Está en la página 1de 9

AMISTAD - FRATERNIDAD – AMOR

Del Libro “el hombre frente a los extremos dialécticos”


De Florencio Notario
Amigos, parientes y seres humanos que más allá de los símbolos y banderas cultivan en
el día a día la amistad tendrán en estas líneas una buena lectura que invita a la
reflexión; es especial, en este día del padre. Llegaron a mí por la amistad de un colega
que es hijo de este maravilloso filósofo paraguayo que les invito a compartir.
Florencio es hijo de la América Blanca, Negra, Morena y de todos los tonos
intermedios por esta maravillosa manera de pensar diferente. En tiempos pretéritos,
tuvo que buscar refugio en este suelo formoseño, motivado por aquellos que no cultivan
el amor, menos la fraternidad y mucho menos la amistad. Que tengan un buen día del
Padre:

Daniel Italo Soldani

La fraternidad, figura junto a la libertad y la igualdad, como caros anhelos de la Revolución


Francesa; pero, su simple enunciado no basta, bien lo sabemos; requiere paciente cultivo, elaboración
lenta; que debe comenzar en el interior del hombre, en lucha permanente consigo mismo, para llegar a la
concordia entre hermanos. El mejoramiento personal, intrín seco, conduce a una mejor convivencia social,
por lo que, basta comprender al hombre para conocer el destino que aspiran los pueblos.
En este aspecto, no se puede negar la gran influencia ejercida por el Cris tianismo y los beneficios
aportados a la humanidad; pero, hasta hoy, su doctrina campea la superficie, adorna lo externo, se
enseñorea con la mente, sin haber logrado dirigir el corazón humano y el palpitar de los pueblos. En su
largo recorrido de veinte siglos, ha dejado como guía y ejemplo varias joyas preciosas, como: San
Francisco de Asís, quien, no sólo amó a los hombres, sino también a los pájaros, a los animales feroces
y a los astros, y comprendió su lenguaje. ¡Hermano sol, hermana luna, hermano fuego! San Francisco
fue todo un ejemplo de humildad, sin servilismo; todo un poema de amor y un canto de alabanza a
Dios. Se acercó a los hombres, con bondad y desinterés, para irradiar en ellos, toda la nobleza de su
espíritu, comenzando con los pobres y mendigos; besó al leproso, compartió su mesa y curó sus llagas.
Los más marginados y despreciados de la sociedad, fueron para el Santo, la antesala para encontrarse
consigo mismo y comprender la grandeza del P lan Divino. Amor, no es una simple palabra que

163

debe sobresalir en los versos o en los sermones, sino que debe traducirse en hechos, con humildad y
total entrega, como hizo el Santo y se desprende de su Primera Regla: "... Todos los hermanos, pues,
guardémonos de toda soberbia o vanagloria...; el espíritu de la carne quiere y se preocupa mucho por la
abundancia de las palabras, pero poco por las de las obras".
El precepto cristiano pone al prójimo en un pie de igualdad, y obliga a tratarlo como si fuese uno
mismo, como hermano e hijos de un mismo Padre. Exige amar al prójimo como se ama uno mismo;
compartir su alegría y su dolor, como si fuese uno mismo. Se ha hablado de un amor puro, entendido
como entrega total del amante hacia el ser amado, donde ya no puede existir dos, sino uno; un olvido
total de una dualidad, de uno y el otro. Se ha comparado a San Francisco con Buda, dada cierta
similitud entre uno y otro: El amor a todos los hombres, aun a los más despreciados y miserables, como
también, a todos los seres vivientes, con olvido o despre cio de sí mismo, por amor a Dios en San
Francisco, y en Buda, como una forma de aniquilación del "yo", para llegar al Nirvana. En uno y en
otro caso, desaparece el amor de sí mismo, puesto como unidad de medida para amar al prójimo. Los
santos superaron las barreras humanas para alcanzar lo Divino: ¿No habría una fórmula más natural y
simple para amar y convivir en paz con el prójimo? "El deseo del amante —dice Sartre— es el de
identificarse con el objeto amado, aunque conservándole su individualidad: que el otro sea yo, sin dejar
de ser el otro" (1); por cuanto, "un sometimiento total del ser amado mata el amor del amante" (2).
Los naturalistas han observado en los seres vivos una tendencia de unir sus "intereses" en bien de l
conjunto, para preservar, al mismo tiempo, su individualidad; una atracción espontánea entre los seres
semejantes; una simpatía instintiva entre los animales de la misma especie; más racional y libre en las
sociedades humanas, donde la fraternidad y el amor se concibe como una finalidad y se siente como
necesidad natural desde su aspecto más simple hasta llegar a su forma más excelsa; como Platón, que
quiere llegar a la comprensión acabada de la belleza, partiendo del amor por las cosas bellas.
¿Debemos amar al prójimo por amor a nosotros mismos? ¿Sería acaso el prójimo, como un espejo,
donde puede el hombre verse y amarse como Narciso en la fuente? "Al contemplar las maravillas del
resultado final —dice Fouülée— se diría sin duda que cada una de las células ha trabajado para las otras
y, sin embargo, no ha trabajado más que para sí; se diría tam bién que se ha propuesto como fin el bien
del conjunto y, sin embargo, no ha tenido fin alguno más que el de su propia conservación" (3).
Asimismo,

(1) J.P. Sartre; El Ser y la Nada ;T. III, p. 219.


