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TEMAS PARA LEER EN

UNA CEREMONIA DE
DIFUNTOS
COMO ENFRENTAR LAS PÉRDIDAS
Por Daisaku Ikeda.
El dolor de la partida de los seres queridos es uno de los sufrimientos inevitables de la
vida.
El budismo identifica el dolor de la partida de los seres amados como uno de los
sufrimientos inevitables de la vida. Es una verdad y no podemos evitar experimentar la
tristeza por una separación.
La impermanencia de la vida es un hecho del que no se puede escapar. No obstante,
mientras una cosa es saber en teoría que cada momento de nuestra vida puede ser el
último, es mucho más difícil vivir y actuar en un nivel práctico, basados en esa creencia.
Muchos de nosotros tendemos a imaginar que siempre habrá otra oportunidad de
encontrarnos y hablar con nuestros amigos y parientes, de modo que no importa si
algunas cosas quedan sin decirse.
Cada vez que tengo la oportunidad de conocer a alguien, trato de dar lo mejor de mí, ya
que ese puede ser nuestro último encuentro. Nunca doy cabida a lamentaciones,
esforzándome en concentrar todo mi ser en cada momento.
Shakyamuni, el Buda que vivió en la India hace más de dos mil años, perdió a su madre
cuando apenas tenía una semana de nacido. Mientras crecía, constantemente se
preguntaba: "¿Por qué mi madre murió?, ¿Dónde se fue?, ¿Dónde puedo ir para
encontrarme con ella?, ¿Qué es esta cosa llamada "muerte" que me quitó a mi madre?,
¿Qué es la vida?"
La tristeza por la pérdida de su madre, se convirtió en un poderoso recurso que le
permitió desarrollar una profunda misericordia por otros y buscar la verdad de la vida.
Un día conoció a una madre cuyo hijo había muerto; ella estaba vagando con una mirada
de dolor con el pequeño cuerpo aferrado al de ella: "Por favor dame alguna medicina para
salvar a mi niño" le imploró a Shakyamuni con sus ojos llorosos.
Él de alguna manera quería infundirle valor a ella, le propuso que fuera por algunas
semillas de amapola para que pudiera hacer la medicina, pero que sólo las buscara en casa
de familias que nunca hubiesen experimentado la pérdida de un ser querido.
La mujer corrió al pueblo y buscó las semillas en cada casa de familia. Pero a pesar de que
muchas tenían las semillas de amapola, no había ni un solo hogar en el cual no hubiese
habido una muerte. Esta perturbada madre gradualmente comenzó a darse cuenta de que
cada familia vivía con la tristeza de la pérdida de seres queridos oculta en sus corazones
gracias a esta experiencia ella entendió que no estaba sola en sus sentimientos de dolor.
Probablemente ninguna palabra puede reconfortar el corazón de una madre que ha
perdido a su hijo. Alguien con verdadera sabiduría, al conocer a una mujer cuyo hijo ha
muerto, simplemente debe sentarse a su lado y quedarse allí sin decir ni una sola palabra.
Aun cuando no haya intercambio de palabras, esas cálidas vibraciones de afecto y
solidaridad desde lo más profundo de la vida de esa persona, serán percibidas.
Desde el punto de vista budista, los vínculos que unen a las personas no son de esta
existencia nada más. Debido a que los que han muerto viven dentro de nosotros, nuestra
felicidad está compartida de forma natural con ellos. Lo más importante para los que
estamos vivos en este momento, es vivir con esperanza y esforzarnos para ser felices.
Al lograr nuestra propia felicidad podemos enviar "ondas" invisibles de felicidad a todos
aquellos que han fallecido. Pero si nos permitimos agobiarnos por la tristeza, el difunto
también sentirá esta tristeza, porque somos inseparables.
Cuando conocí a Sonia Ghandi, viuda del Primer Ministro de la India Rajiv Ghandi, no
mucho tiempo después de la trágica muerte de su esposo, le dije: "Las vidas de aquellos
que han sufrido las más grandes tragedias resplandecen con el más grandiosos brillo. Por
favor cambie su destino en una fuente de gran valor. Si usted está triste, su esposo se
afligirá con usted. Si usted se levanta con una sonrisa, su esposo estará feliz también". Me
siento muy contento de decir eso con gran coraje y ver que ahora ella está continuando la
labor de su marido.
Cuando uno se enfrenta a una gran tragedia, pierde la dirección de su vida, tiene que
decidir si mantener su espíritu y continuar viviendo con toda su fuerza o dejarse
derrumbar por la decepción.
Existen muchos ejemplos donde las personas que han perdido a su madre o padre a
