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TEXTO CLASE 3
1
Weber, Max (1992): Economía y sociedad, Buenos Aires, FCE, pág. 43.
2
Foucault, Michel (2000): Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, pp. 27-38.
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de imponer la propia voluntad” nos habla de que la violencia está implicada en las
relaciones de poder, aunque oscile entre su presentación potencial (amenaza) y su
manifestación concreta.
Debemos tener presente que en cada campo de experiencia (y en cada
momento histórico) las formas de dominación adquieren modulaciones propias. En este
sentido, resulta importante tener presente que en nuestras sociedades encontramos
diversas formas y grados de violencia socialmente tolerada y legitimada. Nuestro modo
de organización social ha establecido relaciones jerárquicas que permean los distintos
aspectos de nuestras interacciones, desde las relaciones familiares y comunitarias
hasta los vínculos laborales y religiosos. Estas matrices de dominación demarcan los
modos de percibir, construir y gestionar aquello que estructuramos como realidad
social.
Sobre este aspecto Rita Segato señala lo siguiente: “Tanto el sexismo como el
racismo automáticos no dependen de la intervención de la conciencia discursiva de
sus actores y responden a la reproducción maquinal de la costumbre, amparada en
una moral que ya no se revisa. Ambos forman parte de una tragedia que opera como
un texto de larguísima vigencia en la cultura: en el caso del sexismo, la vigencia
temporal tiene la misma profundidad y se confunde con la historia de la especie”.3
En este punto vale la pena destacar el vínculo que existe entre jeraquización y
derecho: en líneas generales, las situaciones que involucran formas de subordinación
resultaron codificadas en términos de “minoridad”. Como hemos visto en las clases
anteriores respecto de la negación de derechos en el ámbito jurídico-político, al hablar
de minoridad hacemos referencia a la “necesidad” de tutela de ciertas personas en la
medida en que quienes son categorizados/as en esos términos requieren de otros/as
para desenvolverse en sociedad. En el caso de las mujeres en Argentina, por ejemplo,
maridos, padres y hermanos administraron los bienes de sus parientes mujeres hasta
1926, fecha en que se reformó el Código Civil. Tradicionalmente esta figura involucraba
el total de la dimensión de persona, es decir que quien era así catalogado requería de
tutela en todos los aspectos de su vida. En el mismo sentido, la inscripción social en
términos de “minoridad” conlleva el ejercicio de un conjunto variable de prerrogativas
para quien ejerce la tutela: entre ellas, la utilización de la violencia. Esta situación no se
limitó (ni se limita) al tratamiento conferido a las mujeres sino que se aplica sobre otros/
as destinatarios/as: niñas y niños, jóvenes, personas con discapacidad, adultos/as
mayores, otros varones y, en general, hacia todos/as aquellos/as inscriptos/as dentro
del esquema de la minoridad.
En los casos en que la costumbre deja de servir de fundamento, las personas
implicadas en prácticas violentas construyen argumentos legitimadores para sus
acciones recurriendo a explicaciones ligadas a tópicos difusos y vigentes en variados
escenarios de interacción social: aparecen las menciones ligadas al “orden”, la
“autoridad”, la “moral”, la “dignidad”, el “control” (de la situación, de las personas, etc.).
A los fines de nuestro análisis, debemos ser capaces de dar cuenta de la
pluralidad y diversidad de espacios de poder y de relaciones de dominación
3
Segato, Rita (2003): Las estructuras elementales de la violencia, Bernal, UNQ, pág. 117.
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Las distintas formas de violencia contra las mujeres atraviesan todos los
sectores sociales, sin diferencias por niveles de educación, de instrucción,
componentes étnicos, religiosos o geográficos. Estas prácticas se asientan en modelos
de organización social –creencias, estereotipos respecto a roles relacionales, etc.– que
desarrollan formas particulares de significar el maltrato. Las modalidades de violencia
son innumerables y muestran cómo el patriarcado sintetiza machismo, masculinismo,
androcentrismo y misoginia.
El paradigma masculinista establece un código tácito que sostiene la violencia
contra las mujeres y se manifiesta en diversos campos: determinación de espacios y
tiempos apropiados en la vida cotidiana, conductas esperables, expectativas vitales,
deseos y pensamientos admisibles o inadmisibles; en suma, horizontes de inscripción
de lo permitido y lo prohibido cuya transgresión implica castigo. La figura del castigo se
adecuará a las pautas contextuales (culturales, religiosas, etc.) que establecen y
legitiman formas de disciplinamiento. Estas mismas pautas contextuales sientan las
bases para la naturalización del esquema norma-transgresión-medida disciplinar.
