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Relato extraído de.

un· diario de navegación


Todo parecido con hechos o
situaciones reales no es ninguna
coincidencia. '

Lo diabólico estaba presente en todos los aspectos de la vida de esa raza.


Las peores perversiones anidaban en los corazones y las almas de aquellos
salvajes desconocedores del más mínimo rasgo de inspiración divina.
Todos los miembros de la expedición estábamos, a cual más, aterrados de
la forma de vida que habían escogido, y fue necesario desarrollar amplias
discusiones acerca de la naturaleza de tales seres para determinar si se
trataba o no de una especie inteligente. Personalmente no me cupo la
menor duda de ello desde el primer momento de muestro desembarco, pues
es muy difícil pensar que seres irracionales se juntaran de tal manera que
parecían recibir órdenes de alguien para atacar a nuestros hermanos.
Afortunadamente sus armas, por demás primitivas, no les permitieron
causar mayores estragos y fueron rápidamente sometidos, a pesar de que
muchos alcanzaron a huir. Por desgracia ocurrió esto, pues es penoso
pensar que serán las semillas de nuevas generaciones de bárbaros que
serán difíciles de atraer a la civilización.
A pesar de que de que tomó algún tiempo obligarlos a reconocer nuestra
autoridad y superioridad, por cuanto los naturales parecían responder a un
impulso primitivo en la designación de sus jefes, ese esfuerzo encontró una
significativa gratificación. Paulatinamente los salvajes aprendían nuestra
lengua y empezaban a raciocinar con cierta lógica, aunque, como es
natural, en la mayoría de los casos era necesario el látigo. Eran tercos
corno los animales y aún peores de tratar porque desobedecían con
rebeldía y con rabia, a sabiendas de lo negativo de su conducta.
La primera sublevación ocurrió cuando decidimos destruir sus altares
paganos, centros de pecado y corrupción, donde se cometían los actos más
inmundos y aberrantes. De nada valieron las explicaciones de que eso lo
hacíamos por su bien, pues era imposible hacerlos entrar en razón.
Agredieron a muchos de los nuestros y fue necesario entonces dar ejemplar
castigo a algunos de los más altaneros. Pensamos que el dolor podría
purificar en algo esas almas endemoniadas, pero no fue así. Vociferaban
blasfemias y, con más fuerza aún, invocaban a sus ídolos, hasta que la vida
se les agotaba por el tormento justiciero. Su vandalismo duró varios días y
muchos llegamos a desear no haber pisado jamás esa tierra de la infamia.
En muchas ocasiones posteriores los sorprendimos celebrando ritos
satánicos clandestinamente. Su mala naturaleza era casi impermeable a la
razón y a la virtud.
Es vergonzoso hablar de sus animalescas formas de convivencia, pues no
tenían el menor recato en mostrar sus cuerpos desnudos, sin siquiera
considerar la presencia de los infantes, quiénes por otra parte ya se habían
acostumbrado a tales desmanes contra la moral, y desde muy temprana
edad realizaban actos impúdicos y groseros, contra los cuales debimos
tomar drásticas medidas. Desconocían por completo el santo vínculo
matrimonial y hasta practicaban casi la promiscuidad sexual, hallando la
comunidad gran complacencia en ello. Algunos propusimos la fórmula de
separar a las hembras de los machos y designar a algunos de los nuestros
para que fecundaran a las primeras, para evitar así la proliferación de tan
funesta especie, otorgándoles algo de naturaleza civilizada. Así se hizo en
gran medida, pero fue imposible que se siguiera sucediendo la reproducción
efectuada por ellos mismos, pues sus pasiones bajas eran irrefrenables.
Se comprenderá que, con tales mañas, la familia no tenía significado alguno
para ellos y su organización a nivel de estado era inexistente, pues
desconocían cualquier tipo de autoridades legítimas designadas con base
en la razón, y sus agrupamientos eran por demás flexibles y excesivamente
ambiguos. Como carecían de todo tipo de cultura, fue necesario, para poder
