Está en la página 1de 7

Colegio de Mexico

Chapter Title: JOSEFINA VICENS Y EL LIBRO VACÍO: SEXO BIOGRÁFICO FEMENINO Y


GÉNERO MASCULINO
Chapter Author(s): Ana Rosa Domenella

Book Title: Mujer y literatura mexicana y chicana


Book Subtitle: culturas en contacto 2
Book Editor(s): Aralia López González, Amelia Malagamba, Elena Urrutia
Published by: Colegio de Mexico. (1990)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctvhn09nt.13

JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide
range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and
facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact support@jstor.org.

Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at
https://about.jstor.org/terms

This book is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-


NoDerivatives 4.0 International License (CC BY-NC-ND 4.0). To view a copy of this license,
visit https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/. Funding is provided by
National Endowment for the Humanities, Andrew W. Mellon Foundation Humanities Open
Book Program.

Colegio de Mexico is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to
Mujer y literatura mexicana y chicana

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
JOSEFINA VICENS Y EL LIBRO VACÍO:
SEXO BIOGRÁFICO FEMENINO Y GÉNERO MASCULINO

Ana Rosa Domenella


PIEM-UNAM
En este segundo "Coloquio fronterizo sobre mujer y literatura mexicana y chicana.
Culturas en contacto", me referiré a la obra de la escritora mexicana Josefina Vicens
(1911-1988) autora de dos espléndidas novelas: El libro vacío (1958) y Los años
falsos (1982). Ambos escritos en un estilo "sordo y apagado, recatado y escueto,
deliberadamente contenido", al decir de Elena Urrutia.
Como las voces masculinas y femeninas no se perciben del mismo modo, las
distinciones basadas en el sexo del autor han influido no sólo en la lectura sino
también en la escritura y persisten en los análisis prejuicios androcéntricos para los
cuales lo femenino --como afirma Antonieta Verwey- significa "menos que
ignorante o aficionado". Lo hemos comprobado revisando artículos y reseñas sobre
escritoras en el Taller de Narrativa Femenina Mexicana del PIEM, donde también
tomamos en cuenta el registro biográfico (mal que le pese a las corrientes críticas
formalistas). También hacemos hincapié en el tratamiento de los personajes feme-
ninos, la función de la voz narrativa y la visión del mundo que propone cada obra;
visión del mundo que coincide, necesariamente, con la del autor y que en el caso
de muchas escritoras suele reflejar los valores propagados por la ideología domi-
nante, patriarcal y burguesa.
Sobre este particular es importante recordar que el historiador de la literatura
Arnold Hauser afirmaba que "lo significativo de la mentalidad de un escritor no es
tanto por quién toma partido, como a través de quién mira al mundo" .1
En el caso de El libro vacío y Los años falsos, los narradores y protagonistas
son hombres: el oscuro aspirante a escritor, José García, y el atormentado y
esquizoide huérfano, Luis Alfonso Fernández. Ambos en lucha permanente contra
la pobreza y la mediocridad que Jos cerca y también angustiados por los papeles
que les impone representar una sociedad de férreos patrones machistas y competi-
tivos.
En relación con el tema de los papeles asignados a hombres y mujeres en una
sociedad sexista, es interesante tener en cuenta un trabajo de Marta Lamas sobre
la categoría antropológica de "género";2 ella afirma que la biología per se no
garantiza las características del género ... se trata más bien de "una construcción
1 Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, t. 11, Guadarrama, Madrid, 1964 (3a. ed.
en español), p. 384.
2 Marta Lamas, "La antropología feminista y la categoría de 'género"', en Nueva Antropologfa, vol.
VIII, núm. 30, México, 1986, p. 186.,
(75)