Este paradigma funda y encuentra fundamento en diversas normas jurídicas,
discursos educativos, literarios o institucionales. Sin embargo, debemos destacar que
lentamente hemos avanzado en el reconocimiento de que el sistema sexista, al
establecer relaciones de subalternidad, cristaliza valores que favorecen y legitiman la
producción de malos tratos de diversos tipos que tienen como consecuencia graves
daños para el desarrollo pleno de la vida de las mujeres.
La Ley de Protección Integral para las Mujeres6 nos presenta una definición
amplia y detallada que nos habilita una perspectiva interesante para comenzar a
analizar el fenómeno de la violencia contra las mujeres. En su artículo 4º establece
que:
Se entiende por violencia contra las mujeres toda conducta, acción u omisión,
que de manera directa o indirecta, tanto en el ámbito público como en el privado,
basada en una relación desigual de poder, afecte su vida, libertad, dignidad,
integridad física, psicológica, sexual, económica o patrimonial, como así también
su seguridad personal. Quedan comprendidas las perpetradas desde el Estado o
por sus agentes.
Se considera violencia indirecta, a los efectos de la presente ley, toda
conducta, acción omisión, disposición, criterio o práctica discriminatoria que
ponga a la mujer en desventaja con respecto al varón.
6
La Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en
los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales lleva el número 26.485 y fue sancionada
en marzo de 2009. El destacado en la definición es nuestro.
7
La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida
como “Convención de Belem do Pará” fue adoptada por la Asamblea General de la Organización de los
Estados Americanos en junio de 1994 y entró en vigor el 5 de marzo de 1995. Nuestro país la ratificó el 5 de
julio de 1996, convertida en Ley N° 24.632. El destacado en la definición es nuestro.
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Para los efectos de esta Convención debe entenderse por violencia contra la
mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte,
daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito
público como en el privado.
Se entenderá que violencia contra la mujer incluye la violencia física, sexual y
psicológica:
a) que tenga lugar dentro de la familia o unidad doméstica o en cualquier otra
relación interpersonal, ya sea que el agresor comparta o haya compartido el
mismo domicilio que la mujer, y que comprende, entre otros, violación, maltrato y
abuso sexual;
b) que tenga lugar en la comunidad y sea perpetrada por cualquier persona y
que comprende, entre otros, violación, abuso sexual, tortura, trata de personas,
prostitución forzada, secuestro y acoso sexual en el lugar de trabajo, así como
en instituciones educativas, establecimientos de salud o cualquier otro lugar; y
c) que sea perpetrada o tolerada por el Estado o sus agentes, donde quiera que
ocurra. (artículos 1° y 2°).
8
Pateman, Carol (1995): El contrato sexual, Barcelona, Editorial Anthropos, pág. 23.
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Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis
y los derechos humanos, Buenos Aires, Prometeo-UNQ, pp. 11-12.
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etc.) constituye el primer paso para reconfigurar las relaciones de género en cada uno
de los espacios en los que las mujeres desarrollan sus relaciones interpersonales.
Al mismo tiempo, resulta central inscribir estas violencias dentro del paradigma
general de relaciones jerarquizadas entre los géneros. Hablamos, entonces, de
relaciones sociales de status que posicionan diferencialmente a varones y mujeres
sobre la base de construcciones histórico-culturales de las diferencias biológicas. Los
roles y estereotipos socialmente asignados y reproducidos perpetúan esta
estructuración y sientan las bases para el despliegue de las diversas formas de
dominación y prácticas de sometimiento entre los géneros.
