alegría sincera de volver a verlo, y Mal­
wida afirmó más tarde que cada día ‘se apresuraban a verse’. Pe­
ro el propio Nietzsche jamás habló de reuniones tan frecuentes.
De todos modos la ocasión era propicia, puesto que Wagner te­
nía consigo la última ‘Meditación inoportuna’ para leerla y toda­
vía en Bayreuth mostraba total admiración por ella. Pero el maestro
se impuso la pohibición de hablar de los festivales. Las cartas de
Bayreuth sobre el enorme déficit pecunario lo ponían melancóli­
co y Malwida le hizo jurar a Nietzsche que no hablaría de Bay­
reuth.
Uno de los últimos días de su estancia en Sorrento, durante
un paseo, le hablaba Wagner al amigo acerca de su trabajo en
el ‘Parsifal’. Subían por la costa hasta una altura que les permi­
168
tía ver mucho más allá de la isla, del mar y de las ensenadas. El
hermoso día otoñal, con su presentimiento de invierno, hizo que
Wagncr clamase: ‘¡Sentimientos de despedida!’ De repente, y por
primera vez, empezó a hablar del ‘Parsifal’ menos como el pro­
yecto artístico y más como la descripción de una vivencia religioso-
cristiana que había tenido. ¿Sentía este escenificador de sí mismo
la necesidad de colocar los proyectores bajo nuevo ángulo? Este
‘festival de consagración del teatro’ se creía siempre un rotundo
ateo que había hecho las observaciones más despectivas sobre el
cristianismo ante Nietzsche y todos los amigos hasta principios
de los años setenta. Ahora confesaba nuevas experiencias inter­
nas, arrepentimiento de su ateísmo, inclinación hacia los dogmas
cristianos, y hablaba del gozo que debía a la ceremonia de la
eucaristía.
Nietzsche conocía ya el texto del ‘Parsifal’, pues Cosima le
había leído el borrador en prosa durante las vaciones de 1869,
y había constado la ‘impresión terrible’ que había tenido Nietz­
sche, lo cual se formuló con deliberada ambigüedad. Tenía por
imposible que Wagner, quien se había declarado ateo hasta las
últimas consecuencias, pudiera volver jamás a una fe ingenua.
Por eso le pareció el cambio de Wagner un intento de acomodar
las cosas como resultado de su éxito. Wagner se había reído de
la insuficiente asistencia a los festivales: «Los alemanes no quie­
ren saber nada hoy día de dioses y héroes paganos, quieren ver
algo cristiano.» Aquí en Sorrento utilizó ahora Nietzsche discul­
pas para explicar su desconcertante silencio. Hasta mucho más
tarde no se pronunció sobre este melancólico paseo. Con toda se­
guridad habría entendido y aprobado si Wagner hubiese hablado
de impulsos artísticos nacidos en él de la sensibilidad religiosa de
la Edad Media cristiana, del aliciente que puede tener la configu­
ración musical de ese sentimiento de la vida. También lo puso
de mal humor la antipatía manifestada por Wagner contra el amigo
de Nietzsche Dr Paul Rée, judío radical. Wagner barruntó una
influencia en Nietzsche, desfavorable para él. La separación de
Nietzsche y Wagner coincide temporalmente con el conocimien­
to de Rée en 1874.
La influencia del escéptico Rée es tanto más significativa cuanto
que la obra de Nietzsche publicada por entonces, ‘Humano, de­
masiado humano’, se oponía por su contenido a su glorificación
169
anterior del genio y, por consiguiente, también de Wagner, aun­
que sin aludir directamente a él. Echando una ojeada retrospec­
tiva, Nietzsche comentaba así su ensayo antiwagneriano:
En este libro me he liberado de lo que no forma parte
de mi naturaleza, del idealismo. El título reza: donde voso­
tros veis ideales, yo veo lo humano, sí, demasiado humano.
Un error puede quedar inofensivo, como si yaciera sobre
hielo. En cambio, lo ideal no se puede refutar, sino que con­
gela, en este caso el genio, un rincón más allá de lo santo,
congela el héroe bajo espesa capa de hielo, al final congela
la fe, la llamada convicción, y también enfría de manera sig­
nificativa la compasión.
¿Era posible aún entenderse acerca del ‘ParsifaT?
¿Cómo había nacido el ‘ParsifaT, esta última piedra del es­
cándalo entre los amigos? Desengañado por el fracaso público de
sus festivales, el prolífico Wagner se había refugiado en la nueva
obra. A últimos de enero de 1876 dijo a Cosima: «Empiezo el Par-
sifal y no lo dejaré hasta que lo acabe.» Habían pasado veinte años
desde que Wagner había dado con el material. Trabajaba enton­
ces en el tercer acto del primer ‘Tristán’. En el refugio de Zum
griinen Hügel, cerca de Zurich, en tiempos de su amor por Ma-
thildc Wesendonk, le vino la inspiración:
El día de Viernes Santo me desperté por primera vez
en esta casa con un sol radiante de luz; el jardincillo estaba
reverdecido, los pájaros cantaban y, por fin, pude sentar­
me en la azotea de la casita para disfrutar de la ansiada y
prometedora tranquilidad. Lleno de sosiego, me dije de re­
pente que hoy era Viernes Santo, y recordé lo significativa
que me pareció ya esta advertencia una vez en el Parzival
de Wolfram. Desde aquella estancia en Marienbab, donde
concebí ‘Los maestros cantores’ y ‘Lohengrin’, no volví a
ocuparme-nunca de esa poesía. Ahora se me venía a la ima­
ginación su contenido ideal de forma arrolladora y desde la
magia del Viernes Santo concebí rápidamente un drama que
esbocé fugazmente con unos cuantos rasgos en tres actos.
Durante años el manuscrito estuvo prácticamente olvidado en
el fondo del baúl del inquieto viajero. Ocho años después del pri­
170
mer plan, redactó un nuevo borrador para el rey Luis, a quien
le interesaba muchísimo la historia del ‘loco puro’. También éste
se quedó sin acabar. ‘Los maestros cantores' y el ‘Anillo’ pospu­
sieron otros doce años el trabajo en la obra, seguramente para
su provecho y en un sentido superior. Ahora, en este paseo oto­
ñal de 1876, le explicó a Nietzsche lo que significaba la palabra
‘Parzival’, o ‘Parsifal’, como la escribía desde 1873. El término
es árabe: ‘parsi’ significa puro, ‘fal’, loco. Wagner hablaba de
la religión de la compasión que se decantaba más y más en él a
medida que envejecía y que ahora pensaba anunciar en su obra
de vejez. Antes de trabajar por primera vez en el material, le ha­
bía escrito a Mathilde Wesendock: «Reconozco que la compasión
es el rasgo más fuerte de mi carácter moral y, supuestamente, tam­
bién es la fuente de mi arte.» Inmediatamente después limitó el
concepto de manera sorprendente: «No se trata aquí de lo que
otro sufre, sino de lo que yo sufro cuando sé que él sufre...» El
ver que estaba tan poco desarrollada en el hombre la disposición
a la redención del mundo por la compasión le hacía «El hombre
tan odioso y debilita mi compasión por él hasta la total insensibi­
lidad a su necesidad». O sea, ¿compasión de sí mismo?
Cincuenta años antes de ‘La decadencia de Occidente’ de Os-
wald Spengler, Wagner creía prever el ocaso de la humanidad his­
tórica. Pero también se aferraba a la posibilidad de la renovación
y renacimiento de esta humanidad occidental. Claro que no a tra­
vés de la Iglesia, como Nietzsche atribuía erróneamente al ‘Par­
sifal’.
«Allí donde la religión se hace algo artificial», proclamaba Wag­
ner en el periódico ‘Bayreuther Bláter’, «le está reservado al arte
salvar el núcleo de la religión. Demostrar que la compasión afin­
cada en la naturaleza más honda de la voluntad humana es la única
base verdadera de toda moralidad» es lo quele presentaba a Nietz­
sche como tema del ‘Parsifal’. No se trataba de ninguna ópera,
cosa que Wagner no quiso hacer antes ni mucho menos ahora,
pero tampoco de ningún ‘drama musical’, como se denominaban
las veladas artísticas anteriores. ‘Festival de consagración del teatro’
rezaba ahora la pomposa denominación. Y el único lugar de re­
presentación sería, para siempre, el Teatro de los festivales de Bay-
reuth, según su voluntad (que luego no se respetó).
Lleno de vitalidad y fantasía narrativa, el maestro hablaba en
171
su paseo de Sorrento tal como el amigo lo había admirado otras
veces. Pero Nietzsche reaccionó ahora con un silencio defensivo.
Se disculpó bruscamente y se marchó en el crepúsculo. Ambos
hombres no volvieron a verse. El viejo mago no se percató de que
se le iba ahora el mayor regalo de amistad de su vida. Habrían
de pasar dos años para que produjese el epílogo que confirmara
públicamente la ruptura hasta entonces tácita.

