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EL PECADO DE INCREDULIDAD

David Wilkerson (1931-2011)
La incredulidad aflige el corazón de Dios más que cualquier otro pecado.
Nosotros, los cristianos, clamamos contra los pecados de la carne, pero a Dios
le preocupan los pecados del corazón: dudar de su Palabra o cuestionar su
fidelidad. Los problemas reales de la vida y la muerte tienen más que ver con
la forma en la que una persona piensa que con lo que hace.
He conocido cristianos que abandonan todos los pecados de la carne en los
que puedan pensar, pero a pesar de “limpiar sus acciones”, todavía siguen
inquietos e insatisfechos. Ellos creyeron equivocadamente que a Dios le
agradaría si abandonaban su pecado secreto, que las bendiciones fluirían
automáticamente. Pero los pecados de la carne son sólo parte del problema.
Ellos aprendieron solamente a temer al Señor, pero no a confiar en él; y el
temor casi siempre da a luz la incredulidad.
A través de su Palabra, Dios ha proporcionado bondadosamente, una manera
segura de tener absoluta confianza en él.
“Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás, y tu sueño será
grato. No tendrás temor de pavor repentino, ni de la ruina de los impíos
cuando viniere, porque Jehová será tu confianza, y él preservará tu pie de
quedar preso” (Proverbios 3:24-26).
“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón” (Hebreos
10:35).
“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa
conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en
cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le
hayamos hecho” (1 Juan 5:14-15).
Estas son promesas maravillosas de nuestro Padre celestial. ¡No te rindas ante
el miedo o la duda! Trata con la incredulidad como lo harías con cualquier
otro pecado abominable. Determina en tu corazón, confiar en el Señor; y
recuerda las palabras del salmista: “No tendrá temor de malas noticias; su
corazón está firme, confiado en Jehová. Asegurado está su corazón; no
temerá” (Salmos 112:7-8).

 
 
 
 

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