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Prestad atención, os quiero contar una historia...

Cuando por fin se oyó el grito, a Kia se le paró el corazón en el pecho. El


empujón que le dieron en la espalda fue lo único que la obligó a ponerse en marcha.
Corrió como el resto de las mujeres, porque era lo que se esperaba de ella. Sus botas
para la nieve crujían mientras de su boca escapaban nubecillas blancas creadas por su
aliento cálido que flotaban delante de ella como los cuerpos luminosos de las personas
que hacía tiempo que habían pasado al más allá. El jadeo que se escapó de su garganta
era de angustia, no de cansancio. Kia miró a la izquierda y luego a la derecha mientras
las veinte mujeres aproximadamente, de diversas edades, corrían hacia el agua gélida.
Sin duda, podría haber corrido más que todas ellas de haber querido, pero Kia no tenía
prisa por alcanzar a los hombres. Su padre adoptivo, Nube Blanca, ya le había dicho que
el cazador que cobrara la primera pieza de la temporada sería su nuevo compañero.

Kia no era lo que el Pueblo consideraría bella. Su madre, Sunni, decía que había
gente que se parecía más a Kia que los demás de la tribu. Kia no era como los demás.
Mientras que ellos eran bajos y fornidos, Kia era alta y le costaba ganar peso. Aunque
tenía la piel tan oscura como ellos, sus ojos eran distintos. Su nombre, Kia, significaba
el color del cielo en el idioma antiguo, y se lo habían puesto haciendo todo un alarde de
falta de originalidad. Con él se había quedado a medida que iba creciendo. Kia
descubrió tras su octavo ciclo que en realidad no era del Pueblo...

—¡Dámelas! —le ordenó.

—¡No! —Kia le apartó las manos y se metió las piedras en los bolsillos de su
abrigo de piel de foca.

El niño le quitó la capucha de piel y la miró furioso a los ojos azules.

—¿Por qué estás aquí? Tú no eres del Pueblo. Mírate. Eres fea, tus ojos no son
como la tierra y eres demasiado alta para servir de nada a un hombre. ¡Ahora dámelas!
—Volvió a intentar coger las piedras.

—No, son mías —dijo Kia con firmeza, pero él la empujó con brusquedad y le
quitó las piedras.
—Pekeha —gruñó por lo bajo y se alejó.

Kia se quedó sentada largo rato reflexionando sobre las cosas hirientes que le
había dicho Lobo Negro. ¿Cómo no iba a ser del Pueblo? Había vivido con ellos toda su
vida. Nube Blanca y Sunni eran sus padres. Los pekehas eran monstruos. No eran
reales, sólo cosas que te decían tus padres para que te callaras y te durmieras. Kia y su
prima Miko se habían quedado una vez despiertas toda la noche para ver si venían. Cada
una aferraba con miedo un trozo de colmillo de morsa mientras esperaban la aparición
de los monstruosos y mal olientes hombres blancos. Pero nunca aparecieron y Kia y
Miko se sintieron fuertes, pues ahora sabían que no había hombres blancos grandes y
monstruosos de pelo dorado y rojo, cuyo horrible olor bastaba para hacer hibernar a un
oso antes de tiempo. Kia sacudió la cabeza. Lobo Negro estaba loco. Tendría que
preguntárselo a Sunni cuando volviera a la tienda. Pero primero, tenía que recuperar sus
piedras. Las encontró dos horas después, sucias y olvidadas. Kia las lavó muy contenta,
se las metió en el bolsillo y corrió a buscar a su madre.

La crueldad de Lobo Negro todavía le dolía a Kia después de tantos ciclos. A


causa de sus palabras, le había preguntado a Sunni por qué, efectivamente, era tan
distinta. La respuesta provocó un cambio radical en Kia. La hasta entonces alta y fuerte
Kia empezó a encorvar los hombros, para no parecer tan alta. Dejó de reír tan alto con
Miko, para no llamar la atención. Rara vez miraba a nadie a los ojos por miedo a que
notaran que el color de sus ojos no era el de la tierra. Pero lo peor de todo era que ese
día cayó en la cuenta de que los pekehas sí que existían y que como contaba la historia,
realmente te robaban la vida. Kia contuvo las lágrimas mientras se preguntaba cómo
sería la vida en casa de Lobo Negro. Éste llevaba un tiempo jactándose de que él sería
su compañero al final de la cacería. Kia se quitó un copo de nieve de la mejilla mientras
corría, recordando cómo había estado sirviendo a su padre y a los demás hombres
sentados alrededor del fuego mientras ideaban estrategias para la cacería que se
avecinaba. Esa mañana habían avistado ballenas y la posible abundancia de carne y
aceite bastó para llenar de alegría a la aldea entera. Una sola presa era suficiente para
darles a todos alimento y aceite durante semanas, por no decir un mes. Y para el
afortunado cazador que clavara la lanza mortal... los huesos de la ballena y parte de su
piel servirían para construir un nuevo hogar donde recibir a su nueva compañera... Kia.
El hielo seguro estaba marcado con dos arpones de púas clavados en el suelo
para que Kia y las demás mujeres supieran que debían esperar en este punto a que los
hombres tiraran de la ballena hasta la orilla. Así a todo el campamento de invierno le
resultaría más fácil limpiar y abrir al animal sin caerse en las aguas gélidas. La habitual
emoción por la primera ballena caída de la temporada no existía para Kia. No sentía la
oleada de excitación que normalmente sentía en sus ensoñaciones. Un fuerte grito la
sacó de sus apesadumbradas reflexiones justo a tiempo de ver un arpón con los colores
de Lobo Negro que volaba hacia la espalda de un cazador desprevenido.

A Kia se le atrevesó un grito en la garganta al ver el arpón que volaba certero


hacia la espalda del cazador. Va a morir, pensó Kia justo cuando el pequeño cazador se
daba la vuelta. Ya fuera por habilidad o por instinto, una mano enguantada se alzó a
tiempo de desviar el arpón. Sin embargo, el cazador había perdido el equilibrio por el
esfuerzo y por la fuerza del golpe en la mano y se cayó al suelo, golpeándose la cabeza
con el duro hielo.

Kia fue la primera en reaccionar. Echó a correr todo lo deprisa que le


permitieron sus largas piernas, frenándose sólo un poco a causa del hielo. Oyó a su
padre y a los demás hombres reprendiendo a Lobo Negro por lanzar el arpón de manera
tal que había puesto a alguien en peligro. Ninguno de ellos se acercó para ayudar al
pequeño cazador que seguía tirado en el hielo. Kia se arrodilló y se inclinó sobre la
figura tendida justo cuando unas pestañas rojas se agitaron y luego se abrieron,
revelando unos ojos de un sorprendente y vivo color verde.

—Kia.

Kia se quedó tan pasmada que se olvidó de hablar. Era la que llamaban Zorro.
Una mujer.

—¿Estás herida?

Zorro cerró los ojos y dijo que no con la cabeza antes de incorporarse. Se le
estaba mojando la ropa de estar tumbada en el hielo y eso no le convenía si quería
quedarse a supervisar la limpieza de su pieza. ¡Mi primera ballena! Con la emoción,
Zorro casi se olvidó de lo que había hecho que estuviera tirada en el hielo con Kia
inclinada sobre ella. El fuerte dolor que sentía en la mano a causa del arpón de Lobo
Negro le inundó el cuerpo de rabia. Lobo Negro había sido el que más se había opuesto
a que ella participara en la cacería de ballenas y caribúes. Zorro nunca había
intercambiado palabra con él, pero él había dejado claro que si fuera el jefe, ya no sería
bienvenida en el campamento de invierno. Había dejado muy claro que iba a ser él
quien se iba a unir a Kia. Ninguno de los demás hombres quería pelearse con él. Pero
Zorro no era como ninguno de los demás hombres.

El Pueblo trataba a Zorro bastante bien porque tenían miedo de la abuela. E


incluso después de su muerte, hacía cuatro ciclos, seguían tratando a Zorro con respeto
aunque a regañadientes. Como cazadora, Zorro había conseguido abatir muchas presas.
Las cacerías de alces y antas siempre terminaban con casi el doble de lanzas con los
colores de Zorro que de los demás clavadas en los animales. Lobo Negro era el único
cazador que se acercaba a la habilidad de Zorro, hecho que lo molestaba muchísimo: le
daba mucha rabia que una mujer fuese mejor cazadora que él. A Zorro no le importaba:
rara vez hablaba con nadie aparte de Nube Blanca. Como su abuela, estaba
convirtiéndose rápidamente en algo a medio camino entre el mito y la leyenda. Bajaba
de las colinas sólo para participar en la gran cacería y luego desaparecía con la parte que
le correspondía de carne y pieles. Hasta sus perros, criados a partir de dos cachorros
blancos de su abuela, parecían inspirar el pavor del Pueblo.

Zorro se esforzó por ponerse en pie. Sus ojos buscaron y encontraron a Lobo
Negro, que estaba explicando avergonzado al padre de Kia que, por rabia, había lanzado
el arpón al aire: no tenía intención de alcanzar a Zorro.

Zorro corrió hacia él, presa de una rabia tan absoluta que no se paró a pensar lo
que podría parecerle su comportamiento a Kia. Los dos cazadores acabaron en el suelo
antes de que el padre de Kia agarrara a Zorro por los brazos y la apartara a rastras de
Lobo Negro, que sonreía burlón. Zorro se negó a apartar los ojos de Lobo Negro
mientras se la llevaban a rastras y las mujeres y los cazadores la miraban como si fuera
un perro rabioso. Lobo Negro había intentado matarla, de eso no le cabía duda.

Cuando la tuvo a una distancia segura de Lobo Negro y de los atentos oídos del
Pueblo, Nube Blanca sujetó a Zorro por los hombros y la sacudió un poco para llamarle
la atención. Zorro, que seguía mirando con saña a Lobo Negro, miró por fin a Nube
Blanca, el padre de Kia, le informó su mente. Zorro cerró los ojos presa del miedo e
intentó explicarse.

—Es que me he puesto furiosa.

—Debes aprender a escuchar antes de reaccionar, Pequeño Zorro. —Zorro se


miró las botas. Hacía casi cuatro ciclos que nadie la llamaba así, desde la muerte de la
abuela. Lo echaba de menos—. Sabes lo que significa, ¿verdad? ¿El que hayas cobrado
la primera pieza?

Ella tragó.

—¡Sí!

—Muy bien, ¿entonces sabes que tienes la opción de unirte a mi hija Kia?

Todos sus pensamientos sobre Lobo Negro desaparecieron de la mente de Zorro


al mirar a Nube Blanca, con el corazón palpitante y la boca entreabierta. El aliento
cálido de los dos se mezclaba con el aire frío, dando un aire onírico a aquel momento.
Al menos, así era como Zorro lo recordaría para siempre.

—Sí —murmuró algo temblorosa.

—Así pues... ¿deseas unirte a mi hija?

Zorro miró fijamente al jefe Nube Blanca un momento y luego asintió con
fuerza.

—Con todo mi ser.

—Pues muy bien, así será —dijo él con expresión satisfecha y se alejó,
dejándola boquiabierta.

Zorro levantó la vista al cielo, que estaba casi tan blanco como la nieve, pero no
tanto.

—Gracias, abuela.
Se encaminó de nuevo al hielo, ahora empapado de la sangre del ballenato...
recordando...

Zorro entró en la casita de piedra y se quitó las botas cubiertas de nieve y barro
como siempre lo había hecho. Los perros ya estaban alimentados, pero Zorro había
pasado más tiempo que de costumbre con ellos, pues últimamente tenía muchas cosas
en la cabeza.

—¿Abuela?

—Sí, Pequeño Zorro. —La abuela, sentada con las piernas cruzadas delante del
fuego, levantó los ojos para mirarla. Estaba intentando coser un agujero que se había
hecho Zorro en los pantalones por tercera vez en una semana. Sacudió la cabeza
exasperada. Por enésima vez, se preguntó por qué se molestaba siquiera. De todas
formas, Zorro se los iba a volver a romper.

—Quiero preguntarte una cosa —dijo Pequeño Zorro nerviosa al subirse a su


plataforma de dormir.

—Pues pregunta.

Pequeño Zorro apoyó la mano en el codo y contempló a su abuela un momento


antes de hacer su pregunta.

—¿Por qué no te has unido nunca?

—Porque la persona a la que amaba me fue arrebatada. —El tono de la abuela


era muy triste y Pequeño Zorro dudó de si debía seguir adelante.

—¿Por qué no te has vuelto a unir?

—Porque no ha habido nadie que haya vuelto a ganarse mi corazón.

—¿Entonces la mayoría se une por amor?


—No, la mayoría no, Pequeño Zorro. La mayoría se une porque es una buena
unión, buena para la familia, buena para todo el mundo.

—Gracias, abuela. —Pequeño Zorro se tumbó y se quedó mirando el techo de


piedra.

—Pequeño Zorro, ¿por qué me haces estas preguntas?

—El Pueblo parece tener miedo de nosotras, abuela.

—Eso es porque tienen miedo de las personas diferentes. Yo soy diferente y tú


también lo eres. —Pequeño Zorro asintió. La abuela sí que era diferente. Igual que el
pelo de Pequeño Zorro era rojo, el de ella era de un color amarillento, o eso le había
dicho a Pequeño Zorro. Ahora era de un color gris parecido a la nieve en la que vivían
la mayor parte del ciclo—. ¿A qué vienen tantas preguntas, Pequeño Zorro?

—Simple curiosidad, abuela.

—No, sé que hay algo más, dímelo.

Pequeño Zorro sonrió a su abuela desde el otro lado de la estancia y luego miró
el mango de su cuchillo, su posesión más preciada.

—Hay alguien a quien creo que me gustaría unirme.

La abuela se quedó mirando a Pequeño Zorro un momento y luego siguió


cosiendo tranquila, con los labios fruncidos.

—¿Esta persona desea unirse a ti?

—No lo sé. No, probablemente no. No creo que ella se haya fijado en mí. —
Pequeño Zorro cerró la boca de golpe y se preguntó cómo iba a reaccionar su abuela
ante la noticia de que quería unirse a una chica.

La abuela observó el pelo rojo de Pequeño Zorro, sus brillantes ojos verdes y su
piel clara. Meneó la cabeza.

—No, estoy segura de que se ha fijado en ti.


Pequeño Zorro le dijo que la primera vez que se fijó en ella, que se fijó de
verdad, fue el ciclo pasado, cuando fueron al campamento de invierno. Kia estaba
pescando con las demás mujeres. Zorro no le había podido quitar los ojos de encima.

—Estuve mirándola de lejos; ella ni me vio.

—Bueno, ¿y sabes cómo se llama?

Pequeño Zorro asintió y apartó la mirada, pues no quería decir el nombre en voz
alta por miedo a que un espíritu maligno le hiciera algo a su amor.

—Pues háblame de ella. —La abuela dejó su labor a un lado y prestó toda su
atención a Pequeño Zorro.

—No se parece en nada a mí.

—Bueno, ninguno de nosotros se parece en nada a ti, mi Pequeño Zorro.

Pequeño Zorro sonrió a su abuela. A lo largo de su vida había habido muchas


ocasiones en que había deseado ser como el Pueblo o incluso como su abuela. Lo único
que Pequeño Zorro había deseado en su vida era encajar y no tener tantos ojos oscuros,
asustados o curiosos clavados en ella en todo momento. Pequeño Zorro se había
acostumbrado a llevar la capucha puesta siempre que estaba cerca de los campamentos.
Eso mantenía a raya parte de la curiosidad aunque no pudiera ocultar su piel blanca ni
sus ojos claros.

—Lo que quiero decir es que creo que ella tampoco es del Pueblo, al menos no
del todo. Tiene los ojos claros como yo, sólo que azules. Y es alta. Más alta incluso que
tú, abuela, pero tiene el pelo oscuro y fino como el Pueblo. A mí... a mí me parece
preciosa.

—Ahhh. —La abuela asintió con aprobación. Tendría que haber sabido que iba
a ser Kia quien llamaría la atención de Zorro. Kia era, efectivamente, una muchacha
preciosa, aunque no creía que se lo hubiera dicho nadie en mucho tiempo, si es que se lo
habían dicho alguna vez. Aunque no le cabía duda de que su familia la quería y la
mimaba. Las cosas que hacían diferentes a Pequeño Zorro, a Kia y, en menor grado, a
ella misma no siempre eran apreciadas por el Pueblo.
—Abuela, me gustaría saber cómo... me gustaría unirme a ella algún día.
Cuando tenga mis propias cosas —terminó Pequeño Zorro apresuradamente y luego se
dio la vuelta.

La abuela se esforzó por contener la risa. Qué joven e impetuosa era su Pequeño
Zorro. Sin embargo, cuando se lo proponía, podía ser tan terca como el que más.

—Como todo en la vida, tienes que cerrar los ojos y desear que se cumpla,
Pequeño Zorro.

—Pero abuela, no sé si Kia esperará a que se cumpla mi deseo —dijo Pequeño


Zorro con exasperación.

—Pues entonces, Pequeño Zorro, más vale que te des prisa. Kia estará pronto en
edad de casarse y no querrás que se case con otro, ¿verdad? —La abuela bajó la cara
para ocultar la sonrisa burlona que le curvaba los labios.

—¡Oh, no! —La idea hizo que los ojos de Pequeño Zorro soltaran chispas—.
Quiero que sea mi compañera, de nadie más.

—Pues muy bien, hablaré con su padre. Es un viejo amigo, me escuchará.

Pequeño Zorro toqueteó la piel en la que estaba sentada, muy ensimismada. La


promesa de la abuela de que la iba a ayudar por un lado la hacía feliz, pero por otro no.
Por primera vez en su corta vida, Pequeño Zorro tenía miedo.

—¿Abuela?

—¿Sí, Pequeño Zorro?

—¿Qué hago con ella?

—¿Qué quieres decir, Pequeño Zorro? —preguntó la abuela cansinamente al


tiempo que se levantaba para subirse a su propia plataforma de dormir. El dolor de la
pierna iba a peor. Le estaba costando ocultarle a Pequeño Zorro que se estaba poniendo
enferma. Aunque ansiaba reunirse con su amor perdido en el más allá, estaba
preocupada por su Pequeño Zorro. Aunque Pequeño Zorro era capaz de cuidar de sí
misma, sabía mejor que nadie la soledad que se podía sentir en la tundra helada
viviendo fuera de los campamentos, aceptada pero no bienvenida. No, Pequeño Zorro
necesitaba una familia y ella iba a hacer todo lo posible por asegurarse de que tuviera la
oportunidad de conocer el amor.

—O sea, ¿cómo... me uno a ella?

La abuela sí que se echó a reír entonces. Pero le entró una sensación de tristeza.
No creía que fuera a vivir el tiempo suficiente para ver a Pequeño Zorro unida, pero
tenía una idea de cómo asegurarse de que fuera feliz.

—Bueno, Pequeño Zorro, ésa es una larga lección que podemos empezar pero
no terminar esta noche. Pero tienes que prometerme que vas a escuchar sin interrumpir,
¿comprendes?

—Sí, abuela.

Pequeño Zorro se tumbó en sus pieles y escuchó la voz de su abuela hasta altas
horas de la noche. Quería preguntar muchas cosas, muchas cosas que no entendía, pero
tenía miedo de que su abuela se detuviera, de modo que se limitó a escuchar
atentamente hasta que ya no pudo más de sueño.

—Que duermas bien, Pequeño Zorro, hay más cosas que aprender. Pero tendrá
que ser otro día.

—Que duermas bien, abuela.

Los cánticos eran tan alegres que a Kia le dolían los oídos. Todo el campamento
de invierno parecía celebrar el inminente matrimonio: todo el mundo lo veía como un
feliz acontecimiento. Es decir, todo el mundo salvo Kia y Lobo Negro. Kia tenía miedo
de Zorro, siempre lo había tenido, con ese pelo de fuego, rojo y alborotado, y esos ojos
verdes que nunca había visto. Zorro no era lo que imaginaba al soñar con el aspecto que
tendría su compañero. Dejando aparte el hecho de que efectivamente era una gran
cazadora, Zorro era una mujer y no podía darle hijos. Lo único que a Kia le había
apetecido siempre de la idea de unirse a alguien era tener un hijo. Cuando era más
joven, había sido una niñera muy solicitada. Kia pensaba que tal vez éste era su castigo
por todas las cosas horribles que le había deseado a Lobo Negro.

