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La sociedad colonial en Chile era estamental, es decir, presentaba una escasa movilidad social y estaba

conformada en orden jerárquico por los conquistadores españoles, sus descendientes (criollos), las y los
mestizos, la población indígena y los esclavos.

Los españoles, con el pasar del tiempo, se transformaron en una elite militar que traspasó su poder
mediante las encomiendas. En la zona norte se dedicaban principalmente a las encomiendas y las
actividades mineras, mientras que en la zona centro sur conformaron una elite encomendera de rasgo
ganadero y agrícola.

El sector intermedio de la escala social fue más heterogéneo. En él se agruparon principalmente mestizos
(descendiente de españoles e indígenas) que se dedicaron a la minería en el Norte Chico, a la artesanía, al
comercio o bien eran dueños de haciendas de menor tamaño en la zona centro sur.

El estamento inferior de la pirámide social estaba formado por los indígenas, negros, mulatos (hijos de
progenitores de raza blanca y negra) y zambos (de padres indígenas y negro).

Para que este orden social se mantuviera fue fundamental que cada individuo ocupara el lugar que le
estaba asignado, por lo que las uniones interestamentales se prohibieron a través de diversas normativas y
discursos que regularon el comportamiento y aseguraron que mantuvieran los roles designados. Sin
embargo, este empecinamiento por ordenar las castas en categorías estáticas se enfrentaba con una
realidad social heterogénea y con ciertas fronteras más bien difusas. Así, los individuos transitaron entre los
estamentos a través de distintos mecanismos como el uso de vestimentas de otros estamentos, el
matrimonio con mujeres criollas, el avance en carreras burocráticas o la solicitud formal de reconocimiento
del vínculo como hijo o descendiente de españoles.

A su vez, mujeres y hombres de la nobleza intentaron sortear las múltiples normas que estructuraban su
estamento, vistiéndose como indígenas para poder salir en las noches o acceder a lugares que no estaría
bien visto que asistieran.

Último siglo de la Colonia

A diferencia de los gobernadores anteriores, los que fueron nombrados en durante el siglo XVIII se
caracterizaban por conocer las necesidades de Chile.

El siglo XVIII, Siglo de las Luces, se abrió a la influencia de la Ilustración europea, la cual también llegó a las
colonias españolas. Sin embargo, debido al tradicionalismo imperante, todas aquellas objeciones a
cuestiones religiosas fueron censuradas. El espíritu ilustrado se tradujo en el desarrollo de formas más
eficientes de administrar el Estado, lo que se plasmó en modificaciones conocidas como reformas
borbónicas, que buscaban acentuar el control estatal sobre las colonias y aumentar la producción
económica. Con estos objetivos se crearon nuevos virreinatos (el de Nueva Granada y Río de la Plata), se
reformó el sistema administrativo y se liberalizó el comercio.

En este período, bajo el poder de Felipe V, la calidad del personal administrativo que llegó a Chile mejoró.
Los gobernadores fueron más competentes y trabajadores, destacando nombres como José Antonio Manso
de Velasco (1733-1745), Manuel de Amat y Junient (1755-1761), Antonio de Guill y Gonzaga (1761-1768) y
Ambrosio O’Higgins (1788-1796).

Ambrosio O’Higgins fue el más importante de estos. Padre de Bernardo O’Higgins, nació en Irlanda y se
trasladó a España cuando cumplió los 29 años, luego de que, como católico, sufriera las persecuciones del
protestantismo en Gran Bretaña. A los 36, viajó a Buenos Aires, para dedicarse al comercio. Más tarde,
llegó a Chile contratado por su compatriota Juan Garland, para hacerse cargo de las fortificaciones de
Valdivia, donde inició su carrera militar-funcionaria. Fue comisario de guerra, capitán y teniente coronel,
brigadier, general, intendente de Concepción, gobernador de Chile y virrey del Perú.

Los espacios donde se desarrollaron los juegos y diversiones


coloniales fueron principalmente en la esfera doméstica y en las vías
públicas.

Entre las diversiones infantiles existen testimonios que nos hablan


del juego de las escondidas, el pín pín saravín, cordero sal de mi
huerta y el otra esquina por ahí.

La pasión por los naipes se desplegó en múltiples direcciones,


algunas de las cuales persistieron a pesar de las inútiles medidas de
las autoridades por detenerlas. A los juegos inocentes de mero entretenimiento como carga la burra, el
tonto y otros, se sumaban las apuestas comprometiendo dinero y bienes.

juegos en la colonia En los espacios públicos se


desarrollaban carreras de caballos, riñas de
gallos y otros juegos en los que participaban
jóvenes y niños. Así, los bolos, la pelota vasca,
la chueca de origen indígena, las cocas de
palma y la taba de los carneros amenizaban las
tardes en las calles coloniales.

La chapita fue otro juego con gran acogida: se


lanzaban monedas al aire con el fin de adivinar
la forma en que éstas caerían. También se
generalizaron las apuestas con pepas de
sandías.

Comunes fueron las riñas o pedradas entre los


niños de uno y otro lado del Mapocho en la
ciudad de Santiago. Llamados entre ellos
chimberos y santiaguinos, se ubicaban en
ambas riberas del río rivalizando en un griterío
que causaba la sorpresa de los paseantes.

No obstante, el juego más popular para


grandes y chicos fue la cometa, que en Chile se
llamó volantín. Había volantines pequeños
como la ñecla, el choncón, y el volantín chupete y grandes como la estrella, la bolas, los pavos y las joyas. Se
realizaban distintas comisiones entre los jugadores, quienes buscaban derribar el volantín adversario. Las
primeras brisas de agosto inauguraban la temporada, no obstante los preparativos partían meses antes con
la elaboración del hilo orillado. La lucha por la conquista del espacio ponía emoción y vehemencia en los
jugadores razón por la cual la popularidad del juego fue en continuo aumento. Sin embargo, un bando de
1796 prohibió este juego en las calles centrales, ya que el forcejeo para liberar un volantín enredado en
alguna grieta de los muros de las edificaciones, solía terminar con el desprendimiento de trozos de adobe o
caídas de tejas. Desde entonces el entretenimiento fue alejado hacia sectores periféricos a los núcleos
urbanos.

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