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Tema 25: La civilización grecolatina.

TEMA 25: LA CIVILIZACIÓN GRECOLATINA.

1– Introducción.
2– LA GRECIA ARCAICA.
3– LA GRECIA CLÁSICA: ENTRE LA DEMOCRACIA ATENIENSE Y LA
DICTADURA ESPARTANA.
4– EL PERÍODO HELENÍSTICO.
5– LA CULTURA EN GRECIA
6– LOS FUNDAMENTOS ROMANOS: LA ROMA REPUBLICANA.
7– LA CONQUISTA DEL MEDITERRÁNEO Y LA CRISIS DE LA
REPÚBLICA.
8– EL IMPERIO Y LA "PAX ROMANA".
9– LA CRISIS DEL MUNDO ROMANO.
10– LA RELIGIÓN Y LA VIDA INTELECTUAL ROMANAS.
11– BIBLIOGRAFÍA

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Tema 25: La civilización grecolatina.
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1– Introducción.
Sin Grecia y sin Roma, seríamos muy distintos a lo que somos. Sus conceptos y sus valores
pesan sobre nosotros con una insistencia demasiado compleja y polifacética para que pueda
resumirse con simples expresiones metafóricas relativas a la aportación, el legado o la herencia
que debemos a aquellos pueblos. En algunas materias, como la contribución de los clásicos a
nuestras concepciones políticas, o algunos aspectos centrales de los mensajes de Virgilio o
Cicerón, su acción sobre el mundo ha sido continua, de suerte que es posible seguir eslabón tras
eslabón la cadena directa de la herencia a través de los siglos que nos separan de la Antigüedad.
Y, sin embargo, incluso en tales puntos básicos, en muchos períodos se han producido
renacimientos, renovaciones debida más a una resurrección intencional que a los lazos de
continuidad. Cuando Cola di Rienzi, en el siglo XIV, intentó restablecer la República Romana, lo
hizo no sólo porque se sentía heredero de una tradición continua, sino porque había
"redescubierto" Livio. La mitología clásica nos proporciona más de un atajo para llegar al
conocimiento de cómo eran los griegos y los romanos, y al tiempo ha servido como un poderosa
elemento de transmisión entre las culturas clásicas y las posteriores, como una forma de
transmisión de valores implícita: así, la figura del Buen Pastor es una adaptación de la figura de
Orfeo, como muchas fiestas del santoral cristiano consisten en un ligero cambio de nombres y,
menos aún, de motivos ornamentales, de las fiestas tradicionales apolíneas o dionisíacas (pese a
la contradicción aparente que pueda existir entre el talante respectivo). Los mitos, esa gran
aportación de la cultura grecolatina que son los mitos, tal vez respondan a prototipos universales,
arquetipos (para Eliade constituyen "toda imagen primordial... portadora de un mensaje que hace
referencia a la condición humana"); pero muchos de los mitos definidos por dicha civilización han
influido de forma decisiva en nuestra conducta: tal es el caso del mito de Edipo, el de Narciso, el
de Prometo...
Tanto el catolicismo como la ortodoxia se remontan al cristianismo del Imperio romano,
como demuestran sus respectivas lenguas latina y griega. La división entonces establecida
marcará una división aún sólidamente asentada, dos "mundos" culturales férreamente marcados.
Porque no todas las influencias recibidas han sido positivas (lo que, el mito de esa antigüedad
idílica, no siempre ha querido reconocer con ecuanimidad): el legado en política internacional
que hemos recibido de la antigüedad grecolatina ha resultado, las más de las veces, catastrófico.
Los griegos, con sus agresivas querellas de ciudad a ciudad, y los romanos, con su agresivo
imperio impuesto por la fuerza –que sólo en tiempos de Adriano constituyó una verdadera
unidad supranacional relativamente pacífica–, constituían ejemplos muy deficientes para sus
sucesores, los estados nacionales. Cierto que fue gracias al mundo grecorromano y gracias a la
paz romana que el cristianismo encontró las condiciones que le permitieron sobrevivir y
difundirse, con lo que Europa encontró un elemento de identidad cultural sin precedentes hasta
entonces: la vida de un ciudadano de cualquier punto del marco grecolatino durante la Edad
Media está presidido por las mismas imágenes mitológico–religiosas, las mismas creencias, hasta
cierto punto las mismas aspiraciones vitales, etc.
A lo largo del primer milenio a.C. se desarrollaron las civilizaciones de Grecia y Roma, cuyo
ámbito geográfico fue la cuenca del Mediterráneo. La etapa arcaica de Grecia comprende
aproximadamente desde la invasión de los dorios, en el 1200 a.C., hasta el siglo VI. Los siglos V
y IV a.C. constituyen el período clásico. Atenas, la ciudad más próspera de Grecia, defendió la
libertad del mundo heleno al vencer, en los albores del siglo V, a los persas en las "guerras
médicas". La gran figura política de la vida ateniense de ese período fue Pericles. Las disputas
entre Esparta y Atenas,e n los últimos años del siglo V a.C., dieron lugar a las llamadas "Guerras
del Peloponeso". Estas disensiones fueron aprovechadas por los macedonios, que a mediados del
siglo IV a.C., bajo dirección de Filipo, unificaron el mundo griego. El hijo de Filipo, Alejandro,
conquistó el extenso Imperio pesa, abriendo así la tercera etapa de la historia de Grecia, el
período helenístico, que duró hasta la conquista romana, a mediados del siglo II a.C.

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Roma, que había sido fundada, según la tradición, en el año 753 a.C., estuvo gobernada
hasta el 509 por una monarquía. A ésta le sucedió una república, bajo la cual se unificó el espacio
italiano. Después Roma entró en pugnan por los cartaginenses ("Guerras Púnicas") y se lanzó a la
conquista del Mediterráneo, lo que logró entre los siglos III y II a.C. La primera Guerra Púnica
(entre 264y 241 a.C.) se motivó por rivalidad política y económica. Se inició cuando un
grupo de soldados de Campania cercados en Mesina solicitaron ayuda a Roma y Cartago
contra Hierón II de Siracusa. Los romanos respondieron a esa petición con la intención de
expulsar a los cartagineses de la isla. Tras de construir su primera gran flota, los romanos
derrotaron a los cartagineses en la batalla de Milai ( año 260) cerca de la costa norte
siciliana, pero no consiguieron ocupar la isla. Cuatro años después el ejército romano de
Marco Atilio Régulo estableció una base en el norte de África, pero al año siguiente el ejército
cartaginés capturó al general. El conflicto terminó con una batalla naval en el 241., en la que
los romanos tomaron Sicilia. Más tarde conquistaron Cerdeña y Córcega..
Amílcar Barca se dedicó a fortalecer el poder cartaginés en Hispania, para compensar la
pérdida de Sicilia. Su hijo Aníbal tomó el mando del ejército cartaginés y capturó Sagunto, una
ciudad hispánica aliada de Roma. Ello desencadenó la segunda Guerra Púnica (218-201). Aníbal
marchó con un gran ejército con escuadrones de elefantes, a través de los Alpes y atacó a los
romanos en Italia antes de que estuvieran preparados para la guerra, consolidando una buena
posición en el norte del país. Hacia el 216 a.C. obtuvo dos importantes victorias, en el lago
Trasimeno y en la ciudad de Cannas, llegando al sur de Italia. Cartago le envió insuficientes
refuerzos hasta el 207 a.C., cuando su hermano Asdrúbal salió de Hispania con un ejército para
unirse a él. Asdrúbal cruzó los Alpes, pero fue derrotado en una batalla en el río Metauro, en el
norte de Italia. Mientras, el general Publio Cornelio Escipión “el Africano” había derrotado
a los cartagineses en Hispania, y en el 204 a.C. desembarcó en el norte de África. Los
cartagineses llamaron a Aníbal para defenderse contra Escipión, pero fue derrotado en la batalla
de Zama en el 202 a.C. Esta batalla marcó el final de Cartago como gran potencia y terminó con
la segunda Guerra Púnica. Los cartagineses entregaron Hispania y las islas del Mediterráneo que
aún poseían, renunciaron a su armada y pagaron una fuerte indemnización a Roma.
En el siglo II a.C., Cartago continuó comerciando, y, aunque era una potencia menor, su
resurgimiento acabó por irritar a Roma. En el 153 a.C., los discursos del censor Catón el Viejo
incitaron aún más a los romanos contra los cartagineses. Una violación, sin importancia, del
anterior tratado por parte de Cartago, dio a los romanos el pretexto para empezar la tercera
Guerra Púnica (149-146 a.C.). Bajo el mando de Publio Cornelio Escipión Emiliano, capturaron
Cartago, la arrasaron y vendieron a los habitantes sobrevivientes como esclavos.. El sistema
republicano, en crisis en el siglo I, dio paso, con Augusto, a la formación del Imperio, que alcanzó
su máxima expansión en le siglo II, entró en el crisis en el siglo II y desapareció en el siglo V.
Pero es obligado referirse a la influencia que tendrán las civilizaciones griega y latina sobre
el mundo occidental. La civilización de la Grecia clásica constituye una de la fuentes básicas de la
civilización occidental. En Grecia nacieron, por citar sólo algunas de sus influencias, el
pensamiento filosófico racionalista, el teatro, el canon antropométrico, los patrones e ideales
estéticos occidentales que aún persisten, el realismo escultórico, la armonía... y, según el tópico
circundante, la democracia. La "democracia", sin embargo (y eso nos da idea de un modelo de
transmisión entre la civilización clásica y la actual no lineal ni susceptible de simplicaciones), no
fue ni muchos menos una conquista real griega: aún a riesgo de no hacer la debida justicia a más
de un experimento, debe añadirse que los antiguos nunca llegaron a captar plenamente la idea del
gobierno representativo. Los intentos decimonónicos de ver en Grecia y Roma los antepasados de
nuestra "democracia", y no también de otros sistemas más autocráticos de los tiempos modernos,
van muy descarriados. Es verdad que el gobierno parlamentario occidental puede hacerse
remontar –con aditamentos teutónicos– a antiguos procesos evolutivos, pero mismo puede
hacerse con casi todas las clases de régimen autoritario, incluyendo el comunismo marxista
(¿heredero del sistema espartano?).