utilizarlos en algo más que en la aplicación de la fuerza bruta, empezar un
proceso educativo desde las cosas más mínimas y aun así eran torpes en el
aprendizaje pues sus mentes estaban ya torcidas por su salvaje modo de
vivir. Algunos miembros de nuestro grupo, en una actitud muy caritativa y
bondadosa, se prestaron como voluntarios para enseñar a esos seres los
elementos más básicos de una persona civilizada, pero la naturaleza inferior
de los aprendices era tal, que hacía necesario el látigo como principal
instrumento de trabajo educativo. Acostumbrados como estaban a aprender
solamente lo relacionado con la satisfacción de sus necesidades primarias y
sus muchos vicios, les resultaba casi imposible tener un mínimo
comportamiento disciplinado.
Es de extrañar que, en el estado primitivo en que se encontraban estos
salvajes, sentían gran respeto por sus ancianos, a quienes de ordinario
consultaban sobre los problemas de sus comunidades y les daban un
cuidado especial.
Como no tenían leyes ni cultura que defender no podían tampoco tener
instituciones que sirvieran para corregir el comportamiento de aquellos que
en otra situación hubieran sido criminales o infractores, si no se tiene en
cuenta que allí todos lo eran por el solo hecho de vivir en esa forma.
También es obvio señalar que, siendo imposible distinguir los locos de los
cuerdos y en general los anormales de los supuestamente normales, no
tenían ningún mecanismo de confinamiento para, aunque fuera sólo en
parte, separar y seleccionar sus mejores elementos, liberándolos de las
malas influencias y de la degradación producida por los malos frutos. Se
debe tener por cierto que, si hubiesen existido tales mecanismos, como
nuestras modernas cárceles y asilos de variada índole, todos los miembros
de esa sociedad (si así puede llamarse) deberían haber sido recluidos en
ellos.
De las pocas ventajas que logramos de nuestro contacto con estos
naturales, fue la obtención de buena cantidad de metales preciosos
que fueron el producto de la fundición de sus ídolos paganos y de
objetos que ellos utilizaban como ornamento sin conocer su verdadero
valor. Por otra parte, algo logramos de su trabajo a nuestro servicio,
aunque como ya se ha señalado, no tenían la costumbre de trabajar
sistemáticamente.
Después de muchos años de domesticación, que no se puede
llamar de otra manera a nuestra labor, hemos logrado arrancar esas
almas (si en realidad la tienen, como muchos afirman) de las manos
de sus dioses que eran nuestros demonios. Con la dureza necesaria
hemos podido hacer que aprendan a razonar medianamente y que
trabajen con juicio y esmero en las tareas que les encomendamos.
Sigue siendo menester el castigo, pero por regla general han
aprendido la virtud de la obediencia. Algunos tratan todavía de
originar problemas incumpliendo sus deberes, hurtando o
disminuyendo su cuota a entregar del fruto de la tierra, que les hemos
enseñado a cultivar de manera racional, o incluso faltando al respeto
debido a sus señores, y aún más, dejando de asistir a los oficios
religiosos. Como se ve, es todavía difícil manejarlos, pero por fortuna
le temen mucho al látigo, al fuego y al encierro.
La vida tan natural que habían llevado, confundidos con los
animales en muchos aspectos, les había negado todos los frutos de la
civilización y de la moral. Ahora están en trance de aprender no sólo a
trabajar, sino hasta cuestiones de comercio, para cuyo efecto hemos
introducido la moneda. Lo más importante es, sin embargo, que han
debido abandonar sus bárbaras costumbres sociales, relacionadas
con el sexo, los ritos satánicos, las brujerías y otros no menos
aberrantes, y han hallado una vía, aunque sea aún oscura, a la
salvación de sus almas; el trabajo, la abstinencia y la virtud, unidos a
la práctica religiosa y al castigo, cuando fuere necesario, enderezarán
finalmente sus espíritus. Por lo menos esa es todavía nuestra
esperanza.

JORGE IDROBO
1980

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