172
La apostasía

En la primavera de 1877, cuando Nietzsche estaba preocupado


por un regalo de boda para Rohde, se le ocurrió desprenderse de
su busto de Wagner, desde hacía tiempo cubierto de polvo en su
armario: «... No se me ocurre nada más, mi estupidez es grande.»
La hermana se debía encargar del envío. No aceptó una invita­
ción de Frankfiirt para pronunciar allí una conferencia sobre Wag­
ner. De todos modos, desde Rosenlauibad y con Malwida von
Meysenbug, envió saludos y recuerdos a los incansables de Bay-
reuth, cuya valentía ‘admiro tres veces todos los días’. En Lon­
dres se habían representado fragmentos del ‘Anillo’ con grandes
aplausos, pero sin el beneficio deseado. El estado de ánimo de Wag­
ner se derrumbó por completo. A mediados de junio confesó al
amigo banquero Friedrich Feustel: «He llegado al extremo, y ca­
da instante estoy dispuesto a salirme literalmente de mis casillas.
No podré hacer otra cosa que tener el valor de cubrir el déficit
desprendiéndome del teatro.» La lucha heroica contra los acree­
dores duró todo el verano, situación a la que Wagner estaba acos­
tumbrado de siempre.
No podía pensarse en una repetición de los festivales, hasta
que en la primavera de 1878 Luis volvió una vez más a salvar
la situación desesperada: dio un gran anticipo para pagar a los
acreedores principales, aunque no como mero regalo, como fue
el caso antes. ‘Parsifal’ se ‘hipotecó’ al Teatro de corte de Mu­
nich, y Wagner renunció a una parte de los ingresos que le co­
rrespondían por las representaciones. Claro que los contratiem­
pos no cesaron. Wagner tenía la intención de llevar a cabo el vie­
jo plan de fundar una escuela superior de representación
173
dramático-musical. El instituto, que debía contruirse en Bayreuth,
no sólo debía formar cantantes, músicos y directores de orquesta
para el ‘nuevo estilo’, sino para todos los teatros de ópera alema­
nes. El emocionado llamamiento de Wagner a todos los artistas
alemanes antes del día de la inauguración, el 1 de enro de 1878,
tuvo como respuesta que se apuntase un solo cantante para el curso.
De este esfuerzo académico salieron las Bayreuther Blátter,
boletín pensado en un principio como órgano periodístico del ins­
tituto. A pesar de las voces disuasorias del círculo de amigos de
Nietzsche, las negociaciones llevaron finalmente en 1878 a la fun­
dación de la revista. Por encargo de Wagner, Cosima le rogó al
editor de Nietzsche, Schmeitzner, que se ocupase de la impresión
de las Bayreuther Blátter. La asociación del patronato financió
la revista, en la que Wagner publicaba todo lo que creía necesa­
rio publicar. De manera característica, puso de redactor a uno
de los wagncrianos más doctrinarios, a saber, al acomodado Hans
von Wolzogen95, de Berlín. Debía sustituir al «traidor»Nietzsche,
cosa que naturalmente no podía coseguir por mucho que Wag­
ner intentase explicar al rey que Wolzogen también había estu­
diado filología. En realidad quien dirigía la revista era Cosima
y sus indicaciones determinaban su perfil. Lo acertadas que eran
sus estimaciones de las capacidades de Wolzogen lo revela una
carta que escribió a Hermann Levi tras dos años de trabajo de
redacción con él: «Cierto, Wolzogen no puede medirse ahora co­
mo estilista con Nietzsche. Pero espero que se forme como escri­
tor; le doy razón en que no es ningún escritor nato. Wolzogen
es una de las naturalezas más curiosas con que me he encontra­
do; de no haberlo vivido yo, me parecía increíble que alguien pueda
vivir tan plenamente en la idea.» Y estas cualidades, tan aprecia­
das en Bayreuth fueron las que decidieron la retención de Wolzo­
gen como colaborador.
Todavía en enero de 1877 pensaba Nietzsche escribir para la
revista, puesto que Richard y Cosima le habían garantizado en
Sorrento que dispondría de espacio para expresar libremente su
opinión. Peter Gast sugirió ganarse también como colaborador
a Jacob Burckhardt, en su calidad de «sostén» de Nietzsche, pero
por aquel entonces había abandonado ya toda su actividad perio­
dística. Tampoco se consiguió ya la colaboración de Nietzsche.
Este pasó el verano en Rosenlanibad. Desde allí se desplegó
174
una sugestiva correspondencia con el pianista, organista y escri­
tor musical Cari Fuchs*, de la que también se deduce que Nietz-
sche seguía ocupándose con la misma intensidad de la técnica de
composición de Wagner. Con ayuda de recuentos rítmicos de com­
pás de las más diversas composiciones, Fuchs intentó deducir su
sentido. Esto le recordó a Nictzsche que en 1870 «buscaba perio­
dos de cinco y siete compases», y al recontar ahora los ‘Maestros
cantores’ y el ‘Tristán’ conoció la rítmica de Wagner. La aver­
sión contra lo rigurosamente matemático y simétrico, «como mues­
tra en pequeño el uso del tresillo, quiero decir incluso el empleo
excesivo del mismo», le parecía ser la causa de que Wagner pre­
fiera dilatar los periodos de cuatro compases en otros de cinco,
y los de seis en siete. «En los ‘Maestros cantores’, acto III, hay
un vals: vea si no impera ahí el número siete.» Nietzsche lo com­
paraba con el estilo de Bernini**, que consistía en revestir la co­
lumna de volutas, de arriba abajo, creyendo que así le daba vida,
puesto que sin adornos le parecía demasiado sencilla. «Entre las
repercusiones peligrosas de Wagner, una de las peores me parece
ser el ‘querer-dar-vida a cualquier precio’: pues, con la rapidez
del rayo el estilo se convierte en artificio.» Nictzsche deseaba que
alguien competente determinase la realidad de la obra de Wag­
ner. Consideraba que el teórico Fuchs era la persona apropiada
para hacerlo. «Los otros que escriben sobre Wagner no dicen en
el fondo más que han tenido un gran placer y quieren estar agra­
decidos por ello; no se aprende nada. Wolzogen no me parece bas­
tante músico; y como escritor es para partirse de risa con su con­
fusión del lenguaje artístico y psicológico.» La denominación wag-
neriana de ‘motivo’ para los estribillos musicales le parece a Nietz­
sche poco clara y dice que se denomine ‘símbolo’. «No es otra
cosa.» De la conversación personal con Cari Fuchs, que no sin
crítica se oponía a Wagner, Nietzsche esperaba la confirmación
de sus reservas en relación con las impresiones musicales de
Bayreuth.
Wagner ocupaba a Nietzsche no sólo desde el punto de vista
de la teoría musical. La ‘maternal amiga’ Majwida había invita­
do a Nietzsche a su retiro suizo, pero Rosenlauibad volvió a gus­
tarle tanto que se decidió a quedarse allí, aunque echaba de me­
nos a Malwida y le habría gustado discutir ‘algunas cosas’ con
ella. Le comunicó por carta su nostalgia de volver a conversar
175
una vez más con la señora Wagner: «Siempre es uno de mis ma­
yores placeres, y hace años que no hemos hablado.» A Nietzsche
no le gustaba reconocer que Cosima había conado el pelo a su
Sansón y que el fenómeno del distanciamiento no podía evitarse
ya con la excusa de la amistad con Cosima de los años pasados.
La ‘caza de la salud’ de Nietzsche en el aire de montaña no
produjo el resultado esperado. Temía el trabajo filológico del in­
vierno. Sentía que quien apenas tiene algo de tiempo al día para
sus asuntos principales y tiene que dedicar casi todo el tiempo y
las energías para los deberes que otros pueden hacer tan bien co­
mo él, no es una persona armónica, vive dividida y finalmente
tiene que enfermar. «Si tengo influencia en la juventud, se lo de­
bo a mis escritos, a mis horas robadas, a los intervalos entre pro­
fesión y profesión conquistados por la enfermedad.»
£1 10 de agosto de 1877, Malwida informaba a Nietzsche de
Wagner: «Por fin, Cosima me ha enviado noticias de Bayreuth.
Parece que todos están bien y contentos en su hogar.» Los Wag­
ner acababan de llegar de Inglaterra, donde Wagner había diri­
gido, junto con Hans Richtcr, ocho conciertos en el Albert Hall
de Londres. Con tal motivo, había entablado amistad con Ro-
bert Browning96. También lo recibió la reina Victoria en el cas­
tillo de Windsor, donde leyó todo el texto de su ‘Parsifal’ ante
un pequeño círculo de personas. Tras otros viajes a Suiza y al
sudoeste de Alemania, empezó en casa a componer la música del
‘Parsifal’, cuyos primeros acordes oyó Cosima el 1 de agosto, pro­
cedentes del cuarto de trabajo.
En octubre de 1877 provocó Wagner un incidente grave, pues
se tomó la libertad de indicar al médico de Nietzsche, el Dr Otto
Eiser, de Frankfurt, que los sufrimientos del joven se debían a
una masturbación excesiva. Había que tomar necesariamente una
cura de aguas.
Nietzsche estaba fuera de sí. Los biógrafos de Wagner suelen
deducir una afectuosa preocupación de la correspondencia entre
él y el Dr Eiser. Por su parte, Nietzsche vio el incidente como
una canallada salvaje y se refería especialmente a ella cuando en
cartas posteriores hablaba de las perfidias de Wagner y de una
‘ofensa mortal’.
Al llegar el invierno, Nietzsche se sentía físicamente bien, pe­
ro los dolores de los ojos y las migrañas volvieron con fuerza des­
176
pués de las Navidades. Así que en marzo decidió tomar una cura
prolongada de aguas en Baden-Baden, que pareció ayudarle. A
Malwida von Meysenbug le complació, como le había complaci­
do a Wagner, quien se sometía a este tipo de molestísimos trata­
mientos: «Una vez más Wagner ha tenido razón, pues siempre
afirmó que una buena cura de aguas era lo que su hermano nece­
sitaba.» (A Elisabeth Nietzsche.)
Decepción amorosa y obligación de tener presente su propia
meta hicieron clamara Nietzsche en enero de 1878:
Cuando prosiguió solo, temblaba; al poco tiempo me puse
enfermo, más que enfermo, cansado, cansado de la inconte­
nible decepción de todo lo que nos quedó para el entusias­
mo a nosotros, hombres modernos, de la energía despilfa­
rrada en todas partes, trabajo, esperanza, juventud, amor;
cansado por repugnancia a todas las mentiras idealistas y
flojedad de conciencia que se ha vuelto a alzar aquí con la
victoria sobre los más valientes.
Sin sospechar nada malo, Wagner había enviado a Nietzsche
un ejemplar del texto del Festival de consagración en enero de
1878. Nietzsche hizo saber a su amigo Reinhard von Seydlitz:
«Ayer llegó el ‘Parsifal’ a mi casa, enviado por Wagner. Impre­
sión de la primera lectura: más Liszt que Wagner, espíritu de la
Contrarreforma; para mí, que estoy demasiado habituado a lo grie­
go, a lo general humano, esto es demasiado cristiano, temporal­
mente limitado; mera psicología fantástica; nada de carne y de­
masiada sangre (particularmente en la Santa Cena hay demasia­
da sangre para mí); luego, no me gustan las doncellas histéricas;
mucho de lo que es soportable para el ojo interno apenas se aguan­
tará en la representación: imagínese a nuestros actores rezando,
temblando y con cuellos arrobados. Tampoco puede ser efectivo
en el escenario el interior del castillo de Grial, ni tampoco el cisne
herido. Todos estos inventos pertenecen a la epopeya y, como ya
hemos dicho, para la visión interior. El lenguaje suena como tra­
ducción de una lengua extranjera. Pero las situaciones y su suce­
sión, ¿no son de la poesía más excelsa? ¿No es un último desafio
de la música?...»
Nietzsche no se manifestó ante Wagner. El envío del *Parsi­
fal ’ en medio de la terminación de su nuevo libro ‘Humano, de-
177
inasiado humano’, excitó mucho a Nietzsche. Como ‘milagro for­
tuito’ acogió la llegada del hermoso ejemplar con el texto del ‘Par-
sifal’ en ese preciso momento, provisto de la dedicatoria: «A su
caro amigo Friedrich Nietzsche, Richard Wagner; miembro del
consistorio.» ¡Otro de esos añadidos preñados de sentido! A Nietz­
sche le parecía oír el choque de las espadas.
Nietzsche notaba con más claridad que nunca lo mucho que
se asustaría el partido de Wagner con su libro y por ello decidió
publicar anónimamente ‘Humano, demasiado humano’. Se bus­
có un nombre ajeno y una explicación adecuada para que la obra
saliera en Schemeitzner. Pero Wagner debía saber muy bien quién
era el autor. En los apuntes de Nietzsche se encuentran borrado­
res de una carta que debía conciliar a Wagner con el contenido
del libro.
AI enviarle este libro deposito confiadamente mi secreto
en sus manos y en las de su noble esposa y supongo que desde
ahora será también su secreto. Este libro lo he escrito yo:
en él he sacado a la luz mis sensaciones más profundas so­
bre personas y cosas y he recorrido por primera vez la peri­
feria de mi propio pensamiento. En tiempos llenos de paro­
xismos y tormentos, este libro fue un consuelo que no falló
donde fallaron todos los demás. Tal vez siga viviendo por
haber sido capaz de escribirlo.—Hubo que elegir un pseu­
dónimo debido a que, por un lado, no quería menoscabar
el efecto de mis escritos anteriores, y, por otro, porque con
él debe impedirse que se manche pública y privadamente
la dignidad de mi persona (ya que mi salud ya no aguanta
cosa semejante); finalmente y sobre todo, porque quería po­
sibilitar una discusión objetiva en la que puedan participar
también los amigos tan inteligentes de todo tipo que tengo,
sin que se lo impida, como hasta ahora, un sentimiento de
delicadeza. Nadie quiere hablar ni escribir contra mi nom­
bre. Mas no sé de ninguno de ellos que tenga las opiniones
de este libro, aunque tengo un gran deseo de conocer los ar­
gumentos opuestos que se aporten en este caso. Me siento
como un oficial que ha atacado una trinchera. Herido, sí,
pero arriba y desplegando ahora su bandera. Más felicidad,
mucha más que dolor, por terrible que sea el espectáculo
178
que lo rodea.— Aunque, como ya se ha dicho, no conozca
a nadie que ahora piense como yo, me imagino que no he
pensado como individuo, sino como colectivo. El sentimiento
más extraño de soledad y pluralidad.—Un heraldo adelan*
tado que no sabe exactamente si le sigue la caballería o si
ésta existe aún.
Ahora bien, el editor no estaba convencido de que el libro se
publicara anónimamente. No quería renunciar al nombre de Nietz-
sche y una dosis de escándalo no le venía mal. Así que Nietzsche
volvió a revisar todo el manuscrito para borrar lo que Wagncr
pudiera relacionar consigo mismo. Se aferró a la esperanza de que
la ruptura de la amistad todavía se podía evitar y Wagner le per­
mitiría la libertad de la propia convicción dentro de la amistad.
Tras la Pascua de 1878, Nietzsche volvió vigorizado de Baden-
Baden para reemprender sus lecciones. Abandonó su casa, pues
había comprobado que lo que mejor le sentaba era cambiar cons­
tantemente de lugar. Alquiló una habitación en Basilea. La in­
tención de separarse totalmente de su cargo había cedido, por tan­
to, a la decisión de probar una vez más: Nietzsche quería vivir
en las montañas todo el tiempo posible y sólo ir a la ciudad para
dar sus lecciones. Aunque en el invierno de 1877/78 su salud le
había creado tantas dificultades para escribir, gracias a la ayuda
de Peter Gast, quedó listo pára la imprenta el primer tomo de
aforismos de ‘Humano, demasiado humano — Libro para espí­
ritus libres’. Como el libro apareció poco antes del centenario de
la muerte de Volt ai re97 el 30 de mayo de 1878, Nietzsche se lo
dedicó al recuerdo de ese espíritu libre. Pensando en esta conme­
moración, escribió en junio a Malwida: «El destino del hombre
sobre el que, después de cien años, sólo hay juicios partidistas,
lo tenía presente como símbolo terrible. El odio más irreconcilia­
ble y el amor más injusto lo muestran los hombres contra los libe­
radores del espíritu.» Queda sin averiguar quién envió a Nietz­
sche el 30 de mayo un busto de Voltaire con estas palabras: «L’áme
de Voltaire fait ses compliments á Frédéric Nietzsche.»
Nietzsche envió ‘Humano, demasiado humano’ a Richard y
Cosima Wagner con una dedicatoria divertida, dando a enten­
der que muchas cosas del libro podían tomarse a broma. Con el
corazón en un puño y expectativas imprecisas entregó el paquete
179
en correos. En la primera página del libro figuraba lo que en el
borrador se había esbozado así:
Dem Meister und der Mcisterin
cntbietet Gruss mit frohem Sinn
beglückt ob einem neuen Kind
von Bascl Friedrich Freigesinnt.
Er wünscht, dass sie mit Herzbewegen
aufs Kind die Hánde prüfend legen
und schauen, ob es Vaters Art,
wer weiss? selbst mit’nem Schnurrcnbart.
Und ob es wird auf Zween und Vieren
sich tummeln in den Weltrevieren.
In Bergen wollt zum Licht es schlüpfcn,
gleich neugeborenen Zicklein hüpfen.
Was ihm auf seinem Erdenwallen
beschieden sei, es will gefallen;
nicht vielen; fünfzehn an der Zahl,
den anderen werd es Spott und Qual.
Doch eh wir in die Welt es schicken,
móg Meisters Treuaug segnend blicken,
und dass ihm folge fürderhin
die kluge Gunst der Meisterin.*
Los ataques, apenas velados, contra Wagner, que en el libro
sólo aparece apostrofado como ‘el artista’, tuvieron que herir a
los amigos de Bayreuth. Gast, Rée y Burckhardt fueron, de mo­
mento, los únicos que aprobaron el libro; Rohde no calló sus ‘do-
lorosas sensaciones’. Los Wagner se encerraron en el silencio, y
tan sólo en el número de agosto de las Bayreuthcr Bláttcr ridicu­
lizó y criticó Wagner las ideas de Nietzsche en su artículo ‘Públi-
*«A1 maestro y a la maestra / brinda un alegre saludo / feliz de un nuevo
niño / desde Basilea Friedrich Librepensador. / Desea que con emoción / pon­
gan las manos en el niño / y miren si es como el padre, / ¿quién sabe?, incluso
con un bigote. / Y si a dos y a cuatro patas / se mueve por el mundo. / Quiso
deslizarse a la luz en las montañas, / saltar como un cabrito recién nacido. /
Quiere disfrutar lo que / le sea dado en sus muros de tierra; / no muchos; quin­
ce en total, / para los otros será burla y tormento. / Pero antes de enviarlo al
mundo, que lo bendiga el ojo fiel del maestro, / y que le siga también / el astuto
favor de la maestra.
180
co y popularidad’, aunque más bien a manera de insinuación y
con una moderación apenas conocida en él. En su artículo, Wag-
ner pone la mira en ‘la situación del arte en la Alemania actual*
y explica que nada puede ser bueno de verdad, si desde un prin­
cipio está calculado para su presentación al público. Pero lo bue­
no sólo sale ‘a la luz bajo la figura de lo mediocre’. De paso lan­
zaba también indirectas contra ‘los profesores’, para vengarse de
los ataques de Nietzsche. Wagncr escribió lo siguiente a Over-
beck: «He demostrado mi amistad por él no leyendo su libro, y
sólo espero y deseo que me agradezca este servicio.» No obstan­
te, Nietzsche se vio envuelto en la polémica de Wagner; estaba
demasiado herido por la hostilidad aparecida simultáneamente en
cartas de otro lado, tan irracional que se quedó sin saber qué res­
ponder; la burla de Wagner elevaba al máximo estas cosas 'de­
masiado humanas’.
El 31 de mayo, Nietzsche le confesaba a Gast:
Si a usted le sumo los otros dos que se han alegrado de
mi libro, Rée y Burckhardt (quien repetidas veces lo ha ca­
lificado de ‘libro soberano’), tengo una idea de cómo debe­
rían estar constituidos los hombres para que mi libro tuvie­
ra un efecto rápido. Pero no lo hará ni puede hacerlo, por mu­
cho que lo lamente por el excelente Schmeitzner. Desde Bay-
reuth lo han proscrito en cierto modo: y, en verdad, parece
que la gran excomunicón se ha aplicado también a su autor.
Sólo se intenta retener todavía a mis amigos, mientras me
pierden a mí, y así es como algunos me cuentan lo que ocu­
rre y se planea a mis espaldas. Wagner ha desaprovechado una
gran oportunidad de mostrar su grandeza de carácter. A mí
no puede desconcertarme, ni en la opinión que tengo de él
ni de mí.
Nietzsche escribió dos apéndices tras la publicación del libro
en 1878: ‘Vermischte Meinungen und Sprüche* (Opiniones y afo­
rismos mezclados) (1879) y ‘Dcr Wandcrcr und sein Schatten’
(El caminante y su sombra) (1880), calificados más tarde por él
como tomo segundo de la obra. Dondequiera que residiera du­
rante estos años, tuvo que estar escribiendo incesantemente para
redactar las seiscientas páginas que contienen los apuntes en la
edición completa. El subtítulo, ‘Libro para espíritus libres’, ayu­
181
da al observador a conocer el intento de Nietzsche por recorrer
el camino hacia la propia esencia, fuera de lo apropiado. Se abre
camino el descubridor de un nuevo conocimiento de la vida y el
formulador de un nuevo estilo aforístico. Los moralistas france­
ses y el libro del amigo Rée, ‘Reflexiones psicológicas’, de 1875,
pueden haber servido de modelo del estilo pulido y del tono es­
céptico del nuevo lenguaje de Nietzsche. Pero el modo en que se
juzgan aquí las seducciones de la metafísica y las nociones estéti­
cas de Wagner, con lo que también se alude a la liberación res­
pecto de Schopenhaucr, por tanto tiempo admirado, es exclusivo
del Nietzsche maduro. Le importaba independizarse, oponer al­
go nuevo a la filosofía moral y a la teoría del conocimiento de otros
tiempos.
Naturalmente, lo que más nos interesa aquí es que, desde es­
te momento, se cuestiona el papel dirigente del arte, profecía que
se ha justificado plenamente. ‘Desde el alma del artista y del es­
critor’, rezaba el epígrafe del cuarto apartado.
Nietzsche se despidió de Wagner, a quien apostrofa de ‘artis­
ta’ y subordina al campo del ‘crepúsculo vespertino del arte’, con
su revisión de la idea dionisíaca.
Pronto se considerará al artista como residuo magnífico
y se le honrará como a maravilloso extranjero de cuya fuer­
za y belleza dependía la felicidad de los tiempos pretéritos,
y como no podemos permitir fácilmente a nuestros seme­
jantes. Tal vez lo mejor de nosotros lo hayamos heredado
de sensaciones de tiempos pretéritos a las que apenas pode­
mos llegar ahora por vía directa; el sol ya se ha puesto, pero
el cielo de nuestra vida brilla y alumbra aunque ya no lo
veamos.
El ocaso del arte lo ve Nietzsche seguido de la aurora de la
filosofía, cuyo propósito debe ser dar nuevo y mayor sentido a
todos los valores anteriores. Las variaciones sobre la nueva temá­
tica contenidas en los apéndices que constituyen el segundo to­
mo, sobre todo en pensamientos sobre el futuro sin cristianismo
y sobre los vicios de los alemanes, eran apropiadas para comple­
tar la ruptura con Wagner.
Los contemporáneos y las generaciones posteriores han inten­
tado adivinar la radicalidad del giro efectuado con ‘Humano, de­
182
masiado humano’, Por supuesto, no hay que buscar la solución
exclusivamente en lo personal. Lo que Nictzsche tenía presente
entonces se presenta hoy día, a distancia, como una previsión de
lo que determina ya nuestro mundo: la pérdida del arte por falta
de ritos cultistas renovadores, únicos que pueden conducir a nuevas
formas artísticas.
La supuesta seguridad de las nociones de Níetzsche, su ma­
nera cosmopolita de viajar, cuyas vivencias registraba con pla­
cer, no ocultan los esfuerzos que el enfermo constante tenía que
hacer, ni la nueva carga que significaba para él la ruptura de la
amistad con Wagner. El 11 de junio de 1877 escribe a Reinhard
von Seydlitz:
Me gusta y deseo mucho que uno de mis amigos sea bue­
no y amable con Wagner; pues yo estoy cada vez en menos
condiciones de alegrarlo (tal como es, un hombre viejo, in­
variable). Sus aspiraciones y las mías son totalmente diver­
gentes. Lo siento mucho, pero hay que estar dispuesto a cual­
quier sacrificio al servicio de la verdad. Además, si supiera
todo lo que guardo en el corazón contra su arte y sus objeti­
vos, me tendría por uno de sus peores enemigos, cosa que,
como es sabido, no soy.
El ‘viejo e invariable’ se sentía cada vez más en el final de
su vida. Mientras Wagner seguía trabajando imperturbable en
la musicalización del libreto del ‘Parsifal’, sabía que sólo podía
ganarle a su ‘enojoso’ destino la terminación de esta obra gigan­
tesca, que esta sería su ‘última victoria sobre la vida’. El 29 de
diciembre de 1877 escribía así al rey Luis: «Ya no espero en el
‘espíritu alemán’ que creía poder anunciar en la dedicatoria de
mi obra de los nibelungos: he hecho mi experiencia y me callo.
No espero nada de Pomerania ni de la marca de Bramdenburgo
ni de ninguna provincia de este curioso imperio alemán: ni si­
quiera espero nada del margraviato de Bayreuth. Pero concluyo
mi paz con el mundo, cuya cláusula primera reza así: ¡Me deja
en paz!»
En octubre de 1878 terminó Wagner el segundo acto del ‘Par­
sifal’. El rey Luis, que ahora participaba cada vez más en la vida
de Wagner, fue el primero en recibir la noticia: «Me he lanzado
al purgatorio y felizmente he vuelto a salir de él. Sé que este tra­
183
bajo ha resultado digno de nosotros.» La carta lleva esta lirma:
«Su propio inmortal para este mundo. Richard Wagner.» La nueva
ola de simpatía patéticamente formulada produjo los celos de Co­
sima, igual que mostró alivio ante el rechazo de Nietzsche, a pe­
sar de todos los cuidados. Confió al diario sus penas a causa del
rey Luis: «Me sobrecoge un sentimiento muy raro, indescripti­
ble, cuando leo al final que su alma le pertenece eternamente. Sien­
to como si me mordiera una serpiente en el corazón, y no sé lo
que quiero. No quisiera que esto que ha escrito se convirtiera en
una frase hecha, no, sino que fuese verdad. Si de mí dependiera,
no la dejaría sin escribir. Pues lo que él hace está bien hecho. Pe­
ro sufro y me voy para ocultar mi dolor.»
En los descansos de la composición, Wagner se alegraba de
volver a notar desaparecidas composiciones de la juventud. Solí­
cita y aguda, Cosima le ayudó a buscar lo perdido. Unos amigos
descubrieron en Drcsden una maleta con algunas obras instru­
mentales (la obertura de ‘Polonia* y de ‘Columbus* así como la
Sinfonía en DO mayor).
Con las voces de orquesta todavía existentes Wagner se hizo
escribir una nueva partitura, sorprendiéndose de una semana a
la otra con un nuevo tiempo de la sinfonía, una música que había
escrito hacía cuarenta años y que se había escuchado en Leipzig.
Al rey le contó por carta:
Su destino es curioso. En 1835, esto es, hace cuarenta
y tres años, quería que la revisara Mendelssohn (por enton­
ces en Leipzig); para no apremiarlo y dejarle bastante tiempo,
le rogué que conservase mi manuscrito. Después he vuelto
a verlo con frecuencia, pero nunca me dijo una palabra de
esta sinfonía. Murió, y yo seguí adelante.—Le hablé de es­
to a mi mujer en Tribschen. No paraba. Nuestro joven amigo
Nietzsche conoció al hijo de Mendelssohn; había que bus­
car con él: ni huella. Al morir también este hijo, se inquirió
también cerca de viejos herederos: en vano, el manuscrito
se había —y según parece— perdido.
Desde la perspectiva de hoy día, resulta comprensible la acti­
tud indolente de Mendelssohn hacia esta composición. El joven
Mendelssohn había invitado a Nietzsche, poco antes de morir,