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Roma ha transmitido a la civilización occidental un legado del que cabe destacar la lengua,
el derecho (en el siglo VI, Justiniano estableció en Constantinopla una comisión que redactó un
corpus de Derecho Civil en el cual se ordenaban y ponían la día las numerosas compilaciones del
sistema legal romano, que constituía una de las más asombrosas y permanentes creaciones de la
antigüedad clásica; Cicerón y Virgilio inspiraron la Declaración de la Independencia americana,
con su doctrina de la "Ley Natural" y los "inalienables derechos del hombre"), la organización
territorial, las obras públicas, el espíritu pragmatista (frente al idealismo griego). La propia
concepción política actual, el espíritu de la confrontación pacífica política, es deudora de la
oratoria clásica: al transmitirnos el mundo clásico la incomparable elocuencia de sus oradores e
historiadores, nos ha enseñado una parte muy importante de nuestro arte político.
Pero quizá la conquista fundamental de la antigua Roma fue la unificación de la cuenca del
Mediterráneo, tanto desde el punto de vista político (creación del estado universal) como desde el
cultural (creación de la romanización). No obstante, la civilización romana se desarrollo a lo largo
de un proceso complejo, que puede dividirse en diversas etapas. La primitiva Roma unificó la
península Itálica. La conquistas del Mediterráneo constituyó la segunda fase del período, y modificó
radicalmente la fisonomía de la ciudad del Tíber. Por último, la creación del Imperio significó la
culminación de la expansión romana.
Tras el paréntesis medieval (en el que sin embargo persisten poderosos influjos de las formas
de organización y gobierno romanas: no hay un salto radical entre tiempos de finales del Imperio
y los del dominio de los pueblos germánicos, perviviendo además el Derecho romano
parcialmente), el Renacimiento recuperará a nivel de formas de pensamiento, estética y vida un
amplio elenco de influencias grecolatinas. Nuestra forma de vestir, los gustos cromáticos (el
sentido de armonía), los gustos arquitectónicos, buena parte de nuestro sistema legal, el
racionalismo y no pocas de nuestras señas de identidad actuales hunden sus raíces en las
civilizaciones griega y romana de la antigüedad.

2– La Grecia arcaica.
Mientras Creta desarrollaba la cultura de los palacios, las gentes del Heládico medio se
preocupaban por establecerse en la Grecia continental. No sabemos de qué parte llegaron a
Grecia los invasores del Heládico medio ni los constructores del nivel VI de Troya. El pueblo del
Heládico medio era guerrero, como ponen de manifiesto las fortificaciones de Egina, en Malti,
Micenas y Torinto. Hacia el 1600 a.C. la cultura cretense fue adoptada de pronto en Micenas,
alcanzando un gran nivel de riqueza, que resulta difícil explicar por la gran rapidez con que se
produce. No parece que el pueblo Heládico medio dispusiera de los medios suficientes como
para producir la riqueza que Schiliemann y otros arqueólogos encontraron, por lo que puede
deducirse que hubo una invasión extrajera que se impuso a la población indígena. ¿Quiénes
podían ser dichos extranjeros? La tradición griega recordaba los nombres de dos pueblos que
gobernaron en Micenas: los danaos y los aqueos.
La invasión de los aqueos, a mediados del segundo milenio a.C., dio lugar al nacimiento de
la denominada civilización micénica (pues su principal ciudad es Micenas). Tras someter a las
poblaciones indígenas, los aqueos destruyeron la civilización cretense (1400 a.C.). Hacia el 1450
a.C. se había establecido en Cnosos una nueva dinastía belicosa, sin duda procedente de la Grecia
continental, a la que correspondería otro tipo de escritura (denominada lineal B), tumbas de
guerreros en forma de tholos iguales a las de Micenas, etc., que se supone corresponden a una
invasión aquea. Sin embargo, hacia el 1400 a.C. fue destruido el palacio de Cnosos, tal vez
porque los aqueos micénicos temieran el creciente poder de la dinastía cretense, o bien porque
los cretenses se alzaran contra los dominadores griegos, período al que sucederá en todo caso
una decadencia de la isla.
Hacia el 1300 a.C. Micenas era, con mucho, la más rica de las ciudades de Grecia: estaba
provista de sólidas murallas, suntuosas tumbas, lujosos palacios... Ni siquiera Tebas podía
comparársele. Micenas domina a las ciudades del entorno. Sin que se conozcan exactamente las
razones, los aqueos micénicos destruyeron Troya. Según la Ilíada, la lucha se debió al interés por
rescatar a Helena, esposa de Melenao, que había sido raptada de Esparta por el troyano Paris.
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Más bien podría pensarse en motivos de tipo estratégico, por la disputa de los mismos territorios.
El Estado micénico se parecía más a las grandes burocracias del Próximo Oriente que a
cualquier ciudad griega anterior a la época helenística.
Pero hacia el 1200 a.C., una nueva invasión, la de los dorios, puso fin a su vez a la
civilización micénica: las complejas sociedades de los palacios aqueos fueron barridas en el curso
de unas invasiones de efectos tan desastrosos que Grecia necesitó cuatro siglos para recobrarse
por entero. Tras el esfuerzo de la invasión de Troya, la economía micénica acusaba las
aportaciones a la guerra. Según Homero, muchos de los dirigentes y héroes aqueos, como Ulises
o Melenao, con frecuencia se encontraban en aventuras de conquista por el Mediterráneo. Los
nuevos invasores, los dorios (descendientes de Heracles, según Homero), eran griegos, pero no
parece que estuvieran fuertemente influidos por la cultura minoica, como había ocurrido por los
micénicos. Cuando invadieron el Peloponeso, destruyeron los grandes palacios de Pilos y
Micenas y expulsaron a la mayor parte de los habitantes. Los invasores llegaron en dos grupos
principales: los primeros se asentaron en Argos, y los segundos en Esparta. Sólo después los
dorios de Esparta empezaron a extender su territorio mediante la conquista de sus vecinos. Los
dorios poseían armas de hierro, lo que le proporcionaba una superioridad militar neta sobre los
aqueos, quienes se vieron obligados a huir, asentándose en Asia Menor. No obstante, la
ocupación de Grecia por los dorios no fue total: en el Ática, por ejemplo, vivían los jonios.
El mejor testimonio para el conocimiento de la sociedad griega de los siglos que siguieron a
la invasión de los dorios lo constituyen, sin duda, los poemas homéricos (la Ilíada y la Odisea
(auténtica Biblia griega, del VIII a.C.), cantos de diversas épocas, recogidos más tarde por el
rapsoda Homero, que narran la destrucción de Troya por los aqueos). El mundo griego, desde el
punto de vista político, era un mosaico de ciudades independientes o polis. En ellas ejercía un
predominio indiscutible la aristocracia. Una oligarquía de eupátridas (literalmente, "los bien
nacidos") poseía grandes propiedades territoriales, tenía la fuerza militar (sólo ellos podían
mantener un caballo y disponer de un armamento muy costoso), y acaparaban el poder político,
especialmente tras la desaparición de los reyes, que sólo subsistieron y con un poder
exclusivamente simbólico, en algunas ciudades. Era una sociedad belicosa, tal como la describe la
Ilíada, en la que la masa popular no desempeñaba un papel significativo. Los aristócratas
justificaban su predominio con el hecho de que únicamente ellos pertenecían a los genos
(agrupación de todos los que descendían de un antepasado común). Pero, al parecer, los genos
fueron creados artificialmente por los propios aristócratas con la finalidad de dar apariencia legal
a su posición: tal vez por eso las genealogías, casi interminables, llenan buena parte de las obras
literarias citadas.
Pero durante los siglos VIII–VI a.C. se producen grandes transformaciones económicas y
sociales, que tienen inmediata repercusión, tanto en la vida política como en la espiritual. Uno de
los acontecimientos más singulares de la época fue la colonización. El aumento de la población y
la falta de tierras incitaron a muchos griegos a salir del país, en busca de mejores asentamientos.
Así se fundaron colonias en el Mediterráneo oriental, en el sur de Italia, en Sicilia y en el
Mediterráneo occidental. En las colonias, los griegos conservaban las costumbres de su
metrópoli de origen, con la que mantenían estrechos lazos. La colonización, unida a la difusión
de la moneda, que desde Lidia pasó a Grecia en el siglo VII a.C., dio un gran impulso al
comercio y, por tanto, a la artesanía y a la fabricación de navíos. Cobró así notable fuerza un
grupo social compuesto de armadores, hombres de empresa y comerciales, es decir, el grupo que
se ha beneficiado de la expansión mercantil, pero que no pertenece a la élite guerra anterior.
Esta clase social deseaba romper el monopolio político que ejercían en las polis los
aristócratas. En esta batalla encontró el apoyo de los pequeños campesinos, los cuales, agobiados
por las deudas, se hallaban al borde del caos. Por su parte, la difusión de armas más ligeras, que
permitía a sectores más amplios de la población tener acceso al ejército, también contribuyó a
atacar la base del poder oligárquico.
Estas transformaciones económicas y sociales se reflejaron rápidamente en la vida política de
las polis griegas, con la única excepción de aquellas que, como en el caso de Esparta, no habían
participado de la colonización. La aristocracia fue perdiendo terreno, al tiempo que se
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configuraba un sistema de gobierno democrático. Este proceso se desarrollo en una serie de