“Entre los años 1993 y 1995, conduje una investigación sobre la mentalidad de
los condenados por violación presos en la penitenciaría de Brasilia. Mi “escucha”
de lo dicho por estos presidiarios, todos ellos condenados por ataques sexuales
realizados en el anonimato de las calles y a víctimas desconocidas, respalda la
tesis feminista fundamental de que los crímenes sexuales no son obra de
desviados individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino
expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y
nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. En otras palabras: el agresor y la
colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje,
pueden entenderse. (…) Contrariando nuestras expectativas, los violadores, las
más de las veces, no actúan en soledad, no son animales asociales que acechan
a sus víctimas como cazadores solitarios, sino que lo hacen en compañía. No
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Este fragmento nos permite acercarnos a algunas de las facetas que adopta la
dominación patriarcal sobre las mujeres. Desde los parámetros del imaginario de
género, las representaciones del varón se vincularon a los roles de dueño, señor y jefe
de familia. Por su parte, las mujeres tendieron a aparecer como parte de las
posesiones del varón, ya fuera desde la perspectiva de la tutela, ya desde la
dominación. La idea presentada por Segato respecto del acontecer social (y
masculinizado) de la violencia resulta interesante para profundizar nuestro análisis, en
tanto presenta líneas de abordaje novedosas y complejas. En este marco, un elemento
que puede orientar nuestra reflexión es la noción de honor.
A lo largo de la historia, esta noción ha adquirido diversas significaciones.
Dentro del esquema de la masculinidad el mantenimiento del honor suele aparecer
como regla o principio de conducta, como parámetro de los vínculos entre quienes
comparten determinada pertenencia. En principio, al hablar de honor hacemos alusión
a un producto a la vez individual y colectivo en el que se condensan valoraciones y
prescripciones para la vida en comunidad. Como sabemos, estas prescripciones varían
mucho dependiendo tanto del momento histórico como de la perspectiva adoptada, sea
esta la femenina o la masculina. En el marco de la construcción de roles y estereotipos,
encontramos también la delimitación de contenidos relativos al honor de las personas.
En lo que atañe directamente a las mujeres, el honor ha tendido a ser
presentado en términos negativos: la pérdida del honor contiene necesariamente
elementos relativos a su conducta sexual. Para el caso de los varones, el honor se
vincula no sólo con sus propias prácticas sino también a las acciones de sus pares y
de las figuras femeninas vinculadas a ellos. En este sentido, señala Pitt-Rivers12: “la
ofensa extrema al honor de un hombre no se refiere a su conducta sino a la de su
madre, hermana, hija o mujer”.13
Sobre este horizonte de representaciones respecto del honor se asentó la
codificación argentina en materia de delitos sexuales. Hasta el año 1999 el Código
Penal tipificaba la violación sexual como “delito contra la honestidad”. En dicho año,
esta categorización fue sustituida por la denominación de “delitos contra la integridad
sexual”.14 Aun así, para el caso de los delitos sexuales, en numerosas circunstancias
comprobamos que ambas lógicas coexisten: por una parte, se habla de un delito contra
la integridad sexual de la víctima mientras que, por otra, persisten en el imaginario
11
Segato, Rita (2006): La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio,
soberanía y crímenes de segundo Estado, México DF, Ed. de la Universidad del Claustro Sor Juana,
Colección Voces, pág. 6.
12
Véase Pitt-Rivers, Julian (1979): Antropología del honor o política de los sexos. Barcelona, Crítica.
13
Para un analisis mas detallado sobre el tema véase Sonderéguer M. y Correa V. (comps) (2008):
Violencia sexual y violencia de género en el terrorismo de Estado. Análisis de la relación entre violencia
sexual, tortura y violación a los Derechos Humanos, Bernal, UNQ.
14
Para mayor detalle, véase el Código Penal de la Nación Argentina, Ley N° 11.179 y modificatorias.
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“Tanto en las comisarías como en los hospitales o los juzgados, los prejuicios
sexistas suelen derivar en prácticas culpabilizadoras y revictimizadoras hacia las
mujeres maltratadas o víctimas de delitos sexuales. Ello se evidencia en los
interrogatorios a las que son sometidas y las actitudes de suspicacia hacia las
mujeres que buscan ayuda, siendo muchas veces sospechadas de provocar el
castigo, o tildadas de “vida fácil” o de ser “mala madre”.15
17
El “Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños”,
que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada
Transnacional, entró en vigor el 25 de diciembre de 2003.
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Tanto desde el sentido común como desde la perspectiva del derecho no resulta
posible hablar de “consentimiento” cuando cualquiera de los siguientes aspectos son
puestos en juego: el uso de la fuerza o la coacción, el rapto, el engaño, el abuso de
poder u otro tipo de acciones ejercidas sobre una persona que se halla en estado de
vulnerabilidad y/o bajo el control de otra persona.
