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DOCTORADO EN ESTUDIOS DE GÉ NERO: 3ª COHORTE

El concepto de género
segú n Scott
Una invitació n a recuperar el potencial crítico
de un término cada vez menos cuestionado
Lic. Mariana Barrios

Centro de Estudios Avanzados de la Facultad de Ciencias Sociales


Universidad Nacional de Córdoba
Trabajo final del seminario “Introducción a los Estudios de Género”
Docentes: Dra. Adriana Boria y Dr. Facundo Boccardi
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EL CONCEPTO DE GÉNERO SEGÚN SCOTT


Una invitación a recuperar el potencial crítico de un término cada vez menos cuestionado
Lic. Mariana Barrios
1. INTRODUCCIÓN
La presente monografía dista sobre la obra de Joan Wallach Scott, historiadora
estadounidense contemporánea, específicamente sobre su desarrollo teórico de algunas
categorías conceptuales vinculadas al género. En este terreno, el trabajo más reconocido de la
autora es sin dudas “El género una categoría útil para el análisis histórico” (a la que adelante
referiremos simplemente como “El género”), del año 1986, por sus aportes de carácter
fundacional no solo para su disciplina, sino para todo el campo de los estudios de género y las
teorías feministas.
A continuación, detallaré cómo se estructurará este trabajo. En primer lugar, desarrollaré
brevemente el contexto histórico en el que la autora escribe ese artículo y el paradigma
teórico en el que se enmarca. En segundo lugar, analizaré la definición de género de Scott y
cómo se complementa con su teorización acerca de otras dos categorías, estas son: diferencia
sexual y experiencia. Además, añadiré al análisis las revisiones más recientes de la autora
respecto al concepto de género. Por último, esbozaré una pequeña conclusión vinculada a los
potenciales aportes de esta teoría para los estudios de género y específicamente para la
realización de mi tesis doctoral.
2. CONTEXTO HISTÓRICO Y PARADIGMA TEÓRICO
Al momento de publicarse “El género”, en plena guerra fría (aún restaban tres años para
caída del muro de Berlín) y en un mundo cada vez más globalizado, las demandas feministas
empezaban a llegar a las organizaciones internacionales y a cristalizarse en los diferentes
acuerdos que hoy conforman los estándares básicos de derechos humanos para las mujeres.
En ese sentido, en 1979 se firmó la Convención de Naciones Unidas sobre la Eliminación de
Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW, por su sigla en inglés), la
cual definió a este tipo de discriminación como aquella basada específicamente en el sexo. Es
decir, este tratado no hace mención a la palabra “género”, como sí sucederá años más tarde en
otros documentos internacionales, como por ejemplo la Declaración de Beijing del año 1995,
una vez que el vocablo se afianzó dentro del vocabulario vinculado a las reivindicaciones
feministas (aunque la misma Scott discutirá, en escritos posteriores, algunos usos que se le
han dado al concepto, a menudo como un simple sustituto de “mujeres”).
Uno de los responsables de la obtención de popularidad por parte del término fue,
precisamente, “El género”. Como casi toda la producción teórica de la autora, ese artículo se
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enmarca en la tradición deconstruccionista del feminismo, junto a teóricas como Donna


Haraway y Judith Butler (de hecho, las primeras publicaciones de ambas fueron
contemporáneas a la de Scott1). Esta corriente está fundamentalmente inspirada por el
pensamiento de Michel Foucault, principalmente por su noción de discurso vinculada a la
sexualidad y al poder, y por el de Jacques Derrida, el fundador del concepto de
deconstrucción del lenguaje. De hecho, en “Igualdad versus diferencia”, texto de 1988, Scott
retoma a ambos autores al desarrollar cuáles son los principales conceptos del
postestructuralismo que considera que las feministas se han apropiado; y a partir de ellos
propone, específicamente, un análisis deconstruccionista de la diferencia sexual.
3. PRINCIPALES CATEGORÍAS
3.1. GÉNERO
En “El género”, Scott plantea una definición para el concepto, la cual según ella misma ha
dicho (Scott, 2008) no fue creación suya sino que en su texto convergieron varias líneas de
pensamiento2. La autora presenta la definición afirmando que el núcleo de la misma “reposa
sobre una conexión integral entre dos proposiciones: el género es un elemento constitutivo de
las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una
forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1986, p.23). El género definido
como se encuentra en la primera proposición comprende a su vez cuatro elementos
interrelacionados (ninguno opera sin los demás):
1. Símbolos culturalmente disponibles “que evocan representaciones múltiples (y
menudo contradictorias) -Eva y María, por ejemplo, como símbolos de la mujer en la
tradición cristiana occidental-, pero también mitos de luz y oscuridad, de purificación
y contaminación, inocencia y corrupción.” (Scott, 1986, p.23).
2. Conceptos normativos “que manifiestan las interpretaciones de los significados de los
símbolos, en un intento de limitar y contener sus posibilidades metafóricas. Esos
conceptos se expresan en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y
políticas” (Scott, 1986, p.23) y generalmente toman la forma de una oposición binaria
fija. En el caso de la oposición varón/mujer, por ejemplo, lo que hacen es afirmar
categóricamente el significado de lo masculino y lo femenino, sin dejar lugar a
posibilidades alternativas.