El toldo de la tienda se retiró tan deprisa que Kia pegó un respingo. Sunni entró
en la tienda y la abrazó.

—¿Estás lista, hija mía? Sé que estás asustada, pero acabará pronto.

—Pero... pero no puedo casarme con ella.

—Puedes y lo harás —le dijo Sunni a su hija adoptiva con severidad. Aunque
ella misma le había expresado dudas parecidas a su compañero hacía apenas un
momento, no podía dejar que Kia advirtiera su miedo—. Es el deseo de Nube Blanca.
Lo ha prometido. Así debe ser. —Luego Sunni repitió las palabras que su compañero le
había dicho para calmarla cuando le pidió histéricamente que no obligara a su única hija
a unirse a la extraña Zorro—. ¿Es que quieres causarle vergüenza?

—No —dijo Kia en voz baja. Nube Blanca había sido un padre maravilloso. Kia
lo quería muchísimo y nunca haría nada que le hiciera quedar mal ante los ojos del
Pueblo.

—Zorro te ha honrado con su presa. La carne de esa sola pieza dará de comer a
todo el campamento de invierno nada menos que durante dos semanas. Con las pieles se
podrán hacer buenos hogares. No tendrás que preocuparte del tema de los hijos...

—¡Pero yo quiero hijos! —exclamó Kia, con el corazón en un puño.

—Bueno, seguro que eso es algo que tendrás que hablar con tu... Zorro.

El toldo se apartó y Miko, prima de Kia, asomó la cara redonda por la puerta.

—Es la hora, prima. —Sonrió alegremente y a Kia le dieron ganas de tirarle


algo. Miko se alegraba de que se fuera a casar con Zorro porque así se quedaría con
Lobo Negro, puesto que sería la única mujer casadera que quedaría en el campamento.
Kia no tenía el menor deseo de ser la compañera de Lobo Negro, nunca lo había
tenido, pero en cierto modo habría preferido casarse con Lobo Negro antes que con la
misteriosa y terrorífica Zorro.

—Ahora debo dejarte, hija mía, porque va a empezar la ceremonia.

Kia se quedó mirando a Sunni mientras se marchaba y en su mente se puso a


idear formas de romper el acuerdo sin dañar la reputación de su padre. A lo mejor Zorro
no quería casarse con ella, en cuyo caso, las dos saldrían beneficiadas si se ayudaban la
una a la otra.

El toldo se retiró y entre fuertes gritos y horribles alaridos, levantaron a Kia del
sitio que ocupaba junto al fuego y la sacaron a rastras de la tienda. Todo el campamento
de invierno estaba alrededor de una gran hoguera, todos ellos bien envueltos en sus
pieles y observando como si estuvieran a punto de ver una especie de milagro. Kia
intentó llamar la atención de Zorro, pero ésta tenía la mirada clavada en Nube Blanca y
no se volvió hacia ella.

Para Kia era como un sueño. No podía creer que en cuestión de un momento
fuera a quedar unida a alguien a quien sólo había visto unas cuantas veces durante las
cacerías. Las palabras que pronunciaba Nube Blanca no tenían el menor sentido para
Kia y al poco, el cordón de cuero marrón rodeó las manos de Zorro y Kia. Ésta las miró
un momento, muy turbada: su mano era más grande que la de Zorro, lo cual la
sorprendió hasta tal punto que casi dio un paso atrás. Los fuertes gritos comenzaron de
nuevo y a Zorro y a ella las empujaron al interior de la tienda de la unión y las dejaron a
solas.

Kia miraba a Zorro con los ojos llenos de miedo.

Zorro se adelantó. Me presentaré como me enseñó mi abuela, pensó al tiempo


que alargaba la mano para tocar la de Kia, pero ésta retrocedió con cautela.

—No deseo esto —soltó por la boca sin poder contenerse. Se le escapó una
especie de sollozo de entre los labios que flotó en la tienda como un espíritu maligno a
la espera de apoderarse de una nueva alma.
Zorro se quedó paralizada, olvidando la presentación formal cuando la fría
verdad le abofeteó la cara.

—¿No deseas esto? —repitió como una boba porque no sabía qué más decir.

—No —sollozó Kia angustiada, mirando los relucientes ojos verdes y el espeso
pelo rojo.

—¿Por qué no lo has dicho antes? ¿Por qué has dejado que nos unamos? —
Zorro notó que se iba enfadando a medida que hablaba, pero intentó calmarse por temor
a que Kia llorase más.

—Yo... —La respuesta de Kia quedó ahogada por la música. El redoble de los
tambores y los fuertes cánticos indicaban que la ceremonia de unión había empezado.
Duraría hasta que los ancianos decidieran que la unión se había consumado. Los
cánticos y los tambores eran un intento ceremonial de dar intimidad a las parejas recién
unidas.

—¿Estarías dispuesta a deshonrar a tu familia rechazándome? —preguntó Zorro


enfadada.

—No... yo...

—¿Entonces qué vas a hacer cuando la madre te examine y no hayas sido


probada?

—No lo sé.

Zorro volvió la espalda a Kia, desilusionada y furiosa. Recordaba las palabras


de su abuela tan claramente como si se las estuviera diciendo en ese mismo momento.
Debes asegurarte de que no tenga miedo; si no, no disfrutará de lo que le ofrezcas.

Zorro se devanó los sesos y se apartó nerviosa el pelo rojo de la cara. El escozor
de la herida causada por el arpón de Lobo Negro fue lo que le dio la idea. Se giró
bruscamente y miró furiosa a Kia un momento hasta que por fin suavizó la mirada para
no asustarla. Tranquila, Zorro, tú no te comportas como una mujer, pero debes
aprender a estar tranquila para no asustarla.
—Se me ha ocurrido una idea, pero sólo funcionará si me ayudas.

Kia miró un momento a Zorro con desconfianza y luego asintió con la cabeza.

—La madre te examinará para asegurarse de que nuestra unión se ha


consumado.

Kia sintió una oleada de temor. Claro que lo comprobaría, siempre lo hacían.
Era la única manera de asegurarse de que más adelante un hombre no afirmara que otro
hombre había probado a su compañera y la devolviera a su familia. La única ocasión en
que no lo comprobaban era en el caso de una unión en que el compañero de la mujer
hubiera muerto. En ese caso, el segundo compañero debía recibir honores si el primero
había tenido una buena muerte. Todos los honores y bienes materiales propiedad del
primero pasarían al segundo tras la unión.

—Sí, siempre lo comprueban. Es la costumbre —contestó Kia abatida.

—Entonces tenemos que hacer que parezca que lo hemos hecho.

—¿Y cómo vamos a hacer eso? —preguntó Kia temerosamente.

—Quítate la ropa y échate.

Kia sacudió la cabeza vigorosamente.

—No, no lo voy a hacer.

—No nos queda mucho tiempo, Kia. La madre no tardará en venir y te


examinará y si cree que no has sido probada, será una deshonra para ti y también para
mí.

Kia pensó cuidadosamente en lo que decía Zorro. Ésta tenía razón. Del mismo
modo que las mujeres probadas antes de la unión quedaban estigmatizadas, lo mismo
les sucedía a los hombres que no conseguían cumplir con sus deberes conyugales.

—Pero... pero tú eres una mujer como yo, a lo mejor no lo comprueban.


—Lo comprobarán —dijo con seguridad—. Tendrás que desnudarte. No
tenemos mucho tiempo, ¿o quieres decirles que has sido probada antes de la unión?

Kia se mordió el labio. Reconocer haber sido probada antes de estar unida era
un sino peor que la muerte para la mayoría de las chicas. Ningún hombre se casaría
jamás con ellas, pues era probable que dejaran que cualquiera las probase. Lo mejor que
podían esperar era una vida de servidumbre o abandonar al Pueblo, lo cual equivalía a
una muerte casi segura.

—No creo que se vayan a creer que yo no he podido cumplir, así que eso no va
a funcionar...

Kia estaba deseando preguntarle por qué, pero no lo hizo. Daba igual. De modo
que empezó a desnudarse. Primero se quitó el abrigo y la camisa de piel de ciervo con
las cuentas de colores alrededor del cuello. Luego se quitó las botas y por último los
pantalones. Durante todo este tiempo, se negó a mirar a Zorro. Por fin, se echó y se
cubrió hasta los hombros con las pieles de la unión. Eran de la mejor calidad y si Kia no
hubiera tenido tanto miedo, podría haber disfrutado de su suavidad. Tal y como estaban
las cosas, había empezado a temblar.

—¿Tienes frío? —La pregunta sonó, daba la impresión, justo encima de ella.

Kia sofocó un grito al levantar la mirada y ver a Zorro desnuda. Desvió la


mirada ante la visión en primer plano de todo su cuerpo. Se apartó como si se hubiera
abrasado.

Zorro empezó a enfadarse. Su abuela le había dicho que fuera amable y ella no
había hecho otra cosa. Iba a conseguir ganarse a Kia, cosa que ninguna otra mujer del
pueblo podía hacer. Pero empezaba a pensar que Kia nunca la aceptaría como
compañera y Zorro sabía que no podía permitir que pasara eso. Zorro suspiró y cogió el
largo abrigo de piel de oso. Sus dedos acariciaron admirados la piel blanca. El oso era
un símbolo de longevidad y fortuna para un cazador. Era el enemigo más peligroso.
Todos los hombres del pueblo que tenían una hija, en algún momento antes de que ésta
estuviera en edad de casarse, debían dar caza y matar al oso blanco. Antes de que su hija
se uniera, el padre regalaba un abrigo al hombre, igual que su padre se lo había regalado
a él. La creencia era que la fuerza del oso se fundiría con su alma y lo ayudaría a
fecundar a la mujer. Zorro había recibido el abrigo de manos de Nube Blanca. No había
hecho caso de las risas que estallaron entre los hombres cuando le entregó el regalo.
Nada de eso tenía importancia: había escuchado a su abuela, había tenido paciencia y
había deseado que se cumpliera. Por fin, Kia era suya. Zorro deslizó los brazos en el
abrigo y respiró hondo.

—Kia, ¿me miras?

Kia la miró atemorizada y Zorro tuvo que tragar para poder terminar lo que iba a
decir. Sería difícil, pero dejaría que Kia tomara sus propias decisiones y esperaba que
aprendiera a amar a Zorro tanto como Zorro la amaba a ella.

Zorro alargó la mano hacia Kia y ésta pegó un respingo de miedo.

—¿Ves esto? —Abrió la mano despacio y le mostró a Kia lo que tenía.

—No tengo hambre —dijo Kia suavemente, lo cual hizo reír a Zorro por un
instante.

—No, supongo que no. —Miró las bayas rojas que tenía en la mano y luego
volvió a mirar a Kia—. Las usamos para pintarnos la cara durante la cacería de la
ballena. ¿Sabes por qué?

—Porque simboliza la sangre de la ballena, para agradecerle el alimento y


abrigo que nos va a dar.

—Así es —asintió Zorro, imitando inconscientemente el gesto de su abuela.

Kia se quedó mirando las bayas un momento y vio que la mano de Zorro se
cerraba a su alrededor y una sustancia roja como la sangre se colaba entre sus dedos.
Zorro recogió con la otra mano las gotas que si no, habrían caído sobre el suelo cubierto
de pieles de la tienda.

—Ahora échate, Kia, no nos queda mucho tiempo. —Los cánticos se iban
haciendo cada vez más fuertes. Zorro intentó no pensar en el hecho de que no estaba
llevando a su compañera al orgasmo como se suponía por los fuertes cánticos. Quería
gritar que no había necesidad de que cantaran, pues no había nada que oír. Sabía que
estaban todos ahí fuera bebiendo, comiendo y fumando y haciendo bromas obscenas
sobre lo que estaba pasando en la tienda en ese mismo instante.

—Zorro, por favor... tengo miedo... no quiero esto.

—Kia, no te voy a hacer daño —explicó Zorro exasperada—. Te voy a poner


esto. Cuando entre la madre, si no se fija mucho, creerá que te he tomado.

Kia aspiró bruscamente y miró a Zorro con incredulidad.

—¿Y tú qué? ¿A ti no te van a examinar?

Por alguna razón, la pregunta hirió a Zorro en el corazón, pero meneó la cabeza.

—No. Yo soy una cazadora, no me van a examinar.

Kia se reclinó y se echó las cálidas pieles por encima de los hombros.

—Kia, tienes que bajar las mantas. No quiero manchar las pieles de jugo.

Kia se apartó despacio las mantas de los hombros. El frío de la estancia no le


hacía temblar tanto como el miedo que sentía. Miró los febriles ojos verdes de Zorro y
cerró los suyos de golpe. Se detuvo un momento antes de mostrar sus pechos a esos
febriles ojos de animal y casi saltó de las pieles cuando Zorro dijo con voz ronca y
acalorada:

—Date prisa, Kia, van a venir dentro de nada.

Kia asintió y se deslizó las pieles por el cuerpo hasta que le llegaron a las
rodillas.

—Apártalas, Kia —dijo Zorro suavemente, al tiempo que sus ojos se posaban en
Kia por primera vez. Tuvo que recordarse a sí misma que tenía que respirar. Su abuela
tenía razón, Kia era preciosa y sería digna de la espera. Zorro no hizo caso del
hormigueo que tenía en el estómago ni del calor que sentía entre las piernas y se acercó
más—. Abre las piernas —susurró suavemente.
Los cánticos casi habían terminado: era el momento en que se elegía a "la
madre". Ésta no era necesariamente la madre de ninguno de los recién unidos. Era un
cargo de honor que se asignaba en cada ceremonia de unión. Sin embargo, Zorro no
tenía la menor duda de que "la madre" sería la propia madre de Kia, puesto que había
sido elegida más que cualquier otra mujer mayor de edad de la aldea. Esperaba que el
hecho de que se trataba de su propia hija la llevara a no examinarla demasiado a fondo.

Kia se echó a llorar apagadamente al abrir las piernas con temor. Zorro se sentía
mal por asustar a Kia, pero había que hacerlo y tal vez más adelante Kia apreciara la
delicadeza con que estaba manejando la situación.

Zorro empujó delicadamente las piernas de Kia para que las abriera más y tuvo
que parpadear dos veces para aclararse la vista al ver por primera vez el sexo de Kia.
Como una piel sedosa y bella, instaba a Zorro a tocarlo, a explorar su suavidad. Era tan
distinto del de Zorro que de repente ésta sintió una vergüenza que no había sentido
desde la primera vez que advirtió que su propio sexo estaba cubierto de rizado pelo rojo
y no negro, como el de las demás mujeres del Pueblo. Zorro volvió en sí y se colocó
entre las piernas abiertas de Kia y se echó hacia delante para poder ver lo que hacía a la
escasa luz del fuego.

Extendió el jugo de las bayas sobre los muslos de Kia con dedos temblorosos,
sin apartar los ojos del sexo de Kia, pero un leve gemido le hizo levantar la mirada
rápidamente para ver que Kia se había tapado los ojos con las manos y estaba llorando
suavemente. Zorro ardía en deseos de pedirle perdón por asustarla, pero era la única
forma. Estaba segura de que Kia se lo agradecería más adelante. Los cánticos cesaron de
repente, indicando que se había elegido a "la madre" y que ésta entraría en la tienda en
cualquier momento. Zorro tragó y terminó de pintar los muslos de Kia y luego susurró
su nombre.

—Kia, ahora te voy a tocar. No te haré daño, sólo te voy a poner el jugo de las
bayas, no grites.

Kia asintió aunque siguió llorando en silencio. Las dos pegaron un respingo por
el primer contacto de las manos de Zorro en el sexo de Kia. Zorro pensó por un instante
que debería dejar que fuera Kia la que lo hiciera, pero no tenía tiempo de explicárselo,
de modo que separó delicadamente los labios del sexo de Kia y con la punta de los
dedos, que seguían temblándole de nervios, extendió con cuidado el jugo de las bayas
sobre Kia. Ésta se había echado a temblar también y tenía la cara bañada en lágrimas y
los ojos cerrados como si agonizara y a Zorro le dolió el corazón por ella. El grito de
fuera hizo que Kia abriera los ojos de par en par. Había asistido a suficientes ceremonias
de unión como para saber que "la madre" iba a entrar de un momento a otro. Miró
suplicante a Zorro.

—Tienes que limpiarte las manos, hay demasiado... —susurró desesperada entre
lágrimas.

Zorro buscó frenética a su alrededor algún sitio donde esconder las bayas
aplastadas que tenía en la mano. Miró asustada a Kia, no había pensado en esto. Tenían
que librarse de las bayas aplastadas o alguien podría darse cuenta. Casi nada más
pensarlo, Zorro se metió casi todas en la boca al tiempo que cubría el cuerpo de Kia con
el suyo. Kia se quedó tan sorprendida por el repentino movimiento que se le escapó un
ligero grito, pero Zorro la hizo callar con una mirada feroz.

—Ayúdame, Kia. —Zorro metió el resto de las bayas en la boca abierta de Kia,
encajando las caderas entre las piernas de Kia. Con el corazón desbocado, cubrió la
boca de Kia con la suya y la besó por primera vez. De su garganta brotó un leve gemido
cuando el sabor de las bayas y de los labios de Kia penetró sus caóticos pensamientos.
Zorro pensó que era su imaginación lo que la llevaba a creer que notaba el leve olor
almizcleño del sexo de Kia. Volvió a mover los labios sobre los de Kia con la esperanza
de recuperar ese ligero sabor a almizcle. Casi al instante se perdió en el beso.

La respiración de Kia era agitada y entrecortada. El sobresalto inicial de tener el


cuerpo desnudo de otra persona encima de ella fue desapareciendo y Kia cobró
conciencia total de la sedosa humedad que había entre ella y Zorro. Ésta movió las
caderas de manera casi imperceptible al principio y luego con algo más de fuerza
cuando a Kia se le escapó un leve gemido de entre los labios. Se le llenó el estómago de
calor cuando la lengua de Zorro empezó a solicitar delicadamente permiso para entrar
en su boca. Se había esperado cualquier cosa menos este beso dulce y cálido que le
hacía desear pegarse más a Zorro.
Se oyó una risita detrás de ellas y Zorro alcanzó su cuchillo y se giró
bruscamente. "La madre" llevaba una máscara ceremonial, al igual que el jefe durante
una unión. Sin embargo, Zorro se dio cuenta por el cuerpo de que efectivamente iba a
ser la madre de Kia quien la iba a examinar.

Asintiendo a "la madre" para pedirle disculpas, Zorro dejó el cuchillo y se


apartó con cuidado de entre las piernas de Kia, advirtiendo con cierta satisfacción que el
jugo realmente parecía sangre y que incluso ella misma se había manchado un poco.
Mientras "la madre" estaba inclinada sobre Kia, Zorro se limpió con cuidado la boca
con el dorso de la mano. Miró la boca de Kia y se sintió aliviada al ver que no quedaba
ni rastro de las bayas. Y al menos Kia había dejado de llorar, aunque todavía tenía la
cara completamente mojada.

La madre miró su sexo separando delicadamente las piernas de Kia y


observándolo a través de la máscara. Una vez más, Kia apartó la cara avergonzada. A
Zorro le pareció que pasaba una estación completa antes de que "la madre" se levantara
en silencio, le hiciera a Zorro un gesto de aprobación con la cabeza y saliera de la
tienda. El grito de júbilo que hubo fuera de la tienda fue lo que le dijo a Zorro que había
tenido éxito con el engaño. Cuando los tambores empezaron a sonar con fuerza, Zorro
se dejó caer al suelo llena de debilidad. Lo había conseguido. Kia era suya y nadie podía
quitársela. Miró a Kia, cuyo pelo oscuro y sedoso se fundía casi a la perfección con las
pieles, y vio que volvía a echarse a llorar suavemente. Le dio la espalda a Zorro y se
hizo un ovillo para consolarse a sí misma. La alegría que sentía Zorro por haberse unido
por fin a Kia empezó a desaparecer al ver la espalda de su compañera estremecida por la
fuerza de sus sollozos.