etapas. Primero aparecieron los legisladores, que redactaron la ley para que ésta no fuera un
monopolio de los aristócratas. La fase siguiente fue la de los tiranos, que hicieron una política de
apoyo a los humildes, aunque al final nadie soportara su autoritarismo. Pero una vez
desaparecidos los tiranos, ningún obstáculo se opuso al triunfo de la democracia.
La vida espiritual también se vio conmovida por los profundos cambios que estaba
experimentando el mundo griego. Si en los primeros siglos la epopeya homérica había
simbolizado los ideales del helenismo, en la época de la colonización y de la génesis de la
democracia se desarrollaron nuevas fueras de expresión literaria, como la lírica. Al mismo tiempo
nació el teatro, que brotó de los diritambos que se celebraban en torno al altar de Dionisos, dios
del vino. Pero la gran conquista intelectual de la época arcaica fue el nacimiento de la filosofía.
Los principales focos de la vida intelectual se localizan en Jonia (zona costera del Asia Menor).
Tales de Mileto insistía en el principio único (la existencia de un "generador" universal), Heráclito
en el cambio ("el río es agua que fluye": nada permanece quieto), Parménides en lo permanente.
Lo importante es que por primera vez se había aplicado la razón y rechazado la mitología, pese a
lo precario de las primeras teorías filosóficas y cosmovisiones.

3– La Grecia clásica: entre la democracia ateniense y la dictadura espartana.


Después de salvar los griegos la dura prueba que supuso el enfrentamiento con los persas
(guerras médicas), se inició el período más brillante de su historia, la época clásica por excelencia,
en la cual crearon las obras más importante que han legado a la posteridad. Una de éstas fue la
democracia, nuevo concepto de la organización política de la comunidad, que contrastaba con los
regímenes despóticos del antiguo Oriente. No obstante, esta nueva concepción socio–política no
será general, persistiendo en otras ciudades el viejo sistema de gobierno aristocrático.
Atenas es la ciudad que mejor ejemplifica la democracia. A ésta se llegó definitivamente tras
las reformas de Clístenes, que puso final a la larga lucha sostenida para desbaratar a la oligarquía de
los eupátridas. Pero para comprender el sistema democrático es preciso conocer, antes, los
fundamentos económicos y sociales en que aquél se basaba. Su historia anterior al siglo VII a.C. es
casi una incógnita. Con sus 2.600 Km. cuadrados, Atenas se asemejaba más a un "país" que
cualquiera otra de las polis.
Aunque la actividad agraria era la que ocupaba a mayor número de personas, dedicadas al
cultivo de productos mediterráneos (olivo, vid), habían alcanzado un notable desarrollo la artesanía
(objetos metálicos y cerámica), la fabricación de barcos y la explotación minera. Igualmente era muy
atractivo el comercio. Por el puerto de El Pero salían los productos que Atenas exportaba y a él
llegaban los que importaba (granos, madera, lana). Desde el punto de vista social la población del
Ática estaba integrada por tres grupos fundamentales: ciudadanos, extranjeros y esclavos. Se ha
calculado que de unos 400.000 habitantes que tenía el Ática en el siglo V a.C., la mitad eran
esclavos. El ideal de vida de los griegos era el tener esclavos que les liberasen de la "baja" cuestión
de la manutención, y les permitieran esa vida más elevada consistente en el culto al cuerpo y al
espíritu (encarnados en ese centro de formación integral de la persona que constituía el gimnasio). A
los esclavos se les ocupaba en los talleres artesanales, las minas, las ocupaciones domésticas o los
servicios estatales, siendo considerados como objetos a nivel jurídico. Los esclavos eran la fuerza de
trabajo esencial de aquella sociedad. Por lo que respecta a los ciudadanos, había una minoría de
grandes privilegiados (las viejas familias aristocráticas y los recién enriquecidos por el comercio), un
sector popular modesto (básicamente pequeños campesinos y marinos) y una amplia masa de
desheredados.
Cuando se habla de la democracia ateniense hay que tener en cuenta que ésta sólo afectaba
los ciudadanos, y dentro de ellos a los varones de más de 18 años de edad, lo que venía a constituir
una vigésima parte del total de habitantes.
La adquisición de la democracia ateniense fue un proceso gradual. Partiendo de la
superpoblación y del descontento social, los nobles de Atenas demostraron gran sentido común. En
lugar de intentar reprimir por las armas (como hubieran podido) a quienes protestaban, eligieron a
Solón, noble de escasos recursos que había visto el mundo exterior en su calidad de mercader, como
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jefe de Estado hacia 594 a.C., con poderes dictatoriales: procedió a cancelar las deudas y decretó
que nadie sería en el futuro hecho esclavo por impagos; con los fondos públicos compró esclavos de
fuera del país; prohibió la exportación de cereales para evitar su escasez y hacer bajar su precio;
estableció que todos los hombres libres, también los que no poseían tierras, pudieran ser admitidos
en la Asamblea (aún sin tener armadura), y que los 9 arcontes anuales (el principal o regente –
epónimo–, el rey de asuntos religiosos –basileus–, y los seis arcontes judiciales de inferior categoría)
serían elegidos por la Asamblea –aunque fueran de la clase ecuestre– y la debieran rendir cuentas (en
caso se ser aprobada su gestión, pasarían a formar parte del Areópago o consejo de ex–arcontes).
Para evitar un excesivo poder de los eupátridas, creó el Consejo, órgano encargado de preparar los
asuntos de la Asamblea, compuesta pro 400 ciudadanos –luego 500– elegidos por sorteo entre
quienes se prestaban a ello y habían sido previamente investigados por el Areópago. En una segunda
fase, Pericles, se profundizó en dicho sistema.
El órgano fundamental en que se basaba la democracia era la Eclesia o asamblea del pueblo.
En ella participaban todos los ciudadanos, que podían exponer libremente sus opiniones. La Eclesia,
que se reunía tres o cuatro veces al mes, votaba las leyes, decidía la paz o la guerra y elegía a ciertos
magistrados. A su lado funcionaba otra asamblea, la Boulé, integrada por 500 miembros sacados a
suerte (50 miembros de cada una de las 10 tribus en que estaba dividida la población del Ática) La
Boulé, que era una especie de órgano permanente de gobierno, redactaba los proyectos de ley, antes
de someterlos a la Eclesia. La justicia la ejercía el Helieo, un tribunal popular compuesto por 6.000
miembros, también sacados a suerte. Para ejecutar las leyes estaban los magistrados: los diez
arcontes, sorteados igualmente, y los diez estrategas, únicos magistrados elegidos por la Eclesia y
que podían ser reelegidos. Este fue el caso de Pericles, reelegido para el cargo de estratega durante
catorce años. Los ciudadanos recibían una indemnización por participar en las actividades políticas.
Por su parte, el ostracismo posibilitaba el destierro de la ciudad, previa votación de la Eclesia, de
cualquier ciudadano que se considerase peligroso para la vida de la polis.
No pueden ocultarse las graves limitaciones que presentaba la democracia ateniense. Por de
pronto, la intensa actividad política de los ciudadanos era posible, en primera instancia, por el
trabajo de los esclavos. Las ciudades de la Liga de Delos, especie de imperio creado por Atenas en
su exclusivo beneficio, tenían que pagar elevados tributos a la metrópoli. Además, pese a la igualdad
teórica de todos los ciudadanos que acudían ala Eclesia, los más poderosos consiguieron imponer
sus puntos de vista y sus intereses. Pero en cualquier caso, la democracia ateniense fue una
conquista transcendental.
En el 431 a.C. se produjo la guerra entre una potencia marítima y otra terrestre, Atenas y
Esparta, ninguna significativamente más poderosa que la otra. Atenas, bajo excusa de la amenaza
médica, había articulado una estructura militar (la Liga del Peloponeso) que había acabado por
constituir una fuente de dominio ateniense sobre otras polis (administraban el Tesoro de dicha liga
en beneficio propio). Los peloponesos pudieron invadir el Ática con su irresistible fuerza y arruinar
los pueblos y caseríos, pero no pudieron hacer nada con la Atenas comercial, unida al mar por
medio de sus inexpugnables "muros largos"; Atenas tampoco pudo hacer otras cosas que tomarse
una revancha sin consecuencia saqueando las costas del Peloponeso.
Esparta ofrece el más agudo contraste con Atenas. Un reducido grupo de ciudadanos,
descendientes de los dorios, detentaba todos los derechos, mientras que un elevado número de
esclavos, los hilotas, trabajaban la tierra. Los ciudadanos vivían en permanente estado de guerra,
pues temían que en cualquier momento estallara una rebelión de los esclavos. De ahí que desde
pequeños estuvieran dedicados a una vida militar de gran dureza y de una rígida disciplina,
caracterizada por los violentos ejercicios físicos y, en ocasiones, el asesinato de hilotas sospechosos
de rebeldía. Desde el punto de vista político, aunque había una asamblea integrada por todos los
ciudadanos (la Apela), el poder lo ejercía un grupo de ancianos, que formaban la Gerusía, y cinco
éforos, especie de magistrados. Los dos reyes, que se encontraban a la cabeza de la ciudad, tenían
sólamente un papel honorífico. Este sistema de gobierno se perpetuó durante siglos.