1
En el caso de Haraway, “El Manifiesto Cyborg” de 1985 y “Conocimientos Situados” de 1988. En cuanto a
Butler, “Actos Performativos y Constitución del Género” de 1988 y “El Género en Disputa” de 1990.
2
Con respecto a la teorización feminista previa sobre el concepto, cabe destacar que Gayle Rubin ya había
publicado “El Tráfico de Mujeres” en 1975, y de hecho Scott dialoga con ese texto de manera explícita en “El
género”, específicamente respecto a las consideraciones sobre el parentesco y la teoría psicoanalítica.
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3. Instituciones y organizaciones sociales. Scott discute con algunos análisis de género


que se reducen al sistema de parentesco; si bien reconoce el papel del mismo en la
construcción del género, también destaca el de otras instituciones como el mercado de
trabajo, la educación y la política, todas ellas esferas en las que se reproduce la
desigualdad.
4. Identidad subjetiva. La autora está de acuerdo con que el psicoanálisis lacaniano es
una teoría que puede ayudar a pensar cómo funciona la construcción de la identidad
de género a través de la cultura (es decir, mediante el miedo a la castración), pero
critica la pretensión universalista de esta teoría. En cambio, propone “investigar las
formas en que se construyen esencialmente las identidades genéricas y relacionar sus
hallazgos con una serie de actividades, organizaciones sociales y representaciones
culturales históricamente específicas” (Scott, 1986, p.25).
Según Scott, el esquema recién expuesto del proceso de construcción de las relaciones de
género “podría usarse para discutir sobre clases, razas, etnicidad, o por la misma razón;
cualquier proceso social” (Scott, 1986, p.26).
En cuanto a la segunda proposición, sostiene que “podría mejor decirse que el género es el
campo primario dentro del cual o por medio del cual se articula el poder. No es el género el
único campo, pero parece haber sido una forma persistente y recurrente de facilitar la
significación del poder en las tradiciones occidental, judeo cristiana e islámica” (Scott, 1986,
p.26). Con esto se refiere a lo que denomina la función legitimadora del género, es decir,
cómo los conceptos de género (por ejemplo, las referencias de “lo masculino” y “lo
femenino”) sirven como justificación del poder. Específicamente, “hasta el punto en que esas
referencias establecen distribuciones de poder (control diferencial sobre los recursos
materiales y simbólicos, o acceso a los mismos), el género se implica en la concepción y
construcción del propio poder” (Scott, 1986, p.26). La autora argumenta cómo, a su vez,
también el poder construye al género; en otras palabras, la reproducción de los conceptos de
género en la política y de los conceptos de poder en los discursos de género establece
mutuamente a ambos significados como fijos e incuestionables.
3.2. DIFERENCIA SEXUAL
Si desglosamos la definición de género propuesta por Scott (particularmente la primera
proposición), otra categoría importante en su teoría es la de diferencia sexual. En este sentido,
en “Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista”, de 1988, la autora se
expide sobre el debate entre esas dos posturas del feminismo sin posicionarse ni en un
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extremo ni en el otro. Por el contrario, propone que plantear a la igualdad y a la diferencia