(2) J.P. Sartre: El Ser y la Nada;T. II, p. 215.
(3) A.Fouillée: L a Ciencia Social Contemporánea; p. 111

164

el hombre apetece: bienes concretos por el bien de sí mismo. El primer fundamento de sus acciones, el
primer impulso de apertura hacia otros en particular, o hacia la comunidad en general, no es totalmente
desintersado. "... Quien por amor hace un beneficio a alguien, lo hace en virtud del anhe lo que tiene de
ser amado a su vez", expresa Spinoza en su Etica, y así también, "todos los que se guían por la razón,
desean para los demás el bien que apetece para sí mismo" (1). Estas proposiciones de Spinoza, no han
resultado del todo convincente, porque, estando dirigidas a la razón, fueron recogidas y analizadas con
mezcla de prejuicios y pasiones. Así se explica que, habiendo buscado la comprensión y el amor, en la
conjunción armónica de todo lo existente, haya recibido como pocos, tantas maldicio nes y soportado la
furia de los hombres, por sólo haberse negado a hipote car la luz de su pensamiento y el fuego de su alma.
Se ha recurrido también al sentido de reciprocidad, como una fórmula transaccional entre el crudo
egoísmo y el amor sin segundas intenciones o un altruismo sin reservas de intereses. "No hacer a otro,
lo que no quisiera para uno mismo", "sembrar el bien para cosechar un bien mayor" fue pregonado por
Confucio, por algunas religiones y por partidarios de la moral utilitaria; pero, la verdadera fraternidad y
el auténtico amor, siendo un ideal y un sentimiento más puro y desinteresado, rebasan los estrechos
límites de la reciprocidad. Si el amor se pone de manifiesto, se patentiza por lo más próximo, es dudoso
que se pueda amar sin amarse. "Hay que estar bien firme sobre sí mismo —afirma Nietzsche— de lo
contrario no se podría amar", y Keyserling recuerda el Bhagavat-Gita: "Ama por igual a toda criatura,
pero no por eso descuides lo que primeramente te incumbe".
¿Cuál es el alcance del amor cristiano? El conocido precepto consigna do en el Decálogo no es
nuevo, y ya Confucio había predicado, "el amor al prójimo como a vosotros mismos". Paul Janet cita
que Sec-Ma-Nieu, lleno de tristeza, dice: "Todos los hombres tienen hermanos, sólo yo no los ten go". "
Que el hombre superior, —responde el filósofo— mire como hermanos a todos los hombres que
habitan en el centro de los cuatro mares". "La doctrina de nuestro maestro, —dice Meng-Tseu—,
consiste únicamente en tener rectitud de corazón y amar al prójimo, como a sí mismo" (2).
Este "amor a sí mismo", que aparece en los textos más antiguos, no sólo de la China, sino
también de otros pueblos de cultura y concepción religiosa diferentes, ha servido en algunos casos,
como fundamento de moral práctica, para suavizar las costumbres y, en otros, se dio un sentido religio-
so. Pero, ¿cómo debe amarse el hombre a sí mismo? Una exagerada estimación de sí mismo, se llama:
amor propio; y con un inmoderado amor

(1) Prop. XLII - Tercera y Prop. LXXffl - Cuarta.


(2) Historias de la Ciencia Política. Ed. Nueva España, T°. 1ro. p. 85.

165

propio, se cae en el egoísmo. No son uniformes las interpretac iones que se han dado y, en la
mayoría de los casos, el amor propio, o el amor a sí mismo, constituye un elemento básico, esencial,
para el desarrollo de la conducta. Ya no se pretende un desprecio de sí mismo como condición para amar
al prójimo, ni a la renuncia de todo interés egoísta, sino un suficiente equilibrio de las apetencias
humanas, dentro de un límite razonable, dosificado; un egoísmo propio, como en San Agustín, distinto al
egoísmo impropio; o como quería Spinoza: "Que cada cual se ame a sí mismo... ape tezca todo aquello
que conduce... a una perfección mayor" (1); por cuanto, "estimarse a uno mismo por amor propio en
más de lo justo", sería soberbia