Asimismo, debemos tener presente que hablar de trata de personas pone en
juego el sometimiento a condiciones de trabajo forzado, esclavitud y/o servidumbre.
Nuevamente, tanto desde el sentido común como desde la perspectiva del derecho,
nadie se somete “voluntariamente” a ser víctima de estos crímenes.
Dada su naturaleza, la trata de personas es un delito que suele ser cometido por
grupos organizados. Esta característica aumenta el temor de las víctimas y sus
familiares, ya que las amenazas (reales o potenciales) están siempre presentes. El
objetivo de intimidar a la víctima es disuadirla a ella o a los testigos de que denuncien
la situación y colaboren en la investigación y esclarecimiento del/los delito/s por temor
a represalias.
La trata de mujeres se relaciona directamente con la objetivación sexual de las
mujeres. Si bien no puede establecerse un número certero de personas que son
víctimas de la trata en el mundo, las estimaciones de diversas instituciones nacionales
e internacionales apuntan a presentarla en términos de “esclavitud moderna”, tanto por
la violencia implicada en este conjunto de delitos como por la cantidad de personas
afectadas.
En este marco, la Organización Internacional para las Migraciones propone las
siguientes estimaciones18:
- Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 12,3 millones de
personas padecen situaciones laborales similares a la esclavitud.
- Según cifras del Programa de Población de las Naciones Unidas (UNFPA),
cerca de 4.000.000 de personas son víctimas de trata cada año.
- La mayor parte de las víctimas son mujeres, niñas y niños.
- Entre el 10 y el 30% de mujeres tratadas son menores de edad.
- Se estima que anualmente la trata mueve $12.000 millones de dólares, con
bajos riesgos y grandes ganancias para las redes de tratantes.
- Se calcula que una mujer víctima de trata para la explotación sexual en Europa,
cualquiera sea su origen, produce aproximadamente, y como mínimo mil dólares
al día al explotador, que rara vez ha invertido más de dos mil dólares.
- En América Latina, 2 millones de niños, niñas y adolescentes son víctimas de la
explotación sexual comercial o laboral (mendicidad).
Todo intento por identificar perfiles posibles para las víctimas corre el riesgo de
terminar estigmatizando a personas sobre la base de un conjunto de caracteres lo
suficientemente ambiguos. Sin embargo, podemos establecer que existen condiciones
estructurales (la exclusión social y las migraciones, tanto internas como
internacionales) que hacen más proclive la exposición de las mujeres a situaciones de
18
OIM (2003): La trata de personas: una introducción a la problemática, Proyecto FOINTRA,
Organización Internacional para las Migraciones. Disponible en: www.oimconosur.org
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este tipo. Las víctimas de trata suelen ser reclutadas mediante engaños (falsas ofertas
de trabajo u ofertas parciales y engañosas) y trasladadas hasta el lugar donde serán
explotadas. La carencia de lazos a nivel social, la falta de contención familiar, la
irregularidad migratoria, entre otras situaciones, convierte a las mujeres migrantes en
potenciales víctimas de las redes de trata.
En los lugares de explotación, las víctimas son retenidas por sus captores
mediante amenazas, deudas, mentiras, coacción, violencia, etc. y obligadas a
prostituirse o trabajar en condiciones infrahumanas. Las prácticas que suelen estar
comprendidas entre los fines de este negocio incluyen: explotación de la prostitución
(incluyendo servicios de acompañantes, espectáculos de bailes nudistas, paquetes
turísticos que incluyen servicios sexuales, servicios sexuales en cercanías de bases
militares, clubes nocturnos y burdeles, mega-prostíbulos ligados a eventos especiales,
como por ejemplo, mundiales de fútbol, etc.); esclavitud, servidumbre doméstica o
matrimonio forzado; explotación sexual (en sus diferentes facetas: producción de
pornografía, turismo sexual, esposas por catálogo, etc.).
Por diversos motivos, la trata de personas es un delito de difícil visibilización.
Esta modalidad delictiva se desarrolla tanto en áreas rurales, como en urbanas,
grandes conglomerados o pequeños poblados, zonas céntricas y áreas fronterizas.
Argentina figura dentro del mapa internacional del delito de trata de personas como
país de origen (víctimas nacionales traficadas hacia el exterior), de destino (víctimas
extranjeras explotadas en nuestro territorio) y de tránsito (víctimas que son traficadas y
enviadas a los países centrales). Asimismo, notamos en la actualidad un importante
impacto de la “trata interna”, donde las víctimas que son captadas en diversas regiones
y rotadas periódicamente entre provincias del territorio nacional.
