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Arquidiócesis de Valencia

Seminario Ntra. Sra. del Socorro


Seminario de Patrística
Florencio Hernández, II de Configuración

La Perpetua Virginidad de María


“San Jerónimo”

En Roma, durante el siglo IV, el presbítero Jerónimo, escribió un opúsculo que trata de la
perpetua virginidad de María, el cristianismo se halla en una fase de expansión y triunfalismo, la
Iglesia adquiere brillo y poder, junto al oro acrisolado de la autentica piedad aparecen los oropeles
del conformismo y las mas detestable hipocresía, la virginidad consagrada había florecido en el
urbe de los inicios de la predicación de la fe.
Las vírgenes consagradas eran objeto de una gran estima y consideración, se las
consideraba como testigos de la santidad de la Iglesia, sin embargo, en Roma surgió una fuerte
oposición frente al incremento de quienes cultivaban la virginidad y el monaquismo, entre ellos los
escritos de un tal Helvidio, el cual presentaba a María como modelo de virginidad pero también
para los que vivían en el estado matrimonial.
Helvidio sostenía que María había permanecido virgen al ser Madre de Cristo, pero que
después se había unido a su esposo José y había sido madre de otros hijos, que fueron los hermanos
del Señor. Estas afirmaciones suscitaron una fuerte conmoción en la comunidad eclesial, a Helvidio
le falto sintonizar con el sentir de la Iglesia y con la piedad del pueblo cristiano.
Por ende, en esta obra redactada durante el año 483, Jerónimo atiende a la defensa de la
virginidad de María, pero también expone la doctrina de la Iglesia acerca del don de la virginidad,
recurre ante todo a la exegesis bíblica, el conocimiento de la Sagrada Escritura como el dominio de
la lengua hebrea, facilitaron el trabajo a Jerónimo, materia en la que Helvidio se muestra inexperto
y atrevido.
Jerónimo califica a este hombre de turbulento y apenas conocedor de las primeras letras,
Jerónimo no tolero con paciencia lo que consideraba una gran ofensa a la Madre del Señor,
tajantemente le dice: “Has desahogado tu rabia injuriando a la Virgen” “Tú has incendiado el
templo del cuerpo del Señor”. Rechazando los comentarios apócrifos de intervención de
comadronas, dice: “Allí no hubo ninguna partera, Ella misma María envolvió al niño en pañales.
Ella fue a la vez madre y comadrona”. Jerónimo critica fuertemente a Helvidio: “¿Acaso yo no
podría concitar contra ti todo el conjunto de los escritores antiguos? Ignacio, Policarpo, Ireneo,
Justino y muchos otros varones apostólicos que escribieron libros de repleta sabiduría, Si tu algún
día, leyeses tales libros, lograrías tener mejor criterio”.
En relación a José, dirige Jerónimo a Helvidio estas vibrantes palabras: “Tú dices que
María no permaneció virgen, yo digo más: que incluso el mismo José fue virgen por María”,
Jerónimo afirma que José era célibe y destaca el don singular de su virginidad.
Helvidio sostiene que María tuvo otros hijos, y se esfuerza en probar que solo puede
denominarse primogénito aquel que tiene hermanos, del mismo modo que se llama unigénito aquel
hijo que es único para sus padres. Por su parte Jerónimo dirá: Todo unigénito es primogénito, pero
no todo primogénito es unigénito (Cf. Ex 34, 19-20). Primogénito es todo aquel que abre el útero
materno, si esta ley se refiere solo a los primogénitos (Cf. Lc 2, 22-24), y el que uno sea
primogénito depende de que le sobrevengan hermanos, no debería estar obligado a la ley de
primogénito aquel del que no se sabia si tendría hermanos, por tanto, se deduce que se denomina
primogénito aquel que abre el útero materno, sin que haya nacido antes ningún hermano, y que no
se le considera primogénito por el hecho de haber nacido después de él algún hermano.
Finalmente termina Jerónimo: libas del castigo a los unigénitos y quedas tu en ridículo, o
bien confiesas que murieron (Cf. Ex 12, 29), y entonces a la fuerza queda demostrado que los
unigénitos también se llama primogénitos.
Con respecto al pasaje de Mt 12, 46 que hace referencia a los hermanos del Señor, dirá
Jerónimo: Dices que su madre estuvo presente junto a la cruz del Señor y que a cusa de su viudez y
soledad fue encomendada al discípulo Juan, como si, según tu opinión, no tuviera cuatro hijos y
varias hijas para hacerle compañía. Ahora mismo te hare ver que las divinas Escrituras hablan de
hermanos en cuatro sentidos diversos: por naturaleza, por estirpe, por parentesco y por afecto. Por
naturaleza son hermanos Esau y Jacob, Andrés y Pedro, Santiago y Juan, por razón de estirpe todos
los judíos se llaman entre si hermanos (Cf. Dt 15, 12); por razón de parentesco se llaman hermanos
quienes pertenecen a una misma familia. Deberían bastar estas cosas para probar lo que llevamos
dicho, a fin de que no continúes con tus sofismas y te escapes como una serpiente escurridiza. Por
afecto espiritual todos los cristianos nos llamamos hermanos, lo cual se refleja en: Mira cuan bueno
y delicioso es convivir los hermanos unidos. Tu el más ignorante de los hombres, no habías leído
estas cosas, has desfogado tu rabia injuriando a la virgen.

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