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
76 ANA ROSA DOMENEUA

social, una interpretación social de lo biológico". Por lo tanto, las características


llamadas "femeninas" o "masculinas" se vinculan a valores, deseos y comporta-
mientos y se asumen mediante complejos procesos tanto individuales como sociales.
En el caso de los protagonistas masculinos de las novelas de Josefina Vicens,
los rasgos que los denotan son aún más complejos por tratarse de hombres de papel,
de personajes literarios, para cuya creación ha intervenido un gran número de
mediaciones a partir de ciertos registros de la realidad histórica y vivencias de la
propia autora.
Existen algunas pistas para rastrear esta aparente oposición entre el sexo
femenino de la escritora y el género masculino de su escritura.
El nombre del narrador protagonista de El libro vacío, José García, está tomado
de dos seudónimos utilizados por Vicens en su trabajo periodístico: el nombre, del
cronista taurino Pepe Faroles; el apellido, de Diógenes García, comentarista
político.
Josefina Vicens conoce a fondo los ambientes que recrea en sus relatos; además
de su experiencia como periodista de secciones tradicionalmente "masculinas",
trabajó en oficinas estatales y privadas desde los 14 años y más tarde tuvo una larga
y fructífera actuación en el campo sindical (sector campesino y cinematográfico).
Si toda novela es un tanto autobiográfica porque parte de experiencias persona-
les, como afirma Alejo Carpentier, o es la "autobiografía de lo posible" como
sostenía Thibaudet, ¿dónde encontramos proyectada y transformada a la escritora
en El libro vacío? Sin lugar a dudas en la encarnizada pelea de José García consigo
mismo; los dos "yos" del protagonista que persiguen propósitos distintos (escribir
y no hacerlo), pero que se encuentran fatalmente en un mismo espacio, el de la
escritura. Veinte años se resistió el personaje antes de comprar los dos cuadernos
y comenzar a "llenar" el primero y continúa debatiéndose en su aventura clandes-
tina de escribir. Josefina Vicens confiesa que nunca se siente satisfecha por exceso
de autocrítica; por eso corrigió una y otra vez las pruebas de su primera novela
hasta que el editor se lo prohibió (por el costo del plomo) y el corrector de pruebas
le aconsejó: "Mire, su libro me gusta, no lo siga corrigiendo porque se le va a
secar''.3
Como ejemplo de los "vasos comunicantes" entre el plano biográfico y textual,
entre autor y personaje, citaré la respuesta de Josefina al cuestionario de Emmanuel
Carballo sobre por qué y para qué escribir y cómo lo hacía: "¿Cómo escribo? Pues
como trata de explicarlo mi José García"

Mi mano no termina en los dedos: la vida, la circulación, la sangre se prolongan hasta el


punto de mi pluma. En la frente siento un golpe caliente y acompasado. Por todo el cuerpo,
desde que me preparo para escribir, se me esparce una alegría urgente. Me pertenezco
todo, me uso todo; no hay un átomo de mí que no esté conmigo, sabiendo, sintiendo la
inminencia de la primera palabra. En el trazo de esa primera palabra pongo una especie
de sensualidad [... ] pero el placer de ese instante total, lleno de júbilo, de posibilidades
y de fe en mí mismo, no logra enturbiarlo ni la desesperanza que me invade después.4

3 Josefina Vicens, "El infierno blanco", Uno más Uno, 24 de noviembre de 1986.
4 Contraportada de El libro vacfo, México, Transición, 1978. De esta edición están tomadas las citas.

