Está en la página 1de 4

La ciudadanía en el siglo XX: ciudadanía social

¿Puede considerarse plenamente ciudadano alguien que tiene una enorme


cantidad de derechos puramente abstractos (igualdad ante la Ley, educación, salud
y tantos otros), pero cuya práctica efectiva de la ciudadanía consiste sólo en poner
un sobre en una urna cada dos años, para elegir, además, políticos que siente que
no lo representan y que elaborarán políticas legislativas, educativas o de salud,
entre otras, sobre las cuales no tiene ningún poder de decisión, si acaso goza de
algún beneficio aportado por esas políticas? Este es el problema que centró el
interés de muchos científicos sociales a lo largo del Siglo XX. La pregunta puede
formularse así: ¿Puede pensarse en un concepto de ciudadanía tanto cualitativa
como cuantitativamente extenso, o hay que resignarse a la pérdida de calidad de la
ciudadanía a favor de la cantidad?

Como intento de dar respuesta a estas inquietudes, se pensó triádicamente el


concepto de “ciudadanía”, dividiéndolo en tres estratos o niveles: el legal, el social
y el político.

La ciudadanía legal es la ciudadanía interpretada desde su aspecto jurídico.


Puede definirse como el conjunto de derechos y deberes de los ciudadanos en lo
relativo a la ley. Desde este punto de vista, se supone que las relaciones sociales
están estructuradas legalmente por medio de una red de normas que obligan y
protegen a los ciudadanos. La ciudadanía legal solo funciona suponiendo la
igualdad de los hombres y las mujeres ante la Ley.

La ciudadanía política incluye los derechos relacionados con la posibilidad que todo
ciudadano y toda ciudadana tienen de participar de los asuntos públicos, ya sea
eligiendo representantes o postulándose él mismo para cumplir funciones públicas.

La ciudadanía social, finalmente, es la que consagra a los ciudadanos una serie de


derechos relacionados con una condición digna de vida. Puede considerarse que el
acceso a la salud y a la educación, el derecho a trabajar y percibir un salario
equitativo y otros derechos relacionados con lo que habitualmente conocemos
como el “nivel de vida”, son los derechos comprendidos en este estrato de la
ciudadanía.

Es visible que este modo de interpretar la ciudadanía permite un análisis más


profundo del concepto. Los tres estratos son interdependientes, en el sentido de
que quien no pueda ser considerado ciudadano en función de cualquiera de ellos,
definitivamente, ve sus derechos ciudadanos menoscabados en los otros dos y, por
ende, no puede considerarse tratado como un igual respecto de quien goza de
todos los beneficios de los tres estratos de la ciudadanía.

De acuerdo con el análisis realizado, la respuesta a la pregunta con que iniciamos


este apartado: ¿Puede considerarse plenamente ciudadano alguien que tiene una
enorme cantidad de derechos puramente abstractos (igualdad ante la ley,
educación, salud y tantos otros), pero cuya práctica efectiva de la ciudadanía
consiste solo en poner un sobre en una urna cada dos años, para elegir, además,
políticos que siente que no lo representan y que elaborarán políticas legislativas,
educativas o de salud, entre otras, sobre las cuales no tiene ningún poder de
decisión, si acaso goza de algún beneficio aportado por esas políticas? Solo puede
ser negativa ya que un ciudadano autorizado a votar, pero con acceso restringido a
una sana alimentación, a una vivienda digna y a una buena educación o un buen
sistema de salud, es, respecto de quien tiene satisfechas estas necesidades, un
“ciudadano de segunda clase”. Las personas en esta situación no son plenamente
ciudadanas (puede decirse que no son ciudadanas) ya que no son iguales ante la
ley, de hecho, sino sólo formalmente.

Esta condición “degradada” de la ciudadanía de muchos de los integrantes de las


sociedades capitalistas fue uno de los motivos que generaron, entre las décadas
del 30 y del 40, la aparición de lo que se conoció como el Estado Benefactor. No
fue la única causa, claro está, ya que se apuntaba con las medidas que se tomaban
a crear consumidores para los productos que comenzaban a fabricarse según
nuevas formas de producción en masa. No obstante se trató de una
reconceptualización del rol del Estado, que lo transformó en una potencia activa
que debía velar por la ampliación de la participación económica y social de sectores
históricamente marginados, en la que mucho tuvieron que ver las luchas obreras
que se produjeron desde fines del siglo XIX. Se trató, en suma, de un intento por
transformar al Estado en una herramienta amplificadora de la ciudadanía social.

Ciudadanía, democracia y capitalismo

Desde principios de la década del 70, este rol activo del Estado sufrió severos
embates de diversos sectores y lentamente fue desmantelado en muchos países
(Argentina entre ellos), en un proceso que culminó en la década del 90. El debate
en torno al concepto de ciudadanía, a partir del desmantelamiento de la mayoría
de los Estados Latinoamericanos, se volvió a ubicar en el centro de la escena, sobre
todo en función de la enorme cantidad de excluidos que el proceso provocó,
poniendo en tela de juicio los mecanismos representativos de gobierno y la
relación entre la población civil y el Estado.

Si se parte de la suposición de que los ciudadanos son hombres y mujeres iguales


ante la ley, quien se encuentra excluido económica y socialmente es un ciudadano
o una ciudadana solo abstractamente. La existencia de marginados y excluidos
pone, entonces, en tela de juicio a la democracia misma, ya que esta sólo funciona
bajo la suposición de la igualdad. ¿Puede hablarse de ciudadanía en un sentido
cabal en una sociedad que se sustenta en una brecha infranqueable entre ricos que
lo tienen todo y pobres que no tienen nada? Este es el problema que hoy se debe
debatir, y que puede formularse como el problema de la “igualdad de derecho y
desigualdad de hecho”; es decir; todos tenemos los mismos derechos abstractos,
pero sólo algunos los tienen efectivamente.