temprana edad han logrado grandes cosas. Mi amigo Oswald Mbuyiseni Mtshali, un
famoso poeta sudafricano, una vez me dijo que el primer poema que escribió fue a su
madre. Él dijo: "La muerte de mi madre fue un gran impacto para mí, tan grande que casi
no me pude recuperar de él. Me tomó mucho tiempo superarlo. Pero eventualmente yo
notaba algo: que cualquier fuerza que yo tenía me la había dado mi madre. Las palabras
de mi madre permanecían vivas en mí. Mi madre vivía dentro de mí. Cuando me di cuenta
de ello, un poema para mi madre surgió espontáneamente desde lo más profundo de mi
corazón".
Luchando para sobreponernos a la pena y tristeza que acompaña a la muerte, nos
hacemos más conscientes de la dignidad de la vida y compartimos el sufrimiento de otros
como el nuestro.
La biblioteca de la universidad de Harvard fue donada por una mujer que perdió a su hijo
en el trágico hundimiento del Titanic. En 1912. Su hijo, Harry Elkins Widener, quien murió
a la edad de 27 años, era egresado de Harvard, tenía pasión por la lectura y había
coleccionado muchos libros. Él había hecho un viaje de compra de libros cuando abordó el
Titanic, junto con sus padres.
Harry era un hijo adorable para su madre, un joven galante y heroico. Viendo a su madre a
salvo en el bote salvavidas, se quedó atrás con su padre en el barco que se hundía. Su
colección de más de tres mil valiosos libros fue donada a la universidad, pero no había
lugar donde ponerlos. Esto impulsó a su madre a donar grandes cantidades de dinero a fin
de que se pudiera construir una biblioteca. Más allá de esta tragedia, vino un invalorable
regalo para innumerables estudiantes.
Aquéllos que pueden superar el dolor y continuar viviendo con fuerza y coraje, merecen
respeto.
Admiremos mucho a quien puede superar sus propios sufrimientos y seguir adelante para
dejar tras de sí algo de valor para las generaciones futuras.
La vida y la muerte
Por Daisaku Ikeda
La muerte es algo de lo que nadie puede escapar. La muerte sigue a la vida con tanta
seguridad como la noche sigue al día, el invierno sigue al otoño o la vejez sigue a la
juventud. Las personas se preparan para no sufrir cuando les llegue el invierno; se
preparan para no tener que sufrir en la vejez. ¡Pero pocos se preparan para la certeza aun
mayor de la muerte!
La sociedad moderna ha alejado su mirada de este problema tan fundamental. Para la
mayoría de las personas, la muerte es algo a temer, algo terrible o si no, sólo la ausencia
de vida, algo hueco y vacío. Y la muerte ha llegado a ser considerada incluso como algo
"antinatural."
¿Qué es la muerte? ¿Qué ocurre con nosotros después de que morimos? Podemos
intentar ignorar estas preguntas. Muchas personas lo hacen. Pero si ignoramos la muerte,
creo que estaremos condenados a vivir una existencia poco profunda, a vivir insatisfechos,
espiritualmente hablando. Puede que hasta nos convenzamos a nosotros mismos de que,
de alguna manera, haremos una transacción con la muerte "cuando llegue el momento."
Algunas personas se mantienen muy comprometidas en un sinfín de constantes tareas
que le evitan pensar en los problemas fundamentales de la vida y la muerte. Pero en
semejante estado mental, la alegría que sentimos es, en fin de cuentas, frágil y se
encuentra ensombrecida por la presencia ineludible de muerte. Es mi firme creencia que
enfrentar el problema de la muerte puede ayudar a traer verdadera estabilidad, paz y
profundidad a nuestras vidas.
¿Qué es, entonces, la muerte? ¿Es sólo extinción, un retroceso hacia la nada? ¿O es la
puerta hacia una nueva vida, una transformación en lugar de un fin? ¿Acaso es que la vida
no es más que una fase fugaz de actividad precedida y seguida por la quietud y la no-
existencia? ¿O será que tiene una continuidad más profunda, que persiste más allá de la
muerte en alguna forma u otra?
Según el punto de vista budista, la idea de que nuestras vidas acaban con la muerte, es
interpretada como una captación muy equivocada de la realidad. El budismo ve que todo
en el universo, todo lo que ocurre en él, es parte de un inmenso tejido viviente de
interconexiones. La energía vibrante que nosotros llamamos vida y que fluye a lo largo y
ancho del universo no tiene principio ni final. La vida es un proceso continuo y dinámico
de cambio. ¿Por qué, entonces, ha de ser la vida humana la única excepción? ¿Por qué ha
de ser nuestra existencia algo arbitrario, aislado y desconectado del ritmo universal de la
vida?
