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Problemáticas de la instancia de recepción

I - La teoría de la comunicación deja en claro que el mensaje emitido no es necesariamente el


mensaje recibido ya que el código entre emisor y receptor, aún siendo en un alto porcentaje
común, no es idéntico en ambos y, por ende, la interpretación del mensaje varía. La
construcción de sentido que se emite siempre es limitada y será su complementación por el
receptor la que genere el resultado final aquello que resulta comprendido.
El autor, cuando escribe, construye un interlocutor imaginario engendrado en su necesidad
artística de comunicar que lo impulsa a la tarea. Este interlocutor imaginario es provisorio y
limitado al espectro cultural del autor y prontamente necesita ser suplantado por uno real que
permita testear si el conjunto de suposiciones sobre la recepción de lo escrito logra ser
confirmado.
Por supuesto que esta verificación jamás puede darse en un ciento por ciento. Las disimilitudes
parciales no son más que variaciones propias de dichas apreciaciones subjetivas dentro de una
comprensión social común. Confirmación tal que sólo puede darse dentro de un marco cultural
delimitado, es decir, en una sociedad dada en un tiempo determinado.
El autor tiene conciencia de que, fuera de su cabeza, la producción de sentido de la obra es otra.
Si varían de manera importante los paradigmas culturales (códigos de interpretación) de los
receptores, inevitablemente cambia la obra ya que será decodificada de distinto modo aunque
materialmente siga inalterable.
El texto dramático es una unidad lógica en sí misma y, por lo tanto, continuará siendo
comprensible, pero su conjunto sígnico a la luz de los nuevos significantes generará nuevas
interpretaciones subjetivas que construirán un todo distinto.

II - A la transposición territorial y espacial de un texto debemos sumarle que el mismo no


comunica de manera directa como en la narrativa de autor al lector, sino que lo produce de
forma indirecta del autor, a través del actor o actriz al espectador, lo cual provoca un grado de
incertidumbre mayor sobre su posible recepción.

III - Sabemos que las mismas emociones que fecundaron nuestro proceso creativo son las que
nublan nuestra visión crítica sobre este. Si a eso sumamos nuestro corsé cultural -idiosincrático,
político, filosófico, religioso, etc.- que restringe nuestra lectura, concluimos en la necesidad de
recurrir a esa otra mirada externa que nos permita avanzar hacia el resultado óptimo que
pretendemos.
El análisis no es otra cosa que la deconstrucción de la obra dramática y este desguace requiere
del conocimiento que implica comprender su elaboración desde otra perspectiva.

IV - Puestos a escribir un drama buscamos denodadamente el epicentro del volcán que nos
proporcione la conmoción, la emotividad necesaria que nos sirva de materia prima para ser
luego elaborada mediante la racionalización en una concatenación inexorable de la acción. La
forma de acotar este grupo de emociones contradictorias como primer organizador del caos al
cosmos es generar un mecanismo de reproducción de dichas emociones que nos permita
controlarlas: el conflicto. A través de este podremos recrearlas y transmitirlas de manera
meramente aproximada.
El conflicto es entonces el motor evocativo de estas emociones encontradas, contrarias,
simultáneas, paradojales que dan origen al drama. Esas paradojas no pueden ser explicadas por
la palabra racional de manera suficiente como para satisfacernos ya que el corsé socrático de
nuestra idiosincrasia occidental -el ser es y el no ser no es- nos lo impide, puesto que en el
conflicto habita la contradicción. En el drama se “es” y se “no es” al mismo tiempo y ambos
polos del conflicto son verdad esencial del personaje. Es por ello que ante la impotencia
racional para describir lo que dicha contradicción nos provoca y conmueve el ser humano
recurre a la poética, en nuestro caso, a través de las imágenes o la palabra que provoca la acción.
Todos los dramas clásicos dan cuenta de un conflicto universal que reverbera en nuestra vida
cotidiana.
El drama contiene una cualidad única: nos permite comprender poéticamente el sostén de dos
valores antagónicos. Es por ello que afirmamos que todo conflicto importa una pugna de
valores. Nuestra tarea al analizar un texto dramático es custodiar y facilitar que este
apareamiento no pierda puntualidad, claridad, tensión, urgencia de resolución, verosimilitud y
empatía. Y para cumplir ese objetivo nos valdremos de herramientas técnicas que nos permiten
apartarnos -en la medida de la posibilidad humana- de la subjetividad ideológica y su
consecuencia estética.

ROBINO, Alejandro (2016) Manual de análisis de escritura dramática. Editorial del Instituto
Nacional del teatro INT. Buenos Aires, Argentina.

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