a hacer un viaje por Italia y Grecia. ¡Cómo le habría gustado a
184
Nietzsche aceptar la invitación! Pero la rechazó ante la preocu­
pación de que el desconfiado maestro tomase a mal que ‘su Nietz­
sche ’ viajase con el hijo del ya fallecido, pero todavía odiado, Fé­
lix Mendelssohn-Bartholdy.
Por lo demás, el invierno de 1878/79 pasó para Wagner tra­
bajado tranquilamente en el tercer acto del ‘ParsífaT. Ya no se
hablaba para nada de nuevos festivales. El teatro esperaba, aban­
donado, en la «bonita colina». En febrero de 1879, Wagner se abrió
con una sinceridad desacostumbrada a su amigo real al escribirle
en estos términos:
Yo y lo que yo creo no soportan ya ninguna prisa. He
producido muy rápido, muy mucho y muy pronto para nues­
tra época; todas las representaciones, incluida la única que
presencié al lado de mi sublime señor, se han quedado en
chapuzas. Y lo peor es que no se me va la queja del cora­
zón. No tengo que quejarme de ningún infortunio, de nin­
guna omisión, pues veo que no hay nada que mejorar en
la situación global de lo existente; es profundamente mala,
y sólo puede prosperar en ella lo malo. Quien lo vea tan clara
y manifiestamente no puede entregarse ya a ningún enga­
ño... Pero cuando calla la esperanza, vuelve a hablar el de­
monio — ¿o el genio? Me siento más feliz que nunca: mi
trabajo es para mí la fuente de mi vida, que me rodea ama­
ble y tranquilizadora en imágenes espirituales siempre
nuevas.
El mucho más joven de Basilca revela una disposición seme­
jante cuando el 11 de junio de 1879 escribe a Malwida: «Quiero
recorrer tranquilamente mi camino y renunciar a todo lo que pueda
impedírmelo. La crisis de la vida está ahí. Si no tuviese el senti­
miento de la enorme fecundidad de mi filosofía, me sentiría es­
pantosamente solo.»
Algunos amigos de Nietzsche, especialmente los partidarios
de Wagner, se sintieron inducidos en su último libro a pedirle ex­
plicaciones. Exigían que diese argumentos personales a su ata­
que público.
Nietzsche confesó a la vieja amiga de Wagner, Mathilde
Maier98, que había salido por sí solo de sus apuros al expresar
sus pensamientos. Calificar el arte wagneriano de ofuscación de
185
lo verdadero y sencillo, lucha con la razón contra la razón, «arte
barroco de la hipertensión y de la inmensidad glorificada», le de­
bía ayudar a superar la enfermedad y a anular el extrañamiento
ante el propio temperamento y ante el talento. (Exactamente igual
que Nietzsche valoró entonces la obra de Wagner, se presentó luego
en el espejo deformador del fascismo.) Apenas hay alguien, es­
cribía, que esté en condiciones de comprender sus sentimientos,
en qué alturas vivía ahora, y también en qué suave disposición
hacia los hombres, «más decidido que nunca a todo lo bueno y
apto, cien pasos más próximo a los griegos que antes: cómo vivo
ahora aspirando a la verdad hasta en el mínimo detalle, mientras
que antes sólo veneraba y admiraba a los sabios».
En el otoño de 1878 o en la primavera del año siguiente hubo
un fallido intento de la hermana de Nietzsche para intervenir en
Bayreuth. La respuesta de Cosima no dejaba ninguna pedante­
ría que desear. A pesar de todo, Elisabeth siguió siendo una per­
sona grata en Wahnfried. Cosima siguió en contacto con elia.
El propio Wagner intentó explicarse el oscurecimiento con res­
pecto a la supuesta influencia maligna de Rée, el amigo de Nietz­
sche, con uno de sus juegos de palabras: «Réekleckse». Como,
de repente, todas las alabanzas anteriores salidas de la pluma de
Nietzsche no podían ser ciertas, sino que había que despacharlas
como reflejo, Wagner se sintió obligado a hacer la observación
siguiente: «No es ningún honor para mí que éste me ensalce.»
Y cuando le sobrecogía la tristeza y Cosima le preguntaba preo­
cupada: «¿Estás insatisfecho con la vida?», él respondía: «No con
la vida, sino con la vida.»
Durante estos días de otoño de 1878 se efectuó también la gran
acción destructiva de los Wagner con las cartas de Nietzsche en
Bayreuth. El dolor de Nietzsche por la separación era demasiado
profundo para que fuese acompañado de rencor y malevolencia.
Quien buscaf la venganza y lo domina el resentimiento no es ca­
paz de elevarse a las palabras que Nietzsche escribió a Peter Gast
en 1880: «Nunca se ha pronunciado una mala palabra entre no­
sotros, sino muchas alentadoras y serenas, y tal vez no haya reí­
do con nadie tanto como con él.» Pero la airada Cosima no le ocul­
taba a Elisabeth lo que pensaba de su hermano. La infidelidad
de un amigo sólo podía significar para Wahnfried un acto de tras­
torno mental. Más al escribir: «¡Muchas cosas han contribuido
186
al triste libro! Por último llegó también Israel en la figura del Dr
Rée»; Cosima se quitó la careta.
La Cosima en la que Nietzschc quería ver una reencarnación
de Ariadna no tenía idea del trasfondo psicológico de la tragedia
dionisíaca que empieza a vislumbrarse en ‘Humano, demasiado
humano’. Tampoco sabía que, tras la caída de Wagner, seguía
siendo para Nietzsche 'la mujer más simpática que jamás haya
encontrado en mi vida’. (A Malwida, el 14 de enero de 1888.)
Los dolores y enfermedades de Nietzsche no cesaron durante
el tiempo de gestación del último libro. Una y otra vez tenía que
emanciparse de sus enseñanzas académicas, convertidas en escla­
vitud. También se derrumbaron los planes de matrimonio, y no
le quedaba ya más camino que abandonar su cátedra de Basilea.
También le obligaban a ello las circunstancias externas de la vi­
da. La hermana se volvió definitivamente a Naumburg, con la
madre, disolviendo el hogar de Basilea. Los dolores de cabeza y
de ojos y los vómitos constantes atacaban a Nietzsche con regula­
ridad atormentadora. Así que el 2 de mayo de 1879 presentó su
dimisión al presidente del consejo de educación de Basilea. Con
gran pesar se le dejó marchar seis semanas más tarde. No obs­
tante sus interrupciones, la universidad supo valorar sus traba­
jos. Aunque siempre la había sentido como opresivo, Nietzsche
sufrió mucho al despedirse de su trabajo académico y estaba agra­
decido de tener cerca a la amiga Marie Baumgartner, a la que
le dijo: «Abandono Basilea para siempre.»
Un breve periodo de recuperación en el balneario montañés
de Bremgarten, cerca de Berna, le devolvió tantas energías que
pudo viajar solo a Saint-Moritz. «¡Que pudiera vivir esto toda­
vía!», escribió agradecido. «No sabía que la tierra mostraba esto,
y creía que se lo habían inventado los buenos pintores.» Más tar­
de solía decir: «El Engadin me ha devuelto la vida.»
Cuando Nietzsche pasaba el invierno de 1879/80 en Naum­
burg le volvió, implacable, el dolor de cabeza. Así que en febrero
de 1880 marchó de nuevo al sur, primero a Riva, y desde allí a
Venecia. Aquí se iniciaron los apuntes de su nueva obra, ‘Auro­
ra’, que continuó durante el verano y el otoño en Marienbad,
Naumburg y Stresa y terminó finalmente en 1881 en Génova.
Cuando acabó el año, Nietzsche se describió a sí mismo ante ma­
rie Baumgartner como medio muerto de dolor y agotamiento.
187
En Bayreuth se cerró el año el 25 de diciembre con un con­
cierto privado de la Meininger Hofkapelle, en el vestíbulo de la
villa de los Wagner, celebrado una vez más como sorpresa para
Cosima a las siete de la mañana. Constó del preludio del ‘Parsi­
fal’, con un final de concierto añadido por Wagner para este fin.
Por la tarde siguió un concierto con el Idilio de ‘Sigfrido’ y varios
movimientos de las sinfonías de Beethoven.
Por aquel cambio de año, tras la guerra victoriosa, se hallaba
Alemania en un estado de creciente prosperidad. Nietzsche, en
cambio, estaba amargado y rencoroso con su patria. La amargu­
ra de Nietzsche coincidía en muchos puntos con el temor de Wag­
ner a que Alemania se acabase como nación. Naturalmente, esta
estimación de Wagner se debía a su más íntimo hastío por los cons­
tantes apuros financieros. Claro que no pensaba en la Alemania
que ascendía a potencia mundial con posesiones coloniales consi­
derables. «Mi desesperación por Alemania y su situación es to­
tal», escribía Wagner en marzo de 1881 desde Italia al banquero
Feustel de Bayreuth, «y con ello se dice algo, pues cuando, plena­
mente consciente, tomé mi propia dirección, escribí en mi ban­
dera: ¡Estar y caer con Alemania!» Su firme convicción de la de­
cadencia cada vez mayor de la situación europea y, especialmen­
te, alemana era tan fuerte que, para conservar su intensidad de
trabajo, pensó seriamente en emigrar a América.
En el otoño de 1880, Wagner parecía sentir ya haber dejado
el ‘Parsifal’ al rey como compensación por el pago de las deudas
del festival. Así que se distanció del acuerdo:
¿Cómo puede y debe representarse una acción en la que
se exponen abiertamente los misterios más sublimes de la
fe cristiana, en teatros como el nuestro, junto a un reperto­
rio de óperas y ante un público como el nuestro?
No me disgustaría realmente porque nuestras autorida­
des eclesiásticas se opusieran enérgicamente a una represen­
tación de los misterios sagrados en las mismas tablas en las
que ayer y mañana se propaga cómodamente la frivolidad,
y ante un público que únicamente se siente atraído por la
frivolidad.
Dictatorialmente, como si jamás hubiese ‘empeñado’ el ‘Par-
sifal’ al rey, exigía Wagner: «En el futuro, el ‘Parsifal’ debe re­
188
presentarse única y exclusivamente en Bayreuth. Jamás debe ofre­
cerse el ‘Parsifal’ en otro teatro para diversión del público, y el
que así sea es lo único que me ocupa y me ha inducido a reflexio­
nar cómo y con qué medios puedo garantizar el destino de mi obra.
¡Me siento como si cada día escribiese mi testamento!» Poco des­
pués cedió generosamente el rey y rescindió todos los acuerdos
anteriores sobre la representación del ‘Parsifal’, encargándose tam­
bién del protectorado exclusivo de los festivales, ya que los wag-
nerianos, especialmente Wolzogen, habían puesto en circulación
precipitadamente el plan de un protectorado de varios príncipes
alemanes para Bayreuth. De esta manera, se extinguió el dere­
cho del rey, adquirido en 1876, para representar el ‘Parsifal’ en
Munich.
En el invierno de 1880, Wagner sufrió varios ataques al cora­
zón con espasmos. Los médicos le recomendaron una larga es­
tancia en el sur, así que se mudaron con familia y criados a Ná-
poles por ocho meses. La composición del tercer acto del ‘Parsi­
fal’ avanzaba despacio. Wagner, antes apresurado, se tomaba aho­
ra tiempo para dedicarse a su familia, sobre todo a Siegfried, y
a disfrutar de la solazada vida meridional. Sus pensamientos se
dirigían cada vez más a las cosas del otro mundo, las creencias
del cristianismo y el papel mediador de la iglesia lo ocupaban mu­
cho. Dirigió a Wolzogen la siguiente epístola religiosa:
Casi temo que nos sea difícil llegar a entender lo que sig­
nifica y es para nosotros, por toda la eternidad, el sencillo
redentor verdaderamente reconocido, purificado y redimi­
do de toda deformación alejandrino-judaico-romano-
despóstica, incomparablemente sublime, en la figura histó­
ricamente comprensible de Jesús de Nazaret. Sin embargo,
al presentar sin consideración la iglesia, el cristianismo, to­
do el fenómeno del cristianismo, en la historia, nuestros ami­
gos deben saber siempre que esto se hace por aquel Cristo
que queremos conservar para nosotros en su plena pureza,
en su absoluta incomparabilidad y candidez, a fin de trans­
portarlo a esos tiempos terribles que debieran seguir a la caída
necesaria de todo lo que ahora existe.
Wagner había terminado en el verano de 1880 su escrito ‘Re­
ligión y arte’, en donde resuena el pensamiento de que el socia­
189
lismo puede considerarse como algo digno de atención en rela­
ción con el vegetarianismo, la protección de los animales y la
moderación.
Nietzsche, quien ocho años después tronaba, exasperado, en
el ‘Anticristo’ contra el cristianismo, andaba metido ahora, al mis­
mo tiempo que Wagner, en especulaciones teológicas parecidas.
No obstante, afloran aquí, en brevedad aforística, procesos men­
tales más convincentes que las confusas observaciones de Wag­
ner. «Es falso hasta el absurdo», escribe Nietzsche, «que en una
‘fe’, por ejemplo, en la creencias de la redención por Cristo, se
vea el distintivo de los cristianos: únicamente la práctica cristiana,
una vida según la que vivió el que murió en la cruz, es cristia­
no...» El inmoralismo de Nietzsche persistió hasta el final en la
oposición radical a la religión cristiana. Hay que tener también
en cuenta este hecho cuando se está dispuesto a ver el exaltado
final del ‘Anticristo’ como algo dictado por la ruina incipiente.
También Nietzsche parecía estar próximo a la muerte. La es­
tancia con la madre y la hermana en Naumburg le sentó mal; la
vida suponía para él un suplicio terrible, de suerte que ansiaba
el fin. También creía haber concluido la obra de su vida, «natu­
ralmente como a uno que no había tenido tiempo». Malwida von
Meyscnbug representaba la última vinculación con los Wagner,
pues podía inquirir cómo iban las cosas en Nápoles.
¿Tiene usted buenas noticias de los Wagner? Hace ya
tres años que no sé nada de ellos: ésos también me han aban­
donado, y hace mucho que sabía que, desde el instante en
que notase la diferencia de nuestras aspiraciones, Wagner
tampoco seguiría siendo amigo mío. Me han dicho que es­
cribe contra mí. Que siga: la verdad tiene que salir a la luz
como sea. Siento un agradecimiento eterno hacia él, pues
a él le debo algunos de los estímulos más fuertes para m¡
independencia intelectual... Pero soy totalmente incapaz de
cualquier trato y de reanudar las relaciones. Es demasiado
tarde.
El 20 de octubre de 1879 inició su actividad en Wahnfried el
hombre que buscaba el lazo entre Wagner y Nietzsche, a quien
admiraba: Heinrich von Stein, aficionado a la filosofía y a la poesía,
nacido en Coburg en 1857, entró en Wahnfried como preceptor
190
particular de Siegfried. ¡Por fin, otro joven que podría incorpo­
rarse a la familia! El barón, de antiquísima alcurnia franco na",
gigante delgado de pelo rubio, pequeño bigote, grandes ojos azu­
les, más parecido a un militar que a un filósofo, encantó a todos
y el maestro lo reclamó inmediatamente para sí. Esta hermosa
esperanza se parecía en mucho a Nietzsche: la misma juventud,
igual de modesto, el mismo sonrojo ante los chistes fuertes y apa­
sionado a pesar de toda la rigidez. Von Stein también tomaba
parte en la vida festiva de la familia Wagner en Nápoles. Malwi-
da vivió y contó cómo el pintor ruso Paul Joukowsky100, amigo
de Henry James101, fue contratado como escenógrafo para las de­
coraciones del ‘Parsifal’ en Bayreuth, que se había obtenido los
servicios de Engelbert Humperdinck102, quien confirmaría en
Bayreuth, sobre todo como copista de las voces de orquesta, y pre­
senció también una representación casera de la escena del Santo
Grial, del primer acto del ‘Parsifal’, con Humperdinck y el com­
positor Martin Plüddemann en calidad de actores.
Nietzsche partió hacia el sur en la primavera de 1880, en pri­
mer lugar a Venecia, junto con Peter Gast, mejorando allí su es­
tado de salud. De esta estancia data su particular amor por esta
ciudad, como ocurriría también, al poco tiempo, con Wagner.
Julio y agosto los pasó Nietzsche en Maricnbad, donde trabajó
celosamente en su ‘mina moral’. Allí discutió también con un al­
to cargo religioso acerca de Wagner, interesándose por su traba­
jo sobre Palestrina'0’, que antes había inducido al sacerdote a
cultivar la vieja música religiosa en Regensburg (Ratisbona).
Mientras Wagner trabajaba en su ‘Parsifal’ estudió música reli­
giosa de la vieja Italia. Resultado de estos estudios la revisión del
Stabat Mater de Palestrina, publicado por Kahnt en agosto de
1878. El interlocutor espiritual de Nietzsche pertenecía ahora al
círculo del director de la orquesta de la catedral de Regensburg,
Hebel, que figuraba como principal editor de la edición de Pales-
trina en la editorial Breitkopf.
Las conversaciones con el sacerdote convencieron a Nietzsche
de que no se podía sustituir el trato estimulante con Wagner. So­
ñaba a menudo con Wagner, recordando siempre viejas confiden­
cias. A Nietzsche le parecía inútil tener razón en algunas cosas
contra él, pues no podía borrar de la memoria la simpatía perdi­
da. ¡No sólo le ocurría esto con Wagner! «Son los sacrificios más
191
duros que me han exigido mi vida y mi pensamiento, y todavía
vacila toda mi filosofía tras una hora de simpática conversación
con gente totalmente extraña: me parece dcmencial querer tener
razón al precio del amor, y no poder comunicar lo más precioso
de uno para no anular la simpatía.»
En septiembre volvió a visitar Nietzsche a la madre y a la her­
mana en Naumburg; a la vuelta hacia el sur se encontró con Over-
beck en Basilea, pasó algunas semanas en estado pésimo a orillas
del lago Maggiore, prosiguiendo luego hacia Genova, donde le
gustó la 'soledad de una buhardilla’, aunque apenas podía prote­
gerlo de su miserable estado. Sin estufa y con constante dolor de
cabeza, ‘a menudo con los miembros entumecidos’, este primer
invierno suyo en el sur no le fue nada bien. Gast le enviaba pen­
samientos sobre Wagncr y Nietzsche admitía en su respuesta lo
mucho que necesitaba de vez en cuando oír decir algo ‘más abso­
luto’ sobre Wagner. La primavera de 1881 la pasó en el pequeño
balneario de montaña de Recoaro, cerca de Vicenza. Y luego,
en el verano, cuando volvió a viajar al Engadin, se mejoró de re­
pente su estado de salud.
Pues, casualmente, conoció el villorio de Sils-Maria, en el va­
lle del Inn. Este lugar, situado en uno de los más bellos valles de
montaña, le encantó tanto a Nietzsche, que comparó su paisaje,
por la impresión que le produjo, con las altiplanicies mexicanas.
Pero tampoco hubo aquí cielo azul, excepcionalmente ese año,
y a primeros de octubre se hallaba de nuevo en Genova, donde
escribió innumerables cartas en su monstruosa máquina de escri­
bir, recién adquirida y recién inventada. Su vista había empeo­
rado tanto que apenas podía descifrarse ya su caligrafía. No obs­
tante, lo que Sils le había regalado en el primer verano fue el co­
mienzo de 'Así hablaba Zarathustra’.
En Génova volvió a tener una fuerte impresión de ‘Carmen’
de Bizet. La ópera le parecía estar animada por el espíritu de
Merimée,<My pronto recordó que Merimée había escrito una no­
vela corta titulada ‘Carmen’. La fecha del primer contacto de
Nietzsche con la ‘Carmen’ de Bizet fue el 27 de noviembre de
1881 en Génova. Como prevención, en caso de que su amigo Gast
se riera de semejante preferencia, Nietzsche le hizo saber por carta
lo siguiente: «No me confundo tan fácilmente con mi gusto.» En­
contró admirable el libreto de Meilhac y Halévy, que también ha­
192
bían proporcionado muchos textos de operetas a Jacques
Offenbach101, el maestro del arte del allegro tan apreciado por
Nietzsche. Poco después le llegó a Gast un arreglo para piano de
la ‘Carmen* de Bizet con numerosas notas al margen de Nietz­
sche. Este encuentro musical tendría un eco importante en *E1
caso Wagner*.
En Bayreuth se proyectaba la sombra del estreno del ‘Parsi-
fal’, y Nietzsche no dudó en asegurar una entrada para su her­
mana a través de Feustel y Overbeck. «Con declaración explícita
por tu parte, querida hermana, por cuál de los tres días de la re­
presentación principal te has decidido (26, 28 ó 30 de julio)», es­
cribe desde Génova.
Precisamente lo visitó Rée y, como solía ocurrir con las visi­
tas, las cosas no marcharon bien. «El primer día, todo muy bien;
el segundo aguanté utilizando toda clase de estimulantes; el ter­
cero, agotamiento, por la tarde un desmayo; el cuarto, en cama;
el quinto volví a levantarme, para acostarme de nuevo por la tar­
de; el sexto y hasta ahora, siempre dolores de cabeza y debilidad.»
Y el trato con Rée era para él de lo más confortador. Por lo de­
más, fueron juntos al teatro, donde precisamente actuaba Sarah
Bernhardt106 en ‘La dama de las camelias*. En el estreno, tuvo
la desgracia de caer como muerta tras el primer acto. El público
aguantó una dolorosa hora de espera hasta que siguió actuando.
Pero en medio del mismo acto sufrió un vómito de sangre en el
escenario, terminando así, prematuramente, la representación.
No obstante, la Bernhardt se presentó las noches siguientes con
un éxito enorme. Su aspecto y sus modales le recordaban mucho
Cosima a Nietzsche.
En marzo de 1881 supo de una carta en la que Edouard Schuré
había caliñcado de ‘nihilismo desgarrador’ el diferente modo de
pensar de Nietzsche respecto a Wagner. Gast fue muy ligero en
informar de ello a Nietzsche, y la observación ahondó ‘demasia­
do en el corazón..., ¡pero sigamos valientes!’ (A Gast el 13 de
marzo de 1881.)
Esto se debía también a que, por bien de los ojos, había teni­
do que renunciar para siempre a leer notas y a tocar el piano y
muy raras veces tenía ocasión de oír música.
Lejana estaba ya la última reunión con Wagner en Sorrento.
Cosima mantuvo una breve correspondencia con el biógrafo de
193
su padre, Ludwig Schemann, colaborador libre de las Bayreut-
her Blátter. Los corresponsales estaban de acuerdo en que: la «bús­
queda de independencia» fue lo que perdió a Nietzsche para Bay-
reuth. Pues quien no practicase su investigación en puro acuerdo
y enajenación a la sombra del maestro tenía que caer en la im­
productividad. Cosima recordaba con melancolía los tiempos del
‘Nacimiento de la tragedia’, cuando el joven adepto se hallaba
todavía de acuerdo con Wagner. Siguiendo el ‘hermoso ejemplo’
del señor Wolzogen, Schemann, en cuanto sucesor de Nietzsche,
debía ponerse también del lado de Wagner. Era comprensible que
Nietzsche no quisiera alinearse en «semejante ejercito bien nutri­
do de héroes bajo el rey, el genio», como lo denominaba Cosima.
Heinrich von Stein, por ejemplo, había contentado a Cosima
separándolos de las ¡deas de su modelo Nietzsche a fin de contri­
buir a cimentar la ideología de la colina de los festivales. Pero tam­
poco era para ello lo bastante radical para «abandonar todo lo malo
que se hacía fuera sobre la base de nuestro conocimiento». Todo,
hasta las universidades, debía contemplarse bajo la lupa de Bay-
reuth. Pero: «Estos no se encontrarán, los que se ocupan de ello
buscan otra cosa.» Y Nietzsche había eludido precisamente esta
pretensión de exclusividad.
A los huéspedes de la colina de los festivales no les quedaba
otra cosa que la adoración. Pues Cosima confundía cada vez más
a su esposo con el objeto de la confusa fe cristiana que el maestro
se había fabricado para el uso doméstico del festival. Su obra ‘He­
roísmo y cristianismo’ se debe a la frase que Cosima dijo a Sche­
mann: «Afortunadamente, no sólo sale de Bayreuth doctrina, si­
no indicación para la acción, y, en verdad, en casi todos los terre­
nos. Y el Salvador no supo hacer otra cosa al sacrificarse para
que sus discípulos actuasen.»
Schemann se alineó también en la serie de los conferenciantes
que viajaban haciendo propaganda de la causa de Bayreuth con
la introducción de ejemplos musicales. También en este campo
se convirtió en una especie de sustituto de Nietzsche, quien mu­
chos años antes había lanzado en el debate su ligera decisión de
humo de pajas en el sentido de emprender él mismo veladas se­
mejantes para Wagner. Cosima confirma resignada: «Al parecer
se le ha perdido la fe. En realidad, nunca la ha poseído, pero es
consolador que usted ocupe su lugar y que un talento amigo nos
194
permita vivir ahora la realización de algo que fue viciado en su
principio.» A pesar de todo, con motivo del trabajo de Schemann
sobre Schopenhauer, en Bayreuth se recordaba el ‘lenguaje her­
moso, cálido y sencillo’ de Nietzsche, que parecía volver en el ‘rico
impulso’ de Schemann. El propio Wagner afirmaba que el joven
Nietzsche había florecido una vez, quedándose únicamente en tu­
bérculo, ‘una cosa repugnante, en realidad’.
Rodeado de familia y amigos, Wagner marchó en noviembre
de 1881 a Nápoles, pasando por Munich, Bozen y Vcrona, y lue­
go, por barco, a Palermo, donde se hospedó en el Hotel de Pal­
mes. Aquí inició la partitura del tercer acto del ‘Parsifal’. Joseph
Rubinstein10' terminó el arreglo para piano de toda la obra, que
se publicó en abril de 1882. Wagner tuvo que interrumpir el tra­
bajo, torturado por dolores de bajo vientre, apareciendo también,
cada vez con más frecuencia, espasmos de pecho que no se diag­
nosticaron como enfermedad del corazón. En enero terminó la
partitura.
Tras superar repetidas molestias de corazón, Wagner se llevó
a Hermann Levi a una excursión a Messina. El director de or­
questa le cuenta a su padre en una carta del 13 de abril de 1882:
Es el hombre mejor y más noble. Es natural que sus con­
temporáneos no lo entiendan y lo calumnien; a Goethe tam­
poco le fueron mejor las cosas. Pero la posteridad reconoce­
rá algún día que Wagner fue tan grande hombre como ar­
tista, como saben ya quienes están próximos a él. Su lucha
contra lo que el llama ‘judaismo’ en la música y literatura
modernas brota de los motivos más nobles, y el que no guarde
ningún pequeño risches, como, por ejemplo, un hidalgo lu­
gareño o un santurrón protestante, demuestra su compor­
tamiento hacia mí, hacia Joseph Rubinstein y sus antiguas
relaciones íntimas con Tausig, a quien amó tiernamente.
Así escribe el judío Hermann Levi, a quien el encuentro con
Wagner ofuscó tanto como a la mayoría de los jóvenes espíritus
fogosos que se acercaban a él.
Efectivamente, el antisemitismo del Wagner maduro parece
estar animado principalmente por Cosima, que apoyó una agita­
ción reciente del marido de Elisabeth Nietzsche, el funesto Dr Fórs-
ter, la llamada Petición Fórster. Pero ella apenas podía sospechar
195
(¿o lo hizo pensando en la exclusividad de Bayreuth?) lo mucho
que perjudicaría así a los planes de representación del ‘Anillo’ en
Berlín por el agente judío Angelo Neumann. Ante su demanda
de información, aclaró Wagner: «Estoy totalmente alejado del ac­
tual movimiento antisemita; un artículo que próximamente pu­
blicaré en las Bayreuther Blátter lo proclamará de tal manera que
incluso a las personas ingeniosas debiera resultarles imposible po­
nerme en relación con ese movimiento.» Como Neumann, en
cuanto wagneriano impertérrito se incluía entre los ‘ingeniosos’,
las primeras representaciones del ‘Anillo’ en Berlín por parte de
su compañía se celebraron en mayo de 1881.
Levi debía encargarse de la dirección musical del primer ‘Par-
sifal’ de Bayreuth, y en abril discutió con Wagner los planes para
los ensayos. Desde Bayreuth informaba así a su padre: «He pasa­