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
JOSEFINA VICENS 77

Y como la respuesta al amigo crítico es por escrito, Josefina acaba confesando


también que ha sufrido mucho al contestarle.
Escribir como necesidad vital, como doloroso deleite que José García no puede
compartir con nadie y que Josefina Vicens, afortunadamente, comparte con sus
lectores agradecidos.
Fabienne Bradu en su análisis sobre las voces narrativas en El libro vacío,
parafrasea la conocida frase de Flaubert, Mme. Bovary e'est moi, y titula su trabajo:
"José García ¡soy yo!". La investigadora encuentra en Josefina Vicens y Gustave
Flaubert "una misma distancia con respecto a sus personajes: el otro sexo como
realización y lugar de la identidad del escritor. Una distancia que evita coinciden-
cias biográficas, los accidentes particulares de la vida del escritor, los sentimientos
personales en la construcción de los personajes".5
Sin embargo, como surge de las propias relaciones de la autora, las correspon-
dencias no son anecdóticas sino subterráneas.
Josefina Vicens elige la primera persona para narrar su novela y con esta
decisión subraya la convención literaria, el "artificio", y también aumenta la
verosimilitud del texto a través del tono confesional; por otra parte produce un
juego irónico entre el narrador protagonista y el metanarrador (o autor implícito):
"Y creo que así continuaré, sin tener nada qué decir, porque lo primero que anoté
con grandes letras, como una flecha que anunciara el peligro, fue: no hablar en
primera persona" (p. 30).
Fracasados los proyectos de escribir historias sobre realidades externas o ajenas,
el protagonista José García recurre a sus propios recuerdos. La memoria es, pues,
la fuente de su escritura; memoria que puede ser "el castigo mayor", o "el más tibio
refugio, la más suntuosa riqueza del hombre". Y en ese moroso y fragmentario
proceso de escanciar recuerdos se va perfilando el mundo de los afectos y las figuras
femeninas.
Los primeros recuerdos que rescata José García son de su temprana infancia,
con la abuela como centro; la abuela "de acá" que lo llama "rosita de Castilla" o
"mi botón de rosa". El tierno lenguaje de la abuela es ambiguo y atenta contra la
incipiente masculinidad del narrador. La otra abuela, la de España, es negada por
el niño y por tal razón le produce "un extraño remordimiento" cuando muere.
A los once años la dualidad se repite cuando tiene que elegir la primera novia:
duda entre las dos hijas del vecino alemán. Es Eisa, por rivalidad fraterna con
Gerda, quien decide por él ya que su hermana ya había recibido una declaración
de amor. La duda sistemática le produce angustia y lo orilla una y otra vez a ser
objeto de decisiones ajenas más que sujeto de las propias. A los catorce años se
inicia sexualmente con una mujer de cuarenta que lo recibe apasionada en las
noches y lo rechaza, brutal, al amanecer. El adolescente es seducido por esta especie
de ogra que adquiere rasgos de madre terrible y omnipotente, ante quien no valen
ruegos ni tímidas amenazas; luego de ser el elegido será sustituido por un marinero
holandés.
La madre biológica es una figura débil, desdibujada en la memoria del narrador,

s Fabienne Bradu, Señas particulares: escritora. Ensayos sobre escritoras mexicanas del siglo xx,
México, FCE, 1987, pp. 50-68.

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
78 ANA ROSA DOMENEllA

al igual que sus hermanas. Sin embargo, con su previsible llanto (y el apoyo de un
padre tradicional) logra frustrarlo en su primer proyecto: convertirse en marino
(probablemente para competir con el holandés usurpador, aunque no lo registre en
su cuaderno memorioso).
En varias entrevistas Josefina Vicens se defiende de una supuesta acusación de
no darle importancia a la mujer en su novela, pues la esposa de José García no tiene
siquiera nombre. La autora afirma -con justa razón- que el reproche "es mentira"
porque no está bien observado. Aunque carezca de nombre, la esposa de José García
"es la sabia, la que dirige, la que sabe vivir, la que sabe qué tiene que hacerse en
la vida". 6
¿Qué ocurre en definitiva con este personaje anónimo que llama "hijo" a su
marido y a sus hijos los llama por su nombre, José y Lorenzo?
El narrador tampoco da información sobre su edad o aspecto físico, pero sí
comenta su forma de ser y actitudes: "La severidad, la razón, la eficacia están con
ella siempre. Todo lo limpio y claro le pertenece. Es, ha sido toda su vida, un bello
lago sin el pudor de su fondo. Se asoma uno a él y lo ve todo[ ... ] No queda nunca
zozobra ni duda; sólo remordimiento" (p. 24).
José García la observa en su diario trajinar con sorpresa, admiración o rabia y
anota en su primer cuaderno (que ella nunca leerá) todas las emociones contradic-
torias que le produce ese ser tan conocido y tan extraño. Escribe, por ejemplo, "te
trato mal porque detesto a las gentes que no son enemigas de sí mismas" (ibid.);
aunque no le ocurre lo mismo con su amigo y tocayo, Pepe Varela, que tampoco
tiene recovecos ni puede comprenderlo en su obsesión por escribir porque es
incapaz de padecerla. Por lo tanto, siempre se espera más de la mujer que del amigo,
porque detrás está flotando la sombra de Yocasta, como sugeriría Christianne
Olivier.
Pero la de José García no es la única esposa del relato, los demás empleados
tienen la suya, al igual que su propia rutina. Por ejemplo, la mujer de Reyes es
responsable involuntaria del desfalco y posterior despido de su marido. Esto se
debe a que los dueños (señalados como "ellos") se negaron a anticiparle un
préstamo para internarla, pues Reyes desconfía de los servicios sociales "por
demasiado grande, por excesivamente poblado, se le convertía en un sitio abstracto
incapaz de acogerla con la exclusividad que él deseaba para ella" (p. 170). José
García admite, con culpa, que todo el incidente le sirve de material para su cuaderno
y solidarizándose con el compañero en desgracia escribe "que esa mujer gorda,
envejecida, desaliñada, era a quien él más quería y necesitaba en el mundo"
(p. 171).
Éstas son las esposas en E/ libro vacío, hacendosas, magas, sabias, gastadas pero
también refinadamente crueles en su abnegación sobreprotectora.
Esta faceta se consigna y analiza cuando José García, a pesar de sus años (51),
su pobreza y debilidad, consigue una amante. La esposa presumiblemente lo sabe
pero no se queja ni llora ni lo injuria y José García escribe: "No sé si la silenciosa

