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Amor y Neuronas

Una de las experiencias más descritas en la literatura y ahora cada vez más en la ciencia, es el amor. Sin
embargo, más allá de detallar desde el punto de vista filosófico el amor, hacia últimas fechas existe la
continua y particular descripción desde diversos puntos de vista del amor romántico. Para este
comentario me referiré a esta fase de la relación de apareamiento.

Hace más de 20 años la antropóloga Helen Fisher estudió 166 sociedades y encontró en 147 de ellas
evidencia de amor romántico, de ese tipo de amor que te deja sin aliento y te convierte en un sistema
eufórico. El amor romántico es necesario para la sobrevida del ser humano como especie.

Tanto la lujuria, como el apego y la atracción, son procesos diferentes confundidos en el amor y cada
uno mediado por sus propios neurotransmisores y circuitos, pero en el cerebro se interrelacionan.

En general intervienen en estos procesos las hormonas sexuales promotoras del deseo, las hormonas
del estrés y la recompensa, como dopamina, cortisol norepinefrina y el sistema serotoninérgico en la
atracción. Al final, el amor es una propiedad emergente de un antiguo coctel de neuropéptidos y
neurotransmisores.

La fase temprana del amor, el amor romántico, representa un estado neurobiológico extremo, algo
contradictorio en un sentido fisiológico de las fases y estados posteriores. El estrés parece ser el
desencadenante de una búsqueda de placer, proximidad y cercanía. Sabemos que, como norma, el
estrés moderado fomenta la interacción social.

Dentro de un rango homeostático, los procesos fisiológicos relacionados con el estrés, incluidas las
hormonas del eje adrenal hipotálamo-hipofisario, pueden ayudar a desarrollar y promover el vínculo
social. Es la razón por la que establecemos diferencias en nuestras preferencias y establecemos nuestros
patrones de búsqueda.[1]

El amor romántico podría considerarse como una colección de actividades asociadas con la adquisición y
retención de las emociones necesarias para sobrevivir y reproducirse. Estas emociones cambian las
estrategias de comportamiento del individuo de una manera que aumentará la probabilidad de alcanzar
estos objetivos.[2]

El amor puede definirse como una propiedad emergente de un antiguo coctel de neuropéptidos y
neurotransmisores.[2]

El amor es la enfermedad y la recompensa. 

En un estudio realizado por Fisher, sobre 2.500 imágenes cerebrales funcionales de estudiantes
enamorados y su respuesta al observar la fotografía de su amante, en comparación con observar
desconocidos, se encontró incremento en la actividad de las regiones ricas en dopamina, y
particularmente esta actividad se encontró incrementada en dos de las regiones del cerebro, el núcleo
caudado relacionado con la recompensa y el área tegmental ventral relacionado al placer, la motivación
por la recompensa y la atención dirigida. Algunas de las otras estructuras que contribuyen al circuito de
recompensa, la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, son excepcionalmente sensibles al 
comportamiento (y lo refuerzan) que induce el placer, como el sexo, el consumo de alimentos y el
consumo de drogas.[3]

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