do aquí tres días magníficos. El maestro estaba de muy buen hu­
mor, hemos hablado de muchas cosas para el año que viene...,
ya no es ningún secreto que yo voy a dirigir la obra.»
En junio volvió a vivir Levi en la villa Wahnfried. Dos días
después de su llegada, abrió Wagner una carta anónima en la que
se acusaba a Levi de tener relaciones con Cosima. El autor de
la misiva exigía a Wagner que ‘mantuviera pura su obra’ y no
permitiera que la dirigiese un judío. El maestro mostró inmedia­
tamente a Levi la ominosa carta. Profundamente afectado, el di­
rector se marchó secretamente tras la comida de mediodía. Cuando
Wagner lo llamó telefónicamente desde Bamberg, Levi le rogó
que lo relevase de su compromiso. Wagner le conjuró en una carta
del 1 de julio: «Por el amor de Dios, vuelva inmediatamente y
conózcamos de una vez. No pierda nada de su fe, pero gane tam­
bién un gran valor. Tal vez haya un gran giro en su vida, pero
en cualquier caso es usted mi director del ‘Parsifal’». Sorprenden­
temente, el incidente se salvó gracias a este llamamiento impreciso.
Nietzsche había conocido a Hermann Levi en 1882, pero re­
sultaron inútiles sus esfuerzos por que se ejecutasen las composi­
ciones de Peter Gast, lo mismo que con von Bülow, cuya actitud
crítica ante la ópera de Gast ‘Scherz, List und Rache’ disgustó a
Nietzsche. Bülow iniciaba su respuesta al envío del manuscrito
de esta manera: «¡Wagner es un fenómeno! — ¡Los fenómenos
no hacen escuela!» El director apenas echó un vistazo a la parti­
tura tras haber pasado las primeras páginas. Tenía a Gast por
196
un mero imitador de Wagner, lo que motivó esta manifestación
de Nietzsche a Gast: «El señor von Bülow tiene los malos moda­
les de los oficiales prusianos, pero es un tipo honesto; el que ya
no quiera ocuparse de música de ópera alemana se debe a razo­
nes secretas de todo tipo.» Estas razones no se derivaban exclusi­
vamente de la separación de Bülow y Cosima. Rechazaba la nue­
va música de Wagner y se hallaba próximo al grupo en tomo a
Johannes Brahms. No obstante, Nietzsche aconsejó a Gast que
fuese a Bayreuth en el verano de 1882, porque allí encontraría
a los poderosos de la ópera de Alemania juntos, entre ellos a Her-
mann Levi. Además suponía que todos sus amigos y su hermana
estarían allí. Sin embargo, Gast decidió no ir, para mayor desilu­
sión de Nietzsche, a quien le parecía que era una gran omisión
para un compositor no conocer la orquesta de Wagner y sus in­
novaciones instrumentales.
Por recomendación de Gast, Nietzsche escuchó ‘El barbero
de Sevilla’ de Gioacchino Rossini; halló la ejecución magistral,
pero se mostró desilusionado con la música, que no parecía ha­
blarle de la Sevilla que él amaba. «La enorme agilidad me resulta
tan penosa como la visión de un payaso.» En la ‘Sonámbula’ de
Vincenzo Bellini oyó Nietzsche en el papel de protagonista a la
señorita Nevada, que le encantaba.
Finalmente, seguía gustándole la ‘Carmen’ de Bizet, esta vez
con la señora Galli-Marie en el papel de protagonista, ‘une per-
sonne tres jolie, tres chic’. Fue la primera intérprete del papel en
el estreno de París el 3 de marzo de 1875. Por deseo suyo, Bizet
añadió la ‘Habanera’, cuyo lugar ocupaba antes una pieza me­
nos efectiva. Como es sabido, los parisinos rechazaron la ópera
y se olvidaron de ella a la muerte de Bizet. Unos años más tarde,
la señora Galli-Marie consiguió representar ‘Carmen’ en el sur
de Francia y en Italia. Y gracias a su actividad volvió a represen­
tar la obra en París. Esto supuso para la artista y para el nombre
de Bizet el éxito definitivo.
Antípoda musical de Wagner, que Nietzsche se había elegido
ya hacía años, este Georges Bizet con su ‘Carmen’ no cesaba de
alimentar las reflexiones estéticas e histérico-culturales del filóso­
fo. Nietzsche no sólo oyó unas veinte veces ‘Carmen’ en el curso
de estos años, sino que también reunió material para la contra­
197
posición polémica de esta música a la de VVagner en su folleto ‘El
caso Wagner’, de 1888.
En una carta a Malwida, Nietzsche reconocía desde Génova:
No me quejo de que todo el mundo me deje solo ahora,
lo encuentro útil, en primer lugar, y natural, en segundo.
Esta es y fue siempre la regla. El comportamiento de Wag­
ner hacia mí pertenece también a la trivialidad de la regla.
Además, es el hombre de su partido; y el azar de su vida
le ha proporcionado una formación tan fortuita e incomple­
ta que no puede comprender la importancia ni la necesidad
de mi pasión. La idea de que alguna vez Wagner puede ha­
ber creído que compartía sus opiniones me hace sonrojar
ahora. Por último, si no me engaño del todo acerca de mi
futuro, en mi efecto se perpetuará la mejor parte del efecto
wagneriano, y esto es casi lo más divertido de la cosa...
Precavido, Nietzsche le preguntó a Peter Gast en febrero de
1882 si los Wagner habían vuelto de Palermo, puesto que él pen­
saba ir a Sicilia y temía la posibilidad de un encuentro desagra­
dable.
Primero llegó Rée a Roma el 13 de marzo, donde encontró
a la joven Lou von Salomé en casa de Malwida von Meysenbug.
El 29 de marzo, tomó Nietzsche un carguero de vela que lo llevó
de Génova a Messina y se quedó allí hasta el 20 de abril. Eligió
intencionadamente la forma más aventurera para este viaje. Ba­
jo un pretexto novelesco, consiguió convencer al capitán del car­
guero para que lo llevase como único pasajero. En Roma, Mal­
wida y Rée invitaron a Nietzsche y le dieron a conocer a la atrac­
tiva e inteligente rusa. Lo mismo que Rée, Nietzsche también que­
dó prendado de ella. Los amigos y la muchacha viajaron, los tres
juntos, a Tribschen para renovar allí los recuerdos. De este tiem­
po data también la única fotografía conjunta de los tres. La com­
pañía no duró mucho, pues Nietzsche visitó al profesor Overbeck
en Basilca y se marchó el 23 de mayo a Berlín, pasando por Naum-
burg. Tampoco se quedó aquí, pues el Grunewald no parecía co­
rresponder a lo que esperaba para su salud. Volvió a Naumburg,
donde con ayuda de un escribiente preparó para la imprenta el
manuscrito de la ‘Gaya ciencia’. Luego, en sustitución del Gru-
198
nevvald, a causa de los ojos y para verse con Lou, marchó a la
Selva de Tautenburg.
En Tautenburg le pareció a Nietzsche que por primera vez
había encontrado a un ser humano que podía darle nueva fuerza
a su vida. Pensaba en casarse y le pidió a Réc la solicitase en su
nombre. Pero el afecto de Lou por Nietzsche no iba dirigido ha­
cia un compañero para toda la vida; más bien, su participación
creadora en sus pensamientos la retraía del vínculo matrimonial.
La cohibición de Nietzsche a expresarse ante ella sin rodeos con­
tribuyó a crear una situación que no puede calificarse más que
de trágica. Aunque Rée tampoco tuvo éxito con su encargo, el
amigo se convirtió en rival, además de confidente. De nada sir­
vieron todas las garantías de Lou en el sentido de que quería man­
tener la amistad. El embrollo de la situación aumentó más aun
cuando en julio de ese mismo año se reunieron en Bayreuth los
amigos de Nietzsche, la hermana y Lou para asistir al estreno del
‘Parsifal’.
Con tal motivo, Elisabeth Nietzsche mantuvo una entrevista
con Wagner en su villa Wahnfried. Como despedida oyó mur­
murar al maestro: «Dígale a su hermano que desde que se fue me
he quedado solo.» Estas palabras, si es que se pronunciaron en
realidad, se expresaron medio año antes de la muerte de Wag­
ner, en los momentos culminantes de su fama, cuando se veía ro­
deado de respeto y admiración. Nietzsche recibió, naturalmente,
este mensaje, sintiéndose tan afectado que inmediatamente se puso
a trabajar en el aforismo ‘Amistad estelar’10®, en donde confiesa
esto:
Eramos amigas y nos hemos convertido en extraños. Pe­
ro está bien así, y no queremos ocultarlo, como si nos aver­
gonzásemos de ello. Somos dos barcos, cada uno de los cuales
ha emprendido su rumbo; podemos cruzarnos y celebrar una
fiesta juntos, tal como lo hemos hecho, — y luego estaban
los barcos tan tranquilos en un puerto y a un sol que daban
la impresión de haber llegado a la meta. Pero luego nos se­
paró la fuerza todopoderosa de nuestra misión, en distintos
mares y soles, y tal vez no nos volvamos a ver nunca más,
tal vez volvamos a vernos, pero no volveremos a reconocer­
nos: los diferentes mares y soles nos han cambiado. El que
nos hayamos convertido en extraños el uno para el otro es
199
la ley que impera por encima de nosotros: precisamente por
eso seremos también más venerables el uno para el otro. Pre­
cisamente por eso debe ser más sagrado el pensamiento de
nuestra antigua amistad. Probablemente haya una enorme
curva invisible y una órbita en las que estén trazados, como
pequeños trayectos, nuestras vías y objetivos, — ¡elevémo­
nos a este pensamiento! Mas nuestra vida es demasiado corta
y nuestra visión escasa como para ser más que amigos en
el sentido de esa sublime posibilidad. Y, por eso, queremos
creer en nuestra amistad estelar, aunque tengamos por ser ene­
migos terrenales.
No obstante, Nietzsche se perdió los festivales, se quedó en
Tautenburg. Para él, no entraba en consideración volver a acer­
carse a Bayreuth. Había persuadido a Elisabeth y a Lou para que
lo visitasen tras los festivales. Pero, primero, viajó el 23 de julio
a Naumburg para preparar un poco a su hermana sobre el ‘Par-
sifal’. Todavía no habían restañado las heridas que él mismo se
había hecho en Bayreuth. Le afectaba muchísimo el haberse ex­
cluido voluntariamente del círculo de discípulos de Wagner.
Mientras le tocaba a la hermana el arreglo para piano del ‘Par-
si fal’ le vino una extraña sensación de identidad: de Fepentc, to­
mó conciencia de que él mismo había llevado esa música al papel
siendo muchacho, cuando nació su ‘Oratorio’. A Nietzsche le gus­
taba rememorar los presagios y por eso encontramos en sus últi­
mos apuntes la observación siguiente:
«De muchacho era pesimista, por ridículo que esto parezca.
Unas cuantas líneas de música de mis doce o trece años son, en
el fondo, lo más negro y decisivo de todo lo que conozco de músi­
ca negra. Todavía no he encontrado entre ningún poeta o filóso­
fo ningún pensamiento ni palabra que salieran de lo más hondo
de la negación.» De la misma época procede una mirada retros­
pectiva que describe ya el presagio del distanciamiento con Wag­
ner: «De muchacho me gustaban Hándel y Becthoven; pero cuan­
do tenía quince años se sumó ‘Tristán e Isolda’ como un mundo
comprensible para mí. Mientras que por entonces opinaba que
‘Tannháuser’ y ‘Lohengrin’ estaban por debajo de mi gusto’: en
cuestiones de gustos los muchachos son muy orgullosos.»
Muy excitado, Nietzsche le cuenta a Peter Gast en una carta:
200
«Finalmente dije: Querida hermana, exactamente este tipo de música
es la que hice de muchacho, la que he recuperado y vuelto a tocar
tras un largo intervalo: ¡la identidad entre estado de ánimo y expresión
era fabulosa! Algunos pasajes, por ejemplo *La muerte de los re­
yes’, nos parecían a ambos más conmovedores que todo lo que
conocíamos del P., aunque totalmente parsifalesco. Confieso que,
realmente asustado, fui nuevamente consciente de lo cercano que
estoy a Wagner.»
Naturalmente, se proponía recabar más tarde, como última
instancia, el juicio de Gast, puesto que no quería emitir ningún
juicio musical definitivo. Añadía también: «Quede bien entendi­
do, querido amigo, que con ello no pretendo elogiar el ‘Parsifal’.—
¡Qué décadence repentina! ¡Y qué cagliostricismo!» A Lou le ex­
presaba en una carta su satisfacción por no tener que estar en Bay-
reuth. «Y, sin embargo, si pudiera estar espiritualmente cerca de
usted y susurrarle al oído algunas cosas, incluso me resultaría so­
portable esta música del ‘Parsifal’.»
El 13 de enero del mismo año de 1882 había terminado Wag­
ner la partitura del ‘Parsifal’ y le había dicho a Cosima: «Todo
por amor a ti... Ningún Dios me habría convencido para instru­
mentar el ‘Parsifal’.» A pesar de todo, Wagner se vio aliviado de
sus mayores preocupaciones por el presupuesto del festival, pues­
to que, nj¡entras tanto, en su disposición «Para el fomento de los
grandes objetivos del maestro Richard Wagner», el rey había de­
terminado que la orquesta y el coro del Teatro de corte de Mu­
nich estuvieran dos meses cada año, a partir de 1882, a disposi­
ción de la empresa de Bayreuth.
La sensación del estreno de la nueva obra también prometía
ahora garantías financieras. El casi septuagenario Wagner con­
centró sus fuerzas, con increíble vigor, en la realización escénica
del ‘Parsifal’. El 2 de julio se iniciaron los ensayos. Wagner esta­
ba siempre presente, cantaba y tocaba cada papel. Si los escude­
ros del Grial daban un paso en falso, saltaba al escenario, cogía
el relicario y se ponía a la cabeza. Si un corista se atrevía a reír,
le gritaba: «¡Abandone inmediatamente el escenario! La persona
que puede reír ahora, no es buena persona y por lo tanto no tiene
nada que hacer aquí!»
En un principio, el rey Luis anunció su asistencia personal
al estreno. Sin embargo, tres semanas antes del mismo llegó de
201
improviso la negativa. Profundamente afectado, Wagner le es­
cribió al rey:
¿Quién me entusiasmó para efectuar este supremo y úl­
timo impulso de todas mis fuerzas espirituales? ¿Bajo la cons­
tante consideración de quién efectué todo y por quién me
alegraba del éxito? El mayor éxito ahora garantizado se con­
vierte ahora en el mayor fracaso de mi vida: ¿qué supone
todo ello para mí si no puedo proporcionarle a usted una
alegría con él? Y esto es lo último que voy a crear. La in­
mensa fatiga que apenas me deja hoy escribir estos renglo­
nes me dice hasta dónde he llegado con mis fuerzas.
Para el estreno, efectuado el 26 de julio, afluyó a la Verde Co­
lina el mundo musical europeo. Tan sólo las dos primeras fun­
ciones quedaron reservadas a los ‘patrocinadores’, las otras ca­
torce quedaron abiertas al público en general, debido a la asom­
brosa demanda. Y para facilitarles la asistencia a los menos pu­
dientes, Wagner sugirió que se creasen fondos de ayuda, idea que
pronto se llevó a cabo.
Nadie se molestó tanto como Nietzsche por la ampulosidad
de la obra, por la falta de coordinación de las voces solistas con
el conjunto, por los ilimitados monólogos. El efecto en los oyen­
tes era dominador, y se abandonó el teatro en silencio.
En la última representación ocurrió algo inesperado. Antes de
emplear la música de la transfiguración en la última escena, Wag­
ner declaró que quería dirigir él mismo este acto, cosa que no ha­
bía hecho nunca. El director Levi se retiró del atril y entregó la
batuta a Wagner. Pero él y su ayudante se quedaron en la con­
cha de la orquesta para darles a los músicos los necesarios signos
de ayuda. El público no percibió el cambio de director. Los mú­
sicos siguieron entusiasmados la batuta de Wagner. Theodor
Reichmann suspiró tras la caída del telón: «¡Esto sólo se aguanta
una vez! Tan sólo el propio maestro es capaz de semejante alien­
to, de tal despliegue de energía de las voces.» Observación que
permite deducir los ritmos sumamente lentos y la gran intensi­
dad de sonido. Cuando Wagner descansó la batuta terminó su
vida musical propiamente dicha.
Elisabeth y Lou, no enemistadas todavía por los celos, volvie­
ron a Tautenburg cargadas de impresiones. Nietzsche reemprendió
202
inmediatamente las conversaciones filosóficas con Lou y se vio
comprendido y animado por la amiga. Lo Itizo ntuy feliz su poe­
sía ‘Oración a la vida’11*’, a la que al poco tiempo él le puso mú­
sica al sentirse aludido en ella. Cuando Peter Gast leyó la poesía
sufrió la ilusión de que el mismo la había escrito. Por firmes que
fuesen los sentimientos de Nietzsche hacia Lou, el encuentro no
significaba para ella otra cosa que una amistad espiritual, alimen­
tada por la admiración. Cuando Lou abandonó Tautenburg a úl­
timos de agosto se puso de manifiesto que la hermana de Nietz­
sche se había convertido en enemiga mortal de Lou. Llena de in­
dignación moral y celosa de la supuesta rival, siguió afirmando
que ella era la única que sabía lo que era la filosofía de Nietzsche.
Le escribió a la madre que había visto nacer sus nuevas ideas y
que estaba asustada: influido por Lou, quería lo malo, pero ella
amaba lo bueno. La ‘virtud’ de Naumburg la tenía ahora Nietz­
sche contra sí mismo, había una ruptura real con la fantila. A su
madre se le escapó un día una palabra que lo impulsó a hacer las
maletas y salir de madrugada para Leipzig.
Desde allí le resumió en octubre de 1882 a Franz Overbeck
los dos acontecimientos declarados ‘maravilla’ del año:
Mientras Lou estaba preparada para la parte hasta aho­
ra callada de mi filosofía, como ninguna otra persona, Kó-
selitz es la justificación sonora de mi praxis y renacimiento
totalmente nuevos, por hablar de forma enteramente egoís­
ta. He aquí un nuevo Mozart —no tengo otra sensación: be­
lleza, cordialidad, serenidad, plenitud, profusión de inven­
tiva y la ligereza de la maestría del contrapunto. Eso no se
dio nunca junto, ya no me gusta oír otra música. ¡Qué po­
bre, artificial y teatral me suena ahora lodo lo de Wagncr!
La correspondencia con Peter Gast era lo único que lo conso­
laba del disgusto con la familia. Este músico, que parecía refor­
zar con obras la creencia de Nietzsche en el futuro dionisíaco del
arte, significaba una promesa que luego no se cumplió. Lo mis­
mo que Gast sentía las obras de Nietzsche «con más fuerza e in­
comodidad que nadie, también yo tengo que sentir más que otros
como un bálsamo todo lo que viene de usted; esta es una relación
muy distinta entre nosotros. Tal vez sea una relación como la exis­
tente entre los autores de comedias y tragedias (ya le dije una vez
203
que Wagner veía en mí a un autor de tragedias camuflado); lo
cierto es que, en términos generales, yo salgo más epicúreo que
usted; y así es la ‘ley de las cosas’: el autor de comedias es el gé­
nero superior y tiene que hacer más bien que el otro, quiera o
no quiera.» (A Gast, 3 de septiembre de 1883.)
Los elogios de Nietzsche apenas afectaron en realidad a la mú­
sica de Gast, que quedó en el olvido. Su valor y grandeza radican
únicamente en su importancia para Nietzsche. La relación de
Nietzsche con la música de Gast hay que entenderla por la rela­
ción humana del filósofo con el compositor de ‘El león de
Venecia’110. Nietzsche estuvo siempre agradecido a sus partida­
rios deseinteresados. El solitario convirtió en propia la causa de
Gast. Con su música, Gast aspiraba a liberar un poquito el espí­
ritu alemán de su gravedad, por lo que Nietzsche puso tantas es­
peranzas en ella. No es que le pareciera ya el cumplimiento de
su deseo tras el nuevo clasicismo, pero aplicó toda su elocuencia
a apoyar al músico Gast en la prosecución de su camino.
El tiempo ha pasado por las obras de Gast. De ellas no queda
más que los recuerdos retenidos en las cartas y escritos de Nietz­
sche. El entusiasmo de Nietzsche por los logros del amigo indujo
a algunos músicos a dudar de la competencia de su juicio en cues­
tiones musicales, especialmente en relación con Wagner. Su equi­
vocación con Gast, deducían, hablaba en contra de sus valores
musicales. Mas quien sepa leer a Nietzsche y deduzca el tributo
de agradecimiento de sus manifestaciones, puede ver que Gast
no era para Nietzsche más que un pretexto para diseñar la ima­
gen ideal del músico y presentarla una y otra vez.
Gast era el tipo del principiante prometedor que se queda en
mera esperanza y al que, en última instancia, le falta el fuego y
la pasión para la producción propia. El elogio de Nietzsche no
se refería en realidad a la música de Gast, sino a ese tipo ideal
que había mostrado en las ‘Meditaciones inoportunas’ con el ejem­
plo de Wagner. Somos testigos de un proceso angustioso: el soli­
tario que desde hacía tiempo no lograba ya ningún signo de amor,
se imaginaba a los amigos, a los discípulos y al amor que tanto
necesitaba. Se impuso la música que él exigía. Así que estilizó
y encareció desmesuradamente la impresión de la música de Gast.
En 1886 le escribe a Rohde: «Uno se hace viejo y nostálgico, y
ahora tengo necesidad de música, como aquel rey Saúl, y el cielo
204
me ha obsequiado con la felicidad de una especie de David... En
realidad debería tener a personas alrededor de mí, de la misma
índole que esta música que amo..., pero no todo el mundo puede
buscar lo que le gustaría encontrar.»
En esta búsqueda volvió a pensar Nietzsche en dar, tempo­
ralmente, lecciones libres. Es una gran ironía que la Universidad
de Leipzig, que antes le otorgó voluntariamente el título de doc­
tor, no pudiera ofrecerle luego ningún puesto cuando su impor­
tancia era ya reconocida por muchos y él pidió la admisión.
A la larga le era imposible a Nietzsche ignorar las habladu­
rías de la hermana acerca de Lou. Cuando por última vez se reu­
nió en Leipzig con Lou y Rée, la incomodó porque quiso decirle
algo desfavorable de Rée, lo que le facilitó a la hermana meterse
en el asunto. Con intrigas constantes, consiguió ya en aquel oto­
ño romper la amistad con Lou y, por tanto, con Rée. No es este
el lugar para seguir la dolorosa correspondencia que se prolongó
hasta el año siguiente. Nietzsche notaba bien la propia injusticia
y quiso reparar luego algunas cosas. Pero se quedó más solo que
nunca. La reconciliación externa con la hermana no le devolvió
la confianza del hermano. Elisabeth presentaba en público una
historia totalmente distinta, que no pudo descubrirse hasta des­
pués de su muerte (1935) en todas las falsificaciones y cartas fin­
gidas de Nietzsche, especialmente gracias a Karl Schlechta1".
En Leipzig, lugar del gran desengaño sufrido con Lou, Nietz­
sche visitó también a Arthur Nikisch, el director de los conciertos
de la Gewandhaus, y defendió ante él las composiciones de Gast.
Luego marchó a Génova pasando por Basilea. A fin de poder con­
centrarse en el mundo consolador de su ‘Zarathustra’, Nietzsche
abandonó la gran ciudad y se retiró a Rapallo, en el Albergho
della Posta, donde escribió la primera parte del libro.
En ese momento leía Richard Wagner en Venecia el libro an­
terior de Nietzsche, *La gaya ciencia’; la lectura aumentó su irri­
tabilidad y falta de dominio de sí mismo. ‘La gaya ciencia’ se ha­
bía terminado en enero de 1882, tras una época de creación llena
de extraordinaria tensión. Nietzsche eligió el título apoyándose
en el concepto provenzal de ‘gaya scienza’, esa «unidad de canto­
res, caballeros y librepensadores con que esa maravillosa cultura tem­
prana de los provenzales se destaca frente a todas las culturas
ambiguas».
205
En su libro, Nietzsche designa a Wagner como músico que
está más que ningún otro en condiciones de «dar con los sonidos
procedentes de las almas sufridas, oprimidas, martirizadas».
Nadie le iguala en los colores del otoño tardío, en la feli­
cidad indescriptiblemente conmovedora del placer último y
más breve; conoce el sonido de esas mediasnoches secretas
y misteriosas del alma donde causa y efecto parecen salir
de las fugas y en cada instante puede surgir algo de la nada;
sus mejores creaciones salen sobre todo del fondo último de
la felicidad humana y, al mismo tiempo, de su cáliz bebido,
donde las gotas más acerbas se han mezclado para buen y
mal fin con las más dulces.
La ovación culmina en la frase siguiente: «Como el Orfeo de
toda la miseria secreta, es el mayor que ninguno.»
Lo que más irrita a Nietzsche en tiempos de ' La gaya tun; 1.1
es el problema de la teatralidad de Wagner. Nietzsche confiesa
que: «El problema del actor es el que me ha inquietado por más
tiempo.» Estas palabras no pueden referirse a su propia biogra­
fía, como se deduce de la falta absoluta de teatralidad en la vida
de Nietzsche, si se prescinde de la creciente autoadmiración inte­
lectual de los últimos años. Nietzsche no coquetea cuando conti­
núa así en su libro: «Mi melancolía quiere... descansar en la per­
fección: para ello necesito música. ¡Qué me importa el drama!
¡Qué las convulsiones de sus éxtasis morales..., qué toda la char­
latanería gestual del actor! Se adivina que soy esencialmente an­
titeatral, pero Wagner era, por el contrario, esencialmente hom­
bre de teatro y actor, el mimómano más entusiasta que pueda dar­
se, incluso como músico.»
Esto puede subrayarse también con una comparación entre
las observaciones autobiográficas y autoanalíticas de Nietzsche,
que parecen revelaciones secretas, y las memorias de Wagner, que
gustan de la desfiguración y se presentan espléndidamente esce­
nificadas. Nietzsche no dio con el problema de la teatralidad has­
ta que se ocupó de Wagner. Se mostraba fascinado por el enig­
ma; y lo tuvo ocupado hasta la enajenación mental.
En el invierno de 1882/83, Rapallo fue el refugio de Nietz­
sche durante la época más atormentada de su vida. Tras el in­
somnio y la depresión, especialmente marcados, lo sobrecogió en
206
enero y febrero la euforia que le había sorprendido ya durante
el primer verano pasado en Sils. Con la plenitud de grandes ideas
que caracterizaba este estado se dio también la concentración en
el ‘Zarathustra’, cuya primera parte se redactó allí en tan sólo
diez días.
Paseando, como siempre, muchas horas al día, Nietzsche pon­
deró también un problema que había surgido por primera vez con
Wagner y que aguardaba respuesta: preocupaba a Nietzsche có­
mo puede configurarse en unidad orgánica, sinfónica, todo un acto
de ópera. Además de ciertas cuestiones prácticas, pensaba que el
músico, rodeando las relaciones meramente temáticas al estilo de
Wagner, tenía que crear un movimiento global como acto de ópera,
sobre la base del conocimiento exacto del drama correspondiente
con sus cambios y luchas de afectos. \Pero no la palabra! El texto
propiamente dicho tendría que componerse una vez terminada
la música, en continuada adaptación a la música: mientras que
ahora ha sido el texto el que ha arrastrado a la música... El otro
punto es que el curso de los afectos, la construcción global del ac­
to, debería tener algo del esquema del movimiento sinfónico: cier­
tos responsorios y cosas parecidas que, por lo tanto, el poeta tie­
ne que construir conforme la misión del acto, para que pueda ser
también un todo sinfónico como música.» (Carta a Peter Gast del
10 de enero de 1883.)
Estos pensamientos se asemejan, aunque sobre base distinta,
a un apartado destinado al ‘Nacimiento de la tragedia’, retenido,
sin embargo, en consideración a Wagner, y titulado ‘Música y
letra’. Nietzsche era demasiado musical como para asignarle a la
música una mera posición secundaria de comentario.

