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La Cuestión de Los Universales
La Cuestión de Los Universales
Origen: filosofía griega, neoplatonismo. Isagoge de Porfirio (232-304), introducció n a Categorías de Aristó teles.
Porfirio preocupado por el problema de la atribució n de un predicado general a un sujeto individual, determinó
en Isagoge la lista de los conceptos generales -los predicables- que pueden ser atribuidos a un individuo: género,
especie, diferencia específica, propio y accidente. Dudas sobre los dos primeros conceptos: |1
“Al punto, sobre los géneros y las especies, tanto de si subsisten o residen en solos y puros
pensamientos, como si, subsistiendo, son cuerpos o incorpó reos, y si está n separados o en las
cosas sensibles y subsistiendo en torno de ellas, rehusaré hablar por ser profundísimo un estudio
semejante y requerir otro examen má s extenso.” (Isagoge, proemio)
El universal como subsistencia ontoló gica. Porfirio no lo aborda dado que su interés es ló gico.
BOECIO
Boecio (480-524), dos comentarios a la Isagoge de Porfirio. Solució n aristotélica al problema de los universales.
“todo lo que el ánimo entiende o bien lo capta con un concepto y se lo describe a sí mismo con un
enunciado como algo que está constituido en la naturaleza de las cosas, o bien se figura con la
vana representació n algo que no existe. Por lo tanto, respecto del concepto de género y de los
otros que sean de ese modo se pregunta si entendemos las especies y los géneros como aquellas
cosas que existen y a partir de las cuales captamos un concepto verdadero, o nosotros mismos nos
engañ amos cuando aquellas cosas que no existen, nos las formamos con un vano pensamiento del
á nimo. Porque si constara que ciertamente existen y dijéremos que de las cosas que existen es
captado el concepto, entonces surge otra duda mayor y má s difícil: una suma dificultad se
presenta al discernir y entender la naturaleza del género mismo. Pues como todo lo que existe es
necesario que sea corpó reo o incorpó reo, género y especies será n uno de dos.”
Reformulació n a la primera pregunta de Porfirio: se incorpora la dimensió n gnoseoló gica.
Planteo: géneros y especies no pueden ser realidades singulares, porque son comunes a muchos, ni tampoco son
realidades universales, porque todo lo real es uno en nú mero: la especie “hombre” se predica de muchos
individuos, pero ella no existe como realidad individual. Si solo fuesen conceptos mentales, entonces deberían
tener un referente externo, deberían responder a una realidad, y no hay ninguna realidad a la que aludan los
conceptos universales: no existe “el hombre”, sino “este hombre”.
Solució n: Los conceptos que está n en la mente se forman o por composició n de varias realidades, como la idea de
“centauro”, que es mezcla de hombre y caballo, resultando un concepto no real; o por divisió n o abstracció n, esto
es, por la separació n de elementos que en la realidad está n unidos, como cuando obtenemos algunas
propiedades de las cosas: la línea estudiada por el geó metra, obtenida de líneas que hay en los cuerpos. A partir
de la semejanza substancial encontrada en distintos cuerpos, el intelecto las abstrae y crea conceptos,
universaliza las semejanzas.
Los universales tienen dos modos de ser: uno en la realidad, en tanto está en los cuerpos sensibles, otro en el
pensamiento, en tanto son separados de esos cuerpos.
Boecio no rechaza la solució n plató nica, optó por la aristotélica en virtud del cará cter del comentario que
escribía. Resolver cual es la correcta es propio de una «filosofía má s alta».