Paso decisivo y primordial para el hombre, es el que lo lleva hacia sí mismo para afirmarse en la
conquista de su individualidad interior y desarrollar sus virtudes; para saber en qué medida y con qué
intensidad puede extender sus beneficios a los demás, comenzando con los más próximos; por libre
determinación de la voluntad. El deseo de hacer el bien nace y se fortifica en un espíritu educado en la
libertad; en la búsqueda de la conjunción armónica de la inteligencia con aquellos sentimientos que, por
ser más nobles, sean capaces de desterrar o, por lo menos, enervar los hábitos e inclinaciones antisociales
de los individuos.
Se requiere también que, el bien que se ofrece, sea aceptado libremente por quien ha de recibirlo.
Hacer el bien por la fuerza, sin contar con el consentimiento y la voluntad de otros, no es sino fanatismo
de secta. El amor no se impone, pues, si no se respeta la libertad de las personas amadas, ya no sería
amor, sino sometimiento. "Es falsa toda fraternidad que se impone o es impuesta, que es violenta o
violentada", expresa Fouillée. "Se legisla, se cohíbe, hasta se tiraniza al individuo en nombre de la
humanidad: se pretende poner la violencia al servicio del amor'* (2).
Sin libertad, desaparece el equilibrio entre el amor al prójimo y el amor a sí mismo, y el precepto
cristiano tiende a convertirse, en el mejor de los casos, en una autoritaria caridad. Los favores impuestos
por coacción, pierden su verdadera esencia, pues, a decir de Spinoza, "sólo los hombres libres son entre sí
agradecidos... y se esfuerzan por el mismo grado de amor en prestarse mutuos beneficios"; aun cuando,
como advierte Aristóteles: "Los hombres ordinariamente tienen poca memoria para los beneficios y
prefieren recibir favores a hacerlos" (3).

(1) Etica; Escolio Prop. XVIH - Def. XXVIII.


(2) Alfredo FouilléejOb.cit, p. 346.
(3) Moral A. Nieómaco - Libro Noveno; Cap. VII.

166

Por otra parte, cuando el amor se conjuga en tiempo futuro, sacrifican do el presente como un tributo
que se rinde al hombre del mañana, el prójimo ya no es un ser concreto, aparece más distante, se pierde
en la bruma, casi siempre, bajo un manto de mentiras, donde sólo ha de reinar la comu nidad y el instinto
gregario —como en el Demian de Hesse— y en ninguna la libertad y el amor.
Esa relación afectiva de carácter íntimo que Freud descubre en el aislamiento de las personas que se
aman, puede que se extienda a los grupos, con marcadas influencias eróticas, desviadas de sus fines
primitivos o sublimados, pero, esos lazos afectivos se encuentran en los grupos, mezclados con otros
ingredientes extraños al amor propiamente dicho, aunque conser ve esa capacidad de entrega o la cuota
de sacrificio del amante en bien de las personas que ama, como cuando un padre de familia se priva de
algunos placeres o comodidades por amor a los suyos, para asegurar el futuro de sus hijos y demás
descendientes.
Se ama a la Patria y también un ideal, y se lucha, a veces, con entrega total para que los beneficios
se extiendan a todos, pero el prójimo queda envuelto en conceptos colectivos abstractos, y desdibujada
la distinción entre el ser amante y el amado, por cuanto el amor a la familia, a un ideal, o a la Patria,
no sería sino una forma por la que el hombre se ama a sí mismo; ya que, "no es fácil obrar
continuamente por sí y para sí, y es mucho más fácil obrar con otros y para otros" (1).
Los hombres se asocian por pensamientos, sentimientos, inclinaciones e intereses comunes, sin
olvidar que también los elementos diferentes u opuestos de las cosas, así como las cualidades espirituales
o temperamentos disímiles y contrarios, se atraen y se juntan formando una sólida unidad. La unión de
elementos afínes crea la fuerza, la de elementos disímiles la consistencia. La realidad misma no sería,
para Hegel, sino el momento actual de un proceso de conflicto y reconcüiación, antítesis y síntesis.
Marx y Engels encuentran en la materia los componentes contradictorios del proceso dialéctico y que,
en continua y recíproca interacción, se hallan relacionados en un sistema orgánico.
La investigación científica no estaba dirigida a observar los objetos en forma aislada, olvidando "un
infinito sistema de relaciones y mutuas influencias", como creyó Engels, pues ha logrado descubrir que
un compuesto posee características que no tienen las partes en forma aislada, y que los distintos órganos
del cuerpo humano, si bien realizan distintas funciones, están unidos por un interés o finalidad común,
y mantienen un equilibrio de fuerzas mediante un mecanismo de regulación de los intercambios y
(1) Moral A. Nicómaco - Libio Noveno; Cap. DC.