207
Muerte en Venecia

Igual que Wagner, Nietzsche sufrió también en Italia con el


tiempo especialmente malo de ese año. En una carta a Gast se
califica de «víctima de un trastorno natural. La vieja Europa del di­
luvio me va a matar, pero tal vez venga alguien en mi ayuda y
me lleve a las altiplanicies de México. La carga terrible que so­
porto a consecuencia del tiempo (¡hasta el viejo Etna empieza a
escupir!) se ha transformado para mí en pensamientos y senti­
mientos cuya presión ha sido terrible: y de la repentina liberación
de esta carga... ha surgido mi ‘Zarathustra’, el más desatado de
mis productos.»
Poco después de la última representación del ‘Parsifal’, Wag­
ner se fue también al sur con los suyos. Viniendo de Alemania
sufrieron ya algunas catástrofes. El puente ferroviario de Ale y
el puente del Adige en Verona «se derrumbaron media hora des­
pués de pasar nosotros; este último no lo ha cruzado nadie más
después de nosotros. Tal parecía ser nuestro estado de ánimo».
Los Wagner se albergaron en el Palazzo Vcndramin durante su
estancia invernal en Venecia. La corte era siempre principesca,
niños, maestro privado y personal se trajeron todos de Bayreuth.
De momento, Wagner no pensaba en el trabajo, pues los ataques
al corazón aumentaban.
Mas los planes para Bayreuth no podían ser más optimistas.
La última carta al rey suena a testarpento: «Sigo deseando que
todas mis obras se representen en nuestro Teatro de los festiva­
les, de tal manera que estas Representaciones puedan transmitir­
se como modelos de corrección al menos a mi posteridad más in­
mediata.» Wagner le pedía al destino otros diez vigorosos años
208
de vida, hasta que Siegfried, a la sazón con catorce años, se con­
virtiera en un hombre. Pero el presagio de la muerte ensombre­
ció el deseo de un decenio más.
El cumpleaños de Cosima durante el primer día de Navidad
empezó en el círculo de los niños. También vino con su esposo
Blandine, la hija de von Bülow, que en agosto se había casado
con el conde italiano Gravina, de rancia familia siciliana. El sue­
gro Liszt interrumpió sus vacaciones de invierno en el sur para
visitarlos en Venecia, donde compuso la pieza para piano ‘La lú­
gubre góndola’ y discutió con Wagner la ¡dea de una nueva for­
ma de sinfonías de un solo movimiento, que Wagner pretendía
componer. El preceptor de Siegfried, Heinrich von Stein, y Her-
mann Levi se contaban entre los huéspedes.
Sólo por horas olvidaba Cosima la preocupación por su mari­
do. Durante un ataque bastante fuerte (la enfermedad se habría
reconocido hoy como angina de pecho), la propia Cosima se des­
mayó llena de miedo, desmayo que, a medida que se acercaba,
le produjo el feliz sentimiento de morir junto con su amado. En
la tarde del cumpleaños de Cosima, Wagner asistió en el Liceo
Marcello a la ejecución, por una orquesta escolar, de su juvenil
Sinfonía en DO mayor, que había resonado por primera vez en
el Scheneiderherberge de Leipzig hacía medio siglo. En la sala
espléndidamente iluminada no se veía a nadie más que a la fami­
lia y a los amigos más íntimos. En honor de su hija, Liszt volvió
a tocar el piano. Mientras las campanas de todas las iglesias anun­
ciaban el día de Navidad, las góndolas volvían con los visitantes
exclusivos al Palazzo. «... En una fragancia de luna», cuenta Co­
sima, «como quizás sólo se da en Venecia».
A mediados de enero terminó el comité los festivales para el
verano. En contra de las esperanzas de Wagner, sólo podían efec­
tuarse doce de la veinte representaciones planeadas del ‘Parsifal’.
«Ya no me enfado por nada y dejo que me den masajes dos veces
al día», comunica a Alemania. Durante los días posteriores al Miér­
coles de Ceniza no se sintió peor que antes: estaba tranquilo y
pasaba muchas horas a solas con Cosima. Le entregó la dedicato­
ria del ‘Parsifal’, la abrazó durante largo tiempo y le pidió per­
dón por las muchas horas de molestias. En la noche del 12 de fe­
brero se invitó a cenar al escenógrafo Joukowsky. Tras la comi­
da, Wagner leyó trozos de la ‘Undine’ de Fouqué, mientras Jou-
209
kowsky esbozaba un retrato de Wagner en un bloc de notas que
le había dado Cosima. «Richard, leyendo, el 12 de febrero de
1883», puso Cosima debajo del dibujo. A solas de nuevo con Co-
sima, Wagner abrió el piano y tocó el lamento de la hija del Rhin.
Hizo hincapié en el texto: «Falso y cobarde es lo que se alegra
allí arriba...», y añadió dirigiéndose a Cosima: «Qué bueno que
hayamos reconocido a tiempo que sólo se es leal y liel en las pro­
fundidades... Soy bueno para ellos, para estos seres de las pro­
fundidades, para estos nostálgicos.» A la mañana siguiente se le
encontró inconsciente. A las tres de la tarde dejó de latir el corazón.
Exactamente a la misma hora en que moría Wagner en Ve-
necia terminaba Nietzsche en Rapallo la primera parte de su ‘Za-
rathustra’, circunstancia que él mismo destaca como fatal, demo­
níaca. La segunda parte la añadió durante los meses de junio/ju-
lio en Sils-Maria, la tercera al año siguiente en Niza, y la cuarta,
publicada en 1892, la produjo en Zurich, Mentón y Niza y la ter­
minó en 1884/85. El ‘nostálgico’ de Rapallo suponía que la muerte
de Wagner le proporcionaba el alivio más fundamental que po­
día darle el momento. En la primera manifestación del 19 de fe­
brero a Peter Gast ocultaba aún su conmoción al escribir: «Fue
duro tener que ser durante seis años enemigo de lo que más se
ha venerado, y no estoy hecho bastante tosco para ello. Al final
tuve que defenderme contra el envejecido Wagner; por lo que res­
pecta al Wagner propiamente dicho, quiero ser en buena parte
su heredero (como tantas veces le he dicho a Malwida). Durante
el último verano vi que se había separado de todas las personas
en las que puede haber tenido algún sentido influir en Alemania
y empezó a incluirlas en la confusa y desolada enemistad de su
vejez.»
Pero el 22 de febrero sale ya otra cosa cuando le escribe a Franz
Overbeck: «Wagner era con mucho el hombre más completo que he
conocido, y en este sentido he sufrido una gran carencia desde ha­
ce seis años. Pero hay entre nosotros dos algo así como una ofensa
mortal; y podría haber sido terrible si hubiera vivido más tiempo.—
Lou es con mucho la persona más inteligente que he conocido.Pero,
etc., etc.— Mi Zarathustra estará ya en imprenta... ¡No! ¡Qué
vida esta! ¡Y yo soy el portavoz de la vida!»
Nietzsche se debatía en las dudas de si debía escribir a Cosi­
ma. ¿De qué manera podía hacerlo? Gast le apremiaba a que hi­
210
ciera saber a la viuda lo mucho que le conmovía la muerte de Wag-
ner, pues todavía dependía de él poder consolarla después de to­
do lo ocurrido. Tras unos días malos que pasó en cama, Nietz-
sche se decidió a escribir"1 .
La doble imagen aquí diseñada se mantiene así hasta la muerte
de Nietzsche, aunque desde ahora carece de la presencia del más
viejo. La biografía externa de Nietzsche apenas ofrece ya aconte­
cimientos dignos de mención. Parecía haber encontrado un defi­
nitivo ritmo de existencia, incluso con respecto a sus estancias:
pasaba el verano en Sils, el invierno en Italia, sobre todo, en Ni­
za; desde 1888 también Turín se contaba entre los sitios preferidos.
La relación con Peter Gast, cuya música procuraba promo-
cionar, se enfrió temporalmente porque Gast había tomado con­
tacto en secreto con la hermana Elisabeth. Pero fue una disputa
que tuvo con Rohde, signos más bien de un decaimiento de la
salud que impulsaba a Nietzsche a la soledad interna y lo hacía
reaccionar de manera excesivamente sensible. En la casa que Nietz­
sche solía habitar en Niza lo rodeaban personas locuaces, y le lle­
gaban incluso cartas de admiradores en número creciente, lo que
lo indujo a hacerle a Overbeck la siguiente observación irónica:
«Este estilo de admiración lo ha llevado R. Wagner a la juventud
alemana: y ya comienza lo que profeticé hace tiempo, a saber,
que en algunas cosas seré el heredero de R. W.»
‘Venerado maestro’, empezaba una carta de un tal Paul Land-
ski, y Nietzsche tenía ‘sensaciones curiosas’ al pensar en los tiempos
en que él mismo había escrito canas semejantes a Wagner. Mien­
tras que el ‘Zarathustra’ adquiría forma, la vida no le ofrecía ali­
vios ni presentaba aspectos agradables para él. El hastío del en­
torno se reforzaba con tanta más violencia cuanto más tardaba
la impresión del ‘Zarathustra’. El editor Schmeitzner no tenía
ninguna esperanza de éxito, por modesto que fuese, de manera
que Nietzsche, para no tener que rogarle a Schemeitzner, mandó
imprimir por cuenta propia cuarenta ejemplares de la parte IV.
En este libro emergen pensamientos que hasta entonces no ha­
bían aparecido en el horizonte intelectual de Nietzsche: el eterno
regreso como fuente de energía para la elevación y ahondamien­
to de la vida. La filosofía de Nietzsche adquiere la importancia
de modelo precisamente el año de la despedida de Wagner. Nietz­
sche conocía la influencia que ejercía en sus lectores y la consi-
211
guíente responsabilidad que recaía sobre él. Se sentía maestro,
pero también reconocía preocupado el mal que semejante filoso­
fía podía hacer en los cerebros de los indignos.
En 1884 volvió a acercársele el mundo de Wagner a través
de una visita de Heinrich von Stein a Sils, y durante un poco tiem­
po parecía como si hubiese encontrado en Stein a un hombre en­
tregado a su persona y a su doctrina. Para el Nietzsche de la épo­
ca de Tribschen, la obediencia estaba ya al principio de toda for­
mación. Esta exigencia se llevó ahora a lo personal al confiarle
a Malwida: «Por discípulo entendería la persona que me prestase
un voto incondicional, y para eso sería necesario un largo perio­
do de pruebas y de pruebas difíciles.» La relación de Stein con
Nietzsche había empezado dos años antes en Leipzig. El joven
«barón», profesor habilitado en Halle, visitó en la primera mitad
de octubre de 1882 al amigo Dr Paul Rée. Muy deseoso de cono­
cer a Nietzsche, y animado también por Rée, Stein peregrinó a
la vivienda de Nietzsche en la Auenstrasse. Pero Nietzsche se ha­
bía ausentado: una carta lo había llamado para que se pasara un
día por Naumburg. Personalmente no se conocieron, tras el in­
tercambio de algunas cartas, hasta ahora en Engadin. La visita
de Stein fue para Nietzsche una de las tres cosas buenas por las
que debía estar agradecido en este año del ‘Zarathustra’. Estos
encuentros suponían siempre para él mucha ‘consecuencia’, mu­
cho ‘fatalidad’. En agradecimiento le envió una poesía a Stein.
Nietzsche no podía sospechar que la misión secreta de Stein era
ganárselo de nuevo para la causa de Bayreuth, o sea, que su visi­
tante estaba del lado del ‘adversario’. Junto con las gracias por
la poesía de Nietzsche, Stein expresaba el deseo de que Nietzsche
participase en la creación de un diccionario sobre los escritos de
Wagner y en un análisis mitológico de sus textos de ópera.
En diciembre informó Nietzsche a su hermana que estaba in­
dignado por las ‘oscuras’ gracias de Stein por la poesía enviada.
«Nadie sabe ya cómo debe comportarse.» En realidad, la carta
de Stein ponía a prueba la paciencia de Nietzsche. Su desmedida
pretensión de emplear un tiempo precioso en el empeño por des­
tacar la obra de Wagner debió parecerle inconcebible. Especial­
mente en alguien que, por las cartas y escritos de Nietzsche, de­
bía haber visto cómo Wagner había llevado a la desesperación al
pensador, filósofo y estilista Nietzsche, debía suponerse en él com­
212
prensión suficiente para enteder que, como teórico del conocimien­
to, Wagner merecía el rechazo de Nietzsche. Nietzsche juzgaba
retrospectivamente al científico amateur Wagner como un intru­
so falto de modestia y de capacidad en el mundo de la filosofía,
y, para Nietzsche, la filosofía de Wagner era uno de los tipos más
intolerables de diletantismo. «Que todavía no se haya sabido reír
es algo alemán y forma parte del viejo culto alemán a la confu­
sión.» De ahí también el estado de ánimo del siguiente borrador
de carta a Stein que, como ocurrió en innumerables escritos de
Nietzsche, varias veces formulados, no se llevó a cabo: «Al leer
su última y muy querida carta me embargó semejante maldad que
durante largo rato reí a costa suya y fue una buena cosa. No, que­
rido amigo, su amor es libre y no debe reducir, por culpa mía,
en una sola pulgada su amor por Richard Wagner. Pero debe con­
cederme que, por otro lado, no me confunda con él, pues yo no
soy ningún actor; sí, puede considerarme frío sin que me enfade.»
A Malwida, fiel a Wagner, le confió Nietzsche en marzo de
1885: «¡El pobre Stein! ¡Incluso tiene a R. Wagner por filósofo!»
La pretensión de atraerse al filósofo lejano para discutir el dic­
cionario de Wagner resulta menos incomprensible si se piensa que
‘El caso Wagner’ no se había escrito todavía y apenas había al­
guien que pudiera sospechar los abismos que se habían abierto
entre los adversarios. Al público no había trascendido nada de
las desilusiones de Nietzsche, y prueba de su tierna consideración
es que no le mencionó a Stein nada de ello, pues temía tocar cual­
quier admiración que descubriese en otro, especialmente en un
hombre como Stein, tan apreciado por él como poeta.
En secreto, Nietzsche había esperado que Stein se uniese a
él. Pero éste cometió además la imprudencia de describirles a los
de Bayreuth su entusiasmo por los días pasados en Sils-Maria.
Tres años más tarde murió Heinrich von Stein de un infarto,
por lo que no puedo cumplirse su deseo de vivir al lado de Nietz­
sche, anhelo que era absolutamente compartido por Nietzsche.
Este le escribió a la hermana: «Tengo en Alemania tan pocas per­
sonas de las que realmente pueda alegrarme: la mayoría de ellas
las aguanto como un animal paciente. ¡Pero con Stein era distin­
to!» A Peter Gast: «Lo he amado realmente; me parecía que me
lo habían guardado para la vejez... Era, con mucho, la species más
213
hermosa de hombre entre los wagnerianos: al menos por lo que
yo lo conocí.» Nietzsche parece haber dicho a los conocidos que
sólo había degustado la felicidad de sentirse ínter pares en su ju­
ventud con Rohde y Wagner y en ese día de agosto con Hcinrich
von Stein en Sils-Maria.

214
Contra la decadencia

Durante el invierno de 1884/85 volvió a mantener Nietzsche


correspondencia con Cari Fuchs acerca de cuestiones musicales
confiándole ‘reticencias no permitidas’ que le habían surgido en
relación con toda la música alemana con motivo de la ‘Carmen*.
La decadencia del melos, que creía presentir en cualquier contac­
to con los músicos alemanes, la tendencia cada vez mayor a ade­
manes afectivos aislados en la música, pero también la perfección
en el empleo de recursos retóricos, la convincente configuración
‘teatral’ del momento, todo esto le parecía no sólo compatible entre
sí, sino que tenía que condicionarse mutuamente. «¡Muy mal! ¡En
este mundo todo lo bueno hay que comprarlo demasiado caro!»,
se dice en una carta sin fecha dirigida a Fuchs. Para Nietzsche,
la expresión wagneriana ‘melodía infinita’ parecía simbolizar el
peligro de conservar una buena conciencia ante la pérdida del ins­
tinto artístico.
La ambigüedad rítmica, de suerte que ya no se sabe ni
debe saberse si algo es cola o cabeza, es sin duda alguna un
recurso con el que pueden alcanzarse efectos maravillosos:
el ‘Tristán’ está lleno de ellos; pero, como síntoma de todo
un arte, es y sigue siendo signo de disolución. La parte se
enseñorea del todo, la frase lo hace sobre la melodía, el ins­
tante sobre el tiempo (y también el lempo), el pathos sobre
el ethos (carácter, estilo o como quiera que se llame), por úl­
timo también el esprit sobre el ‘sentido’... Pero esto es déca-
denee, término que, como se entiende por sí mismo entre no­
sotros, no debe reprobar, sino únicamente designar.
215
Aquí se oye la voz del sucesor de Heinrich Heine, cuya espe­
ranza utópica en una nueva felicidad humana y dioses humanos
libres influyó en Nietzsche lo mismo que su rechazo del
cristianismo.
En ‘Más allá del bien y del mal’, el libro provocador en el
que Nietzsche trabajó durante el invierno, incluyó también a ‘Par-
sifal’ en este contexto, aunque vinculado al parentesco secreto de
Wagner con los románticos franceses de la primera mitad del si­
glo XIX. «Lo cierto es que los atormentaba el mismo Sturm und
Drang, que buscaban de la misma manera, ¡ estos últimos, grandes
buscadores!, todos ellos dominados por la literatura de la cabeza
a los pies, los primeros artistas de formación literaria universal,
la mayoría de ellos incluso escritores, poetas, mediadores y mez­
cladores de las artes y de los sentidos (Wagner pertenece, como
músico, a los pintores, como poeta, a los músicos, como artista
en general, a los actores); todos ellos fanáticos de la expresión ‘a
cualquier precio’.
Más que Wagner, Nietzsche tomó de Heine, que no es el único
señalado aquí, la contraposición entre el credo «helénico» y el «na­
zareno», léase cristiano. Nietzsche elogia en su libro la ‘religiosi­
dad griega’ y critica el cristianismo como religión del populacho
y del miedo. Se apodera de pensamientos expresados por Heine
en su obra sobre Ludwig Borne, remontándose así mucho más
allá de Wagner, quien, ciertamente, tomó repetidas veces mate­
rial temático de la obra de Heine, pero lo equiparó siempre a su
propia filosofía del momento, como, por ejemplo, en el ‘Tann-
háuser’. En su ‘Anticristo’, Nietzsche convirtió en acusación prin­
cipal que el cristianismo es el que por primera vez ha traído al
mundo la hipocresía y el pecado, y a esta continuación de los ata­
ques de Heine añade sus ataques al dominio de los sacerdotes y
su malicia. Para Wagner el pecado es un fenómeno natural, sólo
puede combatirlo con el redentor creyente Parsifal, pero no abo­
lido como invención.
Bajo estos supuestos, este ‘Parsifal’ provocaba de forma ex­
trema la ironía de Nietzsche. Indudablemente, la obra constitu­
ye el punto de transición en la relación entre ambos espíritus. En
‘Nietzsche contra Wagner’, Nietzsche llega a decir que sólo cabe
reírse de esta obra, que es materia de opereta por excelencia...
Pues, ¿qué debería representar un ‘Parsifal’ serio? Precisamente
216
lo que se le reprocha al juicio de Nietzsche sobre Wagner: «la crea­
ción de un odio enloquecido al conocimiento, el espíritu y la sen­
sibilidad, de animosidad contra los sentidos y el espíritu, una apos-
tasía y vuelta a los ideales cristiano-morbosos y oscurantistas. Y,
por último, un negarse a sí mismo, un borrarse a sí mismo por
parte de un artista que hasta ese momento defendía con todo el
poder de su voluntad lo contrario, la máxima espiritualización y
sensibilización de su arte.» Se manifiesta la referencia oculta a su
propia persona, su reconocimiento oculto, que caracteriza de forma
sintomática el último proceso ideológico de Nietzsche. De ahí que
concentre en la cabeza de Wagner, tan admirado antes, todo lo
que Sócrates, el cristianismo y Schopenhauer califican, a su jui­
cio, de reprobable: la dicadena.
Para Nietzsche, el amigo inmejorable de la ópera, tenía que
tratarse ahora de reconcebir esta forma de arte en el sentido de
su hombre hermoso, fuerte, pero en contradicción con Wagner.
No puede menos que reprochársele aquí que es demasiado perso­
nal, demasiado poco objetivo, aunque semejante comportamien­
to corresponda a la imagen de este poeta-filósofo. Con el rechazo
paulatino de Wagner se apreciaba un vacío en su alma musical,
hasta el día en que el solitario oyó ‘Carmen’.
Parece algo sintomático que Nietzsche fuese el único pensa­
dor que se sintió atraído por esta obra. El mismo denomina el
corto tema en RE menor al final de la introducción musical ‘un
epigrama a la pasión, lo mejor que se ha escrito sur 1‘amour desde
Stendhal’. Efectivamente, Stendhal describió ya una figura de Car­
men. En la observación de Stendhal: «El amor es una flor precio­
sa, pero hay que tener el valor de cogerla en el pavoroso borde
de un abismo», es donde arranca la interpretación nietzscheana
del carácter de Carmen, lo más acertado que jamás se haya escri­
to acerca de esta figura: «Finalmente el amor, ¡el amor retraduci­
do a la naturaleza!¡No el amor de una ‘virgen superior’! ¿Ningu­
na senta-sentimentalidad! Sino el amor como hado, como fatali­
dad, cínico, inocente, cruel, ¡y precisamente por eso naturaleza! ¡El
amor que, en sus medios, es la guerra, y en su fondo, el odio mor­
tal de los sexos!—No conozco ningún caso donde el humor trági­
co que constituye la esencia del amor se exprese con tanto rigor,
se convierta de manera tan terrible en fórmula, como en el últi­
217
mo grito de José, con el que concluye la obra: ‘¡Sí! / Ko la he ma­
tado, a mi adorada Carmen!’»
Nietzschc se aparta de Wagner en lo, por así decirlo, primiti­
vo, originario, en el ‘amor como hado’. Esta interpretación ali­
mentó filosóficamente a toda una generación de pensadores y ar­
tistas. Nietzschc toma la salida indicada por Hcine para evitar
la compasión, el sentimiento de decadencia de los débiles y de los
enfermos y la falsa moneda de la redención. Se da lo inaudito,
a saber, que la filosofía no sólo se convierte en panegirista de la
ópera, sino que, además, es precisamente una ópera la que influ­
ye en el pensamiento de una serie de filósofos. «Componía conti­
nuamente canciones de Dionisios», así es como describe Nietz-
sche su vivencia de ‘Carmen’. No fue la elevada calidad de la mú­
sica la que marcó esta vivencia, sino que fue el sentimiento bási­
co tocado el que influyó, por así decirlo, como estimulante
filosofico-vital en Nietzsche.
Las observaciones que Nietzsche apuntó a Peter Gast en el
arreglo para piano de ‘Carmen’ testimonian que Nietzsche tam­
bién se ocupó de manera práctico-concreta de la música de Bizet,
cosa que negó al último opus de Wagner. Sus manifestaciones de­
nuncian que: el filósofo creía ver en la ópera una construcción
estética superior al drama. Nuestra dramaturgia más moderna
tampoco aspira a nada más ni mejor que hacer surgir todo el tea­
tro de un proceso de la voluntad.
En 1886/87 se reeditaron algunas obras anteriores; Nietzsche
las elevó al nivel de su pensamiento actual por medio de detalla­
das notas previas. Tan sólo excluyó a las ‘Meditaciones inopor­
tunas’. El autor le añadió un prólogo, ‘Intento de autocrítica’,
a la edición 1886 del libro ‘El nacimiento de la tragedia por el
espíritu de la música’. Desde una distancia crítica, a saber, cuan­
do trabajaba ya en los aforismos de la ‘Revalidación de todos los
valores’, dice así: «Hoy me resulta un libro imposible, mal escri­
to, melancólico, molesto, de imágenes furiosas y confusas, pobre
de sentimientos, azucarado hasta lo femenino, de ritmo desigual,
sin voluntad de pureza lógica.» A pesar de todo, reeditó la obra
porque seguía defendiendo su afirmación, aunque ahora denun­
ciaba públicamente su valoración anterior de Wagner. No podían
evitarse ciertos disparates con su pensamiento actual. De todos
modos, el hecho de la reedición autorizada ilustra hasta qué pun­
218
to Nietzsche quería que su obra anterior se entendiese como una
unidad.
En el ‘Intento de autocrítica’ y el prólogo al tomo segundo
de ‘Humano, demasiado humano’ se trataba de poner fin a los
eternos malentendidos en relación con su ruptura con Wagner.
Nietzsche se decidió a exponer claramente el problema principal,
atreviéndose así a mucho. El 13 de septiembre de 1886 le escribía
a Gast: «Además, estoy contentísimo de poder contemplar como
‘detrás de mí’ este cambio terrible y peligroso. Podría haber pe­
recido en un instante, no soy bastante grosero para separarme de
las personas que he amado, pero ha ocurrido: y sigo vivo.» Con­
jura el recuerdo de la colocación de la primera piedra de Bayreuth,
que Nietzsche denomina ‘celebración de una victoria’, pues en
Bayreuth vio la mayor victoria que podía alcanzar ningún artis­
ta. Su discurso con motivo de la victoria y de la fiesta, ‘Richard
Wagner en Bayreuth’, lo veía él mismo ahora como un homena­
je que, en secreto, se dirigía ya a un trozo de pasado y, en reali­
dad, significaba una separación, una despedida. Nietzsche duda­
ba de que Wagner pudiera engañarse en el fondo. Mientras el
discípulo lo afirmaba ilimitadamente no podían surgir imágenes
de objetivación, vistas desde la distancia, a las que Nietzsche aso­
cia una enigmática rivalidad, tal como se trasluce en el término
‘afrontar’, utilizado en el discurso mencionado.
Fue en ‘Humano, demasiado humano’ donde por primera vez
se atrevió Nietzsche a hablar de los largos años de soledad inter­
na, a comunicar su carencia. El ‘Libro para espíritus libres’ aborda
con la frialdad de un psicólogo los lugares sensibles que «poste­
riormente confirma para sí mismo y, por así decirlo, Jija con la
punta de un alfiler: — ¿qué tiene de extraño que en un trabajo
tan fino y delicado también corra de vez en cuando algo de sagre,
que el psicólogo tenga sangre en los dedos y no siempre sólo en
los dedos?»