Nosotros sabemos ahora que las estrellas y las galaxias nacen, viven lo que les
corresponde por naturaleza vivir, y mueren. Lo que es aplicable a las inmensas realidades
del universo es igualmente aplicable al reino en miniatura de nuestros cuerpos. Desde una
perspectiva totalmente física, nuestros cuerpos están constituidos por los mismos
materiales y compuestos químicos que constituyen a las galaxias más distantes. En este
sentido nosotros somos, literalmente, hijos de las estrellas.
Un cuerpo humano consta de unos sesenta billones de células individualizadas y la vida es
la fuerza inherente que armoniza el infinitamente complejo funcionamiento de este
arrebatador número de células. A cada momento, enormes cantidades de estas células
mueren y son reemplazadas por el nacimiento de otras. A este nivel, cada uno de nosotros
está experimentando día a día los ciclos de nacimiento y muerte.
En términos muy prácticos, la muerte es necesaria. Si las personas vivieran para siempre,
tarde o temprano empezarían a anhelar la muerte. Sin la muerte, enfrentaríamos gran
cantidad de nuevos problemas, desde la superpoblación hasta el hecho de que las
personas tuvieran que vivir para siempre en cuerpos avejentados. La muerte hace espacio
para la renovación y la regeneración.
La muerte debe, por consiguiente, agradecerse tanto como se agradece la vida, como una
bendición. El budismo ve la muerte como un período de descanso, como un sueño a partir
del cual la vida recobra energía y se prepara para nuevos ciclos de existencia. No hay
ninguna razón para temerle a la muerte, para odiarla o para buscar desterrarla de
nuestras mentes.
La muerte no discrimina, nos despoja de todo. La fama, la riqueza y el poder son todos
inútiles en los solemnes momentos finales de la vida. Cuando el momento llega, en lo
único que podemos confiar es en nosotros mismos. Ésta es una confrontación imponente
ante la cual nos presentamos con la sola armadura de nuestra cruda humanidad, del
registro real de lo que hemos hecho, de cómo hemos escogido vivir nuestras vidas. "¿He
sido fiel a mí mismo? ¿Qué contribución he aportado yo al mundo? ¿Cuáles son mis
satisfacciones o pesares?"
Para morir bien, uno tiene que haber vivido bien. Para quienes han vivido fieles a sus
convicciones, para quienes han trabajado por llevar felicidad a los demás, la muerte puede
venir como un placentero descanso, como un sueño bien ganado después de un día de
agradable ejercicio.
Yo me sentí muy impresionado cuando supe sobre la actitud que asumió mi amigo David
Norton, al confrontar su propia muerte, hace algunos años.
Cuando sólo tenía diecisiete años, el joven David era un bombero paracaidista voluntario
que se lanzaba en las áreas inaccesibles con el fin de cortar árboles y excavar trincheras
para impedir que los fuegos se extendieran. Él hacía esto, decía él, para aprender a
enfrentar sus propios miedos.
Cuando tenía alrededor de sesenta y cinco años, le fue diagnosticado un cáncer avanzado
y enfrentó la muerte con actitud de avance hasta encontrar que el dolor no lo derrotaría.
Tampoco encontró él que la muerte fuese una experiencia solitaria. Según su esposa,
Mary, rodeado por todos sus amigos, su marido enfrentó la muerte sin miedo, y se refería
a ella como: "otra aventura; el mismo tipo de prueba que se enfrentan ante un fuego en el
bosque."
"Yo supongo que lo primero sobre semejante aventura," dijo Mary, "es que es una
oportunidad en la que uno puede desafiarse a sí mismo. Es salirse de situaciones que son
cómodas, en las que uno sabe lo que está ocurriendo y en las que uno no tiene nada de
qué preocuparse. Es una oportunidad para crecer. Es una oportunidad para uno
transformarse a sí mismo en lo que uno necesita ser. Pero es algo que se debe enfrentar
sin miedo."
El estar consciente de la muerte nos permite vivir cada día y cada momento lleno de
agradecimiento hacia la incomparable oportunidad que tenemos de crear algo durante
nuestra estadía en la Tierra. Creo que para disfrutar verdadera felicidad debemos vivir
cada momento como si fuese el último. El presente nunca volverá. Podemos hablar del
pasado o del futuro, pero la única realidad que tenemos es este momento presente. Y el
confrontar la realidad de la muerte realmente nos permite generar creatividad ilimitada,
valor y alegría en cada momento que vivimos.
La vida y la muerte (Tomado de la disertación del Gosho:” Respuesta a la madre de Ueno”)