167

compensaciones recíprocas, sin olvidar que existen además, momentos críticos en la evolución orgánica,
cuyas modificaciones profundas guardan relación en la interacción con el medio ambiente, geográfico
y social, en que vive.
Para Francisco Bacon, la filosofía debe basarse en los conocimientos científicos que aportan,
principalmente la Fisiología y la Medicina, y el análisis empírico de los hechos —libre de prejuicios—
debe comprenderse en su contexto general para ser aplicado en política, mediante el concurso de los
mejores entre los técnicos, economistas, sociólogos, psicólogos y filóso fos, a fin de eliminar las
camarillas, las intrigas y las mentiras, a los que están muy propenso los políticos.
No corresponde analizar aquí, quiénes han de ser por sus conocimientos los más indicados para e l
gobierno de un pueblo, pero, podemos convenir que la política, la economía y demás disciplinas que
estudian las relaciones humanas, no deben perder la visión de la "homeostasis", para no caer en los
extremos de excesos y carencias y pueda mantener el equilibrio de fuerzas en el juego de las
compensaciones y equivalencias. Si el cuerpo humano, "es la síntesis actual de los diferentes niveles de
su etapa evolutiva", y el hombre se reconoce a sí mismo, como una identidad y parte de la gran
economía del mundo, sólo falta que la inteligencia, puesta en acción, logre algu na vez la integración y
coordinación de todos los aspectos de la realidad. No es que no se haya tenido una concepción unitaria
del universo, y sería ocioso enumerar lo que al respecto concibieron algunas religiones y filosofías. La
eterna lucha de opuestos: del bien y del mal, entre la luz y las tinieblas, se encuentran en todos los
pueblos antiguos; la noción de la medida y la proporción es anterior a Pitágoras, así como el orden y la
armonía que reina en la naturaleza fue observado mucho antes que el genio griego le diera forma poética
y cadencia.
Haciendo una feliz combinación de virtudes opuestas, quiso P latón formar el carácter de los
hombres, recomendando en "La Política" , compen sar y enlazar las virtudes del mismo mo do como
los hilos de un tejido, y llega a la concepción del Estado, donde la templanza de artesanos y la bradores,
unidos al valor del guerrero y a la prudencia de los magistrados, constituyen, cumpliendo sus propias
funciones, una unidad indisoluble. También Fouülée, concibe el universo, cuyos miembros cooperan
primero espontáneamente y, después, con reflexión a la vida del todo; con lo que quiere demostrar el
carácter orgánico y contractual de la sociedad, donde ha de hacerse la síntesis de principios diferentes
u opuestos: libertad y solidaridad; individualismo y colectivismo; liberalismo y socialismo.
Las tres grandes direcciones del pensamiento político: marxismo, fascismo y liberalismo, tratan de
encontrar sus fundamentos en conclusiones científicas y en la historia natural, siendo Darwin el
soporte principal, pero, uno y otros, toman luego distintas direcciones conforme a los fines
168

propuestos. Por un lado, se observa la evolución de los seres mediante la división del trabajo, la
diferenciación de los órganos y desigualdad de funciones, estableciéndose jerarquías entre los mismos por
la selección natural y la supervivencia de los más aptos. El fascismo, se asienta sobre estos prin cipios. Para
el marxismo, "lo mismo que Danvin descubrió la ley de evolución en la naturaleza orgánica, así Marx
descubrió la ley de evolución en la historia humana". Los medios que el hombre produce para atender a
su propia subsistencia lo hace diferente de los animales, y "con excepción del Estado primitivo, toda la
historia anterior había sido una historia de lucha de clases..., fruto de las condiciones de producción y de
cambio" (1). De consiguiente, "las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las
revoluciones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en las ideas que ellos se forjan
de la verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el régimen de
producción y de cambio" (2). La existencia del hombre explica su conciencia y no a la inversa. No es la
filosofía la que produce los cambios sino la economía de cada época y, por ende, toda la complejidad
del espíritu humano y los móviles de la conducta de los hombres, sus ideas y sus afectos, no serían sino
consecuencia de los modos y medios con que tratan de atender las necesidades vitales de su existencia.
Por su parte, el liberalismo, sin dejar de tener en cuenta la naturaleza puramente animal y la
importancia de los medios de producción y de cambio, considera que existen otros factores tan
importantes como el económico, que determinan o condicionan la manera de pensar, sentir y obrar de
los hombres. Las distintas disciplinas científicas colaboran estrecha mente y se prestan mutuo apoyo
para comprender la realidad humana y las sociedades en su cabal dimensión. El hombre no es un
recolector ni un fabricante autómata de productos que luego ha de consumir. A su natu raleza animal,
cabe agregar la razón y la libertad, con todas las derivacio nes y consecuencias que los mismos implican.
"La historia de la evolución (ontogénica y filogénica) nos confirma —dice Mira y López— que
los mecanismos primit ivos de la conducta de los seres vivos se encuentran ligados al sucesivo
desarrollo de los tres estados fundamentales: miedo, cólera y afecto" (3), cuyas características es, a l
comienzo, de obediencia sumisa a toda norma, respeto a lo prohi bido; luego viene una etapa más
agresiva, rebelde, de anarquismo fisiológico y mayor revolución conceptual, para llegar a un mayor
equilibrio psíquico y madurez mental que corresponde a la edad adulta, y se carac -

(1) F. Engels: Del Socialismo Utópico al Cien tífico; Cap. II, p. 83.
(2) F. Engels: Del Socialismo Utópico al Científico; Cap. III, p. 96.
(3) Emilio Miía y López: Manual de Psicología Jurídica.

