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Con su bisturí dio muerte al mancebo


que tanto amó (II)
6-7 minutos

En 1963, cuando el doctor Alfredo Ballí ya llevaba tres años preso,


un periodista estadunidense de 23 años, de nombre Thomas
Harris, quien trabajaba como reportero de Argosy, obtuvo el
permiso del director del penal para hacerle una entrevista a un
recluso de nombre Dykes Askew Simmons.

Simmons había asesinado a tres jóvenes e iba a ser deportado a


los Estados Unidos, donde estaba sentenciado a muerte.

Antes de realizar la entrevista, el director del penal le contó que el


reo que iba a entrevistar estaba convaleciendo de unas graves
heridas, tras ser baleado en su intento por escapar.

El periodista se sorprendió, pero se alegró al saber que Simmons


estuviera en condiciones de recibirlo. Entró hasta las celdas y le
asignaron para que lo acompañara precisamente al doctor Ballí.

En una breve charla, Ballí le contó que por suerte pudo auxiliar a
Simmons cuando agonizaba. Que con torniquetes evitó que se
desangrara y muriera.

Luego de la entrevista, el periodista y Ballí tuvieron una plática


amena. Harris se sorprendió aún más por la buena presencia y
forma tan correcta en que se expresaba Ballí.

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Incluso su admiración aumentó cuando le hizo un perfil psicológico


de su entrevistado.

Le habló del aspecto desfigurado y de la mente confusa de


Simmons. Le describió el placer que obtenía en la naturaleza del
tormento y del sufrimiento de sus víctimas.

El periodista regresó a la dirección del penal y preguntó cuánto


tiempo llevaba Ballí trabajando en el reclusorio.

El director lo miró sorprendido y le dijo que no trabajaba, sino que


purgaba una larga condena, porque era un asesino que con su
bisturí fue capaz de destazar a su víctima en finos pedacitos; era
un psicópata.

Aquella respuesta hizo que el periodista se interesara más en Ballí,


que en el multiasesino que había entrevistado. Y le pidió que le
contara la historia.

El director del penal se la contó con lujo de detalles y mientras el


periodista escuchaba, en su mente le fue dando vida a un
personaje al que le puso el nombre de Hannibal Lecter.

Años después, Thomas Harris publicó el libro El silencio de los


corderos y en 1991 se realizó la película protagonizada por
Anthony Hopkins y Jodie Foster, que a la lengua española fue
titulada El silencio de los inocentes.

Aunque Harris confirma que al conocer al doctor Ballí en Monterrey


se inspiró para crear a su sádico personaje, no existe mucho
parecido, solo en lo elegante, culto y grata presencia; también en
su refinamiento para asesinar con su bisturí.

Obviamente que el psiquiatra Hannibal Lecter es solo un personaje


y por esa razón, el autor con su imaginación lo convirtió en un

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sádico criminal que se comía a sus víctimas.

Bien se podía decir que Ballí nunca supo que fue motivo para crear
una novela de exagerada crueldad.

La historia de Alfredo Ballí Treviño simplemente fue pasional,


tormentosa, pues a sus 28 años no solo era un médico cirujano,
sino un respetable ciudadano.

Tenía su consultorio en la colonia Talleres. Muchos de sus


pacientes decían que era muy acertado y le vivían agradecidos,
pues a la gente más necesitada le regalaba la medicina que les
recetaba.

Pero cuando su labor terminaba, en ese mismo consultorio tenía su


nido de amor. Dos o tres veces por semana lo visitaba Jesús
Castillo Rangel, un estudiante de Medicina de 20 años. Y ahí, sin
testigos, se entregaban a su pasión.

El estudiante había encontrado en Ballí a un buen “amigo” que lo


apoyaba en todo lo que necesitara.

Por su parte, el doctor también se sentía feliz porque su amante


era discreto cuando tenía que serlo e impetuoso cuando la pasión
los absorbía.

Pero luego de varios meses de relación, Jesús Rangel le pidió a


Ballí dinero prestado. Era una cantidad respetable. El médico le
dijo que no tenía.

El estudiante le suplicó que los consiguiera, que se los devolvería


en una semana. Lo convenció y le entregó el dinero.

Pero el joven estudiante no cumplió y comenzaron los disgustos. El


médico le exigía su dinero; el estudiante solo le daba largas. Y el
respeto que se tenían se fue perdiendo. Comenzaron a insultarse.

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Un mes después, Jesús acudió al consultorio para entregarle


menos de la mitad de la cantidad prestada, pero Ballí, enojado, le
dio un golpe que lo hizo perder el conocimiento...

Enseguida le puso una inyección de pentotal sódico, lo arrastró


hacia el baño y ahí con un bisturí lo degolló. Vio sus últimos
espasmos hasta que se desangró.

Con sadismo y paciencia lo descuartizó en siete partes, eran cortes


perfectos, que solo la diestra mano de un cirujano podría realizar.

Después metió el cuerpo en una caja y la llevó a la cajuela de su


auto. Su error fue ir a la casa de la tía de su víctima para pedirle
una pala prestada.

Se dirigió a un rancho llamado La Noria y en un baldío cavó un


hoyo y enterró la caja. Pero la tía de Jesús, al notar la desaparición
de su sobrino, ató cabos y denunció a Ballí.

El médico fue detenido y sin remordimiento aceptó haber dado


muerte a Jesús Rangel.

Ballí permaneció preso durante 20 años en el penal del Topo


Chico. Dicen que fue un reo bien portado. Recobró su libertad en
1981, cuando ya tenía 49 años.

Ya libre puso un consultorio y se dedicó a atender a gente humilde.


Respecto a su crimen trató de olvidarlo. Se negó a dar entrevistas.

En el 2008, el periodista Juan Carlos Rodríguez lo entrevistó para


MILENIO Monterrey, pero no quiso hablar de su tomentoso
pasado.

Alfredo Ballí Treviño murió en el 2009 a los 81 años de edad. Pero


la sociedad regiomontana no olvida su horrendo crimen aún hayan
transcurrido 60 años.

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El secreto para descubrir lo que aquel médico consideraba un


crimen perfecto, como diría Hannibal Lecter, no estaba en la caja
barata donde colocó los restos destazados, sino en la pala que
pidió prestada a la tía de la víctima.

¿O acaso, como buen psicópata, fue intencional dejar aquel cabo


suelto como una provocación? Nunca lo sabremos, porque Alfredo
Ballí se llevó su secreto a la tumba.

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