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Beatrix Cenci

Opera en catorce escenas con música de Alberto Ginastera (Buenos Aires 1916 - Ginebra 1983)
y libreto de William Shand y Alberto Girri, estrenada con motivo de la inauguración del
Kennedy Center de Washington, el 10 de septiembre de 1971. 

La obra trata sobre la historia verídica del Conde Francesco Cenci y su hija Beatrix. El punto
central de la obra gira en torno del incesto cometido por el perverso Conde sobre Beatrix.
(José Luis Roviaro)

Libreto
BETRIX CENCI
 
 
 
Personajes
 
FRANCESCO                                     Conde de Cenci                                Barítono 

LUCREZIA             Esposa de Francesco y madrasta de Beatrix                    Mezzosoprano 

BEATRIX                                   Hija de Francesco                             Soprano 

ORSINO               Religioso, antiguo enamorado de Beatrix                                 Tenor 


  
ANDREA                                 Criado de Francesco                             Barítono

BERNARDO                              Hermanastro de Beatrix                    Mezzosoprano 

OLIMPIO                                  Criado de Lucrezia                                 Actor 

MARZIO                                 Criado de Lucrezia                                Actor


 
 
 
La acción se desarrolla en Roma y Rieti, a finales de 1599.
 
 
ACTO ÚNICO

Escena Primera

CORO
Somos el coro.
Presta atención
pues lo que contemplarás
es la vida de un hombre cuyo malvado ejemplo
lo convertirá en un precursor de tiempos futuros.
Somos el coro.
y aunque hemos
de participar con nuestra exaltación
en cuanto aquí ocurra queremos advertirte
que aquí no hallarás piedad.
Francesco Cenci aparecerá ante tus ojos
como la encarnación diabólica de su época.
Verás como tejió una mortaja de odio
bañándola en la sangre
y los gemidos de aquellos
que a su egoísmo criminal
no quisieron rendirse.
Su placer es atropellar
a los que quiere destruir
para verlos caer en las trampas
que astutamente prepara
y escuchar sus lamentos.
El humano
rostro ocultando
la bestia que hay detrás.
Nunca hubo para los poderosos ni vida ni muerte,
ni Dios ni justicia,
ni crimen ni incesto.
No somos inocentes.
También nosotros sentimos
la fascinación que el poder
ejerce sobre los que viven
para ser sometidos.
Escondemos
detrás de abalorios y máscaras la humana cobardía.
Siglos caerán
y estos gritos de angustia que ahora nos rodean
sonarán como madrigales.
Nuestras inquietudes se ensanchan;
nuestros valores tambalean.
¿Qué hacer, oh Dios, qué hacer?

Escena Segunda

CONDE CENCI
¡La guerra! ¡La guerra!
¡Lo sabía! ¡Dan uno
y toman cien mil!
¡Un tercio de mis dominios! ¡Qué coincidencia!
Rumores corren ya acerca de extraños
que examinan con curiosidad mis gloriosos viñedos.
Detrás de las murallas armadas de mi castillo
seré invencible.
El viejo Conde Cenci, encina y toro que florece y siembra,
los enfrentará...
¡Hipócritas! ¡Cobardes!
¡Desencadenaré la guerra... la guerra!
Paranoia y normalidad agrandan lo que las separa
cuando el paranoico acentúa su fijeza,
su fijación a ilusiones, mientras que el normal
rodea con preguntas al cerebro, se aleja del alma,
y en su Tao Te Ching, su libro del Camino y su virtud,
se obstina en subrayar la misma frase:
Mantén tu corazón vacío y fortifica tus huesos.
Paranoia y normalidad se asemejan
cuando el hombre normal acentúa la furtiva sospecha
de ser también el paranoico,
sólo que inhibido, acaso mas enfermo
de lo que pudiera suponerse, más inocentemente
a merced de su infección,
y así el muy incierto,
indagado instinto paranoico,
pasa entonces a constituirse en el patrimonio de todos
y de ninguno,
como la voluntad de destruir, como lo demoníaco,
en lo evidente y en lo profundo.