4– El período helenístico.
Salvo en esta última etapa de la historia de Grecia, nunca hubo unidad política entre los
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griegos (aunque sin embargo pronto tuvieron conciencia de pertenecer a una misma cultura, pues
hablaban la misma lengua y tenían las mismas creencias religiosas: el miedo a caer bajo dependencia
personal –esclavitud– o colectiva –dominio, conquista– de otros, una de sus peores pesadillas, hacía
de los griegos unos celosos guardianes de su autonomía)
La rivalidad que estalló entre las ciudades griegas y que desembocó en la guerra del
Peloponeso, con la ruina de todos los combatientes, facilitó la conquista final de Grecia por los
macedonios. Macedonia era un territorio situado al norte de Grecia, con un sistema de gobierno
monárquico y unas formas de vida bastante arcaicas. A mediados del siglo IV a.C., Filipo, rey de
Macedonia, apoyado por su ejército (las famosas falanges), conquistó toda Grecia. Su hijo
Alejandro (conocido como Alejando Magno), no sólo consolidó la unidad griega, sino que se lanzó
a una campaña contra los persas que culminó en la creación de un imperio de dimensiones
gigantescas, pues llegaba hasta la India. Alejandro Magno había pretendido fundir a los antiguos
enemigos, griegos y persas. Pero cuando murió, en plena juventud, su imperio se disgregó,
fragmentándose en las llamadas monarquías helenísticas. No obstante, desde esas fechas hasta la
conquista romana floreció en las tierras del antiguo imperio de Alejando un tipo uniforme de
civilización, denominada helenística, caracterizada por la difusión de l griego en un ámbito universal,
si bien influido por elementos orientales.
Desde el punto de vista económico, el rasgo más característico de la época helenística es el
incremento de las relaciones entre las distintas monarquías que se formaron a la muerte de
Alejandro. En la agricultura, la pequeña propiedad, aún importante en grecia, entró en declive, pues
no podía competir con al producción agraria de los latifundios de Egipto o Persia. La producción
artesanal aumentó, alentada por la creación de talleres reales (en ciudades como Alejandría o
Pérgamo), en lo que se fabricaban objetos de cerámica, textiles y vidrios. el comercio adquirió un
enorme desarrollo, no sólo entre las diferentes regiones del antiguo imperio de Alejandro, sino
también con Asia oriental, de donde venían especies, perfumes y tejidos de seda y algodón. La vida
urbana cobró gran importancia. El propio Alejandro y sus sucesores fundaron numerosas ciudades.
Rodas, Antioquía o Alejandría simbolizan la vida urbana en esa época. Se incrementó la circulación
monetaria, aparecieron bancos y se desarrollaron los préstamos usurarios.
Como consecuencia de esa actividad económica surgió un grupo social (una especie de
burguesía) que acaparó las grandes fortunas y podía hacer espléndidas donaciones para obras
culturales. Pero paralelamente se acentuó el empobrecimiento de la capas populares, perjudicadas
por la inflación y la concurrencia de mano de obra esclava. Por tanto, se agudizó el contraste entre
rico y pobres, y con ello aumentó la tensión social.
Las monarquías que se formaron a la muerte de Alejandro han sido consideradas como una
simple imitación por los griegos de los modelos de las monarquías absolutas de Oriente. Los reyes
helenísticos tenían un poder omnímodo, se consideraban propietarios de todos los bienes de su
reino, utilizaban distintivos orientales y obligaban a sus súbditos a arrodillarse en su presencia. Pero
al mismo tiempo había en esas monarquías elementos helénicos. Los monarcas se rodeaban de
amigos y cortesanos y de una burocracia, por lo general, insuficiente, aunque en algunos países
(caso de Egipto), bastante densa. En cuanto a la división territorial se mantuvo el sistema persa de
las satrapías, pero colocando a su frente a un estratega, magistrado de raigambre helénica. La vida
política emanaba de la corte, habiendo perdido las antiguas polis griegas toda su vitalidad. En
general, la época helenística supuso un declive del espacio propiamente griego, en beneficio de
nuevos reinos (Macedonia, Egipto, Asia Menor o Pérgamo)