La celebración duró toda la noche y hasta bien entrada la mañana. Kia lo sabía
porque había estado despierta casi todo el tiempo. Le resultaba irreal que hubiera gente
celebrando su unión y sin embargo, ella no pudiera encontrar un motivo de regocijo en
ello.

Había sido incapaz de pensar en algo que decirle a Zorro mientras miraba a su
compañera pelirroja colocar sus pertenencias en su trineo. Los perros blancos de Zorro
gimoteaban y tiraban de las correas de cuero que los rodeaban como si percibieran el
nerviosismo en el aire. Ni siquiera pudo animarse a darle las gracias debidamente por no
empeñarse en una unión en toda regla, como era su derecho, y ahora debía despedirse de
su familia y partir con Zorro a un lugar desconocido. Pues nadie sabía realmente dónde
vivía Zorro. Siempre había aparecido en el campamento con su abuela y luego sola para
comerciar y participar en las cacerías. Kia aún oía a algunos de los hombres protestando
al principio ante la idea de permitir que Zorro participara en las cacerías de caribúes. Sin
embargo, Nube Blanca había puesto fin a aquello inmediatamente señalando que ni
Zorro ni su abuela tenían a un hombre que cazara por ellas, por lo que era lógico que
Zorro cazase si no quería morir de hambre. Hubo cierto descontento, pero a Zorro no se
le impidió unirse a la cacería y no tardó en convertirse en la mejor cazadora de todos
ellos, por lo que nadie volvió a protestar de que participara en las cacerías.

—¿Estás lista? —preguntó Zorro en voz baja, sobresaltando a Kia, que había
estado contemplando las negras montañas coronadas de hielo.

—Sí —contestó secamente. Se sentía un poco avergonzada de no haberle dicho


más que cuatro palabras a Zorro desde que se despertaron por la mañana, pero
realmente no sabía qué decir. Había ocurrido todo tan deprisa que no había tenido
tiempo de pensar y mucho menos de hablar. Kia se volvió hacia su madre y la estrechó
ferozmente contra su pecho. Éste ya no sería su hogar. Y en menos de un cuarto de
ciclo, su familia y todo el Pueblo abandonarían el campamento de invierno para seguir
al caribú. Zorro y su abuela nunca se habían trasladado con ellos. Kia estaba segura de
que Zorro no iba a cambiar sólo porque ahora estaba unida.

Kia deseaba a menudo poder quedarse y no tener que arrancar sus raíces con
cada cambio de estación. Ahora lamentaba ese deseo: esta vez no había cosa que
deseara más que marcharse con su familia.

Kia se sentó en el trineo, con sus escasas pertenencias atadas a la parte de


delante junto con el abrigo de unión y otros regalos que Nube Blanca le había hecho a
Zorro. Kia se volvió para mirar a Zorro, pero ésta tenía una expresión inescrutable.
Antes de que pudiera levantar la mano para saludar a su madre por última vez, Zorro se
puso en marcha, por lo que Kia tuvo que agarrarse a su cintura para evitar salir
despedida por la parte de atrás.
Sin que Kia lo supiera, Zorro estaba perdida en sus propios pensamientos
oscuros. Al salir de la tienda de la unión, Lobo Negro la había acorralado.

—Así que te crees un hombre, ¿no?

—No soy un hombre.

—Así es y no eres una cazadora.

Zorro sonrió.

—Soy mejor cazadora de lo que lo serás tú en toda tu vida —dijo con


suficiencia, retando con la mirada a Lobo Negro para que la desafiara.

Lobo Negro la miró con furia y luego en sus ojos apareció un brillo malévolo.

—Te crees que has ganado, pero no es así. ¿Qué harás cuando no puedas darle
hijos?

—A las dos nos abandonaron, ¡ya encontraremos a quien cuidar! —dijo Zorro
con más convicción de la que sentía. Nunca se le había ocurrido que Kia pudiera querer
hijos. De hecho, no se le habían ocurrido muchas cosas, como, por ejemplo, que Kia
nunca llegara a sentir por Zorro lo que ésta deseaba que sintiera.

Zorro se quedó tan anonadada al pensarlo que se apartó de Lobo Negro sin
mirarlo siquiera. Lobo Negro, convencido de que la había herido, entró a matar como un
auténtico cazador, gritándole:

—No te preocupes. Cuando no puedas darle placer, ¡volverá corriendo a mí!

Zorro apretó los labios al recordar las palabras de Lobo Negro con la claridad
que sólo poseen las palabras hirientes. Estaba tan ensimismada que no advirtió el
pequeño tiro de cuatro perros con trineo que la seguía a cierta distancia.

Zorro aflojó las manos y dejó que los perros corrieran hasta su refugio por su
cuenta. Observando la zona que rodeaba su hogar con su aguda vista, no vio nada fuera
de lo normal y se concentró en descargar las escasas pertenencias de Kia de la parte
delantera del trineo. Zorro fue por delante y Kia la siguió al interior de la casa de piedra.

El Pueblo vivía en tiendas construidas con la piel del caribú. Se apilaba nieve a
los lados para impedir que el aire frío se llevara las tiendas. Que Zorro pudiera recordar,
siempre había vivido en esta casa de piedra con su abuela. Era la única razón por la que
no se trasladaban como el Pueblo.

Kia carraspeó cuando ya habían pasado varios minutos sin hablar.

—¿Dónde voy a dormir? —preguntó nerviosa, observando las paredes cubiertas


de turba. Lo único que le resultaba familiar de la vivienda era que, como en su tienda
del campamento de invierno, el suelo estaba cubierto de suaves pieles.

Zorro tenía varias mantas en los brazos y miró a Kia sin comprender. Se dio
cuenta por la expresión nerviosa de Kia de que ésta no quería dormir con ella, de modo
que se dio la vuelta y se limitó a decir:

—Te lo enseñaré. —Zorro se esforzó por que no se le notara la decepción en el


tono, pero estaba segura de que había fracasado miserablemente—. Ahí. —Señaló la
plataforma de dormir que ahora era suya y antes había pertenecido a su abuela. Era el
doble de grande que la que estaba al otro lado de la estancia. Las dos estaban a cada
lado del fuego para recibir calor.

Kia asintió satisfecha y se puso a mirar la estancia con asombro. Ya había oído
hablar de este tipo de vivienda, pero nunca había visto una. Su pueblo nunca construía
viviendas permanentes. La suya no era una vida sedentaria. Vivían y se alimentaban de
acuerdo con las idas y venidas del caribú y rara vez se quedaban en el mismo sitio más
de un cuarto de ciclo.

—¿Esto... esto no se va a caer cuando llegue la nieve?

—No, es fuerte. He vivido aquí toda la vida.

—¿Quién construyó este sitio? —preguntó Kia, cuya curiosidad natural le hizo
olvidar por el momento todas sus cuitas. Zorro estaba arrodillada junto al círculo del
fuego, haciendo chocar dos trozos de pedernal nuevo que le había dado Nube Blanca,
por lo que tardó un momento en contestar.

—Mi abuela y su amor.

—¿Su amor? —Kia se quedó sorprendida. Desde que conocía a la abuela, sólo
habían estado Zorro y ella y nadie más y tampoco había oído hablar de un compañero
cuando los hombres hablaban de ellas alrededor del fuego.

—¿Y qué fue de él?

—Ella.

—¿Ella?

—Sí, creo que era una mujer.

—¿No lo sabes?

—No, no lo sé. La abuela no hablaba de ella. Y no sé qué fue de ella.

Kia observó mientras Zorro se quitaba parte de la ropa, pues la estancia se había
caldeado. Se acercó a un estante y cogió unas cuantas especias.

—Voy a comprobar mis trampas. Nadie viene nunca por aquí, así que estarás a
salvo.

Kia asintió, contenta de tener un rato para estar sola y examinar este extraño
sitio que iba a ser su nuevo hogar. Zorro se marchó en silencio y Kia soltó un suspiro de
alivio y la tensión que sentía en presencia de Zorro fue desapareciendo al asimilar lo
que la rodeaba sin esos penetrantes ojos verdes observando todos sus movimientos.

Se sentó en la plataforma de dormir hecha de piedra y miró a su alrededor.


Aparte del alegre fuego que ardía en el círculo central, no había ningún adorno. Ni
pieles de colores, ni mantas, ni cerámica, nada que revelara el tipo de persona que vivía
allí. A lo largo de una pared había un estante hecho con el mismo tipo de piedra del que
estaba hecha la casa, con numerosos tarros llenos de algo que parecían especias. Justo
enfrente de Kia había una pequeña plataforma de dormir que suponía que era de Zorro.
En un rincón había una pequeña muñeca tallada en lo que parecía ser un colmillo de
morsa. Kia la cogió y la examinó, con una pequeña sonrisa en la cara. Había visto
muñecas así en su propia aldea, pero le sorprendió ver una en posesión de Zorro. Kia
dio la vuelta a la muñeca con cuidado y se le borró la sonrisa al ver que alguien se había
tomado la molestia de ponerle pelo rojo como el de Zorro. Probablemente mediante las
mismas bayas con que Zorro le había manchado el cuerpo para simular el mismo color.
Kia se alegró de que alguien hubiera querido tanto a Zorro como para hacerle un juguete
así. Ella misma siempre había tenido muñecas como las de las demás niñas. Ningún
adulto se había molestado nunca en ponerles ojos o una cara como los suyos. Kia dejó la
muñeca en su sitio y continuó su inspección.

El tintineo de algo metálico llamó la atención de Kia. Escuchó por si volvía a


oírlo y, efectivamente, se repitió de nuevo, esta vez más cerca que antes. Kia se acercó a
la puerta y con cuidado echó a un lado la gruesa piel colgada allí para mirar fuera. El
trineo y el tiro de perros le resultaban conocidos, pero era evidente que no eran los
característicos perros blancos de ojos azules de Zorro. La aprensión de Kia fue en
aumento a medida que se acercaba el trineo. Zorro había dicho que nadie salvo Nube
Blanca sabía dónde vivía, pero ahora se acercaba un desconocido y, por la trayectoria de
los perros, se dirigían a propósito hacia la casa de Zorro. Kia se preguntó difusamente si
debía esconderse. Había oído historias horribles sobre lo que les hacían los pekehas a
las mujeres del Pueblo si las encontraban solas. La propia Kia nunca había visto a uno y
esperaba no verlo jamás. Una orden áspera y brusca le reveló a Kia al instante quién se
acercaba y aunque su cuerpo se relajó ligeramente, en su cara se formó un ceño
preocupado.

¿Por qué venía Lobo Negro hasta aquí? Zorro y él no habían hecho más que
mirarse con rabia cada vez que entraban en contacto, después del incidente durante la
caza de la ballena.

Lobo Negro detuvo a sus perros justo delante de la casa, sin molestarse en
ponerlos a refugio. Se bajó de los esquíes de su trineo y se acercó a la casa, con cara de
determinación. Kia esperó a que Lobo Negro estuviera más cerca antes de preguntar
preocupada:

—¿Ocurre algo, Lobo Negro? ¿Por qué has venido?


Lobo Negro se detuvo delante de Kia y dijo cortésmente:

—Deseo hablar contigo, Kia.

Kia asintió y se apartó de la puerta. Lobo Negro entró en la casa de piedra y


miró a su alrededor como si esperara que el techo se fuera a hundir, como había hecho
Kia.

—¿Por qué has venido, Lobo Negro? Si Zorro te encuentra aquí, no te va a dar
la bienvenida.

Lobo Negro se volvió furioso hacia Kia, olvidando por el momento su asombro
ante la casa de piedra. Como Kia, nunca había visto un hogar permanente. Todo el
Pueblo e incluso otras tribus con las que entraban en contacto vivían en tiendas o en
iglués construídos casi enteramente de nieve. Los asentamientos se podían desmontar y
trasladar enteros en cuestión de días. Era su forma de vida. Esta vivienda y sus dos
viviendas más pequeñas estaban construídas para soportar las fuertes nevadas del
invierno, así como para mantener el aire fresco en el verano. Siempre se había
preguntado cómo sobrevivían Zorro y su abuela en un solo lugar.

—Me da igual que no me dé la bienvenida. ¡He venido para hablar contigo! —


gruñó Lobo Negro con rabia antes de poder controlarse. Suavizó el tono y continuó—:
No he venido para hablar con esa... con Zorro. He venido para hablar contigo.

—¿Conmigo? ¿Por qué? —Kia frunció el ceño de nuevo. Lobo Negro y ella rara
vez se hablaban, ni siquiera para saludarse. Él se había burlado de ella sin piedad
cuando eran pequeños, pero aparte de eso, no había habido ofrecimientos de amistad por
parte de ninguno de los dos.

—Kia, he venido para llevarte de vuelta al campamento de invierno.

—¿Le pasa algo a mi madre? —preguntó Kia, buscando frenética su abrigo.

—No, está bien, todos están bien.

Kia se detuvo y miró interrogante a Lobo Negro.


—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Por qué tengo que volver?

—Estoy aquí porque no te corresponde estar con esa... con esa... pekeha. Yo soy
con quien te tienes que unir. Esto, —agitó la mano con desdén—, no es el lugar que te
corresponde, tu sitio está con el Pueblo como madre de mis hijos. —Al decir esto, Lobo
Negro se irguió cuan alto era. En su mente no cabía duda de que Kia le agradecería que
la rescatara.

Kia se quedó boquiabierta al oír las palabras de Lobo Negro.

—Lobo Negro, estoy unida. Lo que dices haría que mi padre nos desterrara a los
dos del Pueblo. Estoy unida a Zorro —declaró Kia, pasmada al ver que Lobo Negro se
atrevía a desafiar la ley.

—No puedes estar unida a ella. Es una mujer. ¿Cómo puede darte lo que te
puedo dar yo?

—No puede —contestó Kia con sinceridad. Al mirar a Lobo Negro moviéndose
por el hogar de Zorro con desprecio, se preguntó si en realidad había querido alguna vez
lo que le ofrecía. Estaba a punto de decir, "Y tampoco lo desea", cuando Lobo Negro la
interrumpió.

—¡Entonces estás de acuerdo conmigo! —dijo Lobo Negro con satisfacción y


una sonrisa de triunfo en la cara—. Coge tus cosas, vamos a ver a tu padre. Le
explicaremos que así no es como deberían ser las cosas. No puedes quedarte con alguien
que no te da placer ni hijos. Ella no te puede dar ninguna de las dos cosas. —Dio la
espalda a Kia y se acercó a la plataforma de dormir más pequeña, donde cogió la
pequeña muñeca que la abuela de Zorro había hecho para ella y con una carcajada
despreciativa la volvió a tirar sobre la piedra, sin molestarse en ponerla de nuevo donde
la había encontrado. Lobo Negro ya se había puesto a pensar en lo que le diría al tonto
del padre de Kia. Estaba seguro de que podría convencerlo para que viera las cosas
como él. Lobo Negro ni se molestó en volverse para mirar a Kia. Estaba convencido de
que simplemente seguiría sus órdenes.

—¿Lobo Negro? —dijo Kia, en un tono que hasta a ella le sonó apocado. Lobo
Negro se volvió y al ver que Kia no se había movido, empezó a poner mala cara.
Tendría que enseñarle que cuando él decía que hiciera algo, esperaba que lo hiciera
deprisa. Ya tendría tiempo para eso después de la unión—. Quiero que te vayas de mi
casa.

Lobo Negro se quedó rígido y se le oscureció la piel de rabia al asimilar las


palabras de Kia.

—¿Tu casa? Ésta no es tu casa, es la casa de esa... de ese demonio blanco.

Kia sintió que se le llenaba el pecho de rabia y miró a Lobo Negro con dureza.
Aunque tenía miedo de Zorro, sabía lo hirientes que podían ser las palabras de Lobo
Negro y no deseaba que Zorro se sintiera como se había sentido ella hacía tantos ciclos.

—¡No es un demonio! Es como yo y es mi compañera. Aquí ya no eres bien


recibido. Por favor, vete.

—Kia... —Lobo Negro se puso pálido al ver la expresión resuelta de Kia. Luego
se sonrojó al darse cuenta de que la había perdido.

En realidad, nunca había sido suya, pero esto le daba aún más motivos para
odiar a la que llamaban Zorro.

—Kia, ven conmigo. —Lobo Negro alargó furioso la mano para agarrar a Kia
del brazo. Kia se apartó bruscamente, ante lo cual Lobo Negro se la quedó mirando sin
dar crédito.

Kia se irguió ante él cuan alta era. Con la rabia, no se molestó en encorvar los
hombros. Apretó los labios.

—Por favor, vete y no vuelvas. He dejado claros mis deseos. Estoy unida.

—Si no vienes conmigo ahora, tomaré a Miko como compañera. Tendrás que
quedarte aquí con esa pekeha.

A Kia le dieron muchas ganas de decirle a Lobo Negro que prefería quedarse
aquí con Zorro antes que unirse a él, pero no dijo nada, simplemente se acercó a la
puerta y apartó la piel, diciéndole con los ojos lo que no expresaba con la boca.
Lobo Negro fue a la puerta sin mirar a Kia. Anonadado por su propio fracaso a
la hora de apartar a Kia de una mujer, dijo:

—Me casaré con Miko esta noche. Si vienes a mí antes de entonces, me uniré a
ti en cambio. —Cruzó la puerta sin imaginarse siquiera el grado de odio y asco que sus
últimas palabras habían provocado en Kia. Hubo un tiempo en que aceptaba que algún
día acabaría unida a Lobo Negro. Ahora se daba cuenta de que unirse a él habría sido el
peor error que podría haber cometido. Kia dejó caer la pesada piel en su sitio delante de
la puerta y se volvió hacia el fuego. Tenía que agradecerle a Zorro el haberla salvado de
ese error.

Un copo de nieve bajó volando del cielo y se posó delicadamente en el extremo


de unas pestañas de color claro. Cambiando rápidamente de sólido a líquido, se movió
en forma de gota de agua solitaria por la pestaña y se metió en un ojo abierto. Zorro no
parpadeó: estaba paralizada mirando el trineo de Lobo Negro que bajaba por el otro lado
de la colina hasta desaparecer de su vista. Zorro se quitó la capucha de la cabeza como
si eso la fuera a ayudar a verlo mejor. Sus ojos se clavaron sin parpadear en el punto
donde lo había visto por última vez. Una rabia tan ardiente como el pelo que ahora se
agitaba alrededor de su cara pálida subió por su cuerpo hasta que su puño abrasador se
aposentó satisfecho en su corazón. Pensó en ir tras él, pero le costaría alcanzarlo antes
de que llegara al campamento de invierno. Nolo, el perro guía de Zorro, se volvió para
mirar a la mujer inmóvil que tenía detrás y gimoteó un poco pidiendo sus órdenes.
Zorro lo miró en silencio y con un suave silbido, empezaron a moverse despacio hacia
casa. Zorro soltó a los perros de los arneses más despacio que de costumbre. Ni siquiera
cuando Lobo Negro le lanzó el arpón se había sentido tan furiosa como ahora.

Kia volvió a colocar cuidadosamente la pequeña muñeca en la esquina de la


plataforma y se puso a explorar el resto de la vivienda. Para ella fue algo natural
empezar a limpiar y a colocar sus pieles de dormir y estaba tan contenta canturreando
por lo bajo cuando oyó el crujido de las raquetas de Zorro que se acercaba a la puerta.
Zorro entró en su hogar y tuvo que parpadear dos veces para darse cuenta de que
efectivamente no se había equivocado de casa.
—Te has instalado, bien —dijo Zorro tensamente al advertir que Kia parecía
contenta y que ya no caminaba con los hombros encorvados como en las muchas otras
ocasiones en que Zorro la había observado.

—He pensado que si colocaba mis cosas, no echaría tanto de menos mi casa.

Zorro asintió, se sentó en la pequeña piedra que había al otro lado del fuego y
empezó a quitarse las botas. Kia la miró como hipnotizada y por fin se lanzó hacia
delante para ayudarla.

—Deja que te ayude. —Agarró la bota de Zorro y se puso a tirar.

Zorro pegó un respingo y le apartó las manos como si hubiera hecho algo malo.