ANDREA
Señor:
un mensajero ha traído desde Salamanca esta carta.

CONDE CENCI
¡Noticias de Salamanca!
¡Ojalá sean portadoras de alegrías para mí!
El plan que guardo en mi mente justificaría más aún
la pérdida de mis viñedos.
Todo desaparecerá de mi vista: mis hijos, mi mujer...
Sólo a Beatrix guardaré para mí,
para nadie más que para mí....
¡Esto merece ser celebrado!
¡Ve, Andrea, ve! ¡Dile. a mis amigos que estén dispuestos!
Amigos, familia res, caballeros, todos serán recibidos
en el Palacio Cenci.
Lucrecia y Beatrix
lucirán sus mejores galas
en una fiesta que Roma habrá de recordar.
¡Yo enseñaré a todos a no olvidar nunca
que yo, y sólo yo, soy el amo y señor de este palacio!

Escena Tercera

CORO
El viajero ya no tiene otra opción,
será como un caballo sin carro, sin dueño, carro y caballo
juntos de nuevo cuando retorne.

BEATRIX
Dos veces al año florecen tus rosas,
y dos veces
la ceniza en el cacto, las fases de la lluvia.

CORO
El viajero ya no tiene etc...

LUCRECIA
Dos veces al año
mi hogar entre rosas,
oh presencia de un hogar que tus dioses borraron.
Dos veces la nostalgia ensombreciendo,
aplastando rosas.

CORO
El viajero ya no tiene etc...

ANDREA
Preparaos.
Mi señor celebra esta noche una fiesta.
Toda Roma está invitada.
Os ordena lucir las mejores galas
por las nuevas que han llegado de Salamanca.
LUCRECIA
Un nuevo tormento
ha inventado para humillarnos.
Su conducta, Beatrix, hace insoportable mi vida.
Y ahora nos llevará al Castillo de Petrella.
De ahí ya no podremos escapar jamás.

BEATRIX
Madre,
hay algo que me perturba.
El presagio es confuso,
me desgarra,
pero no tengo dudas
de su diabólica sustancia.

LUCRECIA
Cada día que pasa procura agregar capas de odio
a las ya existentes hasta crear con ellas
infernales torturas.

BEATRIX
Madre,
los sueños me contaron esos anuncios.
Pasaron sus manos viles por mis miembros,
hundieron sus dedos en mis carnes,
y vislumbré,
cercana, envolvente, fatal, la desgracia.

Escena Cuarta

BEATRIX
Fénix.
Móvil, consistente y móvil,
una fronda se esparce
y cubre y entibia
para que él descienda,
beldad sin origen,
plumas rojas y plumas de oro,
talla gigante, pico de rapiña.
Tan pronto, apenas el aletazo
y el grito me sacuden pasa por sus ojos el instante
de trescientos, quinientos años,
y encendiendo una fogata
se arroja a ella, se extingue
y vuelve a resurgir sobre mi hombro,
ciclo de todas las noches,
portavoz de la eterna juventud del fuego,
de la música de resurrección
que cantan las cenizas.
Fénix.

ORSINO
¡Beatrix!
Con alegría acudo a tu llamado.
Un año transcurrió
desde aquella tarde...

BEATRIX
Entonces te amaba, Orsino,
pero preferiste los hábitos.

ORSINO
Nunca te olvidé.
Nunca dejé de quererte.
Beatrix, tu belleza
me persiguió todo este tiempo.
Formas parte de mí,
de mis sueños y deseos.

BEATRIX
Quizá te ame todavía, pero es un amor
del que nada ya espero.

ORSINO
¿Por qué? ¿Qué sucede?

BEATRIX
¿Cómo abandonar
en este palacio de miserias a mi joven hermano,
a mi madrastra,
a merced de quien a sí mismo
se llama mi padre? ¿Cómo dejar
a los que me dieron el único afecto que conocí?
A pesar de tus promesas
nada has hecho por ayudarme
a escapar de su maldad.

ORSINO
No quiso el Papa intervenir.
A pesar de sus querellas con el Conde Cenci,
nunca olvidó que tu padre es poderoso
y la fuerza inspira respeto.

