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MUJERES INICIANDO EN LAS AMÉRICAS, MIA

DIPLOMADO “NUEVAS MASCULINIDADES”


Facilitador: Lic. José Chete

LA INFLUENCIA DE LA RELIGIÓN EN LA
CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD

Ensayo sobre:
EL MODELO DE COMPORTAMIENTO MASCULINO
DESARROLLADO EN LOS CAPÍTULOS 19 Y 20 DEL LIBRO DE JUECES

Dora Ileana Romero Posadas


Guatemala, 4 de agosto de 2015
LA INFLUENCIA DE LA RELIGIÓN EN LA
CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD
EL MODELO DE COMPORTAMIENTO MASCULINO
1
DESARROLLADO EN LOS CAPÍTULOS 19 Y 20 DEL LIBRO DE JUECES

Dora Ileana Romero Posadas

El presente ensayo tiene como fin hacer una lectura analítica de los hechos que se relatan en los
capítulos 19 y 20 del Libro de Jueces de la Biblia y, desde mi experiencia en el campo de la
Sociología, identificar e interpretar las pautas que, en ese contexto, aporta la religión para la
construcción, perpetuación y glorificación del modelo de dominación patriarcal, que encuentra su
fundamento en un dios mezquino, injusto, controlador, dominante, implacable, vengativo,
misógino, homofóbico, etc.

La historia denominada “el crimen de Guibeá” relata con mucha crudeza la crueldad e impunidad
con que se cometió una violación en contra de una mujer, a manos de una horda de salvajes
depravados, y su posterior inmolación a manos de quien se supone debía amarla y protegerla: su
marido. Estos hechos dieron origen a una sangrienta venganza militar que, sin importar los cientos
de miles de vidas que cobró, no buscaba reivindicar la dignidad de la mujer, sino recuperar el honor
“violado” del marido.

El relato comienza cuando un levita busca a su concubina que lo abandonó y regresó a la casa de su
padre2. Es necesario hacer aquí una pausa para plantear algunos tópicos relacionados con el
concubinato.

Una concubina es la compañera sexual de un varón y, por lo general, aparece junto a otra esposa. La
concubina era reconocida entre los antiguos hebreos y disfrutaba de los mismos derechos de la
esposa, a excepción de la dote que únicamente tocaba a esta última. En el contexto sociocultural en
el que se desarrollan los eventos que se relatan en el Antiguo Testamento, se consideraba como la
mayor de las bendiciones el hecho de tener muchos hijos, mientras que la mayor de las maldiciones
era la falta de ellos. Ante esta situación, las esposas legítimas eran orilladas a consentir que sus
maridos vivieran, en concubinato, con sus sirvientas, para expiar, al menos en parte, el pecado de su
propia esterilidad, como en los casos de Sara y Agar (Genésis 16:1-4), Lea y Zilpa (Genesis 30:10),
Raquel y Balá (Genésis 35:25)3.

1
La versión de la Biblia que sirvió para el análisis de este tema es La Biblia Católica para Jóvenes, 4ª edición, marzo
2009, Instituto Fe y Vida (USA), La Casa de la Biblia, Editorial Verbo Divino, España.
2
En otras traducciones de la Biblia, se dice que la concubina le fue infiel y le abandonó, lo cual parece un sinsentido, más
bien un añadido de los traductores que es de suponer son hombres, miembros de las altas jerarquías de la iglesia, los
únicos con “autoridad” para “interpretar” la “palabra de dios”.
3
Nótese que, de manera consciente o inconsciente, las mismas mujeres contribuyeron, y siguen contribuyendo a la
reproducción del patriarcado, al reproducir ellas mismas los privilegios que esa estructura de poder masculina otorga a los
varones, por el sólo hecho de serlo. En el caso particular al que se hace referencia en este ensayo, la mujer, no sólo se
consideraba culpable y además “pecadora” por no poder “dar” a su marido, la prole que perpetuará su especie, sino que
además debía ella misma redimir ese pecado, consintiendo hechos claramente ventajosos para el marido, sin importar el
perjuicio que pudiera ocasionarse ella misma y a otras mujeres (las concubinas). ¿Acaso eso no es dominación?

2
En el concubinato, tanto el hombre como la mujer, aunque viven juntos siguen siendo libres o
solteros. En hebreo, la palabra para concubina es “pilegesh” 4 o “esposa libre” que tiene el legítimo
derecho de abandonar la casa del marido (matrimonio virilocal) y volver a la casa de su padre
(matrimonio patrilocal)5 sin que el marido pueda obligarla a vivir con él. Tales son las normas del
matrimonio patrilocal6.

Volviendo al relato, parece ser que el levita no acepta de buena gana el abandono legítimo de su
mujer y pretende hacerla regresar a su casa marital. El padre de la mujer está de acuerdo y ésta, que
en la historia no tiene ni voz ni voto, se marcha con él y pasa de vivir en una estructura patriarcal a
otra (de lo patrilocal a lo virilocal).