—Me puedo quitar las botas yo sola —gruñó.

Kia se echó hacia atrás como si Zorro le hubiera pegado y retrocedió confusa.
Su madre siempre había ayudado a su padre a quitarse las botas cuando llegaba a casa.
Era la costumbre.

Zorro se quitó las botas y se quedó mirando la tela que le mantenía los pies
calientes e impedía que las botas le hicieran rozaduras al caminar.

—Yo no soy un hombre. No deseo que se me trate como tal. —Zorro se levantó
y se puso a preparar la carne para el fuego. Kia observó atónita mientras Zorro
preparaba la comida con mano experta.

Por fin, Zorro miró a Kia, que observaba en silencio.

—¿Tienes hambre?

—Sí. —Kia había decidido que sólo hablaría cuando se le dirigiera la palabra y
que haría lo que se le ordenara hasta que pudiera comprender mejor a esta persona tan
extraña. Se quedaron sentadas así largo rato, ninguna de las dos dispuesta a hablar. Kia
se conformaba con su reciente libertad y Zorro bullía como el conejo que se estaba
cocinando en el fuego. Con la rabia, empezaba a creer que Kia había permitido a Lobo
Negro unirse a ella. No se le había ocurrido pensar que Kia pudiera hacer una cosa así.
Por eso había estado dispuesta a esperar para unirse a ella, conformándose con el hecho
de que su unión ya había sido bendecida.

Zorro se acercó al estante y cogió un cuchillo y dos cuencos de piedra. Cortó


dos grandes piezas de carne del conejo que se asaba al fuego y le entregó la más grande
a Kia. Las dos comieron en silencio pero con hambre.

—No quería ser tan brusca contigo —dijo Zorro al cabo de unos cuantos
bocados.

Kia apartó los ojos de la suculenta carne y se encontró con la firme mirada verde
de Zorro.

—Lo comprendo. —En realidad no lo comprendía. Zorro la había regañado por


hacer algo que era su deber. ¿Por qué otras cosas iba a ser reprendida?

Zorro asintió y volvió a concentrarse en su cuenco. Tomó dos bocados más y


luego empezó a comer más despacio y se quedó mirando el cuenco sin ver. Se preguntó
si Kia le hablaría de la visita de Lobo Negro. No sabía cómo sacar el tema, de modo que
se quedó en silencio hirviendo de rabia.

Kia observó en silencio mientras Zorro sacaba varias trampas de su zurrón


hecho de piel de caribú y se ponía a comprobarlas con seriedad. Durante horas, Kia se
quedó mirando a Zorro mientras ésta trabajaba en las trampas hasta que todas estuvieron
limpias. Las volvió a meter con cuidado en el zurrón. Kia pensó por un momento en
contarle a Zorro lo de la visita de Lobo Negro, pero decidió que eso no le haría ningún
bien a nadie.

Cuando Zorro se dio cuenta de que Kia no le iba a hablar de la visita de Lobo
Negro, sus peores temores se vieron confirmados.

—Es hora de dormir —dijo con tal brusquedad que Kia se sobresaltó y estuvo a
punto de dejar caer la piel que había estado cosiendo. Se levantó rápidamente y se
desnudó, con cuidado de no mirar a Zorro mientras lo hacía. Kia se acostó rápidamente
y volvió la cara hacia la pared cuando Zorro empezó a desnudarse.
Apartando las pieles que estaban enrolladas y colocadas pulcramente bajo la
plataforma de dormir, la furia de Zorro se calmó un poco al advertir que Kia había
extendido hierbas blandas debajo para que la superficie no fuera tan dura al echarse.

Zorro se acostó e intentó cerrar los ojos con fuerza para ahuyentar los
pensamientos que se negaban a dejarla dormir. Los recuerdos de Lobo Negro
marchándose apresuradamente de su casa hacían que Zorro se estremeciera de rabia.
Los recuerdos de la piel de Kia debajo de ella y el sabor de las bayas en sus labios
llevaron a Zorro a aferrar con ira sus pieles de dormir. Por fin, como el puñal en el
corazón que pretendían ser, las palabras de Lobo Negro atravesaron el corazón de
Zorro, que se incorporó en la cama casi sin aliento. Miró al otro lado del fuego el lugar
donde estaba echada Kia.

No iba a permitir que esto siguiera adelante. Kia era su compañera: era deber de
las dos consolarse mutuamente. Zorro fue a la plataforma de dormir donde estaba
acurrucada Kia y alargó la mano para apartar las pieles. Sólo quería dormir a su lado.
Esperaría a que saliera el sol para hablar de Lobo Negro.

—¿Qué haces? —preguntó Kia en voz alta, incorporándose. Al instante, Zorro


empezó a arder de rabia y vergüenza. ¿Cómo se atrevía? No iba a consentir que le
hiciera sentirse como una extraña en su propio hogar.

—Eres mi compañera.

—Lo sé.

—Entonces debes yacer conmigo.

—Sé cuáles son mis deberes, pero... —Kia estaba confusa. Se había resignado a
la idea de que tendría que cumplir con sus deberes, pero como Zorro no había insistido,
había supuesto que le iba a permitir tomarse su tiempo para acostumbrarse a la idea.
Con el estómago atenazado, vio que Zorro se apartaba.

Zorro buscó desesperada su abrigo de unión y por fin vio la piel blanca
embutida debajo de su plataforma de dormir como si fuera algo sin importancia. Por
alguna razón, esto también contribuyó a que su rabia ardiera con fuerza. Sacó el abrigo
y se lo puso y luego volvió a la plataforma de dormir más grande donde Kia estaba
sentada mirando temerosa, sujetándose las pieles sobre el pecho como para protegerse.

—¿Me vas a rechazar, Kia?

Kia tragó con dificultad. ¿Podía rechazar a Zorro? Hacerlo sin duda haría que la
devolviera al campamento de invierno. Y eso supondría la vergüenza para Nube Blanca
y Sunni. Por mucho miedo que tuviera, Kia no estaba dispuesta a hacer eso.

—No, no te... no te rechazo, Zorro —dijo en voz tan baja que temió tener que
repetirlo para que la oyera.

—Pues échate —dijo Zorro, con tono grave y tenso.

Kia hizo lo que se le ordenaba. Zorro se abrió el abrigo para que Kia pudiera
verlo todo, incluido el vello rojo que le cubría el sexo delicadamente.

Kia recordó lo que le había dicho Sunni. Una mujer debe someterse a las
necesidades de su compañero. Es su deber, pero eso no quiere decir que le tengan que
gustar. No es bueno parecer bien dispuesta la primera vez; si no, tu compañero podría
considerarte una mujer fácil. Kia tenía miedo: no sabía por qué de repente Zorro estaba
tan enfadada con ella, pero lo peor de todo era que no sabía qué se esperaba de ella. Kia
aferró las pieles que tenía debajo del cuerpo y apartó la cara para no ver a Zorro. Sunni
le había dicho muchas cosas. Pero Zorro era diferente, no era un hombre.

Kia se sobresaltó al sentir unas manos cálidas que le tocaban el hombro. Su


primer impulso fue apartar esas manos, pero se contuvo.

—Kia, no tengas miedo. —La voz de Zorro parecía nerviosa al decir su nombre,
pero Kia se negó a mirarla.

Zorro había querido decirle lo que sentía. Lamentaba haber sido tan brusca, pero
ahora sentía que la rabia le ardía en el pecho y tuvo que parpadear varias veces. Sabía
que Kia no había deseado sus atenciones, que incluso le había rogado a su padre que no
la obligara a casarse con Zorro. Ésta había actuado como si simplemente siguiera la
tradición, pero deseaba a Kia con una pasión tal que no tenía palabras para expresarla.
Aunque sólo la había visto unas pocas veces, pensaba en ella casi todas las noches antes
de dormir.

Zorro se echó encima del cuerpo de Kia, con el cuerpo tembloroso al entrar en
contacto con Kia de una forma tan absoluta. Las palabras de Lobo Negro ardían en su
mente: "No te preocupes. Cuando no puedas darle placer, volverá corriendo a mí".

—Kia, por favor, ¿quieres mirarme?

Pero Kia no quería mirar a Zorro por temor a estallar en lágrimas. Le temblaba
el cuerpo de miedo y nervios, sintiendo el cuerpo más pequeño que la cubría, tocándola
en sitios que sólo las personas unidas tenían derecho a tocar.

Te daré placer, Kia. No te voy a dar motivos para que me dejes, pensó Zorro,
mirando el pelo oscuro de su compañera. Le voy a decir ahora que la amo y entonces lo
entenderá.

El abrigo las tapaba a las dos por completo, no debería haber tenido frío, pero lo
tenía.

—Kia, mírame, por favor.

—No, no puedo. —Kia se sentía toda confusa. Sin duda le faltaba cierta
información que explicara por qué sentía tantas emociones en guerra unas con otras.

—Por favor, Kia.

Kia se limitó a hacer un gesto negativo con la cabeza, negándose incluso a dar
una respuesta en voz alta. Zorro se sintió como si acabara de caer al agua durante una
cacería de la ballena. Se le quedó el cuerpo paralizado al darse cuenta de que lo que le
había dicho Lobo Negro era cierto. Kia quería ser la compañera de él y seguro que le
había permitido gozar con ella. Rechazaba a Zorro porque pensaba que ésta la
devolvería a sus padres si descubría que ya había sido probada.

—No te voy a devolver, Kia. No pienso hacerlo. —Dicho esto, Zorro cerró los
ojos y bajó la cabeza. Con sus piernas más cortas y fuertes, separó los muslos de Kia y
empezó a moverse sobre ella. Kia se encogió al notar la humedad en su muslo, pero
aparte de eso, no hizo el menor gesto para impedir lo que estaba pasando. Como le
había dicho su madre, se quedó lo más quieta posible, esperando que acabara pronto.

A Zorro se le escapó un gemido de la garganta al moverse sobre las largas


extremidades de Kia. Recordando lo que había aprendido en aquella embarazosa
estación en que le confesó a su abuela por primera vez sus sentimientos por Kia, se
movió más despacio y empezó a frotar el pecho de Kia. Ésta pegó un respingo debajo de
ella, por lo que Zorro siguió adelante. Tragó acaloradamente y luego aplicó la boca al
pecho de Kia. Ésta empezó a debatirse débilmente, pero Zorro se aferró a ella,
rodeándola con sus fuertes piernas, y siguió chupando. Bajó rápidamente la mano por el
cuerpo de Kia hasta alcanzar el triángulo del sexo que sólo había visto cuando Kia creía
que estaba dormida. El tiempo pareció detenerse cuando la mano de Zorro cubrió el
oscuro triángulo del sexo y sus dedos se hundieron en la humedad que encontró allí
como un manantial caliente. De la garganta de Zorro brotó un gemido que sobresaltó a
Kia por su tono primitivo.

Kia cerró los ojos con fuerza, se puso rígida y se quedó lo más quieta posible.

—Por favor, Kia —susurró Zorro entrecortadamente. Quería que Kia se


entregara a ella, que aceptara lo que le ofrecía, que no le hiciera sentirse como si se lo
estuviera arrebatando a la fuerza.

Sus movimientos sobre el cuerpo alto y delgado empezaban a ser espasmódicos


y aunque Kia estaba cada vez más excitada, todavía no se había movido y seguía sin
mirar a Zorro. No sabía qué era lo que se esperaba de ella, de modo que estaba ahí
echada sintiendo una oleada de emoción que no era capaz de describir.

"No debes sentir placer antes de que lo sienta ella, pues eso sería egoísta y
pensará que no la amas". Zorro oyó el recordatorio de su abuela y casi al instante
redujo la intensidad de sus movimientos.

Kia se mordió el labio y contuvo la respiración. Se preguntó si ya se había


acabado. Los movimientos de Zorro eran más lentos. Kia notó la primera contracción de
un calambre en la pierna por haberse mantenido tan inmóvil. Trató de no hacer caso,
pero siguió trepándole por la pierna como un terco tejón. Se le dobló la pierna y sin
darse cuenta, al cambiar de postura, se apretó con más fuerza contra Zorro, que seguía
moviéndose despacio encima de ella.

—Oh... no —gimió Zorro al oído de Kia y al instante se puso a temblar. Kia no


sabía si apartarse de ella o quedarse quieta como se le había dicho—. ¡Kia! —gimió
Zorro al apretarse contra la suavidad que tenía debajo y tras sus párpados estallaron
chispas de luz al tiempo que el calor inundaba sus partes inferiores. Notó que su cuerpo
se contraía sobre Kia y cada contracción parecía más placentera que la anterior.

Zorro alzó la cabeza para mirar a Kia, con una decepción tan grande que tenía
ganas de llorar, cosa que no había hecho desde la muerte de su abuela. Kia se volvió por
fin y miró a la mujer que yacía encima de ella y sólo vio pesar y tristeza. De modo que
cerró su corazón y su mente ante Zorro y apartó la cabeza y de esa forma, sin saberlo, le
hizo más daño del que podría haberle hecho un arpón de púas.

Zorro se apartó con dificultad de la plataforma de dormir y se puso de pie.


Cerrando el abrigo alrededor de su cuerpo, se quedó mirando a la mujer que era su
compañera y sintió rabia, esta vez por su propia incapacidad.

—No volveré a tocarte —juró rabiosa. Fue hasta el fuego y metió dos paños en
el agua caliente. De espaldas a Kia, se limpió, casi llorando al sentir las contracciones
que todavía le recorrían el cuerpo, como para recordarle que no se le iba a permitir
olvidar el placer.

Se acercó a Kia, que se había tapado con una piel pero seguía echada con la
cabeza vuelta para no mirar a Zorro. Ésta le dejó el paño mojado en el pecho, lo cual
hizo que levantara la vista con ojos llorosos y asustados.

—Lávate —le ordenó antes de ir al otro lado de la estancia y, dando la espalda a


Kia, se tumbó y fingió quedarse dormida. No tenía fuerzas para quitarse el abrigo.
Estaba tan segura de que no tenía la menor posibilidad de obtener el amor de Kia que lo
único que deseaba era cerrar los ojos y dormir, con la esperanza de que la espantosa
soledad que sentía por lo que había hecho fuera desapareciendo.
Kia se quedó petrificada un momento y luego cogió el paño y se limpió como se
le había ordenado. A la luz vacilante, apenas veía el abrigo que todavía llevaba puesto
Zorro.

Zorro hundió la nariz en el abrigo que llevaba, aspirando profundamente, e hizo


una mueca por el placer doloroso que la atravesó cuando el olor de Kia le acarició la
nariz y le alborotó los sentidos. Oh, abuela, no me quiere, no me quiere... Esto fue lo
último que pensó antes de sumirse en una duermevela abatida.

Kia dejó que le resbalaran grandes lágrimas por las mejillas mientras se quitaba
del cuerpo los restos de la necesidad de Zorro. Había intentado quedarse lo más quieta
posible y creía que Zorro estaba disfrutando, pero por la reacción de Zorro, ahora
pensaba que se había equivocado. Se hizo un ovillo y se quedó mirando la pared sin ver.
En su mente no había duda de que Zorro la devolvería al campamento de invierno al día
siguiente por no darle placer. Kia lloró hasta quedarse dormida. Sus sueños se llenaron
de imágenes de Zorro gozando con otras mujeres del Pueblo mientras Kia miraba sin
poder impedirlo.

Durante varios días Zorro y Kia se dirigieron la palabra sólo cuando era
necesario. Zorro estaba llena de dolor y no sabía qué hacer para remediarlo y Kia estaba
muy confusa y asustada. Aunque intentaba no pensarlo, su mente volvía una y otra vez a
la noche en que Zorro había acudido a ella. Zorro no le había hecho daño, de hecho,
había intentado que estuviera a gusto, pero Kia estaba tan asustada que no había sabido
qué hacer. Por un lado, Kia tenía miedo de Zorro, pero por el otro, tenía miedo de que
Zorro la devolviera a casa con deshonra.

Los días se fueron haciendo más cortos. Kia advirtió que cada vez con más
frecuencia, Zorro volvía a casa y caía exhausta en las pieles de la cama, a veces sin
molestarse siquiera en saludar a Kia. Generalmente se había ido antes incluso de que
Kia se despertara. En días así, Kia sentía la soledad y desolación absolutas de vivir fuera
del campamento de invierno como si tuviera un puñal clavado en el corazón. No tenía a
nadie con quien hablar y a nadie con quien compartir las cosas. Sólo una compañera que
tenía que hacer un esfuerzo para decirle dos palabras seguidas.
Zorro sufría tanto como Kia, si no más. Quería disculparse por empeñarse en
que Kia se uniera a ella, pero la idea de volver a estar con ella nunca estaba muy lejos
de sus pensamientos. Cada vez que la miraba, sentía la necesidad de estar más cerca de
ella, de tocarla de alguna manera. Lo único que se lo impedía era la promesa que había
hecho llevada por la rabia y la vergüenza.

Sin embargo, a medida que los días se acortaban, Zorro empezó a temer que Kia
la dejara. Al principio eran pequeños detalles. Kia la observaba cuando creía que Zorro
no miraba. Se sobresaltaba cuando Zorro se acercaba demasiado. Seguía ocultándose al
quitarse la ropa para lavarse. Y murmuraba en sueños. Fueron estos detalles los que
impulsaron a Zorro a olvidar su rabia con la esperanza de conseguir que Kia se quedara
con ella. La idea de que Kia se marchara hacía que Zorro se sintiera como si nunca más
pudiera volver a entrar en calor.

Zorro introdujo el cuchillo por la piel y luego cortó las patas del conejo y se las
dio a los perros. No tenía la mente en lo que estaba haciendo, pero eso no suponía el
menor peligro para Zorro. De ser necesario, podía cazar y desollar conejos en plena
tormenta de nieve. Su mente estaba concentrada únicamente en Kia. Deseaba tanto estar
con ella... ¿cómo podía haberse equivocado tanto? Había visto lo cariñosa que era Kia
con sus amigos y su familia. ¿Por qué Kia no estaba dispuesta a darle una oportunidad?
Las palabras de Lobo Negro flotaban ominosamente por encima de Zorro desde el día
en que las pronunció. Una vez más, Zorro se sintió llena de rabia al pensar en Kia, su
compañera, yaciendo con Lobo Negro, dándole a él el placer que se negaba a darle a
ella. De repente, Zorro se quedó helada, levantó la vista para mirar el desolado cielo gris
y a sus perros, sorprendentemente silenciosos, y se esforzó por contener las ganas de
llorar. En su cabeza, se repitió una pregunta a la que nadie salvo Kia podía responder.
¿Por qué no puede amarme?

Kia metió el trozo de grasa de ballena en la lámpara y encendió la mecha.


Apartándose del fuego, colocó la pequeña lámpara junto a la plataforma de dormir de
Zorro. La lámpara le daría a Zorro un poco más de calor y luz que el fuego situado en el
centro de la estancia. Zorro había adquirido la costumbre de sentarse ahí en lugar de
junto al fuego para limpiar sus trampas. Kia sabía que era para no tener que estar cerca
de ella y eso la hacía sentirse dolida y confusa. Fue a la puerta y apartó la gruesa piel.
Se quedó mirando las interminables llanuras de nieve. Todavía no había señales de
Zorro. Suspirando, Kia volvió a su labor de costura, con el ceño fruncido de
preocupación. Su mente empezó a flotar y cerró los ojos para entregarse a la que ya era
una fantasía habitual. Estaba desnuda encima de Zorro, sus cuerpos se movían a la vez,
Zorro tenía las manos hundidas en su pelo y le susurraba palabras de amor al oído.

Kia notó que se le formaba una sonrisa de satisfacción en la cara al ver


claramente la expresión de placer que inundaba el rostro de Zorro.

—Kia.

Kia bajó de un salto de la plataforma de dormir y corrió hacia Zorro. Levantó


las manos para ayudar a Zorro a quitarse el abrigo, pero recordó cómo la había regañado
en una ocasión anterior y retrocedió rápidamente, dejando caer nerviosa las manos a los
lados.

—No, ayúdame... por favor. —Zorro miró fijamente a Kia, acercándose para
dejar que la ayudara a quitarse la pesada prenda. Zorro cerró los ojos al pensar que olía
la piel cálida de Kia.

