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Podría ser por varias razones, la más evidente es que fue el primer año
del segundo gobierno de Sebastián Piñera ¡Quien iba a decirlo! Un año
sin terremoto ni excusa que valga para aceptar por la izquierda (que
tradicionalmente ostenta una alta capacidad de movilización), a la
derecha otra vez en el poder por vía democrática, siendo un secreto a
voces que siempre se creyó por ésta última que en un país como el
nuestro su llegada al poder sería prácticamente un accidente, lo que
cambió drásticamente después de la segunda vuelta en que habían
vivido una aplastante victoria.
Una razón más evidente para la necesidad de volver al 2018 es mundial,
y con una clara expresión local, el movimiento “me too”.
A raíz de casos emblemáticos en el mundo las mujeres denunciaron que
eran abusadas en diversos ámbitos, y a nivel local este tema animó la
agenda de cientos de miles, encontrando nuevamente la energía para
expresar demandas en el mundo estudiantil.
Pero Chile ha cambiado y la centroderecha también, un ejemplo de ello
es Evópoli, novel partido político de gobierno que tiene dentro de su eje
ideológico la diversidad y la defensa de los derechos de la mujer (así
como el medioambiente y el libre mercado), lo que dio al gobierno una
vitalidad para enfrentar esta coyuntura crítica muy distinta a la que
ostentaba en 2011. Evidentemente el hecho de incluir al citado partido
es una muestra de un cambio experimentado en toda la coalición, al
punto que la ministra de la mujer, con notable participación durante este
período, no pertenece a Evópoli. Esta es una muestra de los cambios
internos de la derecha que Mayol no distingue en su análisis.
La variopinta oposición organizada tras estas demandas feministas que
buscaban imponer una agenda al gobierno, queriendo o no
deslegitimarlo en el ejercicio del poder, no persistió en este intento, y la
burocracia estatal logró convertir en políticas públicas dichas demandas
a la manera que las propuso el gobierno, incluso desde su diseño
programático, de modo que las protestas solo fueron un driver de éste,
dándole un muy saludable sentido de urgencia a esta agenda.
Tomando en cuenta la baja popularidad que tienen los gobiernos en
ejercicio en el mundo, el gobierno y su presidente gozaron de un apoyo
razonable (50% de aprobación según CADEM vid.
https://www.24horas.cl/politica/encuesta-cadem-primer-ano-del-gobierno-de-sebastian-
pinera-es-calificado-con-un-43-2971497), aunque muy golpeado por el caso
Catrillanca.
Todo lo anterior era posible por una oposición absolutamente ineficiente
en la construcción de una alternativa atractiva para la ciudadanía.
Pero ahora volvamos a la pregunta inicial ¿estamos frente a una crisis de
representación?
No hay identidades claramente definidas, ni tribus, tampoco se pueden
identificar proyectos colectivos masivos ni, por supuesto, lucha de
clases. Por lo anterior no creo que enfrentemos una crisis de
representación, sino que estamos frente a una “nueva normalidad” que
requiere importantes cambios políticos para gestionar los desafíos que
plantea esta realidad social, por ejemplo incluir algunos elementos de
democracia directa, los que pueden ser muy variados, desde los
plebiscitos constitucionales anunciados, o plebiscitos municipales
frecuentes (o a nivel regional), iniciativas ciudadanas de ley (o para su
revocación).
También se requieren mayores espacios para los cambios de gobierno
en periodos de crisis, pero sin perder la estabilidad, y para ello sería
muy útil un sistema semiparlamentario, en que convivan un primer
ministro (dedicado a la labor de gobierno), y un presidente que
represente al Estado y esté a cargo de, por ejemplo, la defensa nacional
y la seguridad interior (separación de funciones que hubiese sido muy
útil en la coyuntura actual).
Con la rapidez de los cambios tecnológicos, que afectan
vertiginosamente la cultura, la política siempre estará en deuda, lo
importante es avanzar lo suficiente para que la deuda acumulada no sea
cobrada en una cuota, como ocurrió en este “largo octubre” que por
momentos parece no va a terminar.