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Mujer y literatura mexicana y chicana
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JOSEFINA VICENS Y EL LIBRO VACÍO:
SEXO BIOGRÁFICO FEMENINO Y GÉNERO MASCULINO
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76 ANA ROSA DOMENEUA
3 Josefina Vicens, "El infierno blanco", Uno más Uno, 24 de noviembre de 1986.
4 Contraportada de El libro vacfo, México, Transición, 1978. De esta edición están tomadas las citas.
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JOSEFINA VICENS 77
s Fabienne Bradu, Señas particulares: escritora. Ensayos sobre escritoras mexicanas del siglo xx,
México, FCE, 1987, pp. 50-68.
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78 ANA ROSA DOMENEllA
al igual que sus hermanas. Sin embargo, con su previsible llanto (y el apoyo de un
padre tradicional) logra frustrarlo en su primer proyecto: convertirse en marino
(probablemente para competir con el holandés usurpador, aunque no lo registre en
su cuaderno memorioso).
En varias entrevistas Josefina Vicens se defiende de una supuesta acusación de
no darle importancia a la mujer en su novela, pues la esposa de José García no tiene
siquiera nombre. La autora afirma -con justa razón- que el reproche "es mentira"
porque no está bien observado. Aunque carezca de nombre, la esposa de José García
"es la sabia, la que dirige, la que sabe vivir, la que sabe qué tiene que hacerse en
la vida". 6
¿Qué ocurre en definitiva con este personaje anónimo que llama "hijo" a su
marido y a sus hijos los llama por su nombre, José y Lorenzo?
El narrador tampoco da información sobre su edad o aspecto físico, pero sí
comenta su forma de ser y actitudes: "La severidad, la razón, la eficacia están con
ella siempre. Todo lo limpio y claro le pertenece. Es, ha sido toda su vida, un bello
lago sin el pudor de su fondo. Se asoma uno a él y lo ve todo[ ... ] No queda nunca
zozobra ni duda; sólo remordimiento" (p. 24).
José García la observa en su diario trajinar con sorpresa, admiración o rabia y
anota en su primer cuaderno (que ella nunca leerá) todas las emociones contradic-
torias que le produce ese ser tan conocido y tan extraño. Escribe, por ejemplo, "te
trato mal porque detesto a las gentes que no son enemigas de sí mismas" (ibid.);
aunque no le ocurre lo mismo con su amigo y tocayo, Pepe Varela, que tampoco
tiene recovecos ni puede comprenderlo en su obsesión por escribir porque es
incapaz de padecerla. Por lo tanto, siempre se espera más de la mujer que del amigo,
porque detrás está flotando la sombra de Yocasta, como sugeriría Christianne
Olivier.
Pero la de José García no es la única esposa del relato, los demás empleados
tienen la suya, al igual que su propia rutina. Por ejemplo, la mujer de Reyes es
responsable involuntaria del desfalco y posterior despido de su marido. Esto se
debe a que los dueños (señalados como "ellos") se negaron a anticiparle un
préstamo para internarla, pues Reyes desconfía de los servicios sociales "por
demasiado grande, por excesivamente poblado, se le convertía en un sitio abstracto
incapaz de acogerla con la exclusividad que él deseaba para ella" (p. 170). José
García admite, con culpa, que todo el incidente le sirve de material para su cuaderno
y solidarizándose con el compañero en desgracia escribe "que esa mujer gorda,
envejecida, desaliñada, era a quien él más quería y necesitaba en el mundo"
(p. 171).
Éstas son las esposas en E/ libro vacío, hacendosas, magas, sabias, gastadas pero
también refinadamente crueles en su abnegación sobreprotectora.
Esta faceta se consigna y analiza cuando José García, a pesar de sus años (51),
su pobreza y debilidad, consigue una amante. La esposa presumiblemente lo sabe
pero no se queja ni llora ni lo injuria y José García escribe: "No sé si la silenciosa
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JOSEFINA VICENS 79
actitud de mi mujer era correcta. Sin duda lo era para nuestro matrimonio, para
nuestros hijos. Para mí, para mi desesperación y mi impotencia, era despiadada.