—¿Estás bien, Zorro? —preguntó Kia tímidamente.

Zorro tragó con dificultad bajo la presión de los interrogantes ojos azules de
Kia.

—Sí, estoy bien.

Kia asintió y siguió ayudando a Zorro a quitarse las prendas externas, notando
con cierta preocupación que Zorro estaba temblando.

—Tal vez deberías sentarte junto al fuego.

Kia estaba preocupada por Zorro, pero al mismo tiempo se alegraba de que
estuvieran hablando. Zorro se acurrucó de buen grado junto al fuego. Consiguió no
sobresaltarse cuando Kia le puso el gran abrigo de piel de oso alrededor de los hombros.
Había intentado evitar tocar el abrigo desde la noche en que había obligado a Kia a
unirse a ella.
—¿Tienes hambre, Zorro?

Zorro no podía mirarla. ¿Por qué estaba siendo tan amable con ella? ¿Por qué no
se marchaba de una vez y le decía a toda la aldea que Zorro no la satisfacía? Zorro
sacudió la cabeza y siguió contemplando el fuego.

—Te... te he hecho esto. —Kia le entregó con timidez una pequeña bufanda de
pieles que había cosido unas con otras. Era casi tan larga como Zorro y Kia la había
doblado cuidadosamente—. Es... es para que no se te enfríe la cara cuando conduces el
trineo.

Zorro cogió la bufanda y la acarició delicadamente con los pulgares,


llevándosela a la nariz. Intentó hablar varias veces, pero ni siquiera consiguió abrir la
boca. Por fin, habló y se avergonzó al notar que su voz sonaba como la de una niña
pequeña.

—Kia, ¿puedo acostarme contigo, por favor? No haré nada, te lo prometo. Es


que tengo frío.

Zorro no podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta. Pero lo había hecho.
Ahora esperó a que Kia se riera de ella, o peor aún, que la insultara y le dijera que no.
Pero Kia no respondió y Zorro empezó a pensar que no debería haber expresado sus
sentimientos.

—Zorro. —Zorro levantó la vista rápidamente y vio que Kia ya se había metido
en sus pieles y estaba más cerca de la pared que de costumbre para que Zorro pudiera
echarse cómodamente a su lado en la estrecha plataforma—. Ven.

Zorro se levantó, dejando su regalo en su plataforma de dormir, y se acercó a


Kia. Le empezó a temblar el cuerpo al echarse, con cuidado de no tocar a Kia.

—Lamento haberte asustado —soltó. No era lo que quería decir, pero eso fue lo
que le salió.

—Sé que no querías hacerlo —dijo Kia sin pensarlo. Aunque no conocía muy
bien a Zorro, recordaba lo cuidadosa y delicada que había sido. De haber querido, Zorro
podría haber empeorado las cosas tomándola en el campamento de invierno, pero en
cambio había ideado un plan para que Kia pudiera conservar su virginidad. Incluso la
primera noche que habían pasado aquí, no se había empeñado en tomarla, sino que se
había limitado obtener su propio placer. Incluso ahora, Kia se preguntaba a qué estaba
esperando—. ¿Zorro?

Kia se apoyó en los codos y se inclinó sobre Zorro. Pero la respiración lenta y
regular le indicó que Zorro estaba efectivamente dormida. La escasa luz del fuego le
permitió a Kia estudiar a su compañera. Zorro parecía cansada e infeliz. No se parecía
en nada a la persona llena de energía que había sido antes de que se unieran. Kia se
tumbó, pero no podía apartar la mirada del perfil de Zorro. Sus ojos se posaron en la
curva de su oreja. Era tan delicada, nada propia de Zorro. Los ojos de Kia bajaron por la
mandíbula de Zorro hasta su cuello y su hombro. Había sido muy fácil verla como
cazadora, pero no había sido tan fácil verla como mujer o como compañera. Kia había
mirado a Zorro como lo hacía el Pueblo, como a alguien que era más una leyenda que
otra cosa. No una persona de carne y hueso que podía cometer y cometía errores. A lo
mejor está tan asustada como yo, pensó Kia antes de unirse a su compañera en el sueño.

Al día siguiente Zorro se había ido cuando Kia se despertó. Sin embargo, estaba
bien arropada en las pieles de dormir y el fuego había sido avivado para que la
habitación estuviera caliente y acogedora. Incluso había agua ya preparada para que Kia
pudiera lavarse cuando se despertara. Sonriendo muy contenta, Kia se vistió
rápidamente y se dispuso a matar el tiempo hasta que volviera Zorro. Kia llevaba
limpiando sólo una hora o dos cuando oyó ruido de perros. Frunciendo el ceño, fue a la
gruesa piel que cubría la puerta y miró fuera. Era demasiado pronto para que volviera
Zorro. Kia estaba segura de que Lobo Negro había cumplido su amenaza y ahora haría
todo lo posible por comportarse como si Kia no existiera. Kia se quedó sorprendida
cuando el conductor se acercó y se dio cuenta de que efectivamente era Zorro. Se quedó
mirando mientras Zorro llevaba a los perros al refugio y descargaba sus bártulos.

Kia se apartó de la puerta cuando Zorro entró en la cálida estancia con una ristra
de peces.

—Hola.
—Hola —dijo Kia a su vez tímidamente y luego se apresuró a cogerle los peces
a Zorro—. Voy a limpiarlos...

—Ya lo he hecho yo.

—Ah, gracias. —Kia farfulló las palabras al tiempo que un rubor cálido
empezaba a subirle por el pecho hasta las mejillas.

—Los he limpiado antes de venir para poder dar de comer a los perros al mismo
tiempo —explicó Zorro cohibida.

Kia sonrió y se dispuso a hacer un rico guiso. Hablaron poco, pues Zorro
parecía estar totalmente entregada a la limpieza y comprobación de sus trampas. Kia
quería preguntarle por qué había venido tan pronto, pero le daba miedo hacerlo. En
realidad, estaba contenta, pero no sabía muy bien por qué.

Sus pensamientos quedaron interrumpidos al notar un ligero toque en la espalda.


Se volvió y se encontró a Zorro tan cerca de ella que tuvo que controlarse para no
retroceder. Zorro abrió la mano. En ella tenía un pequeño colmillo de morsa, en el que
había hecho laboriosamente un agujero por el que había pasado un cordón de cuero
retorcido para poder llevarlo alrededor del cuello. Kia había notado que Zorro llevaba
uno parecido.

—Gracias —dijo maravillada al coger el regalo de la mano de Zorro. Tocó el


liso colmillo y se volvió de espaldas a Zorro muy emocionada—. ¿Me lo pones, por
favor? —Con la emoción, se olvidó de su timidez y dobló las rodillas automáticamente
para que Zorro pudiera llegar. Con manos temblorosas, Zorro apartó el pelo de Kia y
parpadeando, ató el cordón alrededor de su cuello. Zorro se apartó rápidamente de Kia
por temor a que las ganas de besarle el cuello pudieran con ella.

—Cuéntame una historia —le pidió Zorro bruscamente, al tiempo que cogía su
zurrón y se ponía a hurgar en él para parecer ocupada.

—¿Una... una historia?

Zorro asintió.
—Te he visto contarles historias a los niños. A menudo me he preguntado qué
les estabas contando. Nunca he estado lo bastante cerca para oírlo.

—Está bien, ¿qué te gustaría oír?

Zorro se quedó quieta un momento.

—¿Me podrías contar la de la zorra y la liebre? Ésa me gusta.

Kia asintió y se puso a contar la historia al tiempo que removía el guiso. De vez
en cuando, levantaba la vista para asegurarse de que Zorro seguía escuchando y cada
vez la pillaba mirándola. Se apresuraba a apartar la mirada y Kia continuaba con la
historia como si no hubiera sucedido nada.

—Y así fue como la zorra de las nieves y la liebre de las nieves se convirtieron
en almas gemelas.

—Siempre me ha gustado esa historia —dijo Zorro suavemente—. ¿Tú te la


crees, Kia?

—Sí, me la creo casi toda.

—También es triste. Que la zorra tuviera que dar la vida para que la liebre
pudiera vivir.

—Sí, pero estuvieron juntas para siempre: compartían una misma alma.

Kia se quedó mirando mientras Zorro servía la comida distraída. Aceptó su


cuenco primero y luego miró mientras Zorro preparaba su propio cuenco.

—Lo sé, pero no es lo mismo.

Kia asintió con la cabeza y las dos comieron en agradable silencio. Kia estaba
contenta. Era en realidad la primera conversación que había mantenido con Zorro.
Hablaron más después de comer y Zorro consiguió incluso que Kia le contara otra
historia. Kia terminó la historia e intentó sin éxito sofocar un bostezo, que Zorro imitó.
Zorro se levantó y se quedó paralizada por un instante de indecisión. Quería
volver a dormir con Kia, pero no quería destruir la reciente comodidad mutua que
habían conseguido. Le costó volverse hacia sus solitarias pieles de dormir, pero Zorro se
sintió reconfortada al pensar que Kia no había parecido asustada ni incómoda. Mañana
también regresaría temprano y a lo mejor podían hablar más.

Zorro regresó a casa temprano y a partir de entonces todos los días se ocupaba
deprisa de sus perros y entraba casi corriendo para ver a Kia. Ésta la esperaba con la
cena lista y una gran sonrisa, que Zorro le devolvía torpemente. Las dos se
intercambiaban historias casi todas las noches, a menudo metidas en sus pieles de
dormir, contándolas a la escasa luz del fuego. Sin saberlo, las dos se volvían hacia la
voz de la otra e imaginaban una sonrisa o un ceño de acuerdo con cada parte de la
historia.

En una noche de éstas, Kia estaba echada en sus pieles, escuchando la voz grave
y tranquila de Zorro. Había hecho mal en tener miedo de Zorro, ahora lo sabía. Zorro
nunca le haría daño y ahora parecía disfrutar de su compañía.

—Kia... ¿estás dormida?

—No, estoy despierta.

—Estabas tan callada que pensaba que te habías quedado dormida otra vez —
dijo Zorro tomándole el pelo.

—¿Otra vez? —Kia se volvió de lado y miró a Zorro, que estaba al otro lado de
la estancia apoyada en el codo en la misma postura.

—Sí, siempre te quedas dormida.

—¡No es cierto! Zorro, eso no es verdad. —Kia intentó parecer enfadada, pero
el destello de sus dientes en la penumbra le indicó a Zorro que la broma no le había
molestado en absoluto.
—Mmm, sí, bueno, ayer ocurrió. Echabas el aire por la nariz como un caribú
parturiento. —Zorro imitó el ruido con fuerza.

—Oh, pero... ¡Zorro, eso no es cierto! —dijo Kia, haciendo como que estaba
enfadada.

—Sí que es cierto, Kia. Haces ese ruido cuando duermes. —Volvió a imitar el
ruido, sólo que esta vez más fuerte, incorporándose en las pieles para asegurarse de que
el ruido llegaba al otro lado de la habitación.

Kia salió de un salto de sus pieles y corrió hasta Zorro.

—¡Di que no es verdad! —gritó, igual que cuando jugaba con Miko cuando eran
pequeñas.

—¡No! —dijo Zorro con altivez—. No es culpa mía si pareces un...

Kia saltó sobre Zorro y con un leve grito, localizó las costillas de Zorro debajo
de su camisa. Zorro se echó a reír a carcajadas cuando Kia movió los dedos por sus
costillas.

—Ah... no... por favor... Kia... para —rió Zorro con los ojos llenos de lágrimas.

—Pues dime que no parezco un caribú parturiento.

—¡No!

Kia subió con los dedos por el estómago cálido y plano de Zorro y consiguió
metérselos debajo de los brazos. Zorro chilló con fuerza e intentó quitarse a Kia de
encima, pero Kia era más fuerte de lo que parecía y logró aferrarse a ella con sus fuertes
piernas.

—Por favor... Kia... por favor, para... Noparecesuncaribúparturiento —gritó por


fin sin aliento antes de sufrir otro ataque de risa. Desde su posición encima de Zorro,
Kia apartó de mala gana los dedos de la piel suave de Zorro y con una gran sonrisa en la
cara, se quedó mirando mientras Zorro se iba calmando por fin. Kia le quitó a Zorro las
lágrimas de risa de los ojos con los pulgares.
La sonrisa de los labios de Zorro fue desapareciendo al mirar a los ojos azules
de su compañera. Si así es como debe ser... si esto es todo lo que puedo tener contigo...
entonces esto es lo que aceptaré y me sentiré agradecida.

Zorro cerró los ojos y lo deseó como le había enseñado su abuela.

Zorro abrió los ojos y sólo le dio tiempo de pensar que se había apagado el
fuego al sentir en los labios unos besos dulcísimos y delicadísimos. Abrió los ojos de
par en par y notó distraída que la oscuridad era a causa del pelo de Kia, no porque se
hubiera apagado el fuego. Volvió a cerrar los ojos e intentó acordarse de respirar
mientras el beso duraba tan sólo unos segundos más y luego la presión desapareció de
sus labios y de su cuerpo cuando Kia se levantó y regresó a sus propias pieles.

—Que duermas bien, Zorro —dijo Kia suavemente al volver a sus pieles, con
una sonrisa desconcertada en la cara.

Zorro, que seguía echada con los ojos cerrados, tuvo que tragar dos veces antes
de poder desearle lo mismo con voz ahogada.

Kia se despertó con una sonrisa en la cara. Había decidido que iba a regresar
caminando al campamento de invierno para hablar con su madre. Tenía varias preguntas
que hacer. Kia se sonrojó al pensar en la reacción de su madre. Habían hablado de sus
deberes con un hombre, pero Zorro le había dejado claro a Kia que no era un hombre y
que no deseaba que se la considerara como tal.

Kia se incorporó en las pieles y estiró los brazos por encima de la cabeza.
Bostezando, se echó hacia atrás el largo pelo y se estiró más al levantarse de la
plataforma. Esta mañana Zorro no había avivado el fuego y hacía un poco de frío.
Parpadeando para despertarse, Kia fue a la esquina de la estancia cerca de la puerta para
coger más leña y huesos de animal para el fuego.

—¿Has dormido bien, Kia? —preguntó Zorro cuando Kia estaba inclinada sobre
la pila de leña.
Kia se alzó con un alarido y se le cayó un gran trozo de leña en el pie, lo cual le
hizo soltar un grito de dolor. Zorro corrió hasta ella al instante, la ayudó a sentarse en su
pequeña plataforma de dormir, que estaba más cerca, y se arrodilló delante de ella para
examinarle el pie.

—No ha pasado nada. ¿Te duele mucho?

Kia, que se había estado mordiendo el labio para no llorar, dijo que no con la
cabeza, aunque todavía le dolía.

Zorro se levantó.

—Siento haberte asustado.

—¿Por qué estás aquí todavía? —preguntó Kia bruscamente y luego se sintió
mal cuando Zorro apartó la mirada.

—He pensado... he pensado que a lo mejor podíamos hablar más —dijo Zorro
con tono apagado, queriendo hundirse en sus pieles y ocultar la cabeza—. No necesito
cazar todos los días. Tengo carne almacenada en el cobertizo de detrás.

—¿Entonces por qué lo haces? —preguntó Kia confusa. Había mirado en el


cobertizo días antes y había visto la carne pulcramente apilada en el rincón. En ese
momento, no había sabido qué pensar.

—Para que tengas tiempo de pensar, supongo.

—Ah. Me gustaría hablar —dijo Kia tímidamente.

—Está bien... me gustaría intentar ser... —Zorro se detuvo y empezó de


nuevo—. Me gustaría que tú... que fuéramos amigas —terminó débilmente, pues hablar
delicadamente nunca había sido su fuerte.

—Yo creo que eres mi amiga, Zorro —dijo Kia, mirándola a los ojos y luego
apartando la mirada.

—Me... me ha gustado el beso.


—A mí también —contestó Kia y se preguntó dónde podía posar la mirada.

—Puedes hacerlo otra vez si quieres —dijo Zorro con tono apagado y luego
añadió—: Es decir, si tú quisieras, a mí no me importaría y no pensaría nada ni querría
más ni nada —dijo de carrerilla, con el estómago revuelto como si estuviera a punto de
devolver. Tendría que haberse ido a cazar y practicar con los perros antes de hablar con
Kia, sonaba mejor al ensayarlo en su mente a primeras horas de la mañana.

—¿Te gustaría que lo hiciera? —preguntó Kia con cautela.

—Sí, me gustaría, pero sólo si no te da miedo.

—Entonces lo haré. Tú... tú puedes besarme también si quieres. —Kia entrelazó


los dedos y los apretó angustiada.

—Oh. —Zorro se quedó sentada un momento y luego frunció el ceño—. Está


bien. ¿Cuándo?

—¿A qué te refieres? —preguntó Kia, frunciendo el ceño en una imitación


inconsciente de Zorro.

—¿Cuándo puedo besarte? ¿Por la noche? ¿Al irme a cazar o...?

—Sí, esos me parecen buenos momentos —contestó Kia, que ahora estaba
sonriendo. Le gustaba que Zorro pareciera tan preocupada y tímida.

—Ah... ¿y ahora? —preguntó Zorro, sintiéndose algo más segura.

—¿Ahora?

—Sí, ¿y si te quiero besar ahora? ¿Eso estaría bien? —preguntó Zorro


suavemente, sentándose al lado de Kia.

—Sí, eso estaría bien.

Zorro se miró las manos y por fin miró nerviosa a Kia.

—Pues te voy a besar ahora —anunció con toda la confianza de que fue capaz.
—Bien.

—Bien —repitió Zorro nerviosa, echándose hacia delante y deteniéndose un


momento con la respiración entrecortada. No sabía qué le pasaba: ya había besado a Kia
una vez, Kia incluso la había besado a ella la noche anterior y, sin embargo, se sentía
como si éste fuera su primer beso. Zorro se echó hacia delante, acarició con la mejilla la
piel cálida de Kia, aspiró su olor e hizo lo mismo con la otra mejilla, luego posó sus
labios sobre los de Kia y se fundió con ella. Sus manos se apoyaron sin fuerza en los
hombros de Kia. Una de ellas gimió, nunca sabría quién, y el beso, increíblemente, se
hizo más profundo. Kia tuvo que apartarse de Zorro por temor a perder el sentido.
Nunca hasta entonces había sentido una cosa igual. Había sido terrorífico pero cómodo,
excitante pero dulce y agradable, como quien llega a su hogar.

—Hoy me gustaría ayudarte en la casa —dijo Zorro en voz baja, haciendo que
Kia pegara un respingo y abriera los ojos. Zorro sonrió dulcemente y repitió lo que
acababa de decir antes de preguntar—: ¿Te gustaría ir a cazar conmigo alguna vez? —Y
se apresuró a añadir—: Sólo si tú quieres.

—Sí. Me... me encantaría ir a cazar contigo, Zorro —dijo Kia absolutamente


pasmada.

—Pues muy bien, ¿por dónde empezamos? —Zorro observó su hogar con
interés. En todas las paredes y espacios vacíos, Kia había dejado una parte de sí misma:
ya no era el refugio de Zorro, sino el hogar de Kia y Zorro. A Zorro le gustó. Se pasó el
día muy contenta recibiendo las tímidas órdenes de Kia. De vez en cuando, refunfuñaba
y Kia le clavaba una mirada severa o le gruñía en broma y Zorro hacía lo que le
mandaba. Daba gusto no sentir la tensión flotando sobre ellas. Esa noche hubo muchas
historias. Y antes de dormir, Zorro se acercó a Kia y le acarició suavemente los labios
con los suyos. Esta vez estaba segura de que fue Kia la que gimió de placer. De vuelta
en sus pieles de dormir, Zorro sonrió ampliamente por todo y por nada en concreto.