Los testimonios de las víctimas dan cuenta del uso de la violencia tanto por
parte de sus traficantes (o captores, proxenetas, rufianes, maridos, según la jerga)
como de sus abusadores (o “clientes”): amenazas, intimidaciones, tortura física
(violaciones masivas como forma de iniciación, golpes, ataduras, vejaciones,
quemaduras, etc.) y tortura psicológica (destrucción premeditada de la identidad y la
autoestima, confinamiento en lugares enrejados y con custodia en las puertas de
acceso, vigilancia constante, control de comunicaciones telefónicas, etc.).
Estas formas de violencia física y psicológica, sumadas a la exposición a
enfermedades de transmisión sexual (ETS) afectan gravemente la salud de las
víctimas. En este contexto, las niñas son particularmente vulnerables debido a la
inmadurez de su tracto genital y los daños relativos a la sexualización traumática.
También afectan la salud de las víctimas el consumo compulsivo de drogas o de
bebidas alcohólicas, los embarazos involuntarios y abortos compulsivos en malas
condiciones de asepsia, retomando la “actividad” sin los cuidados pertinentes a un
post-aborto.
Frecuentemente la suma de estas situaciones desemboca en trastornos
depresivos, intentos de suicidio, toxico-dependencia, traumas severos, etc. Debemos
destacar que existen casos en que los perpetradores-tratantes recurren al asesinato de
13
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Consideraciones finales
“Un corrillo de vecinos, según se dice inspirados por los familiares de los
perpetradores, se organizó en defensa de estos denominados muchachos que
“no habían hecho nada malo” porque la “chica”, o sea la víctima, “estaba
habituada a estas situaciones”, más aún, por ser algo “ligerita”, “rapidita”. O sea,
19
Algunas corrientes de pensamiento feminista hacen uso de la noción de “feminicidio” o “femicidio” para
aludir, entre otras, a estas prácticas. Desde su perspectiva, esta noción permite dar cuenta del
“asesinato misógino de mujeres cometido por varones”. Este término hace referencia a muertes de
mujeres víctimas de sus parejas (esposos, amantes, ex maridos, novios, pretendientes, etc.), de
familiares (padres, hermanos, etc.), de usuarios o proxenetas o tratantes (para el caso de mujeres en
situación de prostitución o trata), así como de las muertes como consecuencia de abortos clandestinos o
abortos “selectivos” (en los países en que esta práctica es aceptada). En suma, suele utilizarse la figura
de “feminicidio” para hacer referencia a las muertes derivadas de las múltiples formas de la violencia
machista.
En este sentido puede decirse que es la expresión más dramática de la desigualdad de género, ya
que pone en evidencia la objetivación que construye sobre las mujeres el paradigma patriarcal,
enfatizada por la impunidad que el mismo sistema garantiza. Según el Diccionario de estudios de género
y feminismos, “el concepto de femicidio es también útil porque nos indica el carácter social y
generalizado de la violencia basada en la inequidad de género, nos aleja de planteamientos
individualizantes, naturalizados o patologizados que tienden a responsabilizar a las víctimas, a
representar a los perpetradores como “locos”, “animales” o “fuera de control”, o a concebir estas muertes
como el resultado de “problemas pasionales”. (…) La incidencia del femicidio está también directamente
asociada al grado de tolerancia que manifiesten sociedad y Estado frente a la violencia contra las
mujeres”. Véase, Sagot, Monserrat (2007): “Femicidio” en Gamba, Susana (coord.), Diccionario de
estudios de género y feminismos, Buenos Aires, Biblos, pp. 139-142.
14
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Lecturas obligatorias
− Segato, Rita (2003). “La argamasa jerárquica: violencia moral, reproducción del mundo y la
eficacia simbólica del derecho”, en Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos
sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Buenos Aires,
Prometeo-UNQ.
− Barrancos, Dora (2000). “Inferioridad jurídica y encierro doméstico” en Historia de las
Mujeres en la Argentina, Buenos Aires, Alfaguara, Tomo I.
BIBLIOGRAFÍA DE PROFUNDIZACIÓN
20
Giberti, Eva (2010): “Algo habrán hecho”, Página/12, Buenos Aires, 19 de mayo.
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