169

teriza —según Jorge A. Insúa— "por una integración de todos los elementos de su personalidad en un
esfuerzo constructivo y creador" (1).
Si la misma línea evolutiva podemos notar en la historia de los pueblos, como afirma Mira y López:
"Sometidos al terror de una tiranía; después revolucionarios e iconoclastas y finalmente libre y
democráticos animados de un amplio espíritu de fraternidad universal", cabe averiguar, cuál es el signo
de los tiempos, en una etapa en que parece que ambas líneas conver gen en encrucijada. Para el
materialismo histórico, algunos pueblos se encuentran en la etapa capitalista, y otros, bajo la "dictadura
del proletariado", de transición hacia el socialismo. Quienes no comparten con la interpretación dada por
el marxismo-leninismo, consideran que, algunos países comienzan a tener las primeras experiencias
democráticas, de pasos inciertos, indecisos, temerosos y agresivos y, también, con predisposiciones amo-
rosas, mientras que otros, han superado con éxito el momento difícil y tienen instituciones adecuadas
a sus necesidades, al nivel cultural de la población y, a través de las cuales, desde un plano axiológico
más definido y estable, pueden orientar las aspiraciones comunes de los individuos para la realización
de sus posibilidades individuales y sociales, con plena conciencia y afirmación permanente de su libertad,
y con un sentido más elevado de cooperación y solidaridad; de suerte que quede anulado el falso
conflicto que se quiere encontrar entre individuo y sociedad.
Si toda la naturaleza material y la vida psíquica trabaja dialécticamente en base a los elementos
contrarios contenidos en ellas y el mundo lo debemos entender, no "como un complejo de cosas
acabadas, sino como un complejo de procesos", como afirma el marxismo; del mismo modo, pode mos
decir que: Las inquietudes humanas no se agotan en las instituciones democráticas, ni se resuelven con
ellas todos los problemas. "Desgraciadamente —dice Lamont— la democracia se ha convertido hoy en uno
de esos términos vagos e infinitamente ambiguo que desafía a los diccionarios, des concierta a los
estadistas y confunde al pueblo" (2).
La democracia no es un esquema frío y fijo, traducido en signos matemáticos, sino el cauce que
protege y canaliza los impulsos, las fuerzas expansivas y centrípetas; de contracción y dilatación; es
sístole y diástole en el torrente de sangre que le da vida en busca de una mayor armonía de las
conciencias individuales y colectivas, mediante una mayor libertad y solidaridad social. Los ideales de
libertad, igualdad y fraternidad, no son simples enunciados ni conquistas efectivas, sino expresiones de
deseos, bandera de lucha y condición "sine qua non", para lograr el perfecciona-

(1) Psicología Médica.


(2) El Humanismo como una Filosofía; p. 234.

170

miento humano, conciliando los que aparecen como opuestos o contradictorios, para acrecentar las
fuerzas creadoras y fraternas del espíritu.

¿Es posible, y en su caso, cómo conciliar tendencias contradictorias como: el egoísmo y el altruismo, la
violencia y la paz, la libertad y la opresión; el amor y el odio? "Las afecciones simpáticas mejor
definidas, —afirma Espinas— tienen por consecuencia el odio de los seres cuya imagen, aunque
parecido, no se reconoce como semejante y su exclusión del yo colectivo" (1). "El altruismo es, por
tanto, un verdadero egoísmo amplificado" (2). Así también, un patriotismo mal entendido, se traduce
en odio al extranjero. El egoísmo humano y sus abusos o los "excesos individuales", para emplear
expresiones de Lenín, ha de seguir teniendo su cuota de participación en la dialéctica de las relaciones
humanas, tanto en un régimen democrático como en una sociedad colectivista. En esta última, después
de eliminada la clase capitalista o burguesa, la "dictadura del proletariado", mantendrá una disciplina
rigurosa a fin de desarraigar hábitos inveterados y se establezca una sociedad cuyos miembros trabajen
solidariamente, sin odios ni explotación, hasta que los poderes del Estado ya no sean necesarios. "A
medida que desaparece la anarquía de la producción social, va languideciendo también la autoridad
política del Estado. Los hombres, dueños por fin de su propia existencia social, se convierten a l mismo
tiempo en dueños de la naturaleza, en dueños de sí mismos, en hombres libres" (3).
El optimismo de Engels supera al Varón de Condorcet, pero el proceso toma un camino inverso. La
paz social será el fruto de la violencia y la guerra, cuando uno de los elementos dialécticos sea
eliminado. La libertad vendrá después de una máxima dictadura, y los elementos de opresión irán
desapareciendo, cuando los hombres observen por sí mismos las reglas
de la vida social. ¡El odio se encargará de limpiar al amor de todas sus impurezas!
Es verdad que la guerra y todo enfrentamiento tienen, a veces, la rara virtud de agotar los malos
instintos y de despertar los sentimientos nobles y generosos, aunque cueste imaginar a un Sócrates,
envuelto en el tumulto inmisericorde de una batalla, o a Francisco de Asís, en una mundana lucha de
clases en defensa de los "homines de populi", que le valiera un año de prisión en "Perusa". Sin embargo,
no podemos afirmar que estos espíritus excepcionales se hayan purificado en el fragor de los
combates, pues, de ser así, el mundo ya habría pagado todas las culpas y estaría poblado de santos y
de ángeles. Sócrates, no hizo otra cosa que obedecer las leyes de

íl) Cita de A. Fouillée; La Ciencia Social Contemporánea; p. 265.