219
Wahnfried sin Wagner

Nietzsche se impuso también el deber de observar fríamente


los acontecimientos de la villa Wahnfried tras la muerte de Wag­
ner. Cosima dirigía los festivales. La calma del luto existente en
la casa era engañosa: en todas las direcciones iba una correspon­
dencia activa. Daniela, la hija de von Bülow, pidió desde Wahn­
fried, a través de la hija adoptiva de Malwida, Olga Monod, la
copia de las cartas de Wagner que faltaban a fin de completar así
el archivo. El ciego amor de Malwida por Cosima no permitía
que nada la engañase. Cierto, había vivido como confidente de
ambos amigos, el conflicto con Nietzsche, que aún pesaba sobre
Bayreuth, conflicto que sólo pudo contemplar entristecida. Sin du­
da alguna, Cosima sufrió también a la sombra de los últimos años
de Wagner.
De momento, su preocupación se concentraba en Siegfricd,
curado de una larga enfermedad, y que, escolar brillante, había
vuelto al instituto y mostraba últimamente inclinaciones pictóri­
cas y musicales. También debía prepararse de la escenificación
del nuevo ensayo del ‘Tristán’ para 1886.
Cosima apremió a su padre para que viniese a Bayreuth para
el estreno y Liszt aceptó a pesar de su delicada salud. Llegó a Bay­
reuth el 21 de julio en un estado preocupante y tuvo que acostar­
se inmediatamente. Pero la fiebre y los ataques de tos no le impi­
dieron aguantar una recepción por la noche en Wahnfried y ha­
cerse admirar como atracción principal. Al día siguiente tuvo tam­
bién obligaciones sociales. El 23 de julio asistió a la representa­
ción del ‘Parsifal’ y el 25 de julio a la del ‘Tristán’, no sin admi­
rar la cantidad ingente de trabajo que habían realizado todos los
colaboradores.
220
Se trataba de la primera y única obra de dirección responsa­
ble de Cosima, pues en ningún otro cartel de teatro apareció su
nombre y todos los iniciados recibieron en el futuro la indicación
de no mencionar su dirección. El éxito artístico del ‘Tristán’ fue
brillante. Los ‘descubrimientos’ de Cosima, el director de orquesta
Félix Mottl y la cantante Rosa Suchers en el papel de Isolda, de­
cidieron el triunfo de la noche. Al fondo del palco de Wagner es­
taba sentado Liszt, respirando con esfuerzo, frecuentemente me­
dio dormido, haciendo un esfuerzo supremo por reprimir su tos.
Mientras la fiesta seguía su marcha durante los días siguien­
tes, mientras Cosima representaba, Liszt se debatía con la muer­
te en casa de la señora Forstrat von Froehlig. Los médicos cons­
tataron una pulmonía grave y prohibieron toda clase de visitas.
Hacia la media noche del 31 de julio se durmió para siempre en
los brazos de Cosima, que creyó oír por últimas palabras: ‘¡Oh,
Tristán!’ Cosima puso la capilla ardiente en el vestíbulo de Wahn-
fried.
Algunos admiradores de Liszt se indignaron de que se hubie­
sen callado la enfermedad y muerte del maestro a fin de que no
corriera peligro el curso de los festivales. Las representaciones con­
tinuaron, la familia Wagner no se mantuvo alejada de ellas, y la
señora de Bayreuth participó también en la gran fiesta final cele­
brada en el restaurante Zum Frohsinn. El discípulo de Liszt, G61-
lerich, se quejó: «La muerte y el entierro de Liszt careció de so­
lemnidad y dignidad en la ciudad de Wagner, que en parte se
debía también a él. Para él no había lugar ninguno al lado del
sol Wagner. Los amigos de Liszt sufrieron muchísimo bajo aque­
llas condiciones.» Y la princesa de Wittgenstcin se indignó en su
papel de enemiga de Cosima: «El padre muere, y la hija hace
teatro.»
¿Pero era Bayreuth un teatro de placer que debía cerrarse por
la muerte de Liszt? Cosima sabía que no podía haber para su pa­
dre ningún funeral más hermoso que las representaciones de ‘Tris­
tán’ y ‘Parsifal’. «Se me ha puesto en aprietos con motivo de mi
padre. He sido consciente de no seguir ningún egoísmo, sino el
mandato del destino confiado a mí para la representación.» (A
la condesa de Schleinitz.) El cosmopolita Franz Liszt fue enterra­
do en el cementerio de la ciudad provinciana, contradicción que
tenía su prehistoria.
221
Desde Weimar, Roma y Budapest se alzaban voces pidiendo
que el cadáver de Liszt pertenecía a Hungría, su patria, o a Ro­
ma, donde lo reclamaban sus hermanos de orden, los francisca­
nos, o también a Weimar, donde había residido desde hacía de­
cenios. Cosima declaró que sólo entregaría el cadáver de Liszt a
Weimar si, en lugar de sepultarlo en el proyectado mausoleo en
el Altenburg del Gran Duque, se colocaba junto a Goethe y Schil-
ler en el panteón de los príncipes. A Pest sólo le entregaría el ca­
dáver si el parlamento húngaro aceptaba el traslado solemne y
el entierro oficial. No se cumplieron las condiciones de Cosima.
El Gran Duque de Weimar, que desde hacía tiempo ya no era
Cari August, no manifestó en absoluto el deseo de permitir que,
además de los poetas, también reposara un compositor al lado de
sus ilustres antecesores. Y en Hungría tenía Liszt enemigos que
se oponían a un funeral solemne en Pest. En el cementerio de Bay-
reuth parecía estar garantizado el reposo del compositor. ¿O tal
vez no? Una y otra vez se oía en Beyreuth la especie de que bajo
el monumento del profesor Seidel ya no descansaban los restos
de Franz Liszt, sino que en un momento determinado se habían
entregado a los húngaros.
Nietzsche suscribía la opinión de los adversarios de Wagner
cuando escribía lo siguiente a Malwida: «Así que el viejo Liszt,
que supo vivir y morir, se hizo enterrar, por así decirlo, en el mun­
do y en la causa de Wagner: como si perteneciese a él de manera
inevitable e inseparable. Esto me ha dolido en el alma de Cosi­
ma: es una falsedad más en torno a Wagner, uno de esos malen­
tendidos casi insuperables bajo los que crece hoy día la fama de
Wagner, y rápidamente, por cierto. A juzgar por lo que he sabi­
do hasta ahora de los wagnerianos, me parece que el wagneria-
nismo de hoy es una aproximación inconsciente a Roma, que desde
el interior hace lo mismo que Bismarck desde el exterior.»
Nietzsche no sólo se apartó de Wagner. Tampoco seguía man­
teniendo una amistad permanente con otros, a excepción del dis­
cípulo incondicional, Peter Gast. En este sentido, cabe destacar
sobre todo los veinte años de relaciones constantes de Nietzsche
con Erwin Rohdc, el tercer profesor entre los amigos íntimos de
Nietzsche, además de Overbeck y Deussen. Recordemos el escri­
to polémico del joven Biólogo Rohde contra la polémica de Wila-
mowitz. Rohde no ocultaba sus reservas ante el cambio de opi­
222
nión efectuado por el amigo en ‘Humano, demasiado humano’:
«Pero creo seriamente, querido amigo, que en modo alguno has
llegado ahora a la meta de tu carrera. Tu evolución describe una
órbita curva y quizás vuelva algún día a su dirección original.»
Rohde aseguraba que su amistad se mantenía igual, por lo que
Nietzsche le estaba tanto más agradecido, ya que, por lo general,
tras la aparición de un libro nuevo se le iba un amigo. A Rohde
no le gustó la ‘Aurora’; no fue lo bastante rápido para agradecer
el envío y tuvo que recibir de Nietzsche el irritado requerimiento
de que era preferible que no volviera a escribirle, puesto que no
deseaba recibir ninguna carta de agradecimiento forzada. No obs­
tante, Nietzsche le envió también un ejemplar de ‘La gaya cien­
cia’, aunque añadiendo inmediatamente que desde 1876 su tra­
bajo llevaba el título de mihi ipsi scñpsi (escribo para mí mismo);
le resulta indiferente cómo le juzguen los demás. La respuesta de
Rohde se ha perdido, pero no la carta que dirigió a Nietzsche tras
recibir el ‘Zarathustra’, en la que se manifiesta una aprobación
no del todo incondicional. Nietzsche parece haber estado poco de
acuerdo con las objeciones, pues se calló durante dos años. A pe­
sar de todo, en el invierno de 1886 fue a Leipzig para oír la lec­
ción magistral de Rohde. Pero, una vez más, sus esperanzas se
vieron defraudadas. Sus nociones se tocaban ahora en el rechazo
del ‘Parsifal’.
Peter Gast, influido naturalmente por Nietzsche, rechazó tam­
bién el ‘Parsifal’. Oyó la obra, que conocía desde 1882 por el arre­
glo para piano, en Bayreuth y he aquí su juicio: «La conversión
de Sigfrido al catolicismo.» Nietzsche se alegró de ver confirma­
dos sus ‘Juicios y prejuicios’, formulados desde la distancia. Des­
de Sils-Maria le aconsejó a Gast que se oyera en Munich el ciclo
del Nibelungo, opinando que debía ‘aprovechar esta ocasión por
los pelos’ (16 de agosto de 1886).
Efectivamente, Gast tuvo ocasión de hacerlo, pues se le ofre­
ció la columna Noticias musicales de Munich en la ‘Süddcutsche
Press’ para el invierno de 1886. Como el periódico seguía intere­
sándole por haber sido el que había publicado antes la serie de
artículos de Richard Wagner ‘Política alemana y cultura alema­
na’, aceptó por ese respeto. Nietzsche celebró esa decisión; espe­
raba que Gast presentase como acontecimiento vivido el proble­
ma estético que tanto les importaba a ambos y que, al mismo tiem-
223
po, facilitase el acceso a la música de Gast para un gran número
de lectores. Pues los alemanes parecían interesarse solamente por
un artista en el que se observase la llama de ‘seriedad de los prin­
cipios’. Nietzsche podía recordar perfectamente cómo Wagncr ha­
bía sabido aprovechar esta exigencia.
En el otoño de 1887 Gast sorprendió al amigo, falto de músi*
ca en Niza, con el envío de una orquestación propia del ‘Himno
a la vida’ de Nietzsche, compuesto para orquesta sinfónica; hasta
entonces sólo había una versión para orquesta de viento realiza­
da por Nietzsche. El editor Fritzsch se dispuso a editarlo inme­
diatamente, una vez que Nietzsche realizase sus correcciones. La
editorial añadió algunas voces, sin haber recibido antes encargo
ninguno. Este pequeño signo de pertenencia a la música y casi
también a los músicos alegraba a Nietzsche, en la esperanza de
que con sus acordes se facilitase la comprensión del problema psi­
cológico de su música. Johannes Brahms, entre tanto lector inte­
resado de los libros de Nietzsche, recibió al poco tiempo una par­
titura del ‘Himno’ pero guardó silencio, mientras que agradeció,
en un tono cordial para él, un ejemplar dedicado de la ‘Genealo­
gía de la moral’.
Desde Niza, Nietzsche visitó por primera vez Montecarlo en
enero de 1888, oyendo allí un ‘Concert classique’ de las obras fran­
cesas más recientes. Como en una carta a Gast habla de una ‘ca­
za salvaje’, debió estar en el programa el poema sinfónico ‘El ca­
zador maldito’ del compositor francés César Franck. A su oído,
deseoso de nueva sencillez, le pareció ‘un mal Wagner’. Artifi­
cialmente pintoresco, sin idea real, sin forma, sin ingenuidad ni
veracidad, es como le resultaba esta música. «Nerviosa, brutal,
insoportable, impertinente, arrogante—¡y tan maquillada!... ¡Esto
es décadence!» Lo puso muy nervioso especialmente un ballet de
‘Las Erinias’, de Massenet, que hacía referencia a su querida Ores-
tíada de Esquilo. Además, la música le transmitía por entonces
sensaciones desconocidas. «Me separa de mí mismo, me desem­
briaga de mí mismo, como si me observase desde lejos, como si
me sintiese por encima; me vigoriza y después de una velada de mú­
sica (he escuchado cuatro veces la ‘Carmen’ de Bizet) viene una
mañana de opiniones y ocurrencias plenamente resueltas... La vida
sin música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio.» (A
Gast, el 15 de enero de 1888, y lo mismo a Brandes.)
224
Hermann Levi, el director de las primeras representaciones
del ‘Parsifal* y desde hacía algún tiempo director de la orquesta
áulica en Munich, leía, por indicación de Peter Gast, los libros
de Nietzsche y manifestaba admiración por ellos. Para ayudarle
a Gast, Nietzsche había entrado en contacto con el director, reci*
biendo las mejores impresiones de este músico inteligente. Y, aun­
que Levi apenas se engañaba de lo mucho que podía herir al filó­
sofo su admiración por Wagner, sentía ‘una especie de nexo’ con
Nietzsche que no quería perder. Lo mismo podía decirse de mu­
chos wagnerianos en el entorno de Nietzsche, ‘aunque no sé ex­
plicármelo’, como le escribía Nietzsche a Gast. «En Munich se
me esperaba el otoño pasado ‘con tensión febril’, como informa­
ba Seydlitz (actual presidente del Wagner-Verein).
Durante el invierno, Nietzsche hizo una excursión desde su
vivienda del primer piso de la rué des Ponchettes, en Niza, hasta
Montccarlo a fin de oír allí, por primera vez, la introducción al
‘Parsifal’. Se propuso contarle a Gast en el primer encuentro lo
que había sentido. En su carta del 21 de enero de 1887, que refle­
ja las primeras sensaciones, se contiene lo más acertado que pue­
de decirse de esta música:
Prescindiendo, además, de todas las preguntas no perti­
nentes para qué puede servir tal música (o para qué debe ser­
vir), sino en términos puramente estéticos: ¿ha hecho Wag­
ner algo mejor? La máxima conciencia psicológica y deter­
minación con respecto a lo que aquí se dice es algo que de­
be expresarse, comunicarse, en la forma más breve y direc­
ta, llevar todo matiz del sentimiento hasta lo más epigra­
mático; claridad de la música como arte descriptivo en la
que se piense en un letrero con trabajo sublime; y, por últi­
mo, un sentimiento sublime y extraordinario, acontecimiento
del alma en el fondo de la música, que honra muchísimo
a Wagner, una síntesis de estados que para muchas perso­
nas, incluso ‘hombres superiores’, resultan incompatibles,
de ordenado rigor, de ‘altura’ en el sentido aterrador de la
palabra, de un conocimiento y penetración que corta el al­
ma como si de cuchillos se tratase, y llena de compasión por
lo que se contempla y se ordena. Lo mismo ocurre con Dan­
te, y nadie más. ¿Existe algún pintor que haya pintado al­
225
guna vez una mirada tan melancólica del amor como hace
Wagner con los últimos acentos de su preludio?
Nietzsche no se refiere aquí al final añadido para los concier­
tos, pues el preludio al primer acto no presenta ningún final pro­
piamente dicho. En el concierto que oyó Nietzsche se utilizó el
final con el tema de la Fe, idéntico al Amén de Dresden, que tam­
bién utilizó Mendelssohn en su Sinfonía de la Reforma. Nietz­
sche sabía naturalmente que Wagner no había descubierto real­
mente estos sonidos y se refería, por tanto, a los compases
precedentes.

226
Rendición de cuentas

Hay una serie de apologetas que en la fase final de la obra


de Nietzsche creen descubrir el presagio del fin porque estas últi­
mas creaciones producen el efecto de un balance de todo lo pen­
sado y deseado hasta ese momento; pero se equivocan del todo.
En 1888 vivió Nietzsche una increíble embriaguez creadora en
la que se notaban ya algunos síntomas de la futura demencia. Así,
por ejemplo, analizó una vez más a Wagner, cinco años después
de la muerte del hombre en el que creía ver su adversario intelec­
tual propiamente dicho. Por la fuerza de concentración que em­
pleó Nietzsche en ‘El caso Wagner’ desde su época de Basilea hasta
los meses del colapso nervioso puede leerse la importancia decisi­
va que tuvo Wagner en el desarrollo de Nietzsche. No sólo por
la diferencia de edad, se ve que Nietzsche desempeñó, por el con­
trario, un papel mucho menor en la evolución artística de Wag­
ner. Suena dolorosa la confesión del filósofo en 'El caso Wagner’
al final de su vida: «Para ser justo con esta obra hay que padecer
el destino de la música como una herida abierta.—¿De qué sufro
cuando sufro por el destino de la música? Sufro porque a la músi­
ca se le ha privado de su carácter transfigurador del mundo, afir-
mador, porque es la música de la décadenee y no la flauta de
Dionisios...»
Este panfleto que Nietzsche escribió durante su primera es­
tancia en Turín es, en el fondo, un libro de tinte satírico; pero
también se advierte el tono de seriedad desesperada. En algunos
instantes durante el tiempo de impresión, especialmente en las
horas vespertinas, le sobrevenía a Nietzsche el desaliento ante tanta
locura mezclada de dureza. Pero esta ‘locura’ va entremezclada
227
con frases de admirado reconocimiento, así, por ejemplo, cuan­
do Nietzsche elogia a Wagner como el mayor «melancólico de la
música, lleno de miradas, ternuras y palabras de consuelo que
nadie expresó antes que él, el maestro en sonidos de felicidad me­
lancólica y soñolienta».
En 1888, cuando surgió el folleto, Bayreuth intentó rellenar
la laguna fílosófico-propagandística motivada por el abandono de
Nietzsche comprometiendo a un nuevo discípulo. A Cosima le
vino como llovido del cielo la adhesión incondicional del joven
filósofo inglés Houston Stewart Chamberlain115 para contrarres­
tar los peligros que, según ella, parecía conjurar el alemán, mu­
cho más importante. No para bien de Bayreuth, sino por coinci­
dencia trascendental, Chamberlain vinculó por primera vez, de
manera consciente, el mundo de la obra de Wagner, y no sólo
la música como parte de un todo, al fantasma de la ‘renovación
de la raza’. En su calidad de antisemita, Chamberlain exigía in­
dudablemente la ‘idea fija* de Cosima: el odio judío latente, que
algunos de sus biógrafos relacionan audazmente con la procedencia
judía de la suegra, odiada durante toda la vida, la princesa
Wittgenstein.
En su primer epílogo' a ‘El caso Wagner’, Nietzsche somete
a un análisis crítico la biografía de Wagner ‘Mi vida’. En ella,
el autor se presenta como hijo de Cari Friedrich Wagner, aun­
que, según manifestación propia, era descendiente de su padras­
tro, el actor judío Ludwig Geyer. Nietzsche sintió escalofríos al
descubrir que el superhéroe Sigfrido se saltaba tan a la ligera la
verdad. Y cuando Wagner atribuyó a su libro ‘impecable veraci­
dad’, Nietzsche le acusó de que en estos recuerdos no se trataba
de una ‘fable convenue, sino de cosas peores’. Nietzsche declaró
sencillamente a Wagner hijo de Geyer, indignado por el miedo
del compositor a confesar su procedencia judía. Claro que se pa­
só por alto la situación precaria de Wagner, quien en tiempos de
la publicación de las memorias se había convertido ya en uno de
los antisemitas más destacados de Europa.
Nietzsche no se contentó con ‘El caso Wagner’. A finales de
año reunió todos los argumentos expresados ya contra Wagner,
declarado advesario suyo, y le dio al nuevo manuscrito, termina­
do para las Navidades, el título de ‘Nietzsche contra Wagner’.
Todavía avanza más en ‘Ecce Homo’, donde el autor precisa el
228
cambio de su gusto musical. Wagner queda parcialmente deva­
luado, recibiendo el sello de genio malogrado de gustos inciertos.
Los ataques se elevan hasta la elaboración de puntos de vista su­
puestamente patológicos; el propio estado de Nietzsche parece pro­
yectarse aquí en el objeto: «El arte de Wagner está enfermo. Los
problemas que lleva al escenario, meros problemas de histérico,
lo convulsivo de su afecto, su irritada sensibilidad, su gusto, que
exigía raíces cada vez más agudas; su inestabilidad, que revestía
de principios; la misma elección de sus héroes y heroínas, consi­
derados como tipos fisiológicos (galería de enfermos): todo junto
representa un cuadro clínico que no deja lugar a dudas. Wagner
est une névrose.»
Con motivo de una visita aJ compositor y director de orques­
ta Friedrich Hegar en Zurich, con el que Nietzsche discutió una
vez la posible ejecución de las obras de Gast, se hizo acompañar
por el director en un viaje al lago de los Cuatro Cantones. Dis­
traído, se sentó en un banco, a la orilla del lago, entre Lucerna
y Tribschen, al borde del camino que tantas veces había recorri­
do alegre para llegar a la casa de Wagner. Pintaba sin parar en
la arena círculos y figuras raras con el bastón. De repente, empe­
zaron a correrle las lágrimas. Cabe que le pasara por la mente
lo que escribió a Georg Brandes en la primavera siguiente, un
investigador que, de manera sorprendente, había empezado a dar
lecciones sobre Nietzsche en Copenhague. En esta carta habla
Nietzsche del favor del destino al acercarlo a Burckhardt en Basi-
lea. Luego continúa así: «Un favor todavía mayor fue el que des­
de el principio de mi vida de Basilea mantuve una intimidad casi
increíble con Richard y Cosima Wagner. Durante algunos años
hemos tonido juntos todo lo grande y lo pequeño, había una con­
fianza sin límites.» Lo que queda por saber es sí, por su parte,
Wagner tenía idea de que se hallaba al lado del espíritu más grande
de su época.
Respondiendo al envío del libro ‘El caso Wagner’, y ante el
peligro de enojar a Nietzsche, Brandes confesó que el ‘Tristán’
de Wagner le había producido una impresión imborrable, por mu­
cho que estuviera dispuesto a aceptar también el canto triunfal
de la ‘Carmen’ de Bizet. Brandes le propuso a Nietzsche que le
enviase ‘El caso Wagner’ a la viuda de Bizet, puesto que entendía
algo de alemán. August Strindberg recibió también un ejemplar.
229
Cuando Malwida leyó el libro se puso fuera de sí y le escribió
a Nietzsche una carta que indignó a su vez a éste. Malwida no
entendía cómo Nietzsche podía expresar públicamente su ‘error’
con respecto a la filosofía de Schopenhauer y a la música de Wag-
ner. Nietzsche escribe con tal motivo:
Recuérdese tal vez, al menos entre mis amigos, que al
principio vine a este mundo con errores propios y suprava-
loraciones, y en cualquier caso como hombre esperanzado.
Entendía —¿quién sabe en función de qué experiencias
personales?—, entendía el pesimismo filosófico del siglo XIX
como síntoma de una fuerza superior del pensamiento, co­
mo plenitud victoriosa de la vida, tal como se expresaba en
la filosofía de Hume, Kant y Hcgel, tomé el conocimiento
más trágico por el lujo más hermoso de nuestra cultura, por
su forma más preciosa, elegante y peligrosa de despilfarro,
aunque, no obstante, sobre la base de su superabundancia,
como su lujo permitido. Lo mismo me ocurría con la música
de Wagner, que interpretaba como riqueza dionisíaca del
alma; en ella creía oír el terremoto con que se abría paso
finalmente una de las fuerzas primitivas de la vida, reteni­
da desde los primeros tiempos, siendo indiferente que se tam­
balee todo lo que hoy se llama cultura. Se ve lo que yo des­
conocía, se ve el obsequio que hacía a Wagner y a Schopen­
hauer — yo mismo.
Pero en 1888 escribía aún acerca de sus anteriores coinciden­
cias con Wagner: «¡Si pienso en los tiempos en que surgió la últi­
ma parte del Sigfrido! Por entonces nos queríamos y esperába­
mos lo mejor para el otro, era realmente un amor profundo, sin
segundas intenciones.»
De forma mezquina y odiosa, Wagner había desestimado el
conocimiento de que Nietzsche tendiera hacia otros derroteros.
Si en ‘El caso Wagner’ Nietzsche se desahoga apasionadamente
por el desengaño sufrido, si se oyen palabras duras, lo que se ex­
presa en ellas es el desengaño de aquel amor. Los ajenos podrían
hacer suyos, con demasiada facilidad, los sentimientos de ‘El ca­
so Wagner’, sin haber pasado por los sufrimientos de Nietzsche.
Hasta 1872, antes de que Nietzsche se presentase como de­
fensor de Wagner, apenas se escribió otra cosa de éste más que
230
era el revolucionario de la ópera. El autor del ‘Nacimiento de la
tragedia’ y de las ‘Meditaciones inoportunas’ se arrepintió de haber
contribuido él mismo con estos escritos a confundir las cosas. Había
presentado a los alemanes, sobre todo a los jóvenes, un ídolo cu­
ya adoración contenía vicios alemanes tales como falta de clari­
dad, ampulosidad y pesadez. Sin embargo, no quería que el co­
nocimiento de Wagncr estuviese alejado del proceso de aprendi­
zaje de los jóvenes, lo creía indispensable para cualquier desarro­
llo ulterior. Una vez le escribió esto a Heinrich von Stein: «Me
han dicho que usted, tal vez más que nadie, se ha entregado con
el corazón y la cabeza a Schopenhauer y a Wagner. Eso es algo
inapreciable, suponiendo que tenga su tiempo.» Nietzsche dedujo
de muchos síntomas que el culto a Wagner había tenido su tiem-

Ein Musikanten-Problem.
Von

Friedrieh Nietzsche.

LEIPZIG .
V e rU ( voo C. C, Na
tS*8.