dicotómicamente estructura una elección imposible:
Si una opta por la igualdad, está forzada a aceptar que la noción de diferencia es su
antítesis. Si una opta por la diferencia, admite que la igualdad es inalcanzable. (…)
Las feministas no podemos renunciar a la "diferencia"; ha sido nuestra herramienta
analítica más creativa. No podemos renunciar a la igualdad, al menos mientras
deseemos referirnos a los principios y valores de nuestro sistema político. Pero no
tiene sentido para el movimiento feminista dejar que sus argumentos sean forzados
dentro de categorías pre-existentes y que sus disputas políticas sean caracterizadas por
una dicotomía que no inventamos.
(Scott, p.99, 1988)
Scott retoma de la teoría política sobre los derechos, por ejemplo la de M. Walzer, la
definición de igualdad como “ignorar las diferencias entre los individuos para un propósito
particular en un contexto particular (…) [lo cual] supone un acuerdo social para considerar a
personas obviamente diferentes como equivalentes (no idénticas) para un propósito dado”
(Scott, p.102, 1988). De acuerdo a esta idea, lo opuesto a la igualdad es la desigualdad o
inequivalencia, y no la diferencia. De hecho, “la noción política de igualdad incluye, y de
hecho depende de, un reconocimiento de la existencia de la diferencia. (…); si los grupos o
individuos fueran idénticos o iguales no habría necesidad de pedir igualdad” (Scott, p.102,
1988). Específicamente en cuanto a la diferencia sexual, mujeres y varones son, de múltiples
maneras, diferentes; pero no por ello no pueden considerarse iguales para determinados
objetivos, por ejemplo, para la adquisición de derechos políticos como fue la lucha del
sufragismo.
Para Scott, así como el feminismo no puede apuntar hacia una similitud idéntica entre
mujeres y varones, tampoco debe insistir en la oposición entre ambos grupos ya que esto
genera un binarismo que convierte a cada lado en un fenómeno unitario, suprimiendo las
diferencias dentro de cada categoría (mujer/hombre). El objetivo feminista, en cambio, es
entonces “no sólo ver las diferencias entre los sexos, sino también las formas en que estas
funcionan para reprimir las diferencias en el interior de cada grupo de género” (Scott, p.101,
1988). Volviendo al debate igualdad versus diferencia, sostiene que plantearlo como una
relación antitética tiene un doble efecto: “niega la forma en que la diferencia ha figurado
desde hace tiempo en las nociones políticas de igualdad, y sugiere que la semejanza es el
único terreno donde se puede reclamar la igualdad” (Scott, p.102, 1988). Debido a que según
ese discurso la igualdad entre mujeres y varones sería imposible, la única alternativa para el
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feminismo es según Scott “rechazar la oposición igualdad/diferencia e insistir continuamente