5– La cultura en Grecia
La vida cultural alcanzó su apogeo durante el próspero período clásico, en el que se
definieron un tipo de religión, arte y vida intelectual sin parangón hasta entonces.
Uno de los caracteres que define la religión griega es el politeísmo. El panteón estaba ya
constituido en la época arcaica, y era una amalgama de divinidades, algunas de origen indoeuropeo,
otras típicamente asiáticas. Los dioses eran concebidos de forma humana, tenían entre sí relaciones
familiares (enfados, disputas, celos, preferencias...) y vivían en el Olimpo. Se trata de una religión
inicialmente determinista: además de definir unas genealogías divinas, Homero y Hesíodo (Los
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Tema 25: La civilización grecolatina.
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trabajos y los días) atribuyen a los dioses todas las acciones humanas. Los dioses tienen dos
características: su poder sobrehumano, y por encima de todo su inmortalidad (llegan incluso a casar
con mujeres mortales, pero su descendencia es perecedera). En su cosmovisión inicial, la Tierra y el
Cielo se confundía en una masa, hasta que se produjo una brecha, en la cual aparecieron Eros –
espíritu del amor sexual– y poderes como la Oscuridad y la Noche, Luz y Día, en parejas de macho
y hembra. A partir de ese momento, el mundo y los dioses pueden ser engendrados. Cada uno de los
dioses homéricos tenía un carácter claramente definido, y una historia concreta. Por ejemplo, Zeus
nació de dos titanes, Rea y Cronos, quien, para evitar un usurpador, engulló a sus vástagos, hasta
que con Zeus fue engañado por Rea (a quien aconsejó su madre Tierra), quien le hizo engullir una
piedra.
Entre todos los dioses destacaba Zeus, el dios del rayo, que se hallaba a la cabeza de todos
los demás; Atenea, diosa de la inteligencia; Apolo, dios del Sol; Afrodita, diosa del amor; Hermes,
dios del comercio; Ares, dios de la guerra; Demeter, de la agricultura; Dionisos, dios del vino, etc.
Las creencias eran bastante simples. El hombre corriente procuraba pensar lo menos posible en la
muerte. El cuerpo, después de la muerte, derivaba como el humo hacia un mundo subterráneo de
consumidora oscuridad. Los griegos inicialmente repudiaban la idea del infinito: sostenían que el
Universo tenía un ciclo concreto de creación–destrucción–creación, cada 30.000 años, lo que
evitaba pensar en la inmortalidad. No obstante, desaparecida la sociedad homérica de vigorosos
combatientes, comilones y amadores los griegos de la época clásica tenían la necesidad de cara una
respuesta a su preocupación por la vida de ultratumba. Por eso penetraron en el mundo helénico las
celebraciones dionisíacas, culto de origen oriental, los mitos órficos y los misterios de Eleusis, en
honor de Demeter, en los cuales se simboliza el ciclo del nacimiento y la muerte, y que
proporcionaba a los iniciados el secreto del más allá. Inicialmente, los griegos creían que los
muertos retenían poder para bien o para mal, lo que se traduce en el culto a los héroes, predecesor
del culto de más de un santo cristiano, y dando a menudo la misma importancia a las reliquias. Las
ciudades de la época clásica tenían sus héroes–patronos.
Las fiestas en honor de Dionisio o Baco, dios también de la fertilidad y, especialmente, del
vino, proporcionaban el marco en que encuadre el producto más notable de la democracia ateniense:
el drama. En las Grandes Dionisíacas, fiestas del dios que se celebraban en primavera, y en las
Leneas, fiestas de invierno, se dedicaban varias jornadas a concursos de tragedia y comedia. Los
jueces eran ciudadanos elegidos para dar un veredicto en nombre d todo el pueblo. Los ricos corrían
con los gastos de las representaciones, igual que cuando se trababa de equipara con naves de
guerras. Las Grandes Dionisíacas constituían un espectacular acto ritual, en el que el principal
asiento de honor se reservaba al sacerdote de Dionisio; una "vacación" estatal tan amplia, que para
asistir a ello incluso se dejaba a los presos en libertad d bajo fianza; un punto de reunión, en suma,
para visitantes de todo el mundo, ante los cuales la ciudad desplegaba el esplendor de su cultura. En
esos meses de invierno que preceden a la resurrección del campo (a manos de Dionisios, el poder
germinador), se celebraban las desenfrenadas orgías de Dionisios, que, además del dios de la vid, lo
era de toda suerte de vida simbolizada por la humedad (sabia y sangre); que, según las descripciones
conservadas, consistían en bailes desenfrenadas de ménades, designadas oficialmente, que danzando
embriagadas por la oscuridad y el vino al son orgiástico del tambor y la flauta, alcanzaba n un estado
de éxtasis que culminaba en el despedazamiento de animales desollados para comer su carne cruda.
Llenas del dios, eran insensibles al frío y al dolor, y ante sus ojos fluían corrientes con leche, vino y
miel. Todos estos ritos, tan lejos de la idea común de la moderación clásica (que, sin duda, también
existe: se trata de una sociedad dualizada al respecto), forman parte de la religión griega, que acepta
estos estallidos como aspecto de la naturaleza humana que en la visa social deben ser reprimidos,
insistiendo en que las orgías salvajes y sin freno habían de encauzarse y limitarse a determinadas
épocas y estaciones (¿precedente de Carnaval medieval?)
En el extremo opuesto a Dionisios se encuentra Apolo, quien a primera vista parece
simbolizar el aspecto equilibrado, bello, varonil (se trata de una sociedad inequívocamente misógina,
hasta el punto de que la homosexualidad masculina está considerada como un signo de distinción y
refinamiento). Representa el prototipo de belleza física: era el dios de la salud y de la luz, del
"conócete a tí mismo", significaba la luz y el orden (hasta el punto de que ningún legislador habría
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Tema 25: La civilización grecolatina.
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de promulgar una constitución sin el dictamen de su oráculo en Delfos). Sin embargo, lo dionisíaco
y lo apolíneo no siempre son dos polos antagónicos: Plutarco afirmaba que se alternaban en el
poder, por lo que en Delfos también se adoraba en determinados momentos a Baco.
Existía un culto familiar y un culto ciudadano, atendido este último por los sacerdotes, Los
templos eran numerosos. A los grandes santuarios panhelénicos (como el de Olimpia, dedicado a
Zeus) acudían gentes de todos los rincones, lo que contribuía a mantener el sentimiento de unidad
entre los griegos. Un cierto sentido religioso tenían también los juegos olímpicos, que se celebraban
cada cuatro años, y las fiestas, de las que sobresalían las Panateneas. Otro lugar famoso de
encuentro de los griegos era el oráculo de Delfos.
No obstante, en el siglo V a.C. la religión griega adquirió un sentido más propiamente
humanista. Los grandes concursos eran en realidad un pretexto para la exaltación del individuo. Por
su parte, las celebraciones religiosas se convertían en una manifestación de la actividad de la polis.
El pueblo participaba al mismo tiempo en las tareas políticas y en los cultos religiosos.
La manifestación más representativa de la Atenas clásica fue, sin duda, el teatro, a medio
camino entre la representación artística y el discurso religioso: en el teatro clásico los actores
actuaban con un formalismo ritual, más próximo a nuestras celebraciones religiosas a nuestro teatro.
Los espectáculos teatrales estaban organizados desde la polis, que establecía todos los años
concursos para premiar las obras de más calidad. En la tragedia, género por excelencia, el hombre
estaba sometido a los designios divinos, aunque luchaba para arrinconar a las fuerzas irracionales.
La tragedia surgió de un ritual religioso, y que elemento más primitivo es la parte más cercana al
rito, la oración coral. El coro lírico narraba la leyenda; en cierto momento, en el siglo VI a.C. un
poeta (tal vez el ateniense Tespis, hacia 534) introdujo un hypocrites –"contestador"– que podía
recitar discursos o conversar con el jefe del coro. Así surgió el primer actor, el cual "vivía" ante el
auditorio un personaje que antes sólo estaba descrito en el texto; con ello se añadía una nueva
dimensión a esa vivaz presentación de individuos que llenan toda la literatura griega. Con su
advenimiento, el drama "–"hacer" la narración, no sólo "contarla""– había nacido. El nombre
tragedia, "canto del macho cabrío", se relaciona en cierto modo con la importancia del macho
cabrío en el culto al dios de la fertilidad, Dionisio, en cuyo honor se representaba el drama.. Esquilo,
Sófocles y Eurípides fueron los grandes maestros. También floreció la comedia, con Aristófanes, que
trataba temas de la actualidad y daba paso a una fina crítica. El teatro era un instrumento más al
servicio del sistema político ateniense, pues era una escuela de educación ciudadana.
Los progresos realizados para crear la Historia son también mérito griego, en concreto de
Heródoto de Halicarnaso, quien recorrió los límites de las colonias griegas y recopiló informaciones
de sus viajes sobre civilizaciones tan dispares como Egipto, Tracia, norte de África, India y
Babilonia. Partiendo de los géneros literarios de trasfondo histórico, se diferencia de sus
predecesores en la inclusión de las informaciones en un único cañamazo histórico; la narración de la
lucha entre Grecia y Persa, base de sus libros, sirve de hilo conductor a través de la cual desarrolla
un plan histórico que culmina con la caída de los medos, sintiendo una gran pasión por los detalles
que singularizan a cada civilización. A partir de estas bases, el general Tucínides (20 años desterrado
de Atenas por considerársele culpable de una derrota) tuvo una inmejorable posición de observador,
centrando su atención en los sucesos históricos más recientes: acontecimientos militares y
motivación de los mismos, con lo que implícitamente estaba introduciendo un concepto de
causalidad que se encuentra en la base de la Historia científica.
El en el terreno del pensamiento filosófico, el legado transmitido por los siglos V y IV a.C.
es realmente fabuloso. En Mileto, próspera colonia de griegos jonios en la costa de Asia Menor,
algunos pensadores como Tales comenzaron a no sentirse satisfechos con las interpretaciones
mitológicas del cosmos y trataron de explicar sus orígenes con el auxilio de la razón: procuraron,
por ejemplo, explicar la Naturaleza desde las razones de "dentro" de la propia Naturaleza. Leucipo
y Demócrito sostuvieron una doctrina revolucionaria para la época, como es la teoría atómica,
sosteniendo indirectamente la teoría de la sustancia básica de la que según Anaximandro "se habría
superado el universo ordenado". No importa en exceso las limitaciones que tuviera la teoría
atómica: más importancia tiene el hecho en sí mismo de obtener una visión unificada (estructurada)
de mundo. Tales (el origen del mundo es el agua), Anaximandro y Anaxímenes constituyen el primer
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acercamiento a lo que constituye nuestra forma de ser científico–filosófica actual. Pitágoras se