231
po de efecto favorable. Ahora se trataba de abrir el espíritu a nuevos
ideales, a saber, a todo lo que echaba de menos en Wagner: «Los
pies tigeros, el humor, el fuego, la gracia, la gran lógica, el baile
de las estrellas, la inteligencia traviesa, los estremecimientos lu­
minosos del sur, el mar liso, la perfección.» Detestaba ver a los
jóvenes adustos, pesados, negando la vida. Lo sobrecogía la im­
paciencia cuando no se oía su voz en una época en la que la mal­
dición del mundo y la decadencia celebraban orgías. No se des­
cubría a nadie con gusto y capacidad para comprender todavía
los altibajos de la vida. Nietzsche seguía con horror cómo el arte
de Wagner fomentaba los ideales decadentes y que su autoridad
aumentaba constantemente. Le parecía que, con Wagner, la mú­
sica había perdido su carácter transfigurador del mundo.
La publicación de ‘El caso Wagner’ llegó muy pronto para
la mayoría de los lectores. Arrancado del contexto de la concep­
ción global, el tono ligero, burlón, producía una impresión erró­
nea. Desde la perspectiva de hoy día resulta perfectamente com­
prensible que una wagneriana tan empedernida como Malwida
von Meysenbug no entendiera entonces el libro. La ira de Nietz­
sche contra su amarga carta culmina en esta afirmación: «Es ne­
cesaria una acción del genio, pero del genio de la mentira, el que
Wagner haya sabido suscitar de sí mismo la creencia (como usted
expresa con inocencia digna de admiración) de ser ‘la última ex­
presión de la naturaleza creadora’, su ‘palabra final’... Yo mis­
mo tengo el honor de ser algo opuesto —un genio de la verdad.»
A los pocos días le siguió una segunda carta de la que se encuen­
tran borradores muy precisos en los cuadernos de notas de Nietz­
sche. Uno de ellos tiene el texto siguiente:
Estimada amiga, ¿ha adivinado por qué le he enviado en
realidad esta ‘ejecución de Wagner’? Quería poner en sus
manos una prueba más de que jamás ha comprendido una
palabra ni un deseo míos. Las razones de que hace diez años
le diera la espalda a Wagner se aducen de forma literaria
en esta obra, todo lo moderado y sereno que ha sido posi­
ble: pues podría haber hablado con dureza y desprecio. He
reservado todas mis flechas principales... Esta falta profunda
de instinto, de finura en la distinción entre ‘verdadero’ y
‘falso’ que reprocho a los hombres modernos.— Usted cons­
232
tituye un caso extremo de ello, usted, que en su vida ha su­
frido desengaños con casi todo el mundo, incluso con Wag-
ner, y tanto más en el caso más difícil conmigo mismo ... ¿No
comprende nada de mi misión? ¿Qué significa ‘revalidación
de todos los valores’?114
La continuidad del pensamiento de Nietzsche desde ‘Huma­
no, demasiado humano’ se mantuvo incluso allí donde la expre­
sión se había convertido en una forma espantosamente efectiva,
como la de un loco. A partir de ‘El caso Wagner’ se despidió Nietz­
sche de manera cada vez más alarmante de toda inhibición; la
excesiva apreciación de sí mismo condujo al insulto irrefrenado.
Sirva de ilustración la acumulación creciente de vocablos como
‘idiota’ c ‘imbécil’ en ‘El caso Wagner’, en ‘El ocaso de los ído­
los’ y en ‘Nietzsche contra Wagner’, creados en 1888, en el últi­
mo año antes de la demencia. ‘Nietzsche contra Wagner’ debe
considerarse esencialmente como característica de' relación de an­
típodas; en este compañero más serio de ‘El caso Wagner’ reapa­
recen una serie de pasaje de escritos anteriores. Nietzsche se pro­
nunció contra su impresión pues creía que ‘Ecce homo’ contenía
ya todo lo decisivo sobre este tema.
Los escritos de Nietzsche no podían tocar los ideales de los
wagnerianos de Bayreuth. Empezaron a desaparecer los conflic­
tos por Cosima, la ironía de los periodistas cedió a la admiración,
y los colaboradores de Bayreuth formaron finalmente una uni­
dad. El extranjero celebraba las obras y representaciones y tam­
bién era satisfactorio el éxito exterior. En 1888 parecían supera­
das todas las dificultades y gracias a la cooperación de todas las
fuerzas y sobre todo a la energía de Cosima se había alcanzado
un primer objetivo. Frente al equilibrio mostrado hacia fuera, el
estado de ánimo de Cosima mostraba gravedad, no podía olvidar
la felicidad perdida y tenía que concentrar todas sus energías pa­
ra que las personas no notasen lo que ocurría dentro de ella. No
quería interpretar la retirada de Nietzsche; lo atribuía todo a sus
‘dolores’. No volvió a leer sus libros tras las ‘Meditaciones ino­
portunas’ y, por consiguiente, no se hizo ningún juicio de ellos.
Era propio de ella eludir las opiniones que se oponían a ella. El
culto a Nietzsche, la imitación de su lenguaje hímnico, la arro­
gancia y falta de claridad de algunos demasiado apasionados, pa­
233
recían confirmarle, todavía en nuestro siglo, a la anciana Cosima
lo que siempre había evitado considerar de otra forma más que
como algo diletante y condicionado por la enfermedad.
En 1889 se derrumbó Nietzsche en una calle de Turín. El 3
de enero había entregado en correos de Turín tres mensajes to­
talmente embrollados. Uno de ellos anuncia la conclusión de los
‘Ditirambos de Dionisios’, poesías de los años 1884 a 1888, cuya
copia en limpio había terminado poco antes. En los poemas se
funden su primer enamoramiento y la amistad con Cosima junto
con el mito de Ariadna, y se descubren capas de su estado des­
pués de la ruptura con los amigos de Bayreuth. En ‘El lamento
de Ariadna’ se encuentran las líneas siguientes:
Nein!
Komm zurrück,
mit alien deinen Martern!
All meine Thránen-Báche laufen
zu dir den Lauf!
Und meine letzte Herzens-Flamme—
Dir glüht sie auf!
Oh komm zurück,
Mein unbekannter Gott! Mein Schmerz!
Mein letztes — Glück!*
Como complemento puede leerse en ‘Ecce homo’: «La res­
puesta a semejante ditirambo de la soledad del sol en la luz sería
Ariadna... ¡Quién sabe, aparte de mí, quién es Ariadna?...» Acaso
confió Nietzsche este secreto en su última carta a Burckhardt, don­
de se dice: «¿El resto para la señora Cosima... Ariadna?» ¿Quién
puede decirlo? Cosima, llamada por muchos amigos por el nom­
bre cariñoso de Ariadna recibió la nota siguiente desde la demen­
cia de Nietzsche: «Ariadna, te amo. Tu Dionisios.» Ella se calló.
Dondequiera que condúzca la solución de este enigma, lo cierto
es que el éxtasis de la marcha de Nietzsche, este arrobo en la de­
mencia, redondea un círculo de atracción y rechazo.
* «¡No! / Vuelve / con todos tus suplicios!... ¡Todos mis arroyos de lágri­
mas / corren hacia ti! / ¡Y la última llama de mi corazón / arde por ti! ¡Oh, vuel­
ve,, / mi Dios desconocido! ¡Mi dolor! / ¡Mi última felicidad!»
234
Conclusión

La obra y la figura de los dos hombres de que trata este libro


son inseparables del efecto funesto de su correspondiente gloria
postuma, de la fatalidad que han conjurado los tópicos que con
tanta facilidad se han sacado de la creación de ambos. La narra­
ción más fiel tampoco debiera reprimir estas disonancias.
La unión del mencionado efecto con el valor musical es más
evidente en Wagner que en los productos filosófico-artísticos de
Nictzsche, cuya imagen estuvo marcada durante la primera mi­
tad de nuestro siglo por el libro ‘La voluntad de poder’, publica­
do por primera vez en 1906 a base de la obra postuma y por inci­
tación de la hermana de Nietzsche. Peter Gast traicionó con él
a su ídolo en el sentido de que urdió esta supuesta obra capital
a base de aforismos postumos. La ideología de los nacionalsocia­
listas (nazis) se aprovechó de algunas formulaciones con diabóli­
ca habilidad. El orgullo desmesurado muy distinto de la intros­
pección de los fascistas se equivocó de mesa. La altanería de Nietz­
sche entre el ‘Zarathustra’ y su fin mental no tiene nada que ver
con ello.
¿Quién fue este hombre que pudo ganarse la firme adhesión
de personas como Richard y Cosima Wagner, y también de Ja ­
cob Burckhardt? Ciertamente un incondicional terrible, uno que,
finalmente, se mitologizó a sí mismo. Todos se apartaron del hom­
bre que abarcó filosóficamente el futuro, suscitando así la incre­
dulidad y la desconfianza.
El germanismo de Wagner, que proporcionó en verdad acen­
tos musicales de persuasión a la dictadura nacional de los años
treinta y cuarenta, su aspecto chauvinista, eran cosas que no po­
235
día aceptar Nietzsche. Le parecía algo pequeño-alemán, no ale­
mán universal, un germanismo inferior y marchito. En un mun­
do que hoy día pretende derruir por todas partes las murallas de
la aristocracia y la autocontemplación nacionales, en una Euro­
pa, por ejemplo, que se desarrolla intelectualmente unida, y es
de esperar que pronto lo haga también en el terreno económico-
político, en un mundo que Nietzsche vio venir, sería un fenóme­
no anacrónico la adoración a un maestro desde el ángulo provin­
ciano. Diametralmente opuesto a la aplicación práctica nacional­
socialista, Nietzsche provocó, para Alemania, un cambio en la
atmósfera intelectual, en la que, por ejemplo, fue posible por pri­
mera vez la psicologización de la prosa alemana. Este clima espi­
ritual suyo no permitía ya el tradicional antagonismo entre el norte
y el sur, tal como se manifestaba en los términos de ‘clásico’ y
‘romántico’. Su objetivo neoclásico se llamaba en realidad ‘el buen
europeo’.
El actor Wagner, en cambio, se colocó una gorra de Durero
y representó ante su pueblo creyente el papel de maestro alemán
en cultivo puro, él, cuyos primeros admiradores y ayudantes fue­
ron artistas y decadentes europeos como Baudelaire. Mientras el
espíritu de Nietzsche pertence ya a nuestro siglo XX, la obra de
Wagner se declara partidaria aún del siglo del anillo del nibelun-
go, el suyo, por el formato, por el sentido de la gran empresa,
la monumentalidad, la obra modelo, la composición gigantesca,
la exigencia infinita de paciencia.
La amistad entre ambos hombres, cuya descripción hemos in­
tentado, produce el efecto de ser sólo una amistad aparente. Co­
mo psicólogo que veía ya las posibles consecuencias de la música
de Wagner, Nietzsche recorrió un calvario para ganar su inde­
pendencia. Si, por su parte, tuvo que admirar sin ilusión ningu­
na, le horrorizaban, por otro lado, los peligros que quedaban ocul­
tos para la mayoría. Aquí, lo venció el encanto de una inspira­
ción musical, allí se oponía al polkas y al estruendo vacío. Natu­
ralmente, en el fondo Nietzsche creía que la disolución de la mú­
sica con Wagner y su carácter final era inevitable y típico de la
lamentable situación general de la música. Como fenómeno his­
tórico cultural, Wagner pertenecía para él a una evolución re­
gresiva.
Pues lo que en su origen debía ser el alegato de Wagner con­
236
tra la ‘gran ópera’ se convirtió en el rechazo del estilo clásico de
la música en general. Y, sin embargo, todo lo de Wagner incita­
ba a la imitación, no sólo el éxito. Nietzsche, que odiaba a los
wagnerianos, mientras él padecía por Wagner, observó que sólo
se hacía dinero con música morbosa. Al mismo tiempo, previno
contra el peligro de futuro consumo musical. Su malestar por los
futuros tutores de la herencia artística wagneriana se mezclaba
con la preocupación por la rutina general de la práctica musical.
En consecuencia, ya en la primera ‘Meditación inoportuna’ vio
en el cuidado de los clásicos una posible coartada para los filisteos
de la educación, declarando que era peligroso abandonarse a esos
sentimientos lánguidos y egoístas que nuestros teatros y salas de
conciertos prometen a todo el que pague.
A Nietzsche le dolía sobre todo que los pretendidos partida­
rios de Wagner no podían perfeccionarse. Su consciente terque­
dad no le permitía seguir siendo discípulo, como tampoco podía
reunir en torno suyo a los tan deseados alumnos. Tuvo que des­
prenderse de su desgraciado amor a su «mistagogo», amor que
incluso se negaba a morir.
Nietzsche se ensombrecía más y más ante los cuadros del pin­
tor de moda más solicitado, Makart"*, cuyo taller solían visitar
Wagner y su arquitecto Gottfried Semper durante la época de los
‘Maestros cantores’ en Munich a fin de recibir sugerencias para
la pomposa y la falsa Edad Media. Nietzsche se entristecía cada
vez más al contemplar esta fábrica de sueños mensuales con pre­
tensiones de totalidad. Tras la plenitud del exuberante verano ex­
tendido en los cuadros veía venir el invierno. Le negaba la iden­
tificación al espíritu de ‘después de nosotros el diluvio’ que aquí
se manifestaba; por el contrario, él veía venir el diluvio. Esta di­
ferencia de perspectiva ilustra precisamente por qué al oír la mú­
sica de Wagner o al contemplar los cuadros de Makart son nece­
sarios tantos rodeos intelectuales, tanta estética canalizada hacia
hoy, tanto enigma en torno a cuestiones de estilo, a todo lo cual
puede uno renunciar en la lectura de los aforismos de Nietzsche
‘Revalidación de todos los valores’.
La polémica de Nietzsche con Wagner fue y es una lucha con
medios desiguales. El esplendor del sonido sensorial de la orquesta
que Wagner pudo emplear como portavoz de peso empieza aho­
ra a adaptarse paulatinamente al conocimiento de las capas ideo­
237
lógicas ocultas. Más que el propio Wagner son las consecuencias,
derivadas también de malentendidos, las que exigían una crítica.
Pero la lucha contra el principio del wagnerismo se inició ya con
Nietzsche. Y todavía está en plena marcha, en proceso de purifi­
cación, la lucha por liberar a la música de las cadenas de la
ideología.
No queremos dar la impresión falsa de que vuelva a tomarse
partido aquí entre Wagner y Nietzsche, ambos tan necesarios para
su época. El esfuerzo por determinar la posición, por aclarar su
constelación mutua y para la posteridad, es algo que no va a ce­
sar de repente. Los acentos psicológicos resultan inevitables. Pa­
ra ‘aclarar’ el afecto de Nietzsche, Wagner utilizó motivos psico­
lógicos, sobre todo la infatuación. Y Nietzsche se presentaba a
sí mismo como envidioso, operaba con la psicología del resenti­
miento al plantear como valor puro un sentimiento impecable de
la vida, un sentimiento de la vida que veía peligrar en la proxi­
midad de la persona y la obra de Wagner. Debía sentirse tanto
más impulsado a esta autoafirmación cuanto que, en última ins­
tancia, se había marchado de casi toda cobertura social, de la co­
munidad de los sabios del futuro, del cristianismo protestante de
sus padres, y finalmente de la patria estatal. Wagner volvió a to­
das estas premisas. Como existencia moral y musical, como indi­
viduo y compositor estaba próximo al espíritu de su época.
El ‘hombre excepcional’ de Nietzsche significaba el intento de
autoliberación de los padecimientos del aislamiento. Fracasó en
el sentido de que el fervor de su desprecio por Wagner denuncia
lo determinante que fue siempre para él el amigo convertido en
enemigo, y del que tan alejado se creía. Las cuestiones que le sus­
citó la música de Wagner tenían que quedar en última instancia
sin respuesta. Nietzsche se quejaba de que, con Wagner, la mú­
sica había perdido su carácter afirmativo. Y sin embargo, a él le
tocó ser el primero en vivir esta pérdida.