BEATRIX
¡Ampárame!
¡Tú eres mi único amigo!
¡Entrega esta carta al Papa!
¡Sólo en ti confío!

ORSINO
Soy uno que se marcha después de ver la lucha final
entre el cuervo y la paloma.
Soy uno que declina reinar
en la trenza obediente del deseo
pero que estira sus miembros.
Soy uno que aligera su carga
dejándose abrigar, liviano,
por la caliente plegaria.
Soy uno que roza el amor
y de pronto sus labios,
su pulso mueren de muerte.
Soy uno que se marcha
cansado de prometerse:
sí, mañana quizás afirme algo
de lo que suele sonreír al corazón.
Hoy las amapolas, los cinco sentidos
y tantas otras cosas que la tierra concede
oscilan, no me dejan comprender.

Escena Quinta

INVITADO PRIMERO
¿Qué te indujo a tal celebración?

INVITADO SEGUNDO
Nuestra curiosidad crece.
Por favor, anuncia el motivo.

INVITADO TERCERO
Conde,
¿Qué ha sucedido?
¿Qué noticias recibiste?

CONDE CENCI
Brindo por la leyenda de los Cenci
que se concretará a través de los siglos.
CORO
Nosotros sabemos lo que habrá de ocurrir.
El pecado dibuja en su rostro
la tortuosa expresión
de los infiernos.

BEATRIX
Presiento que algo horrible ha de ocurrir

LUCRECIA
Mira
con qué placidez bebe su vino.
¡Oh, Dios! Tal vez un cambio misterioso se opera en él.

BEATRIX
Un cambio, sí...
Pero un cambio que habrá de inundar
de cenizas nuestras bocas.

CORO
Sí, sí...
Las bocas se inundarán de cenizas
y su rostro, sin ojos,
te mirará implacablemente, para siempre.

CONDE CENCI
Recibí una carta anunciando la muerte de mis hijos:
Rocco desmontado por un caballo;
Cristóbal atravesado por la espada de un rival.
¡Regocijémonos!
¡Llenad las copas!

INVITADO PRIMERO
¡Basta ya con esa farsa!

INVITADO SEGUNDO
El vino que bebemos
tiene el gusto de la sangre de sus víctimas.

INVITADO TERCERO
¡Antorchas, antorchas
para iluminar mi ruta!

BEATRIX
¡Piedad!
No nos abandonen entre sus garras...
Su crueldad no tiene límites...
Queremos abandonar este palacio
donde estarnos condenadas...
¡Aléjate de mí!
¡Nunca olvidaré que fuiste mi padre
pero ahora desaparece de mi vista!

CONDE CENCI
Tu padre tiene sed, Beatrix.
Dale de beber.
El deseo que se alza dentro de mí
quiere verse cumplido.

Escena Sexta

BEATRIX
Tu rostro está pálido y tus manos tiemblan.

ORSINO
Los mastines de Cenci me persiguieron
y apenas logré llegar hasta la puerta.

BEATRIX
Esos perros son salvajes y atacan a todos
menos a Cenci.

ORSINO
Ya me siento mejor. Por suerte
la luna no brillaba esta noche
con su habitual fulgor.

BEATRIX
Estoy impaciente por oír las noticias que me traes.

ORSINO
El Para ha rechazado tu mensaje sin abrirlo.

BEATRIX
Tengo miedo.
Un miedo que se infiltra por todo mi ser.
Pero mi debilidad será mi fuerza.

ORSINO
Mi amor nunca palideció.
Dentro de mi pasión encontrarías la paz
que tanto ansías.
Dame una palabra, una palabra para aliviar mi corazón.

BEATRIX
¡Mi padre!... ¡Mi padre!
¡Defiéndeme! ¡No te vayas!

ORSINO
¡Él no tiene que encontrarme aquí!