Yo así lo sentía" (p. 150).
En los momentos en que a las mentiras del marido ella responde con atenciones
y cuidados, José García confiesa sus ganas de matarla y su odio, proyectando en la
mujer lo que siente por sí mismo, sin saberlo.
¿Y cómo es la amante de José García?
Se llama Lupe Robles y el narrador cuenta de ella que "es una señora bastante
joven, guapa, alegre y estrepitosa" (p. 42); es viuda de un militar y vive, modesta-
mente, de su pensión y con la ayuda de amantes sucesivos. La relación dura dos
años y concluye -ahora sí por decisión del protagonista- tres años antes del
"presente de la historia". La deja pero no la olvida porque afianzó su hombría y
narcisismo, porque fue "su fugaz y último erotismo". Al recuperar de su memoria
a Lupe Robles la vincula con interminables visitas a compadres y fiestas de
cumpleaños, a "jovialidad estúpida", "cabarets estridentes" y "aquel terrible cami-
són rojo transparente", que él detestaba y ella prefería. La aventura se inicia porque
ella lo busca. El narrador cuando evoca la experiencia revive su excitación, se ve
actuando y escribe: "¡Me había buscado una mujer! No iba a encontrarme con ella sino
conmigo mismo. No me interesaba como mujer, en su aspecto natural, erótico,
sino como personaje que me había buscado, me había elegido" (p. 145). Luego, el
narrador José García puede tomar distancia -temporal y afectiva- y reflexiona:
"Me enamoré de ella como un adolescente. ¿Por qué digo esto? Me enamoré como
un hombre de cincuenta y un años, deficiente, temeroso, atormentado por los
remordimientos, por los celos, por la pobreza, por la falta de tiempo para estar
siempre a su lado, por el temor a que me abandonara y sobre todo, por la absoluta
imposibilidad de dejarla" (p. 147).
La amante es también lo "otro", el riesgo y la transgresión y por eso la desea
aunque amenace su precaria estabilidad emocional. Romper ese "amarre", como
finalmente lo hace, es caer otra vez en "la rutina asfixiante", o poder reflexionar
sobre "el milagro de la convivencia" que le permite no darse cuenta del paso de los
años en su pareja estable.
El deseo, dice Paul Ricoeur, es "sede de la batalla entre la fantasía y la realidad",
por eso José García siente que "el mediocre puede ser también un triunfador" y por
tal razón le gusta "jugar al héroe" (pp. 219-220). Le gusta imaginarse viviendo libre
en una playa solitaria con doce y no dos cuadernos a su disposición; con "el bello
juego del artista incomprendido", o con la "proeza en el campo de batalla".
El tema de las fantasías diurnas se vincula con la literatura y con aspectos
infantiles del narrador: sueña que acaba de fugarse de una cárcel y salva a dos niños
de las llamas y la mujer se ríe, le recuerda a sus propios hijos y le pregunta si no le
da vergüenza a su edad imaginar tales tonterías. Ella, por su parte, sólo sueña con
"cosas que puedan convertirse en realidad" (p. 224).
Freud analizó el vínculo entre fantasía y literatura en un interesante ensayo
traducido como "El poeta y los sueños diurnos". Propone una equivalencia entre
el "jugar" del niño y el "fantasear" del poeta y afirma: "El poeta hace lo mismo
que el niño que juega: crea un modo fantástico y lo toma muy en serio, porque se
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80 ANA ROSA DOMENELLA
7 Sigmund Freud, "El poeta y los sueños diurnos", en Obras completas, vol. 11, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1948, pp. 1 343-1 348.
8 Véase cap. "Gender and Genre" en Mary Eagleton (ed.), Feminist Literary Theory. A Reader,
Nueva York, Basil Blackwell lnc.,1986, pp. 88-148.
9 Sigmund Freud, "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica", en Obras
completas, vol.111, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948, pp. 1 482-1 491.
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