Ya entrada la tarde, al quinto día de hospedarse en la casa de su suegro, el levita parte hacia su tierra
natal, llevando a su mujer, su criado y dos burros. Al caer la noche deciden dormir en un lugar
llamado Guibeá de Benjamín, donde un anciano extranjero les ofrece cobijo en su hogar. Todo iba
bien hasta que en la noche, los benjaminitas (se asume que sólo hombres) rodearon la casa del
anciano y le exigían que les entregara al levita pues querían sodomizarlo. El anciano, en defensa de
su huésped les ofrece entregarles a cambio, a su hija virgen para que abusaran sexualmente de ella.
En virtud de la necedad de los depravados, el levita saca a la calle y entrega, en su lugar, a su mujer,
salvando así el propio pellejo. La mujer es violada quién sabe por cuántos a lo largo de la noche, de
tal forma y tan brutalmente que a la mañana siguiente yacía en el umbral de la puerta de la vivienda
donde su marido pasó la noche seguro y sin preocuparse por la suerte que ella corría. La mujer
estaba allí, quizá aún con vida.

El levita iba a marcharse y al verla, sin inmutarse le ordenó: “Levántate, vámonos”. Al no recibir
respuesta, la cargó sobre el asno, la llevó hasta su ciudad y hasta su casa. Allí, tomó un cuchillo y la
descuartizó en doce pedazos, que envió a cada una de las tribus de Israel, pidiendo venganza 7.

Parece contradictorio que el hombre que entregó a su mujer a la muerte, ahora pida venganza por un
acto tan abominable que él mismo desencadenó. Sin embargo, lo que aquí está en juego no es la
dignidad ni la vida de la mujer, sino la honra, el honor y la dignidad del hombre. Desde muy
antiguo, se ha considerado como una profunda deshonra para el varón, que la o las mujeres que son
de su “propiedad” sean tocadas por otros hombres. Por eso, puede ser que la mujer aunque
maltrecha aún estuviera con vida cuando el marido la recogió, pero terminó descuartizada a manos
de éste porque había sido violada por otros hombres, porque “ella” le había deshonrado. El levita
no busca justicia para su mujer sino para sí mismo, y así hace que inicie una guerra devastadora en
contra de los benjaminitas, en defensa de su honor de marido violado.

Así, se convocó a una Asamblea a la que acudieron todas las tribus de Israel. Había cuatrocientos
mil hombres deseosos de guerrear contra la tribu de Benjamín e hicieron un compromiso de
venganza. Los benjaminitas resistieron por tres días la batalla hasta que el dios magnánimo escuchó
las súplicas de su pueblo y les ofreció al enemigo: 25 mil bajas en un solo día, aunque los dos días
anteriores 40 mil atacantes habían sido derribados, pues así también lo quiso el Señor.

4
Pilegesh es un término hebreo para una concubina con una posición social y jurídica similar a la de la esposa legítima.
Su función principal era la de producir descendencia. (Cfr. Pilegesh, en: https://en.wikipedia.org/wiki/Pilegesh --
traducción libre--)
5
Nótese que en el relato no se dice “la casa de sus padres”, sino en singular, la madre queda excluida.
6
Pikaza Ibarrondo, Xabier (2007). Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra. Editorial Verbo divino, España.
7
El relato presenta aquí una incoherencia, pues las tribus eran 12 y fueron los miembros de una de ellas (los benjaminitas)
quienes cometieron el crimen por el cual se clama venganza. Por tanto, debería haberse convocado únicamente a las once
tribus restantes.

3
Es absurdo que más de sesenta mil israelitas murieran por el honor de uno sólo. En el relato no se
dice si el incitador murió o sobrevivió a esa guerra iniciada por él, una guerra de hombres, en la que
no matan a los violadores de Guibeá, que serían los culpables del horrendo crimen cometido contra
una mujer, sino a las mujeres de la tribu de Benjamín, tal como sigue contando la historia en el
capítulo 21.

CONCLUSIONES:

La historia del libro de los Jueces denota una clara dinámica patriarcal de subordinación y sumisión,
donde la violencia sexual contra las mujeres es institucionalizada y legalizada por hombres de fe
(levitas y sacerdotes). Una de las formas en que se materializa esta violencia es en la violación.
Deja bien claro el poder de los hombres sobre la sexualidad de las mujeres y su derecho de posesión
del cuerpo de la mujer.

A lo largo del relato, y del Antiguo Testamento, la mujer es propiedad y está al servicio del hombre:
primero de su padre, hermanos y otros hombres de la familia; luego del marido y de sus hijos
varones.

La mujer del levita es presentada, al principio, como una mujer independiente, puesto que ha tenido
la libertad de abandonar al marido y regresar a la casa de su padre. Sin embargo, cuando
nuevamente es tomada por su marido, carece de voz y de voto, pues éste la entrega a una muerte
segura para salvar su propia vida. Ella no ha tenido palabra, ni antes ni después, no ha podido decir
nada, ni cuando su marido la entregó en manos de los violadores (mientras él quedaba seguro), ni le
han preguntado nada ni le han dejado hablar cuando ha caído desfallecida a la puerta de la casa
donde su marido había pasado la noche seguro.