CONDE CENCI
¡Beatrix!...
Estabas tan hermosa
en la sala del banquete, que me sentí orgulloso,
orgulloso de que me pertenecieras.
¿No tienes nada qué decir?
Un antagonismo
que se ha ido haciendo carne en ti nos separa.
¿Ves ahora como cualquiera
de mis tentativas de acercamiento es rechazada?
En la fiesta hablaste demasiado
pero ahora que estamos a solas callas,
me miras como si yo fuera tu enemigo.
Estoy aquí impulsado
por la agobiante necesidad
de saber cómo eres realmente.
Quisiera saltar tus muros, instalarme en tu ciudadela...
Tu belleza me excita, me enloquece.
Llámalo pecado, depravación, lujuria...
El deseo me sofoca...
Las entrañas me queman...
Tu cuerpo joven en mis brazos mustios...

Escena Séptima

LUCRECIA
¡Los perros! ¡Mi Dios, los perros!
Cuando sus ladridos violan la noche,
extrañas desventuras anuncian.
Es como si algo trágico fuera a desatarse,
capaz de hacer temblar al asesino más feroz,
de consternar a las almas más perversas.

BERNARDO
Los espejos reflejan, no retienen,
es imposible meternos en el cuerpo de un espejo
o hacer que el espejo entre en nosotros,
y percibimos vacío,
vacío que alivia de aprensiones,
la aprensión de recibir favores,
aprensión en la desgracia.

LUCRECIA
¡Los perros! ¡Siempre los perros!
Sus aullidos son los sollozos de la oscura noche,
alucinantes, aterradoras, apocalípticas resonancias,
orgasmos que se proyectan hacia el infinito...

BERNARDO
Quietud y vacío,
como navegar el océano sobre una sombra,
pájaros imponiéndose silencio
de modo que ningún canto recorra sus vacíos,
vacíos,
ni sin, ni con, ni dentro, ni en el medio,
vacío sin dualismos, oquedad, sin uno y dos.

LUCRECIA
¡Oh, Dios mío, esos perros!. ..
La angustia de la vigilia me duele...
¡Ábrete noche, háblame!...

Escena Octava

LUCRECIA
¡Hija mía! Dime,
por el amor de Dios, ¿qué ha ocurrido?.
Dilo; no importa el miedo que tengo de saber
lo que tu rostro anticipa.

BEATRIX
Todavía mis pies me arrastran
aún en contra de mi deseo.
Y puedo todavía erguirme,
descifrar cuanto oigo,
ver cuanto miro.
Déjame en este pozo
donde las tinieblas son acogedoras,
y el áspero suelo, consolante.
Estoy vacía para todo
menos, para el horror.

LUCRECIA
¡Cenci! Sólo él
pudo conducirte a esto.

BEATRIX
No lo dudes, madre,
llegará un momento en que otra vez
volveré a tener hambre y sed,
y aún a sentir tu ternura.
Pero quien está delante tuyo
no es la Beatrix de ayer.
Expío hoy el crimen de haber nacido.
Soy un manojo de carne objeto de mi asco.
Corre por mis venas una sangre turbia, mancillada.
Han corrompido mis sueños.
Han arrancado mi alma
¿Qué juez me la devolverá?
Hermano:
ahora sólo puedo creer en mi propia justicia.

GIACOMO
Lo ocurrido en la fiesta de Cenci
toda Roma lo comenta.
Debemos encarar un reto;
de lo contrario nuestras vidas se derrumbarán
en fragmentos sin sentido.

LUCRECIA
¡Ni Roma es capaz de sospechar
que el peor de los crímenes
ha sido cometido!

GIACOMO
Presiento la infamia,
su inmundicia y podredumbre.
La ruina invade el Castillo de Petrella.

BEATRIX
Entre sus muros estoy prisionera.
Quisiera moverme libremente,
andar por el parque,
respirar el aire puro,
admirar los pájaros y las flores
y salir de mi propia cárcel.

GIACOMO
Sólo hay una salida:
¡Beatrix debe ser vengada!
¡Olimpio y Marzio nos ayudarán!

BEATRIX
¡Sí! ¡Sí!
¡Cenci debe morir!
¡Ahora sólo existo como instrumento de su muerte!

Escena Novena

OLIMPIO
¿No sabes quién vendrá?

MARZIO
No. Pero se trata del Conde Cenci.

OLIMPIO
Tengo mis razones para odiarlo.