6 Josefina Vicens, "Yo no puedo soñar ir a la luna". Homenaje al 75 aniversario de la escritora, La


Jornada, 24 de noviembre de 1986.

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
JOSEFINA VICENS 79

actitud de mi mujer era correcta. Sin duda lo era para nuestro matrimonio, para
nuestros hijos. Para mí, para mi desesperación y mi impotencia, era despiadada.
Yo así lo sentía" (p. 150).
En los momentos en que a las mentiras del marido ella responde con atenciones
y cuidados, José García confiesa sus ganas de matarla y su odio, proyectando en la
mujer lo que siente por sí mismo, sin saberlo.
¿Y cómo es la amante de José García?
Se llama Lupe Robles y el narrador cuenta de ella que "es una señora bastante
joven, guapa, alegre y estrepitosa" (p. 42); es viuda de un militar y vive, modesta-
mente, de su pensión y con la ayuda de amantes sucesivos. La relación dura dos
años y concluye -ahora sí por decisión del protagonista- tres años antes del
"presente de la historia". La deja pero no la olvida porque afianzó su hombría y
narcisismo, porque fue "su fugaz y último erotismo". Al recuperar de su memoria
a Lupe Robles la vincula con interminables visitas a compadres y fiestas de
cumpleaños, a "jovialidad estúpida", "cabarets estridentes" y "aquel terrible cami-
són rojo transparente", que él detestaba y ella prefería. La aventura se inicia porque
ella lo busca. El narrador cuando evoca la experiencia revive su excitación, se ve
actuando y escribe: "¡Me había buscado una mujer! No iba a encontrarme con ella sino
conmigo mismo. No me interesaba como mujer, en su aspecto natural, erótico,
sino como personaje que me había buscado, me había elegido" (p. 145). Luego, el
narrador José García puede tomar distancia -temporal y afectiva- y reflexiona:
"Me enamoré de ella como un adolescente. ¿Por qué digo esto? Me enamoré como
un hombre de cincuenta y un años, deficiente, temeroso, atormentado por los
remordimientos, por los celos, por la pobreza, por la falta de tiempo para estar
siempre a su lado, por el temor a que me abandonara y sobre todo, por la absoluta
imposibilidad de dejarla" (p. 147).
La amante es también lo "otro", el riesgo y la transgresión y por eso la desea
aunque amenace su precaria estabilidad emocional. Romper ese "amarre", como
finalmente lo hace, es caer otra vez en "la rutina asfixiante", o poder reflexionar
sobre "el milagro de la convivencia" que le permite no darse cuenta del paso de los
años en su pareja estable.
El deseo, dice Paul Ricoeur, es "sede de la batalla entre la fantasía y la realidad",
por eso José García siente que "el mediocre puede ser también un triunfador" y por
tal razón le gusta "jugar al héroe" (pp. 219-220). Le gusta imaginarse viviendo libre
en una playa solitaria con doce y no dos cuadernos a su disposición; con "el bello
juego del artista incomprendido", o con la "proeza en el campo de batalla".
El tema de las fantasías diurnas se vincula con la literatura y con aspectos
infantiles del narrador: sueña que acaba de fugarse de una cárcel y salva a dos niños
de las llamas y la mujer se ríe, le recuerda a sus propios hijos y le pregunta si no le
da vergüenza a su edad imaginar tales tonterías. Ella, por su parte, sólo sueña con
"cosas que puedan convertirse en realidad" (p. 224).
Freud analizó el vínculo entre fantasía y literatura en un interesante ensayo
traducido como "El poeta y los sueños diurnos". Propone una equivalencia entre
el "jugar" del niño y el "fantasear" del poeta y afirma: "El poeta hace lo mismo
que el niño que juega: crea un modo fantástico y lo toma muy en serio, porque se