A medida que pasaban los días, Kia y Zorro fueron intimando cada vez más y
los besos dulces y tímidos que compartían se convirtieron en algo normal de su vida.
Pero como es lo natural con estas cosas, el cuerpo de Kia no tardó en desear más.
Todavía era demasiado tímida para expresarle sus deseos a Zorro, de modo que
intentaba hacerle saber a Zorro que compartía sus sentimientos de la única manera que
sabía. Kia prestaba atención a cada palabra que decía Zorro. Abría mucho los ojos con
las historias que le contaba Zorro. Le asombraba la cantidad de cosas que sabía Zorro
sobre el mundo de fuera. Cosas que la misteriosa abuela de Zorro le había contado. Una
noche, al regresar de un día de caza, Zorro descubrió que quería contarle a Kia cosas
sobre sí misma. Kia se acostó mientras Zorro reparaba una trampa rota sentada al otro
lado del fuego. Comenzó su historia casi como en sueños, recordando una época en que
era ella la que estaba acostada con su abuela sentada junto al fuego.

—Mi madre era del Pueblo. Un día estaba fuera sola cuando un pekeha la
encontró y la violó.

Kia, que nunca había averiguado los orígenes concretos de su propio


nacimiento, sofocó una exclamación de horror. Al contrario que los animales y
monstruos de las historias que Zorro y ella se contaban, los pekehas eran reales. Una
raza de hombres altos —como ninguna mujer había visto jamás entre los suyos— que
tenían la piel blanca y un olor horrible. Venían en grandes barcos y solían dejar una
masacre a su paso. Kia había oído a los hombres hablar de algunas tribus que
comerciaban con ellos, pero Nube Blanca había prohibido todo contacto con ellos y Kia
nunca había visto a uno de ellos.

—¿Y el Pueblo lo persiguió? —preguntó Kia horrorizada.

—No, ¿cómo iban a hacerlo? Estaba en uno de esos barcos monstruosos. Se fue
y dejó a mi madre destrozada. El Pueblo la trató como si fuera... un mal agüero. Nadie
quería tratarse con ella. La abuela me dijo que huyó embarazada de mí porque tenía
miedo de que quisieran matarme cuando naciera.

—Oh, no, no habrían... —dijo Kia con tono defensivo.

—Las cosas eran distintas antes de que llegáramos nosotras, Kia, lo habrían
hecho. Lo hicieron con otros. Tú tuviste suerte —dijo Zorro tajantemente. No quería
asustar a Kia, pero tenía que saber la verdad.

—¿Cómo... cómo sobrevivió?


—La abuela la oyó gritar durante el parto. Al principio creyó que era un animal,
pero fue a investigar y la encontró. La trajo a su casa y mi madre me dio a luz.

—¿Qué le pasó a tu madre? —preguntó Kia con temor.

—Murió. Creo que nunca se recuperó del parto. Es una de las razones por las
que nunca podré vivir con el Pueblo. Sus costumbres están mal y son rígidas —dijo
Zorro con rabia.

—Mi padre no habría dejado que la maltratasen —protestó Kia con los ojos
llenos de lágrimas.

—No, Kia, pero tu padre no era jefe entonces. Fue su padre el que permitió que
atormentaran a mi madre.

Kia inhaló bruscamente. Nunca había conocido a su abuelo. Había oído que era
un jefe duro, pero aparte de eso, no había oído nada tan negativo como lo que ahora
decía Zorro.

—No la recuerdo —dijo Zorro, con la voz apagada.

—¿Entonces la abuela no era tu abuela de verdad?

—No más que tu madre y tu padre son tus padres de verdad, Kia. Las dos
fuimos abandonadas.

—No, Zorro —dijo Kia con tristeza—. A mí me abandonaron, tú tuviste una


madre que te quería tanto que dejó al Pueblo para que pudieras vivir. Yo no sé quién es
mi verdadera madre.

Zorro lo pensó un momento hasta que el dolor que sentía entre los ojos le indicó
que debía dejarlo. Había pasado tanto tiempo enfadada con tanta gente que ya no vivía
que no se le había ocurrido pensar la suerte que tenía. A ella, al igual que a Kia, la
habían querido. La abuela se había asegurado de que pudiera valerse por sí misma desde
muy pequeña y nunca le había faltado nada. La abuela la había querido con una
tranquila intensidad que Zorro le había correspondido con todo su corazón. La echaba
de menos con cada bocanada de aire que tomaba.
Kia vio que Zorro se frotaba los ojos cansada, con la frente arrugada como si le
doliera algo.

—¿Zorro? ¿Quieres dormir aquí esta noche?

—Sí, me gustaría.

Kia se movió para hacerle sitio a Zorro y se echaron la una al lado de la otra,
Zorro todavía muy apesadumbrada por sus pensamientos. La primera caricia suave de
los labios de Kia fue tan leve que Zorro ni se molestó en abrir los ojos: creyó que no
eran más que imaginaciones suyas. La segunda caricia fue más sólida y el dulce aroma
del aliento de Kia inundó los sentidos de Zorro. El tercer beso fue lo que hizo abrir los
ojos a Zorro y le llenó la entrepierna de calor; clavó los dedos en las pieles y abrió la
boca para recibir el asalto de Kia. Ésta exploró a Zorro con autoridad. Los muchos días
y noches que habían pasado besándose le habían dado una seguridad en sí misma de la
que hasta entonces había carecido. La punta de su lengua rozó el paladar de Zorro,
haciendo gemir con fuerza a la mujer que tenía debajo. Zorro puso las manos en los
hombros de Kia y la obligó a echarse. Con el corazón desbocado, cubrió el cuerpo más
largo de Kia con el suyo, colocándose delicadamente entre las piernas abiertas de Kia.
En el curso de las numerosas noches de exploración, Zorro siempre se había detenido al
llegar a este punto por temor a asustar a Kia o hacerle revivir la primera noche en que la
había obligado a unirse a ella.

El corazón de Kia latía al mismo ritmo que el de Zorro cuando ésta la cubrió.
Sus dedos se clavaron en la espalda de Zorro a través de su ropa. Jadeó cuando Zorro
empezó a moverse despacio encima de ella. El placer que había estado rondando al
fondo en las dos últimas ocasiones en que se encontraron en esta posición empezó a
aumentar en su interior al notar que la mano de Zorro le cubría el pecho.

Zorro apartó la cara, rompiendo el contacto con los labios de Kia, pues tenía la
respiración demasiado entrecortada para continuar. ¿Era imaginación suya o Kia
también se estaba moviendo debajo de ella?

Kia no sabía qué hacer. La respiración de Zorro resonaba con fuerza en su oído;
el corazón apretado contra sus pechos latía tan fuerte que no sabía si Zorro estaba
disfrutando de esto o si de algún modo le estaba causando dolor. La idea de causar dolor
a Zorro hizo que Kia se pudiera rígida y Zorro detuvo sus movimientos desesperados de
inmediato. Kia gimoteó al sentir los latidos del corazón de Zorro sobre su pecho y la
respiración agitada de Zorro en su oído. Deseaba con todas sus fuerzas dar placer a
Zorro, pero su madre nunca la había preparado para esto.

Zorro se quedó encima de Kia. Había notado que el cuerpo de su compañera se


ponía rígido y había detenido sus movimientos al instante. Se le cayó el alma a los pies
al oír el leve lloriqueo de Kia. Ya lo había vuelto a hacer: ahora tendría miedo de ella.
Habían llegado tan lejos y ahora todo se echaría a perder.

—Kia —dijo Zorro lo más suavemente que pudo—. No tengas miedo. —Se
apartó de Kia y se echó con ella entre sus brazos, intentando calmarse lo suficiente para
poder hablar.

—Lo siento, yo no... —Kia se sentía demasiado avergonzada para decirle a


Zorro que no sabía qué hacer. No sabía cómo darle placer más que con sus besos.

—Lo comprendo y lamento haberte asustado. —Zorro se estaba regañando a sí


misma. Había prometido que se conformaría con los besos. Y se había conformado.
¿Por qué había tenido que volver a forzar las cosas?—. Duérmete, Kia, y no te
preocupes.

Ni Zorro ni Kia durmieron bien esa noche: las dos sufrían los mismos temores,
pero ninguna estaba dispuesta a ser la primera en expresarlos.

En el momento en que se estaba despertando, la mano de Kia buscó el cuerpo de


su compañera. En las pieles que tenía al lado no quedaba calor corporal y Kia abrió los
ojos de golpe. Levantó la cabeza y buscó a Zorro frenéticamente, pero no se veía a
Zorro por ninguna parte. Kia saltó de la cama y echó a un lado la gruesa piel de la
puerta. Se estremeció al ver las huellas de Zorro en la nieve y si los perros hubieran
estado todavía allí, al menos uno de ellos ya habría aullado o ladrado. Kia se volvió
aturdida y sofocó un sollozo. Había querido hablar hoy con Zorro, pero tal vez lo había
echado todo a perder al no saber qué hacer por su compañera. Zorro no se había
marchado sin besarla desde que habían empezado a estar más cerca la una de la otra.
Kia empezó a vestirse mientras en su mente repasaba una y otra vez los días
maravillosos que había pasado con Zorro. ¿Había destruido todo aquello por no saber
qué hacer? ¿Había decidido Zorro devolverla a la aldea porque no sabía cómo
satisfacerla? Kia estaba ya totalmente vestida y apenas lograba contener las lágrimas.
Zorro tardaría un tiempo en volver: si se daba prisa, podría llegar a la aldea y volver sin
que Zorro se enterara. Le preguntaría estas cosas a su madre: a lo mejor ella sabía qué
era lo que más convenía hacer.

Zorro miró seriamente los claros ojos azules, asegurándose de hablar con
suavidad, como le había indicado su abuela.

—Te amo. Te amo desde hace mucho tiempo. Haré cualquier cosa por ti si me
prometes que no me dejarás. —Zorro se sentó sobre los talones y repasó lo que acababa
de decir—. Parezco una niña. —Sacudiendo la cabeza con desprecio, empezó de
nuevo—. Me pareces preciosa. Te amo desde hace mucho tiempo y aceptaré lo que
puedas darme, aunque sólo sea amistad. —Zorro volvió a sacudir la cabeza, seguía sin
estar bien. Quería más que amistad.

Cogió delicadamente la cara que tenía delante entre las manos enguantadas y se
acercó. Asegurándose de mirarla a los ojos y de que no hablaba demasiado alto, dijo:

—Te amo, Kia. Te amo con todo mi ser. Por favor, únete a mí. Protegeré tu
corazón durante el resto de mi vida e incluso en el más allá. —Los ojos azules
parpadearon y una gran lengua rosa se desplegó y lamió la mano enguantada de Zorro—
. Así, ¿verdad, Nolo? —En la cara de Nolo apareció una sonrisa lobuna y Zorro se puso
en pie de un salto. Una bocanada satisfecha de vaho blanco salió flotando por delante de
ella.

—Está bien —dijo nerviosa y miró a sus seis perros; todos ellos parecían un
poco desconcertados por su conducta. Nolo gimoteó una vez como para decir que todo
iba bien y se tranquilizaron—. Está bien, pues vamos a volver. Se acerca una tormenta.
—Zorro saltó a los esquíes de su trineo y se puso en marcha. Gritó una orden que obligó
a los perros a detenerse de golpe. Bajó de un salto del trineo, volvió corriendo con
dificultad a la roca donde había pasado dos horas declarando su amor eterno a su perro
guía Nolo y cogió la ristra de peces frescos que había atrapado antes. Regresó corriendo
y dejó los peces en la parte delantera de la plataforma del trineo.

—Está bien —dijo nerviosa, se subió a los esquíes y gritó la orden para volver a
casa. Mientras los vientos gélidos de la tormenta inminente le azotaban la cara, Zorro
repitió mentalmente su pequeño discurso una y otra vez.

Kia tardo poquísimo en llegar al campamento de invierno. Saludó agitando la


mano a todos los que la saludaban, pero no quiso detenerse mucho. Necesitaba hablar
con su madre lo antes posible. Sabía que se avecinaba una tormenta y no quería correr el
riesgo de verse atrapada en el campamento antes de poder volver con Zorro.

Entró a la carrera en la tienda de sus padres, dando tal susto a su madre que ésta
dejó caer la labor que tenía en las manos.

—Madre...

—Kia... me has dado un susto, hija.

Sunni recogió su labor y miró a Kia con una sonrisa.

—Me alegro de verte, ha pasado mucho...

—Madre, necesito... —Kia se echó a llorar y los ojos de Sunni pasaron de la


alegría a la preocupación al ver a Kia tan atormentada.

—¿Qué te pasa, hija? Por favor, dímelo.

El cuerpo de Kia se estremeció varios minutos por los sollozos mientras


intentaba pensar en lo que quería decirle a su madre.

—Quiero... Zorro... no... no quiere amarme —explicó Kia de mala manera y


miró a los confusos ojos de su madre. La desesperación de su situación volvió a hacerle
estallar en lágrimas—. No me deja... no puedo... ella no... —Siguió intentando contar su
historia, pero no podía. Sunni meció a su única hija entre sus brazos. Cuanto más
lloraba su hija, más se endurecía el corazón de Sunni contra Zorro. Su compañero había
hecho mal en permitir la unión. No sólo ya no vería a Kia cuando siguieran al caribú:
Zorro estaba haciendo infeliz a Kia. Ella misma se había preguntado cómo podían darse
placer dos mujeres la una a la otra. Ahora sabía la respuesta: no podían.

Justo entonces, Nube Blanca entró en la tienda. Se le llenaron los ojos de alegría
al ver a Kia. Conociendo la reticencia de Zorro para venir al campamento de invierno, le
había prometido a su compañera hacerles una visita cuando pasara la próxima tormenta.

Kia se quedó en los brazos de su madre llorando más que nunca. Tenía el
corazón destrozado. Su madre no lo entendía, ¿cómo podía entenderlo? La habían
educado para casarse con un hombre, un cazador, y eso era precisamente lo que había
hecho. No habría sabido las respuestas a las preguntas de Kia aunque Kia hubiera tenido
fuerzas para hacerlas. Kia sollozó más fuerte en el pecho de su madre.

—Hija, ¿qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a Zorro? —Al contrario que su
compañera, Nube Blanca conocía a Zorro lo suficiente como para no creer que le
pudiera hacer jamás daño a Kia a propósito. Conocía a la abuela de Zorro, incluso la
había amado, pero no había tenido fuerzas para enfrentarse a la tradición y pedirle que
fuera su compañera. En cambio, se había casado con Sunni y había aprendido a amarla
con el paso de los inviernos. Y cuando Sunni demostró no poder darle un hijo, fue de lo
más lógico que cuando encontraron el pequeño fardo con Kia dentro, Kia fuera suya.

Kia miró a su padre con el dolor y la confusión plasmados en los ojos y dejó de
llorar para mirar al hombre que había contribuido a formar sus opiniones sobre tantas
cosas. Su padre era bueno, generoso y cariñoso. No se parecía en nada a Lobo Negro.
Ésa era una de las razones por las que se había opuesto con tanta fuerza a casarse con él.
Sabía que nunca podría casarse con alguien que no le hiciera sentir lo que Nube Blanca
hacía sentir a su madre. Lo que Zorro le hacía sentir.

—Lobo Negro nunca podría... —Kia se calló. Había estado tan ensimismada
que sin darse cuenta había hablado en voz alta.

—¿Lobo Negro? —Nube Blanca frunció el ceño y se acuclilló al lado de su


compañera y su hija—. ¿Se trata de Zorro, hija mía? —Había tenido la esperanza de que
Zorro pudiera convencer a Kia de que la amaba, pero tal vez se había equivocado.
—¿Qué te ha hecho? —preguntó Sunni enfadada.

—No... —exclamó Kia—. No es culpa suya. Es que... no le puedo dar lo que


quiere.

—Deja de llorar, hija —le ordenó Nube Blanca con severidad—. Ven conmigo.
Vamos a pasear antes de que llegue la tormenta.

—Nube Blanca, ¿no crees que debería ser yo la que hable con Kia de esto?

Nube Blanca volvió la mirada severa hacia su preocupada compañera y la


suavizó al ver la preocupación de sus ojos.

—No, en este caso, Sunni, creo que yo soy más adecuado.

Nube Blanca se levantó y salió de la tienda, enderezando la espalda mientras se


preparaba para una conversación que nunca había pensado que fuera a tener. Kia sorbió
y medio agachada para pasar por la puerta, siguió a su padre, dejando que su agitada y
preocupada madre llenara los huecos de la historia por su cuenta.

Los perros conocían el camino de vuelta a casa, de modo que Zorro no se


molestó en dirigirlos. Si hubiera estado prestando atención en lugar de ensayando lo que
le iba a decir a Kia, habría visto la piedra que sobresalía en la nieve y habría podido
desviar a los perros. Tal y como salieron las cosas, los perros sí que rodearon la piedra,
pero no se echaron lo suficiente hacia la derecha para evitar que el trineo en el que iba
Zorro pasara justo por encima. El trineo chocó con estruendo y Zorro salió volando por
el aire y acabó aterrizando con un sonoro "uuuff".

Zorro se quedó tumbada boca abajo un momento y luego se obligó a darse la


vuelta para poder recuperar el aliento. Maldiciendo, intentó ponerse en pie. Un dolor le
atravesó la espalda y la obligó a caer de rodillas. Uno de los perros gimoteó una
disculpa y Zorro maldijo de nuevo. No era propio de ella no mirar por dónde iba. Eso
era muy peligroso y su abuela se lo había advertido muchas veces. Con cierto esfuerzo,
enderezó el trineo y calmó a los perros. Zorro les dio la orden y reemprendieron el
regreso a casa mucho más despacio, mientras ella se regañaba a sí misma por no tener
más cuidado, sobre todo hoy.

Zorro meneó la cabeza cuando los perros la llevaron al claro donde se alzaba la
casa de Kia y ella. Soltó deprisa los arneses de los perros y les dio dos peces para que
comieran. Caminando lo más deprisa que podía, pues la espalda y el costado seguían
doliéndole, se acercó a la casa. Antes incluso de echar a un lado las pieles de la puerta
ya sabía que algo iba mal. No había un humo alegre saliendo por el agujero del techo,
no se olía el aroma de la carne al guisarse despacio ni se oía la voz de Kia cantando.

—¡Kia! —llamó Zorro con temor. Miró por la casa y vio que las ropas y botas
de abrigo de Kia habían desaparecido. Zorro salió corriendo de la casa y estudió el
suelo. Las huellas de Kia todavía eran visibles en la nieve: se había dirigido al
campamento de invierno. Zorro corrió al refugio de los perros y los enganchó
rápidamente a los arneses. Por la razón que fuera, Kia había ido a la aldea justo antes de
una tormenta y Zorro sabía que no iba a conseguir volver a tiempo caminando.

Zorro se sujetó el costado al caminar, esforzándose por contener las lágrimas de


dolor. Se montó en la parte trasera del trineo y gritó la orden a los perros. Sujetándose,
los dejó a su aire, pues conocían el camino casi tan bien como ella. Kia se había
marchado a pie y sola e incluso con la tormenta casi encima ya habría llegado al
campamento de invierno sin problemas y Zorro se sentía agradecida por eso.

¿Por qué se habrá ido sin decírmelo? Zorro se preguntó si habría sido porque
ella no había cumplido su promesa. Había prometido no tocar a Kia y sin embargo,
anoche había ido demasiado lejos. La había besado y abrazado y si Kia no hubiera
llorado, habría seguido adelante.

Zorro volvió a gritar a los perros y estos, como si percibieran la angustia de su


voz, corrieron a través del viento y la nieve cortante. Por fin, Zorro vio los difusos
contornos de las tiendas de la aldea. Zorro se bajó deprisa del trineo y se encaminó lo
más rápido que pudo a la tienda de los padres de Kia. Entró y se quitó rápidamente la
bufanda de piel que le tapaba casi toda la cara.

—Madre, ¿dónde está Kia? Se ha marchado de casa sin decirme dónde iba —
preguntó, demasiado preocupada para acordarse de saludar con formalidad.
—Siéntate, Zorro.

—¿Pero dónde está, madre?

—Se ha ido con Nube Blanca. Quería hablar con él. Estaba muy alterada.

Zorro se levantó rápidamente, dispuesta a encontrar a su compañera.

—Zorro, espera. No creo que desee verte.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué te ha dicho? —Zorro bajó la voz mientras su mente
se rebelaba contra lo que decía Sunni. Cayó de rodillas y miró a Sunni con aire
suplicante.