MARZIO
Yo también y me juré
que él no moriría de muerte natural.

OLIMPIO
Estrangulado...
Estrangularlo con nuestras propias manos
mientras duerme.

MARZIO
Es lo mejor.
No habrá manchas de sangre
ni gritos.

OLIMPIO
Tan pronto esté muerto
lo arrojaremos por la ventana.
Así parecerá un accidente
¡Qué oscuro está todo!
Alguien llega...

MARZIO
Una mujer...

BEATRIX
¡Olimpio!... ¡Marzio!...
Aquí está el puñal.
Aquí está el dinero. Ya se saben;
empleó gran parte del tiempo en adquirir su odio,
y mucho más tiempo en gozarlo sin decirlo,
cuervo que solitario come,
ajeno a la envidia,
y no para jactarse, a la espera,
quizás, de un cielo del odio donde todos los odios
son contemplados por todos,
incluso los ignorantes del propio odio,
corruptos; y dispuesto al goce
de ser contemplado en su odio,
como aplicando una máxima:
Bueno es odiar a solas, pero es mejor
odiar en compañía,
el odio crece.

Escena Décima

CONDE CENCI
Mi hijo Rocco,
galopando por una colina
fue desmontado por el caballo...
Cristóbal, el primogénito,
bebía en una taberna,
bebía... bebía...
y la espada del rival fue más rápida.
¡Qué curioso!
Los dos murieron el mismo día...
Pero a ella la aniquilaré,
se pudrirá en Petrella.
Sólo la familia permitirá medir el grado de mi crueldad.
Pero tú seguirás allí, hastiándome,
menos digna de compartir mi lecho que un árbol,
ni siquiera capaz de abrazarme con sus ramas.
¡Más vino, más vino!
¡Bebe tú, primero, bebe tú!
Pelo quebradizo, piel reseca, andrajosos senos,
en una sola visión
todas las visiones para el exorcismo
de acompañarla rechazándola, pensarla en un basural,
el lecho como basural,
y no en la incauta,
desprevenida esperanza que aspira a probar
que entre tantos simulacros de entrega
hubo uno que remontó el cuarto
se filtró por las puertas,
quemó la casa, incendió el corazón.
¡Los perros, los perros! ¡Hagan callar a esos perros!
¡Háganlos callar!
Tengo la premonición
de que mis enemigos se aprestan para el ataque final.
Debo aguzar mis nervios
y mi astucia para descargar un golpe que los aplaste.
Amigo:
me acusas de traición pero estás en un error.
El viejo Conde Cenci es inocente.
¡Mentiras!
¡Siempre mentiste, ramera!
Durante mis ausencias
te acostabas con un guardián distinto cada noche,
¡Tú y tu inocencia ofendida!
¡Los perros!
¡Siempre esos perros cómplices
de antiguas cacerías ahora también
mis enemigos!

Escena Undécima

GIACOMO
Allí está… dormido...

BEATRIX
¿Y bien?

MARZIO
¡No! ¡No podemos hacerlo!...

GIACOMO
¿Qué quieres decir?

OLIMPIO
... Sus ojos entreabiertos me espantan...

MARZIO
...lo oigo hablar en sueños y el terror me paraliza...

BEATRIX
¡Cobardes! ¡Vayan!
Si no, lo mato yo misma y los acuso de su muerte.
¿Ha muerto?

Escena Duodécima
BERNARDO
Dos veces al año florecen sus rosas
y dos veces la ceniza en el cacto
las fases de la lluvia.
Dos veces al año
mi hogar entre rosas,
¡oh, presencia de un hogar
que tus dioses borraron!.
Dos veces la nostalgia
ensombreciendo, aplastando rosas.
Yo lo vi la mañana cuando lo llevaban.
Aún muerto, una expresión de enojo
se dibujaba en su rostro...
la mueca final antes del encuentro
con los gusanos...
¡Qué extraño suceso!
¡Jamás conocí días de tanta paz desde que él murió!

ORSINO
Han descubierto el cuerpo de Cenci
y han ordenado el arresto
de todos ustedes.
Los guardias están ya cerca del palacio
y pronto llegarán.