Samos imprimió al a filosofía un nuevo sesgo al considerarla como el fundamento de un modo de
vivir y de una comunidad establecida con fines políticos tanto como intelectuales. Además, intentó
explicar la Naturaleza desde un punto de vista matemático.
No obstante, esta tradición de pensamiento científico quedó relegada, pasando a primer
plano una filosofía de tipo especulativa, preocupada, ante todo, por el hombre interior (la moral, la
felicidad). Sus más destacados representantes fueron Sócrates, Platón y Aristóteles. A la teoría del
Mundo de las Ideas platónica le sucedió el materialismo aristotélico. En contraste con el desarrollo
de la retórica y la elocuencia (no importa tanto la verdad como la forma de presentar un discurso),
Platón (427 a.C.) y Aristóteles (384–322 a.C.) formulan un conjunto de teorizaciones sobre el
pensamiento humano: desde la Poética de Aristóteles (cuya influencia en el pensamiento literario
actual es indiscutible), a los diálogos (de fondo dialéctico) de Platón.
Durante el período helenístico el contacto con Oriente tuvo inmediata repercusión en el
terreno religioso. Muchos dioses orientales fueron aceptados por los griegos, pasando más tarde a
Roma: Cibeles, Baal, Separis (antiguo Osiris egipcio). el hombre se aferraba a los cultos que le
prometían la salvación. Así, el cristianismo tendrá ya un terreno propio para su difusión.
La protección estatal dio lugar a la creación de grandiosas bibliotecas (Pérgamo, Antioquía)
y museos. En el campo del pensamiento filosófico nacieron corrientes nueva, el epicureismo y el
estoicismo, preocupadas, ante todo por los problemas de la conducta humana. También hubo en la
época helenística un formidable avance de los conocimientos científicos. El nombre de Euclides va
asociado al progreso de las matemáticas y el de Arquímides al de la física. Pero esta expansión de
los conocimientos apenas tuvo aplicaciones prácticas, pues el sistema de producción existentes,
basado en la esclavitud, no incitó al progreso. Por otra parte, para los griegos la técnica constituía
antes un pasatiempos o curiosidad científica que algo realmente productivo y rentable.

6– Los fundamentos romanos: la Roma republicana.


El mundo occidental, percatándose de que una gran parte de su civilización es herencia de
Roma, se imagina a Roma como una potencia desde sus mismos comienzos; idea evidentemente
falsa, muy apartada de la leyenda benévola de Rómulo y Remo. Hacia los siglos VIII–VII a.C., en la
península Itálica estaban asentados diversos pueblos, de los cuales destacaban los griegos al sur y
los etruscos al norte. Los griegos ocupaban las colonias de la Magna Grecia, y los etruscos,
probablemente de origen oriental, tenían una civilización original, notable por su religión, pesimista,
y su arte, en el que sobresalía el conocimiento de la bóveda. En el centro de la península vivían,
entre otros pueblos, los latinos, asentados en el Lacio. Allí, sobre un conjunto de colinas, próximas a
la desembocadura del río Tíber, nació Roma. Elegir las colinas junto al Tíber para emplazamiento de
un poblado resultaba ventajoso y natural por una serie de consideraciones geográficas. Según la
leyenda fue fundada por Rómulo en el 753 a.C. Pero en realidad fueron los etruscos, los cuales
ocuparon la región en el siglo VI a.C. e hicieron de lo que hasta entonces sólo era una agrupación
de aldeas una ciudad importante, pues comprendieron su posición estratégica. A partir de ese
momento, Roma fue gobernada por reyes etruscos (acaso sólo eran simples tiranos), hasta que en el
509 a..C. fueron expulsados. Entonces se estableció, como forma de gobierno, la República.
Durante los dos siglos siguientes Roma combatió a sus vecinos, al principio con un carácter
meramente defensivo, después en plan de conquista. Asi se fueron incorporando al dominio de
Roma, Italia central, Etruria y la Magna Grecia. Al final del proceso, Roma había unificado Italia.
La prosperidad económica de que gozó Roma bajo los reyes etruscos tuvo por resultado la
creación de un sistema de dos clases: los ricos y los pobres, los patricios y la plebe. Los patricios
fueron probablemente los organizadores de la revolución que expulsó a los reyes; en lugar de éstos
eligieron dos magistrados anuales conocidos con el nombre de cónsules, y el poder político pasó
gradualmente a manos del Senado, un consejo formado enteramente por patricios.
En los primeros siglos de su historia Roma era un país de agricultores, sin apenas
actividades artesanales y con muy escaso comercio. Hasta mediados del siglo IV a.C. no se
introdujo la moneda. Desde el punto de vista social existía una clara división entre dos grupos, los
patricios y los plebeyos. Los patricios formaban parte de las familias o genes. Loa gens estaba
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integrada por todos los descendientes de un antepasado común, y a su cabeza se encontraba el


pater familias, que poseía un poder absoluto. La riqueza de los patricios se basaba en la propiedad
territorial y en los rebaños. Los patricios tenían plenos derechos políticos y a su servicio se
encontraban los clientes, hombres de humilde condición que recibían protección y alimento a
cambio de servir con fidelidad a los miembros de las gentes. Frente a los patricios estaban los
plebeyos, población de origen muy diverso, pero en general, de posición económica débil y excluida
del poder político. Por debajo de los plebeyos se encontraban los esclavos, aunque, al parecer, en
esta época eran bastante escasos. Los plebeyos lucharon enconadamente contra los patricios, con el
propósito de poner fin al monopolio que éstos ejercían. Después de una dura pugna, en el curso de
la cual se redactó la famosa Ley de las XII Tablas, se estableció la igualdad de derechos entre
patricios y plebeyos. Con ello se había puesto fin a la república dominada por la oligarquía de los
patricios, pero también a la primacía del sistema gentilicio. En adelante, la división social se
establecería en función de la riqueza de los individuos y no de su pertenencia a las gentes.
El gobierno de Roma, en la época republicana, se basaba en las asambleas populares o
comicios, los magistrados y el Senado. El pueblo participaba en la vida política a través de los
comicios. Los comicios de centurias eran la asamblea de los ciudadanos en ramas. Estos estaban
divididos, de acuerdo con su riqueza, en cinco clases, a su vez divididas en centurias. A la hora de la
votaciones cada centuria tenía un voto, pero como sucedía que los ciudadanos pobres formaban una
sola centuria, siempre tenían ventaja los ricos. En los comicios de las tribus ocurría algo parecido.
La población estaba dividida en tribus, cuatro urbanas, que agrupaban a la masa popular que se
amontonaba en Roma, y 31 rústicas, esencialmente de los grandes propietarios en tierras. Estos
últimos dominaban fácilmente las votaciones en los comicios. Los magistrados eran elegidos por los
comicios, y ejercían su cargo de forma colegiada. Los más importantes eran los cónsules, los
pretores y los censores, pero en la práctica sólo accedían a las magistratura los ciudadanos
poderosos, entre otras razones porque el desempeño del cargo era costoso. En la época de su pugna
con los patricios, lo plebeyos habían conseguido la institución de unos magistrados especiales, que
tenían como misión la defensa de sus intereses, los tribunos de la plebe. En cuanto al Senado,
dotado de amplios poderes, estaba formado por antiguos magistrados (300 en esta época), es decir,
ciudadanos influyentes. Como se ve, el sistema de gobierno republicano en Roma era claramente
aristocrático. Aunque lograron la igualdad de derechos con los patricios sólos los plebeyos
enriquecidos pudieron tener acceso al poder político.
Roma era al mismo tiempo la cabeza de un extenso territorio, que comprendía la península
Itálica. Se había constituido una federación de estados y tribus, para cuyo gobierno Roma se
apoyaba ante todo en las aristocracias locales.

7– La conquista del Mediterráneo y la crisis de la República.


