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Dios Creador

Los autores inspirados, tanto del


Antiguo como del Nuevo
Testamento, reconocen a Dios
como Creador y Sustentador del
Universo.
El Credo continúa definiendo a
Dios como "Creador de cielo y
tierra...". A pesar de la infinidad
de libros escritos sobre el tema,
la verdad es que la ciencia ha
avanzado muy poco en sus
exploraciones para explicarnos
la existencia de una creación sin
Creador. Y tampoco ha podido
contestar a los argumentos que
se le presentaron hace siglos y
que continúan apoyando la
realidad de Dios como Creador
del mundo. El primer argumento
es la jerarquía de las causas. Ya
lo expuso Aristóteles al decir que
no hay efectos sin causas. El
banco existe porque existe la
madera y el árbol. La creación
existe porque hubo un Creador.
El segundo argumento lo
constituye la armonía del
Universo. Newton propuso, en el
siglo XVII, la idea del reloj y del
relojero, comentada más tarde
con amplitud por otros autores.
Si la existencia de un reloj
presupone la de un relojero, la
maravillosa perfección del
Universo presupone la existencia
de un Creador. El astrónomo
Kepler, también en el siglo XVII,
escribió sobre la "perfección
geométrica de la creación" y dijo
que "Dios geometriza siempre".
Contra la teoría de la casualidad
arremete el tercer argumento
cristiano que refuta la idea de
una creación sin Dios. Los
partidarios de la teoría de la
casualidad no han necesitado
pruebas científicas porque su
postura tampoco lo es. En la
siguiente anécdota se advierte la
inconsistencia de sus teorías:
para responder a unos filósofos
franceses del siglo pasado, que
todo lo explicaban por la
casualidad, tomó un doctor
creyente unos dados falsos y se
puso a jugar con ellos. La
apuesta era de cinco francos.
Echó, pues, los dados, y ganó la
vez primera; echólos por
segunda vez y ganó también;
echólos por tercera vez y
también ganó. ¡Alto! ¡Alto aquí!,
clamaron con una sola voz todos
aquellos apóstoles de la
casualidad. ¡Los dados son
falsos! Entonces el ingenioso
doctor les dijo: En efecto,
señores, son falsos los dados;
pero he querido saber cuántos
aciertos concedíais a la pura
casualidad, y he logrado ver que
sólo le concedíais dos, porque el
tercero ya os ha parecido
imposible que fuese casual.
Ahora, pues, si vosotros no
llegáis a creer que haya
acertado casualmente tres
veces, ¿cómo podéis imaginar
que se hayan hecho tantos
millones y millones de aciertos
en la Naturaleza y que todos
sean producto de la pura
casualidad? Una de dos: o habéis
de negar los infinitos aciertos de
la Naturaleza, o decir que la
Naturaleza es falsa y que en ella
ha andado la mano de un ser
inteligente". Al descubrir a Dios
como "Creador del cielo y de la
tierra", los autores del Credo se
remontan al primer versículo de
la Biblia, cuyo texto dice:
"En el principio creó Dios los
cielos y la tierra" (Génesis 1 : 1).
Los autores inspirados, tanto del
Antiguo como del Nuevo
Testamento, reconocen a Dios
como Creador y Sustentador del
Universo. Es una constante que
va desde el Génesis al
Apocalipsis. Dice David: "Por la
palabra de Jehová fueron hechos
los cielos, y todo el ejército de
ellos -por el aliento de su boca"
(Salmo 33:6) . Y Jeremías: "El
que hizo la tierra con su poder,
el que puso en orden el mundo
con su saber, y extendió los
cielos con su sabiduría..."
(Jeremías 10:12).También el
autor de la epístola a los
Hebreos escribe: "Por la fe
entendemos haber sido
construido el Universo por la
palabra de Dios. de modo que lo
que se ve fue hecho de lo que no
se veía" ( Hebreos 11:3) . San
Juan nos dice: "Señor, digno eres
de recibir la gloria y la honra y el
poder; porque tú creaste todas
las cosas, y por tu voluntad
existen y fueron creadas"