Eso significa que la mujer por sí misma no tiene valor alguno, ni tampoco su virginidad como
posible “virtud”. Ella vale en cuanto es “propiedad” del marido, siempre que sirva para darle
descendencia y para perpetuar su memoria. En el relato, era preferible que una adolescente perdiera
su virginidad o que abusaran de una mujer, a que el hombre perdiera su “integridad”, lo que
además, era pecado… es decir, era preferible el gran daño al gran pecado.

Según las ideas y la fe de los israelitas, el vientre de la mujer, o útero, pertenece a dios, pues él lo
creó y tiene el poder de abrirlo o cerrarlo (fertilidad/infertilidad) 8.La dinámica patriarcal en el
crimen de Guibeá es clara, los hombres se adjudican el derecho de actuar como dios, por esto, el
cuerpo femenino les pertenece.

El cuerpo de la mujer se convierte, en las sociedades patriarcales, en un elemento central de


dominio y poder. Por eso, el crimen de Guibeá fue cometido para humillar al levita, pues eso
repercute en su honor masculino, a tal grado que él la mata porque ha sido “tocada” por todos y eso
a él lo deshonra. Usa su cuerpo descuartizado para convocar a una guerra que lavará su deshonra, o
quizá para mostrar al mundo que él ya empezó a “lavar” su honra y que ha hecho lo que debe al
deshacerse del “objeto” de pecado y de deshonra. “¡Qué todo el mundo (de hombres) sepa que mi
imagen ya está limpia!”, pensó quizá el bárbaro. Él actuó, no para reivindicar los derechos de su
mujer, sino los suyos y, desde esa cosmovisión, actuaron todos los demás hombres que se unieron a
la guerra, y su objetivo de venganza no fueron ya los violadores, sino las mujeres benjaminitas
(Véase el Cap. 21)

8
Cfr. Silvia Schroer (2008). El camino para una reconstrucción feminista de la historia de Israel. En Exégesis feminista.
Resultados de pesquisas bíblicas a partir de la perspectiva de mujeres.

4
Aunque este relato es de muy vieja data, la violencia sexual contra las mujeres es un tema muy
actual y, sobre todo, en contextos de guerra, y este ha sido el caso de una realidad concreta como la
guatemalteca. Los crímenes cometidos contra las mujeres indígenas durante el conflicto armado
interno están aún en la impunidad. El Tribunal de Conciencia realizado en 20109 resaltó la magnitud
de los hechos, al igual que lo había hecho en su momento el informe REMHI10.

A simple vista y sin llegar a hacer un análisis profundo y detallado, se percibe que todas esas
muertes violentas de mujeres son crímenes de odio, son femicidios, por haberse dado en un
contexto de relaciones desiguales de poder entre las mujeres indígenas y los aparatos represivos del
Estado y los grupos paramilitares, integrados exclusivamente por hombres. Esas relaciones
desiguales se sustentan, además, en la discriminación histórica que han padecido los pueblos y las
mujeres indígenas por razón de su origen étnico. La saña, perversidad y brutalidad con que fueron
muertas las mujeres, denota el odio y desprecio por las mujeres, al ser tomados sus cuerpos como
un botín de guerra para crear terror en las comunidades y humillar al “enemigo” y para evitar que se
siguieran “reproduciendo los guerrilleros”. La perversidad se nota además porque los cuerpos de las
mujeres fueron utilizados por unos hombres para vengarse de otros atacando su masculinidad, al
darles el mensaje de no ser capaces de proteger a “sus” mujeres (objetos de su propiedad), tal como
lo exige la cultura patriarcal. No importó la vida ni la dignidad de las mujeres, sino la humillación
que, mediante el uso y descarte de sus cuerpos, se fue capaz de hacer sentir al bando contrario.

Todo lo acontecido en “el crimen de Guibeá” sucedió, según el Libro Sagrado, porque “en aquel
tiempo no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que quería”. En la actualidad, sigue sucediendo
porque impera el patriarcado y las religiones tienen una gran responsabilidad en su construcción y
pervivencia. Sin embargo, no todo está perdido, ya se realizan importantes esfuerzos, sobre todo
desde el feminismo, para transformar las prácticas que sustentan este modelo de dominación
masculina, y ahora se apuesta por la construcción de nuevas masculinidades.

9
Estos Tribunales son un medio alternativo de justicia que a pesar de no ser órganos judiciales, realizan juicios simbólicos
contra el Estado, los que tienen gran legitimidad, pues son ejecutados por personas expertas en derechos humanos, quienes
participan como jueces, magistrados de conciencia y testigos de honor. Sus actuaciones están fundamentadas en peritajes,
pruebas periciales, testimonios y vivencias de personas sobrevivientes a los hechos de violencia. Otros Tribunales de
Conciencia ya se han realizado en Tokio, Ruanda, la ex Yugoslavia y Perú, señalando la violencia sexual contra las
mujeres, como un crimen de lesa humanidad.
10
CEH (1998), Guatemala, Nunca Más.

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