A una madre que había perdido a su esposo e hijo, Nichiren Daishonin se dirigió a ella en forma
directa:

«Si ustedes han hecho germinar en su corazón las mismas semillas de Myoho-renge-kyo,
podrán renacer juntos en la misma tierra de Myoho-renge-kyo». Cuando se siembran las
semillas de la Budeidad en la vida de los seres y estas germinan y florecen, la tierra donde
habitan esas personas se convierte en una tierra de Buda, no solo en esta existencia sino
también en la próxima.
La ley causal de la Ley Mística, que trasciende las aflicciones de la muerte y de la
separación, une a los que comparten un mismo propósito en lazos vitales que prevalecen
más allá del pasado, presente y futuro. Nada puede romper estos vínculos; nada puede
distanciarlos ni obstruirlos.

El Sutra del loto enseña que todos poseemos en nuestro interior el estado eterno e
indestructible de la Budeidad, y nos muestra cómo manifestarlo. Todas las personas tienen
derecho a expresar la suprema joya de su naturaleza de Buda y a adquirir un estado de
felicidad estable, que trascienda la vida y la muerte.

Un miembro pionero de la Soka Gakkai empezó a practicar el budismo Nichiren durante la


Segunda Guerra Mundial, a raíz de estar sufriendo una sucesión de graves problemas
personales; entre ellos, la muerte de un hijo recién nacido. Su desolación y su falta de
esperanza eran tan tremendas, que no podía creer en nada. Sin embargo, tuvo la
oportunidad de conocer al presidente Tsunesaburo Makiguchi, fundador de la Soka
Gakkai, quien le dijo: «Hay una sola cosa que le permitirá mantener la esperanza en la
vida, y es la fe en el budismo Nichiren». Esas palabras llenas de convicción lo condujeron a
iniciar la práctica.