“Las cosas sensibles nominadas no son designadas del mismo modo en el que son percibidas, esto es, como
discretas, ni el sentido las obtiene por su demostració n.” (§74)
Equivocación de Boecio: “si bien la definició n de universales, géneros y especies incluya ú nicamente a las
voces, a menudo estos términos son transferidos a las cosas, como cuando se dice que las especies constan
de género y diferencia, esto es, la cosa propia de la especie [resulta] a partir de la cosa propia del género. […] Por
lo cual un tratamiento ambiguo, tanto ló gico como gramá tico, a partir de la traslació n de nombres induce
máximamente a error a los que no distinguen bien la propiedad de la imposició n del nombre o el abuso de esa
traslació n.” (§77)
La noció n de haeccitas la construye Scotto a partir de haec, la cosa y no a partir de ecce, he aquí, dando lugar a
una forma de individuació n que se distingue de la tradicional de origen aristotélico-tomista que basa la
individuació n en la determinació n de una materia por una forma substancial. La individuació n se sitú a en el nivel
de la esencia y se define como "la ú ltima actualidad de la forma" y ademá s admite una pluralidad de formas que
se distinguen entre sí só lo mediante la distinció n formal, intermedia entre la distinció n real y la distinció n de
razó n.
La haeccidad es una propiedad no cualitativa que es la responsable de la individuació n. En el problema de la
individuació n, segú n Scotto, se dan dos perspectivas: la indivisibilidad del propio individuo en sí mismo
considerado y la distinció n de un individuo dado respecto a los demá s individuos. Los universales (naturalezas
comunes en la terminología de Scotto) pueden dividirse entre sus diversos ejemplos entendidos como sus partes
subjetivas, pero en la individuació n no es posible dividir el individuo en partes subjetivas que seguirían siendo el
mismo individuo. Es la divisibilidad del universal lo que permite que se dé completo en varios ejemplares y es la
unidad del universal lo que permite la comunidad de dichos ejemplares, es decir, el hecho que sean la misma
cosa. En la individuación se da una real unidad del universal, pero esta unidad es menor que la unidad
numérica. Esta teoría se inspira en Avicena, para el que es posible considerar el universal en sí mismo, sin
considerar su unidad interna ni su divisió n en los ejemplares que caen bajo el mismo. Para Scotto, la
individuació n, unidad numérica o singularidad, tres formas de decir lo mismo, no es tanto la unidad
indeterminada del universal como la unidad del esto que es la base de su indivisibilidad en partes subjetivas.
Mientras que la especie o universal presenta una unidad menor que la numérica que permite su divisió n en sus
propios ejemplos, la cosa concreta singular presenta una unidad numérica que la hace indivisible. El modelo de
Scotto juega con varios niveles ontoló gicos: el universal en sí, el universal en un particular dado, la diferencia
individual o haeccidad y la cosa concreta. La distinció n entre el universal en un particular dado y la haeccidad es
formal, lo que supone que aunque sean la misma cosa presentan diferentes propiedades.
La así llamada “polémica de los universales” en la Edad Media, consiste precisamente en la discusió n de dicho
status. Lo que se debate, pues, es a qué remite el término universal, en cuanto universal. Se trata de determinar si
términos como “el hombre” o “la rosa” se agotan en su pura materialidad de sonidos que señ alan cosas
individuales realmente existentes, o si remiten a esencias que implican un grado de realidad mayor que dichas
cosas individuales, o si aluden a conceptos o nociones. Esta querella se introduce temá ticamente en la Edad
Media a través de la versió n y de los comentarios que Boecio hace de la Isagoge porfiriana. Allí, dice Porfirio que,
por tratarse de un problema que exige una profunda investigació n, rehusará expedirse acerca de si los géneros y
las especies –es decir, términos universales, como “animal” y “hombre”– subsisten realmente (subsistant), o si
só lo están en nuestro intelecto (in nudis intellectibus); y, en el primer caso, si son corpó reos o incorpó reos,
separados de las cosas sensibles, o existentes en ellas (cf. Isag. I, 1, 1-16).