238
N O TA S
1 No debe confundirse con el historiador del arte del mismo nom­
bre que vivió entre 1878 y 1947.
1 Gustav K., 1843-1902, compañero de escuela de Nietzsche en
Naumburg. Primer contacto de Nietzsche con la música en casa del pa­
dre, que era amigo personal de Félix Mendelssohn-Bartholdy. Krug fue
luego presidente del Wagner-Vercin de Colonia y compuso él mimo.
3 Franz B., 1811-1868, originariamente filósofo, escritor musical
desde 1843, en 1844 redactor de la ‘Neuer Zeitschrift für Musik’ en el
espíritu de Liszt y Wagner, luego maestro del conservatorio de Leip­
zig. En 1859 cofundador del Allgemcincn Deutschcn Musik-verein (So­
ciedad General Alemana de Música). Obras: ‘Grundzüge der Gcschichte
der Musik’ (1848), ‘Geschichte der Musik in Italien Deutschland und
Frankreich’ (1852), ‘Die Musik der Gegenwart und die Gesamtkunst
der Zukunft’ (1854), ‘Die Organisation des Musikwesens durch den
Staat’ (1865), entre otras.
4 Paul D., 1845-1919, historiador de la filosofía, indólogo, funda­
dor de la Sociedad Schopenhauer. Escribió ‘Dies Elemente der
Metaphysik’.
3 Cari Freiherr von G., 1844-1904, mayorazgo y chambelán pru­
siano. Amigo de N. desde la época de Schulpforta. Terminó
suicidándose.
6 Max K., 1852-1941, escritor alemán. ‘Meister Timpe’ (1888) y
otras novelas de crítica social.
7 Peter G., en realidad Heinrich Koselitz, 1854-1918. (cfr. p. s.).
6 Barón Reinhard von Seydlitz-Kurzbach, 1850*1931, escritor y
pintor. N. trabó amistad con él en Bayreuth y mantuvo corresponden­
cia con él. Fue luego presidente del Club Wagner.
9 Teógenes de Megara, poeta griego hacia 500 a.E.C.
10 Clara Sch., 1819-1896, discípula de su padre Friedrich Wieck.
239
A los diez años primera aparición como pianista, giras de conciertos
a los trece años. Alcanzó el punto culminante de su maestría en unión
de su esposo Robert Sch., en calidad de su primera y perfecta intérpre­
te. A la muerte de éste en Berlín (1856), desde 1863 en Lichtenthal,
cerca de Baden-Baden, hasta 1892 profesora en el Conservatorio Supe­
rior de Frankfurt. Adversaria de los «neoalemanes», compositora de ta­
lento. Revisó la edición completa de Schumann.
“ ‘Manfred-Meditation’, composición de N. (primavera 1872) pa­
ra piano a cuatro manos a la tragedia de Byron ‘Manfred’ (1817). En
‘Ecce homo’ dice N.: «Tengo que estar muy emparentado con el Man­
fred de Byron: encontré en mí todos esos abismos — a los trece años
estaba maduro para esta obra.» Hans von Bülow dijo que jamás había
visto cosa igual en pentagrama, que era *la violación de Euterpe’.
12 Erwin R., 1845-1898, como N., filólofo clásico, profesor en Kiel,
Tübingen, Heidelberg. Obra principal: ‘Psyche, Seclcnkult und Uns-
terblichkeitsglaube der Griechen’ (1890/94). Era wagneriano con limi­
taciones. ‘Humano, demasiado humano’ lo distanció de N., pero R.
siguió tomando parte en la creación del amigo. En 1889 recibió desde
Turín una hoja de N. firmada ‘Dionisios’.
13 Wilhelmine Schródcr-Devrient, 1804-1860, soprano dramática
de la Opera de Dresden, 1823-1828 casada con el actor Karl August
Dcvrient.
14 Johanna W., 1828-1894, sobrina de N., alumna de Viardot-
García en París. Primera Elisabclh en el ‘Tannháuser’ (1844). Miem­
bro de la Opera de Corte de Berlín 1850-1862. Tras la pérdida de la
voz, reputada actriz en Berlín.
15 Hans Guido Freiherr von B., 1830-1894, director de orquesta y
pianista, intérprete trascendental. Su segunda esposa, Maric Schanzer,
publicó póstumamente sus cartas y escritos (8 tomos, 1895-1908).
16 Gottfricd S., 1803-1879, arquitecto y amigo de W. Creó la Ope­
ra y la Pinacoteca de Dresden, el Burgtheater de Viena, etc.
17 Friedrich Z., 1825-1891, profesor de filología en Leipzig, direc­
tor de la Literarisches Centralblatt fundada por él en 1850.
" Lou(ise) von S., nacida en 1861 en San Petcrsburgo como úni­
ca hija de un general de origen ruso-francés; su madre, de vieja familia
de Hamburgo. Preparación por Hendrik Gillot para la Universidad en
Zurich, especialmente filosofía. En 1887 se casó con el orientalista Frie­
drich Cari Andreas. Murió en 1937. En 1894 apareció su libro ‘Frie­
drich Nietzsche in seinen Werken’.
19 Heinrich R., 1845-1919, como Deussen y Rohde amigo de es­
tudios de N., amigo también de Rée desde su época de estudios de Leip­
240
zig. Filósofo kantiano. Desde 1872 profesor habilitado en Basilea, cáte­
dra que abandonó más tarde.
30 Menipo de Gadara, filósofo griego hacia 280 a.E.C. Creó la po­
lémica cínica con la sátira, en la que ridiculizaba la vida y la doctrina
de los filósofos. Modelo de las sátiras de Varrón.
21 Hoja de humor político-satírica ilustrada, fundada en 1858 en
Berlín, cerrada en 1944. Apoyaba a Bismarck.
22 Atenea, Eudoxia después de bautizarse, hija del filósofo Leon­
cio de Atenas, se casó en 421 con Teodosio II. Fue expulsada de la cor­
te, vivió hasta su muerte en Jerusalem. Obra poética: poema épico so­
bre la guerra persa de su esposo, refundición de la leyenda del mártir
Ciprián de Antioquía (una de las fuentes de la leyenda de Fausto).
25 C. Theodor W., 1780-1842, desde 1823 cantor de Santo Tomás
de Leipzig, 1814-1817 cantor de la Cruz de Dresden. Importante teóri­
co y maestro. Wagner fue alumno suyo durante muchos años.
24 Georg H., 1817-1875, lírico revolucionario, cayó en 1848 en Ba­
dén con una columna franco-alemana de trabajadores, fue derrotado
en Schoplheim, tuvo que huir. Sus ‘Gedichte eines Lebendigen’ (Poe­
sías de un vivo), nacidas en Suiza y París, tuvieron un efecto revolucio­
nario. Heine lo elogió como ‘alondra de hierro de la revolución’.
25 Bruno W., 1860-1928, escritor (poesía, novelas, confesiones), fi­
lósofo de la religión, socialista.
26 Gottfried K., 1819-1980, el gran poeta suizo, dedicó la obra de
su vida a luchar contra la mentira y la hipocresía. (Cfr. también p. 87).
27 Félix M.-B., 1809-1847, director de orquesta, desde 1835 direc­
tor de la Gewandhaus de Leipzig. Oberturas de conciertos, sinfonías,
música de cámara, oratorios, etc.
28 Heráclito, 540 (544)-480 (483) a.C., filósofo griego. Recibió el
apodo de ‘El oscuro’ y ‘El filósofo llorón’ por el lenguaje profético de
su obra ‘Sobre la naturaleza’. Su doctrina: todo ser se encuentra en cons­
tante nacer y perecer; la razón humana es parte de la razón universal
(logos), de ella proceden el orden y la ley.
29 Empédocles, hacia 500 a 430 a.E.C., filósofo de la naturaleza y
médico prcsocrático, según la leyenda al Etna se arrojó, pero murió pro­
bablemente como emigrante en Grecia. Casi divinizado por el pueblo,
estuvo durante cierto tiempo a la cabeza de la democracia agrigentina.
Su doctrina: No hay ningún surgir y perecer, sino únicamente mezcla
y separación de los cuatro elementos fuego, agua, aire y tierra; en todos
los procesos actúan el amor y el odio como fuerzas primitivas.
30 Franz von L., 1811-1886, desde 1842 director de la orquesta de
corte de Weimar, tuvo mucha influencia en los representantes de la «es­
241
cuela neoalemana». Piezas para piano, obras para orquesta, música
religiosa.
31 Giacomo M. (en realidad Jakob Liebmann Berr), compositor
alemán, marchó a Italia y a París, desde 1842 director general de músi­
ca de la Opera de Berlín. Principal representante de la ‘gran ópera’ fran­
cesa. Operas: ‘Los hugonotes’, ‘La Africana’, ‘El profeta’, etc.
32 Arthur Sch., 1788-1860, vivió desde 1835 como investigador pri­
vado en Frankfurt: Obra principal: ‘El mundo como voluntad y repre­
sentación’ (2 tomos, 1818). Además de en Nietzsche y Wagner, influyó
también en Burkhardt, Raabc, Freud, etc.
M Franz von L., 1836-1904, pintor, celebrado retratista muniqués
de la aristocracia al estilo de los viejos maestros. Sus pequeños bocetos
de paisajes al óleo testimonian su talento colorístico.
34 Platón, 427-347 a.E.C., filósofo griego de Atenas, fue durante
ocho años discípulo de Sócrates, combatió en sus obras el ideal educati­
vo de los sofistas, se ocupó de las ciencias, fundó la Academia en 387.
Obras: ‘Fedón’, ‘El banquete’, 'La República’ (I-X), etc. Fue funda­
dor de la posteriormente llamada metafísica.
55 Aristóteles, 384-322 a.E.C., filósofo griego, discípulo de Platón,
desde 343 educador de Alejandro Magno. Fundó una escuela filosófica.
Obras: ‘Organon’ (escritos de lógica), ‘Metafísica’, ‘Física’, ‘Política’,
‘Retórica’, ‘Poética’ (con una teoría del arte vigente durante mucho
tiempo, sobre todo por lo que respecta a la tragedia), etc.
36 Ludwig Andreas F., 1804-1872, filósofo, discípulo de Hegel, in­
fluyente pensador del Vormárz. Crítica del cristianismo desde el punto
de vista antropológico: el cristianismo es una objetivación de la vida sen­
timental humana y, en cuanto tal, una ‘alienación’ de su propia esen­
cia. Obras: ‘Wesen des Christentums’ (1841), ‘Wesen der Religión’
(1845).
57 Nietzsche publicó sus trabajos filológicos en el ‘Rheinischen Mu-
seum’, y compuso, según disposición de Ritschl, el cuaderno de los ín­
dices de los 24 primeros volúmenes (1842-1869).
38 Hermann L. fue más tarde director de la orquesta de la corte en
Munich. Después de haberlo visitado allí Nietzsche por invitación, es­
cribió a su hermana el 2-IX-1886: «... además era un entusiasta de Bi-
zet casi mayor que yo».
39 Esquilo, hacia 525 a 456 a.E.C., el más antiguo de los autores
de tragedia griegos. Obras: ‘LaOrestíada’, ‘Prometeo encadenado’, ‘Los
persas’, ‘Los siete contra Tebas’, etc.
49 Píndaro, 518 (520) a después de 446 a.E.C., poeta lírico griego
residente en Tebas. Estilo solemnemente elevado, métrica complicada.
Puso música a sus propias odas (no se han conservado las notas).
242
41 Heintich P., 1837-1900, periodista y escritor musical de Munich.
1863, redactor de la ‘Neue Zeitschrift für Musik’. Adalid de los neoale-
manes. Obras: Uber die Aufführung der 9. Symphonie unter Wagner’
(1872), ‘Die Bühnenproben zu den 1876er Festspielen’ (1877), ‘Tris-
tan und Isolde’ (1906).
42 Cari T., 1841-1871, famoso virtuoso del piano, discípulo de
Liszt.
43 Félix M., 1856-1911, uno de los mayores directores de Wagner.
En 1881 director de la orquesta de Karlsruhe, desde 1903 de la de Mu­
nich, también director de la Academia de Música. En 1907 director de
la Opera de Corte. Escribió óperas, música de cámara, heder.
44 Angelo N., 1838-1910, originariamente tenor, luego director de
teatro en Praga, Viena y Leipzig. Fundó en 1882 su teatro Wagner iti­
nerante con decorados y trajes de Bayreuth. ‘Erinnerungen an Richard
Wagner’ (1907).
45 Peter C., 1824-1874, actor y compositor, discípulo de Liszt de
tendencia ncoalemana, sin ser epígono. Especialmente independiente
en sus Lieder, para las que escribió muchos textos propios. Operas: ‘Der
Barbier von Bagdad’ (1858), ‘Der Cid’ (1865).
46 Hans R., 1843-1916, uno de los directores más destacados de su
época, por recomendación de Wagner fue director de coro de la Opera
de Munich. 1871-1875 en Budapest, a partir de esa fecha director de
orquesta de la Opera de la Corte en Viena, director allí de los concier­
tos filarmónicos. Desde 1900 trabajó en Gran Bretaña. Director de nu­
merosos festivales de Bayreuth desde sus comienzos.
47 Ivan Serguievich T., 1818-1883, poeta ruso, fue desterrado a su
finca de campo a causa de su artículo necrológico sobre Gogol, vivió
después de 1865 en el extranjero: antes de la guerra franco-prusiana
en Baden-Baden, desde 1870 en París, donde murió. Paul Rée lo visitó
allí varias veces después de haberle enviado sus ‘Meditaciones psicoló­
gicas’. Obra voluminosa que ha influido en determinar la imagen de
Rusia en Occidente así como la literatura realista e impresionante occi­
dental.
48 Paulinc V.-G., 1821-1910, cantante francesa, hija de Manuel
G., famoso maestro de canto de París y luego Londres. Cantaba en sa­
las de conciertos y en los escenarios, estuvo contratada temporalmente
en Londres y París, pero se hallaba generalmente en giras de concier­
tos. También fue compositora de lieder y operetas.
49 Editor de las memorias de Richard Wagner, publicadas en 1911.
‘Ricardo Wagner, M i v id a ’ (Barcelona, Ediciones Nuevo Arte Thor,
1977).
243
50 Roben W. Gutman: ‘Richard Wagner. Der Mcnsch, sein Wcrk,
seine Zeif, R. Fiper Verlag, Munich 1970.
M Sócrates de Atenas, 470 a 399 a.E.C. aproximadamente. Fue
condenado a morir por la cicuta por el tribunal ático tras haber sido
denunciado «de no reconocer los dioses del culto oficial, haber introdu­
cido divinidades nuevas y pervertir a la juventud». Rechazaba la filoso­
fía de la naturaleza. Es básica su paradoja: lo bueno y lo correcto no
es lo que la tradición tiene por tal. La paradoja se tradujo en sus discí­
pulos en la revalidación de todos los valores, que tampoco retrocedía
ante lo escandaloso. Debe comprobarse el alma para ver si lo que pre­
tende saber es un saber válido o no. (Platón dedujo de aquí la dialéctica.)
M Eurípides, siglo V a.E.C., trágico griego. Con él, el coro perdió
su importancia. De su voluminosa obra se han conservado 18 dramas,
por ejemplo, ‘Medea’, ‘Electra’, ‘Las Bacantes’, etc.
M Karl K., 1830-1916, discípulo de Liszt, pianista y compositor.
54 Marie Condesa de Schl., cfr. p. 79.
55 Franz W., 1832-1902, director y compositor, en Munich direc­
tor de orquesta y de la escuela de música.
56 Catulle M., 1841-1909, poeta francés. Dio a conocer a Wagner
en Francia.
57 Théophile G., 1811-1872, escritor francés, como crítico de arte
especialista en la crítica de ballet. También su hijajudith (conocida es­
critora, 1850-1917), durante poco tiempo mujer de Catulle Mendés, fue
amiga de Wagner.
58 Jean-Marie Conde de V., 1838-1889, escritor francés, influido,
entre otros, por Wagner. Aunque era católico creyente se ocupó del ocul­
tismo, la masonería y la teosofía. Antecesor del neorromanticismo.
59 Camille S.-S., 1835-1921, compositor francés. Operas (‘Sansón
y Dalila’, etc.), música de orquesta, obras para coro, música de cáma­
ra, etc. Estilo heroico-patético.
60 Heinri Fouqués-Duparc, 1848-1933, compositor francés.
51 Maurice J., 1821-1878, escritor y abogado francés.
b2 Adolf M. participó junto con Nietzsche como enfermero volun­
tario en la guerra de 1870/71.
68 Malwida von M., 1816-1903, hija del ministro de Hesse Riva-
lier (de origen hugonote), convertido por el Elector en Freiherr (Barón)
von Meysenbug. Malwida se separó después de 1843 de las ideas de
la familia y se declaró partidaria de la emancipación de las mujeres. Ac­
cedió al movimiento democrático previo a la revolución de 1848 a tra­
vés de su prometido, el escritor Althaus. Tras la disolución de su com­
promiso trabajó en la Escuela Superior Femenina Frobel de Hambur-
go, a la que perteneció hasta que fue cerrada por presiones de la reac­
244
ción. Tradujo las memorias de Alexandr Herzen al alemán. Nietzsche
calificó su amor por su hija adoptiva Olga Herzen «una de las revela­
ciones más maravillosas de la cantas ». (Cfr. también p. 100 y ss.)
64 Marie Condesa d’Agoult, nacida Flavign^, 1805-1876, escrito­
ra francesa (seudónimo Daniel Stem), compañera de Liszt, con quien
tuvo tres hijos, entre ellos Cosima.
65 Princesa Carolina Sayn-Wittgenstein, 1819-1887, desde 1848
compañera de Liszt, con quien se fue al Altenburg de Weimar, convir­
tiéndose así en centro de la vida musical europea.
66 Pierre (abbé P.) Perrin, 1620-1675, poeta francés, creó la prime­
ra ópera en lengua francesa junto con el compositor Camben.
67 Víctor H., 1802-1885, poeta francés de la escuela romántica. Sus
restos reposan en el Panthéon.
68 Dr Friedrich H., 1841-1927, compositor de música de orquesta
y de cámara del romanticismo tardío, así como de coros masculinos.
69 Jacob B., 1818-1897, historiador suizo de la cultura y del arte.
Obras: ‘Weltgeschichtliche Betrachtungen’ (postuma, 1905), ‘Die Kultur
der Renaissance in Italien’ (1860), ‘Cicerone’ (1855), ‘Gricchische Kul-
turgeschichte’ (1898-1902).
70 Franz O., 1837-1905, profesor de teología desde principios de
1870 en Basilea. Su escrito polémico ‘Uber die Christlichkeit unserer
heutigen Theologie’ apareció en 1873, esto es, til mismo tiempo que el
‘David Strauss’ de Nietzsche. La estrecha amistad con N. hizo que pre­
cisamente O. ayudase al amigo derrumbado en Turín.
71 Félix D., 1835-1935, compositor y profesor de composición.
77 Ulrich von W.-M., 1848-1931, profesor de filología clásica en
Greifswald, Góttingen, Berlín. Intérprete y crítico de textos.
73 Friedrich F., banquero, amigo de Wagner, encargado de la di­
rección comercial de la empresa en Bayreuth.
74 Héctor B., 1803-1869, compositor francés. Sinfonías (por ejem­
plo, ‘Symphonie fantastique’), óperas (por ejemplo, ‘Benvcnuto Celli-
ni’), Requien, Te Deum, etc.; teoría de la instrumentación.
75 Alexandr H., 1812-1870, escritor ruso, político social, desde
1847 cabeza de los emigrantes rusos de Europa occidental. Pionero de
las ideas socialistas.
76 Johann Georg A., 1736-1809, compositor; organista áulico y di­
rector de orquesta en la catedral de San Esteban de Viena.
77 Winifred W., nacida en 1897, mujer de Siegfricd W. Tomó a la
muerte de éste (1930) la dirección artística de los festivales hasta el final
de la II Guerra Mundial.
78 Otto y Mathilde W. Esta fue muy amiga de Wagner en Zurich
(en la época en que surgió el Tristán). Escribió, entre otras cosas, las
245
‘Fünf Gedichte’ a la que W. les puso música en 1857/58 (‘Wesendonk-
Lieder’).
79 Gn realidad, ‘canto de una sola voz para dos’, alusión al nom­
bre de Monod. Gabriel M., 1844-1912, fue historiador francés en el Col-
lége de France y en la Ecole Pratique des Hautes Eludes, ambas de Pa­
rís. Maestro y amigo de Romain R olíand. La boda con la hija adoptiva
de Malwida, Olga Herzen, se celebró en la primavera de 1873.
80 Tales de Mileto, hacia el 600 a.E.C., filósofo griego de la natu­
raleza, uno de los Siete Sabios. Poseía sobre todo amplios conocimien­
tos de astronomía.
81 David Friedrich St., 1808-1874, expuso en su ‘Vida de Jesús’,
no la historicidad de Jesús, sino los relatos de los evangelios, que decla­
ró creación inconsciente de mitos en las primitivas comunidades cris­
tianas. Como consecuencia de esto perdió su cátedra de Tübingen y fue
trasladado a Ludwigsburg como profesor de instituto.
82 Paul R., 1849-1901, hijo de un latifundista de Prusia occidental.
Estudios de derecho por deseo expreso del padre. Voluntario en la gue­
rra de 1870/71, herido en Gravelotte. Luego estudios de filosofía, doc­
torado en 1875 en Leipzig. Primer encuentro con Nietzsche en la pri­
mavera de 1873 en Basilea. Oyó ‘Dic vorplatonischen Philosophen’ con
Gersdorff. En 1882 rompió su amistad con Nietzsche.
83 Félix D., 1834-1912, escritor alemán, profesor de historia en
Munich. (‘Ein Kampf uin Rom’, 1876, y otras.)
84 ¡Tú, país, del amor!, ya soy tuyo,
me suelo enojar llorando porque siempre
niegas tontamente el alma propia.
Todavía vacilas y callas, meditas una obra alegre,
que dé pruebas de ti, meditas una nueva creación
que sea única, como tú mismo,
nacida del amor y buena, como tú.
Ya no existe el original de la carta, tan sólo una copia que hizo Wagner
y envió al rey Luis de Baviera. Los versos tratan de pasajes del ‘Gesang
des Deutschen’, de Hólderlin.
85 Ernst Bertram, ‘Nietzsche’, Berlín 1929.
86 Edouard Sch., 1841-1929, crítico francés, autor de estudios mu­
sicales y tcosóficos. Dramas, novelas, poesías, defensor de Wagner, va­
rios encuentros con éste. Colaborador de la ‘Revue Wagnérienne’ (fun­
dada en 1885).
87 Eduard H., 1825-1904, crítico y escritor musical austríaco, ad­
versario de Wagner y Bruckner, paladín de Brahms.
88 Ludwig Sp., 1830-1903, de vieja familia de músicos. Tras las
246
primeras composiciones poéticas propias se hizo crítico teatral. Repre­
sentante clásico del gran folletón vienes a finales del siglo XIX. Desta­
cado como crítico del Burgthcater (Neue freie Pressc, 1877-1884), pero
no siempre libre de prejuicios.
89 Dr Bernhard F., el posterior esposo de Elisabeth Nietzsche, era
maestro de instituto en Berlín desde 1870, tuvo que abandonar la do­
cencia en 1882, tras los desacuerdos a causa de su actividad antisemita,
así como su puesto de profesor en la Staatliche Kunstschule. Volvió de
Paraguay en la primavera de 1885 para fundar una sociedad colonial,
reclutó emigrantes para la región de La Plata. Se casó con Elisabeth
N. el 22 de mayo de 1885. Murió en 1889; no se sabe si tras un infarto
o suicidado.
90 Karl Jaspcrs: ‘Nietzsche und das Christentum', Hamcln 1947.
91 Marie B.-Koechlin, aisaciana, madre del discípulo de N., Adolf
B., posterior catedrático de historia en Basilea. Tradujo al francés ‘Scho-
penhauer como educador’ y ‘Richard Wagner en Bayreuth’.
95 Louise O., abadana residente en París. Su correspondencia con
Nietzsche se publicó en 1938 en el anuario ‘Der Aquádukt’.
93 Paul Freiherr von W. 1848-1938, escritor musical, editor de las
Bayreulher Blátter. Escritos sobre problemas de la música de W.
94 Cari F. era profesor en Leipzig.
93 Gian Lorenzo B., 1598-1680, arquitecto y escultor. Su obra prin­
cipal son las columnatas de la plaza de San Pedro en Roma.
96 Roben B., 1812-1889, poeta inglés del victorianismo. (‘El ani­
llo y el libro’, entre otras.) Se casó en 1846 con la poetisa Elisabeth
Barret.
97 Voltaire(en realidad Fran^ois-Marie Arouet), 1694-1778, escri­
tor y filósofo francés. Exponente de la Ilustración. Está enterrado en
el Panthéon. Obra extensa: poesías, poemas épicos, obras filosóficas,
dramáticas e históricas. Además, novelas y cuentos.
98 Mathíldc M. vivió en Maguncia.
99 Karl Eduard Hcinrich Freiherr von Stein zu Nord-und Ost-
heim, 1857-1897, procedía de una familia de oficiales del Rhón. Paso
de la teología a Schopenhauer y luego al positivismo radical. Su primer
libro se llamó ‘Die Idcale des Materialismus’. Stein llegó a Bayreuth
a través de Malwida von Mcysenbug, en principio para un año. No pre­
senció todavía los primeros festivales. Se habilitó en Halle, dio lociones
sobre Schopenhauer y Wagner, publicó en 1883 ‘Dramatische Bilder:
Helden und Wclt’. Vivió en la certeza de que moriría pronto. Obra prin­
cipal: ‘Die Entstehung der neueren Asthetik’ (1886).
100 Paul von J. (Zukowski), 1845-1912, pintor, hijo de un impor­
tante lírico ruso. Colaboró en la escenografía del primer ‘Parsifal’. Acon­
247
sejó a la joven compatriota Lou von Salomé que adoptase su toilette
a las condiciones de Bayreuth, lo que dio motivo de habladurías. La
casa alquilada por J. en Bayreuth estaba al lado de la villa Wahnfried.
Malwida de Meysenbug y Heinrich von Stein vivieron en su casa du­
rante los festivales.
101 Henry J., 1843-1916, novelista y narrador americano. Estudió
en Harvard y en diversas universidades europeas, trabó amistad en Pa­
rís con Flaubert y Turgueniev, se estableció definitivamente en Ingla­
terra en 1876. Figura como uno de los más grandes en la historia de
la novela (psicólogica); se ocupó del conflicto entre la clase media ame­
ricana, robusta, de nuevos ricos, y la élite ingeniosa, a menudo deca­
dente, de Europa. Obras, entre otras: ‘The American’ (1877), ‘Wash­
ington Square’ (1881), ‘The Golden BowP (1904).
104 Engelbert H., 1854-1921, compositor alemán, formado con Ri­
chard Wagner. Operas de cuentos (Hansel y Gretel), obras para orques­
ta, música de cámara, etc.
103 Giovanni P., en verdad Giovanni Pierluigi da Palestrina, 1525
(?) -1594, compositor, renovador de la música religiosa católica.
104 Prosper M., 1803-1870, novelista francés, narrador crítico,
autor de dramas románticos para lectura. Su novela corta ‘Carmen’ se
publicó en 1845.
105 Jacques O., 1819-1880, compositor alemán, marchó a los 14
años a París, donde actuó primero de violonchelista y luego de director
de orquesta. Contribuyó a desarrollar decisivamente la opereta. Exito
mundial tuvo la ópera ‘Los cuentos de Hofimann’, estrenada después
de su muerte (1881).
106 Sarah B. (en realidad Henriette Rosina Bernard), 1844-1923,
famosa artista dramática francesa. Tiene un monumento en París.
107 Joseph R., director ayudante de Wagner en Bayreuth.
108 En el libro de Lou von Salomé, la expresión ‘amistad estelar’
se entiende referida a Rée, pero concernía a Wagner.
109 Lou von Salomé dio la poesía a Nietzsche al despedirse de Tau-
tenburg. La había escritor al abandonar su patria rusa:
Gewiss, so liebt ein Freund den Freund,
Wie ich Dich liebc, Rátselleben—
Ob ich in Dir gejauchzt, geweint,
Ob Du mir Glück, ob Schmerz gegeben.
Ich liebe Dich samt Deinem Harme;
Und wenn Du mich vemichten musst,
Entreisse ich mich Deinem Arme,
Wie Freund sich reisst von Freundesbrust.
248
Mit ganzer Kraft umfass ich Dich!
Lass Deine Flammen mich entzünden,
Lass noch in Glut des Kampfes mich
Dein Rátsel tiefer nur ergründen.
Jahrtausende zu sein! zu denken!
Schliess mich in beide Arme ein:
Hast Du kein Glück mchr mir zu schenken—
Wohlan, noch hast Du Deine Pein.
Cierto, así ama el amigo al amigo, / como yo te amo, vida enigmática,
/ haya gritado de júbilo, llorado, / me hayas dado felicidad, o dolor.
/ Te am o con toda tu aflicción; / y si tienes que destruirme, / me arranco
de tu brazo / como el amigo se separa del pecho amigo. / ¡Te abarco
con toda la fuerza! / Deja que tus llamas me inflamen, / deja que en
el ardor de la batalla / explore más a fondo tu enigma. / ¡Ser milenios!
¡Pensar! / Rodéame con ambos brazos: / si ya no puedes darme ningu­
na felicidad, / adelante, aún tienes tu dolor.
En 1887 todavía se sentía Nietzsche unido a Lou en esta poesía y
en su música (‘una confesión de fe en sonidos’). El ‘Himno a la vida’,
ampliado y corregido por Gast, se publicó en 1887 en Fritzsch para co­
ro con acompañamiento de orquesta. En una carta de Gast a Nietzsche
de 1882 se dice los siguiente: «En realidad no creo que con este llama­
miento, que hoy me parece bastante sombrío, vaya usted a ‘seducir’
ni siquiera a aquellos para los que su filosofía es el alimento correcto...
Me suena a cristiana; y si me hubiese enviado la música sin texto, la
habría tenido incluso por unamarcha de cruzados, cristiano-guerrera;
ante las disonancias, a menudo estridentes, me imagino los escudos cho­
cando unos contra otros... resuena una sensación hostil, que busca al
enemigo, belicosa.»
110 Gast compuso de nuevo la ópera ‘El matrimonio secreto’ —a la
que le pusieron música Cimarosa y Paisiello en 1792— y le dio el título
de ‘El león de Venecia’. Opera cómica en cinco actos. Se representó
dos veces en 1891 en Danzig y se imprimió en arreglo para piano en 1901.
111 Karl Schlechta: ‘Der Fall Nietzsche’, Munich 1959.
112 Para el pésame a Cosima: el borrador de esta carta de Nietzsche
del 14 de febrero, al día siguiente de la muerte de Wagner, se ha con­
servado: «... Usted sirvió a lo que no muere con un hombre, aunque
nació ya en él... Así es como la veo hoy y así la vi solamente, aunque
desde una gran distancia, como la mujer más venerada que existe en
mi corazón.»
113 Houston Stewart Chamberlain, 1855-1927, escritor filosófico in­
glés. Yerno de Wagner.
249
114 La respuesta de Malwida trajo consigo nuevos ataques malévo­
los, pero cuando Nietzschc murió en 1900, Malwida le envió ramas de
laurel desde Sorrento, el lugar de sus días felices juntos. Tres años más
tarde murió ella también a los 87 años de edad.
Mi Hans Makart, 1840-1884, discípulo de Piloty, pintó cuadros his­
tóricos y alegóricos cuya decoración sobrecargada influyó en la moda
y en el mobiliario y decoración de la vivienda de los años de la revolu­
ción industrial alemana.

250
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252
El excepcional cantante Dietrich Fischer-Dieskau, que une a su
talento lírico una amplia cultura y excelente calidad literaria,
ha escrito este libro en el que trata de desvelar la compleja rela­
ción que existió entre dos gigantes de nuestra cultura, Richard
Wagner y Friedrich Nietzsche.
En primer lugar se analiza el universo en que vivieron los dos
hombres —el declinar del siglo XIX y su relación con él. Des­

pués se contempla sus obras y sus consecuencias para la vida
espiritual de nuestro tiempo.
Cree Fischer-Dieskau que la atracción e influencia de Wagner
sobre Nietzsche están trenzadas con las secretas aspiraciones del
filósofo por componer música, aspecto hasta ahora un tanto
oculto al lector de la obra de Nietzsche. Es preciso percibir y
evaluar este concepto «Nietzsche el músico» para comprender
por qué se atrajeron dos personalidades tan opuestas y la ra­
zón de esta amistad estelar.
Esta percepción, junto al conocimiento profundo de las mani­
festaciones musicales de los dos maestros, justifica el que un
músico se haya aventurado a pintar este retrato a doble imagen.
Un libro sutil, profundo y apasionante.

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