Desde mediados del siglo III a.C., Roma inició una formidable expansión, que culminó con
la conquista de la cuenca del Mediterráneo. El punto de partida fue la pugna con los cartaginenses,
herederos de los fenicios. Después de tres duras guerras, en las cuales se hizo famoso el caudillo
cartaginés Aníbal, Cartago fue destruida y su imperio anexionado a Roma. Las legiones romanas
eran superiores a los ejércitos mercenarios que los cartaginenses sostenían en Sicilia, pero, en
cambio, Roma tuvo que adaptarse a la táctica de la guerra naval, e la que tenía muy escasa
experiencia.
En el siglo II a.C. Roma sometió a Grecia, e incorporó por el oeste Hispania y en Asia
Menor el reino de Pérgamo. Los territorios conquistados se convertirían en nuevas provincias. Se
habían puesto las bases del Imperio Romano.
La conquista de la cuenca del Mediterráneo tuvo consecuencias trascendentes para Roma.
Se habían incorporado inmensas provincias, en las que los generales victoriosos ocuparon ricos
botines e hicieron numerosos prisioneros, convertidos en esclavos. La afluencia de grandes masas de
esclavos hizo de éstos la fuerza de trabajo básica del mundo romano. La concurrencia del grano a
bajo precio, procedente de los latifundios de Sicilia y norte de África, arruinó a la pequeña
propiedad. Muchos campesinos emigraban a Roma, donde no tenían otra posibilidad que vegetar,
viviendo de las distribuciones gratuitas de alimentos y ofreciéndose como clientes a las grandes
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familias. Así se fue formando un subproletariado que vivía del panem et circenses, sin realizar
ninguna actividad productiva. En el campo se impuso la gran propiedad territorial, lo que fortaleció
a la nobleza, cuyas riquezas aumentaron. La agricultura italiana se oriento hacia la vid, el olivo y los
cultivos de huerta. Al mismo tiempo se desarrolló un grupo social integrado por aquellos que se
dedicaban a la percepción de los tributos en las provincias. Eran los caballeros. El término
designaba en un principio a una formación militar, pero a la alarga se hizo sinónimo de una clase
social. Se organizaron sociedades para la recaudación de los impuestos y se constituyeron bancos.
Creció así en Roma una capital, con un carácter típicamente especulativo y detentado por los
caballeros, auténtica aristocracia del dinero.
En cambio no se desarrolló en la metrópoli la artesanía. Roma vivía de la explotación de las
provincias, acumulando grandes fortunas con la que compensaba las importaciones de productos
caros de Oriente. Los grandes beneficiarios de esa situación eran la nobleza y los caballeros. La
masa popular, amontonada en la capital, vivía del inmenso botín, mientras los esclavos constituían la
principal fuerza de trabajo explotada. Por otra parte, había una enorme desigualdad entre los
ciudadanos romanos y los provinciales, carentes éstos de todo derecho. Así, pues, la expansión
había enriquecido a Roma, pero al mismo tiempo habían aumentado las contradicciones en el seno
de su sociedad.
La conquista del Mediterráneo amplió los horizontes espirituales y culturales de Roma, hasta
entonces demasiado rústica y primitiva. Ante todo se produjo una fuerte helenización, perceptible en
la influencia de la lengua griega, pero también en las costumbres, la vivienda, el auge de las fiestas
públicas o la organización de la vida urbana. Hubo romanos, como Catón, que se escandalizaron
ante lo que consideraban una degeneración de las costumbres tradicionales de su ciudad. Pero no
pudieron evitar el deslumbramiento de los romanos ante las brillantes culturas que encontraron en
Oriente. Roma abrió ss puertas a las divinidades orientales y a los cultos de misterios. El teatro, de
inspiración helénica, floreció con autores como Plauto y Terencio. Un griego asentado en Roma,
Polibio, fue el más destacado historiador de su tiempo. También brilló a gran altura la elocuencia,
que tuvo su principal cultivador, ya en los últimos años de la República, en Cicerón.
Desde mediados del siglo II a.C., Roma se vio envuelta en conflictos sociales y políticos de
diversa índole, que pusieron fin al sistema republicano. La dura condición de los esclavos motivó
revueltas, dirigida la más importante por Espartaco en el año 73 a.C., y duramente aplastada. Por su
parte, la abundancia de campesinos despojados de sus tierras incitó a los hermanos Gracos, tribunos
de la plebe, al luchar por una reforma agraria; pero su intento fracasó. Asimismo, el conflicto de
intereses entre la nobleza y los caballeros desembocó en un enfrentamiento radical, protagonizado
por Mario y Sila.
Junto a las contradicciones sociales había otra no menos flagrante: las instituciones vigentes
en la Roma republicana estaban pensadas para gobernar una ciudad, pero no un territorio de las
dimensiones del conquistado por Roma. Al mismo tiempo, al calor de las guerras civiles y de las
nuevas luchas en Oriente (Mitrídates), era cada vez más destacado el papel de los generales
victoriosos. Uno de ellos, César, conquistador de las Galias, después de haber formado parte del
primer triunvirato, estuvo a punto de instaurara el poder personal. Aunque fracasó, pues fue
asesinado, su ideario fuer recogido por Octavio, quien después de incorporar Egipto y de poner fin
a un segundo triunvirato, inauguró una nueva forma de gobierno, el Imperio.

8– El Imperio y la "pax romana".


Desde Augusto hasta el fin de la dinastía de los Antoninos, se extiende un período muy
brillante en la historia de Roma, el del Alto Imperio o la pax romana (siglos I y II después de
Cristo). Fue la época de mayor esplendor cultural, de máxima expansión de las fronteras del Imperio
y de más intensa actividad económica. Paralelamente, la romanización se extendió a todas las
provincias que habían sido incorporadas a Roma.
El final de las guerras civiles y el cese de la brutal y sistemática explotación de las provincias
fueron los factores fundamentales del renacimiento de la actividad económica en la cuenca del
Mediterráneo. En cuanto a la agricultural continuó la decadencia de Italia, al tiempo que ascendía el
papel de las provincias. La producción de cereales se localizaba sobre todo en África (Egipto y la
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zona de Túnez), en tanto que las Galias se especializaban en la vid e Hispania en el olivo. Hubo
algunos progresos técnicos en el cultivo de los campos (se habla incluso del arado de ruedas), pero,
en general, fueron frenados por el sistema de producción, basado todavía en el trabajo de los
esclavos. La producción artesanal cobró un gran auge. Renació la actividad de los talleres de
Oriente y florecieron algunas actividades industriales en Occidente (talleres de Pompeya, cerámica
aretina, etc.). El comercio conoció una notable expansión, tanto entre las distintas provincias del
Imperio como entre éste y las regiones exteriores. Roma adquiría el norte de Europa ámbar y pieles
y del interior de África las fieras que necesitaba para los juegos. En cuanto al comercio con Asia
oriental funcionaba una ruta marítima con la India y otra terrestre con China (la ruta de la seda). No
obstante, el corazón del Imperio, Italia, y particularmente Roma, seguían con características
idénticas a los siglos anteriores, viviendo de la acumulación de riquezas, sin desarrollar la
producción artesanal. Roma necesitaba mantener a una población elevadísima (quizá un millón de
habitantes) y en su mayor parte ociosa.
Desde el punto de vista social seguía el pie el sistema esclavista. No obstante, se observan en
estos siglos los primeros síntomas de crisis de ese sistema, al cesar las fuentes de aprovisionamiento
de nuevos esclavos (cesa la conquista de nuevos territorios) y al proceder a manumitir a muchos de
los existentes. La enorme masa popular (pequeños campesinos en crisis, artesanos de las ciudades,
agrupados en collegia, o simple plebe urbana que vivía de su papel de clientes y de la distribución
de alimentos gratuitos, constituía el grupo de los humiliores. En el otro extremo del abanico social
se hallaban los honestiores, es decir, la nobleza senatorial y los caballeros.
A la República le había sucedido un nuevo sistema de gobierno, el Imperio, en el cual
coexistían la apariencia de continuidad de las instituciones republicanas y la realidad del
establecimiento de un poder personal. En estos siglos al Imperio se le denominaba Principado, pues
a su cabeza se hallaba el princeps (el primero de los ciudadanos). Paulatinamente se fue imponiendo
el carácter monárquico del gobierno, a medida que aumentaban los poderes del emperador y se
extendía el culto al genio imperial. El Senado perdió su antigua fuerza, convirtiéndose en un simple
consejo municipal. En cambio, Octavio acumuló en sus manos poderes muy amplios y recibió el
título de Augusto, antes reservado a los dioses. El emperador tenía a su servicio al ejército. La
administración imperial alcanzó un notable desarrollo: aparación de un Consejo que auxiliaba
directamente al princeps y creación de oficinas imperiales. Para hacer frente a los problemas de la
urbe romana se crearon los prefectos. Por su parte, las provincias conquistas recientemente o aún no
pacificadas estaban bajo mando directo del emperador.
El Imperio alcanzó sus fronteras definitivas con la incorporación de Mauritania, Tracia,
Bretaña y Dacia. La frontera o limes estaba estrechamente vigilada por un ejército permanente. No
obstante, con este sistema los soldados del limes, aislados de Roma, sólo obedecían a sus generales.
Estaba abierto el camino para que los generales conquistasen el poder imperial.
El mejor trato dado a las provincias aceleró la expansión de la romanización. Quizá su
vehículo más importante fue la urbanización y la creación de calzadas. Las ciudades de las
provincias trataban de imitar a Roma, tanto en la organización (con el foro y los monumentos
públicos) como en las instituciones municipales. El paso definitivo para el derecho de ciudadanía se
dio en el año 212, siendo emperador Caracalla. El hecho de que los emperadores Antoninos fueran
provincianos prueba la simbiosis lograda entre las distintas partes del Imperio.