(Apocalipsis 4 : 11). El ateo
necesita fe para creer en la
postura del creyente; pero hace
falta mucha más fe para creer en
lo que dice el ateo. El creyente,
cuando está delante de la
montaña que le deleita con su
majestuosidad, adora a Dios y le
da gracias por haberla hecho
para él; pero el ateo, lo más que
puede hacer es arrodillarse ante
la montaña y agradecerle el que
haya existido siempre sin poder
explicarse de dónde salió. El
ateo necesita más fe para creer
en la materia eterna que el
creyente para creer en un Dios
Creador. Lo del creyente es sólo
un punto: decir de dónde salió
Dios. Resuelto este misterio,
todo lo demás tiene explicación
fácil. Pero el ateo ha de explicar
cómo es posible que la materia
sea eterna y a la vez
evolucionista, porque eternidad
y evolución son dos cosas
distintas. ¿Y cuándo alcanza su
perfección la materia y deja de
evolucionar? Además, ¿cómo
puede la materia crear las
formas de vidas mentales y
espirituales? ¿Puede la piedra
hacer que el hombre piense?
¿Pueden las nebulosas permitirle
al hombre amar? ¿Puede el sol
despertar las emociones
espirituales del hombre? ¿Es
todo el ser humano la
consecuencia de una fuerza
material que hace millones de
años se hallaba difundida en el
espacio y que ha venido
evolucionando hasta su estado
actual? Puesto que nuestra fe en
Dios es más lógica que la fe del
ateo en la eternidad de la
materia, nuestro celo en la
propagación de estas verdades
debería superar al celo de los
materialistas. Somos apóstoles
de verdades, no de teorías. Y
nuestra responsabilidad debe ser
tan grande como nuestra
creencia. Si ellos andan una
milla para propagar sus teorías,
nosotros hemos de caminar cien
millas para gritar al mundo las
verdades de Dios. El sabio
francés Luis Pasteur, que fue un
creyente fervoroso, dio un golpe
mortal a la teoría materialista
sobre el origen de la creación
cuando, en 1864, pronunciando
unas conferencias en la Sorbona,
en París, y provisto de sus tubos
de ensayo experimentales, dijo
al selecto auditorio: "Caballeros,
yo señalaría a ese líquido y os
diría que he tomado mi gota de
agua de la inmensidad de la
creación, y la he tomado llena de
los elementos apropiados para el
desarrollo de seres inferiores. Y
espero, y observo, y la interrogo,
rogándole comenzar de nuevo
para mí el hermoso espectáculo
de la primera creación, pero es
muda; muda desde que estos
experimentos empezaron hace
algunos años, muda porque la he
separado de la única cosa que el
hombre no puede producir, de
los gérmenes que flotan en el
aire, de la vida misma, porque la
vida es un germen y un germen
es vida". El experimento de
Pasteur, aún hoy, a pesar del
progreso de la ciencia en este
campo, sigue siendo definitivo:
la materia no puede crear. Es
inerte, carece de vida, es
incapaz de engendrar. Sólo Dios
puede hacerlo. Dios solo lo hizo.
"¿Quién obró e hizo esto? -dice la
Biblia- ¿Quién llama las
generaciones desde el principio?
Yo, Jehová, el primero y yo
mismo con los postreros" (Isaías
41:4). Es así como Dios reclama
su autoridad divina sobre la
creación. Esta forma de
argumentación es frecuente en
las páginas de la Escritura. En
otro lugar, el mismo Dios
pregunta a Job: "¿Dónde estabas
tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes
inteligencia. ¿Quién ordenó sus
medidas, si lo sabes? ¿O quién
extendió sobre ella cordel?
¿Sobre qué están fundadas sus
bases? ¿O quién puso su piedra
angular?" {Job 38:4-6). El primer
capítulo del Génesis presenta un
relato completo de la creación.
Relato que, dicho sea de paso, la
ciencia no ha podido desmentir
hasta ahora, pese a los
numerosos ataques que se le
han dirigido desde todos los
ángulos del saber humano.

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