en las diferencias (…) [y además] un análisis de las categorías fijas de género como
afirmaciones normativas que organizan la comprensión cultural de la diferencia sexual”
(Scott, p.102, 1988). Es decir, respecto a lo segundo (que, por cierto, remonta directamente al
segundo elemento del género), relativizar los términos “mujeres” y “hombres” para definirlos
en contextos particulares, y en consecuencia también reconocer la contingencia de las
demandas políticas. En cuanto a lo primero, sostiene lo siguiente:
Tal insistencia en las diferencias socava la tendencia hacia categorías absolutistas
y, en el caso de la diferencia sexual, esencialistas. Dicha insistencia no niega la
existencia de la diferencia de género, pero sugiere que sus significados son siempre
relativos a ciertas construcciones particulares en contextos específicos. En contraste,
las categorizaciones absolutistas de diferencia acaban siempre reforzando reglas
normativas. No resulta fácil formular una estrategia política "desconstructiva" de cara
a las poderosas tendencias que construyen el mundo en términos binarios. Sin
embargo, me parece que no hay otra alternativa.
(Scott, 1988, p.103)
Sin embargo, no se debe confundir esto con una simple sustitución del binarismo por un
pluralismo. En contraste, la crítica feminista debe implicar dos movimientos:
El primero es la crítica sistemática de las operaciones de diferencia categórica, la
revelación de los diversos tipos de exclusiones e inclusiones -las jerarquías que
construye, y una renuncia a su "verdad" esencial. Sin embargo no una renuncia a
nombre de una igualdad que implica similitud o identidad, sino por el contrario (y éste
es el segundo movimiento), en nombre de una igualdad que se apoya en las
diferencias - diferencias que confunden, desorganizan y vuelven ambiguo el
significado de cualquier oposición binaria fija.
(Scott, 1988, p.104)
3.3. EXPERIENCIA
Estas dos categorías fundamentales de la teoría de Scott (género y diferencia sexual) se
complementan en el texto “Experiencia” de 1992, con su definición (que es, en realidad, una
crítica a determinada utilización) de este concepto. Existe en la Historia y otras disciplinas
cierta concepción de la experiencia como el origen mismo del conocimiento, es decir, desde
esta perspectiva la observación de sujetos individuales es la evidencia fundamental sobre la
cual se construye la explicación. Para la autora, el problema de esta postura es que no se
cuestiona a la experiencia misma como una construcción discursiva o, en otras palabras,
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cómo la visión del sujeto no es inocente sino que está históricamente estructurada por
discursos (y cómo son esos procesos de subjetivación). En el caso de la diferencia sexual,
“hacer visible la experiencia de un grupo diferente pone al descubierto la existencia de
mecanismos represivos, pero no su funcionamiento ni su lógica internos: sabemos que la
diferencia existe, pero no entendemos cómo se constituye relacionalmente” (Scott, 1992,
p.49). En contraste, propone entender a la experiencia no como la base del conocimiento,
sino, podríamos decir, en su objeto; en sus palabras:
No son los individuos los que tienen la experiencia, sino los sujetos los que son
constituidos por medio de la experiencia. En esta definición la experiencia se
convierte entonces no en el origen de nuestra explicación, no en la evidencia
definitiva (porque ha sido vista o sentida) que fundamenta lo conocido, sino más bien
en aquello que buscamos explicar, aquello acerca de lo cual se produce el
conocimiento. Pensar de esta manera en la experiencia es darle historicidad, así como
dar historicidad a las identidades que produce.
(Scott, 1992, p.49-50)
Su propuesta requiere entonces, por un lado, atender a los procesos de producción de
identidad (lo cual se relaciona estrechamente con el tercer elemento del género); y, por el
otro, dada la naturaleza discursiva de la experiencia, insistir en la política de su construcción.
Esto significa que “la experiencia es, a la vez, siempre una interpretación y requiere una
interpretación. Lo que cuenta como experiencia no es ni evidente ni claro y directo: está
siempre en disputa, y por lo tanto siempre es político” (Scott, 1992, p.72-73).
3.4. GÉNERO: REVISIÓN
Por último, es importante agregar a este análisis los aportes del texto “Género: ¿todavía
una categoría útil para el análisis?, del año 2010. En él, la autora regresa a su célebre artículo
de 1986 para revisar su propuesta del género como categoría analítica, a la luz de los nuevos
tiempos y de más de 20 años de teorización feminista y LGBTIQ+.
Específicamente, Scott se detiene en la relación sexo-género y cómo fue mutando en las
teorías feministas. Así, al momento de publicarse el artículo era compartida mayoritariamente
la noción de que mientras que el sexo refería a lo biológico, el género era una construcción
cultural. En cambio, autoras como Butler y Haraway criticaron la distinción y propusieron
que los significados biológicos del sexo son también construidos culturalmente y, de hecho,
es el género el que le atribuye el carácter innato al sexo. A pesar de esto, la autora plantea que
hacia la década del 90 (coincidiendo con la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer,
realizada en 1995 en Beijing) el concepto de género como la construcción cultural del sexo
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estaba, al menos en Estados Unidos, bastante establecido. Sin embargo, “los