La discusió n medieval de este problema del status ló gico y ontoló gico de los términos universales, alcanza su
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mayor desarrollo –al menos, en cuanto a su planteo explícito– en el siglo XII. Tres son las posiciones arquetípicas
que se sustentaron al respecto: 3.1. la primera, de raíz plató nica, es el “realismo extremo”, representado en dicho
siglo por Guillermo de Champeaux. Esta doctrina afirma que universalia sunt realia, pero con ello no se significa
que “el hombre” o “la naturaleza o esencia humana” en cuanto tal sea real al modo de los entes corpó reos, sino
que sostiene la existencia real de los universales considerados como esencias plató nicas. De ahí que la fó rmula
que caracteriza esta posició n es u. ante rem, entendiendo por res el ente individual. Su mayor problema consistió
en esclarecer el modo de participació n de los entes en esa esencia o especie real, metafísicamente anterior a los
particulares designados por el término universal; segú n la teoría de Guillermo de Champeaux, tales esencias
mentadas por los términos universales se hallan efectiva e íntegramente en las cosas y no de manera separada
como en Plató n. 3.2. La posició n opuesta a la anterior es la denominada “nominalismo extremo”, cuyo mayor
exponente segú n el testimonio de Pedro Abelardo fue Roscelino de Compiègne. Caracterizada por la fó rmula u.
post rem, esta doctrina supone que los términos universales no se refieren a ninguna esencia real comú n a todos
los entes individuales que, para Roscelino, constituyen lo ú nico que verdaderamente existe. Los universales son,
simplemente, una pura emisió n de voz, flatus vocis. Convencionalmente, se asigna a un grupo de entes un
determinado sonido para nombrarlos; así el término universal, que se agota en la vox, es u. post rem. Por eso, en
su forma extrema, esta posició n debería tomar el nombre de “vocismo”.
En cambio, sobre la base semá ntica se apoya, para elaborar su propia doctrina al respecto, Pedro Abelardo, quien
encarna al má ximo representante del “nominalismo moderado”. En efecto, al oponerse a las doctrinas
precedentes, Abelardo elabora la propia, segú n la cual el u. es un sermo praedicabilis que tiene fundamento en
los caracteres comunes de las cosas individuales y reales, pero que, en cuanto universal, só lo posee status ló gico
y gnoseoló gico. Así, para la posició n abelardiana el universal es u. in re. Se trata de un nomen, pero no en cuanto
mera voz sino como vox significativa. Como se ve, esta doctrina presenta resonancias aristotélicas; de hecho, al
verse impelido a explicar el proceso de constitució n del nomen Abelardo sigue las huellas de la gnoseología de
Aristó teles, aun sin haber tenido acceso al De anima. En el siglo siguiente prevalece esta ú ltima posició n, si bien
con matices que la acercan má s al realismo o al nominalismo, segú n las orientaciones de los distintos autores.
Se puede calificar de “realismo moderado” la solució n propuesta después por Duns Escoto, segú n el cual el u. en
sentido estricto, está en el intelecto, pero como representació n de una naturaleza comú n que existe
verdaderamente en las cosas, y que es distinta no numérica sino formalmente de la individualidad de las mismas
(cf. Op. ox. II, d. 3, q. 6, n. 15). Esto es afirmado por Escoto sobre la base del principio de la distinció n formal que
es clave en su metafísica.
En cambio, en el siglo XIV, Guillermo de Ockham representa otra forma de nominalismo, en la medida en que
reduce el u. exclusivamente a la funció n ló gica de la predicabilidad. Ockham permanece indiferente ante la
cuestió n de si el universal se identifica o no con el acto mismo de intelecto que lo constituye como tal, es decir
que no examina si el u. tiene o no existencia en el alma. Lo que subraya es el cará cter fundamental de suppositio,
o sea, la funció n de signo que el término universal reviste desde su perspectiva (cf. In I Sent. d. 2, q. 8 e). Así pues,
desde el punto de vista ockhamista, el término universal es un concepto apto para ser predicado de muchas
cosas, en una proposició n en la que figura como suppositio personalis.