Nuestro mundo está signado por la impermanencia y el cambio constante. Vivimos


expuestos a las aflicciones borrascosas del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte.
Pero tenemos un sólido navío: las cuatro nobles virtudes de la eternidad, la felicidad, la
verdadera identidad y la pureza, que nos permiten cruzar el mar turbulento del nacimiento
y muerte aunque soplen las tempestades más despiadadas. Como escribe el Daishonin:
«Sólo el navío de Myoho-renge-kyo nos permite cruzar el mar de las aflicciones del
nacimiento y la muerte».
Así como cada mañana nos levantamos dispuestos a trabajar, y a la noche nos acostamos a
dormir para recuperar las fuerzas y prepararnos para la labor del día siguiente, de la
misma manera la vida y la muerte son «funciones de nuestra mente», prodigiosos
aspectos de nuestro propio ser. Esta es la visión de la vida y la muerte que expone el
budismo Nichiren.
Por mucho que avancen la ciencia, la medicina y la civilización, la muerte de nuestros seres
queridos siempre seguirá causándonos tristeza y dolor. Pero, como hemos aprendido en
esta carta —Respuesta a la madre de Ueno—, la Ley Mística y la vida son eternas y
trascienden las tres existencias.

Desde la perspectiva del budismo, el final de esta vida (la muerte) es la partida hacia la
existencia próxima; es otro paso en la gran historia interminable de la vida. En cada nuevo
tramo, representamos una vez más la saga renovada del diario vivir.

Los lazos de vida a vida que creamos en la existencia actual no se terminan ni se extinguen
con la muerte. Aunque sean invisibles, como las ondas de radio, siguen activos
eternamente. Con esta profunda convicción, aunque perdure la tristeza del duelo, ya no
nos sentiremos solos. El llanto de congoja se convertirá, con el tiempo, en lágrimas de
nuevo compromiso. Los familiares, amigos y seres queridos de los difuntos podrán
contemplar el futuro positivamente. En particular, los miembros de su familia recobrarán
el valor y la energía de vivir en plenitud, no solo por su propio bien, sino en beneficio del
que ha fallecido; lejos de ser «los que han sobrevivido», se esforzarán como «sucesores»,
manteniendo y cumpliendo las aspiraciones del que ya no está.

La base para vivir con inmensa plenitud y satisfacción está en internalizar la


inseparabilidad de la vida y la muerte y en comprender la naturaleza eterna de la vida.
Basados en esta lúcida visión, los miembros de la SGI —un gran movimiento popular
dedicado al kosen-rufu, estamos trabajando enérgicamente para cambiar el destino de la
humanidad en su nivel más esencial, convirtiendo el signo trágico y pesaroso de la
existencia en la incontenible alegría de vivir.
HACIA UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA Tomado del libro “DEVELANDO LOS MISTERIOS DEL NACIMIENTO
Y LA MUERTE: EL BUDISMO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO” de Daisaku Ikeda

A lo largo de la eternidad de la vida continuamente atravesamos el ciclo natural de


nacimiento y muerte. Al morir, nuestra vida retorna a la vida del Universo, de manera muy
parecida a la que la espuma del mar vuelve a las aguas del océano. El budismo nos
permite conocer la Ley eterna que penetra todo ser viviente y todo fenómeno de universo
entero. El nacimiento y la muerte de los seres vivientes, el surgimiento y cesación de los
fenómenos inanimados y el constante flujo de todo el cosmos constituyen todas
manifestaciones de esa Ley. Es el funcionamiento de esta Ley el que nos capacita para
continuar eternamente de una existencia a otra.

Shakyamuni consideró su propia muerte más como un medio que como un fin: explicó a
sus seguidores que, si él permaneciera para siempre en este mundo, las gentes
terminarían confiando más en él que en sus propias percepciones mentales de su
budeidad. Por lo tanto, enseñó que el Buda no debía permanecer en este mundo para
siempre sino venir de a intervalos. Por eso instó a la gente a que, en lugar de buscar la
misericordia, compasión y sabiduría del Buda, buscara su propia iluminación a través de
sus enseñanzas y el propio esfuerzo individual.