9– La crisis del mundo romano.


A fines del siglo II comenzaron a quebrar las bases en que se había asentado el Imperio. El
Mediterráneo se vio sacudido en el siglo III por una profunda crisis económica, que fue
especialmente grave en las regiones occidentales. La población se estancó a raíz de la peste del año
180 y de los nuevos brotes epidémicos que le siguieron. En el campo, las duras condiciones de
trabajo de los cultivadores, lo mismo si eran esclavos que los campesinos jurídicamente libres,
degeneraron en revueltas. Las ciudades entraron en decadencia y la producción artesanal descendió.
La devaluación monetaria, practicada por el Estado, y la inflación, tuvieron también consecuencias
negativas. Las prestaciones exigidas por el Estado eran cada día más elevadas, lo que provocaba el
descontento de los contribuyentes. En el terreno político el rasgo dominante de la época fue la
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inestabilidad del poder imperial, que estaba al alcance de cualquier militar ambicioso. La expansión
exterior quedó detenida. Por su parte, los pueblos que se hallaban al otro lado de la frontera, los
germanos, comenzaron su presión sobre Roma.
En los últimos años del siglo III el emperador Diocleciano puso en práctica una serie de
reformas, con las que intentaba detener el colapso del mundo romano. Alentó la divinización del a
figura del emperador, que en adelante sería considerado un dominus (de ahí la expresión Dominado
con que se conoce a esta etapa del Imperio romano). Para evitar las querellas sucesorias, y contar al
tiempo con eficaces colaboradores, instituyó la tetrarquía, que consistía en un gobierno compartido
por dos emperadores o augustos y dos césares, herederos suyos. Con el propósito de mejorar la
administración imperial potenció la burocracia. Para hacer frente a la crisis económica y social fijó,
mediante un edito, los precios máximos de venta de los artículos y decidió la adscripción de todos
los trabajadores a sus oficios. Los cristianos, considerados enemigos peligrosos del imperio, y que
ya en tiempos anteriores habían sido atacados, sufrieron una feroz persecución.
En el siglo IV Constantino, después de continuar con esta política de control social, daría un
giro radical al conceder la libertad a los cristianos. Pero nada podía evitar ya la ruina del imperio
romano. Las ciudades continuaban en declive. En el campo triunfaban las grandes propiedades
territoriales, cultivadas esencialmente por colonos, que sustituían a la mano de obra esclava, cada
vez menos abundante. Las revueltas campesinos proliferaron, muchas veces amparadas en
movimientos religiosos de tipo herético. La presión fiscal del Estado era insoportable. Las clases
sociales casi se habían convertido en castas, pues no existía la menor movilidad social. La distancia
entre la riqueza de los poderosos y la miseria de los débiles se había agigantado. Por último, a la
muerte de Teodosio, a finales del siglo IV el Imperio Romano de dividió en dos: Oriente, con capital
en Constantinopla, la ciudad fundada años atrás por Constantino, y Occidente, que tenía como
centro a Roma. Estos procesos internos del mundo romano coincidieron con la irrupción violenta de
los pueblos bárbaros. La zona oriental, de base griega, resistió la acometida de los pueblos
invasores, convirtiéndose en el punto de partida del futuro imperio Bizantino. En cambio, la zona
occidental del Imperio Romano, de tradición latina, apenas sobrevivió un siglo, pues desapareció
definitivamente el año 476, en que fue depuesto Rómulo Augústulo.

10– La religión y la vida intelectual romanas.


Los romanos tenían, desde los primeros tiempos de su historia, numerosas fuerzas
divinizadas, numina, que intervenían constantemente en todos los actos de su vida. A ellas se
superpusieron las divinidades orientales, con las que entraron en contacto a raíz de su expansión
militar. Los dioses griegos triunfaron plenamente en Roma, donde sólo se les cambió el nombre. Los
dioses, que vivían en los templos, eran los protectores de la ciudad y de la familia; de ahí la
necesidad de rendirles culto. Para conocer su voluntad era preciso acudieron a la adivinación,
auscultando los más mínimos presagios. El culto estaba minuciosamente reglamentado. Para rendir
culto a los dioses e interpretar su voluntad estaban los sacerdotes, que se hallaban agrupados en
colegios (los pontífices, dirigidos por el pontifex máximus, los flamines, las vestales, etc.), aunque
nunca constituyeron una casta cerrada como en otras civilizaciones.
La creciente orientalización de la religión romana, con la penetración de los cultos de
misterios, intentó ser detenida por Augusto, quien pretendió una vuelta a la pureza tradicional. Pero
su intento resultó fallido. Continuaron su expansión los magos y los adivinos y los cultos orientales
alcanzaron una enrome popularidad, que puede simbolizarse con el éxito de Mitra.
El sentido práctico de la vida romana se plasmó pronto en los textos jurídicos. Aunque ya en
la época republicana el derecho romano había alcanzado un alto grado de desarrollo, su máxima
expansión tuvo lugar en la época imperial. Las principales fuentes del Derecho eran los decretos del
Senado y las leyes promulgadas por los emperadores. El conjunto de las leyes, recogidas más tarde
en Códigos, ha ejercido una gran influencia en Europa: desde el código napoleónico hasta las
legislaciones actuales, son deudoras del patrón jurídico quirinálico o romano.
La época de Augusto conoció un gran florecimiento de la cultura. Nombre como Tito Libio,
Virgilio y Horacio son bien ilustrativos del renacimiento de las letras en el que se ha denominado el
siglo de Augusto. No obstante, la vida intelectual siguió siendo pujante durante los siglos I y II. La
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Tema 25: La civilización grecolatina.
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paz civil y las provincias favorecieron la difusión de un tipo uniforme de civilización, que
indudablemente fue beneficioso para la vida cultural. En Roma floreció una cultura cosmopolita y
refinada, transmitida a la través de las escuelas y muy preocupada por la formas (de ahí el papel que
jugó la retórica). Esta cultura se expresaba en dos lenguas diferentes, el latín en las regiones
occidentales y el griego al este. Basta con citar entre los representantes de la primera tendencia a
Séneca, prototipo de la filosofía estoica; Tácito, cultivador de la historia y Juvenal o Marcial; y entre
quienes escriben en griego, a Plutarco. El espíritu científico decayó, a pesar de la existencia de
figuras tan importantes como el médico Galeno, en naturólogo Plinio y el geógrafo Tolomeo. En
cambio, frente al estancamiento de los conocimientos teóricos, cobró un gran auge la técnica, la
ingeniería, etc.

11– BIBLIOGRAFÍA
MICHAEL GRANT, dir.: Historia de las Civilizaciones. Tomo 3: Grecia y Roma. Labor/Alianza
Editorial, Madrid, 1988.
C. M. BOWRA: La Atenas de Pericles. Alianza Editorial, Madrid, 1974.
M.I. FINLEY: Los griegos en la Antigüedad. Ed. Labor, Barcelona, 1970.
R.H. BARROW: Los romanos. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1973.
J.P.V.D. BALSDON (ed.): Los romanos. Ed. Gredos, Madrid, 1966.
J. VALDEÓN et. al.: Historia de las Civilizaciones y del Arte, caps. 5 y 6. Anaya, 1985.

AÑO GRECIA ROMA


1400 Apogeo civilización micénica
1200 Invasión de los dorios
753 Fundación de Roma (según la
tradición)
750 Inicio colonización
509 Fin de la monarquía
490 Inicio guerras médicas
477 Creación Liga de Delos
462 Pericles dirige Atenas
450 Ley de las XII Tablas
431 Se inicia la guerra del Peloponeso
367 Los plebeyos acceden al Senado
338 Filipo domina Grecia
334 Campañas de Alejandro
281 Formación reinos helenísticos
264 Inicio guerras púnicas
167 Roma destruye Macedonia
82 Dictadura de Sila
59 Primer triunvirato
43 Segundo triunvirato
27 a.C. Principado de Augusto
212 d.C Edicto de Caracalla: ciudadanía
romana
235 Se inicia la anarquía militar
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Tema 25: La civilización grecolatina.
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285 Gobierno de Diocleciano


313 "Edicto de Milán"
395 Teodosio divide el Imperio
476 Fin imperio romano de occidente

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