cuestionamientos más avanzados producidos por el término parecían haberse desviado o
domesticado” (Scott, 2010, p.97). Para Scott, el peligro está en perder la potencialidad crítica
del concepto, la cual es precisamente la respuesta a la pregunta de si sigue siendo una
categoría útil para el análisis:
La pregunta (…) me parece que no depende de la palabra en sí, sino de los usos
críticos que seguimos haciendo de ella. Con demasiado frecuencia, “género” connota
un enfoque programático o metodológico en el cual los significados de “hombre” o
“mujer” se toman como fijos; el objetivo parece ser describir roles diferentes, no
cuestionarlos. Creo que género sigue siendo útil sólo si va más allá de este enfoque, si
se toma como una invitación a pensar de manera crítica sobre cómo los significados
de los cuerpos sexuados se producen en relación el uno con el otro, y cómo estos
significados se despliegan y cambian. El énfasis debería ponerse no en los roles
asignados a las mujeres y a los hombres, sino a la construcción de la diferencia sexual
en sí.
(Scott, 2010, p.98)
Un problema subyacente a esta esencialización de las categorías “hombre” y “mujer” es
que, aunque en los análisis se insista en la particularidad de diferentes grupos de mujeres (y
sus experiencias) de acuerdo al tiempo histórico, la clase social, la raza, la geografía, etc.;
permanece la idea de que físicamente todas ellas forman una entidad colectiva (“las
mujeres”). Es decir, se continúa naturalizando la femineidad de los cuerpos y, por ello,
manteniendo el binarismo sexo/género como una relación biología/cultura. Por ejemplo, si
bien Scott no lo especifica así, siguiendo su análisis podría plantearse la exclusión de las
identidades trans como consecuencia a este tipo de posturas biologicistas (como son, por
ejemplo, los planteos de las TERFs). Con posibles influencias de la teoría performativa de
Butler, plantea que “no hay una esencia de ser mujer (o de ser hombre) (…); sólo existen
iteraciones sucesivas de una palabra que no tiene un referente fijo y por lo tanto no significa
siempre lo mismo” (Scott, 2010, p.99).
Finalmente, conjetura que quizás ahora debería problematizarse la diferencia sexual en
lugar del género, para dejar a este libre para realizar su trabajo crítico. A partir de la teoría
psicoanalítica concluye lo siguiente respecto a la relación sexo-género:
El género es, yo diría, el estudio de la difícil relación (en torno a la sexualidad)
entre lo normativo y lo psíquico, el intento de a la vez colectivizar la fantasía y usarla
para algún fin político o social, ya sea ese fin la construcción de nación o la estructura
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familiar. En este proceso, es el género el que produce significados para el sexo y la


diferencia sexual, no el sexo el que determina los significados del género. Si éste es el
caso, entonces (como lo han insistido hace tiempos algunas feministas) no sólo no hay
distinción entre sexo y género, sino que el género es la clave para el sexo. Y en tal
caso, entonces el género es una categoría útil para el análisis porque nos obliga a
historizar las formas en las cuales el sexo y la diferencia sexual han sido concebidos.
(Scott, 2010, p.100)
La autora ha ido aún más lejos al afirmar en textos como “Preguntas no respondidas” del
año 2008 o en entrevistas (Bacci, 2014) que, así como considera que género sigue siendo una
categoría útil porque es crítica, es todavía más útil plantear al género como pregunta. En
lugar de asumir que en cualquier contexto histórico existe desigualdad de género (con el
supuesto de qué es el género o que el género es determinado concepto), propone preguntarnos
cómo se construyen los significados de género en cada contexto particular. Es decir, a partir
de la noción ampliamente acordada por el feminismo del género como construcción cultural,
formular preguntas como las de cómo funciona históricamente esa construcción o qué está
significando el género en circunstancias históricas, culturales y sociales específicas. Por
ejemplo, ¿se limita a significar la desigualdad entre varones y mujeres o alcanza a otras
identidades posibles?
4. CONCLUSIÓN
Son muchas las potencialidades de la teoría de Scott para los estudios de Género.
Personalmente, por ejemplo, he elegido abordarla en este trabajo en vistas a mi tesis doctoral
en proceso, en la cual intento analizar las relaciones entre género, migración y cuidados desde
una postura interseccional. En ese sentido, considero que la teoría sobre el género propuesta
por la autora permite poner en cuestión la noción de “mujeres”, atendiendo a las múltiples
diferencias que oculta su construcción como una entidad colectiva, y, precisamente por ello, a
realizar un análisis históricamente específico. En otras palabras, me parece una interesante
manera de formular preguntas, situadas y críticas, como por ejemplo: qué es ser “mujer” y en
particular “mujer migrante” de acuerdo las sujetas migrantes; y cómo el género, lejos de
limitarse a las diferencias entre varones y mujeres, interviene con variables como la raza y la
clase en las experiencias investigadas.
Para finalizar, creo que este recorrido por las categorías de Scott invita a repensar el
género en un momento en el que se ha convertido en un término corriente dentro del
vocabulario no solo de las organizaciones internacionales y Estados, sino incluso desde el
sector privado con pretendidas “políticas de género” empresariales. ¿Hasta qué punto esto
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habla de un compromiso de fondo y no de medidas cosméticas por ser lo políticamente


correcto? ¿Qué entienden por género estas instituciones? ¿No son acaso, en realidad,
políticas por “las mujeres?
5. BIBLIOGRAFÍA

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Desnudo, II(4). [99-112]. Recuperado de https://reydesnudo.com.ar/rey-
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usos-de-la-teoria-postestructuralista
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http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/laventan/Ventana13/ventana13-
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