(2) Alfredo Fouillée; La Ciencia Social Contemporánea; p. 265.
(3) F. Engels; Del Socialismo Utópico al Científico; p. 115.

171

su país, para no ser acusado de infamia; cumplió con la tradición de "no volver la espalda estando en
acción a ninguna muchedumbre de armados, sino vencer o morir sin dejar su puesto", tal como se
desprende de la advertencia hecha por Demarato a Jerjes. "Con la misma virtud que practica dice,
refiriéndose a los griegos— remedia su pobreza y se defiende de la servidumbre" (1). Por su parte, el Santo
de Asís, expresó en una de sus Reglas: "Amonéstoles y exhórtoles que no desprecien ni juzguen a las
personas que vieren usar vestidos finos y de colores, servirse de alimentos y be bidas delicadas, sino que
antes bien, cada uno júzguese y despréciese a sí mismo".
Tolstoi y Goethe, buscaron la paz desterrando el odio de la mente y del corazón, porque creyeron
firmemente que, el que alimenta un rencor, al final se desata en violencia y destruye toda armonía
entre hermanos. No obstante, la violencia, la opresión y el odio, hacia otras razas, clases y naciones, han
servido de base y fundamento a algunas teorías y sistemas políticos. "El humanismo socialista —dice
Schaff— entiende al individuo como producto social... preconiza el odio a los opresores del hombre".
"Odiar en nombre del amor no es paradójico... Quien ama a los hombres debe odiar a sus enemigos"
(2). El mismo Lamont considera que: esas tendencias de odio y agresión, "pueden servir a propósitos
constructivos encausándolas para combatir males como la pobreza, la enfermedad, la tiranía y la
guerra" (3).
¿Puede el odio ser constructivo, aun cuando se lo quiere orientar a combatir los males? Séneca lo
niega, pues, si las almas se identifican con la pasión "ya no puede pedir auxilio a las fuerzas útile s
que su traición acaba de anular". "En la paz como en la guerra, la ira no ha servido nunca para nada "
(4). El odio no pertenece a la fuerza, es signo de debili dad. Así entendieron Spinoza y Nietzsche.
¿Cómo podríamos combatir el odio u otras pasiones que, de una u otra forma, se han apoderado
del corazón humano? Fortaleciendo las virtudes, dirán algunos moralistas. "Contestad al odio con
bondad", recomendaba Lao Psé. Bacon se inclina por una fórmula más práctica, cuando cita a Bías, uno
de los siete sabios de la antigua Grecia: "Ama a tu amigo como si hubiera de tornarse tu enemigo, y a
tu enemigo como si hubiera de tornarse tu amigo" (5).

(1) Herodoto. Polimnia - CIV; Cu. Los Nueve Libros de la Historia.


(2) Adam Schaff. La Filosofía del Hombre; Ed. Lautaro.
(3) El humanismo como una filosofía; p. 223; Ed. Claridad.
(4) Séneca: La Ira.
(5) Will Durant; Historia de la Filosofía; p. 162.

172

Indudablemente que la conducta humana en toda su complejidad, no se resuelve con recetas


simples. Es grande la labor de la inteligencia para predominar sobre los impulsos irracionales y pueda
dirigir los sentimientos y pasiones de manera a favorecer las relaciones de los hombres, guiados como
quería Spinoza, "según la razón y no contenerlos por el miedo".