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms
80 ANA ROSA DOMENELLA

siente íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo resueltamente de


la realidad."7
Para Freud, el placer estético entraña ese carácter de placer preliminar y
contribuye a tal resultado el hecho de que el escritor "nos pone en situación de
gozar en adelante, sin avergonzamos ni hacemos reproche alguno de nuestras
propias fantasía" (op. cit., p. 1 348).
El placer estético que se obtiene de la lectura de un libro tan logrado como El
libro vacío, donde se juegan -<:orno en un escenario-- las fantasías de la autora
y la de los lectores que pueden ser, a su vez, masculinos o femeninos, acepta a
ambos sexos y todos los géneros.
Es importante subrayar entonces, una vez más, lo que la crítica literaria feminista
ha venido destacando en los últimos años: la distinción entre "género" y "sexo",8
entre lo que es del orden biológico (en este caso el sexo de mujer de la escritora
Josefina Vicens) y lo que corresponde al orden de lo adquirido, a lo que Marta
Lamas llama "una interpretación social de lo biológico" (el carácter masculino de
los protagonistas de El libro vacio y Los años falsos).
También se ha propuesto la posibilidad de considerar escrituras de género
masculino y femenino, independientemente del sexo del autor; y esta perspectiva
crítica es productiva con una escritora como Josefina Vicens, que "mira al mundo"
desde la óptica masculina de sus narradores protagonistas. En el caso específico de
José García, el personaje, como se ha visto a lo largo del análisis, es verosímilmente
"masculino"; sin embargo, presenta facetas "femeninas'', como la ternura por los
hijos y su asombro frente al milagro de crear vida, junto a otros detalles domésticos.
Por lo tanto, en este caso literario, como ocurre con los sujetos reales, los rasgos
masculinos y femeninos están presentes en hombres y mujeres, con predominio de
unos sobre otros según el sexo biológico y el asumido socialmente, aunque éstos
no sean igualmente valorados en la sociedad patriarcal.
Sobre este tema Freud decía que "todos los individuos humanos, a consecuencia
de su disposición (constitucional) bisexual, y de la herencia cruzada, reúnen en sí
caracteres masculinos y femeninos, de suerte que la masculinidad y femineidad
puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto".9
Por lo tanto, el hecho de que Josefina Vicens fue mujer no asegura el carácter
"femenino" de su obra; como tampoco son totalmente "masculinos" los personajes
hombres que ella crea. Tener en cuenta estas distinciones y percibir los matices en
los textos es más productivo que afirmar -<:orno lo han hecho muchos críticos y
escritoras--- que la literatura no tiene sexo.

7 Sigmund Freud, "El poeta y los sueños diurnos", en Obras completas, vol. 11, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1948, pp. 1 343-1 348.
8 Véase cap. "Gender and Genre" en Mary Eagleton (ed.), Feminist Literary Theory. A Reader,
Nueva York, Basil Blackwell lnc.,1986, pp. 88-148.
9 Sigmund Freud, "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica", en Obras
completas, vol.111, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948, pp. 1 482-1 491.

This content downloaded from 99.243.172.88 on Sun, 22 Mar 2020 17:50:53 UTC
All use subject to https://about.jstor.org/terms

También podría gustarte