—No me ha dicho gran cosa. Entró aquí corriendo, poco antes que tú, llorando.
Lo único que decía es que tú no la amas.

Zorro volvió a levantarse, esta vez enfadada.

—Siéntate, hija —le ordenó Sunni.

—¿Por qué diría una cosa así? —Zorro no comprendía qué había hecho mal.
Había dejado de tocarla en cuanto Kia se sintió incómoda, no se había empeñado en que
se acostaran juntas como compañeras y estaba segura de que Kia la había perdonado por
el error anterior. Cualquier hombre del campamento la habría obligado a yacer con él.
Kia parecía tan feliz en las últimas lunas, incluso le había contado historias a Zorro y
había hecho comidas deliciosas. ¿Acaso una sola noche había cambiado todo eso? Zorro
estaba segura de que Kia había disfrutado haciendo el amor tanto como ella. Y cuando
fue demasiado para ella, Zorro se paró y siguió abrazándola toda la noche—. No lo
entiendo —dijo Zorro aturdida, rogándole a Sunni que continuase.

—Nos dijo que no... la satisfaces. —Sunni se atragantó al decirlo, pues era un
gran insulto que no se debía decir a la ligera.

Zorro, todavía confusa, sacudió la cabeza, sin comprender lo que decía Sunni.
—¿Que no la satisfago? Pero si ella no... —Zorro se calló. No iba a humillarse a
sí misma ni a Kia hablando con nadie de cómo hacían el amor, ni siquiera con la madre
de Kia—. ¿Dónde está? Tengo que hablar con ella.

—Se ha ido con su padre.

—¿Dónde? —insistió Zorro. Empezaba a estar desesperada y Sunni se dio


cuenta.

De repente, aparecieron las garras que había estado ocultando bajo una capa de
amabilidad cuando Zorro entró en la tienda. Y en un tono tan dulce como las bayas que
había usado Zorro para fingir la primera sangre de Kia, dijo:

—Creo que su padre y ella han ido a hablar con Lobo Negro sobre la posibilidad
de una unión entre los dos.

—¡Pero no puede! —dijo Zorro petrificada—. Es mi compañera. ¡Tú misma


sellaste nuestra unión!

El hecho de que Zorro dijera la verdad endureció el corazón de Sunni y como


una osa que teme por la seguridad de su cachorro, atacó para hacer daño a la posible
fuente de peligro.

—Kia dice que no te ama y que tú no la amas a ella.

—¿Te ha dicho eso? —preguntó Zorro, casi sin voz por el dolor.

Sunni asintió, aunque empezaba a preguntarse si su hija no se habría


equivocado. Nunca había visto a Zorro mostrar emoción alguna en las ocasiones en que
su abuela y ella venían a la aldea. Pero ahora veía muchas emociones, de la rabia al
miedo, que le cruzaban la cara de tal manera que estaba segura de que Zorro amaba a su
hija.

—Zorro, a lo mejor me he...

—No —dijo Zorro ferozmente—. Si desea a Lobo Negro, que se queden juntos.

—No sé si lo desea —reconoció Sunni avergonzada.


—Me da igual —dijo Zorro, mientras su corazón protestaba dolorido por la
mentira—. No me ama. Nunca me amará —dijo furiosa y luego, con un tono más
apagado—: Se equivoca, sí que la amo. La amo desde que recuerdo haber sabido lo que
era el amor.

Sunni se quedó petrificada. En el fondo de su corazón, sabía que nunca en su


vida había estado más equivocada.

Ante ella no estaba Zorro la cazadora, sino una joven herida a la que acababan
de decirle que no satisfacía a su compañera.

—Dile... dile que no me opondré a su decisión —dijo Zorro con la voz ronca.

Sunni llamó a Zorro, pero ésta ya ni oía por el dolor tan profundo que le
atravesaba el corazón. Sin darse cuenta, empezó a envolverse la cara con la bufanda de
piel. Aspiró el olor que tanto quería y casi se dobló en dos por el dolor al darse cuenta
de que probablemente nunca volvería a oler su aroma.

—Zorro, por favor, vuelve y habla con Kia. No tardará en volver —le dijo Sunni
con desesperación.

Sin volverse a mirar a Sunni, dejó caer la bufanda al suelo y gritando a los
perros, se marchó, jurando que jamás regresaría a la aldea. No creía que pudiera
soportar ver a Kia unida a Lobo Negro. Zorro gritó enfurecida a sus perros y los azuzó
más que nunca, esperando sólo a medias llegar a casa antes que la tormenta que se
avecinaba.

Con la cara ceñuda, Zorro se quedó mirando un tiro de perros que se acercaba a
su casa procedente del campamento de invierno. Reconoció el tiro al instante y resistió
las ganas de darle la espalda cuando se acercó. Había estado preparándose para salir a
cazar antes de que llegara la siguiente oleada de tormentas. Aunque tenía carne de sobra
para comer, necesitaba obligarse a salir para no consumirse en su casa. Durante tres
días, Zorro y la tormenta de fuera rugieron de ira hasta que por fin, agotadas y cansadas,
las dos se calmaron, resignándose a una paz temporal.
Zorro no dijo nada cuando Nube Blanca bajó de su trineo y se acercó. No hizo
ni caso a Kia y a Sunni, que ahora estaban de pie junto al trineo, y se concentró en Nube
Blanca.

—Tú siempre eres bienvenido aquí porque mi abuela te consideraba su amigo.


Tus mujeres no. Haz el favor de dejarlas en el campamento si tienes pensado visitarme
en el futuro. —Zorro se dio la vuelta y se encaminó hacia su casa. Nube Blanca meneó
la cabeza. Zorro se esforzaba por ocultar la expresión de dolor de sus ojos e incluso al
darse la vuelta, sus ojos no pudieron evitar buscar a Kia, aunque fuera un instante.

Zorro oyó que Nube Blanca la llamaba, pero no contestó ni se volvió. ¿Cómo se
atreven a venir aquí, para qué, para recoger las cosas de Kia? Debería haberles
prendido fuego y haberlas tirado en la tienda de Lobo Negro. Este pensamiento fruto de
la rabia no contribuyó en nada a que Zorro se sintiera mejor. Al entrar en su casa, se
sentó en la plataforma de dormir pequeña. No había podido dormir en la más grande
porque no soportaba la idea de captar el olor de Kia en las pieles.

Totalmente vestida, Zorro se hizo un ovillo e intentó no oír a Nube Blanca


dando la orden a sus perros para marcharse. Qué ganas tenía de rogarle a Kia que no se
fuera. Habría hecho cualquier cosa por oponerse a la restricción que le imponía su
orgullo, pero no consiguió obligarse a hacer este ruego. Zorro cerró los ojos y se colocó
boca arriba. Al instante, creyó sentir la presencia de Kia. Se imaginó que sentía su
cálida caricia en la cara y la forma en que Kia decía a veces su nombre cuando se
besaban sin más razón que el placer de sentirlo deslizarse entre sus labios. Las lágrimas
empezaron a caer bajo los párpados firmemente cerrados de Zorro.

Kia se las secó dulcemente con los pulgares.

Zorro abrió los ojos rápidamente y se quedó mirando a Kia.

—¿Qué... por qué estás aquí? Se acerca una tormenta, debes marcharte ya.

—Éste es mi hogar.

Zorro se levantó rápidamente y se apartó de Kia. Todavía se temía que pudiera


rogarle a Kia que se quedara. No lo iba a hacer. Kia le había hecho daño.
—¿Es que Lobo Negro te ha rechazado? —gruñó.

Kia miró a Zorro a los ojos con sinceridad.

—No deseo a Lobo Negro, estoy unida a ti. Lobo Negro está unido a Miko.

Zorro notó que su boca hacía un gesto de desprecio. No pudo evitar ser cruel:
nadie tendría jamás el poder para hacerle un daño como el que le había hecho Kia.

—¿Así que esperas que yo te vuelva a aceptar? —preguntó con aspereza. Se


volvió furiosa hacia el fuego y se puso a atizarlo con un palo. Maldita seas, Kia, por
haber vuelto aquí, pensó con los ojos llenos de lágrimas de dolor—. ¿Qué quieres de
mí? Tus cosas están ahí. —Señaló el rincón y se sintió algo avergonzada por la forma en
que había tirado las cosas de Kia, incluido su abrigo de unión, con la intención de
prenderles fuego—. Cógelas y vete —ordenó, con la voz aún más áspera por la
vergüenza.

—Me iré —dijo Kia suavemente y Zorro aguantó la respiración por temor a
gritar de dolor y quedar en vergüenza—. Pero no sin que antes me hayas escuchado.

—No quiero oír lo que tengas que decir. Sunni me lo ha contado todo. Vete de
aquí, no eres bienvenida.

—Sunni ha cometido un error, Zorro. Un error al interferir en un malentendido


entre mi compañera y yo y un error al decirte las cosas que te dijo. Ahora lo sabe.
Quería pedirte disculpas, por eso ha venido con nosotros. Le he dicho que tendrá que
esperar hasta que hayamos hablado. —Fuera se oyó un fuerte aullido de la tormenta que
se acercaba, interrumpiendo el apasionado ruego de Kia. Ésta movió las dos grandes
piedras para sujetar al suelo la piel que tapaba la puerta. Zorro hizo como si no supiera
que estaba allí.

Kia se acercó a Zorro y se acuclilló detrás de ella. Le puso a Zorro una mano en
el hombro.

—No, Kia. —Zorro detestó la debilidad que se oía en su voz. Quería sonar
furiosa y decidida, pero no podía. Lo único que quería era recuperar a Kia.
—Zorro, escúchame. No tenía intención de dejarte. Estaba asustada y confusa.
Fui a ver a mi madre porque creía que ella tenía las respuestas. Me equivoqué. Tendría
que haber hablado contigo primero.

Zorro agarró con más fuerza el palo.

—¿Qué era tan importante para que fueras corriendo a verla justo antes de una
tormenta?

A Kia le dolía el corazón por Zorro. Percibía la indecisión en el tono de Zorro,


así como la necesidad de creer que no le estaba contando una mentira.

—Tenía miedo...

—Yo no te habría vuelto a forzar, Kia. Te prometí que no lo haría. —Zorro


cerró los ojos por el dolor al recordar que había prometido no volver a tocar a Kia y
tampoco había sido capaz de cumplir esa promesa.

—No, escúchame, Zorro —le ordenó Kia, con una fuerza en su voz
normalmente suave y tímida que Zorro nunca había oído hasta entonces. Su furia al
enterarse del engaño de su madre había sido terrorífica. Ni siquiera su padre se había
atrevido a decir nada para calmarla. De hecho, Nube Blanca se había sentido bastante
orgulloso de la forma en que su hija se había enfrentado a su compañera. Sólo había
intervenido cuando Sunni estalló en lágrimas. Había sido un momento muy tenso, pero
Kia se animó cuando Sunni le dijo que se había equivocado con Zorro, que ésta había
confesado su amor antes de irse.

Kia se había visto obligada a esperar a que pasara la tormenta en su antiguo


hogar con su madre y su padre a su lado y había llorado en silencio por su compañera.
Les había causado mucho dolor a las dos por marcharse como lo había hecho. La
revelación de Sunni sobre el amor de Zorro no fue una sorpresa para Kia: lo había
sabido incluso la primera vez que Zorro se había echado encima de ella. Su miedo la
había llevado a buscar el consejo de su madre cuando todo lo que necesitaba saber se lo
habría enseñado amorosamente su compañera si se lo hubiera preguntado.
—Zorro... no deseo a nadie más, ni a Lobo Negro ni a nadie. Sólo te deseo a ti.
Vino aquí poco después de que nos uniéramos y me pidió que me fuera con él, pero yo
me negué. Nunca lo he deseado, Zorro.

Zorro se abrazó a sí misma, negándose a mirar a Kia, mientras lo que ésta le


decía empezaba a curarla.

—No te puedo dar hijos —dijo débilmente, señalando la única cosa que nunca
podría arreglar.

—Me da igual —dijo Kia, mirando el pelo rojo de su compañera.

Zorro abrió la boca y la volvió a cerrar, preparada para expresar otra protesta
pero incapaz de pensar en una. Kia la deseaba. Decía que no deseaba a Lobo Negro;
decía que la deseaba a ella. Kia me desea. Los ojos de Zorro se llenaron de lágrimas. Se
negó a dejarlas caer y respiró hondo.

—Te amo, Kia. Te amo con todo mi ser. Por favor, únete a mí y yo protegeré tu
corazón durante el resto de mi vida e incluso en el más allá. —Zorro aguardó la
respuesta de Kia, pero lo único que oyó fueron unos suaves sollozos. Se dio la vuelta,
cogió a su compañera entre sus brazos y no pudo evitar echarse a llorar ella también.

—Yo también te amo, Zorro. Nunca quise hacerte daño —farfulló Kia mientras
se consolaban mutuamente en el suelo del hogar que iban a compartir durante muchos
ciclos aún por venir.

—¿Por qué necesitabas hablar con tu madre? —preguntó Zorro largo rato
después, con la voz ronca de llorar.

Kia se echó a reír y su fuerza recién encontrada menguó bajo los ojos amorosos
de su compañera.

—Tenía miedo de no saber cómo satisfacerte.

La piel clara de Zorro se encendió por el rubor y abrió los ojos de par en par.

—¿Le preguntaste a tu madre cómo satisfacerme?


Kia se levantó y se acercó al rincón donde estaban amontonadas sus
pertenencias. Cogió el grueso abrigo de piel de oso y empezó a quitarse la ropa,
esperando que Zorro no advirtiera el temblor de sus manos mientras se desvestía. Miró a
Zorro por entre las pestañas y se lamió el labio.

—No, se lo pregunté a mi padre.

—¿Estás cómoda?

—Sí.

Kia estaba sentada detrás de Zorro, sujetándola estrechamente bajo el calor del
abrigo de unión de piel de oso.

Recorrió el brazo de Zorro con los dedos, rozando la piel cálida y dejando un
rastro de piel de gallina a su paso. La sensación de poder le producía vértigo y la
empujaba a acelerar las cosas, pero se controló haciendo más lentos sus movimientos.

—Échate hacia atrás, Zorro.

Zorro asintió temblorosamente, se apoyó en el pecho de Kia y cerró los ojos,


disfrutando de la sensación de ser amada por fin por su compañera. Las manos de Kia
tocaron por fin el estómago de Zorro, haciendo que los músculos saltaran y se
estremecieran.

—¿Estás bien? —preguntó Kia, preocupada al oír a Zorro tomar aire


bruscamente.

—Sí.

Kia volvió a rozar el estómago de Zorro y la besó delicadamente en la nuca


antes de rozarle los brazos con los dedos. Zorro tenía algo que hacía olvidar a Kia lo
pequeño que era su cuerpo en realidad comparado con el suyo. De repente, sintió un
enorme afán protector hacia ella y volvió a besarle el cuello y por fin subió las manos
para coger los pequeños pechos de Zorro.
Zorro gimió y cerró los ojos, agradeciendo que Kia no viera cómo se mordía el
labio para evitar gritar. Esto era mucho más de lo que había deseado en su vida. La
sensación de los pechos desnudos de Kia en su espalda era maravillosa. Las manos
delicadas sobre su cuerpo estaban haciendo que Zorro se sintiera como en un mundo de
sueños. Si era un sueño, no quería despertar.

Con manos torpes, Kia abrió la parte superior de las polainas de Zorro. Dejó la
mano en el vientre de Zorro para recuperar el aliento. Había escuchado atentamente
mientras su padre intentaba explicarle lo que debía hacer, llegando al punto de hacer un
dibujo en la nieve con su bastón. Había tenido que volver a empezar varias veces hasta
que Kia, parpadeando llena de desesperación y vergüenza, le dijo que lo comprendía.
Aliviado, él le había prometido que lo entendería cuando llegara el momento y,
efectivamente, mientras sujetaba a Zorro delante de ella, la inundó una sensación de
maravilla al subir los dedos por los brazos de Zorro y ver cómo se le estremecía la carne
como respuesta. Cada vez que respiraba, cada vez que mordisqueaba cálidamente el
hombro de Zorro, la respuesta era un jadeo de deseo.

Los largos dedos de Kia bajaron las polainas de Zorro por sus caderas y
finalmente por sus piernas. Zorro, aturdida, intentó ayudarla quitándose las polainas de
una patada y estuvo a punto de tirarlas al fuego. Sonrió a Kia con aire de disculpa y
soltó una exclamación al ver la expresión de deseo que inundaba la cara de su
compañera. La tímida Kia que conocía había desaparecido y en su lugar estaba la
diablesa excitada que tenía detrás. Zorro se volvió rápidamente y se quedó mirando
fijamente el fuego hasta que le lloraron los ojos buscando alivio.

Kia deseaba que Zorro se diera la vuelta para poder verle la cara, pero se daba
cuenta por la postura de la espalda de que había adoptado su personalidad de cazadora.
Kia estaba decidida a demostrarle que mostrar amor no era una debilidad. Pegó aún más
el pequeño cuerpo al suyo.

—Ahora me gustaría unirme a ti, Zorro. ¿Me aceptas? —preguntó suavemente.

—S... sí —graznó Zorro sin poder creérselo. Volvió a sofocar una exclamación
cuando los dedos de Kia acariciaron el vello de su sexo y Zorro perdió el control de la
cabeza, la echó hacia atrás y la apoyó débilmente en el hombro de Kia.
—Levanta las piernas, Zorro.

Zorro se sonrojó al levantar las piernas de inmediato siguiendo la orden de Kia,


lo cual dejó su húmedo centro expuesto al doble calor del fuego y los dedos de Kia que
la exploraban delicadamente.

—Algún día me gustaría volver a ver esto —dijo Kia y entonces ella también se
sonrojó. Las palabras eran un pensamiento que no había querido expresar en voz alta.
Kia siguió acariciando con los dedos el vello de Zorro y sintió un hormigueo en las
puntas de los dedos al notar la presencia de humedad. Recordó que la humedad era
buena señal, de modo que siguió acariciando a Zorro con una mano, mientras con la otra
frotaba sin parar con el pulgar un rígido pezón y luego el otro. De los labios de Zorro se
escapó un pequeño gemido que cortó bruscamente.

Zorro no podía creer lo débil que se sentía. ¿No debería ser ella la que diera este
placer a Kia? ¿No debería ser ella la que hiciera a Kia sentirse como una mujer recién
unida? Quería decirle a Kia que parase, pero no podía. Su cuerpo no se lo permitía.

Kia tragó, obligándose a acercarse más a la abertura de Zorro, y como esperaba,


Zorro pegó un respingo e hizo un gesto para detener a Kia.

—Eres tan bella, Zorro —susurró Kia. Su padre le había dicho que debía decirle
cosas bonitas a su compañera: pensó que empezaría por la verdad y seguiría a partir de
ahí. Estaba convencida de que Zorro, a su manera y por su forma de caminar y cazar,
era realmente bella. Su fuerza atraía a Kia.

Zorro se quedó tan pasmada al oír la tranquila declaración que la mano que tenía
preparada para detener a Kia cayó olvidada sobre las pieles. Me ha llamado bella. Sabía
por el tono de voz de Kia que ésta lo decía de todo corazón. En ese momento, Zorro, a
quien nadie había llamado otra cosa que no fuera Zorro durante toda su vida, entregó su
corazón por completo a Kia.

—Tú también eres bella —dijo débilmente y luego deseó no haber dicho nada
porque la delicada exploración de los dedos de Kia se detuvo un momento.

—Sólo para ti, Zorro, sólo para ti.