Este problema revela una tensión entre dos sistemas que deben convivir portando
valores que se oponen y se excluyen entre sí. Por un lado, la democracia postula la
igualdad, por otro el capitalismo incentiva la búsqueda de la ganancia, sin
preocuparse por los efectos negativos que puedan surgir de esta búsqueda, lo cual
genera necesariamente desigualdades. El desafío del siglo ha sido tratar de corregir
las desigualdades del capitalismo con la fuerza igualadora de la democracia. La
pregunta sobre las posibilidades de sana convivencia entre democracia y
capitalismo siguen, aun hoy, abiertas.

Responsabilidad cívica

Hemos hablado hasta aquí de la ciudadanía en términos de derechos y


obligaciones. Abordaremos ahora una cuestión paralela: la de la responsabilidad y
su vinculación con la solidaridad ciudadana. Es necesario que este aspecto de la
ciudadanía sea abordado especialmente ya que, si bien toda obligación comporta
una responsabilidad, existen responsabilidades que no son obligaciones. Antes de
profundizar sobre el tema analicemos un ejemplo sencillo.

Imagine que usted viaja en el asiento delantero de un colectivo y sube una mujer
embarazada. Como todos sabemos, hay en todos los colectivos un cartel (o varios)
que indican que los asientos delanteros están reservados para ciertas personas con
movilidad reducida, entre las cuales se encuentran las mujeres embarazadas. Esta
disposición fue establecida por la Comisión Nacional de Regulación del Transporte,
que es un órgano estatal, y comporta una obligación. Usted, sentado en uno de
esos asientos, no puede decidir si lo cede o no, debe hacerlo; y el chofer del
colectivo puede hacer intervenir inclusive a la fuerza pública ante una negativa.
Pero supongamos que quien sube es un niño de seis años. Usted mira el cartel y ve
que los niños de seis años no están comprendidos en la normativa; sin embargo, se
levanta de su asiento y lo cede ¿Por qué lo ha hecho? porque aun sin estar
obligado, usted se siente responsable por el bienestar del niño en la misma medida
que se sentiría responsable por el bienestar de un hijo propio.
El simple planteo del ejemplo anterior nos permite ver la gran complejidad de la
cuestión de la responsabilidad y su importancia. De hecho, es a partir del concepto
de responsabilidad que debe abordarse la cuestión de la solidaridad.

Votar, pagar impuestos o alimentar y educar a los propios hijos son acciones
obligatorias; participar activamente en una organización política, colaborar
económicamente con causas que uno considera nobles o cuidar de niños que lo
necesitan, aun si no son hijos propios, son actos responsables y solidarios. Por
poner ejemplos concretos: ni las Abuelas de Plaza de Mayo, ni las personas que
aportan dinero a organismos tales como Acción Solidaria, ni los hombres y mujeres
que dirigen comedores comunitarios están obligados a hacer lo que hacen; pero su
acto solidario es una de las bases de la construcción de una sociedad justa, además
de resultar un aporte fundamental en materia de protección de los intereses de
quienes no cuentan con posibilidades de acceder a los beneficios de una
ciudadanía plena.

Por otra parte, la complejidad del análisis del concepto de responsabilidad se hace
más evidente si se tiene en cuenta que, en ocasiones, hay actos de responsabilidad
que directamente se contraponen a obligaciones. Hay varios ejemplos de esto, de
los cuales es muy significativo el accionar de las Madres de Plaza de Mayo durante
la última dictadura militar. En términos jurídicos, lo que las madres hacían era lo
contrario a las obligaciones que se les imponían desde el Estado. No obstante, y
aun a riesgo de morir, llevaron adelante un acto de responsabilidad ciudadana
como hay pocos ejemplos en la historia nacional, transformándose en bandera de
todos los que no tenían voz durante años terriblemente sangrientos.

Sin llegar a casos tan extremos, se puede considerar responsable un acto de


desobediencia civil que una sociedad determinada opone a una legislación que
considera injusta, con miras a conseguir del Estado una modificación en el ámbito
de las obligaciones que impone a sus ciudadanos. Un ejemplo de ello fue la
movilización de la ciudadanía en diciembre de 2001, ante la declaración del estado
de sitio por parte del Presidente Fernando de la Rúa, que debió renunciar a su
cargo ante la presión social y la pérdida de legitimidad.

Construcción de la ciudadanía

Para cerrar la unidad abordaremos la cuestión de la ciudadanía desde un punto de


vista novedoso, que podríamos calificar como “paraestatal” (es decir, por fuera del
paraguas del Estado).

En países pobres como el nuestro, es cada vez más notorio que el Estado no está
logrando brindar respuestas a muchos de los problemas sociales a los que nos
enfrentamos los ciudadanos. Si se supone que el Estado es quien debe solucionar
problemas tales como la exclusión social, esta falta de esperanza en su capacidad
puede ser desoladora.

En los últimos años, nuevas formas de organización social surgieron como


alternativas para la construcción de la ciudadanía, sin quedarse a la espera de
respuestas por parte del Estado.

Movimientos barriales, fábricas recuperadas por sus obreros y cooperativizadas,


organizaciones vecinales y mutuales o clubes de trueque son claros ejemplos de
una ciudadanía construida en forma totalmente horizontal y “desde abajo”.

También podría gustarte