Pareciera que, el amor y el odio están siempre unidos. Talvez sean solamente vecinos muy próximos,
por lo que resultaría fácil pasar del uno al otro. Fred ha demostrado —dice J. Gómez Nerea— que casi
todas las relaciones afectivas de carácter íntimo, como el matrimonio, la amistad y el amor paterno y e l
filial, "dejan en el alma un depósito de sentimientos hos tiles que sólo desaparece por efectos del proceso
de represión"; y cita esta parábola: "... los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros
para prestarse mutuo calor. Pero al hacerlo así, se hirieron, también mutuamente con sus púas y tuvieron
que separarse... hasta que les fue posible hallar una distancia media en la que ambos males resultaban
mitigados" (1).
Faltaría averiguar, en base a qué mecanismo y condiciones, elementos afines, diferentes u opuestos,
se unen o se disocian en la constitución de los cuerpos físicos y orgánicos, y si esas mismas leyes, rigen la
vida psíquica en las distintas manifestaciones del alma humana.
A partir de Hegel y de Marx, se trata de explicar los fenómenos de la naturaleza y la vida, el
desarrollo y el progreso, mediante la mutua oposición dialéctica de sus componentes. "La vida misma es
una contradicción —dirá Engels— y en cuanto la contradicción cesa, la vida se termina". El tema ha
sido preocupación de los antiguos griegos, y Aristóteles nos re cuerda que, si para Empédocles "lo
semejante busca a lo semejante", Heráclito pretende que "solamente lo rebelde, lo opuesto, es útil; que
la más bella armonía no sale sino de los contrastes y de las diferencias, y que todo en el universo ha
nacido de la discordia" (2).
Sin embargo, aún admitiendo que existen fuerzas opuestas que operan en la naturaleza y unión de
contrarios, no siempre los elementos que componen una realidad poseen cualidades antitéticas. El
hidrógeno no es contrario al oxígeno, pero, combinados en su justa proporción forman el agua
(H2 O). Lo mismo sucede con otros compuestos físicos-químicos, cuyos dos o más componentes y
cualidades diferentes, quedan unidos, no por antagonismo y la lucha, sino por la cooperación, cuando se
corresponden y se complementan, mediante algunos puntos de afinidad.

(1) FreudY.: La Perversión de las Masas;Ed. TOR. p. 112.


(2) Aristóteles Libro Octavo, Cap. I. Moral A Nicómaco.

173

Lo que Darwin llamó: "La lucha por la vida", no es sino competencia para la selección y la
supervivencia de los más aptos, en la que, cada especie defiende su campo de acción y buscan el sustento,
las carnívoras, en los animales de ciertas especies y, al mismo tiempo, se cuidan para no ser devoradas
por otras, a las que sirven de alimentos. Así también, existe "ayuda mutua", entre algunas especies, ya
sea en interés común o persiguiendo cada cual su propio interés.
Con la debida salvedad que impone su distinción, ocurre algo similar en las sociedades humanas,
desde las relaciones más comunes y simples a las más complejas. Hombres y mujeres, son necesarios para
la procreación y perpetuación de la especie; poseen atributos y funciones diferentes, sin llegar a ser
totalmente opuestos. Se aman, colaboran y se complementan, aunque también tengan disidencias y riñas.
Las peleas tienen indudablemente su cuota de participación en las relaciones humanas, y han servido, en
muchos casos, para despertar a los hombres de su desidia y romper la iner cia de los pueblos.
Lucha y conciliación; oposición y cooperación; la guerra y la paz, es común en el reino animal y en
las sociedades humanas, sin que por eso tengamos que admitir, como algo axiomático, que todo progreso
es consecuencia de un proceso de antítesis y síntesis; máxime, teniendo en cuenta que,
la evolución de la naturaleza orgánica tiende, según los biólogos, a una ma yor diferenciación y
complejidad, y funciona de acuerdo al principio de la división del trabajo. El mismo principio rige, a
estar por destacados naturalistas y sociólogos, tanto en las sociedades de animales como en las humanas.
Las acciones y reacciones, sean éstas, instintivas o racionales, obede cen a diversos motivos y, de
consiguiente, no es de extrañar que se produzcan encarnizadas peleas entre iguales y efectiva
colaboración, entre los tipos diferentes u opuestos.
Lo importante es discernir el factor preponderante, y entendemos que lo esencial es la cooperación
y complementación. Las peleas, aunque intensas y constantes, no constituyen sino accidentes en las
relaciones humanas. Los intereses contrapuestos, pueden llevar a una lucha violenta y destructiva en
algunos casos y, en otros, han de desarrollarse dentro del marco natural o legal que regula la libre
competencia, en el que, cada uno trabaja para sí, y al mismo tiempo, coopera en bien de los demás. La
competencia excita el amor, nos dice Spinoza en cita a Ovidio.
El hombre, en uso de las facultades que le dignifican y enaltecen, pue de desarrollar sus virtudes y
elevarse, del plano natural del ser, hasta las más bellas y nobles expresiones del espíritu. El amor, la
generosidad, la abnegación y la compasión, tal vez no sean cualidades muy comunes del género
humano, y en su caso, no se manifiesten libres de impurezas, pero que esas virtudes se encuentran
como materiales en bruto en los estratos
174