LUCRECIA
¡Dios mío! ¡Oh, Dios mío!

BEATRIX
¡Cuenta qué ha sucedido!

ORSINO
A Olimpio lo mataron pero Marzio escapó.
Bebió demasiado y contó a todos
cómo Cenci había sido asesinado.
Cuando lo encarcelaron
negó cuanto había dicho
pero bajo el castigo confesó.
Monté mi caballo más veloz para prevenirlos
antes de la llegada de los guardias.

BEATRIZ
Roma ya conoce la pasión que nos unió.
Mi vida ahora peligra... Vacilo, titubeo,
oscilo entre un amor lejano y ya marchito
y el lacerante terror a la tortura.
¡Huiré, me ocultaré, franquearé las fronteras,
me salvaré, Beatrix, me salvaré!

LUCRECIA
¡Todo está perdido!
A medida que la muerte se aproxima
una extraña calma me invade.
En el ocaso, cuando el cielo ya se cierra,
estamos juntos como antaño.
Mientras la visión doliente y remota
del pasado se desvanece,
el peligro nos espía,
la fatalidad nos alcanza,
la desventura nos guarece.
Derrotas, fracasos, cataclismos, hieles, la vida,
amarga, dura y triste, agoniza desesperadamente.

Escena Decimotercera

CORO
Temprana
vas a la semilla esparciendo náusea en su fermento;
ahogo, carcoma que hiere el alma de insulsez,
como peregrino
no morador del instante; huidizo coágulo
donde, apenas estoy ya no estoy,
descartada la suprema avaricia
de ganar tu cuenca con un fin absoluto, unánime,
fuera del aquí y ahora.
Voto de corrosión evidencia perpetua,
tanto codiciar de ojos,
tanto filtrar tu quietud,
ansío anularte.
Nada, en las mudanzas
que prohíjas,
como el desamado
cura y socava
su llaga irremplazable infinitamente,
y de gustarte vive; ansío,
y mi cavilar remonta la joven, ida riqueza de ignorarte,
encontrando tu carro, tu atroz veleta,
atascados en la eternidad mientras tejes y destejes
el ridículo fracaso humano.

BEATRIX
¡No!
¡No soy culpable!
¡No quiero morir!
¡Conmigo muere la vida,
la juventud, la esperanza!

Escena Decimocuarta

BEATRIX
Estoy preparada para lo peor,
y lo peor será mi destino;
pero aún así
hallo consuelo en el hecho que me costará la vida.
(Subsistiré, subsisto,
ser del pimpollo,
ser del transitorio pez,
naturaleza como mezcla.
Apenas anunciada
la permanente degradación
me empuja al cambio,
inimaginable consumo
de fuego elemental...)
Es más fácil morir habiendo muerto Cenci,
que vivir con Cenci carcomiendo mis entrañas
(...de fuego elemental, agua, aire, tierra,
y formas que nunca nacen por ya engendradas,
actuales y futuras, retrospectivas formas
repitiéndome en todos,
y yo todo y todos,
cargado a una inmortalidad llamada muerte...)
En la muerte encontraré mi única forma de vivir
¡La muerte! ¡La muerte!
(...muerte,
cuando el odio me disocie,
y lo oscuro sea recompensa; amor,
cuando presunta pureza
me identifique en un lugar,
interior tentativa de conservación,
la única que pueden permitirme tiempo y especies.)

BERNARDO
El guardián no ha corrido el cerrojo.
¿Qué significa esto?

GUARDIA
Beatrix Cenci, nos han enviado
para llevarte al cadalso.
El verdugo está pronto.

CORO
¡El verdugo está pronto!
¡La muerte te espera!
Sancta María, Ora pro nobis
Sancta Dei Genetrix, Ora pro nobis

BEATRIX
¡No, la muerte no!
¡Tengo miedo del infierno!
¡Allí encontraré a mi padre
debatiéndose entre las llamas,
mirándome implacablemente
con sus ojos fijos,
muertos,
para siempre!...

Digitalizado por: 
José Luis Roviaro  2011

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