La vida de cada ser humano es, de este modo, un medio hacia un propósito: poder
renacer. A medida que envejecemos, nos debilitamos, enfermamos y, a su tiempo,
morimos. Pero no morimos por nada: morimos con el propósito de comenzar una nueva
vida. El propósito fundamental de la muerte es permitirnos renacer en la próxima fase de
nuestra vida eterna. El capítulo 16 del Sutra del Loto dice: "No existe flujo o reflujo de
nacimiento y muerte". En el Ongi Kuden, Nichiren Daishonin interpreta esta frase así:

"Si el nacimiento y muerte son percibidos como inmanentes a la eternidad de la vida, no


existe nacimiento ni muerte. Si no existe nacimiento ni muerte, tampoco existe aparición
ni desaparición. Esto no quiere decir simplemente que no hay ni nacimiento ni muerte.
Contemplar el nacimiento y muerte con rechazo y tratar de separarse uno mismo de ellos
constituye una ilusión y es reflejo de la creencia de que la iluminación se adquiere en algún
momento determinado. Pero percibir claramente nacimiento y muerte como fenómenos
alternos de la eternidad de la vida es verdadero despertar, la toma de conciencia de que la
iluminación es inherente eternamente. Nichiren y sus discípulos que invocan Nam-myoho-
renge-kyo toman conciencia de que nacimiento y muerte o surgimiento y desaparición son
solamente expresiones de la acción intrínseca de la eternidad de la vida."

Este pasaje expande la visión de que nacimiento y muerte son inmanentes a la eternidad
de la vida, una de las doctrinas budistas más profundas. La palabra "inmanente" significa
que la vida siempre existió dentro del universo. El término "eternidad de la vida" significa
que la propia vida ha venido existiendo y existirá eternamente en el universo: nunca
comenzó y nunca terminará, y su existencia no es intermitente sino continua. Fuera del
nacimiento y la muerte no puede haber eternidad de la vida. Nacimiento y muerte existen
a lo largo de la eternidad como dos aspectos de la vida.
Si percibimos correctamente que el nacimiento y la muerte son aspectos de la eternidad
de la vida, tal como Nichiren Daishonin lo explica, transitaremos de la ilusión al despertar
o, en otras palabras, de la visión superficial de que la iluminación se producirá cuando nos
liberemos del nacimiento y la muerte a la profunda comprensión de que la iluminación es
por siempre inherente a nosotros. Entonces no temeremos más los sufrimientos de
nacimiento y muerte y, por el contrario, acumularemos tesoros de incalculable valor
dentro de nuestras vidas, basados en nuestra budeidad eterna e indestructible, de manera
tal que podamos eternamente disfrutar de la incesante repetición del ciclo de nacimiento-
muerte-nacimiento... etc.

Si tenemos fe y practicamos la Ley Mística, naturalmente nos daremos cuenta de que


nuestras vidas son eternas. Al mismo tiempo, ya sea que lo reconozcamos o no, seremos
capaces naturalmente de desarrollar todos los tesoros de la vida eterna.
Cuando observamos la naturaleza, la sociedad y nuestros propios asuntos cotidianos no
podemos dejar de darnos cuenta de que los tres se encuentran en un constante estado de
fluctuación, nunca permaneciendo en el mismo estado y constantemente repitiendo el
ciclo de nacimiento y muerte. Y, en cuanto percibimos que la vida coexiste con el universo
y que el nacimiento y la muerte son aspectos alternados de la eternidad de la vida,
podemos entender nuestras propias vidas y las vidas de todos aquéllos que nos rodean
-sin mencionar el mundo como un todo- con una profunda interiorización y simpatía...
dejamos de experimentar miedo a la muerte. A través de descubrir nuestro ser inmutable
-el Yo no afectado por los asuntos mundanos de la sociedad o de los hombres- somos
capaces de vencer nuestro miedo a la muerte. Es mi convicción que no hay nada más
hermoso para un ser humano que alcanzar este estado de vida.
Creo que una forma completamente nueva de sociedad, basada en el concepto de
eternidad de la vida, dará paso a un amanecer más brillante que cualquier otro en los
miles de años de historia de la humanidad. Y creo que este amanecer representará el
florecimiento de la felicidad eterna. Este será el tiempo en el cual la humanidad pondrá
término a su historia de miseria e iniciará su avance a lo largo del gran camino de la
felicidad eterna. De todos los logros humanos, éste será el más grande.

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