profundos de la naturaleza humana, son harto conocidos. Basta sondear convenientemente el alma y el
corazón de los hombres, para encontrar insospechadas fuerzas capaces de mover la voluntad hacia el bien
y la belleza. La fraternidad humana o la solidaridad social, no brota espontánea mente como un
manantial, sino, luego de una excavación honda, buscando sus vetas en las distintas capas del alma
humana. De ahí, la imperiosa necesidad de ayudar al hombre a que supere sus conflictos y sus angustias,
mediante un sistema educativo y político que contemple sus posibilidades y deseos, sin desnaturalizar su
propia esencia.
La verdad y el error, la belleza y la fealdad, la justicia y la injusticia, el bien y el mal, no aparecen
con fronteras bien delimitadas y tienen sobre el hombre su propia fuerza de atracción, que el mismo
Salomón advierte, cuando pide a Dios como una gracia para gobernar a su pueblo: "Un co razón dócil e
inteligencia para juzgar; para discernir entre lo bueno y lo malo" (1). Sabiduría y prudencia que Platón
exigía para los magistrados, al parecer quedaron casi agotados en quien había ocupado el Trono de David,
ya que "nadie lo tuvo antes ni lo tendrá otro, después como él". No en tremos a averiguar si esta
sentencia bíblica se ha cumplido a lo largo de la historia. Sabemos sí del esfuerzo por encauzar la
conducta individual y social, en base a doctrinas formadas por un conjunto de ideas que, relacio nadas
entre sí, resulten compatibles con la naturaleza del hombre; pero, mal combinadas o acaso solamente
mal aplicadas, no conducen al fin propuesto, y los pueblos no se percatan que, con los mismos elementos
ideológicos más otros ingredientes, se los puede arrastrar a la libertad o la opre sión; del mismo modo
como no existen diferencias substanciales en los materiales que se emplean para construir un Convento o
una cárcel.
"... las aclamaciones de esta muchedumbre suenan a mis o ídos como un terrible sarcasmo
—confiesa el Dr. Fausto a su amigo Wagner—. Mi padre era un hombre sencillo y honrado que
estudiaba a su modo y de buena fe los secretos de la naturaleza... siguiendo los preceptos de antiguas
recetas, se entretenía en combinar elementos contrarios...; los enfermos fallecían y nadie pregun taba
quienes eran los que habían sanado. De este modo en estos valles y montañas hemos causado con
nuestras mixturas, más estragos que la misma epidemia; también yo he dado veneno a millares de
infelices que han sucumbido, y me he visto obligado a escuchar los elogios que se prodigan a sus
audaces matadores".
Fácilmente nos dejamos engañar por ciertas apariencias que seducen, especialmente, cuando se nos
ofrece la obtención de un bien sin mayores esfuerzos, sin advertir, que la vida humana necesita
proyectarse en una búsqueda incesante de la verdad, la belleza y el bien para tomar formas con -

(1) Libro Primero: De los Reyes; 3-9,12.

175

cretas de expresión en la medida en que se comprenda la exacta proporción de las cosas y de las
cualidades espirituales de las personas. Esas cualidades no están sujetas a un orden natural fijo, ni
siquiera estable, debido a las imperfecciones humanas, las diferencias individuales y a las diversas situa-
ciones en que se encuentran los hombres, y de consiguiente, los deseos, las apetencias y las valoraciones
que se hacen de las cosas y de la vida misma, no son uniformes.
T oda unión de orden familiar o social requiere en los hombres una clara conciencia para
encontrar los puntos de concordancias en las ideas y en las voluntades, por la razón y en la libertad y no
impuestos por la opresión y el miedo. El hombre es libre cuando se conquista a sí mismo, luego de una
porfiada lucha. En la medida en que se conoce y actúa, se desvanecen las virtudes fingidas, el
autoengaño, y se reconoce con todas sus posibilidades y limitaciones; "fango y basura —dirá
Nietszsche— pero también un creador, un escultor".
"Los hombres —expresa De Musset— son mentirosos, desleales, trapeceros, hipócritas y soberbios; las
mujeres son vanas, artificiosas y pérfidas... pero no hay en el mundo nada tan hermoso y sublime como
la unión de esos dos seres imperfectos" (1). T odo aparece inacabado, incompleto; a cada instante, se
presenta un escollo que superar, un obstáculo que encon tramos en nosotros mismos o en los demás. La
lucha es condición natural del hombre, cuyas virtudes se forjan en la acción. Los sentidos, los senti-
mientos y la razón misma se desarrollan en la competencia. La lucha del hombre para superar sus propias
contradicciones y concordar consigo mismo es la "sal de la vida"; paso fundamental para conocer sus
virtudes y entrar en armonía con el mundo y los otros. Un hombre virtuoso, "está siempre de acuerdo
consigo mismo" —dice Aristóteles— "Los malos... huyen de sí mismos".
El hombre necesita conocer sus virtudes para estimularlas y cooperar en bien de todos, en una
comunidad de afectos y afinidad de sentimientos con sus semejantes, dominando ciertas pasiones que,
sobrepasando toda moderación enturbian las relaciones humanas. La fraternidad humana o la
solidaridad social, no deben quedar envueltos en fórmulas vacías que no hacen sino encubrir la "mala
fe", individual y colectiva, que no sería otra cosa que eludir una responsabilidad, una traición a sí mismo
y una burla al prójimo. La justicia es la virtud por excelencia" —afirma Alfredo L. Palacios,
coincidiendo con Aristóteles— "encierra el sentido de proporcionalidad y de armonía".
(1) Cita de W.D. Filosofía, Cultura y Vida.

176

También podría gustarte