Zorro abrió la boca para protestar, pero sólo pudo jadear, pues los dedos y su
propia excitación se unieron para abrir su sexo, por lo que quedó expuesta al aire
ligeramente helado y la sensación opuesta del calor del fuego. Kia cerró los ojos cuando
sus dedos tocaron la humedad. Sí, esto está muy bien, pensó, acariciando el núcleo de la
excitación. Zorro también cerró los ojos e inconscientemente empezó a mover las
caderas hacia delante y hacia atrás siguiendo el ritmo de las caricias de los dedos de
Kia. Ésta tragó con dificultad y apretó a Zorro, que ahora respiraba pesadamente, contra
su propio sexo húmedo. Zorro se echó hacia atrás de buen grado y se pegó a Kia con
firmeza y Kia aceleró el movimiento de la mano hasta que los leves jadeos de Zorro se
hicieron audibles. Kia levantó más las piernas y apretó a Zorro contra su cuerpo,
deslizando el dedo cada vez más cerca de su meta. Las caderas de Zorro se alzaban de
las pieles con cada caricia, haciendo que el dedo de Kia se metiera cada vez más en la
abertura caliente y húmeda. Zorro gemía ahora sin disimulos, al haber renunciado a la
necesidad de que Kia la respetara por la necesidad más exigente de la satisfacción.
Alzaba las caderas sin parar, intentando que Kia se metiera dentro de ella.

Kia gimió en el espeso pelo de Zorro cuando su dedo chocó delicadamente con
el himen de Zorro. Ésta estaba tan húmeda, tan empeñada en alcanzar la satisfacción
que incluso sus jadeantes gemidos exigían que Kia siguiera adelante hasta alcanzar su
meta. Por fin Kia alzó la mano izquierda y le volvió la cabeza a Zorro para poder
besarla en los labios.

Por favor, quiero hacerlo bien. Y con este ruego mudo, Kia atravesó el himen
de Zorro. Ésta se agarró a los brazos de Kia con fuerza al tiempo que tres gemidos
guturales se le escapaban de entre los labios.

Oh, por favor, no, pensó Kia cuando el cuerpo de su compañera se quedó rígido
por la invasión y luego se estremeció con más fuerza. La garganta de Zorro emitía
pequeños gemidos y los músculos de su sexo aferraban el dedo de Kia con fuerza. El
miedo de estar causándole más dolor que placer se disipó, sacó despacio el dedo
empapado del interior de Zorro y siguió acariciando su excitación.

El cuerpo de Zorro se estremeció con varias oleadas más de placer y por fin
volvió en sí. Se ruborizó muchísimo al darse cuenta de lo que le había pasado. Se
avergonzaba de lo débil que había sido bajo las caricias de Kia, pero al mismo tiempo
estaba deseosa de volver a sentir el estallido de placer. Se quedó sentada en silencio,
temerosa de mirar a la mujer que la sostenía firmemente entre sus brazos como si fuera
un cachorrito.

—¿Estás enfadada conmigo, Zorro? —preguntó Kia insegura. Estaba segura de


que Zorro había gozado, pero notaba que su cuerpo empezaba a ponerse rígido al
recuperarse y sospechaba que Zorro lamentaba lo que había permitido que sucediera.
Esta idea angustió tanto a Kia que se apresuró a levantarse para distanciarse un poco de
Zorro.

Zorro también se levantó.

—No, espera, Kia, no estoy...

La exclamación sofocada de Kia hizo que Zorro bajara la vista para mirarse y se
sonrojó de vergüenza. La palidez de su piel hacía que la sangre que le manchaba los
muslos pareciera más brillante de lo que realmente era. A Zorro se le puso un nudo en la
garganta y rápidamente le dio la espalda a Kia, con los hombros hundidos, conteniendo
las lágrimas de vergüenza y rabia. Intentó taparse todo lo que pudo con las pieles del
suelo. Zorro recordó el momento en que tuvo que pintar a Kia con las bayas: entonces
había pensado que la reacción de Kia era exagerada, pero ahora comprendía cómo se
había sentido.

Acercándose rápidamente al fuego, Kia se arrodilló, metió un paño en el agua y


luego intentó apartar delicadamente las manos de Zorro.

—Puedo hacerlo yo —gruñó Zorro, con la voz áspera por la vergüenza.

Kia levantó la mirada rápidamente, pero siguió moviendo el paño caliente por
las caderas y el sexo de Zorro y contestó en voz baja:

—Lo sé.

Kia no apartó la mirada de lo que estaba haciendo al preguntar:

—¿Te ha dolido, Zorro?


—Sí... No, no lo sé... sí, pero no.

Kia asintió y le entregó el paño a Zorro. Se apartó mientras Zorro terminaba de


limpiarse.

—No estoy enfadada contigo, Kia. No sabía que iba a ser así. Me he sentido tan
débil.

Kia se miró las manos.

—Tal vez no lo he hecho bien, Zorro. Podría... podríamos volver a intentarlo.

Zorro sintió que la tristeza invadía su corazón. Llevaba tanto tiempo soñando
con un día como éste con Kia. Ésta incluso había hablado con su padre para poder
satisfacerla y ahora creía que no lo había conseguido.

Zorro abrió la boca para hablar y la cerró frustrada cuando de su garganta no


salió nada salvo un débil suspiro.

—Kia, yo... Sí que me has dado placer. Nunca he sentido una cosa así. Por
favor, mírame, Kia. Ha sido todo lo que siempre he querido, es sólo que me ha dado
vergüenza de... —Zorro se calló, incapaz de terminar la frase.

—¿Te ha dado vergüenza de lo que te he hecho sentir?

—No, no lo sé, Kia, no esperaba que fuera a ser así. Creía que la que te daría
placer sería yo.

—Pero Zorro, eres mi compañera. A mí también me gustaría darte placer. Todos


los días... si quisieras —dijo Kia tímidamente.

—No sé si podría hacer eso todos los días, pero podríamos intentarlo. —Zorro
colocó bien las pieles y las abrió, ofreciéndole un sitio a Kia con timidez.

Kia se arrimó a Zorro y ésta la abrazó. Insegura, Zorro movió la nariz por la
oreja de Kia, aspirando profundamente como si fuera la última vez que fuera a tener
oportunidad de hacerlo. Al darse cuenta de que Kia era ahora su compañera de verdad
en todos los sentidos se sintió muy aliviada. Tendría la oportunidad de estar con ella
muchas veces, por lo que no había necesidad de correr.

Zorro tumbó a Kia con cuidado y se echó encima de ella, besándole el cuello y
la mandíbula y por fin los labios. A Kia ya se le había acelerado la respiración y Zorro
notaba que se movía debajo de ella.

Zorro se alzó y bajó los dedos por el estómago de Kia hasta los suaves y
húmedos rizos de su sexo. El sexo de Kia ya estaba mojado. Zorro tuvo tentaciones de
explorarla ya, pero no quería que las cosas fueran demasiado deprisa para Kia: quería
que fuera algo tan especial como lo había sido para ella. Zorro besó el estómago de Kia
y luego su pelvis varias veces. Kia pegó un respingo y sofocó un grito, pero las manos
delicadas que la sujetaban con firmeza la tranquilizaron. Por fin, Zorro se tumbó entre
las piernas de Kia y observó su sexo húmedo.

—¿Zorro? —Kia no deseaba interrumpir. Estaba disfrutando de lo que hacía


Zorro, pero ahora se sentía un poco tímida al saberse observada tan de cerca. Se le
estremeció el cuerpo con un escalofrío cuando una leve brisa se coló por la pesada piel
de cuero que bloqueaba la entrada. Kia volvió a sobresaltarse cuando algo húmedo y
cálido la acarició con firmeza entre las piernas—. ¿Zorro?

Al no recibir respuesta, Kia miró entre sus piernas y vio la cabeza de Zorro
metida entre sus muslos. La caricia cálida y firme la causaba la lengua de Zorro al
introducirse delicadamente entre los labios del sexo de Kia hasta que se abrieron para
recibirla en su interior.

Kia jadeó y se tumbó de golpe mientras la lengua de Zorro acariciaba despacio


la zona excitada hasta que se hinchó, exigiendo atención. Las caderas de Kia se alzaron
involuntariamente y Zorro deslizó la mano por debajo del trasero de Kia para que su
pelvis quedara en la posición perfecta para recibir sus atenciones.

Zorro tenía los ojos cerrados mientras saboreaba a Kia. Desde el primer contacto
electrizante con la punta de la lengua, supo que era algo que iba a repetir. La primera
vez que se enteró de la existencia de esta forma concreta de dar placer, estaba
convencida que no era algo que le fuera a gustar. Ahora, sin embargo, estaba igualmente
convencida de que Kia y ella iban a tener que hacerlo todas las noches si quería ser
feliz. Los pequeños ruidos de placer que emanaban de Kia eran casi tan embriagadores
como la prueba de su placer que Zorro perseguía vorazmente. Zorro seguía inmersa en
la experiencia cuando notó que las manos de Kia se hundían en su pelo.

—¡Z... Zorro! —gimió y quiso apartarse de la boca ansiosa de Zorro. Kia no


sabía si intentaba parar a Zorro o alargar el placer, pero estaba convencida de que lo
mejor en este momento sería hacer un pequeño descanso.

Zorro, por el contrario, sabía lo suficiente como para agarrar las caderas de Kia
con ambos brazos. Y con los labios mojados por la esencia de Kia, agarró la excitación
de su compañera y empezó a chupar, aumentando la presión hasta que Kia se puso a
jadear ásperamente, al tiempo que pronunciaba su nombre y gemía. Zorro soltó las
caderas de Kia y le metió una mano entre los muslos. Con un dedo, empezó a distribuir
la abundante humedad de Kia hasta que el dedo mojado se situó en la entrada del canal
de Kia. Con mucho cuidado, Zorro penetró delicadamente a Kia, haciendo coincidir la
succión de la boca con las caricias penetrantes del dedo, metiéndose despacio en el
interior de Kia, primero la punta del dedo y luego un poco más. Kia gemía de placer y
Zorro se planteó por un momento esperar para tomar la virginidad de Kia. A ella le
había dolido un poco y temía que para Kia fuera a ser peor.

Al notar la indecisión de Zorro, Kia alzó la cabeza. El leve movimiento hizo que
Zorro levantara la suya. No se molestó en disimular su preocupación ante Kia.

—Zorro, quiero unirme a ti. ¿Por favor? —pidió Kia. Su inseguridad la hizo
hablar con timidez y Zorro tuvo que parpadear para asegurarse de que no estaba
soñando. Volviendo a cerrar la boca sobre Kia, Zorro juró en silencio que haría feliz a
su compañera durante el resto de su vida. La acarició despacio y con paciencia hasta que
estuvo tan excitada como antes. Y cuando notó el himen que impedía que Kia fuera
totalmente suya, aguantó las ganas de atravesarlo rápidamente y, en cambio, con varias
caricias constantes y fuertes, lo fue rompiendo poco a poco hasta que no quedó nada que
le impidiera sentir a Kia por completo. Siguió acariciando a Kia, sus labios continuaron
acariciando la excitación de Kia mientras su dedo la penetraba delicadamente. Zorro
sacó el dedo y con cuidado metió dos y la garganta de Kia emitió un gemido largo y
grave. Zorro se detuvo, dejando que Kia se acostumbrara a la sensación, y luego
empezó a moverse de nuevo dentro de ella. Al poco, las caderas de Kia respondían a
cada empujón con vigor.

De repente arqueó la espalda y de sus labios brotó una mezcla de grito y


gruñido. Zorro levantó la cabeza y vio el cuerpo de Kia paralizado por un momento en
un arco por encima de las pieles, la piel oscura pintada por el fuego de trémulos tonos
anaranjados, y por fin sus caderas cayeron al suelo y empezaron a moverse con
creciente frecuencia.

El placer atravesó a Kia cada vez más y se movió más deprisa sobre los dedos
de Zorro. El placer continuó en oleadas hasta que Kia temió que se iba a desmayar de
respirar con tanta dificultad. Por fin, las oleadas fueron disminuyendo y Zorro se movió
más despacio. Cuando Zorro sacó los dedos del interior de Kia, observó la cara de su
compañera por si veía alguna señal de dolor. Frunció el ceño preocupada al ver que Kia
tenía los ojos cerrados y parecía que seguía intentando recuperar el aliento.

—¿Kia? ¿Estás bien? —susurró Zorro, sin querer despertarla si se había


quedado dormida.

—Sí, Zorro, estoy bien —contestó Kia con una sonrisa, aunque seguía sin abrir
los ojos.

—Yo... —Kia abrió los ojos y vio a Zorro mirándola con preocupación—. ¿Ha
sido...?

—Ha sido maravilloso. Más que maravilloso.

Zorro se pegó más a Kia y no pudo evitar abrazarla con todas sus fuerzas. Lobo
Negro se había equivocado. Podía dar placer a su compañera y se lo había dado.

—Mmm, ¿Zorro?

Zorro se quedó paralizada al oír una pregunta en el tono de su compañera.

—¿Sí, Kia?

—¿Me toca a mí otra vez?


Zorro miró a Kia con los ojos muy redondos y algo temerosos.

—Oh... eeeh... tal vez deberíamos esperar... yo... debes de estar... ¿No estás
dolorida?

Kia pareció decepcionada un momento y estiró las piernas entumecidas hacia


delante. Tendría que aprender a no tensarlas tanto. Estaba segura de que le iban a doler
aún más por la mañana. Asintió apesadumbrada.

—Sí, estoy un poco dolorida —reconoció. Suspiró, con evidente cara de


decepción. Había querido probar a hacer lo que le había hecho Zorro a ella.

—Bueno, a lo mejor podemos si tenemos cuid...

Kia ya había colocado a Zorro boca arriba y la besaba apasionadamente. Zorro


soltó un gran suspiro. Estaba segura de que su compañera iba a necesitar muchas noches
como ésta. Zorro sonrió muy contenta. Cosas peores había en la vida.

Zorro y Kia entraron en el campamento de invierno. Kia agitó la mano muy


emocionada saludando a Miko y a su madre y saltó del trineo antes de que éste se
hubiera parado del todo. Zorro intentó ignorar el miedo que tenía de que, tras llevar
juntas un ciclo completo, Kia todavía fuera a dejarla. Lo hacían todo juntas, incluida la
caza, y Zorro no podía ni pensar en cómo sería la vida sin Kia. Sólo de pensarlo se
ponía mala. Se quedó mirando mientras su compañera, que había echado a correr muy
contenta hacia su madre y su prima, se detenía de golpe y se daba la vuelta. Regresó a
todo correr y cogió la cara de Zorro entre sus manos. Miró a Zorro a los ojos con
ferocidad, pues un ciclo de amar y ser amada por Zorro le había dado una fuerza y una
seguridad que nunca habría creído posibles.

—No te quedes mucho tiempo con padre. Te voy a echar de menos.

Besó a Zorro dulcemente en la boca. El beso quiso ser rápido, pero se prolongó
y como siempre, Zorro sintió que se le llenaba el vientre de deseo. Kia terminó el beso y
su aliento cálido se mezcló en el aire un momento y luego se desvaneció mientras los
ojos azules acariciaban los verdes. Kia soltó la cara de Zorro y con una leve sonrisa,
corrió hacia su madre y su prima, erguida y moviéndose con la misma despreocupación
que cuando era niña. Zorro sonrió al verlas abrazarse y bromear unas con otras. Miko
ofreció un gran fardo a Kia para que lo examinase. Observó a Kia haciendo carantoñas
al bebé y sintió algo de pena por no poder darle un hijo a Kia.

—Bienvenida, Zorro, ha pasado bastante tiempo.

Zorro había estado tan ensimismada mirando a su compañera que no había oído
a Nube Blanca acercarse por detrás.

—Nube Blanca. —Zorro le ofreció la mano como un cazador saludaba a otro


cazador y se volvió para seguir mirando a Kia, Sunni y Miko—. Me alegro de volver a
verte.

—Parece feliz. —Nube Blanca observó a su hija con cara de satisfacción—.


Deberías llamarme padre, como Kia.

Zorro miró a Nube Blanca y volvió a mirar a Kia.

—Sí, sí que parece feliz... padre. —Zorro no pudo evitar sonreír ligeramente
aunque quería parecer impasible. Estaba segura de que la capucha le ocultaba la cara,
pero no quería correr el riesgo, de modo que borró la sonrisa de su cara.

—¿Y tú eres feliz? —Las palabras de Nube Blanca sorprendieron tanto a Zorro
que se volvió para mirarlo con evidente expresión de pasmo.

—Sí, soy muy feliz.

—Bien. Le prometí a la que llamabas abuela que me ocuparía de ti cuando me


habló de tu interés por mi Kia hace muchos ciclos.

Zorro tomó aliento y apartó la mirada avergonzada.

—Y... ¿Kia lo sabe?

—Se lo dije cuando vino a vernos y se quedó aquí atrapada. Estaba convencida
de que nunca volverías a aceptarla. Era lo único que le daba esperanzas. —Nube Blanca
miró a Zorro con una sonrisa en la cara. Zorro se volvió rápidamente, con la cara
sonrojada. Hacía mucho tiempo que había confesado su amor por Kia, pero nunca le
había hablado de su deseo de infancia de unirse a ella. Nunca le había dicho que la había
amado de lejos mucho antes de haberle dirigido la palabra siquiera. Zorro sabía que lo
que sentía ahora por Kia era distinto de lo que había sentido entonces. Era real y más
fuerte que cualquier cosa que pudiera haber soñado de niña. Pero aún conservaba esos
deseos de infancia por su inocencia y porque la habían empujado a ganarse el corazón
de Kia, cosa que entonces sólo había tenido la esperanza de que fuera posible.

Una vez más, una pequeña duda enfrió la alegría de Zorro. Miró a Nube Blanca
y luego de nuevo a Kia, que ahora sujetaba al bebé en brazos y le hacía cariñitos.

—Nube Blanca. —Se volvió para mirarlo y se encontró con su mirada severa—.
Padre... tengo una pregunta.

Nube Blanca puso los ojos en blanco y siguió mirando mientras otras mujeres
del campamento de invierno salían para saludar a Kia.

—Me dijeron que las chicas eran más fáciles. No lo sé. Creo que las preguntas
son mucho más difíciles de contestar. —Meneó la cabeza al ver la expresión
desconcertada de Zorro y dijo—: ¿Qué quieres preguntar, Zorro?

—No puedo darle hijos a Kia. ¿Tú crees... tú crees que será feliz conmigo?

—¿Es que Kia no te ha dicho lo que siente por ti?

Zorro se sonrojó y apartó la mirada de Nube Blanca.

—Sí, me lo dice todas las noches antes de dormir y a veces más.

—¿Dudas de la veracidad de mi hija?

—¡Oh, no, Kia no miente! —dijo Zorro, enfadada con Nube Blanca por insinuar
siquiera semejante cosa.

Nube Blanca se rió por lo bajo.

—¿Entonces por qué te preocupas?


—Porque me gustaría darle un hijo. Creo que sería una buena madre.

—Zorro, te voy a contar una cosa. Sunni y yo no pudimos tener hijos. Mi padre
dijo que debería tomar a otra mujer porque estaba seguro de que Sunni no era una buena
compañera para mí. Yo me negué y un día, cuando había salido a cazar, me encontré un
pequeño fardo con un bebé dentro con los ojos como el cielo. Creo que encontrarla fue
un regalo. Para nosotros es más importante que si la hubiéramos tenido por nuestros
propios medios. Porque la deseamos tanto... es nuestra. ¿Lo comprendes?

Zorro asintió.

—Sí, padre, lo comprendo. —Zorro quería seguir hablando, pero no pudo. Kia,
Miko y Sunni se acercaban a ellos, riendo y sonriendo muy contentas.

Nube Blanca observó a Zorro cuando ésta bajó la máscara sin darse cuenta y el
amor que sentía por su hija se hizo evidente. La vida y el mundo cambiaban día a día.
Aunque su padre nunca habría aprobado una unión como la de Kia y Zorro, él la había
visto como una señal de lo que traería el futuro. Cada vez con más frecuencia, su gente
estaba entrando en contacto con los pekehas, pues todos cazaban y pescaban en la
misma tierra. Su padre habría dejado que Kia muriera. Él no lo había hecho y a cambio
había vivido muchos ciclos bajo la mirada cariñosa de una hija. Nube Blanca asintió por
dentro al ver a Kia acercarse a Zorro y besarla amorosamente en la mejilla. Sí, estaba
seguro de que algún día, si lo deseaban lo suficiente, ellas también tendrían hijos.

Nube Blanca estaba en lo cierto, por supuesto. Con el tiempo, hubo un bebé que no era
fruto ni de Kia ni de Zorro, pero a quien las dos querían más que a la vida misma. Pero
ésa es una historia para otro día...

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